Iberaval - Revista Número 6

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Covid-19: La radioactividad de la incomunicación

De algún modo la pandemia que estamos sufriendo tiene muchas similitudes con aquel accidente nuclear. La Covid-19 ha puesto patas arriba el planeta, ha dinamitado los sistemas sani-

abril 2021

tarios, ha modificado hábitos de todo tipo que parecían imposibles de cambiar, está transformando el sistema económico y ha impactado sin piedad sobre distintos sectores sociales arrasando casi con las mujeres y hombres de una generación. Al igual que con Chernóbil la URSS protagonizó una desgraciada gestión de la catástrofe, el desgobierno planetario e infausto de esta epidemia forma parte ya de la lista de desgraciados hitos de la historia de la humanidad. Chernóbil es y ha sido un caso de estudio acerca de cómo una comunicación nefasta dirigida por la censura, fundamentada en la ocultación de información, multiplicó las terribles consecuencias de semejante fatalidad. Hoy, ya inmersos en pleno siglo XXI, el mundo que parecía vacunado contra cualquier tipo de infortunio de dimensiones apocalípticas está siendo arrollado por una ex-

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plosión vírica que no sabemos cómo se detonó y, todavía más de un año después, desconocemos cómo desaparecerá y, si desaparecerá, las mutaciones sociales que habrá impreso en nuestro modo de vida. La Covid-19 ha encendido y acelerado muchos debates; uno absolutamente primordial es el de la comunicación en dos estadios diferenciados. El primero, aquel que en la era de la digitalización, las comunicaciones, las redes sociales, los aviones y las infraestructuras futuristas, nos ha retratado como una sociedad incomunicada, esclava de las pantallas, encerrados en nosotros mismos; un fenómeno que la peste roja ha precipitado un lustro. El segundo, el que treinta y cinco años después de Chernóbil ha vuelto a menospreciar a la comunicación como parte esencial de la respuesta a esta crisis.

#CompromisoIberaval

Durante estas últimas semanas he visto la serie Chernóbil, el desgarrador relato de una de las mayores catástrofes sociales, económicas y medio ambientales de nuestro tiempo, una tragedia para la que la Unión Soviética y, probablemente, ninguna nación estaba preparada, y un formidable ejemplo para no olvidar jamás lo que fue un extraordinario ejercicio de desinformación resumido en esta frase del primer capítulo: «Lo que quiere el Estado es evitar el pánico. Cuando el pueblo hace preguntas que el Estado no quiere que sepa tenemos que decirles que dejen los asuntos del Estado al Estado. Sellemos la ciudad y contengan la propagación de las noticias».


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