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Pequeño satélite que lleva un sueño
Mierda, Micha, pero si vas para esa base de mierda donde no queda en pie ni un cartel en ruso ¿entonces por qué tomar esta carretera que bordea el mar y se confunde y se hunde en la noche? Supongo que en parte para alargar el viaje ¿no?, el tiempo, hoy es sábado y mañana será domingo y no puede permitirse llegar un domingo, mierda, los domingos no se llega a ningún lugar. Luego en parte también para atravesar por última vez esta carretera postnuclear, puras rocas donde se revuelcan las olas y esos artefactos que suben y bajan eternamente chupando petróleo, mierda, una roca infinita que solo debiera existir para verla de paso, siempre en movimiento, flotando en un barco o a cien km/h en un Lada 2600. Y claro está, en parte también por mí, supongo, para que sienta ese viento fresco que huele a algas marinas podridas al sol y a explosión de tuberías de gas. «Mierda, así se verá el mundo cuando se acabe el mundo (me grita Micha con la cabeza fuera de la ventanilla), así se veía Chernóbil después del ¡BOOM!» Y suelta el timón para repetir, ¡BOOM!, con el pelo al aire como si estuviera bajo el agua y sus labios gritaran un ¡BOOM! repleto de burbujas. Y yo me río y le digo mierda, Micha, despelúcate si te da la gana pero asere no sueltes el timón, mierda, que te arranquen la cabeza si quieres, pero deja las manos aquí conmigo. Entonces él se tranquiliza un poco y me explica que saca la cabeza para que se le despeinen los sueños, para que lo dejen en paz. «Aquí soñamos mucho, hacemos las cosas soñando con hacer otras mejores y así no terminamos nada de nada». Y mierda, Micha, después de una frase tan llena de mierda es lógico que se pose entre no-
sotros el silencio, ¿y qué es el silencio sin un cigarro, sin el humo? Por eso, porque sabemos de silencios, enciendo dos a la vez y le coloco uno en la boca a Micha, que ya está poniendo música. Mierda, la misma canción triste, rusísima, la única que sirve para escuchar en un Lada 2600 mientras se cruza una carretera junto al mar, a las rocas, a esos robots pasados de moda que no han parado de chupar frente al oleaje en cincuenta años. ¿Y lo más cómico del asunto? Esta isla, mierda, esta roca no da petróleo sino chapapote: 90% azufre, 6% agua salada y 4% de otras piedritas licuadas. «Un día, créeme, esas rocas se van a cansar de que le saquen su sangre negra y pegajosa, mierda, y van a gritar y salpicar la isla enterita de chapapote, y ahí sí que todos vamos a ser iguales, pura mierda. Porque así se procese ¿verdad?, si te piden más de lo que puedes dar entonces estallas y bañas todo aquello que te rodea de esa natilla oscura que es la rabia». Qué cosas dices, Micha, mierda, cómo te voy a extrañar, un océano y un continente de por medio, ¿en serio irás a Chernobil? promételo, mierda, júrame que vas a mandar foticos con la ciudad del ¡BOOM! de fondo. Vete tranquilo, vete durmiendo si quieres, que yo aquí arrullo a tu madre y velo porque nunca le falten cigarros, y los sábados me la llevo a Tarará para que tome el sol echada en la hierba mientras le masajeo los pies. ¿Cartas? También, lo que sea, te escribo «aquí seguimos esperando bajo el sol por un ¡BOOM!» y dejo que ella rocíe de humo azul el papel antes de doblarlo infinitas veces, para que lo reconozcas, para que lo entierres como una semilla en la nieve. ¡Mira, Micha! Mira cómo saltan al vacío amarrados por los pies, mierda, una cuerda para suicidarse y vivir para contarlo. Las leyes del tránsito prohíben detenerse en los puentes, pero no dicen
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nada acerca de tirarse de ellos. Bacunayagua, mierda, qué nombrecito, imagina a una rusa del tamaño de una palma que nunca deja de fumar pronunciando Ba/cu/na/ya/gua, y humo. Mierda, Micha, estamos obstruyendo el tránsito, pero está bien, fumemos en paz, a alturas así o se vuela o se fuma. Míralos, qué edad tienen esos fiñes, a qué generación pertenecen, si nos acercáramos no hablaríamos el mismo idioma, nos sacaríamos chispa, mierda, la juventud está perdida, Micha. Ni siquiera saben lo que hacen, en sus cabezas no están saltando al vacío sino haciendo góming, ¿ves la diferencia?, para nosotros es casi una declaración de principios y para ellos apenas un hobby. ¿Cuántos de los que alzaron el puente de Bacunayagua no resistieron la tentación de lanzarse? Sin cuerdas, al pelo, sin más hobby que el de convertirse en maleza allá abajo en el bosque. Mierda, Micha, di que no, mejor vámonos, no la montes con nosotros, con esa cara y esa ropa seguro vendría a criticar nuestra música durante el viaje, seguro está escapada de su casa, niña malcriada. Acelera, déjales una estela de humo por toda respuesta, que es lo que hacen los adultos con la generación de sus hijos. Acelera. Mierda, ya sé a qué suena esa canción rusísima, suena a autopista al atardecer, Micha, qué tristes son las autopistas a esta hora. ¿Sabes cómo se llama ese vapor que irradia el asfalto cuando refresca? No, Micha, en ruso no, mierda, en Rusia las carreteras no acumulan ni conocen el calor. Calima, Micha, eso que ves es la calima, recuérdalo tan bien como el nombre de tu madre, así: «Irina en la calima esperando está». Escribe en los cristales empañados allá en el frío: «átse odnarepse amilac al ne anirI» para que en el exterior nevado osos, lobos y abedules sepan. Mierda, dicen que de noche en la Siberia el cielo está
tan ahí mismo que hay que andar encorvado, no es por el frío como nos hacen creer, sino por las estrellas, Micha. ¿Recuerdas a Valentina Tereshkova? De cuando Irina nos contaba su historia para dormirnos, como buena cosmonauta terminó en la política. Aunque contraria a sus colegas (los políticos, no los cosmonautas) misteriosamente continuó siendo comunista después del ¡BOOM! Mierda, Micha, a lo mejor allá arriba, adonde tampoco llegan las ballenas, se encuentra la explicación y el sentido último del comunismo. Quizá por eso Irina jamás nos contó el final real y nos dormía con ese cuento en el que Valentina no volvía a tierra. Para protegernos, Micha, porque ¿para qué regresar? Mierda, si tensamos la cuerda un poco más quizá hasta eso significó el viaje de Arnaldo Tamayo, un negrito de Baracoa que subió (y perdón la jerga espacial) a cultivar los primeros monocristales orgánicos en microgravedad utilizando azúcar cubano y al que resulta lógico imaginar ensimismado en la nave mientras observa su isla buscada, minúscula, que contrario a lo que nos contaron de niños sí se puede tapar con un dedo. A lo mejor hasta esa base ultrasecreta de radales (por poco no digo militar) a la que te diriges, en lugar de espiar a los yanquis recibía señales del espacio exterior, sonidos indescifrables y dañinos para el oído y los nervios, cantos de sirenas. Resonancias que cuando la base dejó de ser ultrasecreta para ser desmantelada quedaron errando en el aire, ecos que zumban en son de burla porque al igual que hoy nos parecen ridículos aquellos que hace siglos creían ciegamente que la Tierra era plana, dentro de poco otros se divertirán con nosotros porque intentamos hallar en el espacio lo que deberíamos buscar en el fondo del océano, allá donde sólo llegan las ballenas. No Micha, mierda, no te me duer-
mas, ya sé que la autopista de noche y esa canción son una invitación constante al vacío, pero todavía estoy contigo. Mierda, dame el timón y déjame llevarte, ¿no es verdad que con imaginación y locura este Lada, una luz atravesando la noche, podría pasar por un pequeño satélite extraviado? Tengo para mí que es durante los largos viajes cuando asoman las grandes ideas, uno dice: «voy al rincón del mundo en el que se sitúa mi origen y después ya veré». Entonces uno cae allí, La Sal en mi caso y La Siberia en el tuyo, y enseguida advierte que con suerte encontrará sombras que resulten familiares. ¿Y para qué el viaje dices? Pues para la vuelta, para no ser más el que se era. Mierda, digo que maduramos, Micha, de qué otro modo justificar esta búsqueda, porque si quisiéramos respuestas iríamos al encuentro de nuestros padres, tan simple que asquea. En el fondo nosotros sólo queremos «dudar», que es un deseo de otro orden, de ahí tu esperanza gratuita de hallar a tu tío Igor en la nieve y también mi obstinación en rescatar los fragmentos de lo que fue Severo. Igor y Severo: una banalidad provocadora. Aunque suene espantoso, somos la generación de los sobrinos, Micha, fuimos consecuentemente cagados en la cabeza por nuestros padres y por eso tuvimos que improvisar. ¿Una fractura genealógica dices? Puede ser, curiosa expresión para nombrar el rechazo a lo heredado, la incertidumbre. Si nos leyeran el futuro no verían hijos, ni un amor, tampoco eso que las líneas de la mano señalan como «éxito» a corto, mediano o largo plazo.
Lo que dejan entrever las manos de Micha: una tenue pero todavía viva luz que se adentra en la oscuridad y en su parpadeo agónico orbita en torno al aliento de la noche, que es sólo visible cuando se cierran los ojos.
Disminuye la velocidad de las cosas, la inercia nos conduce al silencio de la orilla de las carreteras. Es el cese de una presencia, mierda, es sentir una comezón seguida de una presión en la garganta, como un cólico que no terminará en vómito, ni en desmayo, ni siquiera en dolor. Algo de mí abre la puerta y hala al resto de mi cuerpo hacia afuera, al frío, me asomo por la ventanilla y distingo el perfil de Micha, el timón sosteniendo sus manos, los ojos fijos en el parabrisas. –Mierda ¿y qué se dice ahora, Micha? –¿Te casarías con Irina si fuera más joven?»
Sonrío. –Mierda, Micha, me casaría con ella ahora mismo.
El Lada corcovea, humo, chillan las gomas y esa canción rusísisima, siempre la misma, vuelve a empezar y se pierde mientras se aleja, deja de ser audible finalmente.