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Floricienta por Florentina Scully

FLORICIENTA

por FLORENTINA SCULLY

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Soy Florentina y soy un cliché de la vida. ¿Mi sueño más grande? Casarme, tener hijos, poner el arbolito de Navidad, tener fotos sonrientes en las paredes, dibujos de mis crías pegadas en el refri y estar los domingos en pijama todos juntos. Y envejecer feliz, en una casa en un bosque. Jugar a la casita perpetuamente, vaya. Es evidente que crecí con Disney. Es evidente que tengo unos valores familiares súper fuertes. Pero no sé si sea evidente que soy hija de una familia rota. Y no solo rota, rotísima.

Sé que eso ya no sorprende a nadie, pues ¿Quién no es hija o hijo de una familia rota? Todas y todos venimos de historias y personas rotas que cuando juntan sus roturas con otras personas rotas, lo más probable es que termine siendo un cagadero de pedazos desperdigados.

Ojo, no soy ninguna negativa de la vida. También sé que hay personas que aprenden a pegar sus pedacitos rotos para evitar el cagadero. Pero en esta historia, ese no fue el caso. Mis papás se divorciaron cuando yo tenía como tres años. Cuando tenía ocho años mi mamá se volvió a casar con un buen tipo, se fue a vivir a otra ciudad y tuvo otra hija. Me acuerdo que todavía me tocó verla embarazada. En mis últimos meses con ella, se encargó de decirle a todo el mundo –delante de mí- que yo estaba celosa de mi hermana que todavía ni nacía. A veces recuerdo a esa Florentina de 8 años preguntándose: ¿Sabrá que estoy aquí al lado de ella escuchando lo que dice de mí? ¿De dónde saca que estoy celosa? ¿Por qué le está contando esto a la vecina?

¿Por qué será que los adultos pensamos que podemos decir lo que sea enfrente de las y los niños? Me acuerdo que cuando decía esas cosas, me sentía invisible y me cuestionaba mi comportamiento sintiéndome culpable por algo que ni si quiera sentía. A los 8 años. Sentía que esa señora a la que llamaba mamá, no me conocía. Me hizo sentir ajena a su felicidad, a su nueva familia y a mi hermana.

Nota al pie: Está muy cañón ser mamá, estoy segura

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que no lo hacía para lastimarme, y, sin embargo, lo hizo. siendo parámetro. Un parámetro muy malo, por cierto. Yo decidí quedarme a vivir con mi papá. A la fecha, no Hoy sé que hay muchas maneras de maltrato y ser grome explico como a los ocho años me dejaron decidir sosera es sólo una de ellas. bre mi futuro. De todos modos, hoy lo agradezco porque de no haber sido así, seguramente mi historia sería otra. No me tomaba en cuenta, no hablaba conmigo, me acuCreo que mi papá y yo vivíamos felices, mis abuelos me saba con mi papá por cosas que yo no sabía que había cuidaban mientras él trabajaba, los fines de semana íbahecho mal. Se le notaba que no le gustaba cargar con mos al teatro, a comprar libros y hacíamos cosas divertiuna hija ajena. Me acuerdo una vez que mis hermanitos das. Yo, visitaba a mi mamá en las vacaciones, creo que se despertaron y fueron a mi recamara a despertarme me gustaba ir, pero después de varios días ya quería rey jugar. La esposa de mi papá entró de golpe y les dijo: gresar. Era como ir con parientes lejanos. “No quiero que estén aquí, sálganse.” Así, sin más. Como Cuando tenía doce años, mi papá se volvió a casar. Me Nada. avisó dándome un papel extraño parecido a una foto y si yo fuera un monstruo come bebés. Ni buenos días. yo no entendí nada. Me dijo: “Vas a tener un hermano y Hizo lo mismo que mi mamá: Me hizo sentir ajena a esa me voy a casar”. Ah va, es súper normal que las niñas familia, a esa vida y a mis hermanos. Y mi papá, en una de doce años sepamos lo que es un ultrasonido, no manespecie de alianza inconsciente con ella, hizo lo mismo. ches. Se casó, nos fuimos a vivir a Querétaro y no sólo Nota al pie: Era el 3er matrimonio de mi papá, estoy setuve un hermano, sino dos. gura que iba a hacer lo posible para hacerlo funcionar, así fuera crear una alianza inconsciente. Está muy caLa esposa de mi papá no era grosera ni me trataba como ñón ser papá, estoy segura que no lo hizo a propósito, madrastra malvada da Disney. Otra vez el pinche Disney pero me lastimó.

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La pubertad y adolescencia en esa familia fueron muy raras, más bien, tristes. Mi papá medía el cariño que me daba en función de las calificaciones que yo me sacaba. Si tenía 9 y 10 de calificación, era merecedora de que me hablara, si no, no. Una dinámica muy conveniente para él, pues siempre fui mala estudiante. Así, él siempre tenía el pretexto perfecto para ignorarme. Yo no tenía con quien platicar, tampoco me dejaban salir con amigos, era una niña sobreprotegida pero ignorada.

En un afán de estar menos tiempo en mi casa, hice todos los servicios sociales que la escuela me permitió, con mis amigos, donde no me sentía invisible.

De regreso en la casa mi única compañía era la señora que amablemente ayudaba a hacer la limpieza. Cuando descubrieron esa amistad, tristemente, dejaron de requerirla. Y esa misma historia pasó con las siguientes dos. No volvió a pasar porque decidí ya no volverles a hablar.

No quiero menospreciar el esfuerzo de mi papá para criarme, sólo creo que su esfuerzo estaba muy enfocado en trabajar duro para pagarme una buena escuela, llevarnos a vivir a una casa bonita y tener comodidades. Si bien es un privilegio contar con esas cosas, hoy como mamá sé, que las y los niños necesitan antes que otra cosa ser escuchados, ser comprendidos, empatía y amor.

Cuando cumplí 18 años y acabé la preparatoria, después de un intento fallido de tomarme un año sabático en Europa e intentar imponer la carrera que quería estudiar, me encontré llegando a vivir a Sonora con mi mamá, pues mi papá accedió a dejarme estudiar Artes Escénicas con la condición de que me fuera a vivir con ella porque “ya le tocaba”. Por supuesto que lo intenté. La primera vez que mi mamá me mandó a lavar los dientes a mis 18 años, supe que no iba funcionar y que esa relación ausente desde hacía más de 10 años, iba a ganarnos.

Aguanté dos meses. Compré un boleto de avión a CDMX sin pedir permiso, sin dinero, con una maleta de ropa y

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con un deseo enorme de búsqueda y de libertad. Mucho tiempo después supe que lo que buscaba era un lugar en donde sentirme integrada, un clan, una tribu que se preocupara por conocerme y escucharme. Y la libertad…bueno, la sentí pasar por mi cara en forma de la línea azul del metro. ¿Ubican el airesito caliente ese que se siente cuando va llegando el metro a la estación? Ese airesito a mi lo que me dijo fue: Eres libre. Ve y busca. Como en todo cuento de Disney, siempre hay un hada madrina. Chingado Disney, no se equivoca. En mi caso fue una de mis tías. Convenientemente me dejó vivir en casa de mis abuelos junto con mi primo, me dio trabajo en su bar y me dio su palabra de que no le iba a decir nada a mi papá.

Mi papá seguía pensando que yo estaba con mi mamá, pues nunca me hubiese dejado irme a vivir sola y mucho menos a la Ciudad de México. “Yo te saque de ahí para mejorar tu calidad de vida, si te regresas es como darme una patada en el culo”, decía.

A los pocos meses, mi papá descubrió mi mentira y me dijo palabras más, palabras menos: “Desde hoy olvídate que tienes padre”. No lloré. No me asusté. Me acordé del airesito del metro. Y me decidí a crear mi propia historia, con los personajes que yo quisiera.

Desde ese día, se empezó a construir la Florentina que soy hoy. Valiente, adaptable, honesta, con una verborrea que era de esperarse después de nunca haber sido escuchada. Pero también ansiosa, preocupona, desordenada y con futuro incierto.

Yo estaba feliz. Lo único que me importaba era tener este libro en blanco nuevecito para escribirle lo que yo quisiera y las últimas palabras de mi papá me lo entregaron.

Empecé a hacer grupitos en todos lados: con los amigos de mi primo, con los amigos de mi trabajo, organizaba reencuentros con mis amigas de primaria, hacía pijamadas con mis primas. Y siempre encontraba la manera de ser un pilar fundamental de cada grupito. No fuera a ser que me quedara sin tribu de nuevo.

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Después de varios años mesereando y haciendo grupitos por doquier, encontré un gran trabajo de oficina. Donde no sólo conseguí un nuevo grupito, sino una casa. Resulta que las oficinas se encontraban dentro de una casa gigante en Lomas de Chapultepec. Ahora que lo recuerdo, creo que muy simbólico que mi primer trabajo formal fuera en una casa, donde todos los integrantes me acogieron, me cuidaron y me enseñaron.

Tuve varios noviazgos, casi siempre con poco tiempo de duelo entre uno y otro. Tuve muchos amigos unos que todavía siguen y unos que ya no. Me mudé a un departamento y otra vez, como si las cosas pasaran sin querer y no porque las buscas, mi mejor amiga se mudó en el departamento de al lado. Una tribu vecina.

Un día regresando de trabajar, fui a saludarla. Era una dinámica regular. Las dos teníamos carta abierta para entrar en la casa de la otra. Entré y ahí estaba él.

¡Ay Disney! ¿Podrías ser menos predecible? Saludé a mi mejor amiga y a su amigo hasta entonces desconocido. Me invitaron a quedarme y obvio accedí con mi “tribumetro” parpadeando en la frente. Después de varios meses conociéndonos nos hicimos novios.

Resulta que el novio tenía una familia súper unida, feliz, con historias maravillosas de viajes juntos, donde todos ponían el arbolito y tenían sus fotos sonrientes pegadas en el refri. Una familia hecha y derecha. Sin haber planeado mi discurso ni haberlo pensado antes, un día le dije: “Yo me quiero casar y tener hijos, si tú no quieres dime para no perder el tiempo”. Al tiempo que las palabras salían de mi boca, no podía creer lo que estaba diciendo. Esa fuerte declaración podría resultar en quedarme sin mi nuevo plan de tribu. ¡Disney, ven a rescatarme!

Para mi sorpresa, el novio contestó positivamente y decidimos seguirnos conociendo sabiendo que los dos queríamos lo mismo.

¿Quieren saber que pasa después? Disney es experto en estos finales. Nos casamos en una boda de ensueño, tu-

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vimos un hijo maravilloso y quisiera decir que vivimos felices para siempre. Pero eso es lo malo de mi buen amigo Disney, nos hace pensar que después de casarse, viene implícito el “y vivieron felices para siempre” y así no es. Disney, nos jodiste la vida.

Creo que me convertí en adulta cuando supe que la vida no es una película. Ni yo era Cenicienta viviendo con su malvada madrastra, ni era Ariel escapándose del autoritario de su padre y tampoco era Jazmin viviendo en una jaula de cristal con fuertísimos deseos de salir a la libertad (bueno, esa un poquito sí). Y Victor, mi esposo, tampoco era el príncipe azul que me vino a rescatar de una vida de tristezas, soledades y miserias.

Hemos peleado, nos hemos frustrado, hemos querido dejar de vernos, hemos hecho cagadero con nuestros pedazos rotos, pero también hemos aprendido a aceptarnos, a cuidarnos, a respetarnos, acompañarnos y a ir pegando nuestros pedacitos poco a poco. A veces nos falla, pero estoy convencida que la practica hace al maestro. Aprendí que es muy difícil estar con alguien, pero más fácil de lo que mucha gente piensa. Si quitamos estereotipos y obligaciones impuestas por la sociedad, aprender a vivir en familia/tribu/pareja, es tan sencillamente complicado como una receta de cocina que yo misma me inventé:

Elegir a alguien que comparta tus mismos valores. Que tenga metas de vida similares a las tuyas. Que sus defectos no te molesten más de lo que te gustan sus virtudes. Que tenga buena conversación y comunicación. Que sea buena compañía.

Mezcle bien los ingredientes y listo. Porque sí, querida audiencia, el amor está súper sobrevalorado. Y de paso les digo que la fidelidad también. Siempre queremos y esperamos a alguien que haga algo –lo que sea- por y para nosotros y, para mí, así ya no es. Florentina:1 – Disney:0.

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No me ha costado tanto trabajo asimilarlo porque lo he venido haciendo desde hace mucho tiempo sola. Me cuido sola, me saco de la miseria yo sola, me hablo sola, me la paso bien sola. Así que no espero algo en particular de nadie. Aunque tampoco estoy cerrada a recibir regalos de la vida y de las personas. Antes me costaba mucho trabajo pedir ayuda y aceptar cosas. Hoy la pido cuando la necesito y tomo lo que llegue feliz y agradecida, pero si no llega tampoco me tiro al drama. Yo creo que la vida me hizo así.

No me asusta estar sola porque se perfectamente lo que es y cómo es. Estuve mucho tiempo así y aprendí a vivir en paz con mi soledad. Pero si tengo la suerte de poder elegir, siempre voy a querer estar en tribu. Sólo tengo una regla: No permitirme nunca estar en un lugar que no me hace feliz. La Florentina que me trajo hasta donde estoy no se lo merece. Por ella llegué aquí. A un hogar tan bonito, con un bebé tan perfecto y con un esposo tan aliado. Con grandes amigos y amigas. Con tribus. Y como en todos los cuentos de Disney siempre hay una carta de amor, esta historia no va a ser la excepción. Floren: Te escribo desde mis 34 años. ¿Cómo estás? Quisiera preguntarte mil cosas, pero la verdad lo único que realmente quiero es saberte sana, feliz y tranquila. Espero que vivas en el bosque, con tu esposo y tus hijos si es que todavía quieren vivir contigo. O con tus amigas o un noviecito, si es que el amor romántico al final no resultó como planeabas. O tal vez sola, con un huertito. Espero que nuestros hijos están sanos y felices, haciendo lo que les da la gana y solapados por ti. ¿Si tuvimos una hija? ¡Ay me urge saber!, pero no me quiero adelantar.

¿Somos abuelas? Acuérdate de no ser imprudente con tus yernos o nueras y también acuérdate de que, si tus hijos no quieren hijos, no les digas nada ni te eches comentarios no solicitados. La verdad quisiera pedirte muchos consejos, pero al mismo tiempo no. Sólo quisiera prometerte que me voy a cuidar mucho, empezar a ser más consciente de las cosas a las que les debo de poner atención física, mental y espiritualmente para llegar a donde tu estas, justo

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como te imagino. Supongo que debo de empezar queriendo y cuidando más a mi cuerpo, porque es lo más fácil. Y después, dejarle de poner energía a cosas que no la requieren o no la merecen, perdonar y superar, porque eso es lo más difícil. Te imagino como una viejita feliz y buenvibrosa, que no trae esas cosas cargando, así que te prometo que lo voy a hacer bien.

¿Tienes rastas blancas? Seguro si, siempre hacemos lo que nos proponemos. ¿Sabes que quisiera? Que la edad nos haya ayudado a cuidar más el dinero, a ser más previsoras y ahorrativas. Necesitamos una casa o por lo menos un fondo de ahorro, porque no queremos encadenar a nuestros hijos a cuidarnos o a ser responsable de nosotras, sino al revés.

Hablando de esto, quiero decirte que espero con lo más profundo de mi alma, ser una buena madre y que nuestros hijos no sientan la más mínima responsabilidad de complacerme ni de agradecerme nada y que estoy trabajando internamente muy duro para no dejarles frustraciones ni expectativas. No quiero que se sientan nunca responsables de mi felicidad o de mí, pero yo acepto con todo el gusto a contribuir en todo lo que pueda a la suya, para que puedan ser lo que quieran ser. Espero que lo hayamos hecho bien, y si no, espero que hayas sabido corregir mis errores y enmendarlos bien.

No sé qué más decirte, ya sabes que no se nos da muy bien futurear porque nos da ansiedad. Solo deseo y decreto que seas plena, que hayas hecho todo lo que quisimos hacer y que sigas haciéndolo. Que sigas creyendo en cosas que las demás personas no creen: en la energía, en los remedios curativos, en el poder de la naturaleza, en Dioses y en Diosas, en el horóscopo, en la magia, en los cuentos de Disney. Que sigas recibiendo en la casa a tus tribus, que la gente se sienta segura y querida contigo. Que sigas redescubriéndote, reinventándote y replanteándote las veces que sean necesarias. Qué tengamos dominado el arte de coleccionar momentos hermosos en nuestro museo cerebral. Qué seas esa viejita con alma joven, porque como siempre lo hemos dicho:

la edad es un estado mental. Quisiera ser menos cursi, pero nos encantan los clichés y los finales felices. Voy caminando hacia ti, sin apresurarme mucho y sin voltear tanto al pasado, pero un poquito si, para no perderme y saber quién soy y de dónde vengo. Espérame ahí, en nuestra casita en el bosque, para finalmente abrazarnos, agradecernos y juntas poder decir: Viví feliz para siempre.

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Florentina Scully Mamá, psicóloga de profesión, activista de corazón. Le cuesta trabajo concretar ideas y terminar lo que empieza. Le gusta la salsa cubana, el rock y cualquier comida con chilito y limón. Trabaja en la ONU desde hace 10 años y cuando sea grande le gustaría ser maestra.

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