6 minute read

Prólogo

Next Article
Glosario

Glosario

Un mundo fascinante

Cuando se tiene un hijo, se tiene el mundo adentro y el corazón afuera. Y cuando se tienen dos hijos se tienen todos los hijos de la tierra…

Advertisement

Andrés Eloy BlAnco Los hijos infinitos

Ella ama con todo su corazón el mundo del toreo, tal vez por eso, su vida es una tarde de sol, claveles encendidos y serpentinas al vuelo color de rosa y amarillo. Ella, todo lo hace desde la perspectiva de un ruedo imaginario. Me ha dicho que muchas cosas que están escritas en este libro son experiencias vividas con Julián y Santiago, sus hijos, a los que les ha inculcado un profundo amor por la tauromaquia. Es más, el inicio del libro es un hecho real relacionado con uno de ellos. Un día, el mayor iba en el autobús escolar y se suscitó una anécdota parecida a lo que acontece en los primeros párrafos del relato que prologan estos renglones –sobra decir que todo escritor saca parte de sus historias de su propio inventario

experiencial– Julián llegó a su casa diciendo: “¡Mamá urge que vayas al colegio a hablar de toros!, el grupo está lleno de villamelones”. Por su parte, Santiago también vive una afición desmedida. Entre otras cosas, cuando era pequeño, pedía que lo peinaran al estilo de Lorenzo Garza.

En casa de Mary Carmen Chávez Rivadeneyra y de Raymundo Galindo Luna, su esposo, los lápices no se despuntan, sino que se despitorran; la luna no está en cuarto creciente, sino astifina; sacar un diez en el colegio, para esta familia equivale a irse a hombros por la puerta grande. Sus mascotas, un par de perras, se llaman “Silveria” y “Joselita” y antes hubo una “Manoleta” y una “Chicuelina”. Puede ser que, por cosas como estas, Mary Carmen no haya empleado su afición y conocimientos para escribir un sesudo libro que hablara sobre la estética y los toros o, siendo socióloga, no redactó un tratado sobre la dimensión social de la tauromaquia, que también lo puede hacer. No, ella eligió escribir un libro de toros para niños, porque pensó en heredarles a todos los pequeños que lean su obra ese mundo fascinante, emotivo y de belleza extrema que es una corrida. Lo de la herencia del amor a la tauromaquia es algo particular en este ambiente. Muchos de nosotros los aficionados, también lo heredamos de nuestros padres y abuelos que nos llevaban de la mano a la plaza. Jerónimo y su abuelo Manuel son personajes representativos y -¡claro!- son estereotipos en el mejor sentido del término, que nos remontan a la niñez. Para el que esto escribe fue inevitable recordar a mi padre llevándome, en compañía de mi abuelo materno, al Toreo de Puebla. Ella lo afirma contundente: “quise dejar un legado no sólo a mis hijos, sino a todos los niños”.

Escribir de toros de esta manera, significa amar a los chicos y a la tauromaquia. Intentar enseñarles cosas sobre lo que acontece en el ruedo y en sus círculos gravitatorios, es pretender transmitirles un mundo místico y profundo en el que la belleza se crea en las muy frágiles fronteras de la existencia. Sí, lo afirmo convencido y categórico porque lo sé a ciencia cierta, las anacrónicas corridas de toros, cuando se miran teniendo la información adecuada para comprenderlas, son penetrantes lecciones de antropología. Las reflexiones en este ámbito giran en torno a la

muerte y a la vida, sobre todo, a lo precaria que es la vida; al azar y al destino, al miedo y la cobardía -aunque técnicamente, la palabra cobardía nunca se mienta en el hablar taurino-; a la nobleza y la lealtad; a la casta y el coraje. Sin embargo, es tarea muy ardua el explicarle a alguien ajeno a este contexto, que a los aficionados nunca nos mueve la maldad ni gozamos con el tormento del toro, sino que amamos a este animal y lo veneramos entrañablemente en un culto en el que no admitimos se le cause más dolor que el estricto necesario. Es más, a muchos diletantes -el que firma este prólogo se incluye- nos repugna la sangre, lo que vamos a buscar a la plaza es el disfrute estético de ver a un ser humano y a una fiera combinar sus afanes en creaciones de conjuntos de una belleza inmensa, lo cual se finca sobre la inteligencia y el valor del ejecutante y de la bravura y la nobleza del gran protagonista que es el toro. En este texto, Mary Carmen acomete la tarea de explicar todo eso y sabe hacerlo muy bien.

Por ello, en la ficción que ha creado antes de llevar a los amigos del personaje principal a la plaza, los invita a una ganadería. Para que los futuros adeptos conozcan todos los cuidados y el trabajo que conllevan criar a los toros. También, para que constaten de primera mano la libertad y la gran vida que disfrutan los bovinos. Además, es en el campo bravo donde se saborea el soberbio esplendor y la magnífica belleza que poseen los toros de lidia. Mi capote de paseo contiene información precisa y oportuna. En la realidad, los toros de lidia, por ejemplo, no son como en las películas de dibujos animados porque ni son bondadosos ni amigables, por el contrario, son fieros. Los toros son bravos y fuertes, bellos y muy peligrosos, aunque la mayoría posee gran nobleza. Los chicos tienen derecho a conocer la realidad de una tradición añeja tal cual es y no coloreada de tonterías multicolores. Al respecto, hay que decir que la literatura es el arte de la palabra, su principal intención es artística y siempre una ficción, pero, Mi capote de paseo juega con lo ficcional sobre la base de la coherencia. Además de su intención literaria, tiene otro objetivo principal, el de que los niños adquieran el conocimiento -parafraseo a Vargas Llosa- de uno de los espectáculos más bellos e intensos a los que el ser humano puede asistir.

Hay un inmenso amor por el del toreo en el texto de Mary Carmen, el amor de una mujer que lleva su afición a todas partes. Hay también, una profunda veneración por ese rito y por todos los utensilios de la liturgia. Tras la voz del narrador está la honda reverencia que la escritora siente por el traje de luces. Los párrafos se pintan, a su vez, de una emotiva tonalidad para referirse al capote, a la muleta, a los tercios, los lances y los pases. Entre los renglones corre el río subterráneo de la melancolía. Es que el toreo es un arte anacrónico y efímero que deja una sensación de tristeza por más jubilosos que nos sintamos durante una gran faena. En este libro hay también, una devoción por esas personas extrañas, excéntricas, y sensibles que son los toreros.

En el prólogo de Platero y yo, Juan Ramón Jiménez dice, palabras más palabras menos, que él nunca escribiría un libro para niños, porque estaba seguro que ellos pueden leer los libros que leen los adultos con algunas excepciones muy obvias. Lo mismo sucede con Mi capote de paseo, es un libro para quien lo quiera leer con la condición de que se acerque sin prejuicios al mundo del toreo.

Para terminar, reitero que este es el legado de Mary Carmen Chávez Rivadeneyra, una mujer sencilla, clara y de corazón generoso. Ella sabe, como lo dicen los versos del epígrafe, tomados del poema Los hijos infinitos, de Andrés Eloy Blanco, que “cuando se tienen dos hijos se tienen todos los hijos de la tierra”, sí, y para todos ellos escribió este libro.

José Antonio lunA AlArcón

This article is from: