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Las primeras investigaciones argentinas La peste azul
Las investigaciones acerca de los efectos nocivos del tabaco, iniciadas poco después de la llegada de este vegetal a Europa, nunca se interrumpieron; En nuestro país, muchos fueron los médicos que se encargaron de este trabajo. Un ejemplo paradigmático es un artículo aparecido en 1905 en La Semana Médica, firmado por Panigazzi y Capece (1). Ambos se presentaron como farmacéuticos y estudiantes de medicina y efectuaron su investigación en el laboratorio de Toxicología Experimental de la Facultad de Ciencias Médicas de Buenos Aires.
Los autores colocaron un epígrafe de Laurent que decía: “Es ya un verdadero nicotínico: fumaba, primero, para hacer lo que todo el mundo; hoy, fuma por placer, por necesidad; fumaba por imitación y hoy fuma por sugestión”.
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En realidad, fumaba por adicción. Luego de una sucinta historia del tabaco, de la sinonimia y de la descripción botánica, se ocuparon de la composición del tabaco, la forma de extraer la nicotina e hicieron algunas disquisiciones curiosas, tales como: “Schlosing ha demostrado la relación que hay entre la cantidad de nicotina y ciertas condiciones de cultivo. Schlosing ha demostrado que disminuyendo la distancia entre una y otra planta, disminuye la cantidad de nicotina. Disminuyendo el número de hojas, aumenta la cantidad de nicotina. Además, influyen la posición de
las hojas y el tiempo de crecimiento”.
No sabemos si estos datos han sido corroborados.
No pasaron por alto, Panigazzi y Capece, las falsificaciones de que es objeto el tabaco: “En los países en que no existe el monopolio. Sus hojas pueden ser sustituídas por las de remolacha, coliflor, achicoria (para rapé), cerezo, berro, tilo, acacia, nogal, girasol, árnica, guindo, cáñamo, rosa acetocela, castaño, melitot, olmo, plátano y hojas de parra”. Años después, será Herrero Ducloux (2), otro argentino, quien se ocupará de las falsificaciones de los tabacos comerciales.
Herrero Ducloux dijo que los químicos bromatólogos se han encargado de desenmascarar cuando se ofrece oropel por oro de ley, ocre por cacao en polvo, aceite de algodón por el de oliva, margarina por manteca, kaolín por harina o jarabe de glucosa por miel o sustitutos del tabaco tales como hojas de otras numerosas plantas.
Anuario La Razón (1930)
“Pocos productos comerciales –sugiere el autor– superan al tabaco en la variedad de sus falsificaciones, realizadas por sustitución parcial o total de la hoja del mismo con hojas y otros órganos de vegetales diversos y también por adicción de sustancias minerales y orgánicas, destinadas a aumentar su peso, prestarle aroma y sabor particulares, consigue sus condiciones de combustibilidad, disimulan la presencia de planta extraña o manipulaciones prohibidas y aun, dotarlo de propiedades narcóticas”. A la lista de los investigadores anteriores agrega hojas de papa, girasol, ruibarbo y eucalipto. Como podemos observar, los vegetales empleados en la falsificación son de variado tipo. Pero hay más, en Alemania existía una cierta tolerancia para hojas de tusílago, guindo, cerezo y rosal “siendo obligatoria la declaración de la presencia del lúpulo y proscribiéndose el té y las partes desprovistas de nicotina del vegetal genuino”.
Todavía existían más ingredientes para el fraude: aserrín de sauco y de caoba, poso de café, polvo de tanino de encina y nuez de agallas y la camonilla. Otro tanto deberíamos agregar como colorantes y aromatizantes.
El negocio del tabaco había adquirido tan grandes proporciones que los adulteradores, en su afán de aumentar el peso de los fardos, agregaban arena, ocre y tierra sombra, sulfato ferroso, nitrato potásico, cloruro amónico, sales de sodio y potasio, polvo de turba y negro marfil, cromato de potasio y minio. Muchas de estas sustancias, en forma líquida embebían las hojas y luego de secarlas, incrementaban su peso por las sustancias sólidas. El fumador aspiraba de este modo una mezcolanza infernal que aceleraría la manifiesta nocividad de su adicción.
Herrero Ducloux había analizado también los
diferentes papeles del envoltorio del tabaco picado al que se le atribuyeron distintas propiedades, una de ellas, medicinales: “De otro orden serían los papeles llamados medicinales, cuya acción no puede tomarse en serio, cuando se llaman fortificantes (ferruginosos) o digestivos (con papaína) o pectorales (con alquitrán de Praga), por lo cual no pueden tolerarse en nombre del buen sentido”. El mismo autor nos asombra cuando, a continuación, agrega: “Y merecen en cambio aprobación los que aparecen recubiertos con parafina, corcho u oro en la boquilla, sin excluir los envueltos en pétalos de rosa o impregnados con regaliz, a condición de que estos agregados se hagan en forma higiénica”.
No abundaremos en el análisis del trabajo de Herrero Ducloux porque la lista de los vegetales y minerales que se usaron (¿y se usan?) para adulterar el tabaco, no termina en la que hemos expuesto.
Por su parte, Panigazzi y Capece dosaron la cantidad de nicotina de los tabacos nacionales, de los que solicitaron muestras a varias fábricas y encontraron, por ejemplo, 0,68 % de nicotina en el tabaco negro, hebra gruesa corriente, o 0,51 % en el de Tucumán.
Las experiencias que realizaron con animales poco difirieron de las conocidas: muerte con el corazón en sístole en la rana; vómitos, conclusiones y parálisis en los pichones de paloma o temblores generalizados, contracciones y diarreas, entre otros trastornos en el cerdo. El humo del tabaco fue ensayado en los conejos que tuvieron una respiración acelerada y poco profunda.
Es particularmente interesante el ensayo realizado en el hombre con el humo de cigarrillo. Hicieron fumar un cigarro de hoja, de los denominados
Rivadavia, a un adicto al tabaquismo que se prestó voluntariamente: el Dr. Fernández, Jefe del Servicio de Kinesioterapia del Instituto de Terapia del Hospital de Clínicas. Esta experiencia posteriormente la llevarían a cabo Panigazzi y Capece. Todos manifestaron efectos tóxicos (náuseas, vértigos, malestar general, sudores, etc.) aunque los dos últimos fumaron un cigarro marca Yrigoyen. Ignoramos cuál podría ser la diferencia.
Entre varias conclusiones, producto de la bibliografía consultada, ambos autores señalan que “la nicotina, principio activo del tabaco, puede producir envenenamiento pues es el más venenoso de los alcaloides. Solo el ácido cianhídrico y el curare pueden compararse con ella en cuanto a su rapidez y poder de acción”. Todos los efectos nocivos, especialmente sobre el aparato cardiovascular y el sistema nervioso central, son los actualmente conocidos aunque, careciendo de los datos posteriores, Panigazzi y Capece soslayaron el cáncer broncógeno.
Otro comentario que no podemos omitir es el del libro Tabaquismo o Peste Azul, del español Serrano Piqueras (3). Es indudable que esta obra está dirigida al gran público, sin embargo, posee 386 citas bibliográficas donde se entremezclan escritores con científicos. El índice del libro es por demás elocuente con respecto a la intención del autor.
Destaca los aspectos importantes que, obviamente están destinados a disuadir al adicto: Aspecto médico del tabaquismo, Modalidades de envenenamiento y Aspecto social del tabaquismo. En el segundo acápite reseña las intoxicaciones aguda y crónica y los efectos del tabaquismo en los distintos aparatos. Circunstancias que, aunque con diversas
modalidades, hemos tratado en nuestro trabajo.
Los tiempos han cambiado y los conocimientos también. El capítulo XIX se denomina: “De como los fumadores nos hacen a todos víctimas del tabaco”. Con la mente puesta en el siglo XXI, podríamos pensar que el autor se refiriría al fumador pasivo. No es así. Los subcapítulos también son elocuentes: “El tabaco aumenta el corte de vida”, “El tabaco disminuye la capacidad para el trabajo”, “El hábito del tabaco perjudica la economía nacional”, “Lo que se gasta en tabaco” “Agresión personal por el vicio del tabaco”. El último título podría referirse al fumador pasivo, sin embargo abunda en casos de quemaduras mortales e incendios que tuvieron como protagonista al cigarrillo.
En el capítulo siguiente (XX), titulado “El tabaquismo y los intereses creados”, de poca extensión, Serrano Piqueras pone el dedo en la llaga cuando menciona “el perjuicio que se originaría a la industria tabaquera (sic) y sus empleados, con la supresión del vicio del tabaco. Es la eterna canción de los intereses creados, que sin duda está pesando en la decisión de los gobiernos que forman parte de la lucha activa contra el tabaquismo; pero tal argumentación, lógicamente cae por su propio peso. Adherimos a las elocuentes palabras que el doctor Valero Carreras, Secretario General de la Cruz Roja Expañola, pronunció en una interesante conferencia sobre el tabaquismo, desde el punto de vista médicosocial, en 1939”. “Es verdad que la industria desaparecería. Pero no es menos cierto que es un cruel absurdo, procurar y defender que un vicio perdure, a trueque de que las industrias que viven de él no perezcan. Vale tanto como defender la conveniencia de la guerra,
para que las industrias que construyen cañones, bombas, gases asfixiantes y otros infinitos medios de destrucción, no se arruinen. Y sin embargo, es triste confesar que el hombre actual, que presume de civilizado, fomenta y tolera este estado de cosas...”.
Aunque no desestimamos las reales palabras del autor citado, no podemos dejar de conocer que las tabacaleras ejercen presión sobre los gobiernos que, por otra parte, son vulnerables psicológicamente ante el valor del dinero.
Este libro, así como las diversas citas que tomamos de publicaciones carentes de rigorismo científico, de gran divulgación pública, tienen por objeto remarcar la falta de protección a la que está sujeto el lector desprevenido.
La obra de Serrano Piqueras, desactualizada, que abunda en adjetivos calificativos, fue escrita –tal vez con cierta ingenuidad– para llenar un espacio en una lejana época, hace medio siglo, poniendo el acento sobre una legislación que no contempló ese aspecto.
BIBLIOGRAFÍA:
1. Panigazzi A y Capece NC, “El tabaco y sus efectos”, La
Semana Médica, 12 (Nº 12): 265-279, Buenos Aires, 23 de marzo de 1905. 2. Herrero Ducloux E, “Datos analíticos de los tabacos comerciales y sus falsificaciones”, Facultad de Ciencias
Químicas. Universidad Nacional de La Plata, 15 de febrero de 1923. 3. Serrano Piqueras M, Tabaquismo o Peste Azul, (Sin sello editorial), Madrid, 1953.
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Hacia 1919 el doctor Roffo fue un gran fumador. Pero desde esa fecha, al sospechar que el tabaco es el causante de la casi totalidad del cáncer en la laringe, dejó por completo ‘el vicio’”.
(Lepolán, N° 180, 3 de diciembre de 1941)