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Comprendida como una tradición de hondas raíces humanistas y tradicionales, la Fiesta Brava necesita ser difundida como lo que es: un arte ancestral que emana de la emoción que provoca ese misterioso animal que es el toro de lidia. Difundir los valores de este maravilloso espectáculo es una labor fundamental en una época difícil, cargada de incertidumbre. Si la defensa de la Fiesta avanza en un sentido, tratando de reivindicar su existencia, la promoción de su esencia debe ser expuesta con agudeza a través de obras como la que aquí se presenta. Y en vez de que esa preocupación se convierta en desesperanza, ahí están empeños como el que ha realizado Francisco Miguel Aguirre Farías, que Fomento Cultural de la Tauromaquia Hispanoamericana (FCTH) se ha dado a la tarea de editar con el afán de entregarlo a los alumnos de las escuelas taurinas de todo el planeta de los toros. Esperemos que este libro se convierta en el detonante de otros estudios que profundicen en el comportamiento del toro bravo y que aporten conocimientos que nos permitan seguir adelante en la promoción de la Fiesta Brava, una labor que desde la FCTH hacemos con responsabilidad y un enorme compromiso. Juan Pablo Corona Rivera Presidente Honorario
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@Francisco Miguel Aguirre Farías Fotografía de cubierta: Arjona Diseño de cubierta: AlloTres Ilustraciones de interior: Armando Landín Miranda, Juan Antonio de Labra, Alberto Simón y Paloma Aguilar. Edición: Juan Antonio de Labra y Paco Aguado Diseño y maquetación: AlloTres Impresión: Diseño e Impresos de Querétaro, S.A. de C.V. (México) y Nueva Imprenta S.L. (España) Edita: Fomento Cultural de la Tauromaquia Hispanoamericana (FCTH). Abril de 2018. No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros medios, sin el permiso previo y por escrito del editor.
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LA TEORÍA DEL DEPREDADOR y su relación con las técnicas del toreo
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Índice PRÓLOGO, por Juan Antonio de Labra
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Primera parte ANTECEDENTES Motivaciones para la investigación El toro en el campo y en la plaza
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Segunda parte LA TEORÍA DEL DEPREDADOR Más pruebas Una hipótesis La visión del toro Algunas estadísticas Un atrevimiento
25 30 32 35 38 36
Tercera parte UN POCO DE SICOLOGÍA ANIMAL Entrevista a David Alonso Entrevista a Gerardo Martínez Ancira
41 46 53
Cuarta parte LA RAÍZ DEL ÁRBOL El Público
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Quinta parte TÉCNICAS DEL TOREO EN FUNCIÓN DEL TORO Y SU RELACIÓN CON LA TEORÍA DEL DEPREDADOR Condiciones de la bravura Defectos de la falta de clase Características a observar Recursos universales
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Sexta parte COMENTARIOS Y OPINIONES Victorino Martín García Álvaro Núñez Benjumea Jesús Solórzano Paco Aguado Asociación Nacional de Veterinarios Taurinos A.C. José Miguel Arroyo “Joselito” Diego Urdiales Julio Fernández Rafael Cortés Jim Verner Ricardo López de Anda Ricardo Torres Martínez Otras opiniones
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Séptima parte CONSIDERACIONES FINALES BREVARIO DE TÉRMINOS Y CONCEPTOS
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AGRADECIMIENTOS
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Prólogo
Una deslumbrante teoría
El toro de lidia es un animal cargado de misterio y de cuya estampa emana una energía especial. Y mejor que nadie lo saben los toreros, que son quienes miran sus ojos de cerca. De esa relación tan íntima brota el arte del toreo como un truco de magia del que no sabemos a ciencia cierta cuáles son sus claves, quizá porque muy pocas veces nos detenemos a pensar cómo surgen, qué las provoca o cómo se transforman en esa belleza que nos subyuga. Ya desde el libro que antecede al presente, titulado Detrás del valor y del arte, Pancho Miguel Aguirre había bosquejado un tema muy interesante que merecía ser ampliado: la teoría del depredador. En un mundo de costumbres añejas, cualquier postulado desconocido siempre parece extraño, pero ¿será acaso esta teoría la base de nuevos estudios relacionados con el toro bravo y su comportamiento? Podría afirmar que así será.
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Por si fuera poco, el autor no sólo nos revela este hecho con la lucidez del aficionado observador e inteligente sino que lo conecta con el análisis de esas técnicas en las que se fundamenta el milagro del toreo, pero en este caso a partir del toro y de lo que éste hace en la plaza cuando se enfrenta a ese “depredador” vestido de luces. De tal suerte que de las reacciones de este singular animal, que siempre son distintas, se desprenden las enseñanzas para torearlo aunque desde una perspectiva distinta, quizá más profunda y comprometida que las conocidas hasta ahora. Es así como esta magnífica teoría se proyecta hacia el terreno de la docencia, tan ayuna de documentos que abran la mente y abonen los conocimientos de los toreros en ciernes. Pero no solo de aquellos que quieren aprender a torear, pues no se circunscribe únicamente a ese grupo tan reducido de individuos, sino también a los que desean adentrarse en un entendimiento más profundo que les guíe por ese laberinto desconocido que conduce a la esencia de un maravilloso encuentro, el del toro y el torero. De ahí la trascendencia de un libro único en su género, que debe su originalidad a una propuesta tan atrevida como lógica. Y que, al ser lanzada en un medio carcomido por el dogma de fe en el que se han convertido las antiguas tauromaquias dictadas por maestros de otro tiempo, representa una tremenda novedad, aquí donde a veces parece que ya está inventado todo. Mirar al torero y a los engaños como un depredador no cambia la esencia del toreo, pero sí la manera en que analizamos las reacciones del toro, justo ahí donde la tradicional transmisión oral ha sido el pedestal de una enseñanza restringida a los profesionales, y en algunos casos ni siquiera para ellos por ese celo que existe internamente para extender el conocimiento hacia otros horizontes. Por eso siempre se ha echado en falta el estudio detenido y detallado. La animalidad del toro, su forma de ser y de manifestarse, contrasta con la inteligencia del hombre y su afán de dominarlo para encauzar esa defensa transformada en ataque, en embestida, en el medio para que el torero pueda expresar sus sentimientos sin importar que en ello le vaya la vida. Por eso mismo, la sugerencia es sencilla: hay que abrirse al entendimiento que ha planteado Pancho Miguel Aguirre con esta teoría
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y tratar de encontrar ese camino secreto hacia los resortes que motivan al toro a embestir -“atacar” sería la palabra más indicada- para que del encuentro de esos dos miedos surjan unas creaciones artísticas de profundo contenido humano. Ahí radica precisamente el desafió del toro bravo, en mantener intacta su capacidad para luchar hasta la muerte ante el lidiador y sus telas -a los que el toro percibe como un depredador-. El torero, antes de darle una muerte digna al burel, se le enfrenta con destreza y concediéndole la oportunidad de salir vencedor de esa fascinante lucha física y sicológica que es el toreo. Juan Antonio de Labra
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• PRIMERA PARTE • AntECEDEntEs
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Mi padre fue un apasionado de las corridas de toros. En mi casa siempre estuvo sobre la mesa el tema taurino, lo que despertó mi genuino deseo de conocer y adentrarme en el mundo del toro. Y, por supuesto, también nació en mí la inquietud de aprender a torear. Siendo aún muy joven, llegué a rentar becerras para torearlas, aunque ciertamente no sabía cómo hacerlo. Eso sí, lo hacía con una afición desmedida y algo de intuición. Ese deseo de juventud se quedó ahí guardado, entre mis recuerdos más queridos hasta que, después de muchos años, la suerte me favoreció dándome la oportunidad de tener una ganadería, una de las experiencias más enriquecedoras de mi vida. Sin embargo, nunca me asumí como ganadero. Considero que una cosa es ser dueño de una ganadería de toros de lidia y otra, muy diferente, ser ganadero de bravo, que implica tener conocimientos sobre manejo, sanidad, reproducción y genética que se adquieren con el paso del tiempo. Solo así se podrá hablar de un “ganadero” en toda la extensión que ello supone. Cuando falleció mi padre, Francisco Xavier Aguirre Dávila, en 1999, mi hija Gala, que entonces era una chiquilla de doce años, me pidió que le enseñara a torear en memoria de su abuelo. Aquella fue una extraña petición, pero me sentó de maravilla porque entonces renació mi gusto por “echar la capa”, y junto a ella resultó aún más motivador. La cuestión era saber por dónde empezar, pues cuando no estás inmerso en el medio taurino y eres un simple aficionado de tendido no resulta nada fácil.
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Me acerqué al ganadero Gerardo Martínez Ancira, hermano del inolvidable maestro Manolo Martínez, y durante algún tiempo le compré becerras que después de torear enviaba al rastro. Hasta que terminé por comprarle el último hato de vacas seleccionadas que pertenecían al El Colmenar, la ganadería que con tanta pasión fundó en 1967. La adquisición constaba de 120 vacas de vientre, como se les llama a las reproductoras, todas de origen San Mateo, y cinco sementales. Además venían algunos machos y hembras de la prestigiosa sangre española de Santa Coloma. Sólo crucé el ganado mexicano y el español para hacer algunas pruebas que en ocasiones sí que funcionaron, pero solía llevar las dos líneas por separado. Decidí renombrar a la ganadería como “El Nuevo Colmenar”, y la experiencia de haber sido criador de ganado de lidia durante doce años me permitió ver la Fiesta Brava desde una perspectiva muy distinta a la del aficionado que sólo tiene oportunidad de vivirla como espectador de una plaza de toros. Cuando comencé a manejar la ganadería me di cuenta de que me faltaba mucho por saber. O, como decía el ganadero de La Punta, don Francisco Madrazo Solórzano, yo sólo sabía “lo que había aprendido”, sin que eso fuera bueno ni malo. Con el objetivo de aprender y compartir experiencias, solía invitar con cierta regularidad a mi rancho a taurinos de abolengo, a otros ganaderos y demás protagonistas de la tauromaquia. Me quedé realmente sorprendido al darme cuenta de que la mayoría no conocía bien las técnicas de la lidia o ni siquiera tenían una idea clara de que para torear hay distintas técnicas que se ejecutan en función del comportamiento de cada toro. También pude observar con detenimiento, y muy de cerca, el comportamiento de los animales de lidia en el campo, en el ruedo de tientas de mi rancho y en las plazas de toros en donde nos presentábamos. Fue en este trabajo de selección denominado tienta donde entendí que las técnicas de lidia han sido transmitidas verbalmente a los toreros de generación en generación durante varios siglos, una especie de tradición oral en la que se pueden advertir los diversos avances y la refinación de las técnicas, en paralelo a la evolución que ha tenido el toro.
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Trabajar en la ganadería me sirvió para percatarme de que muy pocos conocen lo que verdaderamente existe “detrás del valor y del arte”, como titulé mi primer libro sobre el mundo del toro y que dio origen a esta nueva obra con la cual pretendo enriquecer la anterior. Ya con cierto camino andado en el mundo de la crianza de toros, me di también a la tarea de buscar literatura taurina que tratara sobre las técnicas del toreo. Y con sorpresa comprobé lo poco, casi nada, que se ha escrito sobre este tema. En algunos libros se mencionan unas cuantas técnicas aisladas o dispersas, pero, al menos durante los últimos doscientos años, no se han publicado trabajos consistentes y amplios sobre este asunto de manera holística, que permitan comprender mejor los avances técnicos de los lidiadores, no obstante que es uno de los terrenos más fascinantes de la tauromaquia. Así que, quizá por mi formación de matemático, me dediqué a solicitar, en cada tienta o en cada corrida de toros, a los toreros y picadores, que me explicaran los recursos que utilizaban para lidiar al animal que en ese momento tenían enfrente, todo con el fin de ampliar mis conocimientos acerca del comportamiento de este animal. Entonces, “cruzando” la información que me daban los distintos profesionales, conseguí ordenar y sintetizar las técnicas que debe poner en práctica un lidiador ante el comportamiento específico de cada astado y que son las que se explican en páginas posteriores.
Para facilitar la comprensión del comportamiento del toro en el campo y en la plaza, la teoría del depredador que más adelante se expone, así como las técnicas de lidia mencionadas, el lector podrá acceder a los videos que se señalan al final de algunos párrafos de este libro y que apoyan los distintos conceptos. Estos videos pueden encontrarse en la página web detrasdelvalorydelarte.wordpress.com. Cabe señalar que el número marcado para cada uno de ellos no necesariamente tiene un orden ascendente conforme avanza la lectura del texto.
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Motivaciones para la investigación Durante el tiempo en que realicé este ejercicio de investigación sobre las técnicas del toreo, percibí que los toreros, incluyendo a los más destacados, daban cuenta siempre con acierto sobre cómo reaccionaría el toro ante cada una de las técnicas que me describían pero, en cambio, no sabían explicar el porqué de las distintas reacciones. Este hecho, por tan repetido, me dejó realmente asombrado: los toreros sabían el cómo pero no el porqué. Y fue eso precisamente lo que más me motivó a buscar a todo ello una explicación lógica. Analizando la información, me cuestioné si las reacciones del toro se mantenían dentro de un mismo patrón de comportamiento. Y pensé que si esta fuera una premisa válida, sería mucho más fácil explicar los porqués de esas técnicas. Mientras continuaba con mi análisis empírico, recordé una tienta en El Colmenar a la que asistí tiempo atrás, invitado por el ganadero Gerardo Martínez, sin sospechar que algún día dicha ganadería sería de mi propiedad. Aquel día don Gerardo me dio la oportunidad de dar unos muletazos a un becerro. Y, mientras yo estaba toreando, entre tanda y tanda de pases, me dijo que algo estaba haciendo mal: obligar al becerro a arrancarse con la “mano equivocada”. Aquella frase me dejó helado. ¿Qué significaba? La verdad es que acabé de torear en un estado de confusión enorme ante aquella extraña advertencia. Una vez atemperada la emoción, después del tentadero, me acerqué al ganadero para que me explicara a qué se refería con aquello de la “mano equivocada”. Y esto fue lo que me contestó: “Si tú das unos pasos hacia el lado del pitón contrario al del cite, el becerro arrancará con la mano, la pata delantera, más alejada de tu cuerpo. Y si haces lo contrario, el becerro se arrancará con la mano más próxima a ti”. Eso fue todo lo que me dijo. Yo intenté buscar alguna explicación más detallada, pero lo único que don Gerardo añadió, con su característico
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tono norteño, fue: “No sé por qué, pero así es”. Me fui de El Colmenar dándole vueltas a la cabeza con eso de la “mano equivocada” o, en su caso, y así lo pensé también, “la mano correcta”, para hablar en positivo. Tal revelación me dio mucho qué pensar desde entonces y tiempo después, ya inmerso en mi propia experiencia como ganadero, fue un motivo más para tratar de entender el comportamiento del toro en la lidia. Así empecé a preguntar a los toreros que iban al rancho si sabían algo acerca de la mano con la que arranca un toro ante un cite determinado, por uno u otro pitón. Y ninguno supo contestarme. Mi pregunta les sorprendía tanto como a mí el día en que Gerardo Martínez me hizo esa extraña observación. También me motivaban“razones” que no me sonaban lógicas sobre la embestida del toro, pero que, a golpe de repetición, los aficionados hemos considerado como ciertas. Por ejemplo, la mayoría de los taurinos sabemos que el toro no embiste al engaño porque éste sea rojo, de hecho, los bovinos no tienen la capacidad de distinguir colores como los humanos. Sin embargo, un enorme porcentaje de la gente, incluso algunos aficionados, siguen creyéndolo así, sin caer en el hecho de que si esto fuera cierto el animal atacaría todo el tiempo a las tablas del ruedo, pintadas de ese color. Se demuestra de esta forma que lo que se repite continuamente llega a considerarse verdad en el imaginario popular, aunque, como en este caso, sea evidentemente falso. Por otro lado, no me sonaba lógico que si, como también dicen, el toro embiste al movimiento, no lo haga a los matorrales o a las ramas de los árboles cuando se agitan con el viento. Así que este matiz también se integró en el contexto de mi estudio. Otro elemento de análisis fueron varios videos relacionados con el tema de mi investigación. Me encontré con algunos en los que se veía a jabalíes y hasta a un burro salvaje que atacaban y eran “toreados”, por increíble que parezca. En ambos casos los animales trataban de morder el capote o la muleta, lo que me indicó que, en la mayoría de las especies de “mamíferos presas”, hay individuos más agresivos que otros cuya mejor reacción de defensa es el ataque en vez de la huida (video de jabalí y burro salvaje)*. *detrasdelvalorydelarte.wordpress.com EMBESTIDA. Ni al rojo ni al movimiento
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Estas reacciones de los animales conllevan una amplia carga instintiva, acumulada y transmitida genéticamente a lo largo de miles de años y a través del devenir de las generaciones en las que se ha reproducido su especie. Debe tomarse en cuenta que en el toro de lidia la transmisión de genes no es solamente la natural, sino que ha sido manipulada por el hombre con el fin de acentuar ciertos comportamientos para incrementar su instinto combativo. Todo esto se ha logrado a través de la cruza de los machos y hembras más bravos de las manadas con el fin de fijar determinados caracteres dominantes que mejoren la condición de su estilo. Es por esto por lo que sobre la arena se ha hecho presente un guerrero milenario. La evolución por la que ha transitado la ganadería en los últimos cien años resulta fascinante. Los ganaderos se han empeñado en conservar el instinto de bravura del toro, pero matizándolo para buscar que humille, que tenga recorrido y que embista con ritmo o con nobleza, entre muchos otros atributos. En suma, que el toro actual tiene más calidad y permite a los toreros cuajar las faenas que hoy en día gustan al público. Al respecto, David Alonso, uno de los más reconocidos estudiosos de la sicología del caballo, opina lo siguiente: Si consideramos que son muchos siglos de refinamiento genético tratando de resaltar las características óptimas para la lidia, podemos decir que el toro es diferente al de siglos anteriores, ya que esta selección artificial le ha provocado una hipersensibilidad, ha modificado de alguna manera su temperamento y afectado su carácter. Es por esto por lo que algunas ganaderías se han ganado fama, buena o mala: por las características similares de sus productos, ya sea por descender de un cierto toro o de una misma familia de vacas con características muy estandarizadas. Al margen de estas consideraciones, y estudiando con detalle las reacciones del toro, tengo la certeza de que su mejor defensa, en
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cuanto se siente provocado y sin posibilidad de huir, es el ataque. Y aún más: incluso con la posibilidad de huir prefiere seguir peleando con sus congéneres o con animales depredadores, a diferencia de otros grandes herbívoros. Entre el material que incluí en mi análisis está una película filmada a principios de los años treinta del siglo pasado, en la que aparece la pelea entre un toro bravo y un león dentro de la jaula colocada en el ruedo de una plaza española. La primera reacción del gran felino es echarse encima del bovino y morderle el cuello, tal y como hace para cazar. Pero resulta tan fuerte el primer derrote del toro y la forma tan intimidatoria en la que embiste al león, que éste rehúye la pelea y trata de treparse por los barrotes, obviamente sin conseguirlo. En cambio, el toro bravo se queda en su sitio, retadoramente altivo, esperando a ver si el acobardado enemigo se atreve de nuevo a acudir a su encuentro, lo que, obviamente, no vuelve a suceder (video de toro y león)*. También consideré otro video muy elocuente, grabado en algún lugar de la sabana africana, donde se ve a un hipopótamo echado, aparentemente dormido sobre la hierba. De pronto, una leona se aproxima con sigilo a olisquearle, hasta que, cuando está suficientemente cerca, decide morderle en los cuartos traseros. La reacción del hipopótamo es inmediata: se levanta como impulsado por un resorte, se da la vuelta, abre las fauces, atrapa a la leona por la cabeza y la arroja hacia arriba, en una escena tan espectacular como impresionante. Fracciones de segundo después de este terrible susto, los dos animales corren despavoridos en direcciones opuestas, pues para ambos la mejor defensa fue la huida (video de leona e hipopótamo)*. Pero estas dos peleas comprueban que, a diferencia de otros animales incluso más fuertes, el toro se defiende atacando. Todo lo anteriormente descrito, y en especial la falta de respuestas a los patrones de comportamiento del toro, junto a mi formación como matemático y, sobre todo, mi afición por los toros me llevaron a tomarme muy en serio y con rigor esta investigación cuyo objetivo es aportar un mayor conocimiento de la tauromaquia. *detrasdelvalorydelarte.wordpress.com EMBESTIDA. Ni al rojo ni al movimiento
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El toro en el campo y en la plaza Desde que nace, el animal de lidia está expuesto a riesgos, ataques de depredadores o peleas con sus propios hermanos, que hacen que, al sentirse amenazado, su reacción sea la de atacar. Y fue estudiando el mencionado asunto sobre la mano con la que arrancan los toros al ser citados, tratando de encontrar el porqué, como llegué a la conclusión de que el toro reacciona igual en el campo que en la plaza. Por ejemplo, si un puma o un coyote tratan de atacar a un toro, éste intentará devolver el ataque. Si el depredador corre hacia el lado izquierdo del toro y éste trata de perseguirlo, sacará primero su mano izquierda para iniciar su acometida. Por el contrario, si el depredador corre hacia el lado derecho, el astado sacará su mano derecha por delante y se apoyará en ella durante el trayecto. Es lo que sucede con un caballo al galope, que si da vuelta hacia la izquierda lleva esa misma mano adelante y si da vuelta al lado contrario sacará la derecha, únicamente con el fin de equilibrarse. Es así como, si el depredador cambia de viaje, es decir, si antes iba hacia la derecha y ahora va hacia la izquierda, el toro también cambiará de mano. Y lo mismo sucede si pelea con otro ejemplar de su misma especie.
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Existen muchas técnicas para lidiar a un toro, vaca, becerro o becerra, pero antes de pretender explicarlas considero importante aclarar que en mi opinión todas están íntimamente ligadas con el comportamiento del toro en el campo. De hecho, me atrevo a asegurar que surgen con base en ese comportamiento. Los especialistas coinciden en señalar que el toro ataca para defenderse. Pero en ese caso tendríamos que preguntarnos qué es aquello de lo que se defiende: ¿de un trapo, de un fantasma, de un movimiento?, ¿o quizá de lo que intuye que es un depredador que le puede atacar? En mi opinión es mucho más lógico que el toro se defienda de lo que cree que es un depredador, y que por lo tanto se mueve. Pienso que para el toro el movimiento es un indicio de algo, no un objetivo sino la guía para llegar a “eso” que le está amenazando. Tal y como yo lo veo, cualquier técnica de toreo debe partir de la siguiente premisa: el toro debe ver el engaño como un animal que le amenaza y le provoca, por lo que necesita devolver el ataque para defenderse. El torero debe hacerle creer que el capote o la muleta es ese animal, y debe persuadirle, poco a poco, de que el lidiador que los maneja es un ente inofensivo, como el tronco de un árbol o algo similar, aunque al principio, torero y engaño sean lo mismo para el burel. Estoy seguro de que el patrón de comportamiento a la hora de embestir y de sacar determinada mano adelante se debe a que el animal de lidia trata de “cazar” -salirle adelante- al trapo que le está provocando, muleta o capote, pues cree que es un animal que lo amenaza. A
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partir de tal reflexión pude entender mucho mejor el comportamiento de los animales de lidia en la plaza (videos del 12 al 14)*. Una vez que esto se comprende, será sencillo observar que los toreros al citar, en la mayoría de los casos, dan uno o varios pasos hacia el pitón contrario llevando la muleta por delante, provocando así que el toro dirija su ataque al pico del engaño. Lo importante aquí es entender que ese paso -o varios pasos- tiene su fundamento en el comportamiento natural del animal, no en el estilo del torero o en la estética. Sucede lo mismo al torear con el capote. Para dar un pase por el lado derecho del torero cuando el toro viene de izquierda a derecha, en sentido contrario a las manecillas del reloj, paralelo a las tablas, el torero habrá de mover la capa de la barrera hacia el centro del ruedo, campaneándola para que el animal crea que su depredador corre hacia los medios, por lo tanto, al intentar cazarlo sacará su mano izquierda adelante para equilibrarse y apuntar hacia la parte de afuera del engaño, y viceversa. Es decir, que el torero oscilará el capote hacia el lado por el que pretende dar el pase (videos del 12 al 14)*. Vale la pena señalar que es más notorio y frecuente que el toro adelante la mano contraria, o bien se apoye en ella, cuando embiste desde lejos o al galope. Esto es debido a que como cuadrúpedo necesita adelantar o apoyarse en la mano del lado al que se va a dirigir por razones de inercia y equilibrio. Este comportamiento se puede apreciar más en el primer cite de cada tanda de pases. Además de campanear el capote, veremos que el lidiador lo aventará también un tanto hacia la dirección del toro para que éste crea que ya está por alcanzar al depredador y baje así la velocidad para lanzar la cornada. De otra manera, la fuerte inercia que trae el animal provocará un desarme, es decir, que éste arranque el capote de las manos del torero. En este punto es bueno recordar que a los toreros se les enseña que al citar a un toro de lado nunca deben dar un paso hacia atrás, pues eso devendría en una embestida directa al lugar donde ellos se encuentran. *detrasdelvalorydelarte.wordpress.com
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Claro que existen excepciones para no dar un paso hacia el pitón contrario. Una de ellas es cuando el torero desea dar un pase por la espalda, caso en el que podrá dar un paso hacia atrás, es decir, hacia el pitón de adentro. De esta manera le está enviando al toro la señal de que ese depredador se desplaza hacia el pitón de ese otro lado y el burel se abrirá por la espalda del torero. Me he fijado que cuando alguien, a pesar de haber visto muchas corridas, toma por primera vez un capote, por alguna razón se lo pone al lado del cuerpo, es decir, sin taparse con él, entonces cita al toro y cree que por arte de magia éste va a embestir a la tela y no a su cuerpo. La verdad es que en estos casos hay una alta probabilidad de que embista al torero, pues el animal identifica al bulto completo -torero y capote- como un solo depredador y puede atacar indistintamente a uno o a otro. Lo que debe hacer el torero es poner el capote delante de su cuerpo, tapándose totalmente. De esta manera el toro no ve al torero, sólo ve la tela. Una vez que el toro se ha fijado en el engaño, como ya se dijo, se le debe citar campaneándolo -balanceándolo- hacia el lado en que se quiere hacer el pase (video 15)*. En mi opinión, el toro ataca a lo que piensa que es la cabeza del animal oponente, pues está acostumbrado a que el depredador ataque con el hocico o con los pitones. Sobre este tema, David Alonso redactó también el siguiente texto para mi libro Detrás del valor y del arte: Es importante saber que el “motor” que da impulso al toro se encuentra en sus extremidades posteriores, por lo tanto, cuando vaya a salir en movimiento desplazará primeramente la pata y casi simultáneamente la mano que le da equilibrio y que le guiará hacia su trayectoria. Si los movimientos del torero no administran las distancias y favorecen las trayectorias, la lidia carecerá de naturalidad y los movimientos serán forzados.
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Más pruebas A continuación se exponen otros argumentos que fortalecen la teoría de que en la plaza el toro se defiende de lo que intuye que es un depredador. Más adelante servirán para explicar las técnicas de toreo.
• Al principio de la faena el toro tenderá a irse hacia el centro del ruedo, pues conserva toda la energía para huir a velocidad -por su instinto natural de presa-. De hecho, la mayoría de las veces el toro, de inicio, corre adelantando la mano más alejada de las tablas, siempre preparado para huir hacia el centro del ruedo en caso de ser necesario, es decir, en caso de que el depredador sea fuerte y rápido.
• Un comportamiento relativamente común, sobre todo en toros a los que les falta bravura, es que cuando el animal pasa cerca de un burladero y alguien saca tardíamente un capote, es decir cuando ya ha sobrepasado ese lugar, el toro acelera su galope debido a que intuye que el que considera su depredador le atacará por la grupa, justo donde no tiene defensa. Si embistieran únicamente al movimiento en sí, todos los toros se volverían a atacar el engaño, pues de esta forma no representaría un riesgo.
• Cuando dos toros están peleando, normalmente se pone uno frente a otro y al embestirse bajan los cuernos para protegerse el pecho. Esa es la razón por la que el toro tiende a humillar, bajar la cabeza, a la hora de embestir. También humilla debido a que cuanto más abajo inicie la cornada, más impulso y fuerza imprimirá a su ataque. Si uno de los toros que pelean se mueve y queda por el costado del otro, al que queda en desventaja no le queda más que voltear su cara y embestir de manera forzada
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-los toreros le llaman a esta acción, forzar la embestida- pues de otro modo su enemigo le dañaría en el costado, donde no tiene la defensa de los cuernos.
• Durante el transcurso de la faena los toros van perdiendo energía y se sienten más vulnerables, por lo que poco a poco van tendiendo a estar más cerca de las tablas. La razón es que de esta manera cubren uno de los cuatro flancos por donde pueden ser atacados por el depredador.
• Conforme avanza su lidia los toros se van cansando y la mayoría, sobre todo cuando les falta algo de bravura, prefieren guardar energías y no embestir, a menos que el ataque del depredador sea descarado. Por esta razón, conforme avanza la faena en el argot taurino se dice que el torero debe “atacar” más al toro, lo que se logra echando el engaño al hocico con mayor brusquedad, dando un pisotón a pitón contrario y usando la voz en el cite. De esta manera el toro se siente agredido por el depredador y vuelve a embestir por defensa.
• En la suerte de varas el toro intuye, al chocar con el caballo, que ha alcanzado a su depredador y que este último lo hiere en el lomo. Aquí vemos que si al citar el caballo camina hacia adelante, el toro arranca con su mano derecha y golpea del centro del peto hacia la parte del pecho del equino. Cuando el caballo se mueve hacia atrás, el toro embestirá del centro del peto hacia las patas traseras, lo que corrobora que el toro apunta hacia donde cree que va a correr el depredador.
• En el tercio de banderillas se busca reanimar al toro, ya que su casta le hace reaccionar con fiereza al castigo. Con su propio movimiento se agitan constantemente los palos que están unidos al arpón, lo que hace que el burel se sienta continuamente atacado por un depredador menor, lo que aumenta su agresividad y, por ende, el número de embestidas.
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• Cuanto el toro se encuentra pegado a tablas y tarda en embestir a un cite desde los medios, por ejemplo para dar un péndulo o cambiarlo por la espalda, normalmente un subalterno saca ligeramente un capote del burladero más cercano al toro, lo que normalmente se conoce como tocarlo, para que embista hacia el centro del ruedo. Lo que sucede en este caso, es que el toro siente a un depredador más cercano e intuye que lo atacará por el lado de la grupa o por un costado lo que hace que decida atacar por el lado de los cuernos al depredador que se encuentra en el centro del ruedo.
Una hipótesis Como mencioné líneas arriba, y como confirma la anterior información, resulta muy lógico deducir que el toro no embiste al movimiento en sí mismo, sino que lo hace contra aquello que intuye como un depredador. Es decir, que su embestida es una consecuencia directa a una agresión en su contra, además de que su comportamiento dependerá del tipo de movimientos de su agresor. Si esta hipótesis es correcta, es decir, si el toro en la plaza se comporta como se hubiera comportado peleando en el campo y si no embiste al movimiento en sí mismo, sino que por defensa ataca a lo que intuye que es un depredador -y que por lo tanto se mueve-, entonces las técnicas, cuyo porqué hasta ahora es inexplicable, se vuelven lógicas. A continuación, a manera de resumen, esbozo algunas técnicas elementales de las que conocemos el cómo pero no el porqué, así como su relación con la teoría del depredador. Estas técnicas se explican con más detalle en otra parte del libro.
1. C omienzo de faena. El primer pase de muleta o capote suele darlo el torero de espaldas a las tablas, ya que el toro se abre hacia el centro del ruedo sintiéndose aún como una presa e
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intuyendo que su depredador le está tendiendo una trampa, por lo que evitará pasar entre las tablas y el torero. 2. E l pitón contrario. Los toreros dan pasos hacia el pitón contrario, incluso en la distancia, haciendo que el toro perciba que el depredador se desplaza en esa dirección, por lo que al arrancarse tras el cite el burel se apoyará en la mano adecuada para adelantársele, abriéndose a los vuelos del engaño. 3. Quedarse atravesado. Si el torero da pasos hacia atrás -desplazamiento inverso al de “cruzarse- el toro puede arrollarle cuando le embista, ya que el burel estará recibiendo una señal equivocada. Su reacción, por tanto, al iniciar la embestida será la de apoyarse en la mano más cercana al lidiador, apuntando al lado en donde se encuentra este último, pues el toro intuye que el depredador corre hacia allá y tratará de cazarlo 4. C ampanear el capote. Con el capote se pone en alto la mano del lado por el que se cita y luego se “pendulea” hacia afuera, para que el toro intuya que el depredador corre hacia el lado contrario al que se encuentra el torero. 5. D ejar o dar “luz”. Cuando en el cite el torero deja “luz” o, lo que es lo mismo, un espacio entre la muleta y su cuerpo, el toro ve a dos depredadores al mismo tiempo, el hombre y el engaño, por lo que se le deja la opción de embestir a uno o a otro de manera indistinta. Para que el toro vea un solo depredador, el engaño debe tapar al torero o estar pegado a éste durante el cite. 6. E l “toque” con la voz. El uso de la voz a la hora de citar le sirve al torero para centrar la atención del toro, pues para éste es natural que el depredador emita sonidos. 7. R ango de ataque. Cuando el torero remata un pase el toro pierde de vista al depredador, de tal forma que al sentir que lo que ha
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dejado atrás se detendrá, pues ya no representa un peligro. Pero si el diestro se queda en la distancia en la que el toro siga sintiéndose agredido, embestirá nuevamente. Así es como se consigue la ligazón del toreo en redondo: haciéndole creer al toro que su depredador insiste en el ataque. 8. L as pausas. Después de rematar una tanda de pases, el torero camina en dirección contraria al toro para hacer una pausa. Si el animal deja de embestir es porque intuye que su depredador está huyendo o saliendo del rango en que podría representar un peligro. Esta idea está conectada con el desgaste natural del toro durante la lidia y su consiguiente fatiga, pero durante esos “respiros” no dejará de observar al depredador y se quedará a la expectativa de un nuevo embate que vuelva a incitarle a embestir y defenderse. 9. L a provocación. Para provocar la embestida de los toros muy parados o reacios hay que “cruzarse” acusadamente hacia el pitón contrario o incluso más allá, pues de esta forma el toro intuirá que el depredador intenta atacarlo por un costado, justo por donde no tiene defensa, provocando así una embestida defensiva, como cuando pelea con otro toro y queda descolocado. 10. Final del combate. El toro, cuando se siente débil o en desventaja, suele buscar el refugio de la barrera para proteger uno de sus flancos del ataque de su depredador. Esta situación es más habitual que suceda al final de la lidia o cuando el animal percibe que está perdiendo la pelea.
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La visión del toro Cuando les preguntaba a los toreros el por qué dan uno o varios pasos hacia el pitón contrario o por qué campanean el capote hacia ese lado, la respuesta era casi unánime: “Porque el toro se abre a los vuelos del engaño”. Cuando les preguntaba: “¿Y por qué se abre?” La respuesta más común era “No sé”. Ante la pregunta “¿qué pasa si en lugar de dar un paso hacia el pitón contrario lo das en el sentido opuesto?” la respuesta invariable era: “Me arrolla el toro”. Si yo iba más allá y les cuestionaba: “¿Y por qué te arrolla?”, la respuesta más común nuevamente era “No lo sé”. Algunos toreros responden a las preguntas anteriores que la razón por la que el toro se abre o te arrolla está relacionada con su ángulo de visión. Este bovino presenta un área de ceguera posterior con un ángulo de 110 grados, mientras que el campo de visión uniocular queda reducido a 115 grados para cada ojo. El campo de visión binocular, en horizontal, es de 20 grados. Podemos decir que su visión uniocular es amplia, pero no así la binocular. El cono de ceguera anterior tiene longitud, en horizontal, de 90 a 125 cms., y en vertical hacia el suelo de 60 grados. EMBESTIDA. Ni al rojo ni al movimiento
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Sin duda, la técnica de dar un paso o tocar a pitón contrario también está relacionada con esos campos de visión del toro. Cuando torea a corta distancia, el torero, para correr menor riesgo, trata de colocarse entre los dos pitones y sacar el engaño con un movimiento -toque- hacia el ojo contrario. De esta manera se queda en la zona del punto ciego del toro y éste solo ve una amenaza -depredador- por ese ojo, por lo que arranca con su mano contraria y se abre a los vuelos del engaño. Debo aclarar que me parece difícil que el torero se oculte totalmente en el punto ciego mencionado debido a que el área frontal de ceguera es pequeña y triangular. Por el contrario, si el torero se coloca por el lado del ojo de adentro, el más cercano a su cuerpo -los toreros le llaman a eso “quedarse atravesado- y, peor aún, si da un paso hacia ese mismo lado, será el engaño el que quedará en el punto ciego del toro e inevitablemente esté se arrancará con la mano de adentro y embestirá al torero, que es la única parte del depredador que alcanza a ver. A mi juicio, la opinión anterior no contradice mi teoría, pues cuando se cita al toro muy de cerca y se le toca hacia el pitón contrario, éste ataca hacia ese lado porque intuye que es un depredador que lo está atacando por ese lado, que es por el que se le lleva toreado visualmente. Creo que el patrón que sigue la embestida de los toros en el sentido de abrirse hacia el lado de su pitón contrario -si fue correctamente citado- va mucho más allá del tipo de visión del animal, lo cual se comprueba cuando el torero cita a larga distancia, cuando el toro le ve con ambos ojos -en tercera dimensión- y da algunos pasos o “pega una carrerita” hacia el pitón contrario. En este caso veremos el mismo comportamiento del toro, pues arrancará y/o se apoyará en su mano contraria y embestirá a los vuelos del engaño, dado que el torero le está mandando la señal de que el depredador corre hacia ese lado. Una prueba más de que la forma de visión del toro no contradice la teoría del depredador es que cuando se le cita a gran
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distancia para ejecutar el pase del péndulo o un cambiado por la espalda se puede observar que el astado sigue la trayectoria de la muleta -depredador- e incluso cambia de mano al aproximarse al embroque sin que previamente se le haya tocado hacia el pitón de afuera y sin que se le lleve toreado, es decir, sin que se le mantenga la parte de afuera de la muleta en el ojo contrario. Para destacar el patrón que siguen las manos del toro hay que decir que éste cambiará de apoyo cuantas veces el torero mueva la muleta o el capote simulando un péndulo, lo que demuestra que está cazando a lo que intuye que es un depredador (videos “Roca Rey 1” y “Roca Rey 2”)*. En estos d o s v id e o s re fe rid o s el m at ad o r peru an o A n dré s Roc a Rey c ita a la rg a d is ta nc ia, d esd e d o n d e el t o ro ve c on a mbos o j o s , y m ueve e n rep e ti d as o c asi o n es el c apo t e a uno y otro la d o d e s u c ue rp o m i en t ras espera al an i m al qu e se le a c e rc a p a ra d a r una s a ltill era. Lo si g n i fi c at i vo d el c a so e s que e l to ro ta m b ié n c a m bi a au t o m át i c am en t e l a mano de ap oyo a c a d a o s c ila c ió n d el en g añ o, t rat an d o d e c a zarlo o salirle a d e la nte. E s c o mo si el t o rero est u v i era dic tá ndole a l a nim a l c a d a c a m b io d e t ran c o en su g al o pe -izquie rda, de re cha , iz q uie rd a , d e re ch a- h ast a q u e c o n su ma la su e rte. Un último apunte sobre la visión del toro es que en la zona binocular puede ser que el animal aprecie con doble imagen cualquier objeto, por lo tanto, no ve con nitidez. Es por eso por lo que el toro puede llegar al grado de confundir el movimiento de su propia sombra con un depredador y atacarla, sobre todo cuando la luz es artificial. Esto hace más difícil el toreo en los festejos nocturnos. Creo que si se llevaran a cabo estudios más profundos sobre los diferentes comportamientos del toro bravo en el ruedo, los especialistas encontrarían, con razones más científicas que las que expongo, que estos siempre se pueden relacionar con algún episodio de su lucha con uno o varios depredadores o congéneres. *detrasdelvalorydelarte.wordpress.com EMBESTIDA. Ni al rojo ni al movimiento
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Algunas estadísticas Más del 90%* de las veces el toro se abre hacia donde intuye que su enemigo -engaño- va a correr, por lo que si el torero, usando la técnica, mandó la señal correcta al toro éste se abrirá a los vuelos del capote o de la muleta. Cuando al toro se le cita de cerca, o bien en los pases siguientes al primero de la tanda, no necesariamente embiste adelantando la mano contraria -aunque lo haga en el 83%* de las ocasiones- debido a que normalmente ataca caminando y no necesita equilibrarse para girar. En este caso, la inercia no influye en su equilibrio. Cabe hacer notar que hay toros que siempre embisten con la misma mano adelante, independientemente de cómo se citen, aunque son muy pocos. Por otro lado, más del 95%* de las veces el toro embiste bajando el pitón más cercano a su objetivo. En principio, creo que por el toque de la muleta, descuelga ligeramente el cuerno que le queda más cerca de la tela. Por tanto, conforme va avanzando el pase, al quedarle más cerca la parte de atrás del engaño, va bajando más el pitón de adentro para tirar la cornada.
Un atrevimiento Reconozco que la teoría del depredador que propongo y su relación con la reacción de los toros al utilizar las técnicas tradicionales puede resultar algo confuso para los aficionados y, al principio, será difícil de aceptar por los profesionales que nunca han reparado en ello. Pero este libro no fue concebido para ser leído por especialistas, sino que se trata de un esfuerzo por encontrar las claves de la embestida del toro y para advertir una lógica en las técnicas de lidia y otros aspectos del comportamiento * Estadísticas propias
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de estos animales de manera breve y sencilla para el aficionado que desea en aprender más sobre la materia. Mi teoría quizá parezca un atrevimiento, pero el objetivo primordial de este libro es estimular la meditación sobre ella entre los especialistas, a fin de motivarlos a que continúen estudiando la etología del toro. Y, además, quisiera contribuir, humildemente, a que todos aquellos a quienes les gustan las corridas de toros puedan entender mucho de lo que hay detrás del valor y del arte que tanto nos fascinan en la plaza y que no siempre se aprecian en su justa medida.
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• TERCERA PARTE • Un POCO DE siCOLOGíA AniMAL y DOs EntREVistAs iMPREsCinDibLEs
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La etología es la rama de la biología que estudia el comportamiento de los animales en su hábitat. Y aunque la gente que trabaja en un rancho está acostumbrada a observar las reacciones del ganado, hoy en día no existe un estudio concienzudo en referencia al toro de lidia, tal y como los que existen sobre otras especies, como es el caso, por poner un par de ejemplos, de los gorilas o de los caballos. Para entender el comportamiento de cualquier animal es necesario recurrir a la etología de su especie, que definirá su comportamiento en función de la sicología. Y, lógicamente, eso sucede también con el toro bravo, al que debemos entender para poder decir que realmente sabemos de toros. En el reino animal hay especies altriciales y precociales o precoces. Las primeras requieren de madurez mental y muscular para el desempeño pleno del animal (como el ser humano, el perro, el gato, algunas aves, etc.), mientras que las segundas están casi listas para enfrentarse al mundo y sus peligros desde que nacen (venados, caballos, bovinos y otros herbívoros), de manera que inmediatamente tienen que hacer caso a sus instintos para poder sobrevivir. Un becerro de pocas horas de vida, al ser separado de su madre entra en estado de estrés y ya intenta embestir. Desde este momento inicia su aprendizaje en el manejo de distancias y espacios, en lo que se hará experto con la madurez, como la mayoría de los animales que son presa de depredadores. Sin embargo, en el toro de lidia esta capacidad
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toma una relevancia especial, pues en manada -es un animal gregarioutiliza ese conocimiento para huir, mientras que en solitario su conducta se torna hostil y agresiva. Ese gregarismo del toro tiene sus implicaciones, pues, primeramente, en el grupo tiene que haber un líder que se encargue de hacer cumplir las reglas y garantizar la supervivencia del resto, lo que a su vez implica el juego de dos roles de liderazgo: el alfa, que brinda seguridad a través del uso de la fuerza, y el beta, que es el del individuo más sabio del grupo. El líder alfa cuida a la manada de la invasión de intrusos en su territorio, enfrentándoseles si es necesario, mientras que el líder beta, que generalmente es el miembro de mayor edad, decide a dónde llevar al resto en busca de comida, refugio o seguridad. De manera natural, generalmente el alfa es un macho y el beta una hembra, aunque puede ser que ambos roles los desempeñe un único ejemplar.
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Ser el líder de la manada, además de responsabilidades, tiene sus privilegios, pues otorga prioridad sobre la comida, el agua, la sombra, etc. Es importante considerar que las jerarquías normalmente se heredan, lo cual influye en la formación del temperamento, aunque no en el mismo grado en que lo hace la trasmisión genética. Por otra parte, también es importante saber que, al igual que sucede con otras especies de cuadrúpedos, el toro de lidia está, por su conformación física, en una posición de desbalance natural, por lo que cada uno de sus movimientos oscila entre la pérdida y ganancia de equilibrio constante para mantenerse en pie. En el toro el centro de balance se encuentra en el mismo lugar que su punto de sustentación, como se le llama al centro de gravedad que guía los movimientos del individuo. Si observamos a un toro plantado en el centro del ruedo esperando ser citado, podemos ver cómo antes de embestir gira siempre sobre el eje de sus miembros anteriores, o sea, moviendo solo sus cuartos traseros, prevenido y ofreciendo siempre su frente y sus armas naturales ante un posible ataque. Es decir, se “cuadra” al mismo tiempo que el torero se va “cuadrando” con él para citarlo adecuadamente. Este tipo de animales “presa” tienen fijada una “zona de espanto”, que es la distancia precisa en la que responden con la huida ante la presencia de un depredador u otro tipo de amenaza, siempre en función de la posición del estímulo con respecto a su punto de sustentación. En el toro, durante la lidia, esa zona se anula en favor de la defensa de sus flancos, que son los que le hacen vulnerable a la hora de un ataque. La distancia a la que el astado responderá al estímulo y su rapidez en la respuesta dependerán de otros elementos adicionales. El temperamento de un toro se puede determinar a edad temprana, ya que viene definido en su carga genética, y nos da idea de cómo reaccionará ante los estímulos del exterior. Adicionalmente se irá forjando su carácter en su interacción con el grupo y las vivencias de su entorno, pudiendo llegar a dos extremos opuestos, ser inseguro o dominante, o a toda la gama de comportamientos intermedios. EMBESTIDA. Ni al rojo ni al movimiento
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El toro es un ser emocional Entrevista con David Alonso
Para saber un poco más de etología, busqué al domador de caballos David Alonso, que es uno de los más experimentados en su área de trabajo. La capacidad que tiene para comunicarse y compenetrarse con los equinos, así como sus dotes naturales de adiestrador, son de una amplitud impresionante. David, que es una persona sensible y que valora lo que consiguen los rejoneadores con sus monturas delante del toro, me reveló aspectos en los que merece la pena reparar. Como uno de los domadores de caballos más prestigiados de México, Alonso ha podido adentrarse en su comportamiento, desentrañar sus reacciones y actuar en consecuencia. El interés de entrevistarle radica en saber, desde su perspectiva, cuál es la relación del toro ante el hombre, considerando que no existe ningún estudio etológico sobre esta especie. La agudeza de sus respuestas abre horizontes inexplorados en este ámbito. En concreto, estas fueron sus palabras: Pancho Miguel Aguirre (PMA): ¿En qué momento de tu vida te diste cuenta de que tenías una comunicación especial con los caballos? David Alonso (DA): Desde que soy niño recuerdo mi pasión por los caballos y sabía que tenía afinidad con ellos, pues podía pasar horas enteras observándolos, tratando de entender su comportamiento y su forma de organizarse. Cierto día, en el trayecto de un desfile militar, un general amigo de la familia se percató de que le había venido siguiendo durante todo el recorrido. Cuando terminó le dijo a mi madre que estaba impresionado por lo que había visto: un niño siguiendo los caballos con tremenda admiración y mucha atención, y que si eso fuera bien encauzado podía convertirme en un gran jinete, pues se notaba que sentía una pasión inmensa por ellos. Aunque mi madre recuerda esta anécdota, nunca la tomó en cuenta para mi formación, pues mi
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encuentro con la doma natural no fue hasta los 26 años, y eso detonó todo ese gusto por los caballos que estaba guardado en mi interior desde la infancia. PMA: ¿Por qué el caballo está considerado como un ser emocional? ¿Qué debemos entender por este concepto? DA: Un ser emocional es aquel que responde activamente a todo lo que percibe de su entorno mediante sus sentidos y lo transforma en expresiones corporales, lo cual implica una reacción, ya sea de miedo, de alegría o de tristeza. El caballo, estando en su manada, o en comunión con su jinete o manejador, puede tener procesos emocionalmente inteligentes, es decir, puede tener un cierto control de sus emociones. Sin embargo, al encontrarse solo, en situaciones comprometidas bajo su percepción, sus respuestas van a ser instintivas. El caballo y el toro son seres emocionales y dentro de un ruedo, por ejemplo, ambos experimentan la emoción de miedo. Pero, en el caso del primero, mediante el poder que el rejoneador ejerce sobre él, se pueden mantener bajo control sus movimientos. PMA: ¿En qué se basa el hecho de que algunas personas tengan mayor facilidad para convivir y comunicarse con los animales? DA: Para mí se debe a dos factores muy importantes: la observación detallada y la intuición, la cual, si está nutrida con conocimiento de la etología de la especie, lleva a tener un entendimiento de cada uno de los comportamientos de los animales e, incluso, poder predecirlos. Además, con especies emocionalmente sensibles, es importante tener suficiente inteligencia emocional que permita transmitir un estado tranquilo del humano para generarles confianza, fundamento importante para entablar cualquier relación. PMA: Algunos ganaderos aseguran que la bravura “es un estado de ánimo”, ¿qué te hace pensar esta frase? DA: Creo que es así, pero también es algo determinado por la “personalidad” del toro, lo que en los caballos llamamos “brío”, que está constituida por dos elementos fundamentales: el temperamento y el carácter. El primero se determina por la influencia genética de los progenitores y el segundo por el entorno en el que se ha desarrollado el individuo. La
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combinación de esos dos elementos produce un ser predecible ante los ojos de un buen lector, lo que, aunado a los estudios etológicos y otras cualidades que éste pudiera tener, convierte a un simple torero o domador de caballos en una figura. PMA: Háblame un poco más acerca de esos dos conceptos… DA: El carácter tiene dos extremos en cualquier individuo, la inseguridad y la dominancia, por lo que un buen domador -en el caso ecuestre- ha de tener la capacidad de “escanear” a su caballo para elaborar una estrategia de doma teniendo en cuenta ciertos principios básicos, como que un individuo dominante invade el espacio vital del domador y un inseguro no. El domador deberá hacer valer así su espacio mediante técnica, la cual implica anclarse al piso tratando de provocar que el que se mueva sea el caballo. Por el contrario, un ejemplar inseguro buscará siempre la huida, por lo que el domador deberá tener la sabiduría para atraerlo a donde él lo necesita. Un caballo inseguro es más sensible que uno dominante porque sus sentidos siempre están alerta, como lo están los del toro. Tanto en el entorno animal como en el humano existe un precepto infalible: quien logra controlar el movimiento de un individuo, domina su mente. Es ahí donde deben centrarse las técnicas de negociación entre humanos y ciertos animales, como es la doma de un caballo y tal vez también de lidia de un toro. PMA: Del matador Manolo Martínez se decía que “pensaba como toro”. En tu terreno se podría aplicar la misma frase, es decir, fulano “piensa como caballo”. ¿Qué entenderías por dicho concepto o cómo podrías traducirlo? DA: Nuevamente volvemos a la observación y conocimiento del animal, pero agregaría algo más: cuando una persona se dice que sabe de cierta materia es porque puede tener control de los factores alrededor de la situación. Es decir, en el caso de la conducta de un animal, su repetibilidad. De esto hay muchos estudios, desde Darwin a Pavlov, con el condicionamiento clásico, y Skinner con el condicionamiento operante a través de refuerzos y castigos. Para explicarlo más claro, si yo deseo hacer que un caballo venga a mí, tengo dos caminos: mediante el refuerzo positivo -le daría una galleta o algo que le guste cada vez que lo llame y venga a mí- o con refuerzo ne-
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gativo, al incomodarlo con presión física cuando se aleja y aliviársela cuando venga a mí. Y aquí aclaro que el calificativo “negativo” no significa que el refuerzo sea malo, sino que tiene otra connotación relacionada con agregar o retirar algún elemento que afecta su comportamiento. PMA: ¿Cómo crees que podría aplicarse esto al toro de lidia? DA: Posiblemente muchos de los mandones en la Fiesta, inconscientemente, han hecho uso de refuerzos negativos con los toros. Supongo que, por ejemplo, cuando ven que un toro tiene que torearse cerca de las tablas para que tenga mejor desempeño, lo hacen por intuición, pero científicamente es una estrategia de condicionamiento. Con el tiempo y la experiencia, aprenden a manejar las conductas de los diferentes tipos de toros sacando de ellos el mejor provecho. La afición le llama arte a esa capacidad intuitiva de ir resolviendo los problemas que se presentan durante la lidia. PMA: Consideras que aquel torero que tiene mayor “empatía” o “conexión” con el toro de manera natural ¿tendría una mayor facilidad para someterlo, para torearlo? DA: Sí que tendría mayor capacidad para hacerlo, pero si a la empatía y conexión le agregamos otra gran virtud que se llama sutileza, convertiríamos algo simple en extraordinario. Aunque por ambos caminos se obtengan resultados, en los caballos sabemos que el “sometimiento” requiere poder, mientras que el “convencimiento” requiere de sabiduría, algo siempre más sublime. PMA: Pablo Hermoso de Mendoza y Diego Ventura parecen rejoneadores con capacidades distintas en cuanto a doma se refiere. Del primero, podría afirmarse que tiene una capacidad inmensa para “convencer” a sus caballos, mientras que el segundo parece que utiliza una técnica de doma basada más en el sometimiento. ¿Qué opinas tú sobre ellos? DA: Considero que ambos son una combinación diferente de cuatro factores que les hacen ser unos fuera de serie y por eso surgen las comparaciones. El primer factor es el conocimiento del toro y todo lo que implica; el segundo, el conocimiento del caballo; el tercero, el nivel de comunicación como jinete o equitador; y, finalmente, el cuarto, es el manejo de
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las emociones del público. Creo que Diego Ventura tiene mucho entendimiento del toro, sobre todo del español. Ambos rejoneadores son muy conocedores del caballo, pero como jinetes, en mi parecer, Pablo Hermoso tiene una mejor comunicación con su cuadra y ejerce un mayor liderazgo atractivo, por convencimiento, mientras que Diego, por su propia personalidad y su carácter, utiliza más el control por poder, por sometimiento, aunque ambos llegan tal vez al mismo resultado. PMA: ¿Es como si dijéramos que uno es “líder” y el otro es “jefe”? DA: Desde luego que sí. Eso lo define perfectamente. Para poder hacer esta aseveración del control por poder, estoy considerando elementos como el manejo de la rienda y las ayudas, así como el momento en que el caballo no trae montado al jinete sobre su lomo. Con el cuarto factor, que es el público, cada quien tendrá su propio juicio. De la amalgama de esos cuatro elementos surgen esas dos figuras del toreo a caballo con estilos propios y sobre los que los aficionados queremos hacer confrontaciones. Y es normal que así suceda. PMA: ¿Cómo traspasarías dichos conceptos al toro de lidia? DA: No creo que en la lidia se pueda aplicar el convencimiento, pues eso implicaría otros factores en conjunción, como la comunicación, la confianza y el respeto. La lidia es sometimiento a través de elementos de control como el capote y la muleta, pero lo interesante es poder ver quién hace mejor uso de ellos con base en su conocimiento del toro, que es el que establece la pauta a seguir. PMA: ¿A qué atribuyes que no existan estudios sobre la etología del toro de lidia? DA: Porque alrededor del toro y de la Fiesta existen demasiados mitos, creencias, supersticiones y romanticismo. La etología es una ciencia y requiere validaciones por medio del método científico. He podido ver que existe mucho conocimiento y experiencia de ganaderos, caporales, vaqueros o toreros, pero eso no es etología. El estudio de esta ciencia implica internarse en la vida del animal, registrando cada uno de sus comportamientos al comer, beber, reproducirse, organizarse, defenderse, pero sin
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interferir en ella. En la medida que alguien se preocupe, invirtiendo tiempo y esfuerzo, en el conocimiento del toro de lidia desde esta óptica muchas cosas van a cambiar. Quizá hasta la percepción de los antitaurinos, porque habría sustento científico que los haría entender lo que a veces es difícil de explicar. Al tener en las manos este conocimiento, estoy seguro de que habría una reinvención de la Fiesta Brava. PMA: ¿Qué opinas de la teoría del depredador? DA: Estoy totalmente de acuerdo con ella, porque explica la mayoría de los comportamientos del toro dentro de la plaza y las técnicas para sobrellevar su lidia. Ya en la primera edición de tu libro habías mencionado que se trata de un animal precoz, presa, mamífero y gregario, y al comprender cada una de esas clasificaciones podemos entenderlo como un todo. El toro -gregarioque sale al ruedo ha sido separado de su manada y tiene una presión visual frontal de una multitud, que toma como una actitud depredadora. Entonces reacciona huyendo, como la primera defensa de una presa, solo que al darse cuenta de que no hay salida entra en modo de ataque como último recurso. En ese primer momento no tiene un objetivo firme, ya que hay muchos distractores, pero de pronto aparece uno caminando disimuladamente hacia él con una actitud depredadora y por fin encuentra un blanco a quien dirigir esa carga de energía que ha acumulado en los últimos momentos. PMA: ¿Estamos ante nuevos horizontes de estudio? DA: Por supuesto que sí. Considero que la “teoría del depredador” ha puesto a pensar a muchas personas que ya sabían de toros desde una perspectiva empírica, pero que al escuchar la explicación del porqué de los movimientos y las motivaciones de este animal han encontrado un sentido más claro a su sabiduría. Ante las sugerentes explicaciones de David Alonso, deseo añadir que ojalá que esta breve entrevista contribuya a motivar a los veterinarios especializados en el toro bravo para que se haga un estudio etológico profesional, con la finalidad de aportar nuevas líneas de investigación que favorezcan la comprensión de sus reacciones. Conocer al toro de lidia en profundidad siempre será determinante en el momento de enfrentarlo.
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Observar es la clave Entrevista con Gerardo Martínez Ancira
De carácter recio y talante un tanto adusto para quien no lo conoce, el hermano mayor de Manolo Martínez influyó decisivamente en el aprendizaje de éste como torero. Fue primero con esos toros criollos, y en las charreadas, cuando Manolo comenzó a adentrarse en el comportamiento de las reses de lidia, de las que llegó a ser un profundo conocedor. La afición de Gerardo Martínez Ancira por el toro bravo es también inmensa. He visto a pocas personas entusiasmarse tanto hablando de toros, por lo que resultaba fundamental charlar con él. Así fue como un día que me encontraba en Ciudad Victoria, Tamaulipas, le llamé por teléfono y le pregunté si tenía diez minutos para platicar sobre su opinión de mi libro anterior, Detrás del valor y del arte. Hizo una pausa larga que me desilusionó, hasta que después escuché nuevamente su voz diciéndome: “Te espero en mi casa… pero que sean tres horas”. Pancho Miguel Aguirre (PMA): ¿Cómo es ese asunto de la “mano correcta”?, ¿Cómo lo descubrió, don Gerardo? Gerardo Martínez (GM): Yo no descubrí nada. Las cosas han estado ahí siempre para el que las quiera ver, solo es cuestión de observar con atención. PMA: ¿Por qué es importante observar ese movimiento al arranque de la embestida? GM: Para poder lograr un pase limpio. Pero más que observar la arrancada hay que provocarla con la mano correcta. Si no observas que la becerra arranca con la mano equivocada, seguro que te va a llevar por delante. Solo si sabes apreciarlo, podrás quitarte y evitarlo. En cambio, si sabes hacerla arrancar con la mano correcta, tienes la posibilidad de lograr un pase limpio.
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PMA: ¿Alguna vez comentó con su hermano Manolo el tema de la mano con la que arranca el toro? GM: Manolo se crió conmigo. Apenas tendría doce años cuando yo empecé a tener ganado bravo. Y desde entonces se convirtió en mi sombra, en la edad justa para ir madurando junto con mi ganadería. Mi hermano tentaba prácticamente todo lo que nacía en El Colmenar, así que claro que hablamos de esto. Y no solo en una ocasión, sino a través de los años, porque era tema fundamental para él como futuro torero y para mí como ganadero. En realidad, entre nosotros no había ningún otro tema de conversación que no fuera alrededor del toro: cómo criarlo, cómo seleccionarlo… pasábamos horas y horas observando los grupos de ganado, ya fueran vacas con cría, grupos de destete o camadas de machos, y después comentábamos lo que nos había llamado la atención. De ahí establecíamos prácticas de manejo, ideas para probar cómo mejorar tal o cual cosa, e incluso cómo cambiar algún movimiento en la tienta. PMA: Observación, pura y dura… GM: Claro. Saber observar es una virtud muy importante para todos, pero en especial para toreros y ganaderos, porque las respuestas están casi siempre ahí, muy cerca, al alcance de nuestros ojos. Solo hay que saber leerlas. Muchas veces vamos demasiado lejos intentando encontrarlas, pero ahí están, algunas veces de manera tan obvia que se nos pasan de largo. Un ejemplo es tu teoría del depredador. PMA: ¿Cuál fue la mayor virtud de Manolo? GM: ¡Ésa, precisamente, la de saber observar! Además, fue un hombre muy inteligente que supo ver y entender lo que el toro “pensaba” y, así, hacerle reaccionar de manera conveniente para torearle a placer y estar a gusto delante de él. Observar y entender fueron las virtudes fundamentales que llevaron a mi hermano a ser un torero de época y un gran ganadero, quizá histórico. Lástima que le faltara tiempo para llegar adonde se había propuesto, porque tenía muy claras las ideas.
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PMA: ¿Cómo era el rancho que tenía en Múzquiz? GM: Se llamaba Santa Elena y estaba ubicado en la región de Múzquiz, Coahuila. El límite al norte era el parteaguas de la sierra, lo mismo que al sur. En medio había un valle con lomas suaves y algo árido, pero el pasto, aunque bajo, era muy nutritivo. Así que para mantener el equilibrio había que darle a cada vaca de vientre un promedio de 25 a 30 hectáreas de espacio. Había dos formas de llegar allá: por aire o por tierra, recorriendo unos 100 kilómetros de brecha para poder llegar desde San Buenaventura, que era donde terminaba el camino asfaltado. Aquel era un lugar perfecto para admirar la sabiduría de la naturaleza, sin influencia ni contaminación provocada por el hombre. PMA: ¿Cómo era el manejo del ganado en ese rancho? GM: Allí el ganado bravo era la pieza clave de un ecosistema dominado por el león de montaña, el oso negro, el coyote, el águila real y demás depredadores. Las presas naturales eran el venado y los bovinos. Cuando el toro bravo nace es obligación de su madre protegerlo, y a cierta edad debe estar capacitado para protegerse a sí mismo. En un entorno como ese solo sobreviven los más aptos. Las peleas entre ellos, que parecen un juego de niños o pasatiempo de adolescentes durante su crecimiento, no son otra cosa que el proceso de entrenamiento para llegar a convertirlos en unos formidables guerreros en la edad adulta. PMA: ¿Qué pasa con los toros mansos que rehúyen la pelea? GM: Como pasa en los humanos, hay diferentes temperamentos. Hay toros que se sienten capaces de ganar y dan una pelea franca clara, abierta, ofensiva. Pero también hay toros inseguros que tienen temor, desconfianza y retroceden, buscan refugio o atacan sin determinación cuando lo hacen. En otras palabras: dan una pelea defensiva, por lo que el torero debe ir dándoles la confianza y la sensación de que pueden ganarla. PMA: ¿Considera que saber con qué mano arranca un toro abre nuevos horizontes en la enseñanza de la tauromaquia? GM: Mi experiencia en la plaza de tientas fue muy importante. Los tentaderos los hice siempre con poco público, un tentador (picador)
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de la casa hecho a mi sistema y ayudado por jovencitos, casi niños, con poca experiencia.Te puedo decir que, usando hechos como el que me preguntas, logramos transformar a esos jovencitos en muy corto tiempo en maestros tentadores que hacían su trabajo eficientemente. Se hicieron toreros capaces de extraer el potencial a animales tanto fáciles como difíciles con todos sus matices, y llegaron a poner en evidencia a matadores de mayor trayectoria que a veces venían también a tentar. Eso no quiere decir que este aprendizaje básico lleve a un muchacho a convertirse en figura del toreo. Son cosas muy distintas, ya que para eso entran en juego otras variables. Pero, en mi opinión, entender la teoría del depredador que leí en tu libro, que surge de tu análisis y que por cierto has desarrollado de manera muy avanzada, acorta mucho el tiempo para conseguir lidiar una becerra o un novillo con dominio y seguridad. Como ganaderos debemos apoyar a los jóvenes que quieren seguir la profesión de matadores de toros dándoles oportunidad de torear, pero más importante todavía es compartir con ellos lo que hemos aprendido en una vida de trabajo, como con gusto compartí contigo el tema de la mano de arranque. Es aquí donde a mí, en lo personal, me da mucha satisfacción ver cómo he transformado a tantos aprendices en buenos toreros o solventes aficionados prácticos, para bien de la Fiesta. Como se puede apreciar, los conocimientos del ganadero Gerardo Martínez, a mi juicio uno de los mejores que han existido en el país, han tenido un gran impacto en la forma en que se debe manejar el ganado bravo y en la manera de enseñar a sus jóvenes aprendices, quienes en muchos casos han llegado a ser figuras del toreo y entre los que destaca el mandón de la Fiesta mexicana, Manolo Martínez Ancira.
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• CUARTA PARTE • LA RAíz DEL áRbOL
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Es costumbre que los toreros invitados a las tientas de hembras o machos pregunten al ganadero qué es lo que desea probar de cada uno de sus animales, así como la manera de hacerlo. Por ejemplo, preguntan a qué terreno quiere que los lleven, por qué lado desea que los toreen, a qué altura o a qué distancia citan... Dado que, como dije, yo nunca me asumí como ganadero, a las preguntas de cada torero durante el transcurso de la tienta o lidia, yo respondía siempre con un “¿y tú qué harías?”. La mayoría de los matadores invitados contaba con una vastísima experiencia y, sin dudar, contestaban lo que a su juicio procedía para torear o tentar al bovino en turno. Una vez que me decían lo que harían según su criterio, volvía a preguntarles el porqué, entonces me daban una amplísima explicación que yo anotaba cuidadosamente y de manera sistemática. No era de sorprender que la mayoría de las respuestas de los toreros coincidieran para determinada situación o comportamiento de los animales. Sin embargo, había ocasiones en las que ante una misma condición o conducta recibía diferentes opiniones. En ese caso yo anotaba la respuesta más común, o la que me parecía más lógica. Confieso que a veces llegué a anotar hasta tres y cuatro opiniones diferentes. Así, con todo el material que reuní a partir de las anotaciones que hice en mis tientas, conformé el resumen de las técnicas que
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utilizaban los toreros para cada uno de los comportamientos de los toros, sobre las que, creo, nunca se había escrito y que normalmente desconoce el público. Se puede decir que los aficionados comunes ven únicamente las hojas y las hermosísimas flores del árbol de la tauromaquia, pero desconocen el tronco, las ramas y, aún más, las raíces de dicho árbol, que están formadas por los diferentes comportamientos del toro y por las técnicas para dominarle, según sea el caso. Cuando vemos el comportamiento de un toro o de una becerra ante una persona que no sabe torear se hace más notoria la aspereza de su bravura, pues la res se mantiene en la pelea buscando al torpe enemigo con una agresividad incomparable. En cambio, cuando torea un profesional, aunque las faenas se inicien con complicaciones, el toro va poco a poco siendo sometido sin que los espectadores percibamos las técnicas que se utilizan para lograrlo. Hago un paréntesis para explicar que, a mi juicio, el “sometimiento” del toro por parte del lidiador se debe fundamentalmente al temple que éste va imponiendo, pues poco a poco va conociendo mejor el tipo de embestidas, de manera que si utiliza la técnica correcta el toro empieza a descubrir que el depredador al que persigue tiene una huida con el mismo comportamiento, por lo tanto su embestida también comienza a tener un mismo ritmo de persecución. Por otro lado, me parece que en este tema también influye el cansancio del toro. Hay una gran brecha entre el saber de los especialistas y el de los aficionados. En buena medida se debe a que los toreros yotros protagonistas de la Fiesta, cuando transmiten sus conocimientos, asumen que los demás saben tanto como ellos y que están en disposición de entenderles. El desconocimiento de los aficionados sobre esa parte más profunda del toreo, la raíz del árbol, provoca que, muchas veces, el trabajo de los matadores no se aprecie ni juzgue debidamente.
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El público Un buen aficionado no va sólo a divertirse a la plaza. Asiste, sobre todo, a emocionarse, a apreciar el arte y la capacidad del torero, así como las características del toro, encontrando en ello un verdadero disfrute cuando los dos se funden en una gran faena. En este sentido, la emoción que produce el arte del toreo suele ser indescriptible, una magia especial. La corrida de toros no es una representación ensayada, por lo tanto, no ofrece garantías de brillantez o de éxito. Es un espectáculo en el que al menos uno de los actores principales, el toro, es siempre distinto e impredecible, no conoce el guión ni es consciente de lo que le rodea. Por eso resulta absolutamente imposible anticipar lo que va a suceder y la forma en que sucederá, pues el torero hace el libreto sobre la marcha en relación con las características del burel, su coprotagonista. Cabe agregar que este actor es bravo, que desea atacar o matar para defender su vida y sus intenciones son verdaderas, no actuadas. Es ante todas estas adversidades como el torero debe crear arte. Quien entre a una plaza de toros sin ser consciente de esto, se ha equivocado de espectáculo. Tratándose de toros y toreros, en muchas ocasiones el público es un juez que dicta sentencia sin conocimiento de causa. Es como si el trabajo de un doctor fuera juzgado por alguien que ni siquiera estudió enfermería y que calificara el resultado sin considerar la gravedad del paciente. Peor aún, los protagonistas de la Fiesta Brava son juzgados por el público sin derecho de réplica. Aunque las corridas continúan en el gusto de un número muy respetable de personas, lo cierto es que no son tan populares como otros espectáculos, por lo que sus reglas y fundamentos están lejos de resultar accesibles para la mayoría. Al menos, no en México. Esta situación permite a quienes se precian de su afición, y en ocasiones sobrevaloran sus conocimientos al respecto, la oportunidad de hablar de un tema que casi siempre desconocen
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en profundidad, aunque en ello no haya mala intención. Muchos aficionados, incluso taurinos de cepa, verdaderamente creen que saben todo lo que hay que saber sobre toros, pero ignoran que lo que desconocen es mucho más. A fuerza de ver, durante mucho tiempo quizá, los toros desde la barrera, se consideran entendidos y juzgan duramente a toros y toreros, a cuadrillas enteras, sin argumentos reales o bien documentados En gran medida, los abucheos dentro de una plaza de toros tienen su origen en el ánimo del público o en juicios instantáneos más que en la observación escrupulosa de una faena o de las condiciones de un burel. Estas descalificaciones resultan más dañinas para las corridas de toros que todas las acciones conjuntas de los grupos antitaurinos. En términos futbolísticos, podríamos decir que son un autogol. Cuando la afición descalifica con ligereza no hace más que manifestar su ignorancia respecto a la labor, dedicación y hasta sacrificios económicos de los toreros y de los criadores de toros de lidia. Pocos saben lo que hay detrás de los cuatro o cinco años de edad de un toro cuando sale a la plaza, todo el trabajo y el empeño que ganaderos, caporales y vaqueros ponen para que sus animales den un buen juego en las plazas. Me atrevo a decir que la mayoría de los ganaderos crían toros únicamente por su desmedida afición a la Fiesta, pues normalmente pierden grandes cantidades de dinero en el afán de que ésta continúe. Las satisfacciones que buscan no son económicas, en su gran mayoría, sino de índole personal, de esas que alimentan el espíritu. Por razones económicas, muchos empresarios, ganaderos y toreros mexicanos piensan constantemente en dejar de trabajar por la tauromaquia para dedicar su tiempo y su dinero a algo más lucrativo, por lo que un abucheo injusto puede ser la gota que derrame el vaso. Si algún matador joven se retira o un criador manda su ganado al rastro se está coartando el sostenimiento y el crecimiento de nuestra tauromaquia. Respecto a los toreros y sus cuadrillas, el pago que reciben en México no es cuantioso, sobre todo si se toma en cuenta el ries-
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go que corren. En la Fiesta Brava las cosas se hacen por el amor que todos le profesan. Sin embargo, estoy convencido de que el público y los comentaristas, siempre con conocimiento de causa, pueden y deben pronunciarse en contra de aspectos negativos evidentes, como puede ser la falta de edad o trapío de un toro, o el poco profesionalismo que pueda llegar a manifestar cualquier actor del espectáculo, pues de lo contrario éste corre riesgo de perder su calidad.
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• QUINTA PARTE • tÉCniCAs DEL tOREO En FUnCión DEL tORO y sU RELACión COn LA tEORíA DEL DEPREDADOR
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Insisto, por ser una de las tesis más importantes de este trabajo, en la idea de que en la plaza, durante su lidia, el toro reacciona como si estuviera peleando en el campo. La diferencia radica en que en el ruedo no tiene posibilidad de huida ni está acompañado por otros bovinos que, por su comportamiento gregario, le ayuden a defenderse de un ataque. Recalco también que la actitud del toro frente al torero se basa en su experiencia adquirida en las frecuentes peleas que ha tenido antes con sus hermanos de camada o, en menor medida, con otros animales. Claro que esas reacciones tienen además una amplia carga instintiva, transmitida genéticamente a lo largo de miles de generaciones de su especie. Por ello, estoy seguro de que las distintas técnicas del toreo que se han desarrollado y mejorado a lo largo de la historia tienen su origen en esa “premisa madre” que, apoyado en la observación de años del comportamiento del toro, ya planteé líneas atrás y propongo como teoría. Este concepto básico de la tauromaquia, del que derivan todas las ampliaciones posteriores, se resume y consiste en el hecho de que el torero ha de manejar de tal forma la muleta o el capote que haga creer al toro que la tela es un depredador que le reta, que le acosa, que le ataca o huye, que corre o espera, que emite sonidos y que gana o pierde la pelea… Tal vez sea por eso que se le llame engaño a la tela con que se torea. Sin esta premisa madre me parece imposible explicar el porqué de las técnicas del toreo; con la teoría creo que se explican todas o la mayoría de ellas.
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Y por eso mismo, porque el astado instintivamente lucha por su supervivencia, su intención es la de salir triunfante del combate, que para él es a muerte, o cuando menos imponerse con violencia ante un atacante al que busca dejar maltrecho para que así deje de acosarle. Sobre esta consideración, el torero debe tener la destreza suficiente para mover el engaño de tal manera que el toro lo vea como un animal que aparentemente huye, pero sin llegar a desistir de su acoso. Es decir, que el astado persiga a ese depredador reconvertido en presa, pero no de cualquier forma, sino de acuerdo a los deseos del lidiador y a su concepto artístico, con el cual desea obtener el mayor dominio y lucimiento durante la faena. La neutralización de los defectos o las carencias del comportamiento de los toros para una mayor brillantez de la lidia, igual que la potenciación de sus virtudes, se logran con la aplicación de las técnicas que, sobre el manejo del instinto bovino, se han venido desarrollando y perfeccionando a través de las diferentes épocas de la historia de la tauromaquia. Algunas de ellas, con sus diferentes matices, son las que expongo a continuación. Su descripción se ha hecho posible gracias a la inestimable colaboración de dos de los mejores matadores de México, Manolo Mejía y Arturo Saldívar, cuyas opiniones y certezas se suman a lo que he tenido la oportunidad de aprender de otros muchos matadores que asistieron a las tientas de mi ganadería.
Condiciones de la bravura El comportamiento ofensivo del toro de lidia en la plaza, su agresividad natural, es decir, su bravura, suele estar determinada por cuatro condiciones o virtudes básicas: la raza, la fiereza, la codicia y la movilidad. La raza es la piedra angular de la bravura, una irrenunciable actitud combativa que refleja la carga genética que le viene de sus ancestros y que le lleva a crecerse al castigo y a mantenerse constantemente en la
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pelea. Para mí, el toro más bravo es aquel al que le ha sido transferida genéticamente la intuición de que saldrá mejor librado de los depredadores atacando y no defendiéndose. El biólogo Fernando Gil-Cabrera sostiene que a mayor dopamina se produce mayor acometividad y codicia, mientras que la serotonina inhibe la agresividad. La segunda, la fiereza, es la bravura llevada al extremo, casi salvaje, que le añade al animal una gran agilidad con la que transmite al tendido y al torero una evidente sensación de peligro. La codicia es la motivación que le hace perseguir con vehemencia el engaño que se le presenta ante los ojos con el fin de herirlo a toda costa. La movilidad es la condición que le estimula para acudir constantemente a los cites. Normalmente el toro bravo embiste en cualquier terreno, incluyendo los medios, porque no requiere ir a las tablas a proteger uno de sus flancos. Conforme va pasando la faena y se va cansando, es posible que busque protección, por lo que, entre pase y pase, tendrá la tentación de ir a las tablas y de protestar, es decir, de embestir de manera descompuesta. Sin embargo, el verdaderamente bravo terminará peleando en el centro del ruedo. Mucha bravura. Cuando el toro tiene mucha fiereza, codicia, raza o movilidad, el torero debe mantenerse muy alerta y prever que después de rematar o terminar cada pase el animal volverá a atacar rápidamente. Ante tal situación, lo más aconsejable es “reponer terreno”, o sea, aumentar suficientemente la distancia con el astado para intentar un nuevo embroque. Tanto o más importante será conducirle con la muleta lo más baja posible, de manera que al humillar, al bajar la cabeza durante el pase para cornear al depredador, el toro haga un mayor esfuerzo en su avance y atempere así el ímpetu de su acometida. Cuando el toro es muy codicioso también conviene, en algún caso, finalizar los pases a media altura, dándole cierto alivio, para que al embestir hacia arriba o en una posición más natural y menos forzada, el animal se desplace unos metros más. Además de la cabeza, levantará un tanto las patas delanteras hasta dar uno o dos pasos adicionales antes de volver al ataque, lo que contribuirá a un mayor desahogo en el desempeño del lidiador.
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Con este tipo de toros especialmente agresivos es indispensable que los “toques”, los movimientos que como estímulo y guía de la embestida transmite el torero a la tela del engaño, sean más marcados de lo normal. Con el toro codicioso el torero debe dejar el engaño presentado en la cara del animal tras el remate de cada pase, para que al retomar su acometida no tenga otro objeto ante sus ojos. Si deja de ver el objetivo en algún momento, hay muchas probabilidades de que, en su afán por atacar, le gane la acción al torero y termine por embestirle al cuerpo. Ya desde el primer tiempo del pase, en el cite, el torero deberá colocar la muleta muy adelantada a su cuerpo, tanto como le alcancen su brazo y su cintura, para, una vez iniciada la arrancada del toro, empezar a moverla en la misma dirección del viaje de éste, haciéndole creer así que el depredador huye a cierta velocidad. De esta forma podrá llevar al burel sometido en un recorrido largo, “tocando” con autoridad cada vez que se distraiga del engaño y llevando la tela de arriba a abajo en el trazo del pase hasta hacer que arrastre su parte inferior a ras de arena (videos 17 y 18)*. Cuando un toro reúne estas características ideales de máxima bravura, el lidiador, usando su preparación física y atlética, debe actuar con mucha firmeza y una gran seguridad en sí mismo para resolver una situación tan compleja como la que representa el ataque continuo y desbordante del toro. Bravura regular. Si las condiciones de la bravura no son tan acusadas o extremas, el torero debe cuidar la intensidad de sus toques en los cites y aplicar movimientos más suaves durante el trazo de los pases, de manera que, al sentir que su depredador reduce el brío, el toro sienta que va ganando la pelea y aumente su celo. De lo contrario, puede provocar que el animal termine huyendo. Bravura nula. A los toros que les falta bravura de vez en cuando se les deja enganchar o topar el engaño, para hacerles creer que van ganando la pelea, que casi alcanzan a su depredador. De hecho, el toro cree que la mayor parte del tiempo está ganando el pulso porque su enemigo huye a sus embestidas o elude el enfrentamiento. *detrasdelvalorydelarte.wordpress.com
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En caso de que la codicia y la bravura sean de escasa intensidad, el torero debe mantener la muleta a la altura a la que el astado embista por propia iniciativa, o solo un poco más baja, de manera que nunca la pierda de vista y la tenga a su alcance, pues únicamente así volverá a tomar el siguiente pase. También es conveniente plantear la lidia en los terrenos situados entre el tercio y las tablas, donde los astados más bajos de raza tienden a refugiarse. Pero de este aspecto especial hablaremos más adelante.
La prontitud Los toros reaccionan arrancándose con mayor o menor tardanza al estímulo del cite. Cuanto más inmediata es su reacción o cuanto menos tiempo transcurre entre la provocación y la acometida se dice que el toro tiene más prontitud en su arrancada, que es más “pronto”, lo que, por lo general, denota un grado mayor de bravura. Cuando la arrancada del toro no es muy pronta se dice que “tardea”, ya sea por falta de bravura, codicia o fuerza. En tal caso, el lidiador deberá provocarle acortando la distancia y cruzándose hacia el pitón contrario o incluso más allá de éste, para que el toro sienta que el depredador lo atacará por un costado, donde no tiene la defensa de los cuernos, y embista forzadamente. El lidiador también puede emplear la pierna del cite como señuelo. Y, aunque sea estéticamente poco recomendable, alentar la embestida golpeando fuerte el piso con el pie, lo que se conoce como cite “al pisotón” (video 23)*.
La distancia Se llama distancia al espacio que hay entre el torero y el toro a la hora del cite y que éste necesita para embestir de manera adecuada. El lidiador debe identificar la distancia correcta a la que puede provocar la embestida del animal sin que éste proteste, ya que es distinta para cada individuo. Si el torero se aleja de la que toro demanda, éste no acudirá, pero si la acorta demasiado puede embestir protestando, de manera brusca o desordenada. Durante la lidia esa distancia va cambiando, normalmente se va acortando, y el torero debe identificar constantemente estos cambios para lograr un acoplamiento permanente. *detrasdelvalorydelarte.wordpress.com EMBESTIDA. Ni al rojo ni al movimiento
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Una mala elección de la distancia en los cites puede ocultar las verdaderas cualidades del toro. Un error muy común entre los toreros es el de “encimarse” demasiado al burel, lo que hace que éste, debido a su reducido ángulo de visión inmediata, no distinga bien al depredador que le está atacando y opte por regatear y descomponer su ataque. A este error se le denomina “ahogar la embestida”. La aplicación de la distancia idónea es una de las partes de la técnica lidiadora menos perceptibles para el público, hasta el punto de que puede cambiar inconscientemente su juicio sobre lo que ve en la arena al no apreciar los efectos de los aciertos o errores del torero. En realidad, la arrancada del toro es la reacción directa a la invasión de su “zona de espanto” -anteriormente explicada-, que no es otra que la distancia a la que se siente agredido y obligado a elegir entre huir del depredador como cualquier animal presa o defenderse atacando. Aunque no se puede tomar como un absoluto, los más bravos suelen arrancarse al ataque desde mayor distancia, como ya hemos dicho. Pero también es cierto que algunos toros embisten con mayor recorrido, humillación y suavidad cuando se les acorta la distancia del cite, mientras que con otros es necesario alejarse para conseguir mejores reacciones y prestaciones. La prontitud en la arrancada y la distancia del cite son sendas coordenadas de tiempo y espacio estrechamente relacionadas, en tanto que la mayor o menor prontitud del toro tiene mucho que ver con el acierto del torero a la hora de escoger el lugar desde donde le incita a embestir. Distancia larga. Al toro que se arranca desde una distancia larga se le debe citar con mucho espacio de por medio, y tratar de reponerse entre pase y pase para mantener la medida de manera homogénea. Para ello, el torero habrá de llamarle presentando la muleta lo más adelantada posible y muy “planchada” -plana- ante los pitones, a una altura algo mayor que cuando se le cita en corto y con un toque fuerte para centrar su atención. También debe empezar a mover el engaño un poco antes que en un muletazo instrumentado a menos distancia, ya que como acudirá con mayor velocidad e inercia, se aumenta la posibilidad de que el astado tropiece o enganche la tela (video 19)*. *detrasdelvalorydelarte.wordpress.com
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En la mejor de las situaciones posibles, cuando el astado es bravo y presenta prontitud en la arrancada, casi sin necesidad de provocarle, es muy importante que el torero identifique inmediatamente la distancia desde la que lo hace. De no ser así, corre el riesgo de que la acometida se produzca antes de tiempo y le tome por sorpresa, descolocado o sin presentar adecuadamente la muleta, lo que puede propiciar un percance (video 22)*. Distancia media. Si el toro se viene desde una distancia media, a unos cuatro o cinco metros, el torero debe dejar la muleta con el vuelo a ras del suelo y “tocar” por delante de la pierna contraria a la mano con la que cita (mano izquierda-pierna derecha y mano derecha-pierna izquierda). Distancia corta. Esta característica normalmente se detecta desde el primer tercio. Sin embargo, el torero deberá citar siempre a una distancia mayor que la que parezca aconsejable e ir probando a hacerlo a menores distancias hasta encontrar la que consiga provocar al animal. Más vale equivocarse de largo que de corto. En la corta distancia, a menos de dos metros, se procederá igual que en la distancia media, aunque con un toque y unos movimientos más sutiles (video 20)*.
Cuando el toro “rasca” En los casos en los que la tardanza del toro en la embestida es muy acusada, es decir, cuando no es nada “pronto” en su arrancada, su pasividad suele estar acompañada del defecto de “rascar” la arena, lo que en España se conoce como “escarbar”. El astado arrastra la pezuña por el piso de adelante hacia atrás, como intentando echarse arena a los lomos, en una actitud que, aunque parece amenazante, denota cobardía: con este gesto algunos animales intentan que su depredador desista de la pelea. En realidad, este comportamiento puede deberse a varias causas y no sólo a la falta de bravura o a la negativa a embestir, también se da cuando los toros tienen un exceso de nervio y temperamento o cuan*detrasdelvalorydelarte.wordpress.com EMBESTIDA. Ni al rojo ni al movimiento
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do no se sienten cómodos en el lugar donde están parados, ya porque la arena sea abundante y muy suelta, porque esté embarrada o demasiado dura. No todo el astado que escarba, y es importante señalarlo, resulta obligatoriamente manso. Del mismo modo aclaro que en el argot se les llama mansos pero en esta raza no existe la mansedumbre, solo la bravura limitada. El torero debe identificar el motivo por el que el toro “rasca”, pues puede ser incluso él mismo el que provoque este comportamiento si se sitúa fuera de la distancia idónea. Ante esto la solución es colocarse en el espacio adecuado. Pero si el toro rasca por su incomodidad en el terreno que pisa, el lidiador deberá cambiarle a otro área donde se sienta más firme sobre sus extremidades. Cuando el origen de esta actitud es la pura falta de bravura, además de escarbar la arena el animal da pasos atrás, reculando y alejándose de la distancia de arrancada. En este caso, el lidiador deberá provocar la embestida dando un cauto paseo en diagonal en dirección hacia el pitón contrario, con la muleta siempre preparada y dando un toque firme que fije el objetivo, ya que cuando los mansos escarban es porque dudan en acometer, y si es así su ataque se produce de manera incierta y en el momento menos esperado (video 24)*. Las “rascadas” de manso también pueden deberse a que la duda del toro no sea la de acometer o no, sino la de optar por hacerlo al torero o al engaño: si no se le presenta con claridad un solo depredador, porque el lidiador no está “tapado”, el astado atacará indistintamente. La única solución será la de que el torero se tape bien tras la muleta o el capote para fijar su atención en un único punto, pero después, en el momento del embroque, deberá abrir el engaño haciendo creer al toro que su depredador se desplaza hacia el pitón contrario. Es importante tomar en cuenta que, casi sin excepción, al acto de escarbar y recular saliéndose de la distancia, el toro manso añade además la acción de bajar la cabeza casi hasta el suelo -lo que en España llaman “meter la cara entre las manos”- como preámbulo de una arrancada sorpresiva y violenta -arreón-. Entonces, antes de ci*detrasdelvalorydelarte.wordpress.com
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tar, el torero debe levantar el engaño lo suficiente para que el animal se fije en éste y levante a su vez el testuz, o retirárselo de la vista para provocar su curiosidad y hacerle desistir de esa actitud ultra defensiva, propia de la reservonería. Ya con el astado fijo y dispuesto podrá plantear un nuevo pase.
Las querencias, cuestión espacial Además de la adecuación de la distancia, es importante detenernos en el decisivo juego de terrenos en que también se basa la tauromaquia. El toro bravo plantea la lucha con un sentido territorial, defendiéndose de la invasión de su espacio circular -zona de espanto o de ataque-, que se va reduciendo a medida que avanza la faena y el animal pierde vigor. Es en el ámbito de esta cuestión espacial donde se enmarcan las llamadas “querencias” del toro, que no son sino el lugar, o los lugares, del ruedo donde éste se siente más seguro o protegido y en donde tiende a refugiarse. Las querencias se aprecian más en los toros menos bravos y pueden situarse en cualquier zona de la plaza. Antiguamente, cuando se picaba sin peto, podía ser hasta junto a los cadáveres de los caballos que habían matado, para mostrar así a los demás depredadores el daño que les pueden inferir. Pero la querencia primera y natural es el área más próxima a los toriles, justo la que les recuerda su anterior ubicación y donde está la puerta por donde quisieran volver en su huida. Querencia marcada. Cuando la querencia de un toro es muy acusada, especialmente cuando es en terrenos de toriles, el torero debe tratar de sacarle de ella cuanto antes, pues de otra manera el animal puede imponer su voluntad defensiva y complicarle la labor con medias embestidas, dando arreones o ciñéndose, pues su intención es la de despegarse lo menos posible, por ejemplo, de las tablas para no desproteger uno de sus flancos. Si la querencia es hacia los terrenos de tablas en general, el lidiador debe prever que cuando el toro pase entre él y el centro del ruedo seguramente se ceñirá buscando ese lugar. Por tanto, la técnica
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que debe emplear el torero es tratar de que el animal esté siempre entre él y los terrenos de adentro, como también se conoce a los cercanos a la barrera. También es posible aprovechar la querencia del toro en favor del lucimiento de la faena, por ejemplo dando la salida de los pases hacia donde ésta se halla, así el animal se sentirá más “cómodo” en la acometida y su recorrido será más largo (video 21)*. Querencia marcada con un toro complicado. El mayor problema llega cuando el animal aquerenciado añade un comportamiento complicado o defensivo. En ese caso el torero deberá plantear la faena en un punto del ruedo totalmente opuesto al que el toro prefiera e intentar mantenerlo allí, lo que generalmente no resulta fácil. Además, debe estar siempre muy cruzado en los cites de los pases que tendrán salida hacia la contraquerencia -a los que el astado será más reacio- y aprovechar los que dé hacia el lugar al que el animal tiene tendencia, aunque procurando que no salga huido de las suertes. Querencia marcada con un toro noble. Si el toro aquerenciado es noble y no ofrece mayores complicaciones, se debe intentar mantenerlo fuera de la querencia el mayor tiempo posible para que no acumule resabios. Pero no conviene empeñarse en llevarle demasiado la contraria cuando finalmente decide irse al terreno que busca, sino más bien dejarle hacerlo y seguir toreándole donde prefiere. Querencia regular. Cuando un torero detecta una querencia ligera en el animal, debe sacarlo de ella y torearlo en otro lugar de la plaza. Sin embargo, debe prever que en el transcurso de la faena la querencia se puede acentuar. Querencia nula. A los toros más bravos no les importa pelear en cualquier lugar de la plaza, no marcan ninguna querencia. Con ellos el torero elegirá el terreno de la faena según su gusto y criterio, aunque es aconsejable hacerlo siempre desde el tercio hacia los medios para la mayor brillantez de la obra y rendimiento del astado. *detrasdelvalorydelarte.wordpress.com
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En estos casos resulta más fácil cambiar al toro de un terreno a otro, aunque teniendo siempre en cuenta que las querencias suelen acentuarse según avanza la lidia por la pérdida de fuerza o combatividad del animal. Dependiendo del comportamiento del toro y de cómo se entienda el término “terrenos cambiados”, éstos se van invirtiendo: al principio el terreno cambiado es cuando el toro pasa entre el torero y las tablas, y al final es cuando el toro pasa entre el torero y los medios. A mi juicio, el concepto de terrenos cambiados puede variar conforme avanza la lidia.
La clase o “toreabilidad” Durante la lidia, a la hora de acudir a los cites y embestir a los engaños, son varias las virtudes que definen y mejoran el comportamiento del toro, las que, en moderna expresión, le suman más grados de “toreabilidad”. Tales virtudes son la nobleza, la fijeza y la entrega, la prontitud, el recorrido, la humillación y, sobre todo, la clase, la calidad óptima en su acometida, entendida, podría decirse, como la elegancia a la hora de atacar al depredador -engaño-, como si el burel disfrutara en el esfuerzo en lo que sería la sublimación de la nobleza y la entrega. Vayamos viéndolas una por una.
Son y temple La clase del toro de lidia, esa entrega total en el despliegue de sus virtudes, se manifiesta en un son o un temple especial en sus embestidas, repitiéndolas con cadencia y ritmo, con suavidad y sin soltar derrotes, ya sea al galope, al trote o al paso según el encaste al que pertenezca. Sin embargo, el toro bravo y con clase de ninguna manera deja de ser un enemigo difícil, por mucho que no exija en su lidia más que los recursos necesarios para aprovechar su franquía. Porque, más allá de detalles técnicos, los toros con clase piden, en correspondencia, una entrega y una expresión estética al mismo nivel de excelencia para no dejar en mal lugar a quienes se les enfrentan,
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además de un añadido de valor para saber esperarlos y llevarlos al mismo ritmo cuando las arrancadas son lentas y tardan más en pasar por delante del cuerpo del torero.
La nobleza Entre las virtudes que se aúnan en la clase destaca la nobleza, que es la actitud del toro que pelea y embiste con claridad. En el argot taurino se dice “sin mala intención”, aunque a mi juicio equivocadamente porque el toro siempre tiene el objetivo de herir al depredador. Sin embargo, el toro noble se convence de que el engaño es el animal que lo amenaza y se desentiende del hombre. El toro de mucha nobleza es el que más disfrutan los toreros, porque con él pueden mostrar abiertamente su aportación artística sin obligarse a pensar o a aplicar complejos recursos técnicos. Con todo, nunca conviene confiarse en exceso, pues, aunque su lidia no sea la más complicada, el animal noble sigue manteniendo su intrínseco peligro. Mucha nobleza. La mejor recomendación para con los toros que muestran una gran nobleza es aplicar de manera discreta y suave las técnicas que ayuden a compensar algunas de sus posibles carencias -puede haber nobleza sin codicia o sin prontitud, por ejemplo- ya que si se aplican torpe, inadecuada o aceleradamente es posible que el animal pierda esa condición. Por ejemplo, si a un toro noble se le cita con toques demasiado bruscos, invariablemente y en la misma medida, sus embestidas se tornarán bruscas, en tanto que el toro entiende que el depredador le ataca con mayor agresividad y velocidad (video 38)*. Regular o poca nobleza. Cuando un toro no tiene mucha nobleza o carece de ella, el torero debe estar muy atento a su comportamiento irregular e inesperado, concentrándose en aplicar las técnicas de una manera marcada para evitar ser sorprendido. Con este tipo de astados, antes de meterse en faena, es conveniente “doblarse”, es decir, dominarlos con secos muletazos por bajo, en los que la tela acabe siempre buscando la parte trasera de las orejas, que es la forma en que, al mer*detrasdelvalorydelarte.wordpress.com
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marle las fuerzas del cuello, se pueden reducir los posibles riesgos derivados de esa falta de nobleza, aun a pesar de hacerle perder recorrido a la embestida (video 39)*. De esta forma, el toro siente que el depredador es muy ágil, pues le ataca de muchas y diferentes maneras que le obligan a responder al ataque con la misma agilidad y a gastar más energías.
Entrega y fijeza Generalmente, la fijeza y la entrega son virtudes añadidas o derivadas de la nobleza. Se dice que un toro es fijo cuando únicamente está pendiente de los movimientos y del estímulo de los engaños; y entregado, cuando los persigue desentendiéndose totalmente del torero; en ambos casos el animal está convencido de que la tela es su depredador. Por tanto, las técnicas de su lidia son exactamente las mismas que se utilizan para el toro noble. En caso contrario, se le lidiará según las pautas que explicaremos al hablar de los defectos que definen la falta de clase y bravura. Aun así, la fijeza puede tener variantes, casi siempre dependiendo del grado de raza del astado, y se manifiestan, o no, a lo largo de las distintas fases del pase, desde el cite hasta el remate. Porque si es muy importante que el toro esté fijo en la tela -depredador- cuando se le incita a embestir y que se mantenga así durante todo el recorrido de su embestida, tanto o más lo es que esa fijeza continúe hasta el remate de los lances o muletazos. El “remate” consiste exactamente en que, al finalizar un pase o una serie de pases, el torero mueva el engaño de tal manera que el toro pierda de vista momentáneamente al depredador que lo amenaza. Durante el tiempo que tarda el burel en volver a encontrar su objetivo, el lidiador puede alejarse de su alcance. Toro fijo. Este tipo de toro se queda parado en el lugar en el que se remató el pase y, tras voltearse, sigue pendiente de nuevo del depredador -torero y engaño- que persigue. En puridad, esta cualidad es muy cómoda para el lidiador, porque así puede salir siempre confiado de las suertes, sin temor a que el animal le sorprenda (video 31)*. *detrasdelvalorydelarte.wordpress.com EMBESTIDA. Ni al rojo ni al movimiento
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Toro sin fijeza. Hay toros que justo en el momento del remate, casi siempre los desrazados, “pierden la fijeza” y salen distraídos del embroque, por lo que no se vuelven ni se concentran nuevamente en el “enemigo”. En este caso, al terminar la serie de muletazos el torero deberá llamar la atención del animal con la voz -los depredadores emiten sonidos que le son naturales al toro- o con movimientos acusados de la tela, cuando no acosándolo para que vuelva a girarse, si es que sale huyendo, o para que se centre en el objeto, si gazapea. De esta última circunstancia, el gazapeo, también nos ocuparemos más adelante (videos 32 y 33)*.
El recorrido Es el espacio a lo largo del cual se desarrolla la embestida del toro, desde el inicio hasta el final del pase. Es decir, la distancia durante la que el animal está dispuesto a perseguir al depredador mientras éste huye de él. Ese recorrido puede variar dependiendo del lado o pitón por el que se le toree, de la distancia a la que se le cite -de largo entra en juego la inercia- y hasta de si la embestida va encaminada hacia alguna querencia, cuando será más larga, o contrario a la querencia, cuando se acortará. Mucho recorrido. Cuando el trayecto es extenso, como mejor de los casos, el torero debe presentar el engaño adelantado lo máximo posible, o sea, estirar el brazo hacia el toro, para fijarle desde lejos. Cuando se produzca la arrancada y ésta llegue a su jurisdicción, deberá correr la tela hasta girar todo lo posible la cintura y seguir guiándola con el brazo y la muñeca para llevar al astado lo más atrás o separado posible de su cuerpo. Sólo entonces despedirá la embestida y se colocará para un nuevo pase. De cara a un mayor lucimiento artístico, es fundamental ayudar a mantener el máximo tiempo posible esa gran virtud que es una embestida de largo recorrido, por lo que hay que evitar acortar los pases o no apurar en toda su dimensión el viaje del toro. Y es que éste aprende rápidamente esos cambios de dirección del depredador que *detrasdelvalorydelarte.wordpress.com
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está persiguiendo y, por puro instinto, puede pasar a recortar también su acometida si no va acompañada de una gran nobleza que perdone errores (video 34)*. Recorrido regular o medio. El recorrido de la embestida es mediano cuando el toro se vuelve apenas pasa junto al cuerpo del torero y no hay, por tanto, posibilidad de que éste termine el pase con holgura. En este caso, el lidiador debe despedir al burel -rematar el muletazoun poco antes de lo que sería habitual, al tiempo que debe reponer el terreno moviéndose hacia sus cuartos traseros para poder así colocar la muleta antes de un nuevo cite. Con todo, es recomendable no iniciar el pase con el brazo totalmente estirado hacia adelante, sino retrasando la muleta lo suficiente para que ese mediano recorrido de la embestida se inicie más cerca del torero y alcance así a sobrepasar su cuerpo, lo que también se consigue acortando las distancias en el cite. Recorrido corto. Cuando el recorrido es muy corto y el toro se para en mitad del pase o se revuelve en el espacio donde se encuentra el torero, lo aconsejable es citar con el engaño muy retrasado, es decir, situando la tela detrás de la pierna de salida del pase y con la punta inclinada hacia el pitón más alejado. De esta manera, el recorrido de la embestida comenzará cuando el toro ya haya pasado por delante del torero, quien se encontrará en un espacio menos comprometido cuando el animal se vuelva. De cualquier forma, también aquí el lidiador deberá reponer terreno entre pase y pase (videos 35 y 36)*. Cuando el toro no tiene recorrido conviene igualmente citar de frente para aparentar que el pase tiene mayor profundidad, pues al terminar éste parecerá que el brazo del torero se extiende al máximo hacia atrás. Del mismo modo, es necesario señalar que para torear con el capote se necesita la inercia del toro, es decir, una embestida de relativa lejanía, pues de esta forma se aumenta su recorrido. Y, hablando de inercia, también hay que advertir que cuando el toro no *detrasdelvalorydelarte.wordpress.com EMBESTIDA. Ni al rojo ni al movimiento
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tiene recorrido pero sí prontitud es bueno perderle pasos o reponer un poco más el terreno para que la inercia haga que la trayectoria de la embestida se amplíe.
La humillación Se conoce como “humillación” a la capacidad del toro de embestir con el cuello totalmente descolgado, “humillando” -bajando o inclinando- el testuz casi a ras de arena, como muestra de su total entrega o “concentración” en el ataque. Acostumbrado a luchar en el campo con otros congéneres, como ya se explicó, el toro tiende instintivamente a bajar la cabeza durante las peleas para cubrirse y evitar lesiones en el pecho, así como para herir soltando el derrote de abajo a arriba. El toro que huye del combate no acostumbra a humillar, de ahí que esta virtud se asocie generalmente con la bravura, aunque tampoco sea una regla definitiva. Al ser ésta una posición de ataque, la virtud de humillar viene también condicionada por las características morfológicas del animal, como pueden ser concretamente la mayor o menor dimensión de su cuello o la altura de sus patas delanteras. También influye decididamente la forma de su cornamenta, de tal manera que los toros veletos o cornivueltos -sin que tampoco sea una máxima absoluta- tendrán más tendencia a descolgar el testuz para así poder herir al depredador con la punta de sus pitones, en contraposición a los cornidelanteros, de astas paralelas al suelo, que pueden hacerlo en rectitud. Humilla desde el inicio a final del pase. Cuando el toro ataca humillado desde el inicio hasta el final del pase, como máximo exponente de esta virtud, ofrece al torero muchas posibilidades de lucimiento, pues solo va mirando al engaño en dirección al suelo. El torero debe dar el pase lo más bajo posible. Por el contrario, si sube la muleta a media altura o muy arriba, es probable que el animal tenga que variar su ritmo para levantar la cabeza y eso le lleve a descomponer sus embestidas (video 40)*. Humilla al inicio, pero termina más arriba. No todos los toros bravos humillan de principio a fin del recorrido de los muletazos sino que *detrasdelvalorydelarte.wordpress.com
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algunos salen del embroque con la cabeza más alta que en el arranque. El torero debe solventar este defecto citando con la tela baja para irla levantando hacia el final del pase y así tapar siempre la vista del toro. Si, erróneamente en este caso, la muleta se mantiene abajo durante todo el muletazo, al alzar la cabeza el toro podrá ver por encima del estaquillador y, perdidos el objetivo y la concentración, se detendrá a medio pase, saldrá distraído de la suerte o arremeterá contra el pecho del torero, que habrá quedado al descubierto (video 41)*. Humilla la mitad del pase. Cuando el animal humilla sólo a mitad del pase se le debe citar con la muleta más alta e irla bajando paulatinamente conforme se desliza, para volver finalmente a subirla y terminar así el embroque manteniendo el engaño siempre ante los ojos del toro. Hay que insistir en la importancia de no dejar nunca los pies a la vista del burel, en tanto que si la muleta roza el suelo y éstos no se descubren el animal no tiene más que embestir al punto más cercano, pero si ve otro objeto próximo es muy probable que cambie el objetivo de su embestida con la consecuente posibilidad de un percance.
Ir a más Tratándose de toros realmente bravos, todas sus virtudes suelen ir in crescendo cuando se aplican a su lidia las técnicas adecuadas. Es lo que en el argot taurino se conoce como “ir a más”. Incluso se puede dar el caso de que, con una buena estrategia del matador y su cuadrilla, sobre todo si se respetan las particulares condiciones de su encaste, se mejore la condición de los astados que en los inicios de la faena manifiestan ciertas carencias de bravura o de clase, hasta llegar incluso a finalizar la pelea en el nivel cualitativo más alto. El motivo de que un toro vaya a más y a mejor en su rendimiento puede deberse a que se sienta cada vez más “confiado” en el ruedo y en la pelea -virtud de los verdaderamente bravos- pero lo más habitual, insisto, es que lo haga cuando el torero utiliza las técnicas idóneas en cuanto a colocación, distancias, terrenos o alturas -para el toro son las formas en que pelea el depredador- para hacer que afloren las cualidades que al principio de la lidia no se habían manifestado. *detrasdelvalorydelarte.wordpress.com EMBESTIDA. Ni al rojo ni al movimiento
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Con toros que van a más, el lidiador debe variar el planteamiento de su faena sobre la marcha, iniciando con las técnicas recomendables para los toros con actitud negativa y terminando con las correspondientes a los bravos y claros. Va a menos. Por el contrario, la actitud negativa o defensiva de los toros faltos de clase suele acentuarse según avanza la faena, ya que el esfuerzo de la lidia les lleva a desistir de la pelea y a plantear dificultades, especialmente cuando no atesoran suficiente bravura o, como también sucede, cuando las acciones del torero y/o su cuadrilla son desacertadas. Este proceso es lo que, se conoce como “ir a menos”. Aquí también debe ser el matador quien detecte los síntomas que anuncian esos cambios para mal del comportamiento del astado y adecuar en consecuencia el planteamiento de su faena, para evitar así que aumenten tales defectos y se sigan reduciendo sus prestaciones.
Defectos de la falta de clase Hemos visto hasta ahora las técnicas de toreo aplicables en su mayoría a los toros más bravos, los que atesoran una serie de virtudes que, en mayor o menor grado, facilitan, dentro de las exigencias de su comportamiento ofensivo en la plaza, el lucimiento del torero. Pero, evidentemente, no todos los astados se comportan así, sino que también presentan una larga lista de complicaciones derivadas de su falta de clase y/o bravura y que no son sino la muestra de su intención defensiva. El bravo ataca al depredador; el que no lo es se defiende de él. Y lo puede hacer de muchas maneras. Cuando los toros no tienen clase, lo recomendable es lidiarles según las pautas que explicaremos y definiremos en este apartado al hablar de animales con comportamiento defectuoso. Son aquellos que sacan las manos; que salen sueltos o vuelven contrarios; los que no se definen y los que tienen un solo lado “potable”; los que protestan al variar las alturas del engaño; los que sacan sentido, se cuelan, se ciñen
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o se acuestan; los que son distraídos o mirones y hasta burriciegos; los que gazapean o se quedan descuadrados; y los que desarrollan genio, además de los que rascan la arena o acusan querencias, de los que ya hemos hablado. En realidad, ese gran esfuerzo que supone una embestida humillada, es decir, empleándose tras el engaño con el testuz abajo y durante un largo recorrido persiguiendo al depredador -engaño-, sólo son capaces de hacerlo los toros verdaderamente bravos. En cambio, los de poca raza o mansos en distinto grado e incluso los que carecen de fuerzas se resisten a hacerlo, por lo que desarrollan actitudes defensivas para aminorar o evitar tanta exigencia física.
Sacar las manos Uno de los defectos más comunes en las embestidas de muchos toros, observado especialmente en el primer tercio de la lidia, es el de “sacar las manos”, o “echar las manos por delante”, que es como se denomina al hecho de que el animal ataque con inercia bruta y levantando las patas delanteras hacia el hocico, lo que, por lógica, le hace también soltar derrotes con la cabeza alta. Este comportamiento es un indicio de falta de bravura, aunque no de manera definitiva pues a veces se debe a la inercia de la salida y se corrige después del primer tercio. Utilizando las técnicas adecuadas, se puede hacer creer al toro que el depredador al que persigue se comporta de tal forma que este defecto acabe por corregirse y desaparecer. Erróneamente se dice que se le “enseña” a embestir. A mi juicio este término, muy utilizado en el lenguaje taurino, es incorrecto, ya que el toro sabe embestir desde que nace. Lo que realmente se le muestra es que el depredador que persigue tiene un patrón de comportamiento de ataque y de huida, por lo que el burel se “acostumbra” a embestir de determinada manera, en función de los movimientos de su depredador. Si la actitud de “sacar las manos” persiste después de la suerte de varas, el lidiador deberá evitar por todos los medios que el toro le golpee o le pise la muleta con ellas, por mucho que esto dificulte su labor al tener que estar tan pendiente de las patas como de la mirada
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y los pitones. La mejor solución posible es la de bajar el engaño para intentar que el animal, al humillar, no pueda sacar las pezuñas por delante del hocico (video 25)*. Ya en el último tercio estas defensas del toro frente al esfuerzo se concretan en forma de “protestas”, bien lanzando derrotes secos y violentos contra la muleta y frenando sus embestidas, bien tratando de puntear la tela -depredador- con los pitones o con un constante “calamocheo”, como se califica a la embestida a regañadientes en la que el animal va balanceando la cabeza de arriba abajo o hacia los lados. En el caso de que estos últimos defectos sean consecuencia de la falta de raza o de fuerzas, la alternativa lidiadora para intentar corregirlos pasa por evitar en todo momento que el toro logre tropezar el engaño -lo que acrecentaría esa molesta actitud- e intentar aliviar y equilibrar las embestidas simulando con la tela un depredador con movimientos más pausados y accesibles a su ataque. Es así como, sin que se pierda la iniciativa del torero, embestir se les hace más “cómodo”.
Salir suelto Es muy habitual ver cómo los toros reacios al esfuerzo “salen sueltos” de las suertes, es decir que, al finalizar un pase, no se vuelven para continuar embistiendo, sino que siguen de largo, alejándose o huyendo del torero y del engaño. Si este defecto es muy marcado y el astado se distancia demasiado y lo hace a mucha velocidad se le califica de “abanto”. Tal comportamiento, visible en la gran mayoría de los casos durante el primer tercio, es habitual en los toros mexicanos así como en los pertenecientes a algunos encastes españoles especialmente “fríos” de salida -tardan más en medir la fuerza y la peligrosidad del depredador-, pero que se van “calentando”, sobre todo, tras pasar por el caballo de picar. Claro que si el astado sigue saliendo suelto según avanza la lidia, nos encontramos con una evidente falta de bravura. Una buena forma de corregir este comportamiento es dar lances de tanteo que no le supongan demasiado esfuerzo al toro y siempre *detrasdelvalorydelarte.wordpress.com
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por el mismo lado, para marcarle la vuelta por el mismo pitón por el que ha embestido. Se consigue así tanto sujetar al animal como darle confianza para que repita los ataques. En todo caso, si a pesar de ello el defecto continúa es conveniente que el torero se salga hacia los terrenos de afuera -hacia el centro del ruedo, adonde el abanto siempre acaba acudiendo-, haciendo olvidar al toro su huida al hilo de las tablas (video 26)*.
Volver o doblar contrario Dentro de las actitudes desentendidas de la pelea, el toro puede sumar el defecto de “volverse contrario”, es decir, el de volverse a embestir por el lado del pitón más lejano al torero, descoordinado así la estrategia de lidia. Esta distinta forma de acometer viene dada por la falta de bravura y provoca que en la última parte del pase el burel deje de perseguir al depredador y se salga de la pelea hacia el lado contrario al que éste último se encuentra. El torero deberá llamar siempre su atención y tener el cuidado de colocarse nuevamente para volver a citar.
El toro indefinido Evidentemente, para el torero siempre es preferible el toro de comportamiento definido, el que, bueno, malo o regular, mantiene el mismo tipo de embestidas y de actitud durante toda la lidia, porque le exigirá también una técnica concreta en cualquiera de los casos. Por el contrario, el toro de comportamiento cambiante o indefinido, además de poco previsible, es el más complejo de lidiar, ya que no solo exige una mayor capacidad técnica sino también una alerta constante -algunos llegan a cambiar su comportamiento de un pase a otro- para evitar sorpresas no deseadas. Con ellos aumenta también el peligro de la lidia, ya que el torero puede confiarse y adecuar su faena con base en las primeras embestidas sin prever estos cambios inesperados. Lo más aconsejable con los toros indefinidos o inciertos es estar muy atento para que al tiempo que varían sus embestidas lo haga también la técnica, cuantas veces sea necesario. *detrasdelvalorydelarte.wordpress.com EMBESTIDA. Ni al rojo ni al movimiento
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Uno u otro lado En un mismo astado se pueden dar a la vez virtudes y defectos, dependiendo, por ejemplo, del lado por el que se le toree, es decir, del pitón por el que se le haga embestir, que es el que pasa más cerca del torero en la ejecución de la suerte. De hecho, cada lado puede presentar una embestida radicalmente distinta, aunque en muchos casos el toro embiste bien o mal por ambos lados. Esta circunstancia ha de apreciarse desde los primeros capotazos, observando en la práctica cuál es el lado por el que el toro tiene más recorrido, humilla más, es más pronto o ataca con mayor claridad. Una vez identificados virtudes y defectos, el lidiador debe aprovechar al máximo las embestidas del lado óptimo, sin olvidar que hay toros que acaban por mejorar su actitud por el pitón malo si antes se les ha lidiado bien por el bueno. El toro embiste bien o mal por un lado debido a que tiene más confianza en un pitón que en el otro. Normalmente embiste con más claridad y definición cuando el cuerno por el que se le torea es el que su propia naturaleza y experiencia le ha hecho manejar mejor. De tal forma, el toro tratará de meter ese pitón -el fuerte, en el que confía- hacia los vuelos del engaño si fue citado correctamente. Cuando termina el pase, el torero y el engaño -depredador- le quedan al toro del lado del pitón preferido, por lo que no tiene que meter el otro hacia el lado del lidiador, circunstancia que, además, provoca un mayor recorrido en la embestida. De cualquier forma, el torero debe torear alternativamente por ambos pitones, ya sea uno mejor que el otro. Esto es algo especialmente recomendable cuando se aprecia que están por agotarse las embestidas del lado más franco. De manifestarse mejoras en el pitón malo, se debe cambiar la orientación de la faena, pero no ser así se volverá al pitón inicial para aprovechar las últimas embestidas y cerrar el trabajo manteniendo el interés del público (videos 27 y 28)*.
Las alturas La altura a la que se maneja el engaño es una de las claves más variables a aplicar en las faenas ya que depende de múltiples causas, entre ellas la fuerza que atesore el animal. *detrasdelvalorydelarte.wordpress.com
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Teniendo en cuenta que una muleta manejada a la altura idónea consigue arrancadas y acometidas más definidas al ayudar a equilibrarlas, el torero ha de encontrar, a base de prueba y error, el punto exacto al que deberá mantener el engaño para conseguir que el toro embista de la manera más clara. Y eso sin olvidar nunca que, generalmente, los astados faltos de raza se descomponen y protestan cuando se les torea y se les obliga por bajo, y que los muy bravos se crecen y violentan cuando se les lleva aliviados a media altura o por alto. Claro que en este empírico ejercicio del toreo existen hechos tan paradójicos como que, sometido por abajo, pero con temple, un toro flojo embiste más cómodo y con mayor fluidez que si se le torea por alto, cuando es obligado a hacer un mayor esfuerzo con los riñones y los cuartos traseros. Todo depende de que el toro se sienta más seguro en la pelea con el depredador. Con todo, una faena ejecutada con la muleta alta o a media altura siempre lucirá menos desde el punto de vista artístico y perderá emoción comparada con otra en la que el engaño se mueva a ras de arena. La cuestión es que el torero, a no ser que acompañe su técnica con una gran estética que le permita dejar estos matices en un segundo plano, tratará de encontrar siempre la altura justa para que el público disfrute su obra y el toro embista mejor (videos 29 y 30)*.
El sentido Esta es la actitud radicalmente opuesta a la nobleza, la que manifiestan los toros que desarrollan mayores y más peligrosas complicaciones desde su salida o a medida que avanza la lidia. En pocas palabras, el sentido es la actitud reacia de los astados que según se les torea descubren que el engaño no es el depredador. Llegado ese punto pasan a defenderse o a reducir su entrega en la pelea, al tiempo que acrecientan sus claras amenazas para el torero con un evidente afán por herirle. A no ser que hayan sido toreados previamente, lo que está absolutamente prohibido porque multiplica ese peligro, los toros que acaban comportándose de esta manera no suelen manifestar plenamente su sentido a la salida al ruedo -aunque lo anuncien con *detrasdelvalorydelarte.wordpress.com EMBESTIDA. Ni al rojo ni al movimiento
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ciertos detalles- sino que lo van adquiriendo, unos más rápido que otros, durante el transcurso de la faena. Al astado “listo” o “avispado” u “orientado” no se le engaña fácilmente con el capote o la muleta, porque descubre rápidamente, como se dijo, que estos son solo señuelos. La forma de lidiar a los toros con sentido se rige por las mismas pautas que se utilizan para los que se cuelan, se ciñen o se acuestan, de los que hablaremos a continuación, pero exagerando hasta el límite las precauciones desde el mismo momento en que evidencian que su objetivo es el torero. Lo más recomendable es utilizar con ellos técnicas de engaño -erróneamente llamadas de “desengaño”- en los cites o en el trazo de los pases, como cambiarles repentinamente la dirección o moverse de un pitón a otro, y tratar en todo momento de taparles la visión para que pierdan la ubicación del lidiador y éste pueda salir airoso del empeño o, en el mejor de los casos, consiga sacarles algunos pases estimables (video 42)*.
Colarse, ceñirse y acostarse El peligroso sentido del toro se hace patente casi siempre en el escaso o defectuoso recorrido de su embestida, tanto al acortarlo como al “buscar atajos”, colándose, ciñéndose o “acostándose”. Se dice que un toro se cuela cuando aparentemente parece tomar bien y con claridad la muleta pero, justo antes de llegar al lugar que ocupa el torero, cambia repentina y aviesamente la dirección de su embestida hacia éste. El toro se ciñe, o “se mete por dentro” en moderna expresión española, cuando se acerca por propia iniciativa al cuerpo del torero a mitad o a final del pase, aunque sin cambiar el viaje bruscamente. En otra variable referente a su recorrido, un toro “se acuesta” cuando sus pitones pasan en rectitud, pero su cuerpo, casi siempre por falta de fuerzas, se inclina o se vence hacia el lidiador. En los tres casos el torero debe identificar por qué lado, o incluso puede ser por ambos, el toro acusa esos defectos. Si es solo por uno de ellos tendrá que plantear su faena, preferentemente, por el contrario. Pero si no tiene más opción que torear por el pitón por el que este vicio se muestra, habrá de dar pasos muy marcados hacia *detrasdelvalorydelarte.wordpress.com
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el lado opuesto y, al mismo tiempo, dar un firme y seco toque con el engaño para fijar la atención del animal en el cite. Ya cuando la embestida vaya llegando al embroque con el lidiador, éste deberá dar otro toque brusco hacia el exterior, para que el toro intuya que el depredador correrá hacia ese lado y así abra y corrija su desviada trayectoria (video 37)*.
El toro distraído Frente a la virtud de la fijeza, la del toro que siempre está atento al objetivo, que no sale del pase distraído y en la plaza no atiende a otros movimientos y ruidos que no sean los de su lidiador más cercano, está el defecto de la distracción, asociado directamente a la falta de bravura. Cuando el toro no tiene fijeza el torero puede llamar y centrar su atención de varias formas: con la voz -haciéndole creer que el depredador emite sonidos-, con movimientos concretos y acusados del engaño o incluso con pisotones sonoros a la hora de citar (video 44)*.
Gazapeo La falta de concentración del animal también suele ser síntoma de falta de entrega en la pelea, lo que se manifiesta en actitudes relacionadas con la movilidad, entre las que se encuentra el gazapeo, uno de los defectos más incómodos para el torero. Un toro gazapón es aquel que no permanece quieto ni fijo al remate de las series de pases o durante los tiempos muertos de la lidia, sino que, sin romper a embestir con claridad, no deja de caminar, incasablemente y sin despegarse, hacia el torero o hacia el engaño. Con todo, no cabe confundir esta actitud con la del toro pegajoso, ese que no para de embestir ni da tregua al torero por su exceso de celo, ya que su actitud es siempre ofensiva, mientras que la del gazapón es reservona. Muy gazapón. Si el defecto del gazapeo es muy acusado, al terminar cada serie de pases el torero debe rematar tratando de quitar repen*detrasdelvalorydelarte.wordpress.com EMBESTIDA. Ni al rojo ni al movimiento
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tinamente el engaño -depredador- de la cara del toro, haciéndolo desaparecer bruscamente de su vista, y a la vez dirigirse con presteza hacia sus cuartos traseros para quedar fuera de la distancia en la que el animal comenzaría de nuevo a caminar (video 46)*. Medianamente gazapón. En el caso de que el astado no desarrolle demasiado este negativo comportamiento, sino que solo amague la intención de gazapear o se vuelva en el remate con la intención de seguir caminando, el torero puede detenerle echándole secamente la muleta al pitón contrario y quitándosela con rapidez, como haciéndole ver que el depredador es más veloz. Así, el toro moverá las patas delanteras hacia al lado al que se le “tocó” y, al perder el objeto al momento, se desconcertará, dejará de perseguirlo y se quedará parado definitivamente.
Descuadrado Otro síntoma de falta de fijeza de los toros es la de quedarse descuadrados al salir de los pases. Es decir, que al volver sobre sus pasos para tomar el siguiente muletazo giran de más o de menos, dejando al torero fuera de la línea de su embestida. Si eso sucede, y siempre que el toro se detenga, el lidiador deberá dar los pasos necesarios para volver a cuadrarse con él, o bien oscilar la muleta por detrás de su cuerpo, como si fuera a dar un pase por la espalda, para recolocar al toro: llamando así su atención a uno y otro lado, el mismo animal se centrará de nuevo moviendo sus patas traseras.
Toros mirones La mucha o poca fijeza del toro se refleja, evidentemente, en su mirada. Los ojos de este animal son un factor clave dentro del juego de la lidia porque no solo nos dan indicios de sus intenciones sino que con base en ellos el torero define los movimientos y posiciones de los engaños. Bien se puede asegurar que no se torean los pitones, sino la mirada. Las malas “ideas” se pueden adivinar, por ejemplo, en los toros a los que se califica de “mirones”, en contraposición con los “fijos” *detrasdelvalorydelarte.wordpress.com
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en el engaño. El defecto de este tipo de astados consiste en que, antes de que se produzca el cite están más pendientes del hombre, marcándole como objetivo, que de las telas. “Desparraman la vista”, dicen en España. Los toreros siempre estarán más confiados al pisar el terreno de los toros fijos que el de los “mirones”, aunque no por ello dejen de tomar la muleta en los cites. En estos casos el lidiador siempre tendrá una latente inquietud a expensas de una reacción aleatoria. El recurso para solventar este problema es similar al empleado con los toros que se descuadran, pues consiste en mover la muleta, preferentemente por detrás del cuerpo del lidiador, haciendo que el animal centre su vista en el objetivo que realmente debe perseguir -el depredador- y que considere que el del hombre es un volumen inerte e inofensivo. Cuando el toro deje de ver al torero y empiece a mover la cabeza al ritmo y en la dirección del engaño, entonces se podrá volver a citar (video 45)*.
Burriciegos El mayor problema existe no cuando el toro mira demasiado, sino cuando no ve bien. A este tipo de astados en la jerga taurina se les conoce como “burriciegos” o “reparados de la vista” y, a pesar del mucho empeño de toreros y veterinarios por detectar esos defectos de visión en los reconocimientos previos a las corridas y evitar así que salgan al ruedo, siempre hay alguno que acaba apareciendo por la puerta de chiqueros. Un toro con la vista dañada resulta altamente peligroso, pues sus reacciones ante el engaño son impredecibles en tanto que no distingue, ni por lo tanto obedece, las indicaciones que se le marcan con capote y muleta, tal y como sucedió en la cornada mortal que sufrió el legendario diestro Joselito El Gallo hace ya casi un siglo. No ve de cerca. Los toros que ven de lejos pero no de cerca pueden arrancarse con claridad al cite del torero, al que han visto a la distancia, pero no distinguen los movimientos del engaño al llegar al embroque, por lo que, aun sin que sea su intención, tienden a *detrasdelvalorydelarte.wordpress.com EMBESTIDA. Ni al rojo ni al movimiento
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arrollar lo que se encuentre en el camino que marcaron en el primer momento, lo que genera para el lidiador un mayor riesgo. Prácticamente son intoreables. No ve de lejos. Mejor solución tiene el caso del toro que ve de cerca pero no de lejos: no atiende a los cites de largo, pero basta con situarse próximo a él para aplicarle las técnicas que aconsejen sus embestidas. No ve de un lado. Hay toros que ven bien únicamente por uno de los dos ojos. Con ellos debe aplicarse una fórmula universal: torearlos sólo por el lado defectuoso, por el del ojo ciego o reparado. De esta manera, marcándole los toques hacia el lado sano, que sería el del pitón contrario, el animal abrirá sus embestidas hacia afuera al sentir que es solo por ahí por donde le ataca el depredador. En cambio, si se le torea por el lado bueno no verá la muleta desplazarse al otro ojo y descubrirá al torero, ciñéndose con peligro.
El genio El genio no es bravura pero puede confundirse con ésta. En realidad, es una agresividad extrema derivada de la fiereza defensiva, no ofensiva, que conlleva una embestida desesperada, descompuesta y eléctrica, aparentemente brava por espectacular pero nunca entregada. Se puede decir que es la antítesis de la clase. Un toro con genio sale al ruedo marcando esas características, pero si el torero le domina, justo cuando siente que no puede alcanzar o vencer al depredador, en vez de ir a más o a mejor terminará por rendirse y salir huyendo de las suertes, cuando no rajándose en el terreno de las tablas en muestra definitiva de su mansedumbre. Al principio de la faena se tienen que utilizar con ellos las técnicas expuestas para los toros con prontitud, para los que sacan las manos, para los que no tienen fijeza ni nobleza, para los toros indefinidos y para los que no se entregan. Pero al final del trasteo es muy probable que, con su cambio de actitud, se les tengan que aplicar recursos para astados sin prontitud, que rascan y salen sueltos, ya que acaban desmintiendo sus primeros indicios de bravura (video 43)*. *detrasdelvalorydelarte.wordpress.com
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Características a observar Como puede observarse tras todas estas consideraciones, cada toro, bravo o manso, fijo o desentendido, entregado o a la defensiva, puede presentar un amplio número de peculiaridades, así como múltiples combinaciones de éstas, que hacen de su lidia un ejercicio de gran complejidad. Es así como el torero, procurando su lucimiento y por el bien de su integridad física, debe analizar con precisión, bajo la presión del riesgo continuo y en muy breve espacio de tiempo, el cambiante y variado comportamiento del toro a lo largo de las diferentes partes de la faena, desde que sale a la plaza hasta el muy comprometido momento de entrarle a matar. En el cuadro que se presenta a continuación se muestra en qué fase de la lidia se deben observar las distintas características del comportamiento de los astados. Cada una de ellas, y en su conjunto, llevarán a plantear la faena de una u otra manera, teniendo en cuenta que normalmente los toros van cambiando de actitud a lo largo de la pelea o incluso de un pase a otro. Es así como el procedimiento, esta especie de test, debe irse replanteando continuamente.
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No llega a burladeros Querencia Raza Codicia Prontitud Rasca Barbea Embiste de largo Fiereza Se duele Ir a más Mete las manos Sale suelto Dobla contrario
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Recarga
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Lado Altura de la cabeza
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Fijeza Recorrido Colarse Nobleza Avisado
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Ceñirse Humillación Galope
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Sentido Movilidad
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Definido Entregado Calamochea Son
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Genio Temple Mala intención Concentración
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Mirón Gazapón Termina descuadrado Pie de arranque Se tercia
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Cambia de lidia Listo
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OTRAS Fuerza
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Recursos universales Hasta ahora hemos visto técnicas y recursos específicos dependiendo del variado y variable comportamiento de las reses de lidia, con ofensiva bravura o defensiva mansedumbre. Pero, más allá de las distintas particularidades de cada astado, existen ciertas pautas aplicables a la generalidad de toros como recursos universales que a continuación se abordan.
•
Los toros que se muestran bravucones en los corrales, aquellos que se arrancan o amagan con un embestir nervioso y amenazante, suelen mostrar muy rápidamente su falsa bravura cuando salen al ruedo y se ven solos. Es por eso por lo que los apoderados de los toreros prefieren los astados que se muestran más confiados y tranquilos durante su apartado y enchiqueramiento, ya que es más probable que sean los que desarrollen la verdadera bravura y faciliten el lucimiento del matador. Siempre será menos complejo, aunque no menos exigente, lidiar un toro bravo que otro al que le falte casta, que “pensará” más si su objetivo debe ser el engaño o si hay algo más a lo que debe embestir, aumentando así el riesgo de percance.
• De entre la amplia variedad de morfologías que presentan los toros, los toreros gustan más de aquellos con manos cortas y cuello largo y descolgado, es decir, con el arranque del testuz bajo el lomo. Los animales con este fenotipo normalmente presentan una conducta muy apta para el lucimiento porque su estructura facilita que se muevan con pasos cortos y una embestida humillada.
• Cuando sale al ruedo, el toro se comporta como cualquier otro bovino, es decir, se siente presa, por lo que en principio evitará pasar entre el engaño -un depredador- y la barrera para evitar caer en una trampa o sentirse acorralado. En consecuencia, por puro instinto animal, en los primeros capotazos busca abrirse *detrasdelvalorydelarte.wordpress.com
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hacia al centro de la plaza -todavía intenta escapar- por lo que resulta fundamental que el torero los instrumente dando la espalda a las tablas y pasando al toro hacia el centro del ruedo. De lo contrario, podría ser arrollado. Es a medida que avanza la lidia cuando el astado va enterándose de que no tiene salida y de que ha de usar su bravura genética para aplicar su mejor defensa que es el ataque (video 52)*.
• Al principio de la lidia con el capote o de la faena de muleta es conveniente que el torero, ocultándose tras el engaño, corra hacia atrás y a favor del viaje del toro para que éste crea que el enemigo huye ante su ataque y tome una mayor confianza durante la pelea. Generalmente, esta práctica se traducirá luego en un mayor recorrido de las embestidas, pues el animal intuirá que el depredador al que persigue corre -huye- en línea recta y que persistirá en ese comportamiento. Por el contrario, cuando inicialmente se le lidia con pases de corto recorrido y desplazando con ligereza la muleta o el capote tras la pierna de salida del torero -lo que se conoce como “recortar las embestidas”- el toro aprecia que el depredador gira inmediatamente en su huida, lo que derivará en el consiguiente acortamiento del recorrido de sus ataques, desluciendo o haciendo más peligrosa la lidia. En ese sentido, hay toreros que consideran que no importa qué tan bonita se inicia la faena sino cómo termina, por lo que prefieren ir “construyendo” las embestidas con un sentido práctico, aun sacrificando el lucimiento inicial (video 55)*.
• Al citar al toro para el primer pase de cada tanda la muleta no debe estar muy despegada del piso, para que el animal no vea los pies del torero. Es preferible que solamente vea tela para evitar darle otras opciones a su embestida. Sin embargo, hay ciertas excepciones. Por ejemplo, si se le cita de lejos se puede, y a veces se debe, poner la muleta levantada, pero a medida que el toro vaya llegando a donde está el torero, éste deberá moverla gradualmente *detrasdelvalorydelarte.wordpress.com EMBESTIDA. Ni al rojo ni al movimiento
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hacia abajo y en dirección al pitón contrario, para que el burel se abra, y hacia atrás, para consumar el pase (video 47)*.
•
El toro siempre embiste hacia el objetivo más cercano, de manera que si el torero le adelanta la suerte -si inicia el pase antes de tiempo- le estará retirando el engaño de la cara y dejará su cuerpo más próximo al campo de visión del astado, con lo que se convertirá en un objetivo más accesible. En el caso opuesto, si la suerte se atrasa -si se tarda en deslizar la tela- el toro tropezará con el engaño y, al sentir que ya alcanzó al depredador, comenzará a soltar derrotes, descompondrá su embestida y se detendrá a la mitad del pase. De ahí que sea tan importante mantener el capote o la muleta a la distancia precisa para que el toro sienta que siempre está a punto de llegar a su objetivo. Solo así reducirá su velocidad para soltar la cornada, aunque, al deslizarse el engaño, nunca llegue a hacerlo. Es gracias a este control, este pulso del torero para mantener la distancia precisa entre los pitones y la tela, como creo que se logra el temple. A mi juicio, el temple es un asunto de alturas y distancias que determinan la velocidad del toro y, por lo tanto, del pase. El temple y la suavidad mejoran al toro bueno y pueden corregir al malo (video 56)*.
•
Como dije, una de las reglas fundamentales a la hora de citar al toro al inicio de una tanda de muletazos es dar al menos un paso hacia el pitón contrario, para que el animal crea que el engaño -depredador- se desplaza para ese lado y así se abra a los vuelos del capote o a la parte exterior de la muleta. En los siguientes pases, por lo general, no será necesario repetir este gesto porque el astado ya irá más concentrado en el objetivo. Sin embargo, es conveniente que la tela se mueva hacia el pitón contrario al iniciar cada pase o lance. También es recomendable que, antes de citar, el toro vea que el engaño avanza hacia el lado por donde el torero pretende dar el pase. Un ejemplo clásico es cuando se desea hacer una arruci-
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na después de concluir un derechazo. El torero deberá esperar a que el toro voltee y vea la muleta para, a partir de ese momento, pasársela a la espalda y sacar el pico del engaño por el lado por el que se resuelve el pase, con el objeto de que el astado vea que el depredador se oculta detrás de algo y que avanza hacia el lado izquierdo del torero y trate de cazarlo por ahí. Si el lidiador ejecuta este procedimiento sin que el toro haya volteado la cara, entonces se meterá en problemas. Igualmente es aconsejable que el torero se coloque, cuando menos, al hilo del pitón más próximo, porque de hacerlo más atrás se quedará “atravesado”, como se dice en el lenguaje taurino, y el toro, al iniciar la arrancada con la pata delantera más cercana al hombre, se ceñirá a su cuerpo aumentando el peligro.
•
Se debe lidiar siempre mirando a los ojos del toro, no a sus pitones, para constatar si mantiene la vista en la muleta o en el capote y así iniciar el pase con cierta confianza. Cuando el toro mira al torero hay que mover y hacer oscilar el engaño, preferentemente por atrás del cuerpo, hasta hacer que el astado cambie de objetivo. Lo más común es que, en el transcurso de la lidia, los toros se fijen cada vez más en el torero, pues, al no conseguir su propósito de atrapar al depredador, van desengañándose paulatinamente. Cuando esta situación se vuelve más evidente, el torero debe exagerar todos sus recursos, por ejemplo, no sólo dar un paso adelante en el cite sino también un fuerte pisotón al tiempo, para que el animal se abra más al intuir nuevamente que el objetivo que está persiguiendo va a desplazarse de manera brusca hacia el pitón que está más alejado del torero.
•
Es necesario mencionar nuevamente que por la manera en la que se ejecutan la mayoría de los pases y lances, el toro se arranca a los cites adelantando primero la pata delantera contraria al lidiador, pero, y esto es muy importante, en la parte final normalmente cambia su apoyo a la otra, ya que el engaño también varía de dirección hacia el lado del torero para la preparación del siguiente embroque. *detrasdelvalorydelarte.wordpress.com EMBESTIDA. Ni al rojo ni al movimiento
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Así es como, pase a pase, el toro va aprendiendo que el depredador que persigue siempre lleva a cabo ese viraje, por lo que, como consecuencia, cada vez se ciñe más en sus embestidas hasta acabar forzando al torero a expulsarle hacia afuera en el pase de remate. Con los toros que más acusan este resabio conviene ir alternando el toreo por uno y otro pitón para volver a engañarles. Este “entendimiento” que adquieren durante la faena es por lo que los toros solo se pueden lidiar una vez. Si un torero se enfrenta a un astado previamente toreado, las técnicas habituales dejan de ser válidas, pues el animal ya sabe que abriendo sus embestidas no logrará el objetivo de dañar a su enemigo y optará por cargar contra el torero. Es por esta razón por lo que, al contrario de lo que la gente piensa, a los toros no se les entrena para ser toreados. Solo se torean una vez en su vida. Por este mismo motivo es imprescindible que la muerte del toro sea pública, porque solo así se garantiza que el animal se lidie una única vez, con la afición como testigo. De lo contrario, si el toro vuelve a ser toreado, el nuevo torero que se le enfrente estará condenado a sufrir una lesión, o incluso la muerte, pues el burel ya habrá aprendido que su objetivo debe ser el torero y no el engaño. Hago un pequeño paréntesis para comentar que sobre el tema del “aprendizaje” de los animales de lidia tengo la idea, no comprobada, de que cuando se les torea por primera vez, al término de la faena buscan embestir al torero, pero aún se pueden torear. Sin embargo, si ese mismo animal se manda a los corrales y se torea días después, sale embistiendo directamente al torero. Si esto fuera así, significaría que existe algún tipo de “razonamiento lento” o de memoria de reconocimiento en estos animales.
•
Hay que hacer que el toro vea al engaño y a quien lo maneja como una sola figura, un solo objetivo. Esto lo logra el torero ocultando levemente su cuerpo con la tela, por ejemplo, tapando sus piernas con la parte posterior de la muleta, tal como si fuera una prolongación de sí mismo y sin despegarla hasta el momento mismo del embroque (video 49)*. *detrasdelvalorydelarte.wordpress.com
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Al citar con la muleta muy separada del cuerpo, un error de principiantes, el toro, por su limitado ángulo de visión hacia arriba, puede apreciar dos objetivos -depredadores- diferentes, con lo que se le ofrece la peligrosa opción de elegir entre torero y engaño, lo que implica un cincuenta por ciento de probabilidades de que se produzca un percance (video 50)*.
•
Es conveniente usar la voz en el cite y en el acompañamiento de los pases, en tanto que, como se explicó, eso ayuda al matador a burlar al toro haciéndole creer que el depredador con el que está peleando emite sonidos, situación que, repito, le resulta natural (video 48)*.
•
Un cite o un toque violento provoca una embestida violenta, especialmente si el toro tiene genio o temperamento. Cuando se cita tocando fuerte, y en muchos casos usando la voz, el toro siente que su depredador emite un sonido y se estremece para atacarlo, por lo que él también reacciona con violencia. Un ejemplo del comportamiento agresivo y brusco de los depredadores es cuando en las ganaderías un perro enojado estremece su cuerpo al ladrar y transmite una sensación de amenaza inminente al toro, provocándole una reacción violenta.
• El viento es, aparte del toro, el principal enemigo de los toreros. Cuando sopla con intensidad impide al lidiador tener un control preciso de las telas, pues tiende a agitarlas o a ponerlas horizontales, descubriendo así su cuerpo ante la vista del animal y mostrándoselo como un objetivo más cercano que el propio engaño. Para intentar solucionar tan inquietante problema, aunque no siempre se consiga, los lidiadores mojan con agua la parte inferior de la muleta para hacerla más pesada y resistente a los embates del viento, y también acostumbran a meter la parte trasera del engaño entre las rodillas o a bajarla más acusadamente hacia la arena si el toro lo permite. Con todo, cuando hay viento en el ruedo, es conveniente buscar los terrenos más protegidos o intentar jugar con la dirección *detrasdelvalorydelarte.wordpress.com EMBESTIDA. Ni al rojo ni al movimiento
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en la que sopla para que el engaño se levante lo menos posible (videos 57 y 58)*.
• Al terminar una tanda de muletazos lo recomendable, y lo ortodoxo, es hacerlo con uno de los llamados pases de remate, que consisten en que el torero retire el engaño de la cara del toro con la suficiente agilidad para que éste lo pierda de vista y se detenga, al no encontrarse de nuevo con el depredador. Estos pases de remate o expulsión ayudan al lidiador a salir airosamente del terreno del toro, al tiempo que sirven para dar descanso al animal y al propio torero, sobre todo cuando el enemigo embiste con celo. Tal situación es una prueba más de que el toro embiste a lo que intuye que es un depredador que le ataca: el hecho comprobado de que, al rematar, el torero se aleje y el astado se quede parado indica que éste percibe que el depredador huye o que ya no pretende atacarle. Si, como algunos afirman, el toro embistiera al movimiento en sí, en este caso seguiría haciéndolo, independientemente de la dirección que elija el torero (video 54)*.
• Si el toro no es bravo ni fuerte o siente que va perdiendo la pelea intenta siempre irse hacia las tablas para defenderse, en tanto que allí tiene al menos uno de sus flancos cubierto. El ejemplo más típico de esta actitud es el que se verifica tras la estocada, cuando, de no caer por un espadazo fulminante, el toro se siente herido y camina hacia la barrera para echarse en un terreno más protegido. Pero si es muy desrazado buscará ese espacio prácticamente desde el principio de la faena. Al sentir que no podrá alcanzar o ganarle la pelea al depredador, comenzará a salirse suelto de las suertes camino de esa especie de refugio para evitar el enfrentamiento, lo que en el argot se conoce como “rajarse”. El torero puede evitar esta situación dándole cierta “confianza” en los pases, aliviando su esfuerzo y haciéndole sentir en algún momento que puede ganar la pelea (video 53)*. *detrasdelvalorydelarte.wordpress.com
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• En la parte final de la faena, y solo gracias a una buena lidia, el toro debe estar convencido de que la muleta -depredador- es su único objetivo a alcanzar y que el cuerpo del torero es un elemento secundario que no supone ninguna amenaza ni riesgo, como el tronco de un árbol a rodear en la persecución del enemigo o tras el que éste se protege. Cuando esto se logra, vemos que el torero, mientras mantiene la muleta detrás de sus piernas, acerca el cuerpo a escasos centímetros de los pitones e incluso los toca con los muslos sin que el toro embista (video 51)*.
• Sea cual sea su condición negativa, a los toros hay que saber esperarles pacientemente durante toda la lidia para ver si cambian de actitud… mientras no se pierda toda esperanza.
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• SEXTA PARTE • COMEntARiOs y OPiniOnEs
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Como tendrá oportunidad de comprobar el lector, los representantes de los distintos sectores taurinos que aportan en este capítulo sus comentarios coinciden en señalar que esta teoría del depredador viene a confirmar lo que en casi todos sus casos personales eran solo suposiciones intuitivas derivadas de la observación y la experiencia. Una vez expuestos mis argumentos, ellos son los que me hacen el honor de ratificar, matizar y comentarlos. Ganaderos de reconocido prestigio, famosos toreros antiguos y modernos -en ese sentido, es muy emocionante el testimonio del desaparecido Chucho Solórzano- así como veterinarios, periodistas y aficionados prácticos toman la palabra para incidir en el estudio que hemos ido presentando. Todos son valiosos testimonios, lo mismo los de los que crían los toros que los de quienes se juegan la vida ante ellos, pues cada uno extrae del texto sus propias conclusiones y deja abiertas más puertas a la exploración de nuevos caminos para la ampliación y desarrollo de la teoría. Los ganaderos Victorino Martín García y Álvaro Núñez Benjumea, los matadores de toros Jesús Solórzano, José Miguel Arroyo “Joselito” y Diego Urdiales, los miembros de la Asociación Nacional de Veterinarios Taurinos, el veterinario Julio Fernández, Rafael Cortés, director de la Academia Taurina de Torreón, el aficionado práctico norteamericano JimVerner, Ricardo López de Anda, promotor taurino tapatío, el Profesor Ricardo Torres Martínez, promotor taurino neoleonés y el periodista y escritor español Paco Aguado son quienes con su profundo conocimiento del toro y del toreo dan su punto de vista sobre este trabajo acerca del comportamiento de un animal mítico. Pasen y lean…
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VICTORINO MARTÍN GARCÍA (Ganadero español y director de la Fundación del Toro de Lidia) Estoy muy de acuerdo con el autor de este libro pues desarrolla su teoría del depredador explicando que el comportamiento del toro de lidia en la plaza responde a pautas innatas de conducta, como puede ser la información genética que pasa de generación en generación en cuanto a su lucha contra otros animales, en este caso sus posibles depredadores. Claro que a tan original teoría yo creo que habría que añadir la contemplación de otros parámetros, en tanto que para el toro también existen condicionantes añadidos a esa carga ancestral de sus genes. Me refiero a las pautas que le vienen impuestas a lo largo de su existencia individual, como puede ser su relación de liderazgo con otros compañeros de camada, así como la actitud de defensa ante cualquier otro tipo de agresión externa o invasión de su espacio vital. Otra gran pregunta que debemos hacernos, la que motivaría una mayor investigación y teorías tan interesantes como la de este libro, es a qué responde realmente el hecho de que el toro bravo siga embistiendo hasta la muerte, pues podemos asegurar que es el único animal de la Creación que se mantiene en la lucha a pesar del daño recibido. Es evidente, como señala el compañero Pancho Miguel, que cuando son perseguidos o acosados por los perros en el campo,
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en el paralelismo que pueden encontrar con el ataque de uno de sus depredadores naturales como es el lobo, los toros se comportan ofensiva y defensivamente como podrían hacerlo ante muletas y capotes, descolgando la cabeza para protegerse el pecho y para herir con mayor fuerza al enemigo al que persiguen o del que se defienden. La cuestión estriba en saber si para los astados los engaños que maneja el torero son realmente algo similar a un depredador o, simplemente, los toman como un estímulo molesto del que se quieren librar atacándolo. En ese sentido, creo que es más probable que los toros reaccionen ante lo que perciben como un depredador, pues yo mismo he podido comprobar -y hay videos en la red que lo demuestran- cómo ese comportamiento fiero de defensa/ataque lo tienen también los jabalíes, a los que se puede “torear” en tanto que pretenden alcanzar las telas parar “herirlas”, no con los cuernos que no tienen sino con sus afilados y peligrosos colmillos. Tengo la impresión, por mi experiencia como ganadero, de que el toro de lidia se comporta realmente obedeciendo a patrones de conducta mucho más amplios que los instintivos, como por ejemplo los de su condición de animal gregario y herbívoro, esos códigos internos de la manada que se reflejan en casi todos los aspectos, incluidos los de su manejo y su lidia. Es cierto que la información genética le lleva a desarrollar comportamientos innatos sin necesidad de vivir experiencias anteriores, pero no podemos olvidar la información que acumulan a lo largo de su crianza a campo abierto y en su relación con otros congéneres, en el trato más o menos breve que tienen con el hombre y hasta en su convivencia con otras especies que pastan con ellos en las ganaderías, como caballos, jabalíes, venados… Y hasta de su relación conflictiva con depredadores naturales, contra los que, eso sí, están entrenados para defenderse por puro instinto, ese mismo que, evidentemente, también guía su forma de comportarse en la plaza de toros.
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ÁLVARO NÚÑEZ BENJUMEA (Ganadero español)
He seguido con mucho interés las líneas de la teoría desarrollada por mi compañero mexicano Pancho Miguel Aguirre Farías. En cuanto a la parte esencial de su tesis, en la que sostiene, con acierto y originalidad, que el binomio torero-muleta se presenta ante el toro como un posible depredador, creo que para encontrar su origen tenemos que remontarnos muchos siglos en el tiempo. Porque pienso que su reflejo actual en las reses de lidia es la consecuencia del “efecto recuerdo” de estos animales, un vestigio de comportamiento derivado de sus antecesores, de esos uros o astados salvajes que estaban más expuestos a las agresiones del entorno. De ahí, precisamente, esa tendencia a humillar para cornear y para defender los centros vitales de sus cuartos delanteros. Hago esta matización, con permiso del autor, teniendo en cuenta que el toro bravo actual es el producto de una selección genética encauzada hacia la bravura, que es un concepto moderno, con apenas siglo y medio de existencia, y que su crianza organizada en las explotaciones ganaderas hace que, desde hace ya muchas generaciones, no esté expuesto, salvo casos muy aislados a los ataques de los depredadores. En cuanto al tema de la bravura, estoy muy de acuerdo en muchos de los conceptos que el autor desarrolla en el texto, dentro, claro, de la disparidad de criterios que, afortunadamente, hace que ningún ganadero piense exactamente como el otro. Y digo que “afortunadamente” porque esas distintas formas de entender la crianza del toro bravo son las que hacen que se pueda ver en las plazas una gran y necesaria variedad en el comportamiento de las reses. Mientras que ante los ataques externos el resto de animales, incluidos los demás bovinos, se defienden, huyen o acaban por amansarse, el toro realmente bravo incrementa su agresivi-
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dad cuanto más se le intenta someter y obligar al esfuerzo de la embestida entregada, llegando incluso, como define perfectamente Pancho Miguel, a desarrollar la versión más sublime de este comportamiento, que no es otra que la clase, la “elegancia y el disfrute” en el ataque. Del mismo modo, considero que la nobleza del toro en su embestida es fruto de la fijeza, que lo es a su vez de la bravura: cuanto más bravo, más concentrado en la pelea estará el animal y más por derecho atacará. De ahí, de esa fijación, viene precisamente la sensación de “nobleza” que puede tener el torero o el espectador con respecto al comportamiento del animal. En realidad, este aspecto es tan importante que hace que, por esa concentración en el depredador que le provoca, el toro obedezca con la misma intensidad a los “toques” del engaño y, a la hora de embrocarse para el pase, coloque toda su anatomía en perfecta disposición para perseguir al provocador hasta donde se le marque. De tal forma, si aceptamos que el buen toreo es el que lleva al toro más sometido, habremos de convenir también que para poder ejecutarlo se necesita una entrega recíproca del torero. Si el astado realmente bravo no se defiende, sino que ataca sin descanso y sin regatear esfuerzos, tampoco tendrá que hacerlo el diestro usando una técnica especulativa que le ahorre el compromiso. Para las grandes faenas se necesita, pues, esa “apasionada entrega” de la que hablaba Pepe Alameda, pero tanto por parte del toro como del depredador con el que pelea en la plaza.
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JESÚS SOLÓRZANO (Matador de toros mexicano) Existe una técnica del toreo que es universal. Es la que se ha venido depurando con el paso de los años, enriquecida con los avances genéticos del toro de lidia y de su evolución, y que hoy en día nos permite hacer un toreo cada vez más redondo. Esa técnica universal es la que sirve para torear a un determinado número de toros, dependiendo de su conducta y cómo vayan evolucionando durante la lidia. Sin embargo, cada torero va adentrándose en su propia técnica conforme pasan los años, hasta que perfecciona determinados aspectos que son como secretos. Es a base de observación como se consiguen desentrañar ciertos arcanos que las figuras guardan con celo. Otros no tienen empacho en decirte algún detalle técnico, a sabiendas de que no importa qué tan bien se haga, o se ejecute, sino quién lo ejecuta. En el toreo, la personalidad del intérprete es fundamental. Deteniéndome en este rasgo nuevo para mí de hacer arrancar al toro con “la mano correcta”, según establece Pancho Miguel en su libro, he podido equipararlo con lo que ocurre con un caballo de los que he comprado en el hipódromo y que luego he puesto para jugar al polo.
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Los caballos de carreras están acostumbrados a galopar hacia la izquierda, en el sentido natural de la pista, que gira en contra de las manecillas del reloj, pero para jugar al polo, sobre todo cuando uno va a dar el golpe con el mazo, es preciso que el caballo galope con la mano contraria, es decir, la mano derecha. Esto permite al jinete tener un balance más equilibrado en el momento del swing para golpear la pelota. Así que en un principio, recién comprados en el hipódromo, es preciso acostumbrar a estos caballos a galopar con la mano derecha, a fin de que se quiten ese “vicio” de hacerlo solamente con la izquierda. En esta explicación de Pancho Miguel, el toro de lidia tiende a arrancar con la mano derecha al cite del torero cuando éste se coloca cruzado y le provoca la embestida por el pitón izquierdo, por ejemplo, al torear al natural. Y me parece lógico que el toro acuda de esa manera porque quiere coger a ese depredador que menciona el autor. Este pequeño detalle de observación en el movimiento del toro y la teoría que se desprende de él resultan de un gran interés para cualquiera que pretenda torear, pero también para aquel que quiera adentrarse más en esa conducta misteriosa del toro, que con su lenguaje corporal a veces nos quiere decir tantas cosas. En lo personal, aprendí a torear viendo y escuchando a los grandes maestros de la Época de Oro, como mi padre, el maestro Fermín Espinosa “Armillita” o Carlos Arruza, toreros que tenían una técnica depurada, un estilo y una personalidad muy bien diferenciada. Y más tarde pude interiorizar otros conceptos de otros tantos “monstruos” del toreo, como lo fueron Luis Miguel Dominguín o Antonio Ordóñez. A esos dos solo había que verlos, en el campo, en la plaza o en la calle. Eran toreros, se sabían toreros y sentían el toreo en lo más hondo de su ser. Por eso cuando un toro se lo permitía, ellos sacaban ese sentimiento torero y se
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transformaban en seres espirituales, creadores de belleza. Eso es lo que a mí siempre me ha inspirado. Es lo que busco cuando toreo. Tener ese misterio que decir y “decirlo”, según la explicación de Rafael El Gallo. Estudiando la historia del toreo del siglo XIX, que tanto me apasiona, he ido descubriendo ese maravilloso “hilo del toreo” que estableció el escritor Pepe Alameda. Y aunque resulta más difícil desentrañar cómo fue cambiando la técnica con el paso del tiempo, debido a que, por desgracia, casi no hay películas de toreros que marcaron una diferencia y dieron un gran paso adelante, como el caso de Rafael Molina “Lagartijo”, en los documentos de esa época se pueden advertir aspectos que iban a desarrollarse andando los años. En lo estrictamente relacionado con el toro de lidia, de cuyo comportamiento se desprende la teoría del depredador, creo que debemos adentrarnos en estos aspectos de su conducta que nos llevan a una nueva dimensión de conocimiento. Soy un convencido de que la técnica debe de ser el sustento del arte del toreo, de ese sentimiento que se apoya en un “bien hacer” que parte de las directrices que marca el toro cuando acomete a aquello que lo provoca. Y como decía el gran Antonio Bienvenida al respecto de este concepto: “El arte del toreo es aquello que queda una vez que la suerte se ha hecho conforme mandan los cánones”.
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PACO AGUADO (Periodista y escritor español)
Desde hace siglos el toreo, o la técnica de la moderna tauromaquia, se basa en la mera intuición y en el empirismo de los profesionales que lo han hecho evolucionar a golpes de cornadas y de triunfos. Esa experiencia y esa sabiduría “taurina”, para la que valía perfectamente el cruel dicho de que “la letra con sangre entra”, era guardada celosamente por los toreros, que ni la difundían ni se la transmitían a cualquiera. Les costaba tanto entender la sicología y el comportamiento del toro, tantos años de profesión y de sacrificios, que los viejos maestros escondían a los demás, como un valiosísimo tesoro de exclusivo uso personal, sus conocimientos adquiridos sobre el inquietante material con el que desarrollan su arte. El conocimiento profundo del toro -dentro siempre de los límites intuitivos, que no sobre argumentos medianamente científicos- quedaba así reducido a círculos muy selectos y excluyentes, formados por toreros -y no todos- algunos ganaderos inquietos y una minoría de aficionados elegidos que manejaban como arcanos reservados los distintos conceptos. Y, además, nunca pasándolos a negro sobre blanco, en escritos o libros, sino comentándolos verbalmente en tertulias vetadas para el resto de mortales no iniciados. Es así como, desde aquellas viejas tauromaquias de los toreros de la Ilustración, se ha escrito y se ha investigado muy poco no ya de la ganadería de bravo y de sus distintas sangres -tema sobre el que hay miles de libros en los anaqueles- sino concretamente del comportamiento y de los instintos del toro durante la lidia, de sus motivaciones para la embestida y de las muy variadas formas en que ataca o se defiende en la pelea.
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En ese prolongado contexto de secretismos, sale ahora a la luz este estudio de Pancho Miguel Aguirre, un ganadero de afición pero científico de profesión, que ha puesto su mirada en el mítico animal con un renovado espíritu analítico, haciéndose constantes preguntas para entender los cómos y los porqués de una actitud bovina sin parangón en ninguna otra especie de la fauna del planeta. Y de esas preguntas surge, como un potente foco que empieza a poner luz en la penumbra del conocimiento taurino general, esa reveladora teoría del depredador que ya avanzó en obras anteriores y ahora desarrolla extensa y detalladamente en estas páginas. Y lo cierto es que llega a tiempo, en el momento más oportuno, en este arranque del siglo XXI al que se ha dado en llamar la época de la información y de la globalización. Pues ya que en estos últimos años y a caballo de las nuevas tecnologías hemos logrado que los conocimientos sobre cualquier materia se difundan por todo el mundo de una manera mucho más accesible y democrática, ¿por qué no hacer lo mismo con los viejos secretos de la tauromaquia? Pero, más que viejos secretos, mejor sería calificar a las aportaciones de Pancho Miguel como nuevas revelaciones, pues sus estudios vienen a aclarar y a clasificar de una manera metódica y bien estructurada el desordenado y nunca reunido bagaje de experiencias de los profesionales. El autor ha conseguido elaborar un texto definitorio y de fácil entendimiento por el lector, ya sea experto o neófito en este campo, hasta el punto de que bien podría recomendarse su uso como guía para los alumnos de las escuelas taurinas o como libro de cabecera para los nuevos o viejos aficionados, pues ambos colectivos entenderán con él más y mejor el comportamiento del admirable toro de lidia. Es bueno, sí, que se difunda el conocimiento del toreo. Y que nadie tema que con el desarrollo de su teoría el autor vaya a desvelar ningún tipo de “truco” que deba mantenerse sellado, sino más bien al contrario, ya que su intención es la de abrir más concretas vías de conocimiento sin ningún afán excluyente ni excesivamente determinante. Conocer al toro en profundidad es una manera de
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mejorar y de perfeccionar la tauromaquia sobre una sólida base de evidencias bien analizadas y sistematizadas pero que, afortunadamente para el espectáculo y por aquello del azar propio de la lidia, nunca serán axiomas infalibles ni harán del oficio del toreo un ejercicio previsible. Porque, en todo caso, más allá de la técnica y del conocimiento, todo arte, y por supuesto lo es la tauromaquia, se nutre fundamentalmente de corazón e inspiración, que es todo aquello que se nos fija en la memoria del alma, ese nivel superior, ese poso trascendente que hace que por unos instantes podamos intuir a qué sabe la inmortalidad.
ASOCIACIÓN NACIONAL DE VETERINARIOS TAURINOS, A.C. (Veterinarios mexicanos) Los miembros de esta asociación tuvimos la oportunidad de leer el libro Detrás del valor y del arte del exganadero Francisco Miguel Aguirre Farías, pero mejor aún, disfrutamos de su ponencia La teoría del depredador en el marco de las Terceras Jornadas Veterinarias en Ganado Bovino de Lidia, celebradas en agosto del 2017. Sin duda y de acuerdo con las propias palabras del autor, la teoría que en este libro se expone ha sido un atrevimiento, pero un atrevimiento valiente, muy acertado y lógico que nos deja con la miel en la boca y con material suficiente para continuar la sólida investigación empírica que él inició.
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JOSÉ MIGUEL ARROYO “JOSELITO” (Matador de toros y ganadero español) Estoy muy de acuerdo con lo que hace tiempo dijo el genial Rafael de Paula cuando le preguntaron sobre la técnica del toreo. “Técnica -contestó el gitano- es lo que tiene el tío que viene a mi casa a arreglar la lavadora”. Y no, la verdad es que yo tampoco siento el toreo como un complejo y enrevesado ejercicio de recursos que, aunque son necesarios para manejarse con un mínimo conocimiento ante el toro, pueden ocultar el verdadero fondo del toreo como una expresión del alma de quien lo interpreta. Reconozco, porque sería absurdo negarlo, que solo con sentimiento es imposible conseguir ese propósito profundo del toreo más puro. Pero también estoy convencido, tanto en mi faceta de torero como en la de ganadero, que la verdadera grandeza de una faena solo llega a través de la entrega, de un darse intuitivamente y sin reparos a la embestida, correspondiendo en honestidad al animal que nos da su vida. En definitiva, y citando a otro grande como es el “centauro” Ángel Peralta, creo sin duda alguna que “torear es engañar al toro sin mentirle”. Precisamente por eso me ha interesado mucho la teoría que describe en este libro el ganadero Francisco Miguel Aguirre. Porque, de nuevo más allá de la técnica, me ha hecho ver que la tauromaquia también puede explicarse como una lucha entre cazador y presa, que es como supongo que debe reflejarse este enfrentamiento con el hombre en la memoria genética y en el afán natural de supervivencia del toro cuando sale al ruedo. Muchos de los aspectos que considera y matiza el autor -y en especial los relativos a la importancia de los ojos y a la elocuente mirada de este animal incomparable-me han hecho recordar momentos de mis actuaciones, de toros con determinadas y variadas características a los que he podido encauzar en mi muleta y mi capote casi siempre con destellos de mi instinto personal. Todas
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ellas resultaron ser faenas que, más que un reto técnico, podrían calificarse casi como retos sicológicos por ver quién acababa por imponerse a quién sobre la arena. Como expone el ganadero Francisco Miguel Aguirre, en el fondo el toreo es una interactuación entre depredador y presa, sólo que, a medida que el hombre hace valer su fuerza mental los papeles varían en una danza mortal que no es sino una exaltación de la vida y un reflejo sublime y ordenado de las relaciones de la propia naturaleza. Porque, al final, la tela, ese objeto manejado por el hombre que persigue el toro y que simula al depredador, acaba siendo su domador, su domesticador. Sobre todo, cuanto más valiente y bravo es el animal, cuando pone toda su fuerza y entrega en la lucha. En ese toreo lo más sincero posible hay un afán “educador” de las embestidas, un sobreponerse al instinto de defensa del hombre para suavizar la violencia de la furia que le amenaza, para equilibrar y encauzar cada ataque hasta hacer que al toro se le haga agradable y atractivo el tremendo esfuerzo de seguir la tela a ras de arena y a velocidad reducida. Cuando eso sucede se llega a la armonía total, a un común acuerdo entre polos opuestos en el que se cambian los papeles y en el que la experiencia vital y sentimental del hombre sale a flote en el arte de poner orden al instinto ancestral del animal. Y es así, y solo así, como ninguno de los dos sale derrotado.
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DIEGO URDIALES (Matador de toros español) Desde mis inicios, a medida que iba avanzando en este apasionante oficio del toreo, fui llegando al convencimiento de que la lidia no deja de ser un duelo sicológico entre toro y torero. Cada faena es un juego estratégico entre dos rivales que, atacándose o defendiéndose el uno al otro y del otro, paradójicamente, pueden alcanzar una milagrosa armonía. Leyendo con atención las páginas escritas por el ganadero Pancho Miguel he podido apreciar que, en el desarrollo de su teoría del depredador, él también ha entendido el fondo del asunto, la búsqueda del equilibrio que da sentido a este arte incomparable. Y es que ese debate entre contrarios, lo que somos en principio toro y torero, se convierte en un acuerdo entre complementarios en el momento en que se logra la maravillosa conjunción del buen toreo.
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Hay que reconocer que para poder llegar a ese punto el hombre ha logrado enfocar el instinto agresivo del toro hacia la bravura, refinando y especializando su comportamiento instintivo. Pero para que la tauromaquia pueda desarrollarse en todo su esplendor actual también ha habido una gran evolución en esa “técnica madre” de la que habla el autor y que ha ayudado en gran medida a los ganaderos para mejorar sus productos. Es decir, que la técnica y la bravura han avanzado influyéndose y exigiéndose entre sí. De esta forma, con la aportación de todos, es como se ha llegado al nivel máximo, casi milagroso, de la bravura que se manifiesta en la clase, esa “elegancia” que tienen algunos ejemplares a la hora de embestir y que favorece que muchas grandes faenas puedan ser consideradas auténticas obras de arte. Así las cosas, de entre los muchos aspectos de la lidia que el ganadero Pancho Miguel capta en su teoría hay varios que, como matador de toros, considero fundamentales a la hora de plantear mis faenas. Uno de ellos es el de los “toques”, los movimientos que transmitimos a la tela como estímulo para la embestida, pues creo que, si se saben aplicar con precisión, de ellos depende el temple y el mando posteriores sobre el toro. Y también considero primordial ajustar perfectamente la distancia de los cites y la longitud de los muletazos, de tal manera que se puedan ensamblar en series largas. En realidad, creo que cada pase debe rematarse de tal forma que prepare al toro para tomar el siguiente en las mejores condiciones, igual que el ajedrecista hace una jugada pensando en las posteriores. Que a nadie le extrañe este paralelismo con el ajedrez, porque, como decía al principio, la tauromaquia se basa realmente en un juego sicológico entre toro y torero, en el que cada uno sabemos en todo momento quién lleva la iniciativa durante este hermoso reto que se sigue repitiendo al paso de los siglos.
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JULIO FERNÁNDEZ (Veterinario español especialista en el toro de lidia) Una vez conocida la original teoría del ganadero mexicano Pancho Miguel Aguirre, desde mi experiencia de varias décadas como veterinario especializado en el toro de lidia, creo conveniente hacer algunas consideraciones que confirman la teoría. Estos breves “añadidos” que me permite el autor son también el fruto de muchos años de observación, trabajo e investigación. Es así como creo que el actual toro bravo, además de seguir el instinto de sus ancestros genéticos, también se comporta en la plaza según le ha marcado la selección ganadera de los últimos siglos. Es evidente que cuentan sus experiencias en peleas y en actitudes defensivas anteriores a su lidia, dado su sistema de cría extensiva en semi libertad, pero no nos olvidemos que bovinos de otras razas criados en similares condiciones no embisten, o embisten muy poco, cuando se les ataca o acosa. También es importante insistir en un aspecto muy decisivo, que ya Aguirre señala, como es la mirada del toro a la hora de embestir. En ese sentido, una de las ventajas que obtiene el torero al llevar al animal sometido por bajo es que hace que éste centre todo su campo de visión en el engaño/depredador, como lo califica el autor, y no tanto en el hombre que lo maneja. En esto también influye sobremanera la conformación de los ojos del animal, ya sea con más o menos párpado superior o más o menos prominentes, así como su posición en el cráneo: si están en un mismo plano -como los nuestros- ven mejor de cerca, mientras si están situados de forma más lateral -como los de los conejos- pueden ver incluso bastantes grados hacia atrás, lo que da lugar al complejo comportamiento de los toros que se conocen como “tobilleros”.
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En cuanto a la acción de escarbar, o rascar la arena como dicen en México, habría dos contextos donde analizarlo. En el campo es un signo desafiante de los toros para marcar su territorio o para simular que están dispuestos a enfrentarse, aunque también se echan tierra al lomo para espantar parásitos externos. En realidad, es un signo de intranquilidad o de desafío cobarde, pues cuando un toro realmente quiere pelear con otro le reta poniéndose de perfil y girando ligeramente el cuello. En la plaza, en cambio, el hecho de escarbar es un síntoma de indecisión y de cierta cobardía. Aun así, también suelen hacerlo algunos toros muy enrazados del encaste Saltillo-Albaserrada, como también lo hacen los bravos de otras sangres si se les deja demasiado tiempo tranquilos. No olvidemos que la plaza es para ellos un ambiente hostil y desconocido, y la lidia una situación que solo se les presenta una vez en la vida. Por otra parte, habría que advertir que durante las peleas en el campo los toros acoplan sus cabezas y empujan al unísono, en una verdadera prueba de fuerzas. En esas luchas buscan derribar al enemigo o ponerlo en posición perpendicular para herirlo en zonas vitales, como axilas -en dirección al corazón-, bragada y testículos, aunque frecuentemente también hay un tercer toro esperando atacar al perdedor. Es cierto que tienen más efectividad si lanzan las cornadas de abajo a arriba, dada la
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gran potencia de los músculos que levantan su cabeza, pero la evidencia nos dice que cornean en todas direcciones e incluso sin mover el cuello, solo empujando cuando atacan a otro congénere colocado de perfil. Pero si hay algo que me gustaría añadir al libro de Pancho Miguel es la relevancia de un mecanismo neuroendocrino que se hace determinante en el comportamiento del toro durante la lidia: la producción del propio organismo del animal de betaendorfinas que le dan una gran resistencia al dolor e incluso a los efectos de la fatiga. Recientemente se ha descubierto que el toro bravo produce por sí mismo esta sustancia ante los estímulos punzantes, como puyazos y banderillas, bloqueando con ella los receptores de dolor allí donde éste se ocasiona y produciéndole una cierta euforia que le hace “ir a más” y seguir en la lucha. Es el mismo mecanismo observado en los gallos de pelea, cuyos niveles de endorfinas hacen que se pongan a cantar aunque estén heridos de muerte. Dicho de otra forma, al toro le pasa lo mismo que a una persona que acaba de sufrir un accidente de tráfico o a un soldado herido en el fragor de la batalla: que “en caliente” no siente dolor gracias a la elevada cantidad de betaendorfinas que genera su cuerpo en una situación crítica. Distinto será cuando transcurra un tiempo y bajen los niveles de esas sustancias, pero, para entonces, el toro ya estará muerto. Es esa euforia ante el dolor que manifiestan las reses de lidia la que se traduce en la bravura que podemos observar en el ruedo, y la que explica que, incluso los “abantos” de salida, mejoren y sigan embistiendo hasta la muerte al engaño/depredador. Si en las personas esas betaendorfinas se suelen producir por sugestión, es posible que en el toro también lleguen a generarse del mismo modo, además de por el dolor de puyas y arponcillos, ante ese estímulo constante que, como describe el autor de esta obra, le supone dañar al depredador que se le enfrenta en la plaza.
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RAFAEL CORTÉS (Director de la Academia Taurina de Torreón)
Cuando un muchacho llega a una escuela taurina y se inscribe con la ilusión de ser torero, muchas veces no sabe siquiera bien de qué se trata esta compleja profesión o cómo es que se consigue avanzar en el aprendizaje de la técnica. Y mucho menos conoce el comportamiento del toro, que es algo de lo que se debería hablar con más frecuencia en los centros de enseñanza taurina. Por eso, cuando fuimos al rancho de Pancho Miguel a grabar los videos de su primer libro, la explicación que les dio a varios de mis alumnos fue muy importante para que comprendieran esa llamada teoría del depredador con la cual los adentró en un concepto nuevo. Desde el principio pude percatarme de que el libro les llamó la atención y, como ellos no tienen prejuicios taurinos, me dio la impresión de que tomaron esa enseñanza como algo válido para comenzar a mirar al toro desde otra óptica. Inclusive, en algunas otras tientas los escuché comentar los distintos aspectos de dicha teoría y la consecuencia técnica del movimiento de ese depredador que provoca las distintas reacciones del toro. Algunos de los alumnos estaban realmente interesados en aprender más al respecto y eso siempre es bueno, ya que el conoci-
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miento del toreo es un pozo sin fondo que debe fascinar a quienes se adentran en sus profundidades. Ahí fue cuando varios de ellos se dieron cuenta de la importancia de los terrenos y las distancias, de saber en qué momento se arrancaba o no una becerra y de qué forma lo hacía. Y estar observando lo que hacían al estar delante de ella me resultaba muy interesante. Tener a mano un libro de texto con todos estos conocimientos será de gran ayuda para los alumnos de las distintas escuelas taurinas que abundan en el país o incluso en el extranjero. Se trata de una herramienta nueva que habla directamente de la conducta del toro y de sus formas de embestida, en relación a la posibilidad de que ese depredador que lo ataca condicione sus reacciones y su forma de comportarse delante del torero. Es momento de que en las escuelas taurinas se implemente esta teoría, sobre todo porque abonará un terreno fértil de mentes claras que aún no están prejuiciadas con una enseñanza muy válida, como ha sido siempre, pero que no trata de estar a la vanguardia del conocimiento del toro y su forma de comportarse, que es precisamente de donde parte todo el toreo. Así que sea bienvenida esta aportación que nos abre una nueva ventana de apreciaciones y conocimientos que, seguramente, resultarán de mayor valor conforme la gente, los toreros y los aficionados se vayan compenetrando con ella. Se trata de una apuesta diferente y eso siempre tiene un valor cuando busca abrir otros horizontes.
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JIM VERNER ( Aficionado práctico norteamericano, vicepresidente de la North American Taurine Clubs y bibliófilo taurino) “Es imposible para un hombre aprender algo que él cree que ya sabe.” Epicteto, filósofo estoico, c. 50 - c. 125
En la fiesta de los toros, las opiniones abundan. Hasta se podría decir que para muchos aficionados éstas mandan o se convierten en cánones y dogmas, lo que no solo perjudica la Fiesta Brava sino que también da lugar a ideas equivocadas que ciegan a muchos para conocer las hermosas verdades de la ciencia y el arte de la tauromaquia. Si bien podemos decir que todos tienen derecho a emitir sus opiniones, también es preciso aclarar que hay algunas muy válidas que aumentan nuestros conocimientos y entendimiento del misterioso Arte de Cúchares, mientras otras, en vez de alumbrarlos, engañan a los aficionados con tópicos que no tienen nada que ver con las realidades de los toros y de los toreros. Para mí, el mejor libro para poder entender a los toros y al toreo siempre ha sido La Tauromaquia o Arte de Torear, de
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Pepe-Hillo, edición original de 1796. Muchos no entienden el hondo significado y valor de este libro, quizás por su castellano antiguo o porque la Fiesta Brava ha cambiado mucho en los últimos dos siglos. Pero Josef Delgado supo describir a los toros y las suertes mejor que muchos de los supuestos eruditos que le siguieron. Claro que hoy los toros han evolucionado por la selección de los ganaderos y son más bravos. Vemos menos mansos que en ese entonces, pero siguen saliendo toros de todos los tipos que se describen en este libro. También hoy tenemos más variedad de suertes -aunque otras casi se han perdido-, pero las técnicas para hacerlas siguen las mismas pautas. Cuando leí el libro de Francisco Miguel Aguirre Farías “Pancho Miguel”, me quedé boquiabierto porque va más allá que La Tauromaquia de Pepe-Hillo, explicando en una forma sencilla y clara tantas verdades del toreo que no entienden muchísimos aficionados. Si La Tauromaquia de Pepe-Hillo sigue siendo el cimiento de la explicación del toreo, don Pancho Miguel ha escrito, en forma moderna, la continuación de esa obra básica, dando elucidaciones más claras sobre porqué los toros embisten como embisten y cómo las técnicas permiten a los toreros controlarlos. Su explicación de los motivos por los que atienden y reaccionan a la colocación del torero y anticipan los movimientos de los engaños es admirablemente sencilla, mientras muchos escritores se empeñan en complicarla, quizás para dar la impresión de que son expertos en la materia. Pero en realidad así demuestran que no entienden a los toros. En mi larga experiencia como aficionado tuve muchas oportunidades de observar toros en la plaza y en el campo. Comencé toreando moruchos y criollos en los jaripeos de México para seguir como aficionado practico con reses de casta en México, España, Francia, Colombia, Ecuador, Perú y
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Puerto Rico, así como en Texas y California, en los Estados Unidos. También tuve una ganadería brava en Ecuador, Pasochoa, pequeña, con apenas cuarenta vacas, pero que fue una de las fundadoras de la Asociación de Ganaderos de Lidia de aquel país. Gracias a todas estas experiencias pude apreciar cómo embestía toda clase de ganado, tanto manso como bravo, tanto el que llamamos “alimaña” como el noble, y cómo los becerros y becerras embestían, exactamente como lo explica Pancho Miguel. Siempre les he dicho a las personas que quieren entenderle que el toro embiste como el cazador de perdices apunta su escopeta -adelantando su puntería en la dirección y según la velocidad del ave-, lo que llamamos “cruzar” en el toreo. Y pude ver que el secreto, y el éxito, de cruzar depende del animal, porque en el toreo nada es cien por ciento. Como Pancho Miguel explica en forma detallada, las técnicas tienen que adaptarse al toro, y cada toro es un ser con sus características individuales. Creo firmemente que cuanto más sepa el aficionado sobre los toros y las técnicas para burlar sus acometidas podrá apreciar mejor el verdadero valor de lo que está viendo en una plaza. Y este “pequeño” libro encierra un contenido muy grande y enseña más que la infinidad de tomos y páginas que se han escrito en los últimos doscientos años. Junto con la Tauromaquia de Pepe-Hillo, el libro de Pancho Miguel debe estar en la biblioteca de todos los aficionados. Y, más importante aún, los dos libros deben leerse y releerse con frecuencia. No tengo duda de que este excepcional trabajo debe traducirse, al menos, al idioma inglés, pues es preciso que personas de todas las nacionalidades conozcan al toro bravo, comprendan la esencia de nuestra afición y respeten esta maravillosa tradición.
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RICARDO LÓPEZ DE ANDA (Promotor taurino tapatío) Este libro de Francisco Miguel Aguirre es una obra, a mi juicio, sin precedentes, no obstante que se ha escrito mucho en todos los tiempos y épocas sobre el toreo. Considero que sirve de eslabón, desvelando el hueco técnico y los entresijos de la lidia, con lo que contribuye a integrar los tratados de la tauromaquia. A partir de la teoría de que el toro se defiende y ataca a un depredador, la obra arroja claridad para el conocimiento y comprensión de las técnicas de la tienta y selección del ganado bravo, así como para el dominio y la adecuación de las técnicas a utilizar para las diferentes características y comportamientos de las reses durante la lidia. Ya era muy justificado el título del anterior libro de don Pancho Miguel, Detrás del valor y del arte. El adverbio “detrás” podría entenderse engañosamente como un “después de”, pero en el libro cobra una importancia y argumenta-
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ción relevantes significando “lo que va antes”, “lo que es la base”, lo que debe conocerse y dominarse “antes” para que en la ejecución de las suertes el diestro pueda demostrar su valor y su arte. De lo contrario, sin el necesario soporte, las suertes se improvisan, quedando en el aire, deslucidas y sin ligazón posible. Para saber torear primero se debe saber lidiar. Y esto presupone el conocimiento y el dominio de las técnicas apropiadas a las condiciones y temperamento del burel. Leyendo el libro de Francisco Miguel Aguirre me explico muchas cosas del toreo. Me hace reflexionar por qué cada toro tiene su lidia. Me vuelve más claro lo que es un torero de poder, aquél que les puede a todos los toros, porque antes que nada sabe conocer al toro, como soporte técnico de la ejecución de las suertes y ligar las series, con lo que demuestra el verdadero poder. Es un soporte que puede pasar desapercibido para los espectadores, pero muy real e indispensable. Es una condición sin la cual nada más no se puede torear. Esto me hace recordar a don Fermín Espinosa Saucedo “Armillita”, el “Maestro de maestros”, que podía con todos los toros y al que tuve la suerte de admirar en Aguascalientes, cuando yo era niño y acompañando a mi padre. Ya más en nuestros días, recuerdo a Mariano Ramos, torero poderoso que se entrenaba con vacas toreadas. De uno y otro llegué a escuchar que “toreaban para toreros”. ¡Enhorabuena! para los ganaderos, los toreros y los que quieren serlo, los empresarios, las escuelas taurinas, los aficionados, los cronistas, los periodistas y todos aquellos que se interesan en los recovecos y la belleza de la Fiesta Brava. Este libro les será de mucha utilidad.
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RICARDO TORRES MARTÍNEZ (Promotor taurino neoleonés) Dícese desde siempre, y así lo he comentado muchas veces en base al heroico e histórico desempeño de hombres tan destacados como don Francisco I. Madero, don Venustiano Carranza y muchos más, “que el estado de Coahuila es Tierra de Hombres Revolucionarios”. También originario de Saltillo, don Fermín Espinosa Saucedo revolucionó aquí y allá el ejercicio del bien torear durante la época de oro de nuestra Fiesta. Hasta allí, un orgullo histórico en la vida nacional por una parte y otro tanto para los amantes de la Fiesta Brava en lo taurino; pero hete aquí que, guardando las proporciones, en el año de 2015 fue otro coahuilense con el apoyo de gente muy destacada y reconocida del medio taurino, como los matadores de toros Manolo Mejía y Arturo Saldívar, así como del laureado picador Ignacio Meléndez González, quien revolucionó viejos y falsos conceptos que predominaron por mucho tiempo en la técnica de la lidia, el ejercicio del toreo, las corridas de toros y, muy especialmente, sobre la razón y la forma de las embestidas del toro.
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Su nombre, Francisco Miguel Aguirre Farías, mejor conocido como “Pancho Miguel”, quien también recibió el apoyo de otro Revolucionario coahuilense del periodismo, don Armando Fuentes Aguirre, ampliamente reconocido como “Catón” para escribir el prólogo del libro Detrás del valor y del arte. Agregaría al misterio y la magia con que Pancho Miguel establece las reglas básicas y los principios fundamentales para normar la lucha entre la inteligencia del diestro y la fuerza brusca del animal que lo más importante del contenido de tan pequeña pero gran obra literaria taurina es la teoría revolucionaria de que el toro no embiste al color de los avíos -capote y muleta- utilizados por los diestros, en razón de que su visión no distingue cromática alguna, tal y como por largo tiempo se nos hizo creer… Y que tampoco arremete y agrede a todo lo que se mueve, porque entonces su vida campirana se la pasaría embistiendo a la maleza y a las ramas de los árboles, como también se nos hizo creer, independientemente de reconocer que, como alguien aseguró, “los toros no cuernan postes”. Frente a todo esto, Pancho Miguel afirma y confirma, con abundante material gráfico (videos) complementario de su edición, que el toro solo arremete (embiste) cuando se siente atacado por un depredador, que puede ser un hermano de camada, un ser vivo de otra especie o el propio torero cuando con “el toque” le incita a la defensa y la movilidad. ¡Algo nuevo pues para el conocimiento de la nueva y vieja afición, expuesto con valentía a la consideración general!
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Otras opiniones La tesis que propone en este libro en el sentido de que el toro embiste a lo que intuye que es un animal depredador es mucho más lógica que la creencia de que embiste al movimiento en sí mismo. Arturo Gilio Matador de toros
Después de leer este libro el aficionado común, y en muchas ocasiones los propios toreros, no volverán a ver una corrida de toros de la misma manera en que la veían antes. Mario Zulaica Matador de toros
Toda propuesta innovadora, como la que se expone en este libro, impacta lo establecido e irrumpe en las mentes que están encerradas en los hábitos del pasado. Los innovadores son transgresores naturales. Carlos Gutiérrez Aguilar Presentador del libro Detrás del valor y del arte.
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Después de “beber” en una hora esta aleccionadora publicación que, contra lo que advierte su autor, sí es para especialistas, confirmamos que en los toros nunca se termina de aprender. Y es que Francisco expone en este libro una insólita tesis que no habíamos imaginado ni escuchado sobre el por qué embisten los toros. Heriberto Murrieta Cronista taurino
El torero sabe perfectamente dónde y cómo colocarse técnicamente, pero nunca científicamente el por qué lo hace así. Este libro lo explica. Será mejor espectador o crítico el que sustenta sus conceptos en las razones de la técnica del toreo. La cual, a su vez, está cimentada en el comportamiento enigmático del toro de lidia. Ambos se detallan en este libro. Juan Antonio Hernández “El Torero” Escritor del prefacio del libro Detrás del valor y del arte. Co-conductor del programa de televisión “México Bravo”
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Los toreros aseguran que el noventa por ciento de su valor delante del toro lo aporta el conocimiento de las técnicas de la lidia, sin las cuales la creación de su arte sería imposible. En cambio, la mayoría de los aficionados acudimos a los tendidos de las plazas sin conocerlas ni apreciarlas, aunque sean la base del espectáculo del que disfrutamos. Además de los expuestos anteriormente, existen muchos otros recursos lidiadores que no se mencionan en este libro -por falta de espacio o porque en lo personal los desconozco- y que han sido desarrollados y transmitidos por generaciones de matadores, banderilleros, picadores y otros protagonistas de la Fiesta Brava. Estoy seguro de que todas esas técnicas, consciente o intuitivamente, se sustentan en la teoría que propongo: que el toro se comporta en la plaza como si estuviera peleando en el campo, con depredadores o con sus propios hermanos, y que, por lo tanto, para resolver tan compleja situación y manejarla a su conveniencia, el torero debe hacerle creer que la muleta o el capote son animales que pretenden atacarle. Teniendo todo esto en cuenta, el buen planteamiento estratégico de las faenas es un aspecto fundamental que ha de estudiar todo matador que aspire al triunfo. Además, tanto por su lucimiento como por su integridad física, ha de hacerlo en pocos segundos y ante la presión que suponen la amenaza del toro y su desempeño ante el público. Y no solo eso, sino que a lo largo de la lidia habrá de modificar su estrategia cuantas veces sea necesario.
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Sirva esta información para valorar los años de preparación, los conocimientos y la experiencia de los matadores de toros, así como para tener criterios más justos a la hora de analizar su actuación o las características de un determinado burel. Cada torero va encontrando su propia manera de interpretar, aplicar y combinar esas técnicas con los datos que le da la práctica. Solo a partir de ese conocimiento adquirido con los años es como puede desarrollar su personal estilo y la capacidad de crear arte de su oficio, hasta llegar al punto en el que aplica la sabiduría que le aportan la experiencia y la práctica de manera intuitiva, dejando que sea casi su subconsciente el que toree. Considero que las escuelas taurinas deberían enseñar a los prospectos en el siguiente orden cronológico: • E xplicarles que el comportamiento del toro será el mismo en el campo que en el ruedo y que responderá atacando a lo que intuye que es un depredador, por lo que el tipo de su embestida estará directamente relacionado con los movimientos de ese supuesto depredador. •H acerles practicar el toreo clásico de salón hasta que se dominen sus movimientos de forma inconsciente. • E ntrenar con una persona que embista imitando el comportamiento de toros de las diferentes condiciones explicadas en este libro -equivocadamente se suele hacer como si se tratara del toro perfecto- para que el aspirante asimile las complejas estrategias que habrá de utilizar cuando se enfrente a un animal de lidia y las pueda ejecutar sin tener apenas que pensarlas, tal y como lo hace un malabarista al ejecutar su acto. • I niciar el toreo real en el ruedo enfrentando al alumno con becerras pequeñas e ir aumentando el tamaño de los animales conforme se vayan dominando las diferentes técnicas de lidia.
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Me parece muy difícil enseñar a torear pretendiendo que el aprendiz sepa de memoria cada una de las técnicas sin entender el porqué de ellas. Estoy seguro de que si al aspirante a torero se le explica que los engaños deben moverse simulando un depredador y que la reacción del toro dependerá de cómo éste lo acose, su aprendizaje será más rápido e indeleble. Podrá asimilar y aplicar la técnica haciendo un planteamiento lógico, pues la teoría del depredador aporta un contexto que aclara la situación de cada uno de los actores de la lidia y permite al torero entender mejor a su enemigo, así como probarlo y medirlo. Según Ebbinghaus, “resulta muy difícil guardar en la memoria los conceptos que no se pueden entender”. En su libro Porqué Morante, Paco Aguado hace los siguientes comentarios, que me parecen muy pertinentes para complementar la parte técnica del presente trabajo: El conocimiento del comportamiento de los toros, de sus terrenos y sus querencias, y de las soluciones aplicables en cada momento, sigue siendo el sustento del buen desarrollo de las faenas (…) En el fondo, el verdadero sentido del toreo es hacer poesía de la prosa del oficio, sin centrar el espectáculo en una ‘técnica’ que ha de quedar oculta, sin que los medios sean más importantes que el fin (…) Pero tanto se habla ahora de técnica que, aun siendo importante para dominar los muchos registros que impone el toro de hoy, los jóvenes toreros se dejan llevar más de la cuenta por esa preocupación, dejando a un lado el fondo de su expresividad. Es así como el escritor español viene a reafirmar lo ya expuesto aquí: que se puede tener técnica sin arte, pero no se puede tener arte sin técnica. Y que la diferencia entre los toreros se expresa no a través de las estrategias de la lidia sino del estilo propio que cada uno de ellos imprime a sus faenas. Espero que este trabajo amplíe el entendimiento del lector sobre el toro bravo y los recursos del torero, que normalmente son
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imperceptibles para el aficionado común. Mi deseo es que después de su lectura el espectador, incluso aquel que tenga décadas asistiendo a corridas de toros, pueda analizarlas de manera más intensa y que esto le aporte un elemento más de gozo. Y es que debido a la falta de conocimientos profundos sobre la técnica de la tauromaquia, los espectadores abucheamos y los periodistas critican muchas veces injustamente a toros, toreros, picadores, subalternos y ganaderos, que son la esencia de la Fiesta que decimos defender. Esas protestas, cuando son infundadas, son más dañinas para el espectáculo que las que vienen del exterior del mundo taurino. Cuanto más aprendo y descubro del tema, más consciente soy de que detrás del valor y del arte que vemos en las plazas hay miles de normas de lidia, aprendidas y utilizadas por los toreros tras muchos años de dedicación, así como pérdidas económicas y esfuerzos de los ganaderos para criar toros de lidia y grandes riesgos financieros de los empresarios que organizan las corridas. Todos ellos, incluyendo a picadores, subalternos y periodistas taurinos merecen nuestro respeto y agradecimiento por conservar una de las tradiciones más bellas de nuestra cultura. En cuanto a mi teoría del depredador, espero que sea analizada con seriedad y sin prejuicios por los expertos en el tema, y que su análisis, a su vez, provoque mayores y mejores investigaciones sobre el comportamiento en el ruedo de este estupendo animal.
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Adentros: Terrenos más cercanos a la barrera donde el toro protege uno de sus costados, ya que si el depredador lo ataca no podrá lastimarle por dicho flanco. Abanto: Toro que no se centra de inmediato en la lidia y sale continuamente suelto y huido de los encuentros con el torero. Tarda en medir la fuerza y agilidad del depredador que lo amenaza. Acostarse: Acción del toro al embestir muy ceñido al cuerpo del torero. En la teoría del depredador, se debe a que el torero no ha sabido hacerle ver que se va a desplazar hacia adelante, lo que en el argot taurino se denomina “cruzarse”. Alimaña: Se dice del toro sumamente complicado y que desarrolla sentido. Altura: Nivel al que hay que colocar los engaños en el cite o al embarcar las embestidas. Depende de las reacciones que presenta el toro durante su lidia. Agresividad: Conducta del toro fiero que provoca mayor desconfianza en los toreros. Arrollar: Actitud del toro cuando la embestida se realiza sin humillar y con la que busca topar las telas, no tratar de cogerlas para cornearlas. Otro significado es cuando el toro atropella al torero sin afán de cornearlo. Bravura: Capacidad del toro de pelear hasta la muerte. Burriciego: Toro que tiene un defecto en la vista en uno o en los dos ojos. Calamocheo: Actitud del toro que embiste derrotando con violencia y mostrando una actitud defensiva.
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Clase: Cualidad del toro de embestir humillado, con ritmo y nobleza. Es el tipo de embestida más apetecida por los toreros para hacer el toreo artístico. Claridad: Cualidad del toro que es definido en su comportamiento. Cite: Movimiento de provocación, del torero o de las telas -depredador- para incitar al toro a la arrancada. Codicia: Cualidad del toro que embiste con celo y repite los ataques con vehemencia. Cuadrarse: Movimiento del torero buscando colocarse de determinada manera para que el toro le mire de frente y tenga alineada la columna vertebral, de forma tal que tanto la ubicación de sus patas delanteras como de las traseras sea la adecuada antes de provocar su embestida. Depredador: Animal que tiene, por instinto la capacidad de cazar a otro de distinta especie para alimentarse. El toro de lidia es un animal presa que se transforma en atacante con la diferencia de que no se come a su víctima, pues es un ser herbívoro. Defecto: Determinada forma irregular de embestida que suele ser recurrente y que el torero debe procurar corregir para el mejor desempeño de la lida. Desparramar la vista: Carencia de fijeza del toro al desentenderse de los engaños. Desrazado: Toro que no acomete con bravura y transmisión. Distancia: Separación precisa que debe apreciar el torero para provocar la embestida u obligar al toro a que la repita sin perder su objetivo de ataque.
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Embroque: Momento central de la reunión entre toro y torero al ejecutar una suerte. Encaste: Procedencia genética de una ganadería determinada. Entrega: Cuando el toro embiste con franqueza y empleándose en el esfuerzo. Esperar la embestida: Capacidad del torero de aguantar la embestida del toro hasta que éste mete la cabeza en las telas, justo cuando comenzará a templar la acometida para consumar la ejecución de la suerte. Etología: Ciencia que estudia el comportamiento físico y sicológico de los animales. Fiereza: Condición del toro que embiste con un exceso de agresividad. La fiereza se puede traducir en genio defensivo si el torero no es capaz de encauzarla. Fijeza: Cualidad del toro de mirar fijamente el movimiento de las telas y también de quedarse en el sitio donde se le remata después de un muletazo. Esta capacidad tan valorada por ganaderos y toreros también podría calificarse como “concentración” del toro durante su lidia. Genio: Comportamiento demasiado agresivo y áspero del toro. Muchas veces, la fiereza suele degenerar en genio, un concepto que el aficionado no debe de confundir nunca con la bravura. El toro que tiene genio suele desarrollar sentido y complica el desempeño del torero. Gregarismo: Instinto del toro de vivir en manada, donde se siente protegido. Humillar: Acción del toro de bajar la cabeza en el momento en que embiste y cuya finalidad es la defenderse el pecho (y el corazón, por ende), así como preparar el derrote para herir al depredador que tiene delante.
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Indefinido: Toro cuya conducta suele ser cambiante y, por tanto, dificulta la adaptación por parte del torero. Intuición: Capacidad del torero para descifrar las reacciones del toro antes de que las lleve a cabo. Ir a más: Condición del toro que sigue embistiendo, cada vez con más calidad, sin importarle el rigor de la lidia. Lances de tanteo: Capotazos que se dan al toro de salida para tratar de fijar su embestida. Listeza: Tendencia del toro a desarrollar sentido cuando no se le hace bien la lidia. Manso: Término para definir toro que rehúye cualquier tipo de pelea, aunque dentro de este comportamiento se pueden distinguir ciertos matices susceptibles de que los toreros puedan sacarle partido. En realidad, la mansedumbre no existe en los animales de lidia, pero se califica de manso al que tiene poca bravura. Meter la cara: Capacidad del toro para coger las telas al embestir con franqueza. Movilidad: Condición del toro de moverse, independientemente de su estilo. Es preciso saber observar bien cómo se mueve para determinar diversos detalles de su forma de embestir. Nobleza: Actitud franca del toro a los estímulos del torero. Oficio: Dominio y ejecución adecuada de todos los elementos que conforman la técnica de torear. Pisotón: Sonido que produce el torero al golpear con la planta del pie en el suelo para fijar la atención del toro. También es conocido como “zapatillazo”.
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Probón: Toro desconfiado y carente de entrega que mide constantemente las acciones del torero. Prontitud: Actitud del toro que embiste con rapidez al cite del torero. Protesta: Acción del toro manso o reservón que embiste con irregularidad, frenándose o cabeceando, por incomodidad en el esfuerzo. Quedarse atravesado: Colocación incorrecta frente a la trayectoria del toro, al no indicarle con claridad que el “depredador” se moverá hacia determinada posición. Querencia: Lugar determinado del ruedo que los toros menos bravos buscan para sentirse más protegidos del depredador. Los hay que tienen las querencias más marcadas que otros. Rajarse: Actitud del toro cuando que deja de combatir por cualquier motivo. Casi siempre, esta conducta está asociada a la de la huida y a la mansedumbre. Rascar, o escarbar: Acción del toro que, en repetición de una actitud frecuente en el campo, consiste en remover la arena con las patas delanteras para echársela al lomo. Durante su lidia, es indicio de desconfianza o duda. Sin embargo, hay toros bravos que suelen escarbar por mero nerviosismo. Raza: Alto grado de bravura, entrega y transmisión en la embestida, a veces con tendencia hacia el temperamento. Recorrido: Distancia que el toro está dispuesto a seguir tras el engaño -depredador- con un mínimo de celo y entrega. Recursos: Habilidad del torero para solventar comportamientos complejos y reacciones inesperadas del toro.
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Regatear: Embestir el toro sin entrega, rectitud o consistencia. Sitio: Confianza del torero delante de la cara del toro, adquirida al torear con mucha frecuencia. Someter: Engañar al toro para que siga las telas -depredador- según el criterio del torero. Sosería: Condición de la embestida sin ningún rasgo de emoción. Suavidad: Tersura en todo cuanto hace el torero con capote y muleta. Tapar la salida: Acción que lleva a cabo al picador volteando el caballo hacia los terrenos de afuera para evitar que el toro manso huya de la suerte de varas y pueda ser castigado con la puya. Técnica: Conjunto de conocimientos que se requieren para poder torear. Tobillero: Toro que se revuelve en un palmo de terreno, buscando con codicia y astucia los tobillos del torero. Tocar: Fijar la atención del toro en los engaños o el cuerpo (para la suerte de banderillas). Puede hacerse con las telas o con la voz, en este caso haciéndole creer que el depredador también emite sonidos. Toques: Movimientos que el torero transmite a las telas simulando un depredador para fijar y atraer la embestida del toro. Toreabilidad: Grado de nobleza y fijeza que permite al torero compenetrarse más fácilmente con el comportamiento del toro. Transmisión: Emoción en la embestida del toro.
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Agradecimientos
La elaboración de este libro no ha sido fácil si consideramos que el medio de los toros suele ser tradicionalista y no siempre está dispuesto a abrirse a nuevos conceptos, sobre todo cuando aún no habían sido aceptados abiertamente por destacados profesionales, taurinos o aficionados. Es por eso por lo que valoro más la valentía de quienes me han acompañado en esta aventura y han avalado mis ideas. De tal forma que me siento muy agradecido por el tiempo que distintos protagonistas de la Fiesta se han tomado en escucharme e interesarse por conocer más acerca de la teoría del depredador y por ayudarme a darle mayor sustento. Al principio fue difícil para mí exponer mis ideas por el temor de sufrir el rechazo de profesionales o, peor aún, de personas a las que respeto y admiro. Por principio de cuentas, deseo expresar mi gratitud a Juan Pablo Corona Rivera, que a través de Fomento Cultural de la Tauromaquia Hispanoamericana enaltece los verdaderos valores de la tauromaquia, por su invaluable apoyo para editar este libro y su decisión de distribuirlo en las escuelas taurinas. Debo dar las gracias a los matadores que me ayudaron a revisar y avalar las distintas técnicas de lidia: Manolo Mejía y Arturo Saldívar. Aprecio su apoyo, su amistad me honra. También deseo reconocer la participación del gran picador Ignacio Meléndez González, quien me ayudó a resumir las técnicas de la suerte de varas para el libro anterior. Mi agradecimiento también a Armando Fuentes Aguirre “Catón” y a Juan Antonio Hernández “El torero” por arriesgarse conmigo al elaborar el prólogo y el prefacio de mí primer libro, respectivamente. Así mismo doy las gracias a L. Esther Gil y a Silvia Garza por su gran ayuda en la elaboración y edición de la obra Detrás del valor y del arte, que dio origen a este trabajo.
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Francisco Miguel Aguirre Farías (Pancho Miguel)
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Del mismo modo, me gustaría citar a aquellos que me entusiasmaron por seguir aprendiendo acerca de la conducta del toro o esos otros que me han hecho comentarios favorables que fueron de gran utilidad, tales como Arturo Gilio, Juan Antonio Hernández, Heriberto Murrieta, Mariano Sescosse, Urso Dávila, los hermanos Pilar y Pablo Labastida (†), José Vaca y Francisco Guerra, padre e hijo. Mi reconocimiento a Ricardo Sánchez, Joaquín Guerra y nuevamente a Manolo Mejía por ayudarme a colocar encierros de mi ganadería en las plazas de mayor importancia del país. Asimismo, quiero agradecer a personas que pusieron una luz de entendimiento en el camino o una semilla que germinó en esta investigación, como fue el caso de Gerardo Martínez Ancira y David Alonso. Y, por supuesto, a los importantes personajes del mundo taurino que firman los textos de la sexta parte del libro, ya que su valiosa participación viene a avalar este estudio: a Victorino Martín García, Álvaro Núñez Benjumea, José Miguel Arroyo “Joselito”, Diego Urdiales y Julio Fernández, cuyas opiniones fueron recopiladas por Paco Aguado, a Jesús Solórzano (†) y Rafael Cortés, que entregaron sus comentarios a Juan Antonio de Labra, y a Ricardo López de Anda, Profesor Ricardo Torres Martínez, Jim Verner y la Asociación Nacional de Veterinarios Taurinos. Y, por último, a Juan Antonio de Labra y a de nuevo a Paco Aguado por su asesoría en la concepción editorial de este libro y su constante estímulo para que fuera terminado, así como por la recopilación de las opiniones mencionadas. A todos, muchas gracias. Saltillo, Coahuila. Diciembre de 2017
Para cualquier comentario o sugerencia acerca de la temática expuesta en este libro, el autor está a disposición de los lectores en la dirección de internet libroembestida@gmail.com
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