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Esto no es una confesión por Anilú Zavala

Ahora querido público empieza la entrevista. Ella nos recibe en la sala de su casa y luego me invita a pasar a la mesa desordenada y llena de papeles apilados. Ella se disculpa ansiosa e insegura por el desorden y la presencia de su hijo de 10 años que no deja de hablar y no la deja hablar, con aire de autosuficiencia. Después de las disculpas, pasamos solas hasta la cocina y nos sentamos, frente a frente y dice primero que nada:

Ves por qué extraño a la que yo era. Sí. Empecemos hablando de ti. Podrías hablarnos un poco de ti. Hoy, después de un largo camino puedo decir frente a ustedes, y frente a tí, que soy caótica, intensa y muy seguido volcánica. Que disfruto del placer efímero de un bocado y que me plagio todo el tiempo. Que soy mamá, ni modo. No lo puedo remediar. Que en los últimos tiempos he buscado permanentemente mi lugar, no pudiéndolo encontrar. Que me gusta escribir y no descubro aún, bien a bien para qué. Y aquí voy otra vez para intentar descubrirlo. Y que estoy aquí, como siempre para confesar lo inconfesable.

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¿Cuál es tu concepto de envidia? La envidia se origina primero en la carencia, luego en el vacío; y por último en lo que tienen los otros. Y en este caso preciso, esas, las otras. Aunque en realidad, yo también soy esa otra.

Pero ¿Cómo fue? Nos cuentas cómo sucedió. Un día abro el chat de este grupo que en realidad conservo, no sé ni por qué. Supongo que porque a veces comparten cosas que me interesan. Y entonces me entero que habían sido invitadas a un evento de emprendimiento de esta universidad mamona donde había tomado el diplomado donde las conocí. Y entonces la sentí, como nunca la había sentido. Así, brutal y despiadada contra mí. Sentí que yo debí haber estado ahí en esa mesa entre ellas. Y así salían en la foto: blanqueaditas, con sus cabellos largos, lacios y bien peinados, sin tatuajes visibles, alrededor de aquella mesa. Y la sentí. La identifiqué, como nunca la había sentido.

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Inmediatamente entré al otro chat, al de mis amigas de años con las que he compartido lo inconfesable. Les dije hoy por primera vez la sentí. Me sentí mal de estar rapada y no tener los pelos lisos, de haber rayado mis muñecas con pronunciamientos permanentes y visibles. Me confesé con ellas: Sentí Envidia, les dije. Por primera vez reconocí en mí, la Envidia, ese desliz del que siempre me había protegido.

Sentí envidia, pero no de esas, sino de la que yo fui. Pero ¿cómo se siente Envidia de una misma? Se origina en mi propio sentido de carencia. De lo que he perdido. De la que fui y que cada día que pasa siento más lejana, y aún no sé si más ajena, porque es mi propia yo, pero en otro espacio y en otro momento. Pero eso ¿no sería más bien nostalgia, añoranza? ¿Qué diferencia habría?

La añoranza es dulce. La nostalgia concesiva. La envidia es deseo y coraje que carcome. Eso siento de mí misma. Pero ¿cómo la identificas, o en qué momentos la sientes? Cuando recreo momentos. Cuando busco desesperadamente mis espacios. Pero sobre todo cuando busco sensaciones de placer, intensidades de cableado.

Cuando busco en mí esa intensidad tan anhelada y entonces reconozco la carencia. Cuando no encuentro cómo subir a la montaña rusa que me hacía vibrar con verdadero ahínco encontrando chispas en cada mágico momento.

Y así, de una forma tan abierta, ella habla, así, de ella y pareciera que habla también, así, con ella, de manera desnuda y muy honesta. Después nos despedimos con calidez y me acompaña, ahora, sola hasta la salida. La miro hasta que la puerta cierra.

Pero esto no es una confesión, quisiera que fuera, más bien una declaración de amor. No, más bien, de lo inconfesable. Yo confieso.

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Yo confieso mi vanidad y la envidia que admito sentir ahora de la orgullosa que yo era y no reconocía. Esa que sucumbía al placer efímero de la imagen del espejo. De esa que caminaba saliendo de la alberca y miraba de reojo, con lujoso morbo, su reflejo en el cristal. De esa que ahora envidio porque se paseó desnuda, insolente y en calzones, frente al brasileño desconocido después de pasar la noche con él.

Hoy confieso que siento una enorme envidia de ti, que espero poder curar ahora que me encuentre a mí. Y por si no lo han notado, aquí van varias confesiones de lo mismo inconfesable. Porque soy circular, monotemática pero siempre polifónica. Tengo además que confesar que plagié el carácter monotema, que siempre plagio, constante y circularmente, a quien se deja, hasta a mí misma. Pero que regreso en espiral al punto original.

Siento envidia de la que entraba con el pelo negro, largo y liso, y la panza plana, siendo vista en cualquier lugar. Y que era tan autónoma que bailaba salsa sola. De esa, es de la que tengo envidia, he de confesar.

Querida yo, nunca he estado en este lugar común e incómodo de escribirte. Varias veces lo he esquivado y por razones obvias. Te escribo desde el presente, desde la mujer señora que ya eres ahora, y a la que nunca viste ni en sueños. Esa, a la que evitabas visualizar en tu momento de cúspide. Te escribo a ti, a la del paseo en montaña rusa. Es a ella, a quien escribo. Quisiera decirte que disfrutes y aproveches tu vanidad sin sacrificarte. Que quizá deberías practicar esos oficios a los que no les das importancia como escribir. Quiero decirte que hay asuntos que no abandonarás pero que quizá deberías fomentar con más seriedad. Que a manera de bola mágica, y en una franca fantasía adivinatoria, debo decirte que estás a punto de tomar la peor decisión de tu vida. Y que no es la maternidad, como tú crees, sino las razones y decisiones que tomaste para llegar a ese incómodo lugar.

Que en el ejercicio mal sano del hubiera, quiero decirte que el problema no ha sido precisamente la materni-

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dad. Sino las decisiones que tomaste para llegar a ella. Que tienes que aceptar que solo tienes seguro que deseas hacerlo y el deseo puede ser la base de las peores decisiones. Que debes elegir mucho mejor y que debes ser fuerte y detenerte si tu sentir e instinto te dicen que estás tomando una mala decisión. Que te debes alertar ante cualquier titubeo porque esos rasgos que veías no tan importantes, con el tiempo se convertirán en determinantes para tu bienestar y tu seguridad; y que has tenido que pagar altos, enormes costos por cumplir ese supuesto disfrazado de deseo. Que no todo lo que brilla es oro y que solo es un espejismo.

No olvides que tenemos impostergables que dejarás de lado como tener autonomía y no permitir el maltrato. Te tengo que decir cual vidente que no debes permitir que él regrese después del primer empujón contra la pared antes del portazo. Quiero decirte que tendrás la oportunidad de cerrar varias puertas antes que la final. Que si bien no fuera en la primera, tendrás más, pero por favor las tienes que cerrar cuanto antes, para protegernos. Yo confieso que he sido vanidosa pero no honesta frente a esa vanidad, y de esa misma, siento envidia ahora mismo, porque es la que aún tiene la posibilidad de cambiar nuestras vidas, aunque sé que no lo hará.

Hoy puedo hablarme y decirme querida yo, que parece que es, otra vez como la anterior, una canción. Que es o no, una declaración de amor, o de no-amor, pero que más bien está llena de amor.

Te tengo que decir que esto no es fácil. Que recuerdes que no todo tiempo pasado fue mejor. Que aunque hoy sientes envidia por esa que fuiste, recuerdes esos momentos difíciles en los que te sentías tan sola. Esos trances en los que llegaste hasta el extremo mismo de no sentir.

Recuerdas ese día sobre la avenida de palmeras, frente a la gran iglesia, que te diste cuenta que no sentías nada. Que sabías que llegaba a tu cara un viento helado pero que no lo sentías. Que pasaban los autos pero no los oías. Sí. Sé que es difícil de explicar, de decir, de

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nombrar. No sentías el frío. Otro día de esos, cruzaste la calle hasta el puente y te detuviste a la mitad, el final, sólo tú y yo lo sabemos. Ves cómo no todo era lindo, ni bonito como tú lo recuerdas ahora. Aunque te carcoma la envidia por esa que fuiste y que nunca volverás a ser.

Quizá la única diferencia, es que ahora que estamos aquí tu y yo, frente a frente y que solo media el papel, te diré que debes confesar que quizá lo que en realidad extrañas es la intensidad. La intensidad, incluso, de la insensibilidad del no sentir hasta la electricidad eufórica de la pasión, la magia y el dolor. Sentir. Confiesa ahora que la envidia, es en realidad, de sentir.

Querida yo, también puedo decirte que otra vez aquí ando en las confesiones. Por primera vez pienso en ti, en nosotras, en cómo seremos y nos veremos si la vida nos deja llegar hasta donde estás tú ahora. Tienes que asumir que nunca te has visto en el futuro, más que ahora a un año de cumplir 50. Por primera vez me preocupa cómo y de qué viviremos. La situación precaria de tantas de nosotras me aplasta. Pero estoy segura que, como siempre, lo resolveremos.

Tú te encuentras ahora en el lugar de mis grandes miedos. Donde me carcome la duda ansiosa de cómo seré, cómo me veré, cómo será mi vida. ¿Me habré curado de la cochina envidia? ¿Me habré curado de mí misma? Hoy estoy mirando constantemente al pasado, con envidia de esa que fuimos. Espero curarme pronto para poder centrarme en el presente para que cuando estemos juntas tú y yo por lo menos no sea doloroso, como lo es ahora este existir. Espero contar con curar la envidia y llegar agradecida contigo, y que podamos por fin volver a ser felices.

Hoy lloré en la regadera, como cuando me escondía cuando era niña. Sentí un enorme dolor, tan profundo como la suma de todas esas pérdidas anteriores, como los duelos que te abren el pecho y te rompen el corazón, pero que en el fondo sabes que tarde o temprano pasarán. Lloré, porque anoche mientras me ahogaba el llan-

to agazapada en su torso y después en su pecho oyendo su palpitar, confesé, como confieso hoy ante ustedes que acepto que nunca me perdoné esa mala decisión, y que le digo adiós a la que yo fui, a la que busqué por diez años y que no encontré, lloro por la que nunca volveré a ser.

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Anilú Zavala Mamá de Matías. Feminista. Le cuesta presentarse y definirse en renglones. Le encanta enseñar, aprender, aprehender, musear, escribir y emprender. Le cuesta trabajo maternar, ordenar y envejecer.

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