III. ¿Hacia dónde va el Perú? Federico Alejandro Dejo Soto
Los problemas en un país aparecen cuando hay deficiencias organizativas que a su vez se traducen en poca capacidad para resolver las demandas de los actores a los cuales se debe el aparato público, los que muchas veces son actores complejos, que se agrupan según sus propios intereses y por lo tanto, no siempre coincidirán con los de otros grupos con los cuales se relacionan. Por lo tanto, se requiere un conocimiento profundo y manejo diestro de los distintos actores, para encontrar los puntos de equilibrio y satisfacción a sus diferentes demandas. El gran administrador del país es el Estado, que es una organización enorme que para funcionar y atender las múltiples demandas de sus pobladores y recursos que lo sustentan, requiere una gestión ordenada y a la vez multidimensional que le de eficiencia y eficacia, no solo para resolver los problemas cuando se presentan, sino y sobre todo, tener la capacidad suficiente para adelantarse con sentido preventivo a la ocurrencia de los mismos y evitar los altos costos que significa resolverlos cuando ya se han presentado. En un Estado como el peruano, lograr el equilibrio y eficiencia de su estructura organizativa, para que a su vez sea eficaz para atender la gran diversidad de demandas de grupos con intereses propios, distribuidos en un enorme territorio, con regiones que tienen sus propias características fisiográficas y étnico culturales, es importante que primero conozca cuales son y cómo se distribuyen los recursos con los que se cuenta en cada espacio y evaluar el nivel de existencia y calidad de los mismos. En segundo lugar, requiere tener claridad en identificar en qué lugares del país están ubicados los distintos grupos poblacionales y cuáles son las demandas que requieren satisfacer a corto, mediano y largo plazo. Así, la organización, en este caso el Estado peruano, se preparará adecuadamente para atender cada demanda, ya sea a nivel nacional, regional o local. Por otro lado, para que la organización funcione requiere un alto nivel de gobernanza. ¿Qué significa esto? Significa que todos los actores que interactúan bajo la administración de la organización, la reconozcan como la institución donde se discuten y acuerdan las normas y reglas de comportamiento y actuación de todos los grupos de interés, de manera que la articulación e interacción entre ellos, no sea asimétrica en función al poder específico que pueda tener cada grupo social, sino que prime la equidad general basada en principios de respeto a las 24
diferencias étnicas y culturales como partes de una sola nación. Y sobre todo, que esos principios y normas sean reconocidos por todas la sociedad y se respeten. De no ser así, la gobernanza perdería fuerza y se impondría la informalidad y la anarquía, donde cada cual haría lo que le parezca en gana. Y eso se manifiesta como debilidad institucional del Estado y de los organismos de gobierno. El que nuestro país vaya de problema en problema, ad portas de celebrar el bicentenario de nuestra independencia, obedece en gran medida a esos dos aspectos: poca capacidad organizativa para responder a los bajos niveles de eficiencia de los diferentes recursos con los que contamos, sean recursos naturales, sociales, productivos e institucionales, que son los cuatro grandes pilares o dimensiones que tiene un país para avanzar hacia el desarrollo y satisfacer de manera satisfactoria las necesidades de la población; y la débil gobernanza entre el Estado y la sociedad en general, donde lo característico es tratar de burlar las normas y recurrir a la práctica de la corrupción para sacar ventaja en interés propio y desmedro de lo público y social. Si continuamos así, el año del bicentenario y los siguientes, no serán mejores que los doscientos años que ya llevamos como república independiente. ¿El gobierno que asuma el poder el próximo año, será capaz de resolver esas carencias? Si no lo hace, el próximo escenario que nos espera es la ingobernabilidad, más corrupción y más pobreza.