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Pinchecovid por Adriana Padilla

Hola. Soy Adriana, y soy sobreviviente de COVID… apenas Tuve el virus y sané. Eso fue relativamente fácil. Pero sobreponerme a todo lo que la enfermedad trajo y se llevó, esa ya es otra cosa. Cuando mi mamá me dijo que estaba enferma, mi vida se detuvo. Después enfermé yo, y después mi hermano, nosotras salimos vivas. Él no Decidí mudarme a nuestra casa en Valle de Chalco, para estar con ella, pero cuando estaba a la mitad del proceso, mi pareja se enfermó, y con él sus padres.

Olvidaba decirles que soy codependiente. No sé si eso sea bueno o malo, he aprendido a vivir con ello. ¿Cómo no ayudar a las personas a las que quiero, cuando pasan por algo como esto? No es tampoco que sea la “buena mujer abnegada y entregada a los suyos”. La verdad es que esta ha sido la primera vez en mis 36 años, que me tocó ser la adulta responsable. La verdad, es que jamás en mi vida fui, ni hubiera ido a la casa de algún novio para preparar el desayuno, hacer las compras o prepararle tecitos a los suegros ¡pa mis femipulgas! Pero “nunca digas de esta agua no beberé, porque en cualquier momento viene un apocalipsis que nos hace llevar la vida como nunca lo imaginamos”

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Me cuesta trabajo admitirlo, pero también me gusta el reconocimiento. No es que los cuidara buscando eso, pero es un plus, y se siente bien. Llegué a la casa de mi novio con un menjurje que había ayudado a mejorar a mi mamá. También lleve varias plantas y raíces con las cuales les hacía tés que nos habían servido a nosotras.

Eventualmente, masajeaba los pies y las manos de mi suegra para aminorar la jaqueca, el mareo, o algún otro síntoma que apareciera en ella. Gracias a eso, mi suegra me presume con sus hermanas, como alguien que sabe de herbolaria y mesoterapia. Yo lo he hecho con la sola intención de ayudarla, pero es agradable que reconozcan mi capacidad curativa, aunque la mitad de esa sapiencia haya salido de Pinterest y youtube. De cualquier modo, gran parte de esas veces, lo que realmente le ha

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hecho falta, ha sido un apapacho. A veces a mí también me falta apapacho. No es que no reciba amor o gratitud de aquellos a quienes cuidé, pero no puedo dejar de sentir que necesito algo más, y no sé cómo pedirlo, porque soy alguien que suele dar.

Yo, que decidí no tener hijos, por no llevar la responsabilidad de otro ser, me vi a mí misma a cargo de mi mamá, hablando con los doctores, revisando horarios en las medicinas, manejando hacia la clínica y convenciendo a mi mamá de que comiera. A fuerza de necesidad, me obligué a mantener la ecuanimidad mientras ella luchaba por respirar y hablaba con los doctores de su miedo a morir, y a no desbaratarme completamente cuando me empezó a dejar encargos sobre qué hacer en caso de que se fuera. Pasé los primeros días sin llorar, hasta el día en que una amiga me llamó. Yo me cambié de cuarto para que mamá no me escuchara. Mi amiga me preguntó cómo estaba, y yo solté todas las lágrimas que había acumulado durante esos días. En toda la llamada solo dije tres palabras, lo demás fue llorar. Ella sí habló, habló mucho. No recuerdo lo que me dijo, pero sé que me hizo sentir mejor. Me dio la fuerza que se me estaba acabando. Me lavé la cara y volví con mi mamá.

De eso ya ha pasado tiempo. Ahora ella está relativamente bien. Volvió a trabajar y a hacer sus cosas, y yo no entiendo porque, ahora que todos estamos sanos, simplemente no me siento bien.

Ahora que vuelvo a vivir en el Estado de México, no puedo dejar de asociar mi ubicación geográfica con la de mi corazón o mis sentimientos. Nadie quiere venir a verme. Les parece lejano, peligroso o difícil de llegar, o me confiesan que sus compromisos o la cuarentena les dificultan el viaje. Como si la Ciudad de México fuera segura, o como si yo no tuviera que recorrer el mismo camino para ir a verles, o como si mi vida fuera menos importante, y por ello yo si pudiera darme el tiempo de ir para allá.

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¿Sentirme sola? A veces…. La verdad es que hay personas cercanas a mí, que me quieren y que me han apoyado mucho en estos días, pero a veces ni siquiera sé lo que realmente necesito. Ahora que todos estamos sanos, me queda encargarme de mis propias secuelas.Las secuelas por enfermarme y las de cuidar a los enfermos La falta de aire, con la cual subir una escalera con cubre bocas, siempre parece una gran proeza ¿correr? Ni de chiste

Agotamiento. El físico, que no me deja hacer nada sin tener que descansar después, sintiendo que cualquier actividad, por pequeña o breve que sea, sea como cargar una roca gigante todo el día; y el agotamiento emocional, que me tumba en el sillón día tras día, que no me deja pensar en nada. Que no me deja responder, ni planear, ni hacer, ni saber, y que me hace sentir que he cargado esa misma roca, pero toda la vida. Que me hace sentir señora por primera vez en mi existencia. Que me hace llamarme vieja, para que me respondan que no se me ve, y que yo les diga que no se ve, pero sí se siente Ansiedad, que nunca se va. NUNCA, ni cuando veo la tele, ni cuando rio, ni cuando quiero. Ni siquiera cuando duermo, pues me hace soñar cosas horribles como que los muertos reviven en formas monstruosas, o que los vivos mueren y esta vez no hay nada que hacer. Que me hace despertar a cualquier hora de la noche siempre con angustia y sensación de que me ahogo. Que crece cuando recuerdo que llevo cuatro meses sin trabajar, y que no sé cuánto me falte. Que tengo que seguir dando explicaciones a mis clientas, mientras les suplico que sigan teniendo comprensión y paciencia, temiendo que se les acabe en cualquier momento, y me manden a la chingada con justa razón

Una ansiedad que me hace comer todo el tiempo, y que haciendo mancuerna con un agotamiento que no me deja hacer ejercicio, da como resultado veinte kilos más, la mitad de mi ropa inservible por no entrar en mi nuevo cuerpo, pies hinchados, y un amor propio ya casi inexistente.

Esto último, no sólo por el peso, sino por la otra secuela, no menos deprimente. La caída de mi cabello. Que

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después de tratar de rescatar con infusiones, tratamientos y champús, simplemente no dejó de caerse. Se quedó en mi almohada, en el sillón, en la mano, en la ropa. Mi cabello se fue y no pude detenerlo.

La cara demacrada, corona todo lo anterior. Trato de sonreír, pero el paso de esta difícil situación parece haberse quedado bajo mis ojos, en mis mejillas, en mi frente y en mi piel. A veces me dicen que me veo guapa, y les creo a ratos, pero casi todo el tiempo me siento fea. Y siento mucha, mucha tristeza. Por mi mamá que perdió a su hijo. Por mis sobrinas que están chiquitas sin un papá. Por todas las personas que han perdido a sus seres queridos, y que por cuestiones de la pinche pandemia, deben despedirse sin el consuelo del ritual acostumbrado.

Me siento triste por mí, porque no tengo ganas de seguir creando. Porque sé que la vida me está esperando, pero yo sólo quiero seguir acostada en el sillón, resolviendo rompecabezas. Y quiero pensar que es algo que va a pasar, y que en un futuro cercano retomaré el acostumbrado ritmo de mi existencia, pero justo ahora, estoy en una pausa desesperante

Adri, mi Querida Adri: Hace mucho no pensaba en ti, y hace más que no pensaba en la Adri del pasado Justo antes de que se declarara la cuarentena, fui a ver una obra en el Teatro de la Ciudad, me acordé de ti, y me dieron ganas de buscarte. Te extraño mucho ¿sabes? Justo ahora, me pareces tan lejana… No dejo de pensar en lo decepcionada que estarías si supieras en donde estoy ahorita. Tú, que estabas tan bien entonces, que tenías tantos planes y te sentías tan completa, y ahora yo, aquí atorada sin ir para atrás ni para adelante. Pero te juro que es algo temporal. Te prometo, con todo mi corazón, que en un futuro cercano te escribiré para darte mejores noticias. Quien sabe, igual y ahora que retomamos la comunicación, me ayudes a reencontrar el camino. Mientras tanto, te mantengo en mi corazón y te pido que no me dejes sola.

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Realmente, no es que hayamos perdido la esperanza o el amor por la vida. De vez en cuando parece que las cosas apuntan a mejorar, demasiado lento tal vez, al igual que las secuelas físicas. Pero avanzan al fin y al cabo. Me corté el cabello, como jamás me hubiera atrevido a cortarlo, y me gusta. También abrazo a mi mamá más que nunca, y conocí nuevas amigas que son maravillosas.

Por favor, no dejes de decirte a ti misma, lo mismo que les dices a todas las personas que hablan con angustia. Esta situación es nueva y no es para siempre. Estás aprendiendo, y vas a aprender más, y en otro tiempo verás hacia acá con alivio. Hasta entonces, recuerda que te amo, y que siempre contarás conmigo. Te amo Adri Nos amo Me amaré siempre Adriana Padilla Artista de profesión, feminista de corazón. Como buena rebelde de toda la vida, se negó a estudiar enfermería o medicina, como lo hiciera casi toda su familia. Ella dice que ya tiene muchos parientes curando al cuerpo, y a ella le toca curar el alma. Y está feliz con su decisión.

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