Abel Arcos, 9550: una posible interpretación del azul

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Descripción de un nido

Hay quien sostiene que Severo mereció un trato más cálido por parte de las autoridades penitenciarias, una celda privada y la prensa diariamente como mínimo. Hay incluso quién se atrevió a pedirlo en voz alta y a continuación le hicieron admitir su error. Aislarlo, concluyeron, sería concederle un valor inmerecido. ¿Qué pedirían los cientos de reclusos aislados por toda la isla de enterarse que cualquiera tenía derecho a la soledad? Una celda colectiva es como una fosa común, sin flores a título personal, una mezcolanza de brazos y piernas, un racimo de ojos. En su vientre nada entra si no se aprieta, las literas recuerdan algún campamento infantil pero las paredes de una hechura rugosa advierten que se trata de una pesadilla. Un tragaluz a poco del techo por donde no se puede ver el cielo, pero sí se escuchan los pajaritos y la lluvia, y en ciertos amaneceres, si un recluso se monta a caballito sobre otro y mete la nariz, logra sentir un frescor de lo más parecido al rocío. Entre los dibujitos obscenos de las paredes, hay dos que llaman la atención de Severo: Una isla:

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