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Camino de regreso a casa por Corina del Carmen

3CAMINO DE REGRESO A CASA por CORINA DEL CARMEN

Soy Corina del Carmen, una mujer alegre, pero a la que le cuesta mantener la paciencia, y que al mismo tiempo, a veces es muy pasiva y deja que la arrastre la vida. Mido 1.63, pero la gente seguido me ve más alta, será el carácter.

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Sé bien cuánto mido porque esta cifra no ha cambiado en años, pero ya no sé cuánto peso, porque igual, hace años que no me importa esta cifra, mi cuerpo está sano y fuerte, y ningún número en la báscula o en la talla del pantalón cambia eso.

Soy de carácter fuerte, a veces medio necia y obstinada, recta como mis cejas, pero muchas otras fluyo en ondas largas y suaves como las de mi cabello negro. Estoy loca, con una locura que lo abraza y lo quema todo, una locura que transforma.

A veces me quemo en lumbreras, otras brillo en discreta llama, pero siempre encendida y ardiendo. Mi voz es fuerte, y mi palabra, aunque a veces baja como un remolino, cada vez es más clara. Mi corazón es cálido, protegido por unos grandes senos y mi vientre es prominente, muchas veces fue pozo de tristezas, pero hoy, así hinchada, es fuente de alegría.

Mis piernas son grandes y fuertes, capaces de llevarme a donde quiere el corazón, y así de grandes muchas veces tiemblan de emoción, de placer y de miedo.

En mi tobillo izquierdo está la cicatriz-recordatorio de la batalla que tuve que pelear cuando recién llegué a este mundo y que me recuerda que apesar de todo, siempre vuelvo a caminar.

Tengo que advertir aquí, que lloro cuando me emociono, cuando me enojo y cuando estoy triste, cuando estoy contenta, cuando me escribo.

Dicen que es por el trastorno de ansiedad, yo digo que lloro cuando la vida me llena el corazón y se me sale por los ojos.

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Así con mis luces y mis sombras, hoy cuento la historia del regreso a casa. Pensé que sería libre el día que me fuera de la casa familiar para tener mi vida. Y lo logré, pero la libertad va más allá de solo irse de algún lugar.

La libertad es poder elegir, pero elegir desde mi y para mi. La libertad no es salir corriendo, lo que sea de lo que huyes, se va contigo, no te das cuenta, pero no te vas de ningún lado, sino que llevas todo cargando a cuestas, crees que te vas, pero cuando menos lo esperas, ya estás de vuelta en el mismo lugar, y te quieres volver a ir, y otra vez, y otra vez, hasta que te das cuenta, que irse no es liberarse.

Pero eso no lo sabía hace 6 años que me fui de la casa, tenía 26 años, 26 años sin el famoso cuarto propio del que escribió Virginia siglos atrás. Así me sentía, a siglos de alcanzar mi libertad, hasta que un día la encontré, o eso pensé cuando un jueves de quincena, que tenía ganas de celebrar, no sabía qué, pero estaba festiva, fui de visita con unos amigos que acababan de mudarse a la Guerrero. Me bajé en la parada del trolebús Luna y caminé hasta el edificio. Desde que entré supe que era ahí.

Mi amigo no estaba, pero estaba su novio y mientras esperábamos a que el otro llegara tomamos un par de caguamas y platicamos del lugar. Le dije que estaba bonito, y me dijo que el departamento de abajo era igual, que estaba vacío, y que lo estaban pintando, era probable que estuviera en renta.

El lugar era de esas joyas escondidas. En una de las ciudades más pobladas y violentas del mundo, en una colonia que muchas personas consideran “peligrosa”, dentro de un edificio destartalado y descuidado, estaba el que fue mi primer hogar, el primero en el que fui libre. Me encantaron las ventanas enormes que daban a las copas de los árboles, los espacios abiertos y luminosos, la libertad al alcance de mis manos.

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María, mi cómplice, confío en mí, y sin siquiera verlo en persona, hicimos un contrato, un pacto. Los trámites “inmobiliarios” fluyeron, cuando las cosas son para ti, no hay nada que lo detenga, dicen, yo no lo sabía hasta ese entonces. Tan solo una semana después, desperté y al abrir la ventana estaba ese árbol que fue confidente durante un año y medio.

En ese lugar hice muchas cosas por primera vez. Me enamoré de verdad por primera vez, y conocí también la violencia, esa que ejercen los hombres sobre nosotras cuando dicen que nos aman, pero no es así. También conocí la famosa sororidad, esa palabra tan gastada de leerla, pero que pocas vivimos en carne propia, esa que salva vidas.

Me enfrenté a mis peores demonios, y perdí. Me dejé ganar. Salí corriendo. Y esa casa que fue mi casa, quedó otra vez vacía. Vacía de complicidades y afectos. Vacía de palabras y de momentos compartidos. Intenté huir de ese vacío en el mar. Me fui empujada por mí misma, partí de mi miedo, partí para buscarme a mí misma. Tenía el corazón en llamas, que a nivel del mar poco a poco se fue calmando, convirtiendo en agua. Celebré mi vida en el mar, hundida en el pacífico, en un lugar transparente.

Y así pasé semanas refugiada en las olas y los atardeceres, llenando vacíos con arena y agua salada, evadiendo.

Hasta que llegaron ellas, mis amigas me visitaron para celebrar mi cumpleaños, y me removieron todo. Todo eso de lo que había huido estaba otra vez ahí, otra vez tuve ganas de irme, me fui del mar, sintiendo un vacío oceánico, más que la primera vez que partí. Sentí todas las despedidas juntas, todas las huidas, todos los escapes se agolparon en mi corazón y la fuerza de la tierra literal me sacudió, por esas fechas hubo un sismo en la costa que me despertó del sueño y dirigió la brújula de regreso.

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-¿Otra vez ya te vas? Me pregunté a mi misma +Sí, respondí, ya no tengo nada que hacer aquí -¿No que venías para quedarte? Insistí +Pues ya me quiero ir, aquí no es mi lugar -¿Y cuál es tu lugar? +No lo sé, me contesté harta, sin bajar la guardia -No te puedes escapar de tí misma, me dije en un destello de entendimiento +No es eso, contesté, -Desde niña estás huyendo, date cuenta, solo hay un lugar al que tienes que llegar, eres tú.

Tuve que reconocer que me alejé de esa que fui, porque desde niña quise huir de mí misma. Me fui lejos y tuve miedo de no poder volver. Dejé de ser esa niña, porque esa niña a los 12 años vivió una de las pérdidas más grandes, que le sacudió el barco y le hizo perder el norte. Muchos años me olvidé de ella, pero hoy, es necesario abrazar a esa niña, a esa niña que tuvo que despedirse de su mamá, no por la muerte, sino por la vida que quiso desde pequeña enseñarle libertad. Esa niña, que inició el nuevo milenio con una llamada telefónica donde su mamá le avisaba que se había ido, sin ella, que la podía alcanzar luego, pero que ya se había ido. A ella, me es urgente decirle:

Sé que estás asustada, tienes miedo, es normal. Todo lo que dabas por hecho se desvaneció. El espacio seguro se movió, los brazos que te consolaban ya no están. Y está bien. Nada ni nadie son para siempre. Ahorita no entiendes nada, solo te dejas llevar por los arrebatos. Ya llegará el día en que entiendas, y en que puedas perdonar, perdonarte. Te vas a dar cuenta que puedes superar tu más grande miedo y que del otro lado te espera la vida. Vas a saber que a pesar de los golpes y las lecciones, lo has hecho bien.

Un día, sí, muy lejano, no va a ser hoy, ni mañana, ni el otro año, pero un día ya no vas a necesitar ese caparazón viejo.

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Va a llegar ese momento en el que puedas estar desnuda, sin nada con que cubrirte, pero también sin nada de qué cubrirte. El día en el que podrás estar completamente vulnerable, y al mismo tiempo poderosa.

No toda la vida vas a sufrir, un día vas a salir del círculo, no por completo, solo asomando la cabecita, pero ese día será el inicio de tu viaje de regreso a casa. Estabas confundida y te perdiste, caminaste muy lejos, pero un día, de la nada, te va a llegar el mapa. Será inconfundible el camino que está trazado para ti en las estrellas y caminarás segura y alegre de vuelta a ti. No temas, la tormenta solo te hará más fuerte, pero tienes que atravesarla.

Por último solo quiero decirte que pongas atención a lo que guardas en tu mochila para este viaje, ve dejando en el camino los rencores y miedos que te pesan, y atesora tu brújula, es lo único que necesitas. Ahora no la reconoces, tienes mucho tiempo sin verla, está sucia y empolvada, pero es esa cosa dorada que late en tu pecho, un día empezará a brillar, púlela, siempre te llevará a tu norte.

Esa niña creció, y también crecieron sus miedos, tuvo miedo mucho tiempo, pero fue avanzando a través de él, cortando temores con una pequeña espada que cada vez se hacía más grande. Y así, poco a poco aprendió que dejarse caer no es morir, y que la muerte no es el final. Se atrevió a sentirse humana, a aterrizar. Y un día perdió el miedo de vivir.

Recuerdo el momento perfecto en el que elegí la vida, ya respiraba y todo, pero en ese momento, cuando pasaba una de mis peores depresiones en un depa de la narvarte, elegí vivir, ese día no pude levantarme todavía, ni al siguiente, pero empecé a asomar la cabeza por el balcón y mi corazón/brújula empezó a latir apuntando al sol. Recordé que puedo. Me acordé cuando era chiquita y aprendí a caminar con un yeso puesto. Y antes de eso, me operaron sin anestesia, y aún así caminé.

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Caminé tan lejos, me fui de mi misma, me alejé de mi centro.

Ahora empiezo el camino a casa. Ya no tengo miedo de mi, me empiezo a conocer, a verme de frente, sin velos, sin reflejos. A mirarme a los ojos, a esos ojos que han visto la peor de mis oscuridades, mirarlos de frente y poner ahí la luz. Ya dejé de correr hacia el lado contrario, de irme por las ramas, de salir huyendo al mar. Hoy quiero regresar al fuego, y domarlo. Hoy quiero recuperar fuerza y valor. No temo al bosque en la noche, porque la noche fue mi casa mucho tiempo. Ahora que estoy lista para la luz, atravesar esa última oscuridad es necesario. Las manecillas del universo están marcando la hora, no hay más tiempo que hoy. Y con esta urgencia, hoy necesito vaticinar a la Corina de mañana:

Prepárate, te tengo pensadas utopías, mundos nuevos sobre los que descansarás y soñarás, pero que hoy apenas son un suspiro. Hoy te veo de lejos, pero no tanto, te miro y te anhelo, te espero y te construyo. Hoy me lleno de fuerza el corazón para allanar el camino que tú pisarás con confianza y ligereza. Hoy mis manos construyen las alas con las que volarás mañana. Hoy aviento todos mis sueños al viento para que los siembres y te comas la cosecha. Todo lo demás está dado y al mismo tiempo es incierto. Solo te tienes a ti. Te agradezco haber llegado hasta aquí, estoy segura que te costó muchísimo, pero mira, lo lograste, y aún así nada está hecho todavía, te caerás otra vez en el filo de la vida, y otra vez, y otra vez, pero vas a aprender a volar…

Corina del Carmen Corina del Carmen se dedica a contar historias a través de diferentes lenguajes. Le gusta reírse de la vida y ama los atardeceres y la cerveza, si se puede juntos, mejor.

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