3 minute read

Fin y principio

Una descripción acertada de La Víbora, podría comprender desde la Calzada de Palatino a la Avenida de Agua Dulce (Vía Blanca), que la separa de El Cerro al norte, continuando por la Avenida General Lacret, límite con Santo Suárez, a la Calzada de 10 de Octubre (antes Calzada de Jesús del Monte), por la Avenida San Miguel (Avenida Andrés) hasta Mayía Rodríguez y por la Avenida de Santa Catalina hasta la Calzada de Palatino. De acuerdo a este esquema, el área que abarca Villa Marista (terreno de beisbol incluido) es parte de La Víbora. Aunque hay quienes aseguran que en realidad pertenece a la barriada de El Sevillano, con el fin de evitar debates superfluos es preferible ceñirse a los trazados oficiales.

Ya un poco hacia el Suroeste se encuentra el reparto Aldabó, nombre procedente de una fábrica de licores ya desaparecida y que aquí no tiene nada que ver. Su configuración, larga y estrecha, colinda con tantos municipios que parece que lo harán saltar del mapa de tanta presión. Su población estimada para 1992 era de 29000 habitantes, si bien después del 16 de enero pasó a ser de 28999, cifra de una exactitud chirriante y que merece ser redondeada en cualquier censo que se respete. El ausente responde al nombre de Severo, odontólogo de profesión, sesenta años de edad, caucásico, seis pies dos pulgadas de estatura, ojos claros (su esposa preferiría decir color cielo), hijos, nietos, cabeza de familia en definitiva.

Advertisement

Entre La Víbora y Aldabó median aproximadamente seis kilómetros, el camino más rápido para llegar es tomando la calzada de Vento, como quién

se va al aeropuerto y después al cielo. Si se quiere un trayecto fluido y sin esperas incómodas, sin llamar la atención en fin, es aconsejable salir a altas horas de la noche. De madrugada por ejemplo, dicho viaje se puede cumplir, segundos más segundos menos y debido al mal estado de las calles, en diez minutos. Es dable asumir que se trata de un Lada, simples probabilidades: en ese tiempo uno de cada cuatro autos en La Habana es un Lada e incluso en la flota de la Seguridad del Estado puede decirse que uno de cada dos autos es un Lada en sus distintos modelos. Pongamos de paso que es blanco, o en su defecto verde y que es conducido por un jovencito muy serio, especie de adolescente precoz como suelen ser los choferes de la flota de Ladas blancos y verdes. A su lado el correspondiente oficial pensativo, jefe de la operación, y atrás van los musculosos con caras de brutos, los de verdad. Pero cuatro seres no bastan, un solo Lada sería insignificante, dos, tres, cinco Ladas ya enmudecen las casas a su paso. Por lo que, en efecto, prácticamente tenemos una caravana que atraviesa la noche, verdiblanca al ser alcanzada por alguna luz y muy negra en las callejones oscuros. Después de ellos apenas resta el amanecer, un nuevo día y el olvido, ellos entierran las noches como monstruos benditos. Naturalmente, siempre encuentran documentos, evidencias, papeles, alguna que otra paloma trazada a lápiz. Podría decirse que el maletero de los Ladas verdes y blancos fue diseñado para transportar el peso vano de hojas sueltas.

A la mañana siguiente, recordemos que es enero, creo en un clima bastante frío, al menos las estadísticas meteorológicas de la isla así lo indican. Pero Severo, perdido en ecos de encierro como está, seguramente siente que se quema.

Es acusado formalmente de rebelión y por extensión es numerado, lo que se traduce en que a partir de ahora será un expediente, no más un individuo.

Asignan al Teniente Andrés S. Chapeta como Instructor del caso.

Chapeta, en el sentido estricto de la palabra, significa «marca encarnada en la mejilla». Sin embargo el instructor Andy (que así le debe llamar su mamá) es conocido bajo el mote de Stiopa.

This article is from: