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V. El traje de luces

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Prólogo

Prólogo

En ese ambiente Jerónimo esperó a su padre que venía del trabajo, lo vio llegar a través de la ventana de su casa y al abrir la puerta lo abordó rápidamente diciéndole:

–¡Papá, quiero que me cuentes de cuando eras torero y me hables de tu traje de luces!

–¡Oh, qué recibimiento, Jerónimo, ese tema es algo muy profundo en mi vida!

–Sí, yo sé, el abuelo y yo estamos planeando llevar a mis amigos a la plaza de toros, y cada vez me cuenta más historias de esta fiesta, pero me dijo que sobre el traje de luces nadie como tú podría hacerlo mejor.

–¡Ah qué mi padre! Sí, de hecho, los he visto muy misteriosos platicando últimamente. Lo que me gusta es que hablan de toros y eso se hereda a través de las generaciones en la familia, y además se contagia entre amigos.

–¿Qué te parece papá, si me platicas mientras jamamos?

–¡Ja, ja, ja! Pero qué pequeño gachó habla así en casa.

–¿Soy un gachó?

–Sí, es como decir un jovencito, y tus amigas son unas gachís, es como llamarlas

unas chiquillas.

–¡Me gusta serlo!

Cerca de ellos, en silencio, el abuelo disfrutaba ver a su hijo y su nieto en convivencia; junto con Laura, la madre de Jerónimo, fueron poniendo la mesa para cenar y platicar sobre aquel atuendo tan único. El traje de luces dormía tranquilo en un lugar de la casa, donde estaba protegido de cualquier cosa que pudiera dañar su fina tela y los bordados, como la luz o la humedad en exceso.

–Mira Jerónimo –Dijo su padre trayendo un libro de ilustraciones a la sala. Este vestido llamado traje de luces es especial, digno de una ceremonia, semejante a los que usaban los reyes.

–Es verdad, parecen reyes los que lo llevan.

–Pues así es, han existido toreros a los que se les llama reyes, como a David Silveti, a él le decían “El Rey David”, era un gran diestro. Al traje se le llama “de luces”, por los efectos que producen el diseño y sus materiales que parecen cientos de espejitos que deslumbran al contacto con la luz; está hecho de seda y bordados de oro, lleva lentejuelas, metales y alamares.

–¡Qué elegante, papá, a mí me encanta ver cómo brilla con el sol!

–Jerónimo, ser torero o torera es también ser una persona diferente, por eso para ir a una fiesta, y más a una ceremonia, es necesario vestirse de manera distinta a la de todos los días. Desde el siglo XVIII los trajes para torear fueron diseñados por diferentes sastres de la época. Ellos, muy emocionados con su arte, introdujeron nuevas telas, como la seda, con colores vivos, y los bordaron a mano, con finas agujas e hilos de oro. Además, elaboraron sombreros y camisas de holanes, medias y zapatillas cómodas hasta terminar los primeros diseños.

Su padre continuó explicando a Jerónimo lo importante que es el traje, pieza por pieza, y que para los toreros, ponérselo es un orgullo, le mencionó las palabras de aquel torero español que hablaba con su traje de luces antes de torear.

–Mira hijo, Luis Miguel Dominguín, un torero de Madrid, comentó en una entrevista lo que platicaba con su traje, lo sentía parte de él, lo quería tanto que antes de ponérselo le decía en su habitación donde se vestía de luces: “Hey amigo, aquí adentro estamos tú y yo solos, y allá afuera el mundo que vamos a conquistar”

–¡Oh, eso es muy grande papá, ¿entonces su traje era como su amigo?

–Efectivamente, pero también el caso de Juan Silveti al que le decían “El Meco” un torerazo mexicano que además vestía traje de charro. Uno de sus sombreros es muy interesante, llegó a tener bordados representativos del grabador José Guadalupe Posada, el artista mexicano que creó a la famosa Catrina, la calavera del día de muertos que festejamos en nuestro país, la que pones con tu mamá aquí en casa para decorar el altar hecho con papel picado, de colores.

Al traje de luces se le llama terno porque está formado por tres partes principales, y se borda cuidadosamente, a mano. Estas partes son la chaquetilla que está hecha con incrustaciones de piedras preciosas y semipreciosas, como esmeraldas, topacios, aguamarina y otras; lleva altas hombreras y de ellas prenden los alamares y los machos, que son finos bordados de hilo en oro, sirven como adorno, pueden ir fijos o colgando de la tela.

También está el chaleco, es una pieza igualmente bordada con cordoncillo y lentejuelas, a los lados, con los mismos detalles que tiene la chaquetilla y la taleguilla.

Así le fue explicando su padre a Jerónimo pieza por pieza.

–¿Y el pantalón de torear, por qué es tan ajustado papá?

–Pues verás, a ese pantalón se le llama taleguilla, proviene de los tiempos antiguos en que Goya pintaba cuadros de la gente del siglo XVIII. Estos pantalones llegaban a la pantorrilla y después se ajustaron al cuerpo del torero para su mayor comodidad, la taleguilla está bordada de los laterales.

–Yo pienso que la taleguilla es tan entallada, que ha de ser difícil ponérsela ¿verdad papá?

–Sí, desde luego, para vestirse de luces se necesita ayuda, además es un delicado ritual, una de las muchas ceremonias que tiene la fiesta. Pero mira, también están todos los accesorios que se usan al torear, mira la foto, y fíjate bien, estos son los tirantes, la faja, la camisa, el corbatín, las medias, las zapatillas, la coleta o añadido, la montera y el capote de paseo, que es con el que parten plaza los toreros. Recuerda que el traje de luces lo hacen los sastres en varios colores y diseños llamativos. ¡Ven vamos al estudio, ahora sí que lo verás!

El padre de Jerónimo guardaba un gran baúl que parecía muy antiguo; ahí era donde tenía un traje de luces que usó cuando era torero y muchas otras curiosidades que para el niño eran algo fuera de lo común.

–Mira hijo, abre con tus propias manos este mundo.

–¿Un mundo?

–Sí, es un mundo, todo un mundo diferente, muy diferente incluso a otros atuendos. Vestirse de torero es algo especial, como seguramente te dice mi padre, es toda una ceremonia, que llevan a cabo seres que son distintos, porque ofrecen su corazón y hasta su vida por el toreo.

Jerónimo levantó con sus pequeñas manos la tapa de aquel viejo baúl. Al ver el traje, abrió sus ojos al máximo y sí, efectivamente; había todo un mundo. Lo miró

de cerca y tocó los bordados del terno que lo dejaron totalmente sorprendido; poco a poco lo fue sacando y exclamó:

–¡Es hermoso y pesa muchísimo! ¿Pero, por qué ya no brilla tanto como los que traen los toreros en la plaza?

–Porque éste está un poco palmado.

–¿Y, eso qué es?

–Es otra palabra en caló, tiene un sentido figurado, como para decir que no está vivo, que tiene muchos años que no lo uso y no ha salido de aquí, aunque claro, no deja de ser hermoso.

–Sí papá, la verdad es que no hay como un traje de luces bañado de sol, hasta deslumbra de tan vistoso que es.

–Pero ¿sabes hijo? Todos los trajes tienen un significado, son hechos como una artesanía, a mano, y en uso o no, valen mucho para uno. ¡Mira! Aquí está la chaquetilla, la camisa, las medias, las zapatillas y hasta la montera que luego vuela en la plaza cuando un torero la lanza hacia atrás, desafiando la suerte, es como una golondrina que trae buena fortuna cuando cae hacía abajo, o puede traer contratiempos si cae hacía arriba, son supersticiones; también es importante cuando un torero brinda la faena de un toro y la da a una persona o a varias en señal de distinción y dice con voz firme: ¡Va por ustedes!

–¡Oh, no es posible, gracias papá!

–Así es, la fiesta se descubre poco a poco, es como abrir un cofre con tesoros, aquí se encuentran desde libros tan viejos como aquel donde se escribió la Tauromaquia de un torero muy antiguo llamado José Delgado, Pepe-Illo, una fotografía de

aquel legendario toreo que le decían Cagancho, hasta de nuestros tiempos, la de un torero pirata llamado Juan José Padilla.

–¿El de la patilla?

–Sí, ese valiente que por cierto quiere mucho a los niños y niñas y cuando van a verlo torear, los pequeños se disfrazan de piratas, con un parche en el ojo y banderas que agitan con mucha ilusión en los tendidos de sol y sombra de la plaza, como si estuvieran navegando a bordo de un barco en altamar; a este torero valeroso parece que no le importan las tormentas marinas, parado en los medios del ruedo esquiva hasta relámpagos, por su forma de torear. Pone banderillas como anclas marinas para que no se caigan del morrillo del toro, y provoca palmas en los tendidos como el sonido de las olas que llegan a la orilla del mar.

En ese momento Laura, entró al estudio y dijo:

–Valente, qué bueno que le has platicado al niño sobre tus atuendos de seda y oro, pero es hora de dormir. Ya, Jerónimo, mañana será otro día. ¡Vamos!, cambio de tercio, a dormir.

–Pero mamá, otro ratito ¿sí? –Dijo y dirigiéndose a su padre añadió:

–Papá, mañana es sábado ¿vamos tú y yo a pasear a algún lado? Me gustaría seguir platicando contigo.

–Bueno, está bien, me gusta tu propuesta, mmm, déjame pensar ¡Ya sé, para continuar con este tema, podemos ir a los Viveros de Coyoacán!

¡Qué padre, hace mucho que no vamos, está bien mamá, ahora sí, a dormir!

Una vez qué Jerónimo estuvo en su cama, su madre se aproximó a cerrar las cor-

tinas de la habitación, pero el pequeño lo impidió exclamando.

–¡Espera mamá! ¿Ya viste la luna? ¡Mira cómo sobresale entre las nubes!

–Sí, Jerónimo, te gusta mucho, ¿verdad?, desde que eras muy pequeño te gustaba verla por largo tiempo, ¡hasta la dibujabas!

–Es hermosa, hay veces que cuando se hace redondita, redondita y entra por mi ventana, pienso que es su sonrisa plena, hecha de luz de plata, pero observa, hoy se parece a los cuernos de los toros, los he visto así, muy abiertos, “descarados” dice el abuelo, o “cómodos” cuando la luna está como partida en gajos, pero yo diría que esta noche, ¡la luna está astifina! ¡Mírala mamá, delgada en finas puntitas!

–¡Hijo me encanta lo que dices, pero ya cariño, a descansar, buenas noches.

La oscuridad llenó su recámara, pero Jerónimo guardó muchas imágenes en su mente de todas las cosas que veía y a las que les encontraba relación con el mundo de los toros y su fiesta.

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