7 minute read

La historia vista desde un vaso de cristal

UVA BLANCA

SAUVIGNON BLANC

Advertisement

La historia de un lugar, está ligada a la historia de su tierra y lo que de ella extrae. Así es en las zonas de Cigales, Rueda y Ribera del Duero, donde el vino ha marcado su propio devenir

Nadie duda de que el vino es un producto natural. Tras un mágico proceso de fermentación, el azúcar natural del fruto se transforma en alcohol. Una poesía que la uva establece con la tierra, que le aporta unas características específicas, pero también con el clima. Y es que, entre más frío, el vino será más fresco y ácido.

Y es tan natural como la evolución del hombre. Una poesía reposada pero enérgica en la que numerosos pueblos han estado presentes. Los vacceos, pueblo prerromano que habitó la zona del Duero entre los siglos VI y el IV antes de Cristo, fueron de los primeros en habitar la zona vallisoletana y se conoce que, de adultos, disfrutaban del vino que daban sus tierras. Aunque en múltiples ocasiones se cree que fueron los romanos, acostumbrados a grandes comilonas, los que más disfrutaron del vino, ya antes de su conquista los vacceos se erigieron con el galardón de ser los primeros en consumir estos caldos en el interior de la península. Uno de los momentos de este consumo eran los funerales. Era ahí cuando rendían culto a quien pasaba a otra vida, siempre que hubiera muerto de forma honrosa, tal y como se ha descubierto en el yacimiento de Pintia localizado en el extremo oriental de la provincia de Valladolid, entre los términos de Padilla de Duero, Peñafiel y Pesquera de Duero. Y es que los propios vacceos no eran ajenos a la magia de este vino ya que se lo entregaban a la élite. Así, se han encontrado restos de vino en las tumbas de dos guerreros y de una joven de unos 18 años enterrada junto a otro luchador.

Pero también los dueños del Mare Nostrum supieron que la tierra de la zona produce un vino inimitable. De hecho, durante la vendimia del año 1972 fue descubierto en Baños de Valdearados, en plena Ribera del Duero, un mosaico romano de 66 metros cuadrados, considerada la pieza con alegorías al dios Baco, el dios del vino, más grande de la Península. Durante la invasión romana, varios historiadores y geógrafos que acompañan a Cesar Augusto, como Ptolomeo, relatan en sus obras la actividad vitivinícola de los celtíberos y vacceos de la cuenca del Duero, cuando las tropas romanas se disponían a conquistarla.

Tras la llegada de los romanos, los pueblos visigodos, la invasión musulmana y la Reconquista, estas tierras que ahora acogen Denominaciones de Origen quedaron vinculadas a la Corona de Castilla. Curiosamente, fueron los vascones, cántabros y mozárabes los que, en plena repoblación, introdujeron las uvas de la variedad Verdejo, en el siglo XI, una de las más afamadas de la zona. Y es que, durante la reconquista, los viñedos fueron de los pocos cultivos que resistieron las batallas entre ambos ejércitos ya que era complicado arrasar con las explotaciones, formadas por plantas separadas entre sí por cuestiones de optimización hídrica ante la aridez de los terrenos.

Junto a los castillos, y cuando la paz se iba consolidando, comenzaron a

Altar en la Catedral de Santiago, Cigales

extenderse los viñedos, especialmente desde los monasterios, que los requerían para celebrar con sus vinos el Santo Oficio. En núcleos de población cercanos a Valbuena, en Ribera del Duero, como Piñel de Abajo o Peñafiel, los religiosos contaban con lagares y casas donde se llevaban a cabo las transacciones comerciales con el excedente del vino por estar prohibida la venta dentro de la abadía. Esa vinculación a la Corona de Castilla tiene su eco en el presente 2018 cuando se celebran quinientos años de la jura del archiduque Carlos de Austria como rey de Castilla, durante las Cortes celebradas en Valladolid el 7 de febrero de 1518. Un hecho que supone el primer paso en la construcción de Europa desde el punto de vista administrativo, político y social. ¿La razón? Es la primera ocasión que se habla de un proyecto común para todo el territorio europeo. Y todo se hizo regado por vinos cosechados en las propias tierras, por hombres y mujeres que defendían su territorio cultivándolo y sacando lo mejor de él.

Y es que el vino siempre ha estado muy relacionado con el territorio, pero también con sus infraestructuras. Así, unos años después de que Carlos I realizara su juramento como rey de Castilla, comenzaba la construcción de “la Catedral del Vino”, la iglesia de Santiago Apóstol en Cigales, en plena ruta del vino de dicha D.O. Este monumental edificio realizado en piedra blanca caliza muestra la importancia de Cigales en el momento de su construcción. La cercanía de la corte en Valladolid y ser lugar de aposento de numerosos nobles como los Condes de Benavente, convirtió a Cigales en lugar de estancia de reyes y nobles.

Lo que más llama la atención es la monumentalidad del edificio y sobre todo sus dos torres inmensas, siguiendo claramente el estilo herreriano visible en la Catedral de Valladolid con quien posee grandes similitudes.

La monumentalidad exterior no disminuye en su interior, ya que acoge una amplia planta de salón que crea un espacio diáfano y equilibrado.

La denominación de “la Catedral del Vino”, viene dada por la procedencia de su financiación, que no era otra que los sabrosos caldos de estas tierras vallisoletanas. Y es que dentro del imponente edificio se hallan retablos firmados por Gregorio Fernández que hacen ver la calidad del conjunto. Son muchos los monumentos de las tres denominaciones de origen, los que incluyen referencias al vino como son racimos de uvas en capiteles de iglesias, nombres de templos como el Monasterio de La Vid o patronas como la Virgen de las Viñas, de Aranda de Duero.

Felipe III

Pero fue antes de finalizar la construcción de esta Catedral del Vino, en torno al año 1600 cuando llegó Felipe III a establecer su corte en Valladolid. Y allí, no dudó, en servir vinos de Cigales en sus mesas ya que era su favorito. Ya la cuarta mujer de su padre había nacido en la localidad de Cigales. Precisamente el archero Cock, acompañante de Felipe II a las Cortes de Tarazona, en 1592 escribe de Cigales que “hay buena Iglesia, linda fuente y los vinos claretes excelentes”. Este característico rosado de Cigales se le denominaba, en época de Felipe III, “aloque” y es citado por muchos escritores. Es el caso de Lope de Vega, Calderón o Cervantes. De hecho, Cervantes decía que tenía que ser “el plan blanco y aloque el vino”.

Y es que la historia de la comarca donde se asienta la DO Cigales está ampliamente relacionada con su vino. En la pequeña ciudad de Dueñas todavía se pueden observar restos de sus edificios más monumentales, así como la iglesia de Santa María que guarda retablos e imágenes de gran calidad, entre ellos piezas de Siloé y Gregorio Fernández. La riqueza que aportaba el vino lo hizo posible y es que, incluso en el siglo XIX, cuando la filoxera asolaba Francia, se enviaba vino de Cigales a Burdeos.

Un pequeño acercamiento a esta historia de los vinos en la zona vallisoletana a través de las D.O de Cigales, Rueda y Ribera del Duero que pone de manifiesto el poder que los caldos ejercen sobre los territorios. De este modo, todos los elementos de la sociedad se entrelazan componiendo un perfecto sistema que seguirá retroalimentándose y renovándose en cada nueva añada.

This article is from: