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Laicismo y Democracia

LAICISMO

Y DEMOCRACIA

POR EDUARDO QUIROZ SALINAS Ingeniero civil informático y escritor

Lo acontecido el fin de semana del 15 y 16 de mayo de 2021 estará sin duda en nuestra historia como un capítulo importante. Dejando de lado los sorprendentes resultados que permitió a una gran cantidad de independientes salir electos como convencionales, el proceso histórico es inédito pues nunca antes en nuestra historia tuvimos la oportunidad de decidir que queríamos una nueva Constitución y mucho menos elegir a quienes la iban a escribir. Lo mejor es que no observamos ese hermoso hecho desde la galería, sino que lo hemos hecho desde el lado del protagonista. Somos testimonio vivo de esta historia, lo que no es poco decir.

Estamos ad portas de iniciar este sin igual proceso, el de escribir nosotros mismos nuestra Carta Fundamental. Los 155 Constituyentes electos tendrán un plazo de entre nueve y doce meses para redactar el documento que entrega el marco por donde se mueve el país y que reemplazará al parchado proveniente de la dictadura que sufrimos entre 1973 y 1990. De ese proceso se ha escrito bastante, tanto en este como en otros medios. Es por ello que el foco de este artículo es directamente otro. De antemano indico que el tema no es ni el más ni el menos importante y de seguro habrá otras discusiones en torno a los otros alcances a plantear en la Convención Constituyente, pero sí es uno de los que toma relevancia, no solo por el nuevo país que queremos construir, sino también empujados por la globalización y sus efectos, los que permiten que seamos mucho más diversos los habitantes de esta porción de tierra, sin la necesidad de haber tenido que nacer en él.

El laicismo, léase la separación de las Iglesias y el Estado, es un principio básico de libertad que debe estar explícito en el Primer Artículo del Capítulo I de la Constitución y luego de manera detallada en algún otro capítulo en adelante. “El Estado de Chile es ..., laico, ...”. Los puntos suspensivos dependerán de los otros adjetivos que la Convención establezca en él. Alternativas hay varias y entre las que se han escuchado con más fuerza están: “plurinacional, democrático, republicano”, etc. Dependerá de lo que se resuelva en el organismo creado para estos efectos y con las mayorías necesarias. Pero la palabra “laico” debe estar entre esos adjetivos.

Laicismo es sinónimo de libertad y primo hermano de democracia. Es la palabra que permite, hoy más que nunca que compartimos el territorio nacional con habitantes provenientes de otras nacionalidades y con otras costumbres, que se cobijen bajo ella nuestras ideas respecto a los orígenes del universo, del hombre y otras preguntas fundamentales que se responden

en el sagrado fuero interno, inviolable ante coerción y coacción alguna desde el Estado.

Sin laicismo, la libertad se ve disminuida, puesto que de algún modo u otro es imposible que nuestras ideas puedan ser maduradas sin el intervencionismo del Estado, que por la fuerza que tiene es relevante y sin dudas puede desequilibrar la balanza sin posibilidad alguna de contrarrestarlo. Cuando hablo de la fuerza del Estado, no me refiero a las armas ni a los efectos de

humanidad tolerancia

diversidad igualdad

una tiranía (como las que hay en los Estados islámicos), sino a la potencia que tienen la puesta en escena de los actos públicos, el control y la administración de los edificios públicos y, por sobre todo, de la gestión que deben hacer de la educación pública. En ella es donde las inocentes, dóciles y maleables mentes de nuestros niños, son el target de los contenidos que se presentan, desde la temprana edad preescolar (4 o 5 años). ¿Cómo es posible no recibir influencia de un acto público que tiene el libro o manual principal de uno de los 4.200 credos existentes al día de hoy [Shouler, 2012] en el centro de la mesa en un acto republicano? ¿Cómo se soslaya la celebración de otro acto republicano, como la celebración de la Primera Junta de Gobierno de Chile, mezclado con uno religioso, como el Te Deum, a modo de celebración de la independencia de un país? Dicho sea de paso, es importante recordar que Chile es uno de los seis países en el mundo que mezcla una fiesta republicana con una religiosa. Los otros son Argentina, Perú, Guatemala, Haití y Bélgica. Este último lo realiza durante la llamada “Fiesta del Rey”. Otro caso breve a destacar es el de Colombia, no mencionado en los países con Te Deum, puesto que pese a que lo tuvo hasta el 2016, fue y está suspendido hasta la actualidad por los tribunales de justicia de ese país, debido a que, como es lógico, un acto de esa naturaleza viola la neutrali-

dad del Estado respecto a su carácter laico. ¿Cómo un ciudadano puede aceptar abrir las sesiones legislativas y otras del Estado de un país en nombre de una de las deidades locales de turno?

En fin. Son muchas las preguntas que caben en una nación que no respeta los principios básicos de la laicidad y que influyen fuertemente desde el masivo y diverso campo de las creencias, dando privilegios inaceptables a los miembros o adherentes de una por sobre las 4.199 restantes o a quienes intelectualmente se sitúan en otros planos que no colindan con las que están fuera de la racionalidad o que requieren del componente “fe” para existir. Y así como las preguntas son muchas, la respuesta a todas ellas es una sola e indica que es poco posible, improbable o difícil que se pueda ignorar esa avalancha de situaciones en las que se es “bombardeado” por publicidad o preceptos dogmáticos de una u otra y, con ello, el sano proceso de búsqueda, elección o investigación de las creencias para adoptar una o no, se ve coaccionado o al menos influenciado.

Dejando de lado los casos en que el propio Estado no es capaz de cuidar su condición laica y la obligación que tiene respecto a la neutralidad en ello, hay un tópico que es mucho peor para nuestro país. Este es el tema de la educación, sobre todo la preescolar y escolar. Es el extremo de esta influencia y derivada del proselitismo a la que se ven afectados casi todos los niños de Chile. En ellos, dada su incapacidad de debatir, discutir e investigar temas relacionados con algo tan importante, íntimo y complejo como son las creencias, el catecismo de cualquier credo o dogma entra sin filtro alguno, así como los mitos del viejo pascuero, del ratón de los dientes o el ahora extinto “viejo del saco” y la posibilidad de elegir su manera de vivir la espiritualidad y entender los orígenes del universo y del hombre, sin haber recibido presiones, está ya limitada o cuando menos influenciada y pierde grados de libertad. En el peor de los casos, ya les fue impuesta alguna. Hubo un período largo, entre 1925 y 1984, previo al decreto 924 de la dictadura, en que las escuelas públicas fueron laicas y su educación estaba lejos de carecer de valores. Se formaron en ese período grandes líderes, con elevada tolerancia y educación cívica. Este ítem debe ser ampliamente conversado en la Convención Constituyente y plasmado de manera tal en ella que no pueda haber leyes que le interpreten de manera diferente en adelante y se permita esta violación al Estado laico que ocurre hoy en el más importante de los temas de una sociedad, como es la educación.

El laicismo, como hemos visto, es un factor importante en una democracia y es el paraguas del respeto, la tolerancia, la diversidad y la libertad. Por otro lado, la historia demuestra que sin democracia el laicismo es casi imposible. Las religiones actúan bajo el miedo [Russell, 1927] y es esa característica, sabida por los dictadores o tiranos, la que en todos los casos, sin excepción, ha impuesto un credo particular o el ateísmo a los habitantes de ese país, sin posibilidad alguna de que sus habitantes tengan la posibilidad de elegir cómo vivirán esa característica tan humana de manera abierta, sin sufrir discriminación ni, en los casos extremos, pérdida de la vida por pensar de manera distinta a la del régimen. Es así como vimos a la cúpula de las Iglesias Católica y Evangélica apoyar en sus inicios la dictadura chilena y otras más en Latinoamérica. Aun cuando a poco andar algunos se desmarcaron provocando cismas en el interior de ellas. En el franquismo el papel del clero católico fue fundamental en sus inicios para dar justificación al actuar militar [Núñez de Prado, 2014]. En las teocracias islámicas, como Afganistán, Irán, Pakistán, entre otros, ni hablar. En China, aún cuando en el papel se dice que existe libertad de culto, necesitan de una autorización para funcionar y si no la tienen son objeto de persecución. En síntesis, si no hay democracia, aun con todos los defectos que pueda tener este sistema, es muy difícil que pueda existir el laicismo o derechamente pueda ser considerado un Estado laico. Si bien estamos lejos de una dictadura el día de hoy, no son pocos los resabios de la última vivida que aún están vigentes y que espero esta nueva Constitución pueda, de una vez, hacer desaparecer.

Artículo 1. Francia es una República indivisible, laica, democrática y social que garantiza la igualdad ante la ley de todos los ciudadanos sin distinción de origen, raza o religión y que respeta todas las creencias. Su organización es descentralizada.

La ley favorecerá el igual acceso de las mujeres y los hombres a los mandatos electorales y cargos electivos, así como a las responsabilidades profesionales y sociales.

La garantía que involucra el dejar explícito en la Constitución que Chile es un Estado laico, es grande y permitirá y promoverá la necesidad de rehacer leyes y decretos que están reñidos con el laicismo. La calidad de él, es decir, la laicidad, es un factor medible y necesario cada vez más tanto en Chile como en Latinoamérica [Blancarte, 2011], región donde la religión ya dio varios pasos adelante formando partidos políticos o influyendo entre sus adherentes, olvidando que un legislador o una autoridad, primero se debe a su país y debe realizar su trabajo abstrayéndose de sus creencias personales y militancia religiosa. Es así como los debates de leyes técnicas como aborto, eutanasia, matrimonio civil igualitario, divorcio, métodos anticonceptivos, inclusión, diversidad y otros más, se vieron en el pasado reciente empañados por intervenciones que buscaban justificación en pasajes de textos pertenecientes exclusivamente a los que, voluntariamente, adhieren a esos credos o preceptos. Una ley como las mencionadas, debe ser revisada con la visión médica, sociológica, psicológica y otras ramas más de las ciencias sociales y exactas que se encuentran en el medio ambiente de esa ley, no basada ni influida por lo que diga o no un texto de alguna creencia, sea cual sea esta. Y la Constitución puede ser clave en este aspecto.

Los hechos muestran que lo anterior, sumado a actos públicos, intervención en la educación, juramentos en nombre de alguna deidad, actos masivos y asistencias a ceremonias religiosas de un credo en horario de trabajo y con la publicidad ingente del Estado han provocado una caída brusca del país en el cuestionario sobre laicidad que deseen y, sobre todo, en la vida de las personas, dañando su integridad, violando sus derechos directa o indirectamente.

La invitación está hecha. Esperemos que los electos constituyentes tengan la noción deseada de Estado laico entre sus principios, pues ellos ya entendieron la importancia que supone una sana separación de funciones entre los cultos o creencias, limitadas a unos pocos, y el Estado, necesariamente cobijo de todos los habitantes, sean permanentes o pasajeros, del país. Un Estado laico es garante promotor de la tolerancia y la igualdad, principios algo pasados a llevar de un tiempo a esta parte. La totalidad de los que votamos en estas históricas e inéditas elecciones es posible que no veamos los frutos reales de un Estado laico garantizado en la Constitución, pero, sin duda, nuestros hijos y nietos agradecerán ese acto cuando ya puedan pensar por sí mismos. Como lo recordaba un gran amigo en una de sus charlas sobre ética, “una persona mayor de edad”, según Kant, “se caracteriza por su autonomía, que es la capacidad de poder tomar decisiones y hacerlo”. Demos a nuestros sucesores las herramientas para que ese proceso sea fecundo, amplio y sin las barreras que tuvimos que sortear mucho de nosotros en nuestra niñez, adolescencia y juventud.

Es por eso que esta Convención Constituyente es una oportunidad para el laicismo. Tenemos, como el país maduro cívicamente que creemos y queremos ser, que garantizar un Estado laico en ella para que todos los habitantes del país, hoy más diversos que nunca, puedan ejercer, sin influencia alguna, el sano y enriquecedor proceso de búsqueda y elección del camino filosófico y espiritual con que llevarán su vida. No es difícil ilusionarse en este período previo y querer, ¿por qué no?, imitar el artículo N° 1 de la constitución de Francia e indicar sin miedo que Chile es una república o un Estado laico.

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