« Iluminar la ciudad » Cuando llegué a Mérida, el templo de Diana estaba flanqueado por vallas de hierro, encajonado y con paneles descoloridos, pintarrajeados e ilegibles. En una ciudad poco permeable a los cambios, cuando se decidió convertirlo en el centro de un espacio en el que el templo fuera más visible, no faltaron las críticas. España es ese país en el que una persona puede ser ingeniero aeronáutico, experto en relaciones internacionales, restaurador de bienes muebles e inmuebles, sociólogo y médico, todo a la vez. Con el templo de Diana pasa como con el teatro romano: puedes conocerte las piedras de memoria, puedes haber subido a verlo, haberte sentado en el piso de arriba o en la orchestra mil veces y, cuando te lo encuentras, te detienes y te sobrecoge. Por lo visto no estaba dedicado al culto a la diosa Diana, sino a rendir pleitesía al emperador. Aquí, cuentan desde el Consorcio de la Ciudad Monumental, transcurría la vida política, se administraba justicia, se hacían transacciones financieras y mercantiles y se ofrecían sacrificios en honor de los dioses. Era el Foro de la Colonia, en el que además del templo, había edificios
públicos. A finales del siglo XV, Alonso Mexía, que fue caballero de la Orden de Santiago, se construye su residencia allí: es el Palacio de los Corbos, que se mantuvo porque del siglo XV acá han pasado unos cuantos años. Pero no es de su historia de lo que yo quería hablar. Es de su construcción como símbolo de muchas de las luchas que ocurren en los tiempos actuales. En todo el mundo (aunque el ejemplo más paradigmático es el Empire State de Nueva York), los edificios públicos (y privados también) se iluminan para conmemorar ciertos hechos: de violeta por el día contra la violencia hacia las mujeres; con todos los colores del arco iris en repulsa por el asesinato homófobo de la discoteca Pulse de Orlando o por el día del Orgullo LGBTI. En Mérida, además, por ejemplo, con los colores de la bandera portuguesa en apoyo a los durísimos momentos que pasaron (y que pasan: Portugal se nos quema cada año) durante los incendios de Pedrógrao Grande. De naranja para el Día Mundial contra la Epilepsia. De azul para concienciar sobre el autismo. De rosa para celebrar el Día de la Niña.
También es centro de cultura: se celebra el Día de la Danza, se celebran conciertos de la Orquesta Joven durante la semana del Orgullo y lo ocupan los miembros de TAPTC Teatro? Durante el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida para representar obras al más puro estilo grecolatino: con túnicas. Si no quieren ver túnicas hay que ir a las Termas de Pontezuelas. Podríamos hablar también de que ya no hay espacios públicos como tales, porque los espacios públicos, en España, son las terrazas de los bares, que son privadas. O de que hace falta más educación cívica para que algunos niños no tiren pelotas contra un monumento que tiene más de 20 siglos. Pero me quería centrar en el Templo vestido de colores porque unos colores no arreglan un problema, pero los símbolos crean comunidad también. Son importantes, los símbolos. Y creo que, desde que llegué aquí hace once años y desde que me empadroné, porque elegí Mérida como mi lugar en el mundo, la ciudad ha cambiado mucho. No sé si también el sentimiento de ciudad, pero a mí me emociona que una iluminación trascienda a los propios habitantes de un espacio y que, quizá, haga reflexionar a muchos de ellos sobre algunos de los temas que nos afectan. Olga Ayuso
Mérida 2017 | 33