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III. Formación de las ganaderías
from Mi capote de paseo
by FCTH
Al otro día el abuelo Manuel ordenaba su biblioteca. Después del mediodía, se acercaba el regreso de Jerónimo del colegio. Luego de un rato, escuchó que llegaba el autobús escolar. Tocaron la puerta y el chico entró a casa directo a la biblioteca, buscando a su abuelo.
–¡Hola abuelo ¿cómo estás? ¿Oye y dónde están papá y mamá? ¡Hay mucho silencio!
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–¡Hola Jero! Me parece que tu mamá salió y tu papá no debe tardar ¿Cómo te fue?
–¡Bien, abuelo hoy tuve clase de dibujo y me encanta, pero tengo sed y hambre!
–Sí, ya es hora de comer, vamos. ¿Sabes Jerónimo que en este ambiente entre taurinos también tienen un lenguaje especial para hablar? Se le llama caló, así que si te digo… ¡Vamos a jamar!, significa vamos a comer.
–¡Qué chistoso, bueno, pues entonces ¡a jamar!
Laura, la madre de Jerónimo regresó a casa. Con frecuencia escuchaba las peculiares charlas entre abuelo y nieto, y de vez en cuando jugaba con sus intervenciones en ellas. Convivían mucho. La tarde era grata, y ya sentada la familia completa a la mesa Jerónimo preguntó:
–¡Mamá! ¿Qué preparaste, de qué es la ensalada el día de hoy?
Sonriente Laura contestó.
–¡De claveles!
–Mmm… ¿rojos o blancos?
–¡Mixtos!
Todos sonreían ampliamente con la broma y compartieron con gusto los alimentos alrededor de su plática.
Otras tardes, después de la comida y de hacer las tareas respectivas, Jerónimo y su abuelo también solían salir al parque y caminar al aire libre. Platicaban sobre la importancia que ha tenido el toro de lidia en la historia de la humanidad. El tema siempre los llevaba a otros que tenían relación, y más de alguna vez los sorprendió la noche. Ese día salieron al atardecer y Manuel llevaba un libro de tauromaquia bajo el brazo.
–Abuelo Manuel, tú me contaste que los toros vivían en el campo de manera libre. -Sí hijo, ellos convivían en manadas y caminaban por los cerros y algunas planicies, pero llegaban a acercarse mucho a donde habitaba la gente, se reproducían cada vez más, hasta que un día, el ser humano pensó en darles un espacio para que fuera más seguro vivir cerca de ellos. Se seleccionaron muchos para protegerlos y conservar su especie. De este modo se formaron las primeras ganaderías de toros bravos, diferentes de los toros mansos que no embestían. Eso fue allá por el siglo XVIII.
–¿Sabes cuáles fueron las primeras plazas de toros?
–¡Como la Plaza México!
–No, mucho antes de eso la gente se reunía alrededor de las plazas públicas en el centro de los pueblos y las ciudades, de ahí deriva el nombre de “plaza de toros”. Pero como los bravos animales se llegaban a salir o brincaban las protecciones que les ponían, con el tiempo fueron creando otras llamadas portátiles, y a la vez construyendo nuevas plazas en otros sitios más alejados de los lugares más céntricos.
–¡Uy, qué miedo! ¿Andaban en las calles, entre la gente, con todo y sus cuernos al aire?
–Sí, se escapaban por no tener una cerca para resguardarlos.
–Abuelo ¿y por qué algunas plazas son tan grandes y redondas?
–Bueno, pues porque muchas tienen diseños que reflejan la cultura de sus pueblos y muestran la influencia de arquitecturas tan antiguas como la de los árabes, ya que ellos habitaron y dominaron España entre el año 726 y 1492 d.C. A este periodo se le conoce como “la guerra de los ocho siglos”.
Bueno, y también está la Plaza de Madrid, o la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Todas ellas muy hermosas, son muchas, algunas hechas de piedras arcaicas, otras más modernas y llenas de significados; por ejemplo, la de Sevilla tiene arcos de arte morisco. Aquí en México, muchos estados de la República tienen su plaza; la de Tlaxcala, por ejemplo, se construyó en 1867 y la acompaña una alta torre de la iglesia de San Francisco. Es de las más hermosas que hay, guarda mucha historia y es un escenario magnífico para la celebración de cada corrida. También hay cortijos que son plazas chiquitas. Ahora algunas personas las quieren quitar, porque no están de acuerdo con las corridas de toros.
–Pero ¿por qué? Seguro no saben de todo esto que tú y yo platicamos.
–Eso es, no lo saben. Por eso es importante leer y conocer la historia del toreo, y
también respetar a quienes por generaciones han trabajado en esta profesión. Te voy a decir que la primera casa ganadera se formó gracias también a un personaje muy importante de la historia en México.
–¿Quién era?
–¡No lo vas a creer! Dime tú, Jerónimo ¿quién conquistó la antigua Tenochtitlan?
–¡Hernán Cortés!
–Pues sí, él mismo, junto con otros integrantes de aquel grupo de conquistadores, entre ellos Gregorio de Villalobos, quién se encargó de introducir toros de diversas razas españolas, como la castellana, con el objeto de que se multiplicaran. De manera sorprendente y gracias a la grandeza del campo bravo mexicano, a su clima y a su tierra fértil, se favoreció la buena salud de estos ejemplares, y así vivían y viven sus descendientes hasta ahora en amplios pastizales, por ejemplo, en la hacienda más antigua formada en 1528 en el valle de Toluca, cuyo nombre es Atenco. A ella llegaron allá por el siglo XVIII, ejemplares de otra casta, “La Navarra”.
–¿Atenco, así se llamaba ese lugar, abuelo?
–Sí, y así se llama actualmente. Atenco significa en náhuatl “en la orilla del agua”, y también la ganadería adoptó el nombre. En aquella época, en 1522, fue un lugar propicio para el ganado; además a esta hacienda se fueron sumando muchos espacios en otros campos de la República Mexicana, en donde se formaron criaderos de toros de lidia después de que los españoles los trajeron a México.
–¡Eso que me dices es sorprendente!
–Sí, mira esta foto. –Dijo Manuel abriendo el libro que llevaba consigo. Continuó contándole a Jerónimo cómo las personas de esa época admiraron al toro por su
belleza y su temperamento. –Hasta los amaneceres en el campo mexicano cambiaron con el bramido de los toros. Así, mientras un toro pastaba en el campo, los quetzales emprendían el vuelo. Los toros eran de diferentes estampas, cataduras y cornamentas arrogantes, y junto con otros animales de esas tierras cohabitan entre sí, había, por ejemplo, mapaches, pájaros, conejos, zorrillos, entre muchos otros más, que hasta la fecha se reproducen manteniendo un equilibrio ecológico y una cadena alimenticia natural. Es posible que distintas especies al paso del tiempo se extinguieran, otras no.
–Pero ¿desde entonces los toros viven en tierras mexicanas?
–Sí, y en otros países de América, y en Europa, claro. La ganadería de Atenco, por ejemplo, tuvo un gran esplendor, sus toros siguen en reproducción y se conserva a esta especie gracias a la fiesta brava y las primeras ganaderías que se formaron, como “San Mateo”, “La Punta”, “Piedras Negras” y otras muchas. De igual forma, hay un sinfín de profesiones y oficios que las personas desempeñan en torno al toro, gracias a ello tienen trabajo, no sólo en el campo, también en la ciudad.
–¿Abuelo, podemos visitar el campo bravo?
–Sí, claro que podemos, antes era muy restringido, pero ahora algunos ganaderos han abierto sus recintos de crianza para que las personas tengan la oportunidad de conocerlos y valorar el trabajo que con tanto amor desempeñan al criar al toro de lidia. Los recorridos son paseos que duran todo el día, se va desde muy temprano, y se puede ver cómo viven los toros, los potreros y la plaza de tientas. Se come ahí, en un ambiente muy campirano, y al atardecer se regresa a las ciudades de donde provienen las personas que los visitan.
–¡Llévame con mis amigos!
–Sí, también podemos ir con ellos.
–Y, ¿cómo cuántas ganaderías hay en México?
¿Sabes Jerónimo? tenemos aproximadamente trescientas ochenta ganaderías.
–¡Tantas, es fantástico, qué orgullo!
–Así es chaval, bueno, pues se nos ha ido la tarde viendo el libro y contando esta historia.
–¡Muchas gracias abuelito Manuel!