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Condiciones de la bravura
Y por eso mismo, porque el astado instintivamente lucha por su supervivencia, su intención es la de salir triunfante del combate, que para él es a muerte, o cuando menos imponerse con violencia ante un atacante al que busca dejar maltrecho para que así deje de acosarle.
Sobre esta consideración, el torero debe tener la destreza suficiente para mover el engaño de tal manera que el toro lo vea como un animal que aparentemente huye, pero sin llegar a desistir de su acoso. Es decir, que el astado persiga a ese depredador reconvertido en presa, pero no de cualquier forma, sino de acuerdo a los deseos del lidiador y a su concepto artístico, con el cual desea obtener el mayor dominio y lucimiento durante la faena.
La neutralización de los defectos o las carencias del comportamiento de los toros para una mayor brillantez de la lidia, igual que la potenciación de sus virtudes, se logran con la aplicación de las técnicas que, sobre el manejo del instinto bovino, se han venido desarrollando y perfeccionando a través de las diferentes épocas de la historia de la tauromaquia. Algunas de ellas, con sus diferentes matices, son las que expongo a continuación.
Su descripción se ha hecho posible gracias a la inestimable colaboración de dos de los mejores matadores de México, Manolo Mejía y Arturo Saldívar, cuyas opiniones y certezas se suman a lo que he tenido la oportunidad de aprender de otros muchos matadores que asistieron a las tientas de mi ganadería.
El comportamiento ofensivo del toro de lidia en la plaza, su agresividad natural, es decir, su bravura, suele estar determinada por cuatro condiciones o virtudes básicas: la raza, la fiereza, la codicia y la movilidad.
La raza es la piedra angular de la bravura, una irrenunciable actitud combativa que refleja la carga genética que le viene de sus ancestros y que le lleva a crecerse al castigo y a mantenerse constantemente en la
pelea. Para mí, el toro más bravo es aquel al que le ha sido transferida genéticamente la intuición de que saldrá mejor librado de los depredadores atacando y no defendiéndose. El biólogo Fernando Gil-Cabrera sostiene que a mayor dopamina se produce mayor acometividad y codicia, mientras que la serotonina inhibe la agresividad.
La segunda, la fiereza, es la bravura llevada al extremo, casi salvaje, que le añade al animal una gran agilidad con la que transmite al tendido y al torero una evidente sensación de peligro. La codicia es la motivación que le hace perseguir con vehemencia el engaño que se le presenta ante los ojos con el fin de herirlo a toda costa. La movilidad es la condición que le estimula para acudir constantemente a los cites.
Normalmente el toro bravo embiste en cualquier terreno, incluyendo los medios, porque no requiere ir a las tablas a proteger uno de sus flancos. Conforme va pasando la faena y se va cansando, es posible que busque protección, por lo que, entre pase y pase, tendrá la tentación de ir a las tablas y de protestar, es decir, de embestir de manera descompuesta. Sin embargo, el verdaderamente bravo terminará peleando en el centro del ruedo.
Mucha bravura. Cuando el toro tiene mucha fiereza, codicia, raza o movilidad, el torero debe mantenerse muy alerta y prever que después de rematar o terminar cada pase el animal volverá a atacar rápidamente. Ante tal situación, lo más aconsejable es “reponer terreno”, o sea, aumentar suficientemente la distancia con el astado para intentar un nuevo embroque.
Tanto o más importante será conducirle con la muleta lo más baja posible, de manera que al humillar, al bajar la cabeza durante el pase para cornear al depredador, el toro haga un mayor esfuerzo en su avance y atempere así el ímpetu de su acometida.
Cuando el toro es muy codicioso también conviene, en algún caso, finalizar los pases a media altura, dándole cierto alivio, para que al embestir hacia arriba o en una posición más natural y menos forzada, el animal se desplace unos metros más. Además de la cabeza, levantará un tanto las patas delanteras hasta dar uno o dos pasos adicionales antes de volver al ataque, lo que contribuirá a un mayor desahogo en el desempeño del lidiador.
Con este tipo de toros especialmente agresivos es indispensable que los “toques”, los movimientos que como estímulo y guía de la embestida transmite el torero a la tela del engaño, sean más marcados de lo normal.
Con el toro codicioso el torero debe dejar el engaño presentado en la cara del animal tras el remate de cada pase, para que al retomar su acometida no tenga otro objeto ante sus ojos. Si deja de ver el objetivo en algún momento, hay muchas probabilidades de que, en su afán por atacar, le gane la acción al torero y termine por embestirle al cuerpo.
Ya desde el primer tiempo del pase, en el cite, el torero deberá colocar la muleta muy adelantada a su cuerpo, tanto como le alcancen su brazo y su cintura, para, una vez iniciada la arrancada del toro, empezar a moverla en la misma dirección del viaje de éste, haciéndole creer así que el depredador huye a cierta velocidad.
De esta forma podrá llevar al burel sometido en un recorrido largo, “tocando” con autoridad cada vez que se distraiga del engaño y llevando la tela de arriba a abajo en el trazo del pase hasta hacer que arrastre su parte inferior a ras de arena (videos 17 y 18)*.
Cuando un toro reúne estas características ideales de máxima bravura, el lidiador, usando su preparación física y atlética, debe actuar con mucha firmeza y una gran seguridad en sí mismo para resolver una situación tan compleja como la que representa el ataque continuo y desbordante del toro.
Bravura regular. Si las condiciones de la bravura no son tan acusadas o extremas, el torero debe cuidar la intensidad de sus toques en los cites y aplicar movimientos más suaves durante el trazo de los pases, de manera que, al sentir que su depredador reduce el brío, el toro sienta que va ganando la pelea y aumente su celo. De lo contrario, puede provocar que el animal termine huyendo.
Bravura nula. A los toros que les falta bravura de vez en cuando se les deja enganchar o topar el engaño, para hacerles creer que van ganando la pelea, que casi alcanzan a su depredador. De hecho, el toro cree que la mayor parte del tiempo está ganando el pulso porque su enemigo huye a sus embestidas o elude el enfrentamiento.
En caso de que la codicia y la bravura sean de escasa intensidad, el torero debe mantener la muleta a la altura a la que el astado embista por propia iniciativa, o solo un poco más baja, de manera que nunca la pierda de vista y la tenga a su alcance, pues únicamente así volverá a tomar el siguiente pase. También es conveniente plantear la lidia en los terrenos situados entre el tercio y las tablas, donde los astados más bajos de raza tienden a refugiarse. Pero de este aspecto especial hablaremos más adelante.
La pro ntitud
Los toros reaccionan arrancándose con mayor o menor tardanza al estímulo del cite. Cuanto más inmediata es su reacción o cuanto menos tiempo transcurre entre la provocación y la acometida se dice que el toro tiene más prontitud en su arrancada, que es más “pronto”, lo que, por lo general, denota un grado mayor de bravura.
Cuando la arrancada del toro no es muy pronta se dice que “tardea”, ya sea por falta de bravura, codicia o fuerza. En tal caso, el lidiador deberá provocarle acortando la distancia y cruzándose hacia el pitón contrario o incluso más allá de éste, para que el toro sienta que el depredador lo atacará por un costado, donde no tiene la defensa de los cuernos, y embista forzadamente. El lidiador también puede emplear la pierna del cite como señuelo. Y, aunque sea estéticamente poco recomendable, alentar la embestida golpeando fuerte el piso con el pie, lo que se conoce como cite “al pisotón” (video 23)*.
La distanc ia
Se llama distancia al espacio que hay entre el torero y el toro a la hora del cite y que éste necesita para embestir de manera adecuada. El lidiador debe identificar la distancia correcta a la que puede provocar la embestida del animal sin que éste proteste, ya que es distinta para cada individuo. Si el torero se aleja de la que toro demanda, éste no acudirá, pero si la acorta demasiado puede embestir protestando, de manera brusca o desordenada. Durante la lidia esa distancia va cambiando, normalmente se va acortando, y el torero debe identificar constantemente estos cambios para lograr un acoplamiento permanente.
Una mala elección de la distancia en los cites puede ocultar las verdaderas cualidades del toro. Un error muy común entre los toreros es el de “encimarse” demasiado al burel, lo que hace que éste, debido a su reducido ángulo de visión inmediata, no distinga bien al depredador que le está atacando y opte por regatear y descomponer su ataque. A este error se le denomina “ahogar la embestida”.
La aplicación de la distancia idónea es una de las partes de la técnica lidiadora menos perceptibles para el público, hasta el punto de que puede cambiar inconscientemente su juicio sobre lo que ve en la arena al no apreciar los efectos de los aciertos o errores del torero.
En realidad, la arrancada del toro es la reacción directa a la invasión de su “zona de espanto” -anteriormente explicada-, que no es otra que la distancia a la que se siente agredido y obligado a elegir entre huir del depredador como cualquier animal presa o defenderse atacando. Aunque no se puede tomar como un absoluto, los más bravos suelen arrancarse al ataque desde mayor distancia, como ya hemos dicho. Pero también es cierto que algunos toros embisten con mayor recorrido, humillación y suavidad cuando se les acorta la distancia del cite, mientras que con otros es necesario alejarse para conseguir mejores reacciones y prestaciones.
La prontitud en la arrancada y la distancia del cite son sendas coordenadas de tiempo y espacio estrechamente relacionadas, en tanto que la mayor o menor prontitud del toro tiene mucho que ver con el acierto del torero a la hora de escoger el lugar desde donde le incita a embestir.
Distancia larga. Al toro que se arranca desde una distancia larga se le debe citar con mucho espacio de por medio, y tratar de reponerse entre pase y pase para mantener la medida de manera homogénea. Para ello, el torero habrá de llamarle presentando la muleta lo más adelantada posible y muy “planchada” -plana- ante los pitones, a una altura algo mayor que cuando se le cita en corto y con un toque fuerte para centrar su atención. También debe empezar a mover el engaño un poco antes que en un muletazo instrumentado a menos distancia, ya que como acudirá con mayor velocidad e inercia, se aumenta la posibilidad de que el astado tropiece o enganche la tela (video 19)*.
En la mejor de las situaciones posibles, cuando el astado es bravo y presenta prontitud en la arrancada, casi sin necesidad de provocarle, es muy importante que el torero identifique inmediatamente la distancia desde la que lo hace. De no ser así, corre el riesgo de que la acometida se produzca antes de tiempo y le tome por sorpresa, descolocado o sin presentar adecuadamente la muleta, lo que puede propiciar un percance (video 22)*.
Distancia media. Si el toro se viene desde una distancia media, a unos cuatro o cinco metros, el torero debe dejar la muleta con el vuelo a ras del suelo y “tocar” por delante de la pierna contraria a la mano con la que cita (mano izquierda-pierna derecha y mano derecha-pierna izquierda).
Distancia corta. Esta característica normalmente se detecta desde el primer tercio. Sin embargo, el torero deberá citar siempre a una distancia mayor que la que parezca aconsejable e ir probando a hacerlo a menores distancias hasta encontrar la que consiga provocar al animal. Más vale equivocarse de largo que de corto.
En la corta distancia, a menos de dos metros, se procederá igual que en la distancia media, aunque con un toque y unos movimientos más sutiles (video 20)*.
Cua ndo el toro “ra sca ”
En los casos en los que la tardanza del toro en la embestida es muy acusada, es decir, cuando no es nada “pronto” en su arrancada, su pasividad suele estar acompañada del defecto de “rascar” la arena, lo que en España se conoce como “escarbar”. El astado arrastra la pezuña por el piso de adelante hacia atrás, como intentando echarse arena a los lomos, en una actitud que, aunque parece amenazante, denota cobardía: con este gesto algunos animales intentan que su depredador desista de la pelea.
En realidad, este comportamiento puede deberse a varias causas y no sólo a la falta de bravura o a la negativa a embestir, también se da cuando los toros tienen un exceso de nervio y temperamento o cuan-
do no se sienten cómodos en el lugar donde están parados, ya porque la arena sea abundante y muy suelta, porque esté embarrada o demasiado dura. No todo el astado que escarba, y es importante señalarlo, resulta obligatoriamente manso. Del mismo modo aclaro que en el argot se les llama mansos pero en esta raza no existe la mansedumbre, solo la bravura limitada.
El torero debe identificar el motivo por el que el toro “rasca”, pues puede ser incluso él mismo el que provoque este comportamiento si se sitúa fuera de la distancia idónea. Ante esto la solución es colocarse en el espacio adecuado. Pero si el toro rasca por su incomodidad en el terreno que pisa, el lidiador deberá cambiarle a otro área donde se sienta más firme sobre sus extremidades.
Cuando el origen de esta actitud es la pura falta de bravura, además de escarbar la arena el animal da pasos atrás, reculando y alejándose de la distancia de arrancada. En este caso, el lidiador deberá provocar la embestida dando un cauto paseo en diagonal en dirección hacia el pitón contrario, con la muleta siempre preparada y dando un toque firme que fije el objetivo, ya que cuando los mansos escarban es porque dudan en acometer, y si es así su ataque se produce de manera incierta y en el momento menos esperado (video 24)*.
Las “rascadas” de manso también pueden deberse a que la duda del toro no sea la de acometer o no, sino la de optar por hacerlo al torero o al engaño: si no se le presenta con claridad un solo depredador, porque el lidiador no está “tapado”, el astado atacará indistintamente. La única solución será la de que el torero se tape bien tras la muleta o el capote para fijar su atención en un único punto, pero después, en el momento del embroque, deberá abrir el engaño haciendo creer al toro que su depredador se desplaza hacia el pitón contrario.
Es importante tomar en cuenta que, casi sin excepción, al acto de escarbar y recular saliéndose de la distancia, el toro manso añade además la acción de bajar la cabeza casi hasta el suelo -lo que en España llaman “meter la cara entre las manos”- como preámbulo de una arrancada sorpresiva y violenta -arreón-. Entonces, antes de ci-
tar, el torero debe levantar el engaño lo suficiente para que el animal se fije en éste y levante a su vez el testuz, o retirárselo de la vista para provocar su curiosidad y hacerle desistir de esa actitud ultra defensiva, propia de la reservonería. Ya con el astado fijo y dispuesto podrá plantear un nuevo pase.
Las quere nc ias, cue stión espac ial
Además de la adecuación de la distancia, es importante detenernos en el decisivo juego de terrenos en que también se basa la tauromaquia. El toro bravo plantea la lucha con un sentido territorial, defendiéndose de la invasión de su espacio circular -zona de espanto o de ataque-, que se va reduciendo a medida que avanza la faena y el animal pierde vigor.
Es en el ámbito de esta cuestión espacial donde se enmarcan las llamadas “querencias” del toro, que no son sino el lugar, o los lugares, del ruedo donde éste se siente más seguro o protegido y en donde tiende a refugiarse.
Las querencias se aprecian más en los toros menos bravos y pueden situarse en cualquier zona de la plaza. Antiguamente, cuando se picaba sin peto, podía ser hasta junto a los cadáveres de los caballos que habían matado, para mostrar así a los demás depredadores el daño que les pueden inferir. Pero la querencia primera y natural es el área más próxima a los toriles, justo la que les recuerda su anterior ubicación y donde está la puerta por donde quisieran volver en su huida.
Querencia marcada. Cuando la querencia de un toro es muy acusada, especialmente cuando es en terrenos de toriles, el torero debe tratar de sacarle de ella cuanto antes, pues de otra manera el animal puede imponer su voluntad defensiva y complicarle la labor con medias embestidas, dando arreones o ciñéndose, pues su intención es la de despegarse lo menos posible, por ejemplo, de las tablas para no desproteger uno de sus flancos.
Si la querencia es hacia los terrenos de tablas en general, el lidiador debe prever que cuando el toro pase entre él y el centro del ruedo seguramente se ceñirá buscando ese lugar. Por tanto, la técnica
que debe emplear el torero es tratar de que el animal esté siempre entre él y los terrenos de adentro, como también se conoce a los cercanos a la barrera.
También es posible aprovechar la querencia del toro en favor del lucimiento de la faena, por ejemplo dando la salida de los pases hacia donde ésta se halla, así el animal se sentirá más “cómodo” en la acometida y su recorrido será más largo (video 21)*.
Querencia marcada con un toro complicado. El mayor problema llega cuando el animal aquerenciado añade un comportamiento complicado o defensivo. En ese caso el torero deberá plantear la faena en un punto del ruedo totalmente opuesto al que el toro prefiera e intentar mantenerlo allí, lo que generalmente no resulta fácil. Además, debe estar siempre muy cruzado en los cites de los pases que tendrán salida hacia la contraquerencia -a los que el astado será más reacio- y aprovechar los que dé hacia el lugar al que el animal tiene tendencia, aunque procurando que no salga huido de las suertes.
Querencia marcada con un toro noble. Si el toro aquerenciado es noble y no ofrece mayores complicaciones, se debe intentar mantenerlo fuera de la querencia el mayor tiempo posible para que no acumule resabios. Pero no conviene empeñarse en llevarle demasiado la contraria cuando finalmente decide irse al terreno que busca, sino más bien dejarle hacerlo y seguir toreándole donde prefiere.
Querencia regular. Cuando un torero detecta una querencia ligera en el animal, debe sacarlo de ella y torearlo en otro lugar de la plaza. Sin embargo, debe prever que en el transcurso de la faena la querencia se puede acentuar.
Querencia nula. A los toros más bravos no les importa pelear en cualquier lugar de la plaza, no marcan ninguna querencia. Con ellos el torero elegirá el terreno de la faena según su gusto y criterio, aunque es aconsejable hacerlo siempre desde el tercio hacia los medios para la mayor brillantez de la obra y rendimiento del astado.
En estos casos resulta más fácil cambiar al toro de un terreno a otro, aunque teniendo siempre en cuenta que las querencias suelen acentuarse según avanza la lidia por la pérdida de fuerza o combatividad del animal.
Dependiendo del comportamiento del toro y de cómo se entienda el término “terrenos cambiados”, éstos se van invirtiendo: al principio el terreno cambiado es cuando el toro pasa entre el torero y las tablas, y al final es cuando el toro pasa entre el torero y los medios. A mi juicio, el concepto de terrenos cambiados puede variar conforme avanza la lidia.
La clase o “toreabilidad”
Durante la lidia, a la hora de acudir a los cites y embestir a los engaños, son varias las virtudes que definen y mejoran el comportamiento del toro, las que, en moderna expresión, le suman más grados de “toreabilidad”. Tales virtudes son la nobleza, la fijeza y la entrega, la prontitud, el recorrido, la humillación y, sobre todo, la clase, la calidad óptima en su acometida, entendida, podría decirse, como la elegancia a la hora de atacar al depredador -engaño-, como si el burel disfrutara en el esfuerzo en lo que sería la sublimación de la nobleza y la entrega. Vayamos viéndolas una por una.
So n y temple
La clase del toro de lidia, esa entrega total en el despliegue de sus virtudes, se manifiesta en un son o un temple especial en sus embestidas, repitiéndolas con cadencia y ritmo, con suavidad y sin soltar derrotes, ya sea al galope, al trote o al paso según el encaste al que pertenezca.
Sin embargo, el toro bravo y con clase de ninguna manera deja de ser un enemigo difícil, por mucho que no exija en su lidia más que los recursos necesarios para aprovechar su franquía. Porque, más allá de detalles técnicos, los toros con clase piden, en correspondencia, una entrega y una expresión estética al mismo nivel de excelencia para no dejar en mal lugar a quienes se les enfrentan,
además de un añadido de valor para saber esperarlos y llevarlos al mismo ritmo cuando las arrancadas son lentas y tardan más en pasar por delante del cuerpo del torero.
La no ble za
Entre las virtudes que se aúnan en la clase destaca la nobleza, que es la actitud del toro que pelea y embiste con claridad. En el argot taurino se dice “sin mala intención”, aunque a mi juicio equivocadamente porque el toro siempre tiene el objetivo de herir al depredador. Sin embargo, el toro noble se convence de que el engaño es el animal que lo amenaza y se desentiende del hombre. El toro de mucha nobleza es el que más disfrutan los toreros, porque con él pueden mostrar abiertamente su aportación artística sin obligarse a pensar o a aplicar complejos recursos técnicos. Con todo, nunca conviene confiarse en exceso, pues, aunque su lidia no sea la más complicada, el animal noble sigue manteniendo su intrínseco peligro.
Mucha nobleza. La mejor recomendación para con los toros que muestran una gran nobleza es aplicar de manera discreta y suave las técnicas que ayuden a compensar algunas de sus posibles carencias -puede haber nobleza sin codicia o sin prontitud, por ejemplo- ya que si se aplican torpe, inadecuada o aceleradamente es posible que el animal pierda esa condición. Por ejemplo, si a un toro noble se le cita con toques demasiado bruscos, invariablemente y en la misma medida, sus embestidas se tornarán bruscas, en tanto que el toro entiende que el depredador le ataca con mayor agresividad y velocidad (video 38)*.
Regular o poca nobleza. Cuando un toro no tiene mucha nobleza o carece de ella, el torero debe estar muy atento a su comportamiento irregular e inesperado, concentrándose en aplicar las técnicas de una manera marcada para evitar ser sorprendido. Con este tipo de astados, antes de meterse en faena, es conveniente “doblarse”, es decir, dominarlos con secos muletazos por bajo, en los que la tela acabe siempre buscando la parte trasera de las orejas, que es la forma en que, al mer-
marle las fuerzas del cuello, se pueden reducir los posibles riesgos derivados de esa falta de nobleza, aun a pesar de hacerle perder recorrido a la embestida (video 39)*.
De esta forma, el toro siente que el depredador es muy ágil, pues le ataca de muchas y diferentes maneras que le obligan a responder al ataque con la misma agilidad y a gastar más energías.
Entrega y fijeza
Generalmente, la fijeza y la entrega son virtudes añadidas o derivadas de la nobleza. Se dice que un toro es fijo cuando únicamente está pendiente de los movimientos y del estímulo de los engaños; y entregado, cuando los persigue desentendiéndose totalmente del torero; en ambos casos el animal está convencido de que la tela es su depredador. Por tanto, las técnicas de su lidia son exactamente las mismas que se utilizan para el toro noble. En caso contrario, se le lidiará según las pautas que explicaremos al hablar de los defectos que definen la falta de clase y bravura.
Aun así, la fijeza puede tener variantes, casi siempre dependiendo del grado de raza del astado, y se manifiestan, o no, a lo largo de las distintas fases del pase, desde el cite hasta el remate. Porque si es muy importante que el toro esté fijo en la tela -depredador- cuando se le incita a embestir y que se mantenga así durante todo el recorrido de su embestida, tanto o más lo es que esa fijeza continúe hasta el remate de los lances o muletazos.
El “remate” consiste exactamente en que, al finalizar un pase o una serie de pases, el torero mueva el engaño de tal manera que el toro pierda de vista momentáneamente al depredador que lo amenaza. Durante el tiempo que tarda el burel en volver a encontrar su objetivo, el lidiador puede alejarse de su alcance.
Toro fijo. Este tipo de toro se queda parado en el lugar en el que se remató el pase y, tras voltearse, sigue pendiente de nuevo del depredador -torero y engaño- que persigue. En puridad, esta cualidad es muy cómoda para el lidiador, porque así puede salir siempre confiado de las suertes, sin temor a que el animal le sorprenda (video 31)*.
Toro sin fijeza. Hay toros que justo en el momento del remate, casi siempre los desrazados, “pierden la fijeza” y salen distraídos del embroque, por lo que no se vuelven ni se concentran nuevamente en el “enemigo”. En este caso, al terminar la serie de muletazos el torero deberá llamar la atención del animal con la voz -los depredadores emiten sonidos que le son naturales al toro- o con movimientos acusados de la tela, cuando no acosándolo para que vuelva a girarse, si es que sale huyendo, o para que se centre en el objeto, si gazapea. De esta última circunstancia, el gazapeo, también nos ocuparemos más adelante (videos 32 y 33)*.
El recorr ido
Es el espacio a lo largo del cual se desarrolla la embestida del toro, desde el inicio hasta el final del pase. Es decir, la distancia durante la que el animal está dispuesto a perseguir al depredador mientras éste huye de él.
Ese recorrido puede variar dependiendo del lado o pitón por el que se le toree, de la distancia a la que se le cite -de largo entra en juego la inercia- y hasta de si la embestida va encaminada hacia alguna querencia, cuando será más larga, o contrario a la querencia, cuando se acortará.
Mucho recorrido. Cuando el trayecto es extenso, como mejor de los casos, el torero debe presentar el engaño adelantado lo máximo posible, o sea, estirar el brazo hacia el toro, para fijarle desde lejos. Cuando se produzca la arrancada y ésta llegue a su jurisdicción, deberá correr la tela hasta girar todo lo posible la cintura y seguir guiándola con el brazo y la muñeca para llevar al astado lo más atrás o separado posible de su cuerpo. Sólo entonces despedirá la embestida y se colocará para un nuevo pase.
De cara a un mayor lucimiento artístico, es fundamental ayudar a mantener el máximo tiempo posible esa gran virtud que es una embestida de largo recorrido, por lo que hay que evitar acortar los pases o no apurar en toda su dimensión el viaje del toro. Y es que éste aprende rápidamente esos cambios de dirección del depredador que
está persiguiendo y, por puro instinto, puede pasar a recortar también su acometida si no va acompañada de una gran nobleza que perdone errores (video 34)*.
Recorrido regular o medio. El recorrido de la embestida es mediano cuando el toro se vuelve apenas pasa junto al cuerpo del torero y no hay, por tanto, posibilidad de que éste termine el pase con holgura. En este caso, el lidiador debe despedir al burel -rematar el muletazoun poco antes de lo que sería habitual, al tiempo que debe reponer el terreno moviéndose hacia sus cuartos traseros para poder así colocar la muleta antes de un nuevo cite. Con todo, es recomendable no iniciar el pase con el brazo totalmente estirado hacia adelante, sino retrasando la muleta lo suficiente para que ese mediano recorrido de la embestida se inicie más cerca del torero y alcance así a sobrepasar su cuerpo, lo que también se consigue acortando las distancias en el cite.
Recorrido corto. Cuando el recorrido es muy corto y el toro se para en mitad del pase o se revuelve en el espacio donde se encuentra el torero, lo aconsejable es citar con el engaño muy retrasado, es decir, situando la tela detrás de la pierna de salida del pase y con la punta inclinada hacia el pitón más alejado. De esta manera, el recorrido de la embestida comenzará cuando el toro ya haya pasado por delante del torero, quien se encontrará en un espacio menos comprometido cuando el animal se vuelva. De cualquier forma, también aquí el lidiador deberá reponer terreno entre pase y pase (videos 35 y 36)*.
Cuando el toro no tiene recorrido conviene igualmente citar de frente para aparentar que el pase tiene mayor profundidad, pues al terminar éste parecerá que el brazo del torero se extiende al máximo hacia atrás.
Del mismo modo, es necesario señalar que para torear con el capote se necesita la inercia del toro, es decir, una embestida de relativa lejanía, pues de esta forma se aumenta su recorrido. Y, hablando de inercia, también hay que advertir que cuando el toro no
tiene recorrido pero sí prontitud es bueno perderle pasos o reponer un poco más el terreno para que la inercia haga que la trayectoria de la embestida se amplíe.
La hum illac ión
Se conoce como “humillación” a la capacidad del toro de embestir con el cuello totalmente descolgado, “humillando” -bajando o inclinando- el testuz casi a ras de arena, como muestra de su total entrega o “concentración” en el ataque.
Acostumbrado a luchar en el campo con otros congéneres, como ya se explicó, el toro tiende instintivamente a bajar la cabeza durante las peleas para cubrirse y evitar lesiones en el pecho, así como para herir soltando el derrote de abajo a arriba. El toro que huye del combate no acostumbra a humillar, de ahí que esta virtud se asocie generalmente con la bravura, aunque tampoco sea una regla definitiva.
Al ser ésta una posición de ataque, la virtud de humillar viene también condicionada por las características morfológicas del animal, como pueden ser concretamente la mayor o menor dimensión de su cuello o la altura de sus patas delanteras. También influye decididamente la forma de su cornamenta, de tal manera que los toros veletos o cornivueltos -sin que tampoco sea una máxima absoluta- tendrán más tendencia a descolgar el testuz para así poder herir al depredador con la punta de sus pitones, en contraposición a los cornidelanteros, de astas paralelas al suelo, que pueden hacerlo en rectitud.
Humilla desde el inicio a final del pase. Cuando el toro ataca humillado desde el inicio hasta el final del pase, como máximo exponente de esta virtud, ofrece al torero muchas posibilidades de lucimiento, pues solo va mirando al engaño en dirección al suelo. El torero debe dar el pase lo más bajo posible. Por el contrario, si sube la muleta a media altura o muy arriba, es probable que el animal tenga que variar su ritmo para levantar la cabeza y eso le lleve a descomponer sus embestidas (video 40)*.
Humilla al inicio, pero termina más arriba. No todos los toros bravos humillan de principio a fin del recorrido de los muletazos sino que
algunos salen del embroque con la cabeza más alta que en el arranque. El torero debe solventar este defecto citando con la tela baja para irla levantando hacia el final del pase y así tapar siempre la vista del toro. Si, erróneamente en este caso, la muleta se mantiene abajo durante todo el muletazo, al alzar la cabeza el toro podrá ver por encima del estaquillador y, perdidos el objetivo y la concentración, se detendrá a medio pase, saldrá distraído de la suerte o arremeterá contra el pecho del torero, que habrá quedado al descubierto (video 41)*.
Humilla la mitad del pase. Cuando el animal humilla sólo a mitad del pase se le debe citar con la muleta más alta e irla bajando paulatinamente conforme se desliza, para volver finalmente a subirla y terminar así el embroque manteniendo el engaño siempre ante los ojos del toro.
Hay que insistir en la importancia de no dejar nunca los pies a la vista del burel, en tanto que si la muleta roza el suelo y éstos no se descubren el animal no tiene más que embestir al punto más cercano, pero si ve otro objeto próximo es muy probable que cambie el objetivo de su embestida con la consecuente posibilidad de un percance.
Ir a más
Tratándose de toros realmente bravos, todas sus virtudes suelen ir in crescendo cuando se aplican a su lidia las técnicas adecuadas. Es lo que en el argot taurino se conoce como “ir a más”. Incluso se puede dar el caso de que, con una buena estrategia del matador y su cuadrilla, sobre todo si se respetan las particulares condiciones de su encaste, se mejore la condición de los astados que en los inicios de la faena manifiestan ciertas carencias de bravura o de clase, hasta llegar incluso a finalizar la pelea en el nivel cualitativo más alto.
El motivo de que un toro vaya a más y a mejor en su rendimiento puede deberse a que se sienta cada vez más “confiado” en el ruedo y en la pelea -virtud de los verdaderamente bravos- pero lo más habitual, insisto, es que lo haga cuando el torero utiliza las técnicas idóneas en cuanto a colocación, distancias, terrenos o alturas -para el toro son las formas en que pelea el depredador- para hacer que afloren las cualidades que al principio de la lidia no se habían manifestado.