Tierra de mis amores, 2023

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Editorial…………………………………………………………………………….........................4 José Osvaldo Chávez Rodríguez Director de Extensión Cultural de la Universidad de Guanajuato Viernes de Dolores en Guanajuato………………………................………........….…5 María Guevara Sanginés El dolor virreinal guanajuatense…………………………………………....……….......10 Doris Zendejas Reynoso Golosinas de antaño............………....................................................................14 Josefina Z. Vda. de ROMERO El Viernes de Dolores de los mineros cooperativistas............………..........16 Ada Marina Lara Meza El ánima del templo de San Diego…………………………….............................…19 Andrade Pérez Vela Cuenta la leyenda que las personas que llegan a vivir a Guanajuato no pueden irse ………….....................................................................................21 Paulina Mendoza

Editorial

Cultura y tradición popular

Como cada año, los guanajuatenses nos preparamos para conmemorar la llegada de la Semana Santa, y como cada año, también, lo hacemos honrando una de las tradiciones que, por escrito, dotan de sentido a tan significativo acontecimiento en nuestra comunidad: la publicación de Tierra de mis amores.

Esta publicación no sólo supone una manera de cómo es que nos relacionamos con nuestra fiesta patronal por excelencia, sino que ofrece, con cada edición, una serie de visiones de gran calado para los habitantes de esta ciudad capital.

En esta edición de 2023, nuestra revista aporta una mirada femenina de la celebración con textos de destacadas plumas, por ejemplo, la de María Guevara Sanginés que, con su texto “Viernes de Dolores en Guanajuato”, nos lleva de la mano por los pasajes más simbólicos de la dolorosa; en “El dolor virreinal guanajuatense” de Doris Zendejas Reynoso y en “El Viernes de Dolores de los mineros cooperativistas” de Ada Marina Lara Meza las autoras recuerdan con gran acierto el origen de la celebración del viernes de Dolores y el fervor ligado a la vida minera de Guanajuato y sus alrededores; retomamos un texto por demás dulce, “Golosinas de antaño” publicado en 1964 por Josefina Z. Vda. de Romero, que da cuenta de muchas golosinas guanajuatenses, muchas hoy día quizás perdidas y que rememoramos con ameno artículo.

Cierran Marisa Andrade Pérez Vela y Paulina Mendoza que, con “El ánima del templo de San Diego” y “Cuenta la leyenda que las personas que llegan a vivir a Guanajuato no pueden irse”, en el más puro tono de las leyendas de Guanajuato, nos ofrecen sendos relatos por demás interesantes.

Como es más que notorio, este número hace justicia a tan destacada tradición y pone de manifiesto, una vez más, el significado que tiene en nuestra cultura local la siempre apreciable revista Tierra de mis amores.

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Viernes de Dolores en Guanajuato

La Virgen María, persona humana admirable, desde el siglo i ha sido objeto de devoción y admiración en el mundo cristiano. Necesariamente la devoción a María está íntimamente ligada al nacimiento, vida, pasión, muerte y resurrección de Jesucristo y a la vida cotidiana de los cristianos, especialmente de los católicos. La devoción se ha encaminado a las diferentes advocaciones —virtudes y atributos— o situaciones de la vida de María. Desde su infancia hasta su muerte, destacan la devoción a María madre, virgen, inmaculada y asunta, dogmas declarados por la Iglesia católica: María Madre de Dios (Concilio de Éfeso, 431), María Virgen (Concilio de Constantinopla 531), Inmaculada Concepción (Bula Inefabilis Deus, 1854) y Asunción de María a los Cielos (constitución apostólica Munificentissimus Deus, 1950). El culto de devoción a María se llama hiperdulía, es decir, a María no se le adora, se le venera, ya que solamente se adora a Dios.

La inmaculada concepción tiene que ver con el dogma que afirma que María por gracia divina fue concebida sin la mancha del pecado original. Es interesante observar que, aunque el dogma fue declarado en 1854, la devoción por este estado de María es muy antiguo y fue promovido por los franciscanos desde el siglo xiii y por los jesuitas a partir del siglo xvi. Otras devociones marianas se refieren a lugares en donde se cree ha aparecido, como el Pilar, Lourdes, Tepeyac o La Salette.

En cuanto a la advocación de Dolores se remite a los pasajes evangélicos que narran la vida de Jesús, desde su presentación en el templo, a los pocos días de su nacimiento, como lo prescribe la Ley judía, hasta la soledad de María después de la muerte de Jesús. Su devoción ha sido muy importante en Guanajuato, al menos desde el siglo xviii en que se volvió frecuente bautizar a las niñas con el nombre de Dolores. Además, algunos callejones llevan el apelativo de Dolores.

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1 Departamento de Derecho, División de Derecho, Política y Gobierno de la Universidad de Guanajuato, Campus Guanajuato.

De acuerdo con los evangelios, la vida de María fue marcada por siete dolores intensos2:

1. Profecía de Simeón: “Una espada atravesará tu corazón” (Lucas 2:34-35).

2. La huida a Egipto (Mateo 2:13-14).

3. Jesús perdido en el templo (Lucas 2:41-50).

4. Jesús con la cruz a cuestas y con las mujeres en el camino al Calvario (Lucas 23:26-27).

5. Crucifixión y agonía de Jesús (Juan 19:25-28).

6. María recibe a Jesús muerto (Marcos 15:42-46).

7. Entierro de Jesús y soledad de María (Mateo 27:57-60).

La devoción a la Virgen de los Dolores y de la Soledad se remonta al siglo xii, a partir de las meditaciones sobre María al pie de la cruz y en el siglo xiv a los siete dolores. En 1423 se celebró un sínodo (concilio) en Colonia, Alemania, a partir del cual se fijó el tercer domingo después de Pascua la celebración a la Dolorosa en desagravio por los conflictos con los husitas y sus movimientos iconoclastas. En 1668 el papa Clemente IX concede a los Siervos de María (servitas) conmemorar los Siete Dolores de María el tercer domingo de septiembre. Años más tarde, en 1727, el papa Benedicto XIII vuelve la celebración a la Virgen María en su advocación de los Dolores de observancia general de toda la Iglesia y designa como fecha de celebración el sexto viernes de Cuaresma, es decir, el viernes anterior al Domingo de Ramos.

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2 Ver imagen 1.

En España, el culto se difundió durante el siglo xvii, a partir del reinado de Felipe IV, por influencia de su esposa Mariana de Austria. De ahí pasa a la Nueva España, donde se extendió el culto a la Virgen de los Dolores a finales del siglo xvii y durante el transcurso del xviii, en buena medida gracias a los jesuitas y a los agustinos. En 1913 el papa Pío X fijó la celebración el 15 de septiembre que es cuando se festeja oficialmente.

En Guanajuato, esta devoción a la Virgen se ha manifestado en múltiples relatos, leyendas, poemas, altares y procesiones, nombres de callejones y haciendas, celebrándose tanto el sexto viernes de Cuaresma como el 15 de septiembre. Sin embargo, el viernes de Dolores es el más popular, aunque

en la actualidad se ha vuelto una fiesta profana. Los dolores de María se celebran con altares en los zaguanes de las casas, oficinas y negocios con profusión de flores, incienso y música, además de ofrecer agua fresca y nieve. Asimismo, se pone una imagen de la Virgen de los Dolores rodeada de banderitas de colores, papel picado, flores y frutas, entre ellas manzanas y naranjas. Los altares se cubren con manteles morados que significan preparación para la Pascua y penitencia. Las frutas cubiertas con hojas de oro volador simbolizan el pecado, pues son frutos dulces y amargos al paladar. Además, se colocan ollas de barro o vitrioleras con agua fresca que representa las lágrimas de la Virgen María en el momento de la Crucifixión de Jesús.

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Altar en casa particular

La devoción a la Virgen de los Dolores ha inspirado poemas como los siguientes:

Dolorosa de altar y flores

Cuanta tristeza y pesar me causa el verte dolorosa y compungida, al llorar a tu hijo, por la muerte; y al llorar a nosotros, por la vida.

Se confunden tus lágrimas de sangre con las flores y el color de la jamaica, las heridas profundas de tu alma se reflejan con ceras y sahumerios en las jícamas, limas y naranjas. Trigos de olores amarillos y colores de tumba y mortaja, que se esconden turbados al oír el rasgueo de las guitarras, y recoger los morados velos, para dar paso al bullicio y la profana.

Francisco José Caballero Vértiz, 1994.

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Templo de la Compañía

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Porque entre albas cortinas y entre flores de tu jardín y germinada chía, y naranjas con oros voladores, encuadras tu sentida Poesía en un altar de viernes de Dolores.

José Juan Tablada, “Retablo a la memoria de Ramón López Velarde”, vv. 41-45, en La Feria (Poemas mexicanos), 1928.

Fuentes

Archivo Histórico del Poder Ejecutivo de Guanajuato.

Catecismo de la Iglesia Católica.

Florencia, Francisco de, Zodiaco mariano.

García Cubas, Antonio, México de mis recuerdos

Marmolejo, Lucio, Efemérides guanajuatenses.

Prieto, Guillermo, Memorias de mis tiempos.

Virgen de los Dolores, arte plumario

Tierra de mis Amores, desde 1959. Artículos de Erasmo Mejía, Alberto Ruiz Gaytán, Mario Ruiz Santillán, Manuel Leal, Jesús Elizarraraz, Fulgencio Vargas, Juan José Araiza, Peque Gutiérrez.

Zamora Plowes, Leopoldo, Quince uñas y Casanova aventureros.

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El dolor virreinal guanajuatense

La tradición de celebrar con gran fervor el Viernes de Dolores, en la ciudad de Guanajuato y pueblos aledaños, tiene su origen en la arriesgada forma de vida de los mineros, además de la relación con las celebraciones religiosas de la época virreinal, específicamente con la Semana Santa y sus preparativos. Lo que viven los mineros y sus familias de alguna forma es similar a lo que vivió la Sagrada Familia, especialmente durante la “Pasión de Jesucristo”, que consiste en el periodo desde que Jesús es condenado a muerte hasta su resurrección.

Festejar a la Virgen María en sus diferentes advocaciones es una tradición muy antigua, pero dentro del calendario católico, a partir del año 1472, el papa Benedicto XIII estableció que toda la Iglesia conmemorara a la Virgen de Dolores el viernes previo al Viernes Santo.4 Esta celebración consiste en reflexionar sobre los siete dolores que la Madre de Jesucristo vivió: la Profecía de Simeón en la presentación de Jesús en el templo sobre la daga que atravesaría su corazón, la huida a Egipto por la amenaza de muerte del rey Herodes, la perdida del Niño Jesús en el templo de Jerusalén platicando con los doctores después de las fiestas de la Pascua judía, el encuentro con Jesús cargando la cruz por la condena recibida, la crucifixión, muerte y entierro de su amado hijo.

Todo el sufrimiento, angustia y riesgo de vida que pasa en el mundo de la minería, comparable con la pasión de Jesucristo, queda resumido en la celebración de la Virgen Dolorosa. Podemos identificarla en una gran cantidad de obras de arte que se elaboraron en la época virreinal, con la riqueza del auge minero y que ahora son parte del patrimonio histórico y cultural guanajuatense las cuales, en términos de monumentos, han pasado a ser patrimonio del mundo entero, ya que se han conservado por las tradiciones de la Cuaresma y Semana Santa.

Los testimonios artísticos de temática pasionaria los podemos encontrar en diferentes partes de la ciudad de Gua-

3 Las imágenes son propiedad de la autora.

4 Harumi Suzuki. (2022, 8 de abril). “Hoy es Viernes de los Dolores: ¿Qué es y dónde se celebra?”. En ACI Prensa. Recuperado de: https://www.aciprensa.com/noticias/hoy-es-viernesde-los-dolores-que-es-y-donde-se-celebra-22888/. Fecha de consulta: 23 de febrero de 2023

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najuato y pueblos mineros de los alrededores, especialmente en los templos. Más allá de los crucifijos y estaciones del Vía Crucis que oficialmente deben tener, así como de las representaciones de la Virgen Dolorosa que podemos encontrar, hay una gran cantidad de pinturas y esculturas pasionarias decorando fachadas e interiores, por lo que haremos un breve recorrido por algunos recintos para identificarlas.

La colección de esculturas pasionarias que se utiliza en la representación escénica del Vía Crucis, llamada Tres caídas, está conformada por: El Nazareno o Nuestro Padre Jesús que es un Jesús de Nazaret, vestido con una túnica roja o morada, escultura regularmente articulada para estar en diferentes posiciones, con la cruz a cuestas y la corona de espinas; la Virgen Dolorosa es una imagen femenina con aspecto doliente y en llanto, vestida de color morado, con una o siete dagas encajadas en el pecho; el apóstol San Juan es la figura de un joven, con túnica roja y manto verde; el Divino Preso es Jesús atado de las manos, encarcelado, con corona de espinas; el Señor de la Columna es Jesús atado a la columna donde fue flagelado, con la espalda descubierta y llena de heridas sangrantes; la Virgen de la Soledad es la advocación de María vestida de luto; y el Santo Entierro es Jesús yaciente envuelto en sabanas dentro de una urna.

Estas piezas las encontramos en los templos de La Compañía y San Roque, así como en templos de los pueblos mineros de Mellado, Santa Ana, la Luz y Monte de San Nicolás, justamente porque existe la tradición de representar el Vía Crucis: se realiza una procesión donde las figuras son decoradas con flores y llevadas en andas por los miembros de las hermandades de cargadores y cargadoras, a manera de penitencia los viernes santos.

Cargadores del templo de La Compañía

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En la fachada del templo del Señor de Villaseca, en Mineral de Cata, encontramos en el relieve de cantera estilo barroco, una serie de medallones con las escenas de la pasión de Cristo, aunque dicha narración inicia y termina en el interior del recinto. Además, en el interior de la base de la cúpula también encontramos una serie de pinturas que remiten a objetos utilizados en la pasión de Jesucristo.

Detalle de la fachada del templo del Mineral de Cata

Dentro de una de las capillas laterales del templo de San Diego, la dedicada al Señor de Burgos está decorada con elementos pasionarios. Destacan las figuras en las pechinas, que no sólo muestran objetos utilizados en el martirio y muerte de Jesús, también presentan su presencia en el sacrifico del altar, como la vid y el trigo, el cáliz y la hostia, símbolos del cuerpo y sangre de Jesucristo, similar a la decoración interior de la cúpula del templo de San Sebastián.

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Pechina de la capilla del Señor de Burgos

En las fachadas de algunas casas del centro histórico hay relieves en cantera de tema pasionario. Una de ellas es la que encontramos en la calle Sopeña, donde se representa El Calvario que iconográficamente simboliza las tres cruces donde ejecutaron a los dos ladrones y a Jesús.

Calvario en la calle Sopeña

La representación del dolor, fruto del sacrificio para obtener la gloria, está presente en diferentes formas, no sólo en los templos, sino en la cosmovisión heredada por los mineros fundadores de la ciudad. Esta se mantiene viva en la tradición del Viernes de Dolores, a pesar de que oficialmente en el calendario católico la conmemoración de la Virgen Dolorosa cambió de fecha, desde 1814, cuando el Santo Padre Pío VII propuso festejarla el 15 de septiembre, un día después de la Exaltación de la Cruz, día que también podemos relacionar con otro importante acontecimiento histórico con impacto nacional. Conservar nuestras bellas tradiciones sin olvidar su origen y todos los elementos que la componen, que en este caso son testimonios que nos remiten a la reflexión sobre la recompensa que trae del sacrificio voluntario por amor, lleva a disfrutar de la Gloria. Cada Viernes de Dolores preguntamos, “¿aquí ya lloró la Virgen?”, para saciar nuestra sed de ser reconfortados de todas nuestras aflicciones, con las lágrimas de María, madre de Dios y madre nuestra, representadas en el agua y nieve que ofrecen los guanajuatenses, quienes ponen sus altares dedicados a la Virgen Dolorosa en las entradas a las minas, las casas particulares y edificios emblemáticos.

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Golosinas de Antaño

A la memoria de ese Gran Señor que supo siempre ser Armando Olivares Carrillo, dedico este modestísimo trabajo con admiración y respeto.

Josefina Z. Vda. de ROMERO

No sé por qué razón, al comenzar a escribir estos renglones, viene a mi mente aquella parte del romance de Jorge Manrique a la muerte de su padre Don Rodrigo que dice:

¿Que se hizo el Rey Don Juan? Los Infantes de Aragón ¿qué se hicieron? Que fue de tanto galán, ¿Qué fue de tanta invención como truxeron?

Tal vez porque, al repasar en mis recuerdos, lamenté que se hayan perdido todas aquellas costumbres que hicieron de mi niñez una edad feliz, a cuya dicha contribuyeron en gran parte las variadísimas golosinas que por entonces se vendían en Guanajuato, o bien se confeccionaban en nuestras casas como algo obligado y tradicional.

¡Cómo saboreo todavía aquel exquisito postre de leche que hacía mi abuelita! Y los buñuelos mojados en miel de azúcar con sabor de vainilla, salpicados de roja grajea y que le dieron tanta fama a mi madre. Y qué decir de aquellos ates de perón y de membrillo que en diferentes figuras (leones, perros, canastas, etc.) se guardaban en las alacenas de un año para otro. La capirotada, las torrejas, el arroz con leche, la cajeta de camote y guayaba, las conservas de distintas frutas que según la época, era de rigor se sirvieran después de la comida o a la hora de la merienda, acompañando aquel sabroso chocolate molido en casa, y los panecitos también caseros, o procedentes de la panadería de Don Pancho Romero que eran verda-

deros pastelillos: rosquitas de manteca, campechanas, colchones, ladrillos y tantos otros.

Interminable sería la lista de todas aquellas golosinas que fueron nuestras delicias, en una edad en que más que la comida, nos llamaban la atención los dulces, la fruta y los antojitos. Baste recordar algunas: la fruta de horno, los tostaditos y suspiros de La Presa, los puerquitos, los mamones, los pasteles de olla de Mellado, las brillantes pastillas de gota de diversos colores y sabores, las botellitas de azúcar con licor, las varitas y coronitas de azúcar, las bolitas de caramelo, también de sabores así como las charamuscas “corriosas”, las trompadas, las sabrosas pepitorias de semilla, de cacahuate y de pingüica, los muéganos, el ponteduro y el pinole, los pirulís y pastillas de tamarindo; el algodón de azúcar y el “buen turrón de almendra” que todas las tardes voceaba Chencho Rodríguez, junto con el pan de huevo, (que sí tenía huevo) sobre todo el de queso calientito y esponjado; las maravillas de panquecitos de las señoritas Barrera los cuales vendía Cleto, aquel que, cuando le pedían fiado contestaba “fiar sólo en Dios”; borrachitos, suspiros de monja, huevitos de faltriquera y mil cosas más. Aquellas gorditas de regalo que se deshacían en la boca y las otras de manteca saladitas; las famosas gorditas de cuajada, riquísimas, los dulces cubiertos, las pastas de almendra, los jamoncillos y las cocadas de leche, de fama en todo el país; el cuero de membrillo, de perón y de durazno que vendían Don Pancho y Rosita

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la zapatera, con el alfajor de coco de agua y la fruta pasada traída de San Juan de los Lagos; los sabrosos merengues del Tarandarí; en fin, hasta aquellas curiosas hormigas mieleras que vendían por docena en unas cajitas de papel y que tenían en la pancita un globito transparente, como una gran perla de éter, que nos reventábamos en la boca para saborear una miel perfumada, olorosa a yerba fresca serrana.

Y en cuanto a antojitos, allí estaban el pollo del Puertecito y el de “Per- feta” en Los Ángeles; las enchiladas de comal por todas partes, las quesadillitas de San Fernando con su relleno de picadillo, de sesos, de papa con cebolla y de chile con queso: los relojitos del “Nino’ , con el que siempre estaban endrogados los estudiantes del Colegio del Estado y quien, para cobrarles, les decía: “Nino, acentavízame o te agendarmízo”; los ricos tamales cernidos,

los buñuelos “humildes y soberbios” con su correspondiente atole prieto; los chicharrones y carnitas calientitos que gritaba un vendedor “aquí están los de puerco y puerca”; la longaniza que hacía Don Concho Silva tan bien condimentada que cuando se freía a todo el vecindario se le hacía agua la boca, etc., etc. Debo advertir que en este aspecto no era mucha la variedad, primero, porque en aquella época era mal visto comer en la calle y por otra parte las amas de casa tenían a orgullo el saber cocinar espléndidamente.

En fin, echo de menos aquello que ha ido desapareciendo, ahora sustituido y no con ventaja: las mexicanísimas tortas y tostadas por los sandwiches y hotdogs; las aguas frescas hechas con la auténtica fruta por los apochados refrescos Coca-Cola, OrangeCrush, Ginger-Ale, etc. Da tristeza que se vayan perdiendo tantas costumbres tradicionales, que daban un sabor especial a la provincia y que constituían hogares sólidos, exentos de rebeldes sin causa y de jugadoras de canasta uruguaya.

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Romero, J. “Golosinas de antaño”, revista Tierra de mis amores, edición del recuerdo, año 6, 20 de marzo de 1964.

El Viernes de Dolores de los mineros cooperativistas

La celebración del Viernes de Dolores realizada por los habitantes de la ciudad de Guanajuato es una de las manifestaciones culturales sobre las que se ha escrito en abundancia en el ámbito local. En el año 2022, el municipio de Guanajuato por medio de la Dirección General de Cultura y Educación publicó en formato electrónico una compilación de textos de diversos autores sobre el Viernes de Dolores, lo que resultó en una muestra representativa de publicaciones sobre la festividad.6

En esta ocasión nos ocupamos de narrar algunos aspectos sobre la forma en cómo llevaban a cabo el festejo del Viernes de Dolores los mineros que integraban la Sociedad Cooperativa Minero Metalúrgica Santa Fe de Guanajuato, S. C. L. No. 1, empresa que estuvo presente en el escenario local entre los años de 1939 a 2005. Sobre todo, nos referiremos a las representaciones en los altares dedicados a la Dolorosa por parte de los mineros a finales de la década de 1990 y hasta el año 2005, fecha de cierre de la empresa. En estos altares podemos encontrar elementos propios del mundo laboral de los mineros, como lámparas, cuarzos, herramientas de trabajo, motores antiguos e incluso algunos reconocimientos.

No tenemos certeza de cuándo los mineros comenzaron a participar en la celebración del Viernes de Dolores. No obstante, sí sabemos que durante el siglo xviii, en 1761, se colocaron algunos altares en los portales de las llamadas Casas Reales de la ciudad para que los habitantes manifestaran su devoción, y que dos haciendas de beneficio ubicadas extramuros de la ciudad y en Real de Marfil se nombraban de Nuestra Señora de los Dolores en la década de 1770.

Los cooperativistas del siglo xx, como eran conocidos en la ciudad los que laboraban en la Cooperativa Santa Fe, fueran mineros o ingenieros, comenzaban los preparativos para el Viernes de Dolores con semanas de anticipación. La festividad, comentaban los mineros, era la ocasión para manifestar su devoción a la Dolorosa y para convivir ese día con familiares y amigos y mostrarles su lugar de trabajo, compartir con ellos nieve, aguas frescas, alguna tostada de ceviche o caldo de camarón e incluso una cerveza.

Por ejemplo, en la mina La Valenciana la colecta para el Viernes de Dolores comenzaba desde el mes de enero, pues había que reunir el dinero necesario para comprar las veladoras, el manto, las flores y algunos detalles más para el altar, además de pagar la nieve, el ceviche y las cervezas. El capitán de la mina, el ingeniero Cándido Tovar, apoyado por el perforista don Rosendo Macías, se encargaban de organizar la colecta y rebajar de la raya total de los mineros la cuota para el Viernes de Dolores. Don Rosen-

5 Departamento de Derecho, Laboratorio de Historia Oral.

6 Eduardo Vidaurri Aréchiga (comp.). (2022). Viernes de Dolores en Guanajuato: Poesía, simbolismo, historia y tradición. Guanajuato: Dirección General de Cultura y Educación.

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do y el ingeniero Cándido se tomaban muy en serio esta labor. Sabían que tanto el altar de La Valenciana como la celebración serían comparados con las realizadas por otras minas de la Cooperativa como Rayas y Cata, y con lo realizado en los talleres y departamentos ubicados en las Oficinas Generales de Cata. Ninguna mina o departamento quería quedarse atrás, ponían gran empeño en esta celebración.

No solamente les iba en ello el reconocimiento de los compañeros del gremio, también era la devoción a la Virgen de Dolores y con esto el agradecimiento por favores recibidos. En una ocasión, en uno de los últimos años del siglo xx, en la Planta de Beneficio de la Hacienda de Bustos, uno de los encargados de comprar la flor para el altar para la celebración no lo hizo, días después la imagen de la Virgen que estaba colocada en la pared cayó al piso. Sus compañeros aseguraron que fue por la falta de la flor por lo que al día siguiente del suceso quien había olvidado comprar la flor llenó el pequeño altar de flores.

No podemos afirmar que con la fundación de la Cooperativa Santa Fe en el año de 1939 se retomó la celebración a la Virgen de Dolores por los mineros cooperativistas, la revisión al libro de cuenta del año 1938-1939 sobre los gastos erogados por la naciente organización obrera no consigna ninguna cantidad destinada para esta celebración, como sí consigna otros gastos. De lo que se tiene certeza por la existencia de fuentes es que la celebración del Viernes de Dolores por los cooperativistas, junto con la procesión a la Virgen de Guanajuato, eras las festividades religiosas que de manera ininterrumpida se llevaron a cabo durante al menos las últimas cuatro décadas de existencia de la Cooperativa Santa Fe.

El Viernes de Dolores acudían a la Cooperativa Santa Fe el señor abad a celebrar una misa, así como las autoridades locales y estatales que participaban de la celebración y en ocasiones ayudaban en el reparto de la nieve a los visitantes. Era común que en las oficinas de la planta alta de la Planta de Beneficio de Bustos, justo en donde se encontraba el despacho del gerente de la Cooperativa, se ofrecíera una comida abundante y generosa a los invitados especiales: las autoridades locales y estatales, y algunos representantes de la Escuela de Minas de la Universidad de Guanajuato.

En los patios de Bustos y en las minas estaba la población en general disfrutando de la celebración, el ambiente festivo contagiaba a propios y extraños. La Cooperativa Santa Fe estaba organizada por áreas o departamentos de acuerdo con las actividades específicas de la minería, así que cada área o departamento organizaba su celebración y montaba su altar en honor a la vir-

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gen de Dolores. Los altares tenían elementos particulares y característicos de cada uno de los departamentos o de las minas y eran una manifestación del ingenio de los mineros y de algunos ingenieros. Por ejemplo, el Taller Eléctrico colocaba el altar utilizando como base un antiguo y enorme transformador, colocaban la imagen de la Dolorosa en la parte superior, adecuando algunas luces para iluminar a la Virgen. El altar que se colocaba en la Fragua y Fundición contaba con elementos que ellos mismos habían elaborado, como un Cristo forjado por ellos o varias estrellas pequeñas de metal que colocaban en el manto que servía de fondo a la imagen de la Virgen. El departamento de ingenieros contaba con un altar chico labrado en una sola pieza de cuarzo, en el interior colocaban una pequeña imagen en relieve de la Dolorosa. Esta pieza era motivo de orgullo para los ingenieros. Una constante en estos altares era la colocación de cuarzos o de piedras que habían extraído de las minas.

Algunas minas y departamentos llegaban incluso a celebrar una misa, ya fuera en el interior de la mina, como era el caso de Rayas, o en los patios, como ocurría en Valenciana. Algunas con-

taron en ocasiones con un grupo musical que amenizaba el baile. En Rayas, a fines del siglo xx, después de la misa comenzó el baile amenizado por un grupo musical que se nombraba Nivel 420 en alusión a uno de los niveles de esa mina. En Valenciana, el altar se colocaba debajo de dos álamos que con mucho cuidado cultivaba don Rosendo Macías, quien había sido perforista por más de 20 años y

que cuando tuvo que dejar su oficio a causa de la silicosis que le afectó, se encargó del cuidado de los jardines de la mina. Don Rosendo, semanas antes del Viernes de Dolores, comenzaba a podar el follaje de los álamos para tenerlos listos para ese día. El follaje de estos árboles le servía para diseñar la

silueta del altar, colocar en su interior la imagen de la Dolorosa, que cuidaban con celo en la mina, además de colocar cuarzos y los diplomas que le habían otorgado como reconocimiento a su altar en años anteriores por parte del Ayuntamiento, que año con año organizaba un concurso de altares para el Viernes de Dolores. Esta era una fiesta para los mineros, compartían sus altares llenos de símbolos de su trabajo cotidiano con la población de Guanajuato, sobre todo con sus familias y con las personas que habitan en los callejones y que gustosas acudían a alguna de las minas de la Cooperativa a escuchar misa y después a comer, beber, bailar y conocer el lugar de trabajo de sus padres o hermanos. La festividad del Viernes de Dolores que se atribuye a los mineros se celebró por última ocasión por los mineros cooperativistas en el año 2005. Aunque se continuó una vez que la Cooperativa fue adquirida por un corporativo transnacional, lejos quedaron la colocación de altares en cada mina o departamento, pues no se autorizó por parte de las nuevas autoridades. En el Viernes de Dolores de 2006 no hubo descanso para que los mineros ofrecieran sus altares a la Dolorosa.

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El ánima del templo de San Diego

En el interior de los antiguos muros y entre las estrechas calles de Guanajuato han ocurrido a lo largo de los siglos incontables historias, algunas con tintes de leyenda, como la que hoy compartiré con estas letras y que fue contada a mi abuela por una vieja amiga, un día cuya fecha se perdió en la memoria del tiempo. El hecho ocurrió hace muchos años, cuando a quien llamaré Anita, un día de Cuaresma, fue a visitar por la tarde al Santo Cristo de Burgos que se encuentra en una de las capillas laterales del templo de San Diego y entonces le sucedió lo siguiente: Ese día, al terminar sus tareas cotidianas en casa y al ser la hora en la que el sol pronto se ocultaría tras el horizonte, decidió ir a ver al Señor de Burgos, como solía hacerlo algunas tardes para pedir su auxilio y bendición, o simplemente pasar un momento en su compañía.

Al entrar a la capilla, se santiguó, oró de rodillas por unos minutos y después se sentó en una de las bancas que están colocadas frente a la sagrada imagen, cerró sus ojos un par de segundos y se quedó dormida.

Más tarde, sin saber cuánto tiempo había pasado,

Anita despertó. De repente no supo dónde estaba porque se encontró rodeada de una completa oscuridad y un gran silencio. En un instante, al comprender lo que había sucedido, un profundo miedo la invadió. El sacristán que tenía a su cargo el templo, sin haberse dado cuenta de su presencia, sola la dejó encerrada dentro.

Ella, armándose de valor, se puso de pie y como pudo, tentaleando los muros y tratando de ver entre la negra penumbra se dirigió hacia la entrada principal de la iglesia para pedir ayuda. Durante el transcurso de su camino, su temor aumentó, pues a cada paso que daba sentía que la miraban.

—¡Es el Señor, es la Virgen, son mis santitos! —Se decía a sí misma para tranquilizarse y poder seguir adelante.

Así llegó hasta la puerta y con toda la intensidad de su voz y la fuerza de sus puños, comenzó a golpearla y a gritar.

—¡Auxilio por favor, que alguien me abra!, ¿me escuchan?, ¡estoy aquí encerrada!, ¡socorro!, ¡socorro!

Pero era inútil, nadie la oía, pues ese día era jueves de serenata y además de su

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propia algarabía y barullo, las personas sólo podían escuchar la música de la banda que tocaba una alegre marcha en el kiosco del jardín y más allá se escuchaba el cantar de los tunos de la estudiantina. Así estuvo Anita intentando con desesperación un buen rato, hasta que agotada, dio media vuelta y resignada en esperar el amanecer, se sentó en una de las bancas que están junto a la puerta, bajó su cabeza y cruzando sus manos las apretó junto a su pecho. En eso estaba, cuando a lo lejos, desde el interior del templo escuchó un murmullo, una voz que muy quedo, pero con firmeza le decía: —¡Ven, ven, sígueme, por aquí podrás salir! Más atemorizada que al principio, sintió su cuerpo estremecer de terror, pues entre lo oscuro, apenas pudo distinguir que quien le hablaba era una sombra de forma humana, que ligera se movía por la nave central del templo. Ante la insistencia del llamado y casi paralizada por el pánico, Anita la siguió hasta llegar nuevamente en medio de la capilla del Señor de Burgos, donde esta misteriosa sombra se detuvo para señalarle una esquina donde aún se encuentra una pequeña puerta. Lentamente se abrió, permitiéndole salir y después volvió a cerrarse tras su espalda sin darle oportunidad de agradecerle por ayudarla a quien ella consideró era el ánima de alguna persona de las que se encuentran ahí sepultadas descansando, en ese lugar consagrado.

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Cuenta la leyenda que las personas que llegan a vivir a Guanajuato no pueden irse

Yo estoy convencida que el lugar donde naces te determina para siempre. Que hay lugares que te condenan.

Si alguien me pregunta sobre el tiempo, yo me quedé en 2019. Cuando veo la fecha y el año en el que estamos ahora me sorprendo muchísimo porque además, ya son cuatro años de distancia de aquel marzo caluroso de 2019 en el que estaba en Guanajuato preparándome para el Día de las Flores y la llegada de la primavera. Quizá a muchas personas se nos detuvo el reloj en ese año y pienso en ese momento porque cumplí 15 años viviendo en Guanajuato capital. En dicho año comencé a plantearme la idea de mudarme a otro lugar, sentía que ya estaba lista para explorar nuevos territorios y me puse a pensar en muchas posibilidades: la primera era irme a un pueblo muy pequeño y vivir en una cabaña alejada de todo y de todxs; mi segunda ruta era irme a un país lejano y diferente, nunca supe a cuál y además era una labor complicada; y la tercera posibilidad era mudarme a una ciudad muy distinta, un lugar muy peculiar que se caracteriza por el ruido, el smog y la locura desenfrenada, la Ciudad de México. Mientras tomaba una decisión, de alguna manera, me fui despidiendo de la ciudad que me vio llegar a los 17 años para vivir por primera vez fuera de la casa de mis papás. A los 17, Guanajuato me parecía un lugar muy misterioso, a pesar de que está muy cerca de León —mi ciudad natal— creía que viviría en una ciudad de otro tiempo, de tortillas amarillas, pan de muerto de anís y cajeta de camote. Llegué con mi maleta, una mochila y un kilo de tortillas de maíz “normal”, con todo ese cargamento tuve que subir muchas escaleras del callejón “Los imposibles”. Justo eso, creía que era imposible que existiera una ciudad en la que tuviera que caminar cuesta arriba para abrir una puerta y adentrarme a una casa vieja y húmeda, pero con la mejor vista, en la que resplandecían los bellos cerros

guanajuatenses cada vez más poblados e iluminados.

De repente, varios años después seguía en el lugar de los cerros, los callejones, las mañanas tranquilas, y me convertí en guanajuatense, es decir, hablaba usando estos términos: “tengo que subir, pero cuando baje te aviso”. Me dejó de sorprender ver vacas en las glorietas o que las chivas y borregos detuvieran el tráfico mientras cruzaban de un extremo a otro. Sabía perfectamente dónde estaban las mejores cantinas de la ciudad, la tiendita de Don Max y fui testigo de cómo hubo tamales que costaban 3 pesos y ahora cuestan 10, el mismo señor continua cantando cerca del puente del Campanero: “tenemos tamales de verde, rojo, mole y también hay champurradoooo”.

Los primeros años de mi vida guanajuatense disfruté mucho encontrarme a las mismas personas y saludarlas a diario, pero fue justo en 2019 cuando escribí un texto que incitó al “no saludo”: “En Guanajuato la mayoría de las actividades se concentran en el centro de la ciudad desde las recreativas y laborales, el paseo por los mismos sitios hace que saludes a aquel desconocido que te encuentras a la misma hora, sus caminos se cruzan, los rostros se vuelven cotidianos y el saludo es un acto mecánico. También existe la posibilidad de encontrarte a tus amigos y si el humor es favorable incluso les das un abrazo, de lo contrario, también tratas de escapar, ¿ver el teléfono?, ¿desviar la mirada?, ¿existen más recursos para disgregarse?”

Tengo que confesar que la razón que me motivó a irme de la ciudad fue una de sus famosas leyendas, no sé qué tan verídica es, pero la escuché de uno de los niños que cuentan historias a los turistas que pasean por los callejones. Con el ritmo que caracteriza desde temprana edad a la voz de los guanajuatenses escuché decir al chamaco:

Viernes de Dolores de 2023 21

“cuenta la leyenda que las personas que llegan a vivir a Guanajuato no pueden irse, pues la ciudad lxs atrapa, pero no sólo físicamente, también atrapa su mente y hace que por los metales, por el mercurio, la gente se quede no loca pero sí incapaz de vivir en otro sitio”.

Quería retar a la leyenda y demostrarle que sí se puede salir de ese lugar misterioso y bello, que podemos salir de Cuévano sin problema. El tiempo se detuvo en 2019 porque una pandemia lo paralizó, entonces me quedé y en mi mente rondaban pensamientos: “es verdad, la leyenda es verdad, no podremos salir porque cuando tenemos la intención algo pasa y esta vez fue una pandemia, pero sucederán nuevas cosas que nos obliguen a seguir aquí”. Luego, en cuanto tuve la oportunidad, hice una mudanza y me fui.

Guanajuato me recibió a los 17 años y yo dejé de vivir ahí casi 17 años después, me quedé con la tercera opción, la Ciudad de México. Los primeros días, aunque estaba en el mismo país y de cierta forma conocía el lugar, me sentía muy extranjera: ya no estaban los callejones, las montañas, las subidas y bajadas para llegar a algún lugar caminado, ya no había a quién saludar, además, el paso de los peatones se aceleró demasiado en comparación con los caminantes guanajuatenses que parece que tienen toda la calma y todas las ganas de quedarse a platicar en una banqueta de sus estrechas calles.

Ya no puedo invitar a alguien que me gusta a “subir el cerro”, ya no me despiertan las campanadas de las iglesias o los gallos que anuncian el amanecer, no he visto ninguna vaca en las glorietas o cerca del metro, en cambio los cláxones de los conductores desesperados me hacen notar que ya es de día, al igual que una melodía clásica: “Se compran, colchones, tambores, refrigeradores, estufas, lavadoras, microondas, ¿o algo de fierro viejo que vendan?”

Me fui de Guanajuato con la idea de no volver, pero en realidad no me fui nunca porque su recuerdo habita en mi cabeza con una añoranza peor que la de un ex novio que tienes que dejar ir. Guanajuato habita en mí cada que me quejo de las distancias lejanas, me habita cada que cruzo las avenidas corriendo porque me da miedo que estén tan grandes. Guanajuato habita en mí cada que digo que me hace falta montaña, habita en mí cada que pido agua mineral en vez de “un tehuacán” y Guanajuato me habita cada que camino varios kilómetros porque pienso que no está tan lejos el lugar al que quiero llegar. Tal vez no nací en Guanajuato capital, pero fue la ciudad en la que crecí para ser una adulta y quizá en cada etapa de la vida vamos naciendo de nuevo, por eso, como dice Leila Guerreiro “El lugar en el que naces, te determina para siempre. Hay lugares que te condenan” y Guanajuato me condenó a que lo lleve conmigo a todas partes.

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