Malaga Mayores Solera nº122 ene-feb 2018

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~ Contracostumbre ~

Por Isabel Pavón

EL SÍNDROME DE LA LECHE MALA Lo que son las cosas, leyendo un artículo que resaltaba los beneficios de tomar productos lácteos, sobre todo a cierta edad, recordé a mi amiga Isidra. Íbamos juntas a la vaquería de Cristóbal y, al regresar a casa, ella echaba las monedas sobrante en el mismo recipiente. Aseguraba que era la mejor manera de no perderlas. Así volvíamos charlando, con la lechera en una mano y nuestros seis o siete años de inocencia en la otra. Cierto día le pregunté si la leche no se envenenaba con los microbios del dinero. Mirándome muy seria respondió: hija, pareces tonta. Me explicó que su madre la hervía tres veces, que los bichos no soportaban tanto calor y se morían. Fue Isidra quien me enseñó que la leche que vendía Cristóbal no era tan limpia como la materna, que la leche de vaca lo admitía todo. Isidra era una niña con mucha ciencia y poco cuerpo. Yo la admiraba. Con aquella edad, a mí, pensar, me resultaba agotador y me encantaba oír las respuestas tan claras y seguras que sabía darle a mis ilusas preguntas. De ella lo aprendí todo e imité sus hábitos hasta que mi madre se dio cuenta y me los echó por tierra sin ningún miramiento. Por aquel tiempo íbamos juntas a catequesis. Durante una sesión la maestra nos habló de las ventajas del arrepentimiento y la práctica de la confesión. Yo, que ese día andaba espabilada gracias al café migado que había merendado, atrapé la idea al vuelo y quise, mentalmente, comparar aquella enseñanza con el proceso de desinfección de la madre de Isidra. Esto es lo mismo, me

dije, mi cuerpo era la lechera; mi espíritu, la leche; las monedas, los pecados; la vergüenza de la confesión, el calor del hervor; las tres veces que su madre repetía el calentón, la multa de los tres Padrenuestro que solía mandar el cura cuando asegurabas estar arrepentida. Sin embargo, poco a poco, con el paso de los años, le fui perdiendo el miedo a las bacterias. Llegó un momento que no me importaba en absoluto acumular pecados en mi lechera. ¡Que los hierva el cura!, me decía la voz interior, que para eso está disponible en su cocinilla un rato antes de misa y no paga butano! De Isidra les digo que se quedó pequeñita, pequeñita. Vaya usted a saber si fueron los microbios. Todo se paga. Isabel Pavón


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