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I. El toro de Minos

El abuelo Manuel buscó a su nieto Jerónimo, ya que la casa en donde vivían era grande, del tipo que hay en la provincia mexicana, con un jardín al frente y un traspatio en el que se sentía mucha alegría, estaba lleno de plantas y flores muy especiales, a Jerónimo lo llevaban a soñar historias y hacerse preguntas: ¿cómo es posible que una flor se pudiera llamar la princesa en su barca? Así era su nombre porque la hoja doblada se asemeja a un navío y en ella parece viajar una diminuta florecilla. Ni qué decir de los dos corazones en un hilo, porque sus hojas forman el contorno de un corazón y van prendidas de un largo tallo, que parece verdaderamente un hilo. Y la garbosa hoja elegante de un lustroso verde lleno de vida. También le gustaba ver las pequeñas clavelinas, los malvones de colores y las bugambilias que abrazan cálidamente las altas paredes de la casa.

–¡Jerónimo! ¿En dónde andas?

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–Aquí estoy abuelo, mira estoy quitando las hojas secas a esta planta que se llama hoja de murciélago. ¡Es fantástica! Y sí lo parece. ¿A poco no?

–¡Ya lo creo! Ven acá, ahora que la tarde está muy agradable, te voy a contar algo de mitología, griega.

–¿Mito-qué? – Preguntó Jerónimo con curiosidad.

–Mitología.

–¿Y eso qué quiere decir?

–Bueno, digamos que son relatos que hablan de pasajes de la historia, las ciudades y su gente, en este caso de la cultura griega, ya que el toreo tiene sus orígenes en ella.

–¡Oh, cuéntame ya!

El abuelo Manuel condujo al niño hasta una banca, tomándolo por el hombro, e iniciaron un paseo por el traspatio, acostumbraban platicar de muchos temas, entre ellos de historia, porque todo llevaba de una u otra manera a entender más la tauromaquia, misma que asombraba tanto al niño, ambos eran cómplices.

–Mira, los toros han estado presentes entre los hombres y las mujeres toda la vida, incluso se cuenta que, dentro de la cultura griega, en el año 1700 a.C. existió el gran Toro de Minos. Minos era un rey hijo de la bella Europa y Zeus. Ambos eran dioses griegos. En la mitología se habla de historias mágicas contadas por los pueblos helénicos, principalmente de Creta, Atenas y el Mar Mediterráneo.

El abuelo sacó del cajón de su escritorio un mapa.

–Me gusta ver la geografía abuelo, ¡qué bien! de esta forma lo entiendo mejor.

–Así es, mira aquí están estos lugares.

Al crecer Minos tuvo varios hijos con una mujer de nombre Pasifae, entre ellos estaban Androgeo y Ariadna.

–¡Qué nombres más raros!

–Sí no son comunes estos nombres, menos para nosotros, pues Pasifae vivió la

llegada de un enorme toro blanco de pinta ensabanada, que otro dios llamado Poseidón había regalado al pueblo. Ella se enamoró de esta criatura y fue infiel a Minos; de esos amores engendró y dio a luz al toro-humano, al Minotauro.

–¿Y cómo era?

–Pues imagínate que el Minotauro era un verdadero monstruo, mitad toro y mitad humano, de impresionante musculatura y ojos desafiantes.

–¡Una criatura extrañísima!

–Pues sí, mi querido Jerónimo, y se comportaba como tal. De su hocico salía espesa saliva, emitía sonidos tan fuertes que retumbaban las paredes, sus ojos color granate brillaban, su conducta era la de un salvaje. Por esa razón fue encerrado en un laberinto hecho por el artesano Dédalo, ahí permanecía y se alimentaba de seres vivos, como bellas y jóvenes doncellas.

–¡No es posible, pero si los toros pastan!

–En el rostro del abuelo se dibujó una sonrisa, y siguió contándole la historia a su nieto.

–Este ser que por sus características era un fenómeno, es decir muy raro, tarde que temprano debía ser sacrificado, tarea que no era sencilla para nadie. Entre los hombres del pueblo el gran héroe que desempeñó esta labor fue Teseo, un verdadero valiente quien un día decidió entrar al laberinto y enfrentarse al Minotauro para exterminarlo y recuperar también la quietud del pueblo cretense.

–¿Un laberinto?

–Sí, los laberintos son espacios muy antiguos, se han grabado también en piedras

y recipientes. Normalmente un laberinto está hecho por un gran círculo, o cuadrado, son lugares diseñados de tal forma que son propicios para perderse; parecen caminos comunes, pero en realidad son encrucijadas que hacen difícil la salida de cualquiera una vez que se entra en él. En terrenos así se vive inquietud por no encontrar la salida, ver pronto la luz y sentir la libertad, ya que se cae en un enredo que da vueltas y vueltas y no parece haber un sendero claro.

–¡Ya sé en dónde hay un laberinto!

Cuando usamos en clase de dibujo pinturas de colores y marcamos nuestra huella digital, ahí aparece uno.

–¡Exacto, ahí también hay un laberinto!

–El del Minotauro era muy grande. –Continuó explicando el abuelo Manuel. – Por ello la valiente Ariadna le entregó a Teseo un ovillo de lana, para que una vez que se internara en la profundidad de este lugar lo fuera desenredando y así al final pudiera salir de él y ver de nuevo la claridad del cielo.

–¡Abuelo!, pero ¿cómo sabes todo esto? ¡Sigue contando por favor!

–Sí, Jerónimo, con gusto, sigamos, mira el papel de Ariadna fue muy importante en este pasaje. Ella, además de ser una mujer muy hermosa e inteligente, sabía varias artes y oficios, era una excelente tejedora. Esta circunstancia le ayudó pues pudo utilizar uno de sus hilos de tejido para que, junto con Teseo, fueran los principales ejecutores de la muerte de este ser mitad toro y mitad hombre. Ambos lograron en un mano a mano, ser cómplices de esta faena, de la que salieron triunfantes. Se dice incluso, de manera figurada, que son los primeros toreros de los que se habla en la historia. ¿Te gustó el relato Jerónimo?

–Sí, mucho. Entonces abuelo, así como centauros y faunos, también hay mino-

tauros; en el libro que me regalaron en mi cumpleaños ilustran al centauro, con el torso de hombre y de la cintura hacia abajo de caballo, igual el fauno, mitad hombre y mitad cabra. Ahora pienso en el Minotauro con las mismas características, toro y hombre.

–Así es, y la historia del toreo se remonta a los mitos que unen leyendas milenarias y seres fantásticos, de hecho, los toreros son héroes y guerreros verdaderos.

–Oye abuelo y ¿qué color de pelaje tendría el Minotauro?

–¡Ja, ja, ja, qué buena pregunta, mmm, bueno eso te lo dejo a tu imaginación, chamaco! ¡Anda, ya vete a jugar, luego seguimos platicando!

–No abuelo, mejor muéstrame ese libro enorme que tienes me encantan sus ilustraciones que, además, huelen raro, como a antiguo.

–Sí, pero vamos paso a paso. Mañana te contaré otra parte de esta historia cuando llegues del colegio.

–Mmm está bien, pero ¿qué vas a contarme?

–Pues de otro momento o etapa de la historia que se conoce como, Paleolítico.

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