Y por eso mismo, porque el astado instintivamente lucha por su supervivencia, su intención es la de salir triunfante del combate, que para él es a muerte, o cuando menos imponerse con violencia ante un atacante al que busca dejar maltrecho para que así deje de acosarle. Sobre esta consideración, el torero debe tener la destreza suficiente para mover el engaño de tal manera que el toro lo vea como un animal que aparentemente huye, pero sin llegar a desistir de su acoso. Es decir, que el astado persiga a ese depredador reconvertido en presa, pero no de cualquier forma, sino de acuerdo a los deseos del lidiador y a su concepto artístico, con el cual desea obtener el mayor dominio y lucimiento durante la faena. La neutralización de los defectos o las carencias del comportamiento de los toros para una mayor brillantez de la lidia, igual que la potenciación de sus virtudes, se logran con la aplicación de las técnicas que, sobre el manejo del instinto bovino, se han venido desarrollando y perfeccionando a través de las diferentes épocas de la historia de la tauromaquia. Algunas de ellas, con sus diferentes matices, son las que expongo a continuación. Su descripción se ha hecho posible gracias a la inestimable colaboración de dos de los mejores matadores de México, Manolo Mejía y Arturo Saldívar, cuyas opiniones y certezas se suman a lo que he tenido la oportunidad de aprender de otros muchos matadores que asistieron a las tientas de mi ganadería.
Condiciones de la bravura El comportamiento ofensivo del toro de lidia en la plaza, su agresividad natural, es decir, su bravura, suele estar determinada por cuatro condiciones o virtudes básicas: la raza, la fiereza, la codicia y la movilidad. La raza es la piedra angular de la bravura, una irrenunciable actitud combativa que refleja la carga genética que le viene de sus ancestros y que le lleva a crecerse al castigo y a mantenerse constantemente en la
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Francisco Miguel Aguirre Farías (Pancho Miguel)
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