Núm. 92 - Julio 2019
Especial 50 años de la llegada del hombre a la luna Agrupación Fotográfica Almeriense (Afal)
Año IX.- Núm. 88 - Mayo 2019 PROMOTOR José Luis Cuendia, «Guendy» DIRECTOR Francisco Trinidad COLABORADORES Eugenio R. Meco, Pepe Haro Castaño, Ma Bernarda Ballesteros, Carlos Flaqué Monllonch, Glyn Griffits, Ricardo González «Completu», Salvatore Grillo, Javier Madroñero, Narciso del Río, Juanjo Gallardo, Monchu Calvo, Antonio Ramón Ferrera, Cristina Capracci, Gustavo Velázquez, Cora Coronel, Justín del Barrio, Arturo de las Liras, Juan José Alonso, Ilona Gogh, Jan Puerta, Albino Suárez, Gloria Soriano, Ildefonso Robledo, José Manuel Gonzalo, José Mª Ruilópez, Juan Depunto, Juan José Pascual, Viviana Genta, Nadima, Antonio Martínez, Ángeles Pereira Perera, Claudio Serrano, Mario Eduardo Blanco, Pepe Latas. DIRECTOR DE FOTOGRAFÍA José Luis Cuendia DIRECTORA DE COMUNICACIÓN Lola González DISEÑO y MAQUETACIÓN Francisco Trinidad
Contenido Un coche a mi disposición...........................5 F.T Ciclista en ruta...........................................9 Gloria Soriano Viaje a los paisajes infinitos.....................11 Monchu Calvo El tiempo pasa.......................................... 17 Juan Depunto Repertorio de Fotógrafos Españoles.........22 Agrupación Fotográfica Almeriense Cabaret.................................................... 171 Fotos de Irina Dzhul Love Story...............................................180 Fotos: Nadima / Texto: Claudio Serrano 50 años de la llegada a la luna..........188
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Moldeando la Luz es miembro de la Royal Photographic Society
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Nuestra foto de portada: Dmitry Zhamkov
Presentación Este número 92 llega a nuestro kiosco virtual con un retraso de esos que consumen los nervios del más templado. Confieso que hace días que no miro el calendario para que no se me pudra la sangre, que lleva varias semanas hirviendo en el mar rojo de la impaciencia. Pero, en fin, todo pasa y todo queda, como dijo el poeta, y hoy podemos salir de nuevo a la palestra, aposentar los ímpetus y comenzar a pensar en el próximo número, pues ya se sabe que la noria no para. Los miembros de Moldeando la luz saben la razón de este retraso, que se anunció en su día y que no es otra que el proceso de migración de nuestra red social dentro de la plataforma Ning. Proceso lento, tedioso y, sobre todo, laborioso que ha consumido más tiempo del inicialmente previsto y que, aunque ha conseguido sus objetivos de manera brillante, nos ha sometido a todos a una cura de humildad y paciencia. A partir de ahora, tanto Moldeando como Luz y Tinta seguirán los caminos habituales y se cumplirán los plazos en la medida de nuestras fuerzas y del inevitable corsé del tiempo. Al respecto de la migración dentro de la plataforma Ning, tengo que abrir un paréntesis y dejar algo muy claro. En algunos comentarios de la página, incluso en algunos correos privados, se nos ha agradecido a los administradores de Moldeando la luz el trabajo y el esfuerzo realizados. Pues bien, para que quede claro y para que a nadie nos pongan medallas que no merecemos, este trabajo y este esfuerzo lleva la firma exclusiva de José Luis Cuendia Palacios, “Guendy”. Durante veinte días con gran parte de sus noches “Guendy” se dedicó en exclusiva a ese proceso en soledad. Personalmente le transmití mi solidaridad y el ánimo que se puede derivar de entender y apoyar lo que estaba haciendo. Pero nada más. El mérito es suyo, exclusivamente suyo, con lo cual todos esos agradecimientos colectivos deben remitirse a quien realmente los merece, Guendy. Aclarado esto, y para abreviar esta presentación, debo recordar que, aunque este número llega con retraso —en parte por la migración y en gran parte también por su contenido y su número de páginas, con dos especiales que redondean la marcha última de nuestra revista—, compensará la espera hasta el próximo, que llegará en el mes de septiembre, tras la pausa habitual de agosto, en que aprovecharemos para tomar aire, para repensar los próximos números y para vivir con inquietud la sensación de vértigo que se siente cuando vemos aparecer en el horizonte el número 100, número redondo por excelencia que habrá que celebrar en su día como Dios nos dé a entender, dentro de nuestras posibilidades y dentro de ese rincón de la imaginación que se despierta cada vez que debemos enfrentar un nuevo reto.
Francisco Trinidad
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Un coche a mi disposición F.T. Si algo tengo que reprocharle a mi marido, de los cuatro años en que viví con él, fue el episodio del coche, un Renault 5, utilitario pequeñito, pero cómodo y práctico, que “puso a mi disposición” —son sus palabras textuales— cuando llevábamos ya dos años casados, un poco para mi comodidad y otro poco para epatar a sus amistades. “Puede servirte para ir a la compra al supermercado y para tus desplazamientos por la ciudad”, me dijo. Lógicamente, para los viajes y las vacaciones, y para cuantos desplazamientos hacíamos juntos utilizábamos su flamante Mercedes. Alberto Miralles, mi marido, ahora mi ex, aunque como no he tenido otro extraño llamarle así; mi marido, por tanto, es un empresario de éxito: heredó una pequeña empresa de su padre y a base de esfuerzo, y sobre todo de organización (nunca he visto persona más minuciosa en los detalles y más atenta a los compromisos), ha conseguido levantar un pequeño imperio: una empresa de más de trescientos trabajadores y varias empresas auxiliares que nutren a la matriz de materias primas y otros servicios a precios muy competitivos, pues el beneficio se obtiene en conjunto. No me extrañó por tanto el ‘regalo’ del R-5, porque alguna vez habíamos hablado de ello y porque él contaba con que, una vez criados los hijos que tuviéramos, pudiera incorporarme, como licenciada en Derecho que soy, al departamento jurídico de su empresa; y el coche supondría una ayuda en todos los desplazamientos. Pero aquellos hijos no vinieron. Tras muchas idas y venidas al ginecólogo y a cuantos especialistas oíamos o nos decían que podían ayudarnos, quedó claro que yo jamás podría tener hijos. Desde entonces las relaciones con mi marido se enfriaron radicalmente. El hombre atento y detallista que se había casado conmigo se convirtió en un compañero de cama hosco y desdeñoso que pasaba muy poco tiempo en casa, siempre como de paso, y que me dirigía la palabra por pura educación. Noté su sufrimiento, aunque él no creo haya reparado nunca en el mío propio y en el que su actitud me producía. Así pasamos varios meses, sumidos en la abulia y en la pesadumbre, hasta que una noche en que llegó tras haber bebido más de una copa, me planteó el divorcio sin rodeos. No opuse ninguna renuencia; al contrario, yo también estaba harta de aquella situación que nos llevaba al abismo
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El hombre atento y detallista que se había casado conmigo se convirtió en un compañero de cama hosco y desdeñoso que pasaba muy poco tiempo en casa, siempre como de paso, y que me dirigía la palabra por pura educación. del hastío. Me dijo que lo mejor era que no peleáramos, que dejáramos a los abogados de su empresa arreglar los trámites legales y que pensaba ser generoso conmigo. Como si yo hubiera pedido algo. Cuando terminó de hablar y de expresar sus planes, a los que en ningún momento opuse ningún tipo de reparo, me encerré en el baño y lloré en silencio todo lo que me había reprimido durante los meses anteriores. Cuando agoté las lágrimas, salí del baño con la cara recién lavada y la cabeza alta. Mi marido roncaba sin alivio en el sofá. Le tapé con una manta y me puse una copa, mientras miraba por la ventana las luces del parque que tenemos enfrente de casa y el vuelo de algunas gaviotas rezagadas, a la rebusca de los últimos restos en los alcorques. Desde aquella noche durmió en la habitación de invitados. A los pocos días me llamó Noelia, la secretaria de mi marido, una chica muy atenta que me había llamado cada vez que él se retrasaba por una reunión o una cena no prevista. Me dijo que tenía unos cuantos papeles que debiera firmar yo de cara al divorcio y que se pasaría por casa cuando mejor me viniera. Vino aquella misma mañana. Ya digo que es una chica atenta, pero además tiene un punto de amabilidad y una desenvoltura que la hacen muy cercana en cualquier situación, incluso en aquellos trámites tan desagradables del divorcio que me explicó procurando hacerlo todo lo más llevadero posible. “Yo sé que esto no es agradable, pero es imprescindible”, me dijo en un momento dado, mientras me explicaba que, aparte los impresos oficiales, traía un convenio regulador en el que mi marido sustanciaba nuestra situación económica a partir de entonces: me dejaba una importante cantidad de dinero, una generosa asignación mensual y un piso, varias calles más allá del nuestro, en el que podría vivir una vez divorciados. Todo correcto, ordenado, sin fisuras, como acostumbraba. Cuando ya terminábamos —la verdad es que Noelia lo hacía todo tan fácil— me atreví a preguntarle: —En confianza, Noelia, ¿tú sabes si mi marido tiene otra relación? —Sí, creo que sí. Aunque yo no debiera… Fuera porque la noté sonrojarse, fuera porque le cambió el brillo de los ojos o simplemente por pura intuición, advertí que ella sabía más de lo que decía. —Se va contigo, ¿verdad? Pero no me contestó. Recogió todos los papeles, que guardó cuidadosamente en un portafolios de cuero negro y se dispuso a salir. —¿Estás embarazada? Tampoco me contestó, nerviosa y precipitada en la despedida, pero yo supe que sí, que en sus entrañas llevaba un hijo de mi marido y que flotaba en la misma nube de felicidad que yo había conocido en los primeros compases de nuestra relación, cuando Alberto procuraba que los besos supieran a primavera y las caricias abarcaran el sueño. Aquella noche nada comentamos sobre los papeles que había firmado por la mañana y no lo mencionamos tampoco en los días sucesivos, los últimos de nuestra inhóspita convivencia, hasta que una mañana me llamó uno de los abogados de mi marido para decirme que deberíamos acudir a la notaría a firmar el divorcio al día siguiente. Mi marido llevaba ya varios días sin aparecer por casa, disfrutando anticipadamente de su luna de miel con Noelia. Me levanté nerviosa, consciente de que empezaba una vida nueva, así que me vestí cuidadosamente, con un punto de elegancia que no sé si era
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la más apropiada para firmar un divorcio. A la hora que había calculado idónea para llegar con tiempo a la notaría, bajé al garaje y me encontré con que no estaba el R-5, que algunas veces, pocas, utilizaba mi marido. Tuve que irme en taxi. Una vez que firmamos todo en la notaría y antes de despedirme le pregunté si había cogido el R-5 aquella mañana: —Ese coche ya no está a tu disposición —me dijo, escueto y terminante. Tampoco me importó demasiado. No utilizaba mucho aquel coche ni dependía de él para mis desplazamientos y, aunque me resultaba cómodo, prescindir de él era un paso más en mi irrenunciable camino hacía el divorcio que acababa de firmar. Al día siguiente hice la mudanza a mi nuevo apartamento y comencé a vivir alejada del mundo cerrado del matrimonio en que había permanecido los últimos tiempos. Ni a mis padres ni a mis familiares más cercanos les pareció oportuno un divorcio que parecía condenarme, lejos del mundo cómodo de un marido empresario que me daba la vida solucionada y una estabilidad acrisolada por el éxito. Yo en cambio me sentí cómoda, lejos de aquellos últimos meses de silencios y ausencias que no habían propiciado ni sonrisas forzadas. Los primeros días, un poco desorientada en mi nueva situación y, por qué no decirlo, bastante aturdida, me dediqué a pensar cómo iba a organizar mi vida a partir de entonces, olvidada de las obligaciones matrimoniales y en completa soledad. Daba largos paseos por la ciudad, sumida en mis pensamientos y al margen de la vida exterior. En uno de aquellos paseos, sin embargo, volví a encontrarme frente al espejo del matrimonio que acababa de dejar: aparcado en la calle encontré el R-5 rojo que mi marido había puesto a mi disposición y que luego había retirado. Como llevaba encima las llaves, que aún no había separado de mi llavero, me metí en el coche y sentí que el tiempo volvía hacia atrás, en una sensación de vértigo inverosímil. Se me agolpaban los recuerdos. Recordé el día que lo estrené, con mi marido al lado, y aquella sensación de inestabilidad que las primeras veces me producía el conducirlo. Y recordé, sobre todo, la rabia que me produjo saber que mi marido me lo había quitado y cómo, durante días, pensé si se lo habría dado a Noelia o se habría deshecho de él. En cualquier caso me atormentaba la idea de que hubiera utilizado aquel coche para mortificarme a última hora. Comprobé que en la guantera aún constaba a mi nombre la documentación y el seguro del vehículo. Así que, en un impulso, arranqué el coche, me dirigí al concesionario de Renault y les dije que quería venderlo. El empleado que me atendió no lo entendía —un coche nuevo, decía, con apenas 3000 kilómetros, es una pena— y yo no podía darle más explicaciones, así que le dije que necesitaba un coche más grande. Tras darle varias vueltas a la exposición me decidí por un Renault Laguna, un coche que me acompaña desde hace 15 años sin necesitarlo y que me recuerda todos los días que lo utilizo que el matrimonio puede ser una cinta sin fin que conduce a la nada o una extraña pausa en la vida que a veces se enquista en el divorcio.
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Ciclista en ruta Gloria Soriano Cuando se encaja la carcasa de poliestireno, monta en la bici y sale a la carretera, es una rueda con cerebro comprimido en un casco rojo. El azote del viento peina al noroeste los ramilletes de avena. Son transparencias doradas donde el ciclista siente habitar a su propio cuerpo. Mientras pedalea se pregunta si los conejos grandes, de orejas y patas grandes que corren por el montículo no serán liebres. Un conejo indiferente a las prisas de los autos come hierbas en la cuneta. Sin embargo, cuando la rueda con casco se acerca por el arcén con sigilo de serpiente, el animal huye. Su rabo blanco y pomposo se oculta con grandes saltos entre los matorrales. Parece una liebre, piensa el ciclista antes de apearse. Por el lóbulo frontral le chorrea sudor. Aunque no hay nadie a la vista, el hombre se sabe vigilado. Los montículos que bordean la carretera son una capadocia de refugios. Todo un poblado de casas sin puertas. La tierra está amorosa por las últimas lluvias. Camina como si pisara por una alfombra mullida. Las zapatillas abrazadas por la tierra, sin polvo, sin barro. Se alivia entre las hierbas y observa el orín que espumea como detergente contaminante. ¿Estará alterando el ecosistema? El recuerdo de los envoltorios de las galletas, los pañuelos usados, las bolsas vacías de los frutos secos que guarda en la mochila, acude en su descargo. La carretera, una corriente que los conejos no se atreven a cruzar, es la frontera que los divide hasta convertirlos en pueblos desconocidos. De vez en cuando un animal coronado de moscas destaca sobre el asfalto. La rueda con casco que no ha visto ni un solo gato durante cincuenta kilómetros, se pregunta cómo habrá llegado ése para morir ahí. Un coche adelanta al ciclista casi rozándolo. En el asiento de atrás viaja un perro que lo mira y cabecea. Hay más cadáveres. ¿Son liebres o conejos? Hay tantos vivos que no sabe qué pensar de los muertos. Aunque todos se parecen tienen distintas costumbres y dejan distintas huellas. Pero la rueda con casco aún lo ignora. De pronto un macho esprinta detrás de una hembra. La hembra seducida lo acoge. A la rueda con casco testigo del cortejo le parecen liebres. La rueda da vueltas, la avena se inclina, las liebres se aparean. Todos en una respiración.
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Viaje a los paisajes infinitos Monchu Calvo
Vivir en un pequeño concejo de no excesiva población, y con una economía saneada, hace que nosotros, sus vecinos, pues de alguna forma nos premien con actividades lúdicas, como este viaje al pueblo vallisoletano de Urueña, y posteriormente a la propia capital, por un módico precio. El empeño de las encargadas de asuntos sociales, de configurar los viajes no solo con la disculpa de una buena comida, o la visita a lugares muy promocionados, si no, tratar de descubrir esas joyas escondidas a lo largo de nuestra geografía, que no reciben hordas de turistas, pero albergan en sus paisajes y localizaciones sitios de especial belleza, como en este caso, el singular pueblo de Tierra de Campos, situado en un paisaje soberbio por su desnudez. Nada hace presagiar que después de sumar kilómetros y kilómetros por ese horizonte plano que es la Tierra de Campos vallisoletana desde tierras norteñas, dejando atrás extensos campos de cereal, apenas salpicados por algún conjunto de chopos, y antes de llegar a ese reino de vida animal que son las lagunas de Villafáfila, surja, como una aparición, una pequeña villa que ejerce de atalaya insólita en Castilla. Pero así es. Urueña es una sorpresa se mire por donde se mire. Tan impresionante resulta mirar este pueblo amurallado desde el campo como mirar el campo desde el pueblo. El mismo Jorge Guillén da fe: “El castillo divisa la llanura, Tierra de Campos infinitamente. Todo en su desnudez así perdura: elemental planeta frente a frente” Un pueblo que llegó a ser cabeza de la merindad de Castilla, situado en un alto estratégico imponente, protegido por un cerco amurallado y un castillo en su extremo sobre el que despunta el torreón de Doña Urraca, cuyo nombre se lo ‘regaló’ uno de esos influyentes personajes que lo habitaron. No fue la única, María de Padilla, amante de Pedro I el Cruel, y hasta la mismísima infanta Beatriz de Portugal tuvieron peor recuerdo, ya que, prisioneros en él, padecieron en sus huesos el
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Perspectiva general de UrueĂąa
Vista desde las murallas de UrueĂąa
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frío de sus muros. Hoy se mantiene bastante fiel aquella esencia. Siguen los recios muros de sus casas, y los antiguos conjuntos palaciegos se han transformado en singulares museos, como el imponente, a nivel musical, de Joaquín Díaz, uno de los referentes en investigación y recuperación de nuestras raíces etnográficas, con mil instrumentos de los rincones más extraños del mundo. Aquí un museo del cuento, un poco más allá, un taller de encuadernación artesanal, girando un poco, la tienda de un librero especializado en caligrafía, otra en libros antiguos y curiosos, un museo de campanas y hasta una librería que a la vez es enoteca y museo del vino. Lo que destaca en nuestro caminar por las empedradas calles medievales es que Urueña es un pueblo que rebosa cultura por todos sus rincones. Ocho librerías existen en su pequeño casco, cada una especializada en temas concretos, aparte de los libros en general, una que visité, dedicada al lenguaje fotográfico a través de libros sumamente interesantes y poco conocidos. Esta singularidad llevó a esta villa a ser declarada de forma universal “Villa del libro”. Por sus calles se camina y se lee, porque, amenizando el paseo, las fachadas de las tradicionales casas castellanas y otras nobiliarias con escudos, muestran frases de escritores célebres, como la que Delibes llevó a esas Viejas historias de Castilla la Vieja: “Y empecé a darme cuenta entonces, de que ser de pueblo era un don de Dios y que ser de ciudad era un poco como ser inclusero y que los tesos y el nido de la cigüeña y los chopos y el riachuelo
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Detalle de una estantería de la librería de Urueña especializada en fotografía
y el soto eran siempre los mismos, mientras las pilas de ladrillo y los bloques de cemento y las montañas de piedra de la ciudad cambiaban cada día, y con los años no restaba allí un solo testigo del nacimiento de uno, porque mientras el pueblo permanecía, la ciudad se desintegraba por aquello del progreso y las perspectivas de futuro”. Cuenta en un lugar cercano extramuros con uno de los monumentos mas bellos, la ermita de La Anunciada. Mirando y remirando sus arquillos ciegos y sus decorativas bandas lombardas resulta difícil de entender qué hace un templo del románico catalán en medio del páramo castellano. Lo curioso es que nadie haya logrado desentrañar tal misterio. Nosotros, venidos de lejanas tierras, pintadas de verde y de agua, con imponentes montañas que nos guardan, nos encontramos sobrecogidos ante tanta inmensidad, pero a la vez enormemente satisfechos de que nuestros ojos conocieran la diversidad de paisajes que nuestro país puede ofrecernos, encima mestizamos nuestro “bable” con el que dicen que hablan en la provincia de Valladolid, que presumen de ser el castellano más puro. Los amantes de la fotografía disfrutamos en un lugar como aquel, donde los horizontes infinitos solo se ven alterados por las alquerías de los pastores, o los rectángulos verdes de las tierras de regadío, salpicadas en las quemadas superficies de secano. Allá a lo lejos se adivina un pueblo que nos dicen que es Tordesillas, y en algunos lugares los campos se tiñen de rojo de la flor de las amapolas, que alterna con la diminuta flor de la manzanilla, para regalar ese cromatismo a nuestros ojos. Un paisaje al que uno no se cansa de buscar nuevas perspectivas y en el que inspirarse para poner voz y música a ese libro que, página a página sigue escribiendo Urueña. Es el mismo lugar al que el poeta Antonio Colinas dice van a morir las arias de Häendel, “un espacio en que la nada es todo y el todo es la nada”
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Urueña es una sorpresa se mire por donde se mire. Tan impresionante resulta mirar este pueblo amurallado desde el campo como mirar el campo desde el pueblo. El mismo Jorge Guillén da fe: “El castillo divisa la llanura, Tierra de Campos infinitamente. Todo en su desnudez así perdura: elemental planeta frente a frente”
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Siempre supiste saborear la vida, pero desde que supiste que tenía una fecha de caducidad que andaba próxima, la saboreaste el doble, como si desayunaras dos veces, como si tuvieras dos orgasmos sucesivos en cada acto sexual…
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El tiempo pasa Juan Depunto
II. Toda una vida* Toda una vida me estaría contigo no me importa en qué forma ni dónde ni cómo pero junto a ti… Los Panchos, 1944-1981
El cromosoma del tiempo Volvías de Madrid, en donde habías asistido a un curso profesional, cuando sentiste un dolor en el costado. Era la época en la que se declaró en la capital la epidemia de ”Neumonía atípica”, que más adelante derivó en el “Síndrome de la colza” causando estragos. Pensaste que la habías cogido y en cuanto llegaste a tu hospital te hiciste una radiografía de tórax. Tus compañeros radiólogos la descartaron pero te dieron un diagnóstico imprevisto que te preocupó mucho más que lo de la “atípica”: enfisema. Este es una destrucción del pulmón, irreversible, producida por contaminantes del aire empezando por el tabaco. Inmediatamente te hiciste todas las pruebas existentes para confirmar tan preocupante diagnóstico, sin curación posible. Hasta el 2 de abril de ese nefasto año, pensabas que se morían los otros. Lo habías visto tantas veces en tu profesión que la experiencia vivida lo avalaba, daba fe de ello. Además, cuando se trabaja con la vida y la muerte, con mucha mayor razón conviene establecer ese distanciamiento que protege. Pero ese día te confirmaron todas sus sospechas: No solamente tenías estropeados los pulmones, como dedujo el radiólogo, si no que la cosa era grave. Tan grave como para ponerle fecha de caducidad. Cuatro años en el mejor de los casos, te dijeron, con sendos cigarrillos en sus manos. Cuatro años, siempre y cuando dejaras de fumar y te cuidaras. Ni uno más. Pero ellos siguieron fumando; era, paradójicamente, uno de los servicios con más médicos fumadores de todo el hospital. Ante tu cara seria, el segundo especialista de a bordo, algo más cercano y humano, aplastó su cigarrillo en el cenicero que había en la mesa de la consulta y te acompañó al pasillo, suavizando el pronóstico del *. Se puede ver en el n.º 75 de Luz y Tinta, página 46, la nota “Cambio de rumbo” acerca de la estructura general de la obra “El tiempo pasa”, de la que forma parte este capítulo. Ahora seguimos con los capítulos de su segunda parte, “Toda una vida”. Enlace: http://amantesdelafotografia3.ning.com/profiles/blogs/luz-y-tintano-75
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inefable Jefe con una explicación matemática: -Hombre, verás, como tú sabes esto son curvas estadísticas de supervivencia, y siempre tienen una campana, la parte más elevada y central, donde se acumulan las frecuencias, que son esos cuatro años que te ha dicho Pedro, y unos extremos que pueden oscilar entre cuatro días y cuarenta años”. Pensar que morirías joven era algo contra lo que te rebelaste de inmediato. Te sentiste como un ratón atrapado por un águila y desde ese momento tu esperanza y propósito fue soltarte de sus garras. Hiciste tu himno a la canción “Resistiré” del Dúo Dinámico y de inmediato te agarraste a esta última posibilidad y así hasta hoy, casi cuarenta años después. Quizás si no te hubieran exagerado el nefasto pronóstico no hubieras encontrado fuerzas para dejar de fumar y ahora no estarías escribiendo esto… Muchos años después, leías en un ejemplar de El País semanal una entrevista a Stephen Hawking. En uno de sus párrafos se refirió a su 70 cumpleaños y le comentaba al periodista el pronóstico que le hicieron cuando recién cumplidos los 21 le diagnosticaron la enfermedad que cada vez lo iba discapacitando físicamente más: le dijeron que no llegaría a los 25… Por otro lado, tu madre padeció toda su vida de los bronquios y el corazón, también por el tabaco, llegando a los 84.
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Fue la primera gran crisis de tu vida personal de adulto con familia, dejando aparte otros sustos que tuviste de niño y adolescente. En los bellos caracteres del idioma chino, la palabra “crisis” se representa por dos pictogramas; uno es parte del pictograma de peligro y el otro es parte del pictograma de oportunidad. Estaba claro el peligro, pero con él se te presentaba la oportunidad de enfocar tu vida de otra manera, más sana y más profunda. Siempre supiste saborear la vida, pero desde que supiste que tenía una fecha de caducidad que andaba próxima, la saboreaste el doble, como si desayunaras dos veces, como si tuvieras dos orgasmos sucesivos en cada acto sexual… Tu victoria sobre la canina, provisional como son todos estos triunfos, se te fue mostrando por amargos episodios de despedida de los otros. Porque solo hay dos alternativas: o te mueres o se te mueren. El primero que recuerdas en esta época fue a tu residente de por aquellos años, JM. R., al que fuiste a ver el día que lo iban a operar de un tumor cerebral maligno; justo cuando había conseguido su plaza de cirujano en propiedad, justo cuando empezaba a ser feliz con su nueva pareja… La vida es cruel con frecuencia. Duró días… Más adelante cayeron otros dos compañeros que también habían sido residentes tuyos: C. S., con
el que hiciste algunas guardias y que llegó a operar a un famoso periodista nacional, y J. G., que fue pregonero de la Semana Santa y con el que trabajaste varios años. Tampoco se te olvidará el día que fuiste a revisar unas obras en radiología del hospital y, en una sala de espera, te encontraste a L. C., uno de los jefes quirúrgicos, el que te enseñó cariñosamente en tu primer puesto directivo que algunas cosas no se hacían así. Una gran persona. Estaba triste, con la cabeza inclinada, recogida entre las manos. Te dijo -Juan, me acaban de enseñar mi TAC con metástasis cerebrales. Lo abrazaste callado, no sabías qué decirle, y luego os quedasteis mirándoos los dos en un silencio que se te hizo eterno; al rato se te ocurrió contarle lo tuyo, lo de los cuatro años que ya habían pasado y aquí estabas. Pero claro, no era lo mismo y él era tan médico, o más, que tú… Pero fue la forma de romper el hielo. A estos entrañables compañeros les fueron siguiendo otros, de los que aquí solo quieres mencionar a los que se fueron o enfermaron gravemente siendo mucho menores que tú. Como el anestesista de tu operación, diez años más joven, que te salvó la vida cuando tu subclavia se rompió en mil trozos y te llegó a poner más de 9 bolsas de sangre; a los pocos años de tu operación él tuvo una trombosis masiva, al parecer por un problema genético familiar que portaba.
O el anestesista jefe de la sala de reanimación en la que estuviste esos tres o cuatro días después de la intervención, igualmente otra década menor que tú; un día se presentó en tu hospital con dolores de cabeza y le descubrieron su cerebro y el resto de su cuerpo invadido de unas metástasis cuyo origen no se supo; duró quince días. O tus ex cuñados, ambos por cáncer de fumador… Al marido de tu prima lo recuerdas en sus interminables ensayos de guitarra cuando se alojaba en tu casa de Seviusta camino de Bolonia; era un alemán alto, rubio delgado, fue alumno y admirador de Sabicas, de Paco de Lucía y de otros grandes, de los que llegó a aprender como un autentico flamenco. Si no lo mirabas y solo lo oías, tenías dificultades para saber quién podía estar tocando y fumando a la vez, como una locomotora; volvió a los pocos años a Alemania y montó allá una academia de flamenco que tuvo bastante éxito, saliendo asiduamente en programas de cadenas televisivas alemanas. La otra cosa que recuerdas de él era que cuando ibas a verlo a Bolonia y te preguntaba qué pescado querías comer, se calzaba sus descomunales aletas negras, cogía sus gafas de bucear y el pincho, se sumergía en ese bravo Atlántico, frente a donde se hundió el Santísima Trinidad en la batalla de 1805, y si le habías pedido pargo, pargo te traía, que no mero.
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Duro fue lo del hijo de tu amigo J. y luego lo de él mismo. Recuerdas que ese niño había tenido con los tuyos, en tu terraza, conversaciones infantiles en una tarde en la que J. se equivocó de piso y llamó al tuyo y ya por deferencia se quedó un rato. A los pocos años, en pleno despegue de la adolescencia a la juventud, debutó con un sarcoma de pierna. Tu amigo se cortó el pelo al cero, para no desentonar con su hijo en la quimioterapia, que finalmente se lo terminaron llevando las metástasis cerebrales contra cuyo dolor su padre le puso la última inyección. Qué dolorosas te resultaron las horas en que lo acompañaste mientras en la estancia de al lado incineraban a su hijo; no habían comido y les trajiste a los padres unos refrescos y algo de picar. Luego salió del recinto llevando colgada de su mano la urna que portaba sus cenizas, la misma mano que tantas veces de pequeño lo había llevado de paseo… No te extrañó que tuviera que ponerse en los años sucesivos más de media docena de stent coronarios para terminar muriendo finalmente… de un cáncer de páncreas.
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Otro tipo de impacto fue el que te produjo un compañero que aún vive, F. G., doce años menor, que conociste en la caseta de feria de médicos a la que pertenecías, y que te encontraste un día por la calle vestido de pordiosero y oliendo como tal. Fue él el que te reconoció y se acercó a saludarte, contándote su desgracia: había perdido la cabeza, no supiste bien si por depresión o esquizofrenia, y su mujer, también médico, lo echó de casa; nunca supiste qué fue primero. Le ofreciste ayuda, pero, en su dignidad conservada, no quiso aceptarla y te contó que se había ido a vivir con un amigo que lo acogió. Perdió su trabajo. Muchos años después, recientemente, te lo volviste a encontrar y te comentó, haciendo un aparte de sus hijos, ya mayores, que lo acompañaban, que acababa de morir su mujer, la madre de sus hijos, la que lo echó de su casa, y que él se había recuperado y rehabilitado personal y laboralmente… Y en estos días has ido al funeral de quien te hizo la primera visita justo cuando despertabas del coma inducido en el que llevabas tres días tras la grave operación
a la que te sometiste. Iba acompañado de su colaborador de más confianza, ambos 6 años menores que tú. Y el colaborador está en una residencia con un Alzheimer avanzado... Por último quieres mencionar a Albert Jovell, que inicialmente conociste virtualmente por sus escritos como comentarista sanitario, cuando dirigía la Biblioteca Josep Laporte. Luego, tras enfermar de cáncer, desarrolló su Foro de Pacientes y lo seguiste ininterrumpidamente. A.C., oncóloga, compañera del MIR y de aventuras de gestión, hoy también con cáncer, lo trajo un día al hospital a dar una conferencia. Cuando te lo presentó e intercambiaste unas palabras, estuviste a punto de proponerle compartir el libro que estabas escribiendo, junto con otros dos compañeros más sobre vuestras experiencias como pacientes y que hoy es parte de éste artículo. Finalmente no lo hiciste porque te pareció que sería aprovecharse de su fama montándote en su carro triunfal. Te afectó profundamente la noticia de su muerte en una de las pasadas navidades y cuando leíste Anticáncer, de David Servan-Schreiber, te preguntaste si llegaría a haberlo leído él. Y qué decir de A.C., la que lo trajo al hospital, especialista en oncología de la mama. Ese año se autodiagnosticó un cáncer de mama agresivo... Esperas, a pesar de todo, que sea ese caso raro de supervivencia como la tuya. Te has preguntado con frecuencia cómo personas en aparente buen estado de salud caen más o menos repentinamente a edades en las que no les correspondería morirse y en cambio otras, a pesar de tener una salud frágil llegan a viejos. Tu madre, que fue de estas últimas, lo resolvía diciendo que “era el destino”, pero ¿qué es eso del destino para las personas que no sois supersticiosas ni creyentes de religión alguna? Hace unos años ya, cuando tan de moda se puso el genoma huma-
no (que luego dio lugar a las famosas pruebas de ADN de identificación de personas y paternidades) leíste en una publicación científica que un grupo investigador había descubierto el “cromosoma del tiempo”. Venía a ser una especie de interruptor programado mediante el cual se determinaba por la Naturaleza de cada uno el tiempo de vida que le correspondería, de forma que, si no había interferencias bruscas e imprevistas tipo accidente, cada persona viviría el tiempo determinado por este cromosoma. Llegado el momento de cada cual, este cromosoma enviaría una señal a las células de todo o parte del organismo incitándolas a la “apoptosis” (muerte celular). Hoy, cuando trascribes estas notas para la revista, has vuelto a tener noticias de este sorprendente descubrimiento que explicaría estos dos tipos de situaciones extremas (muerte imprevista o sobrevivencia inesperada), así como las situaciones intermedias. En estos días de junio de 2019, han descubierto investigadores de Madrid el papel de los telómeros en la duración vital de las especies. Los telómeros son como unos envoltorios de los extremos de los cromosomas que cuando se rompen hacen que se deshagan los cromosomas y se mueran las células. Y explica por qué un humano puede vivir 80 años (salvo que se rompan antes), un elefante 60 y un caballo 20. Hay que dejar todas estos descubrimientos en el cajón de espera mientras se ratifican por otros grupos para ser confirmados como certeros científicamente. Esperas que estas vivencias tuyas y las de todos los médicos que habéis sido pacientes, sirvan para hacer más llevadera la sobrevivencia de los demás pacientes. Tú, además, has aprendido a vivir con tu problema y de paso con la idea de tu propia muerte. Y deseas que descansen en paz todos los que cayeron y que duren mucho los supervivientes.
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Imagen de Rudy and Peter Skitterians en Pixabay
Repertorio de
Fotógrafos Españoles
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Agrupaciรณn Fotogrรกfica Almeriense Afal
Exposiciรณn de A fal en 2006, en el Centro A ndaluz de A rte Contemporรกneo
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Fundadores de A fal
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Afal La Agrupación Fotográfica Almeriense (Afal) fue un colectivo de fotógrafos españoles creado en 1950 como una asociación para la difusión de la fotografía y la renovación del lenguaje fotográfico. De ámbito local, fue ampliando horizontes hasta hacerse internacional. En 1955, bajo la presidencia de José María Artero García y el secretariado de Carlos Pérez Siquier, se impulsaron nuevos objetivos que proponían romper con la tradición pictorialista instalada en la sociedades fotográficas. Uno de sus objetivos fue editar una revista, que desde 1956 se convirtió en su principal medio de expresión. Entre los fotógrafos que formaron parte de Afal, se encuentran Paco Gómez, Gabriel Cualladó, Ramón Masats, Oriol Maspons, Xavier Miserachs, Francisco Ontañón, Carlos Pérez Siquier, Alberto Schommer y Ricard Terré. Grupo heterogéneo en sus planteamientos fotográficos, coincidió en la preocupación por el humanismo y el reportaje social como formas de expresión. Afal se convirtió pronto en portavoz del nuevo realismo documental. En enero de 1956 se lanzó el primer número de la revista Afal. Revista Bimestral de fotografía y Cine. Nació como un boletín social al estilo de los editados por la Real Sociedad Fotográfica de Madrid, pero en el cuarto número cambió la línea editorial. Crítica con el pictorialismo y dirigida a la fotografía documental y humanista, desvelaba una preocupación por la imagen como instrumento de cultura y comunicación. Se editaron 36 números hasta 1963, aunque de modo discontinuo. Cada número dedicaba un porfolio a un fotógrafo o a un grupo, y recogía artículos y colaboraciones extranjeras. Acercó la obra de los grandes maestros europeos y americanos a los fotógrafos españoles y dio a conocer el trabajo de estos en el exterior, lo que llevó a que Edward Steichen, comisario de The Museum of Modern Art de Nueva York, invitara a algunos de los miembros del grupo a participar en la exposición The Family of Man, celebrada en el museo americano en 1959. En 2006 el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo acogió la muestra Afal. El grupo Fotográfico 1956-1963.
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Imagen de la exposiciรณn. Una aproximaciรณn a AFAL. Museo Reina Sofia, Madrid, 2018.
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Un detalle del Centro PĂŠrez Siquier, fundador de AFAL
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La fotografía según Afal Laura Terré No se puede definir la tendencia del grupo Afal sino como un tráfico de ideas entre sus miembros, una energía fluyente que desde una perspectiva histórica tienda a constituirse en teoría. Tratándose de un grupo tan variado en el que conviven, e incluso luchan, distintos planteamientos fotográficos, Afal no habla de tendencia como un dogma asumido por todos sus miembros. Su carácter definitorio es el flujo, el intercambio de ideas, cuyo efecto puede dar como resultado el acuerdo o la disensión. Pero, a la vista de la historia, en el grupo Afal, más allá de la confrontación, existió el consenso. La voluntad de Afal fue propiciar la puesta en común, el diálogo y la participación. El colectivo, como lugar de intercambio, fue destilando una serie de acuerdos compartidos, pero también cristalizó diferencias y rivalidades, en los márgenes desatendidos de las relaciones humanas, como anuncio de la disolución del grupo. La preocupación ética, los problemas para concretar una función social del fotógrafo y de la fotografía, fue el núcleo principal de conexión entre las distintas personalidades de los fotógrafos. “Salir a la calle” era un slogan repetido en las cartas y los artículos, como huida de los círculos fotográficos y comprometerse con la vida cotidiana. Buscar una fotografía funcional, necesaria para la gente, en una lucha constante contra la fotografía como arte. Y dentro de esta funcionalidad, centrar el trabajo en el testimonio, con la implicación constante del fotógrafo en su tiempo, evitando siempre el exotismo, el tipismo, la decoración. La primera motivación de un fotógrafo de Afal se encontraba en una ética profunda, que partía de un pacto con la Verdad, siempre entendida como la fidelidad a uno mismo, enfrentando la actitud sincera a la falsedad, el artificio y la sofisticación. Todos los fotógrafos de Afal reconocieron la importancia de la abstracción, que invitaba a una nueva manera de ver la realidad. Esto fue a raíz de su reconocimiento de las muestras Subjektive Fotografie de Otto Steinert y de otras manifestaciones de fotografía abstracta, como la exposición en el MoMA The Contemporary Photographers, the Sense of Abstracción, que tuvo lugar en junio/ agosto de 1960. La actitud abstracta abría una dimensión contemporánea en la fotografía ayudando a alejarse definitivamente de la imitación de la pintura decimonónica. Pero la mirada auténticamente fotográfica y moderna era la mirada natural, que procuraba eliminar de los márgenes la repetición de elementos de estilo. A todos los fotógrafos de Afal les unía la conciencia del peligro que entrañaba el formalismo como origen de nuevos salonismos. El fotógrafo de Afal buscaba nuevos planteamientos de lo bello, cuestionando constantemente la concepción clásica de la belleza. Pero el trabajo debía de contener la originalidad y novedad del producto nuevo, sin olor a imitación de estilos o temas, por muy modernos que estos fueran. Buscaba un equilibrio entre la intencionalidad y el azar, siendo consciente de la banalidad de la foto casual y la facilidad de la foto preparada. Un equilibrio entre subjetivismo y la realidad, tratando de huir del reportaje a ultranza, en el que no cabía la expresión del autor
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Paco Gรณmez
Autorretrato
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Gabriel Cualladรณ
Autorretrato
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Ramรณn Masats
Ramรณns Masats Foto: ร ngel Herraiz
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Oriol Maspons
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Xavier Miserachs
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Francisco Ontañón
Foto Archivo Francisco Ontañón
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Carlos Pérez Siquier
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Carlos pérez Siquier y Ramón Masats
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Alberto Schommer
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Ricard TerrĂŠ
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‘Retrato de Tertre’, París, 1962, fotografía de Gerardo Vielba Calvo
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Otros...
Foto de Gonzalo Juanes
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Foto de A lberto Gรณmez Uriol
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Foto de Gonzalo Juanes
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Foto de Joan Colom
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Foto de López Osés
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Foto de López Osés
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Foto de Francisco M artinez Gascón, «K autela»
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Fotos seleccionadas durante el mes de julio de 2019
Se muestran en esta secciรณn todas las fotos semanalmente destacadas en Moldeando la luz durante los meses de referencia.
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A sexy dive por Gen
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Atrapados en la nieve, por Daniel
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azul , por
Agustin MuniaĂn
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Back home, por Saravut
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Diana, por Igor
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Fish and eat, por S.Ivanov
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Girl who likes to show off, por Yuri
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Hacia Santiago, por M ario Eduardo Blanco
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In the corners of our ancestors ., por Nadima
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L a presa, por M ario Gustavo Fiorucci
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Look of love and admiration.png
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Meredo, por JesĂşs Ă lvarez Rodriguez
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Muay Thai, Thailan, por Saravut
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Muscleras, por Jorge C.GarcĂa
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My ohotographic muse., por K alisky
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Playa de San Lorenzo, por Pepe L atas.png
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Red sunset, por Eduard G
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Niebla en Toscana, por Loco M atara
Restaurante y hotel riral Car Carter, Mura
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Noruega, por Yuri
Siren Beached, por Duong
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Still life
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Still lifes, por Michael
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Stretching.png
surreal -dream-, por - caras -ionut -14
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Tacher of evil or good , por M argarita.png
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The good rest. Sleeping por M aikel Reyfman
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The grandmother por Dimitriv
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The lady of the lake house por Irina
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Tras el reparto por M ario Eduardo Blanco
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Trial attermoon por Dmytro
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Tribute to the myth of Ophelia, por M argarita
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ЧЕРНОЕ-БЕЛОЕ, por Nadima
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Cabaret Fotos de Irina Dzhul
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Love Story Fotos: Nadima Texto: Claudio Serrano
Aún recuerdo, siendo un joven estudiante con los suficientes pájaros en la cabeza como para creer en muchas cosas ya olvidadas, cuando fui a ver Love Story, una película de Arthur Hiller, basada en un best-seller de Erich Segal y protagonizada por una jovencísima Ali MacGraw y un no menos joven Ryan O’Neal. Era una película romántica que despertó el interés de muchos adolescentes y no tanto del mundo entero que llenaban las salas para disfrutar de escenas de amor un tanto sensibleras que confluían en las escenas finales en que la leucemia arrebata a la protagonista entre las lágrimas del respetable —recuerdo cómo las jovencitas que ocupaban las butacas próximas se entregaban al llanto menos comedido— y la desesperación del protagonista que, en la escena última, le espeta a su padre la frase que sirvió de slogan de la cinta: “Love means never having to say you,re sorry”, que en España se tradujo como “Amar significa no tener que decir nunca lo siento”. Un auténtico drama y un recuerdo, a estas alturas, entrañable, razón quizás por la que respeto el título que la propia Nadima ha dado a esta serie de foto, Love Story, una historia de amor.
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Podía haberle cambiado el título, pero el recuerdo de la película ha sido lo suficientemente intenso como para respetarlo. Una historia de amor que se adivina en las miradas de los modelos, como recordándonos aquellos versos de Carmen Conde, la primera mujer que ocupó sillón en la Real Academia: “Las miradas son árboles que se deshojan./ Hay que penetrar lo compacto, / que taladrar el misterio para descubrir el suelo/ cubierto de álamos, de olmos,/ de palmípedos cedros.” Todo un bosque silencioso alrededor de las miradas, que eximen de penetrar en otro paisajes y dispensan sobre todo de cualquier otro adorno. Miradas y gestos de siempre identificables con el amor: cogerse las manos, mirarse a los ojos, buscar el mismo horizonte con la mirada o compartir la lectura de un libro en un bello paraje. Miradas, gestos, amor... Como es habitual en estas series de fotografías
de Nadima, el atrezzo, sobre todo la vestimenta de toque retro, ayuda a crear un clima. Clima amoroso, en este caso; y no quisiera pasarme de listoo ver más allá de la metáfora amorosa, pero tengo la sensación de que esos nubarrones que envuelven la escena presagian momentos difíciles que no habrán de ser precisamente de desamor, pero que vienen a ser como el envés de esta escena de la que se nos ofrecen varios momentos vividos al ras del presente, pero con esa amenaza en forma de nubarrones como horizonte utópico de que puede ser futuro o puede quizás diluise en el viento de la mañana: “Yo le entregué mi corazón al viento/ en una encrucijada del camino,/ al viento de invisible movimiento/ que se va sin saber de dónde vino”, como escribiera José Ángel Buesa.
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Han pasado ya cincuenta años; cincuenta largos años desde que aquella aventura del Apollo XI que nos mantuvo en vilo durante varios días y que alimentó conversaciones y tertulias de todos los colores. El hombre, por fin, llegaba a la luna alcanzando ese objeto inalcanzable que durante siglos había dado pie a poetas y trovadores para especular con su belleza y con sus movimientos. En la Grecia clásica se discutía si era más bella la luna de Atenas o la de Corinto y todos los poetas que en el mundo han sido han mencionado alguna vez en sus versos a la luna, bien como fuerza motriz del amor, bien como espejo de la felicidad o de la ternura o de la melancolía, bien como faro en la noche, bien como... La luna es sin duda el referente más proteico de la poesía y de la literatura y a la luz de la luna el amor germina como el trigo en las tierras fértiles. Por eso en aquellos días de julio de 1969 que mediaron entre el 16 en que el Apollo XI partiera de Cabo Cañaveral —aún resuena en los caireles del viento la voz de Jesús Hermida emocionando al personal— el 20 de julio de 1969 en que los astronautas Amrstrong y Aldrin hollaron por primera vez la superficie lunar los comentarios sobre el satélite y sobre la aventura que a él nos llevaba fueron inacabables e inabarcables. Todo el mundo tenía opinión e información. Todo el mundo sabía de qué iba la cosa. Y todo el mundo estaba pendiente de Jesús Hermida y sus retransmisiones emocionadas para TVE. Parece ser que éramos seiscientos millones de personas las que seguíamos el suceso en todo el mundo; bueno, salvo algunos conspicuos que en aquella madrugada en que todos mirábamos al televisor ellos, sin embargo, salieron al balcón de su casa y miraron la luna, advirtieron que no se producía movimiento alguno y desde entonces sostienen que todo es un cuento alimentado por los americanos, a través de su caja de resonancia de Hollywood, para darse pisto y que aquello de “un pequeño paso para el hombre y un gran paso para la humanidad” es mera literatura y nada tiene que ver con aquel proverbio chino según el cual si a un tonto le señalas la luna con el dedo en vez de mirar la luna mira tu dedo. Yo era entonces un joven de 19 años con tantos pájaros en la cabeza como ilusiones, estudiante de Filosofía y Letras preocupado por todo y despreocupado quizás de lo más importante. Aprovechando el ‘puente’ del 18 de julio, fiesta lunar por excelencia, me fui con unos amigos de camping a la bella localidad asturiana de Lastres, donde —la luna, con sus ciclos y sus mareas, genera estas coincidencias— me encontré con otros amigos, también de camping, entre ellos Paco Trinidad, que 50 años más tarde me pide unas líneas para nuestra revista. Espero no haberle decepcionado. Claudio Serrano 189
A braham Janovski
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Luna, lunera, cascabelera, debajo de la cama tienes la cena... Popular
A mador GarcĂa Vilches
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A na
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Attila Meenghan
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Carlos Gianoli
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Celia
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Cruz
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Eduardo Villar Riestra
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Los árboles, los tréboles, los bueyes vegetales, Las esquinas, los golpes, las acuosas doncellas Por las noches sin luna... Y por las azoteas, por los abecedarios, Por las ramas más altas que hieren golondrinas Por las noches sin luna... Camilo José Cela
Eugenio R. Meco
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Ignasi Moratti
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Ilona Gogh
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Ilona Gogh
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Jose A ntonio Torres Campayo
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José Luis García de Condao
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José Luis García
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Oh luna que cual góndola de plata vas rielando Por la azulada esfera, ¡Con qué dolor te mira quien llora abandonada Y en su ventana espera! Oh luna que iluminas en blancos cementerios Coronas deshojadas: ¡Qué tristes en las noches son tus fulgores pálidos En tumbas olvidadas! Ismael Enrique A rciniegas
José Luis García
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Juan Carlos RodrĂguez
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Juan Carlos RodrĂguez
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Juanjo A rrojo
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Juanjo Gallardo
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Juanjo Gallardo
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Lorna Aguirre
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Luis Gil Ruiz
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Luis Miguel A ller
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M anuel A ntonio Centeno Llorente
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M ario Eduardo Blanco
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M ario Eduardo Blanco
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M ario Eduardo Blanco
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M arĂa Isabel Hempe
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Narciso del RĂo
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De un agua que es luna extensa, Luna derretida abajo Frente a la que redondea Su esbozo de faz viviente, Nos preside, nos gobierna... Jorge GuillĂŠn
Pablo A driĂĄn de Paola
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Pepe L atas
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Rafa Moli
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Ricardo Completu
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Ricardo Completu
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Ricardo Gonzรกlez Completu
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Roberto Jorge Escudero
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Roberto Jorge Escudero
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La luna en el mar riela, en la lona gime el viento y alza en blando movimiento olas de plata y azul; y ve el capitĂĄn pirata... JosĂŠ de Espronceda
Roberto Jorge Escudero
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Susana GudiĂąo
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T xus A rdura
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LUNA PRIMAVERAL La florida acacia nieva sobre el banco, en lรกnguido blanco florece tu gracia. Y al amor rendida, me entregas, confiadas, tus manos cargadas de luna florida. Leopoldo Lugones
xavi cal pintxo
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Yolanda A lonso de la Guerra
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Yolanda A lonso de la Guerra
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ร ngel Lรณpez (treze)
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Romance de la luna, luna
La luna vino a la fragua con su polisón de nardos. El niño la mira, mira. El niño la está mirando. En el aire conmovido mueve la luna sus brazos y enseña, lúbrica y pura, sus senos de duro estaño. Huye luna, luna, luna. Si vinieran los gitanos, harían con tu corazón collares y anillos blancos. Niño, déjame que baile. Cuando vengan los gitanos, te encontrarán sobre el yunque con los ojillos cerrados. Huye luna, luna, luna, que ya siento sus caballos. Niño, déjame, no pises mi blancor almidonado.
El jinete se acercaba tocando el tambor del llano. Dentro de la fragua el niño, tiene los ojos cerrados. Por el olivar venían, bronce y sueño, los gitanos. Las cabezas levantadas y los ojos entornados. Cómo canta la zumaya, ¡ay, cómo canta en el árbol! Por el cielo va la luna con un niño de la mano. Dentro de la fragua lloran, dando gritos, los gitanos. El aire la vela, vela. El aire la está velando. Federico García Lorca
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Fotos que despertaron conciencias
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El hombre en la luna 20 de julio de 1969 - Luna Neil Armstrong estaba explorando cuidadosamente la superficie de la Luna. Tan solo veinte minutos antes había pronunciado las históricas palabras: “es un pequeño paso para un hombre, un salto de gigante para la humanidad”. Cuando Edwin Buzz Aldrin salió del Apolo 11, descendió por la escalera y se convirtió en el segundo hombre en pisar la superficie del objeto más romántico en el sistema solar. Era el 20 de Julio de 1969, y Neil Armstrong tenía la única cámara Hasselblad externa de la misión. Pero no la utilizó para fotografiar a Aldrin poniendo el pie sobre la luna: esa fotografía la tomó una de las cámaras de televisión del módulo de excursión lunar (LEM, por sus siglas en inglés), la misma que había inmortalizado a Armstrong veinte minutos antes. Sin embargo, fue Armstrong quien captó en película los primeros pasos de Aldrin a través del polvo selénico. Esa Hasselblad era obviamente una cámara especial. Estaba específicamente equipada para el viaje más largo que se había hecho nunca, para el lugar más inhóspito que jamás se había visitado en la historia de la humanidad: la luna sería fría, carecería de aire y tendría una calidad de luz desconocida. Mientras Aldrin tomaba mediciones y recogía muestras, Armastrong hacía fotografías con una cámara Hasselblad 500EL para película de 70mm, que luego se conocería como “cámara de superficie lunar”. Los dos astronautas exploraron el Mar de la Tranquilidad durante más de una hora y media. En total, el modulo lunar, sostenido con patas de metal que lo hacían parecer una araña gigante, permaneció fijado a la superficie de la Luna durante dos horas y media antes de encender los cohetes y despegar. Mientras tanto, Michel Collins, el astronauta más experimentado en la misión Apolo 11, orbitaba la luna en el Columbia, el modulo de mando. Como suele suceder en la vida, también ese 20 de julio solo podía haber un “primero” y Aldrin sacó la caña más corta. Del mismo modo que nadie recuerda a Juan de la Cosa —que fue el timonel de Cristóbal Colón en su viaje hacia lo desconocido—, Aldrin podría ir desvaneciéndose gradualmente en los libros de historia. Hay quien sospecha que todo fue un montaje de las cámaras dirigidas por Stanley Kubrick. De ser así, habría que admitir que los que vivieron aquellos momentos en aquella época lo disfrutamos con la misma pasión.
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