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Rubias para Kid
Ser viejo es amanecer panza arriba en una cama que ya apesta a paz. Aceptar con agrado y sin trabas esos contactos paralíticos: efecto generalmente imbécil que produce en algunos hombres solos la vejez, aquellos a los que las carnes flácidas vuelven hombres buenos hacia el ocaso.
Un viejo bueno es alguien que no para de arrepentirse, vencido por una necesidad urgente como la sed de pedir perdón. ¿Pero a quién?
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El que se queda siempre se lleva la peor parte, pues no le está reservado el olvido, ni el sueño, mucho menos el perdón.
Kid, digámoslo, es un viejo solo que nunca salió del pueblo donde nació, cuestión de principios o complejos su falta total de curiosidad por lo que estaba más allá de la punta de su nariz. Bien te veo, Kid, bien te veo, ya era hora del asco, ese deseo forzado que sube del estómago, atraviesa la garganta y se queda en la punta de la lengua: ansias de hijos, nietos y mascotas, una esposa aunque sea muerta, ansias de una ridícula foto familiar para engañar a la muerte, engañarse a uno mismo y poder decir «algo he dejado» a modo de despedida.
Kid nunca supo con precisión a cuantas mujeres preñó por ahí, nunca miraba atrás, sus piernas iban demasiado rápido para esos detalles. Prefería las rubias pechugonas, que escasean, que parecían palomas doradas en fotos de revistas. Kid usaba camisas ajustadas para que sus bíceps hablaran por él, entraba a los bares, marcaba a la rubia menos teñida y se sentaba en silencio a su lado, a fumar, a mirarla así como si ya estuviera desnuda. A veces Kid debía
espantar algunos buitres que se le posaban a las rubias menos teñidas, nada serio, a veces bastaba con que Kid llegara a un bar para que las rubias menos teñidas quedaran servidas. Kid ni siquiera había sido boxeador, pero nadie recordaba su nombre real, nadie lo miraba a la cara, sino a los bíceps. Sus padres lo apodaron así para animarlo, ellos fueron los primeros en comprender que su hijo mayor sólo tendría futuro tumbando cosas. Era un sueño que le pagaran por adormecer cuerpos, su sueño, el de Kid y no el de ninguno de sus hermanos, todos tan inteligentes, tan parecidos a sus padres. Sin embargo las rubias eran la realidad, frágiles y doradas ¿quién con dos dedos de frente querría soñar con uno de esos cuerpos en la cama? Con las rubias hay que estar despiertos (le contaba Kid a todo el que quisiera escuchar a sus bíceps), de lo contrario se nos destiñen entre las manos. Cuando Kid decía «destiñen» se refería a «marchitan», no porque las rubias fueran flores y sí porque sentía que todo lo esencial de este mundo ocurría cuando él (Kid) cerraba los ojos. Sentía al despertar que se había perdido aquello que buscaba, y lo que se pierde se marchita ¿o no? Exacto, la vida era una melena mal teñida de rubio, peluca barata. Y mientras sus hermanos se iban a La Habana, a Moscú, al Norte, al cielo, Kid se hundía en pelos de sol para ahogar la nostalgia en un sueño sin sueños que invariablemente lo conducía hacia allá: la ausencia.
Convengamos en que a Kid se satisface con poca cosa, a estas alturas se conforma con un arrullo, la cercanía de un cuerpo que no pueda tocar y por consiguiente marchitar, la aparición, se desprende, de algo como una hija, como una esperanza para que esto pase a llamarse: «La redención de Kid». Qué reconfortante esa aspiración instintiva de los
hombres a parecer abuelos indefensos antes de la muerte ¿verdad Kid?
El paso de los viejos buenos es lento, un andar cansado, en marcha atrás, todos les pasan por al lado y siguen de largo, todos con un destino real, todos de un punto A hacia un posible punto B. Nunca Kid, que camina en círculos alrededor de A, B o un imposible punto C. Es terrible pensar que avanzar ya no es ir dejando rostros atrás, que ya no hay espacio para nuevos recuerdos. Reducido a esa inesencia, realiza Kid su acostumbrado paseo matinal que termina a la orilla del mar, un breve respiro de brisa salada, y a casa. No es que el mar sea su destino, recordemos que Kid no lo tiene, el mar es sólo el destino de cada calle en La Sal. Sin embargo hoy, y «hoy» es todo lo que tiene Kid, una palpitación tensa, una desarmonía que no es el fin pero que aletea parecido en su interior, lo obliga a parar en seco y voltearse. ¿Qué buscas Kid? Algo que amó con temblor y delicia, una cabeza rubia y perfecta en función de su altura. Quién diría que hay rubias para criar y no para tocar, rubias que lo persiguen a uno sin intenciones malsanas. ¿Acaso no te resulta familiar, Kid? Su madre fue la rubia más deslumbrante de La Sal por lo que presumiblemente es hija tuya. Frente a frente con el mar de fondo ¿qué puede preguntarse o prometerse? ¿Soy tu hija? ¿Soy Kid? ¿Acaso todo esto no es un poco inverosímil? Sí, todo es terriblemente novelesco.
La felicidad aparente no es desconcertante, ni sospechosa, especie de espejismo, y quién quita que los espejismos sean la única manera conocida de felicidad. Si se puede pensar en un sueño nada ambicioso, Kid vive en ese sueño: un cuerpo cercano, una voz y la palabra «papá». Es esa la rubia resultante y definitiva, a la que puede llamar «niña» y tocar
sólo sin maldad. «Tiempo al tiempo», han dicho quienes han visto caer a Kid, «esa hija supuesta será como sacar la cabeza apenas un instante para volver a sumergirse», han dicho. La felicidad es esto: lo que no basta. Aunque Kid hubiera querido que tuviera mejores pechos para hacerle frente a la vida, para compensar le enseña a andar de paso, sin quedarse a ver en qué se convierte el amor, que tampoco basta. Pero mientras los hombres se reservan el derecho de huida, las mujeres mutan, y crecen: latidos que enraízan. ¿Una rubia embarazada sigue siendo rubia? Al menos es menos rubia. ¿Cómo ser un auténtico viejo bueno sin ser abuelo? Estás listo, Kid, mentalmente apto para un fin cualquiera, que tu cuerpo se acostumbre a la idea es cuestión de una corta espera, «tiempo al tiempo» han dicho. En definitiva tu familia y por añadidura tu generación está signada por la dispersión. ¿Adónde han ido a parar tus hermanos? Muy lejos, muy cerca, espectros de carne y hueso que queman la mirada como única evidencia de vida. Un vagabundeo inmotivado entre el olvido y la memoria: vejez saludable.
Si las hubiera, el dar a luz sería una buena razón para los reencuentros, tocados por un nacimiento se suaviza la desilusión. Digamos que el desorden perceptivo que acompaña a tales momentos se alivia en la contemplación de lo que sólo conoce su deseo impostergable de ser amamantado. ¿No es hora ya de los nombres? Ella dijo: escoge tú, Kid, dale papá, un nombre al azar que puedas gritar cuando tu nieto se pierda. La responsabilidad, ese escándalo de los adultos que no saben estar solos. Kid tiene tres hermanos y tres hermanas con sus respectivas parejas, hijos y nietos suficientes para fundar un partido político o al menos para jugar un partido de béisbol. Hoy que puede, que es todo lo que tiene Kid, hoy
está en su derecho natural de aullar pidiendo auxilio, y no por cobarde sino por viejo, subrayo, «viejo bueno». Lo real, la sangre y la infancia en común lo permiten. Digan lo que digan es un ruego tibio, es la familia.
Quede sobreentendido que la presencia de Severo a partir de hoy no responde al llamado de Kid, es un pretexto ¿pero qué acción, gesto, caricia no lo es? No, nada que ver con el tema, Severo «está» mientras ningún otro «apareció» por La Sal. Por supuesto, se trata del Severo actual y no del que recuerda Kid, pero es Severo letra por letra, una grata excepción familiar y las excepciones no se discuten.
Kid opina sobre la mujer de Severo: una rubia absolutamente modélica, en la que pareciera que los años se supieran amontonar sin estorbarse, una rubia a la que le asienta la desolación.
Amarga impresión de los ojos de Severo: mirada de corte perdido, con la bruma como único punto de referencia, también una pizca de inquietud.
A los hermanos largamente separados les resulta difícil delimitar con precisión el paso de la nostalgia a la mera tristeza en el rostro del otro. Los años en la piel importan. Aunque hubo un día en que hasta tú fuiste feliz, y te sentiste, se describe así: «bajo cierto efecto soleado». Y si Kid tuvo cierta luz, qué decir de Severo, que se fue a La Habana, una ciudad, dicen, donde La Sal es apenas algo comestible: la sal.
Kid se confiesa: «Pensé que no vería de nuevo los rostros de mi infancia».
Severo sonríe, aún recuerda el modo de hacerlo, si bien hablamos de una risa mecánica, no de alegría, y como quien explica a un niño que incluso las estrellas tienen un fin, le cuenta su versión de la muerte:
«¿No lo ves Kid? tú nos vas a sobrevivir a todos, tú que te quedaste, que no creíste, tú que eres el mismo Kid de hace cincuenta años y que lo seguirás siendo al llegar, como sin darte cuenta, a los cien. Entonces vendrán a verte desde muchas partes, muchas foticos, Kid. Saldrás sonriendo primero en la revista Bohemia y después en Sputnik, junto a Medzhid Agáev, de 142 años, el humano más longevo de la URSS y quizá del mundo, un hombre que al morir será un árbol. Y Agáev te presentará a su joven esposa Sanán Guséinova, de 93 años, seguramente una antigua rubia de aquellas. Y cuando te pregunten por tu secreto, responderás que sobrevivir consiste más o menos en dejar pasar los días sin salir nunca del lugar donde comenzaron. Los demás no saben dónde van a morir ¿no es así camarada Agáev? Eso, Kid, aquí mi joven esposa y yo jamás hemos visto otra cosa que las montañas de Lerik, una región donde los verdaderos hombres sienten vergüenza de andar por los hospitales antes de los cien años». ¿Aparece Lerik en los mapas? ¿Será, como imagina Kid, una sucursal del cielo de las rubias? ¿Y La Sal, Kid, adónde van los que abandonan La Sal? Pueblo que retorna a sí mismo, hacia afuera: L/A/ S/A/L, y de vuelta: L/A/S/A/L ¿ves? Los nombres capicúas suenan a números, Kid, a una cifra que no tiene salida y que se lleva aquí en la frente adonde quiera que uno vaya. A lo mejor, quién sabe, el tiempo se dispersa, se pierde cuando uno se va y se concentra para los que permanecen. Kid, a lo mejor mientras más se espera más tarda en llegar el fin y por eso tú, con esa paciencia que crece en los seres inmóviles, arribarás sanamente a una edad provecta.
Los reencuentros afectan, hacen sentir que habrían tenido una gran suerte si no hubieran nacido;
afinando: lo que afecta es lo familiar. Pobre Kid, que todavía cree que la infancia debe ser salvada, que sólo atina a pedirle a Severo que nombre a su nieto. Pero «ya todo está dicho hermano, nada queda por nombrar».
Han dicho que fueron dos en lugar de uno, los que han visto caer a Kid han dicho que son gemelos, y uno de ellos retrasado mental, «una niña y un mongólico», eso han dicho. A falta de Kid su madre los ha nombrado a la moda, nombres inmundos de esta generación, Yunieski y Yunieska han dicho, nombres que son «un decir» y no capicúas, vean: ikseinuY y akseinuY. ¿Pero qué pretenden decir cuando aseguran que el subnormal guarda un extraño parecido con Kid? ¿La hembra acaso heredó los ojos de Severo? Severo, que ya «no está».
Estaban sentados en la sala, la televisión pasaba muñequitos rusos de los que Kid reía a ratos, cuando les informan que ha llegado la hora, que deben ir al hospital, no por viejos sino porque deben nombrar la infancia. Severo mira a Kid, Kid mira a otra parte, Severo sonríe como si Kid no fuera otra cosa que un muñequito, Kid apaga el televisor. Sin llantos y reproches frívolos en la despedida, un abrazo y adiós, cosa de viejos conocidos.
Kid se dirige al hospital rumiando nombres, pasos lentos de quien lleva la prisa dentro y conoce que apurarse no siempre acorta el camino. Debió ser el olor: sal y arena traídas por esa brisa que se escarcha en la piel, lo que hizo a Kid percibir que se encontraba en la playa de pronto. Entonces piensa que no está mal del todo salir para un nacimiento y arribar sin querer al mar, como tampoco estaría mal del todo salir a un entierro y terminar mojándose los pies en la orilla. ¿Es antes el nacimiento y después el entierro, o es primero el entierro y después el
nacer? ¿Será que Kid acaba de revelar, con horror, la pregunta que viene susurrándonos el mar desde siempre? Nótese que es pregunta y no respuesta. Pero «ya todo está dicho, hermano, nada queda por nombrar». Hasta los botes allí, alineados y amarrados como mascotas muertas, responden a una palabra que es la posibilidad de no desembarcar en ninguna parte: una salida acorde al «hermano» que jamás fue más allá de eso que en la ciudad, dicen, llaman «la sal».
El reflejo de un bote en el agua quieta, casi fijo, pintado se abre paso a la tarde, a un horizonte que se aproxima yéndose, haciendo trampa. A medida que oscurece el reflejo del bote se va achicando, regresando a su origen. La noche está bien, porque noche significa abandonarse a ese reposo secretamente íntimo, cálido como un vientre, en el que la piel se recupera de sus mutilaciones. El mar de noche, saber escuchar sus murmullos: ¿es esto navegar o simplemente flotar a la deriva? Es aquí donde los cuerpos valen poco y al mojarse se disuelven entre las manos como el cartón. Pero sin ilusiones, por favor, Kid en su obtusa transparencia no es lo que merece ser llamado héroe, ni se ahogará ni será recordado. Él quiere y espera estar en otra parte, ni irse ni quedarse, prefiere una permanente tercera posición: su deseo pasa por ser un tronco flotante que los tiburones no puedan morder y que el sol no logre marchitar. Ansía lo indeterminado, como un ajustarse a la corriente.
El amanecer siempre sorprende en mar abierto, sin avisar con leves gradaciones de luz: de un golpe de vista lo que fue negro regresa al azul total que asombra como debe asombrar el desierto. Porque también hay sed, que sube por los aires al cerebro y causa las mismas alucinaciones que las dunas de
arena. ¿O es que no es verdad que hay desiertos que alguna vez fueron mares? Es la ausencia de asideros el primer indicio de que nos hemos alejado de todo, y aunque Kid sería incapaz de pronunciar «asidero», intuye que estar rodeado de azul quiere decir que lo ha logrado. ¿Es posible entonces? irse de La Sal y no llegar a ningún otro lugar, ¿es esto escapar? Sin embargo el oleaje, como la arena, suele ser caprichoso, y Kid, que aún le cuesta creer en tanto azul, entrecierra los ojos para ver mejor y se cubre del sol con una mano como visera.
Una sombra se va improvisando en el horizonte, poco a poco se va endureciendo hasta volverse casi palpable, un litoral. Y Kid puede ir reconociendo los botes como insectos junto a la orilla, los tejados de las casas en miniatura: la playa de La Sal en definitiva.