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Descripción de un nido

Hay quien sostiene que Severo mereció un trato más cálido por parte de las autoridades penitenciarias, una celda privada y la prensa diariamente como mínimo. Hay incluso quién se atrevió a pedirlo en voz alta y a continuación le hicieron admitir su error. Aislarlo, concluyeron, sería concederle un valor inmerecido. ¿Qué pedirían los cientos de reclusos aislados por toda la isla de enterarse que cualquiera tenía derecho a la soledad? Una celda colectiva es como una fosa común, sin flores a título personal, una mezcolanza de brazos y piernas, un racimo de ojos. En su vientre nada entra si no se aprieta, las literas recuerdan algún campamento infantil pero las paredes de una hechura rugosa advierten que se trata de una pesadilla. Un tragaluz a poco del techo por donde no se puede ver el cielo, pero sí se escuchan los pajaritos y la lluvia, y en ciertos amaneceres, si un recluso se monta a caballito sobre otro y mete la nariz, logra sentir un frescor de lo más parecido al rocío.

Entre los dibujitos obscenos de las paredes, hay dos que llaman la atención de Severo:

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Una isla:

Severo asume que la pared vacía alrededor de la isla (que por lo demás pudiera ser un delfín) es un mar y la que rodea la pinga (que es sólo pinga) es un cuerpo. Puede que él sea abuelo, pero su cuerpo tiene poco que envidiar a los que nadan para empezar el día, cualquiera puede sentirse si no feliz al menos satisfecho de ver su rostro al despertar. A su alrededor, posados en sus literas como crudos sucesos, yacen ahora las figuras amarillentas de su nueva familia. En su carácter ilusorio y eterno ese mar que los rodea es de una utilidad primaria: los reclusos se rascan la espalda restregándose contra su superficie. Cada cual con su aire de ahogado, olvidados del nombre que les dio su madre ¿Qué alegoría esconde hacer de una celda el mar, un cuerpo? ¿Habrán convocado un casting en todas las cárceles del país antes de elegirlos? ¿Acaso no es posible que hayan formado un comando de chivatones con el fin de sacarle información como se sacan dientes?

Sus motes son resultado de una estudiosa observación, digamos que al que llaman Mojamé tiene pinta de gato mojado. A ese de ahí, que responde al atractivo sobrenombre de El Tigre, se le pueden contar las costillas a pares rayando su torso. La Sandinista, se entiende que es un nombre artístico, lleva los cardenales de una golpiza nocturna como

si le hubiera brotado una amapola en el rostro. Se pasea por los cuatro metros cuadrados de la celda deteniéndose en cada litera, allí le sonríe a quien sea y te dice «no se permiten hacer fotos con flash», y de un saltico ya está con el siguiente. Mojamé a veces la besa, el Tigre le gruñe y Severo siempre le saca una risita involuntaria. Cuando termina su ronda se echa a los pies de Furrumalla, que le acaricia la nuca desde su litera mientras pasea la vista por sus dominios. A Furrumalla le faltan todas las piezas frontales de su dentadura, pero sonríe a cada segundo mostrando orgulloso sus encías vacías. Severo tomó la siguiente nota mental: «no se confía en quién no necesita de sus dientes para sobrevivir». Hay otro que permanece en el silencio y del que Severo quizá deba cuidarse pues no se avergüenza de no tener nombre, lo que también es bastante peligroso. ¿Quién sería cuando dejara de ser Severo? ¿Podría, lucha cuerpo a cuerpo con Furrumalla mediante, ganarse el derecho a nombrarse a sí mismo? Desconcierta un poco que sepan tanto de él y no saber nada de ellos, tal parece que han repartido copias de su expediente justo antes de su llegada. Entonces todos conocen su profesión, presuntos delitos y sentencia, entonces no les interesa llamarlo «arrancamuelas» o «matasanos», sino los nombres que podrían sacarle y canjear por una rebaja de algunos añitos según la jerarquía de la información. Sin esforzarse mucho, a Severo le vienen a la mente uno que otro que sumados valdrían una cadena perpetua. No está aquí para hacer amigos, aquí hay que ser como hay que ser. El único punto ciego de la celda es el baño, por razones que se le escapan pero agradece se respeta la tranquilidad de quien caga. Así que a riesgo de ser bautizado como «La Fontanera», Se-

vero pasa largos ratos acuclillado en la letrina. Y aguarda, desde que se lo llevaron de casa su intestino se ha negado a evacuar. De joven en la facultad le enseñaron que a veces, cuando un órgano se encuentra mal, por solidaridad los que lo rodean comienzan a deteriorarse también. ¿Era su incapacidad de cagar la raíz o apenas un síntoma de algo más grave? Enumerando en voz alta todo aquello que limita con el intestino, tras un gran esfuerzo, pudo defecar un poquito. Por curiosidad médica inspeccionó sus heces y creyó que gritaba, pero nadie lo escuchó.

Le hubiera gustado encontrar una noche estrellada y fresca al acostarse, un cielo bueno para reflexionar, no el techo que por algún truco visual se le venía encima a razón de tres palmos por minuto. Cerró los ojos y pongamos que quiso escuchar el mar, pongamos incluso que una ola rompió a sus pies en una orilla de su infancia.

Un olor acaramelado devolvió su playa adonde pertenece allá a cincuenta años de distancia. La Sandinista de piernas cruzadas en el borde de la cama, idéntico a una madre que despierta a su niño acariciándole la cabeza, una sonrisa afable. Antes de que Severo pudiera reaccionar, La Sandinista lo inmovilizó y como si le contara un secreto, le dijo al oído que no se preocupara por la sangre en su mierda, que a él le sucedía a diario, pero si no quería ser nombrado «La Sanguinolenta», debía ayudarlo. Trepados en sus literas, muchos pares de ojos asistían a la escena como desde las ramas de un gran árbol. Severo asintió tímidamente y el codo hundido en su cuello lo dejó respirar. Entonces La Sandinista abrió la boca y Severo se asomó a su interior, a grandes rasgos entrevió una carie del tamaño de una casa en el Primer Molar Superior

Derecho, restos de comida atrapada entre el Segundo y Tercer Molar Superior Izquierdo, y lo más alarmante: una fístula sobre el Canino Superior Derecho. Para un mejor reconocimiento, Severo introdujo dos dedos y acarició la encía dañada, luego introdujo un tercer dedo y cayendo con todo el peso sobre La Sandinista, su puño cerrado entró hasta la base de la muñeca. Cuando vio que su paciente se atragantaba algo se relajó en él, La Sandinista se arrastró tosiendo y gimiendo a los pies de Furrumalla. ¿Podría explicar que había sido una confusión momentánea, que se trataba sólo de un deseo largamente reprimido y siempre latente en todo el que se las ve a diario con bocas abiertas? La sonrisa que le dedicó Furrumalla, una boca que recordaba una caverna, le dio la impresión de cierta forma de refugio. Furrumalla saltó de la cama y estiró sus músculos, vino hasta Severo y le puso una mano en el hombro que fue como una palabra persuasiva. Sin que nadie se lo pidiera, Severo se colocó solito frente a la pared, ok, lucía medio hipnotizado, pero nadie lo forzó. El recluso sin nombre se puso a cuatro patas y sirvió de escalón para Furrumalla, que trepó sobre los hombros de Severo y metió la cabeza en el tragaluz de modo que desde el punto de vista de los otros, expectantes, Severo sostenía en perfecto equilibrio a un hombre decapitado. Furrumalla le dio unos golpecitos cariñosos en la cabeza y gritó que podía ver la luna, hubo quien aplaudió.

No había sido tan grave, de niño recibió castigos peores sin llorar, una vez su maestra le obligó a escribir cuarenta repeticiones en la pizarra de «debo atender a clases» por mirar lo que parecía una gaviota cruzando por la ventana. De alguna manera él

también había divisado la luna, ese fue su último pensamiento antes de acurrucarse listo para volver a aquella playa.

La luz se apaga invariablemente a las 22:00 pm, para una descripción más fiel de la noche se necesita una cámara con flash.

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