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Crónica de una docente

CM. en C. Paola J. Valdés-Villaverde*

Con una llamada telefónica. Así empezó mi camino en la Institución. Déjame ponerte en contexto: era septiembre y yo estaba en el laboratorio trabajando cuando me llamó un número desconocido. Como buena persona desconfiada que soy, (en cuanto a llamadas telefónicas se refiere), no contesté. “Si es importante o urgente, llamarán de nuevo”. Así fue. Segunda llamada, mismo número, menos de dos minutos de diferencia entre una y otra. Contesté. “Buenos días Maestra, hablamos de Preparatoria Xochicalco…” Una voz amable y vivaz se presentaba y me comentaba el motivo de la llamada, me decía (preguntaba, mejor dicho) si podía presentarme al día siguiente en la escuela pues estaban interesados en mí. Acordamos la hora de la cita y nos despedimos. A decir verdad, me quedé en shock.

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Un amigo, a quien le debo el estar en Xochicalco, me había recomendado para dar clases. Días antes, él me había comentado que había oportunidad y me preguntó si podía dar mi contacto, le dije que sí pero no creí que fuese a pasar. Como ya les conté, yo estaba en el laboratorio trabajando, pero en realidad en ese momento no tenía trabajo remunerado y lo que estaba haciendo era más por amor al arte y por no morir de aburrimiento en mi casa. Motivo por el cual, tenía suficiente tiempo libre.

El día siguiente, martes (sí, aún lo recuerdo), me arreglé y fui a la escuela para la reunión con una de las coordinadoras. Ella me entrevistó rápidamente en ambos idiomas (español e inglés) y el resto es parte de esta historia que sigo – afortunadamente – viviendo.

En menos de dos horas había entrado al edificio de Dirección de Preparatoria desempleada y salía como parte de la planta docente para impartir Matemáticas (en inglés y en español), durante el semestre 2019-2.

Es importante mencionar que mi entrada a Preparatoria no fue la usual, no hubo clase muestra, ni mandé mi curriculum con antelación. No. Mi entrada fue diferente: para empezar, el semestre llevaba un par de semanas de haber comenzado; segundo un maestro había dejado las clases por motivos que desconozco; tercero, la recomendación que se hizo sobre mí; y, por último, la rápida evaluación que hizo mi entrevistadora cuando me conoció. Tal vez en este momento se preguntan el por qué te cuento esto. Sí es así, déjame decirte que simplemente por lo siguiente: creo firmemente en el dicho que reza “cuando algo es para ti, lo es, aunque te quites”.

Mi primer día de clases, sentí pánico, no lo voy a negar. La experiencia que tenía dando clases era prácticamente nula y además ¡tenía que impartir la clase en otro idioma! En un intento por calmar mi ansiedad del momento, recuerdo haber pensado: “siempre has querido dar clases, ya estás aquí, vas a estar bien”. Cuando llegué al salón asignado a la hora de la clase, sorpresa: salón vacío. ¿Y ahora qué hago? Pensé. Sabía que mis futuros alumnos me estaban esperando en alguna de las aulas, pero no podía pasar por todas de una en una. Encontré a una persona con un radio y le pregunté por el grupo que estaba buscando. “No lo sé, también soy nuevo”, me contestó. ¡Me quería morir! Era mi primer día de clase con el grupo y yo estaba perdida y lo peor, llegaba tarde. Finalmente, los encontré, los habían cambiado de aula esa misma mañana por lo que mi sentimiento de culpa por haber llegado tarde, se disipó un poco. Cuando empecé la clase estaba sudando y no sé si era por nervios, por haber subido y bajado varios pisos en busca del grupo, o si era una combinación de ambas cosas. Noté que mientras me presentaba estaba tensa y la voz me temblaba. A pesar de tener experiencia hablando y cantando en público, en ese momento, tener la mirada de 23 personas fijas sobre mí, me intimidó muchísimo. Concluyeron los 50 minutos de la clase y salí de ahí aliviada y pensando en qué había hecho, dudando de mí misma. No sabía si podría continuar, pero sabía que por lo menos hasta el fin del semestre, tenía un compromiso que cumplir.

El resto de ese semestre fue en su mayoría tranquilo, pero con varios tropezones en el camino. Durante ese tiempo, me di cuenta de que mi temperamento no era el más adecuado. Aprendí sobre mí misma, pero sobre todo aprendí a leer a los alumnos. Detecté fallas en mi cátedra y descubrí nuevas formas de hacer las cosas. Aprendí también a no tomar absolutamente todo tan en serio, hay cosas que simplemente hay que soltar, aprender de ellas, pero no aferrarse.

Hasta este momento, llevo 7 semestres dando clases en Preparatoria Xochicalco y tengo que decir que me encanta. En estos años he descubierto mi vocación y aunque no es lo que estudié formalmente, definitivamente es algo que me llena. Ahora que lo pienso, me doy cuenta de que la docencia siempre ha estado en mí. Recuerdo que desde que estaba en preparatoria y más aún, durante mi etapa universitaria, me gustaba explicar a mis compañeros aquellos temas que no habían comprendido en clases.

En los últimos tres años y gracias a mi formación científica y en idiomas, he dado variedad de clases. Di matemáticas en español e inglés durante mi primer año, francés durante el segundo y tercer año. Actualmente, además de francés, estoy dando Temas Selectos de Química. Citando a uno de mis alumnos actuales soy “como una maestra de primaria que puede dar casi todas las materias que hay en la escuela”.

Definitivamente disfruto dar clase. Lo disfruto por muchos motivos, pero uno de ellos destaca, y es que siempre estoy aprendiendo algo de los chicos además de que me divierto con ellos. Honestamente, no me veo dando clases en un nivel distinto a la Educación Media Superior. Considero que es una de las mejores etapas en las que puedes ser docente, aunque reconozco que no todos se sienten cómodos dando clase a adolescentes. Creo que es impresionante todo aquello que se le puede aportar a los alumnos y lo que ellos aportan ya que, durante su etapa de preparatoria, los adolescentes ya sienten que son grandes y puedes identificar características propias reflejadas en ellos. Tengo que decir que en esta edad sí son grandes, pero no son tan grandes ni maduros como ellos se perciben.

Los estudiantes de preparatoria se encuentran aún en un momento en el que necesitan, de pronto, cierta ayuda para redireccionar algunas de sus acciones. Es preciso decir que no se trata de desacreditar sus ideas ni su esencia, sino de ofrecerles un punto de vista distinto para que ellos puedan ser más objetivos en lo que les resta de vida. Es, además, saber ofrecerles ayuda de distintas formas pues no siempre buscan ayuda académica en sus maestros. Finalmente, se trata de saber establecer límites entre ellos y uno como docente; ser un docente amigable no es lo mismo que ser amigo de sus estudiantes. Es una cuestión de balance: ni demasiada amistad ni demasiado autoritarismo.

Además, considero que los estudiantes aprecian cuando los límites están bien establecidos. Es muy probable que, de entrada, ese límite no agrade al alumno, pero después de un tiempo, el alumno es capaz de entender y asimilar la razón del mismo. Por otro lado, es imperativo saber y recordar el grado de responsabilidad que tenemos los docentes en esta etapa de la vida de las adolescencias. Primero porque, como he mencionado ya, los alumnos si-

Recordemos que un docente no es solo una persona que llega, da información a otras personas y se va. El docente es una figura importante en la vida del alumno, en muchos casos es un ejemplo de vida

guen en formación y segundo, porque todos recordamos a un buen o mal maestro en nuestra vida. Me atrevo a decir que aquellos maestros que más recordamos son aquellos que nos dieron clases durante nuestra etapa de preparatoria.

Recordemos que un docente no es solo una persona que llega, da información a otras personas y se va. El docente es una figura importante en la vida del alumno, en muchos casos es un ejemplo de vida. Por lo anterior me parece que es importante desarrollar nuestro rol de la mejor forma. Es decir, ejercer de forma adecuada nuestra autoridad (de nuevo, sin caer en el autoritarismo), saber en qué momento se establece y se hace respetar un límite, cuándo y cómo se ofrece ayuda a un estudiante, así como el tipo de ayuda que se le ofrece. Yo siempre tuve claro que estar al frente de grupo era algo importante y que era preciso desarrollarme de forma responsable y congruente. No obstante, hoy, después de aproximadamente 1000 horas de clase impartidas a varias centenas de alumnos me queda más que claro lo grande que es la responsabilidad que conlleva ser el ejemplo de estas nuevas generaciones.

Aún me cuesta trabajo creer que ya han pasado siete semestres. De igual manera nunca deja de sorprenderme cuando uno o varios alumnos se acercan a mí para platicar de la vida o pedir un consejo, cuando me comparten sus ideas tanto académicas como profesionales. A este punto, mis alumnos han depositado en mí tanta confianza, que no hay palabras para describir el sentimiento que me provoca. Cada vez que me encuentro a los exalumnos de preparatoria que ahora están en la universidad, o simplemente aquellos que siguen en la preparatoria pero que ya no toman clase conmigo y ver la forma en la que me saludan, con una sonrisa, es para mí señal de que lo estoy haciendo bien. Aún sigo aprendiendo el arte de la docencia y, a decir verdad, no sé si algún día terminaré de aprender, lo que sí se es que estar en ello es una de las mejores cosas que me han pasado.

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