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VI. Los toreros

Al día siguiente, Jerónimo y Valente, se dirigieron a Los Viveros de Coyoacán. Era una mañana muy fresca e incluso había niebla en los largos pasillos de ese gran espacio verde ubicado al sur de la ciudad de México. Valente le dio la mano a su hijo y se fueron corriendo entre las hojas que habían caído de los altos árboles, mientras los tenues rayos del sol apenas se asomaban entre las ramas un poco aletargados en su lento despertar. El riego de los árboles y las plantas hacía que emanaran un olor inconfundible a vida, ¡un bosque en medio de la ciudad! Además, volaban pequeñas mariposas, había muchas ardillas, salían por todos lados y se escuchaba a los pájaros cantar con tales trinos que parecía una sinfonía. De pronto, Jerónimo abrió sus ojos como un capote abierto a la vida y exclamó.

–¡Papá, mira al fondo de ese círculo! Es un torero entrenando.

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–¡Sí lo es!

–¿Podemos acercarnos?

–Sí, claro y si gustas le preguntas sobre sus trastos o avíos.

–Ah, ya sé, el abuelo me dijo que ésos eran todos los objetos que se necesitan para torear. – ¡Quiero verlos más cerca! ¿Se podrá? – dijo en voz muy baja.

–¡Inténtalo! ¡Venga!

Jerónimo se sentó muy calladito y atento en una banca de las que hay alrededor de esa circunferencia enorme a la que le llaman “el claro”, tan claro, como el alma de un niño, luego se acercó lentamente y le preguntó al joven que entrenaba:

–¿Eres torero?

–Sí, lo soy. Me dicen “El gitano”.

De pronto vio que una gachí llegó y desdobló poco a poco un capote que, por su color rosa y amarillo intenso, se le figuraba un dulce de oblea.

–Y tú, ¿también eres torera? –Le preguntó a la muchacha.

–Sí, y tú ¿cómo te llamas?

–Jerónimo y allá está mi padre, se llama Valente -indicó con su mano y se acercó a la torera con sorpresa, pero más sorpresa le causó ver con qué facilidad tomaba los objetos llamados trastos de torear y le preguntó de nuevo.

–¿Desde cuándo toreas?

–Desde hace dos años, -contestó– soy novillera, pero algún día, seré matadora de toros. Es un largo camino el que tengo que recorrer.

–Sí, mi abuelo me lo ha dicho ¿Cómo te llamas?

–Claudia, pero me dicen “Clavel”.

–¿Clavel? ¡Pero si esas flores también van a la plaza!

–¡Ja, ja, ja! Sí niño, por lo que veo eres muy observador y gentil, muy majo, como

también se dice.

–Oye, ¿cómo se llama ese palo de madera que tiene la muleta en medio?

–Se llama palillo, se le pone justo a la muleta para poder tomarla, cuadrarla, es decir usarla al torear; y éste es mi capote, tómalo con tus manos.

–¿Me dejas?

–Sí, agárralo.

–¡Pesa muchísimo!

–Sí es muy pesado, pero cuando se está toreando, ya ni lo sientes.

De pronto apareció una especie de bicicleta con la adaptación de una cabeza de toro hecha de acrílico pero muy real, que también llamó la atención de Jerónimo, quien dijo:

–¡Conozco al “¡Minotauro”, pero no al “bicitauro”!

Todos rieron y Jerónimo atento, miró cómo Clavel usaba la llamada carretilla para entrenar; con ella se simulan las medidas de una cabeza de toro de tamaño real. La novillera era delgada, pero tenía gran fuerza en los brazos, se veía que hacía mucho ejercicio. Jerónimo jugaba con las sombras de los cuernos de los toros que se formaban en la arena gruesa y rojiza.

La mañana se tornaba tibia y los toreros jugaron con el niño, quien vino a romper la rutina del entrenamiento con una gracia muy natural: Jerónimo se familiarizó con los capotes, muletas, banderillas y espadas que se usan para entrenar; platicaban entre ellos.

–¿Hay parné para ir a la corrida del domingo?

Valente escuchó, y le dijo a Jerónimo.

–Escuchaste, dijeron parné, eso significa dinero.

–Papá entonces ¿tú traes parné ahorita?

–Ja, ja, ja, un poquito.

El tiempo pasó, a los novilleros les simpatizó este chaval y su interés por los toros. Él apreció todo el acondicionamiento físico que hacen, pues ya venían de correr varias vueltas a Los Viveros y luego, entre ellos mismos se echan el toro, es decir, se ayudan para entrenar con la carretilla. Todo le resultaba atractivo. Después de un rato, se despidieron familiarmente, como si ya se conocieran desde antes.

–¡Hasta luego amigos!– dijeron Valente y Jerónimo.

–¡Mucha suerte, hasta luego! – respondieron el torero y la novillera junto con otras personas más que se habían acercado al grupo.

–¡Venga muchacho, hasta pronto!

En el fondo se distinguía la fina figura de Clavel. Efectivamente su bello sobrenombre, iba con ella, mientras su roja muleta movía los belfos en una armonía que dibujaba un melodioso ir y venir sobre la arena de aquella imaginaria plaza.

–Vamos Jerónimo, te invito algo fresco de tomar a la salida, es hora de irnos a casa– dijo su padre palmeándole la espalda con cariño.

Salieron del sitio arbolado del histórico Coyoacán más que contentos, como par-

tiendo plaza y Jerónimo con la agradable sensación de haber visto el colorido de los capotes y muletas, y además de poder tocarlos y observarlos muy de cerca.

En la salida se encontraron con otro torero que también dejaba el lugar. Valente lo distinguió por que llevaba en la mano el ayudado que es un estoque que se coloca en la muleta para darle mayor cuadratura y forma a la tela. También traía puesta una cachucha muy torera.

–Mira Jerónimo ese muchacho es torero, pero ya no usa lío.

–¿Qué es lío?

–Sabes, antes, a los novilleros que luchaban por abrirse camino y llegar a ser figuras del toreo les decían maletillas. Ellos cargaban sus objetos necesarios para torear, capote y muleta, en una tela de forma cuadrada que llamaron así lío. En ella traían sus avíos, la palabra la adoptaron de los gitanos que ataban su ropa y así la cargaban en la espalda. Siempre andaban de un lado a otro, también se ponían una cachucha que los protegía del sol o los cubría del frío, vestían jeans, camisa y zapatos tenis. Ese atuendo era clásico y los caracterizaba con un pellizco de estilo diferente. Era fácil distinguirlos por ello, uno que otro todavía anda así por ahí, como este gachó. Ahora ya no todos usan lío, Juan Belmonte, aquel torero de Triana, al abordar los trenes que tanto usaba la gente para transportarse en aquella época, al tratar de subir al vagón tropezó y no sólo del lío cayó su capote, muleta y ayudado, también varios libros, pues era un excelente lector. Hoy en día usan una maleta tipo bolsa con cierre, le dicen esportón.

–¡Uy, creo que así ya no tiene tanto chiste como el lío, pero ha de haber sido todo un lío traerlo!

–Pero era romántico.

–¿Y si llovía?

–Nada pasaba, porque los objetos de torear son de tela y se secan al sol, como la misma ropa.

¡Pero mira, la cachucha sí la conserva eh!

Los días pasaron y como el abuelo Manuel había prometido a Jerónimo irle contando sobre varios temas de la fiesta brava, llegó el momento de hablar de los toreros y sus cuadrillas, una larga historia por narrar.

Ambos se encontraban en la biblioteca, Jerónimo giraba en el gran sillón de piel y color negro de su abuelo, una y otra vez, hasta sus pies quedaban suspendidos del piso.

–¿Hoy sí me vas a contar de los toreros verdad?– dijo con ansia.

–¡Así es chaval, siéntate aquí! Pues mira, como te he venido diciendo, los toreros son personas que deciden convertirse en profesionales del arte de torear. Muchos de ellos, hombres y mujeres, han sido muy reconocidos, en España, en México y en otros países en donde se llevan a cabo las corridas de toros. Te voy a decir algunos de sus nombres y sobrenombres, porque hay unos muy curiosos, raros o chistosos. Pero no te vayas a reír ¿eh?

–¿Ah sí, ¿cómo cuáles?

–¡Uy jovencito!, los hay desde aquellos que tienen semejanzas con animales hasta los que se refieren a niños, como tú; otros usan un apodo fantasmal, y también existen reyes y príncipes.

–¡Suena divertido, ¡quiénes son, dímelos ya!

–Espera, la historia del toreo se cuenta y se degusta como los caramelos, de diferentes sabores, a veces es dulce o agridulce, picosa, salada, amarga, tuti fruti, incluso con sabor a canela, romero y menta.

–¡Mmm, hay sabor a tamarindo?

–De todo lo que despierte tu imaginación. A ver, escucha, te voy a leer y comentar esto que viene en uno de mis libros, al que le llaman El Cossío, es el tratado más completo de tauromaquia que se ha escrito hasta ahora.

El abuelo se acercó más a Jerónimo, y con voz melodiosa, le fue compartiendo su saber.

–Existieron personajes como Pedro Romero de Ronda quien nació en el año 1726; Joaquín Rodríguez “Costillares”, que nació en 1743. Él aportó mucho orden y disciplina a la hora de torear, hizo nuevos diseños en el traje de luces y fue el primero que usó banderillas como parte de la lidia del toro. Por esos años hubo otro torero cuyo nombre es José Delgado Guerra mejor conocido como “Pepe-Illo”.

–¡Pepe-grillo, es un insecto!

–¿Así te suena su nombre?, ja, ja, ja. Bueno, pues él logró fijar reglas y hacer un tratado de técnicas para torear, porque antes se toreaba como de brinquito, los toreros no se quedaban firmes en la arena, pues el toro es muy grande y no existían tantos métodos y destrezas para el toreo. Nació en Sevilla en el año 1754. ¿Te das cuenta desde cuándo ya se toreaba? Desde el siglo XVIII. Y no podemos dejar de mencionar a Francisco Arjona “Cúchares”.

–¿Cúchares? ¿Cómo cuchara?

–Sí. Era un madrileño que nació en 1818, y a los 12 años ya toreaba. Él creó una

escuela de tauromaquia y fue rival de batallas de un conocido torero de muy largo nombre.

–Sí, ¿cuál?

Se llamaba: Francisco de Paula José Joaquín Montes Reina, “Paquiro”.

–¡No puede ser, sí que es larguísimo!

–Además el toreo ha llamado la atención de muchos artistas a lo largo de la historia. Por ejemplo, Francisco de Goya, el gran pintor español, disfrutó mucho del toreo en la época que vivió, y fue representante de un varilarguero llamado José Daza, “Manzanilla”.

–Tenía apodo de flor del campo.

–Sí, Jerónimo, él actuó de 1740 a 1765. Goya también pintó a una mujer torera llamada Nicolasa Escamilla, “La Pajuelera”.

–Y ¿ese apodo, de dónde salió?

–Pues de que ella vendía en las calles pajuelas que eran cerillos de azufre.

–¡Qué historias abuelo! Pero… ¿Y cómo es que al toro que es tan bravo, se le han acercado tanto hombres como mujeres, y parece que hasta niños?

–Verás, desde los tiempos remotos, los seres humanos de alguna manera han desafiado y “jugado” con este animal, que llama la atención precisamente por su bravura, fuerza, forma, y por su imponente belleza, además de que no es posible domesticarlo. Al toro lo han brincado, alanceado y toreado hasta a cuerpo limpio en antiguas suertes y juegos, siempre en medio de una fiesta especial, diferente.

Entre los toreros de época, déjame contarte, ha habido algunos con sobrenombres inolvidables, unos te darán risa, como te dije, pero otros un poquito de miedo.

–Algunos sí me los sé, abuelo, pero otros no; síguele por favor.

–Bueno, pon atención. Hubo algunos seres alados, diestros mexicanos, como Jaime Torres “El Pajarito” y Lorenzo Garza, “El Ave de las Tempestades”. Pero hay felinos, como Juan Silveti Mañón, “El Tigre de Guanajuato”, José Huerta “El León de Tetela”, Juan Estrada “El Tigrillo de Querétaro”, también saltó al ruedo un “Lobo Portugués”, Manolo Dosantos.

–¡Caray! tigres, leones, lobos, pura fiera, ¡qué miedo!

Hay otros nombres que también asustan. Se transforman tanto con su arte, que se les ha llamado como a Manuel Rodríguez Manolete, “El Monstruo de Córdoba”.

–¡Manuel, se llamaba como tú!

–Sí, o a Juan Belmonte “El Pasmo de Triana”, o un torero tlaxcalteca al que se le conoció como “El Brujo de Apizaco”.

–¡Ay mamá! Pero ¿cómo se llama ese brujo?

–Rodolfo Rodríguez. También le decían “El Pana” pues en una época fue panadero.

Además, en algunos de los sobrenombres se incluyen características físicas y otras particularidades.

–Sí, ¿cómo cuáles?

–Ah pues ahí tienes a José Sánchez del Campo “Cara Ancha”. O a Ricardo “Negro” Montaño, Antonio Carmona Luque “El Gordito”. Han existido otros que parece que juegan con el tiempo, como Enrique Vargas “El Minuto” y Guillermo Veloz “El Pausado”.

–¡Qué puntada, a quién se le ocurre!

–Sí apodos, o sobre nombres hay muchos, algunos increíbles.

–¡Pues ya lo creo abuelo!

–Yo vi torear a un torero con aroma a rica especia; Fernando López “El Torero de Canela”. Y en uno de mis viajes a España vi a Curro Romero, quien al torear se ponía entre el chaleco una pequeña y fresca ramita de romero. Asimismo, han existido toreros con nombres de lagartos como Rafael Molina “Lagartijo” y otros parecidos a fenómenos naturales como Rafael Rodríguez “El Volcán de Aguascalientes”, Carlos Arruza “El Ciclón mexicano” y el mismo Lorenzo Garza, también conocido como “El Sismo y Estatua”.

–¡Qué imaginación para nombrarlos!

–Pero qué te digo, como en los cuentos de aventuras, existió un Juan Antonio Ruíz “Espartaco”, militares como Luis Castro “El Soldado”, tú sabes que no hay historia sin reyes, por eso te hablé del rey David Silveti, y mira que a Silverio Pérez le decían el “Monarca del Trincherazo”.

–¿Qué es un trincherazo? Me suena a trinche, a cubierto.

–Es un pase del toreo que se hace con la muleta, ah, también le decían “El Faraón de Texcoco”, ya que en esa ciudad nació. ¡También hay príncipes eh!

–¿Cómo cuáles?

Pues a Alfredo Leal le decían “El Príncipe del Toreo” y José Tomás “El Príncipe de Galapagar”; y también hay algunas mujeres con sobrenombres de la nobleza, como la “Princesa Rubia del Rejoneo” Karla Sánchez. O Conchita Cintrón que fue “La Diosa del Toreo”.

–Son muy valientes las mujeres toreras, como Clavel, mi amiga de Los Viveros.

–Sí, la historia está llena de ellas, como ya sabes, desde Ariadna que ayudó a combatir al Minotauro. Y otras diosas griegas que saltaban sobre el largo y musculoso cuerpo del toro en épocas antiguas. Se suman muchos nombres de mujeres toreras que también han sido guerreras de los ruedos, quizá por ello surgió en su época Ignacia Fernández “La Guerrita”.

Jerónimo se divirtió mucho con estas historias y ahora se le ocurría andar poniendo apodos en su imaginario a las personas, jugaba con las personalidades de la gente y solito se reía de sus propias ocurrencias.

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