La ética del cuidado en el trabajo doméstico y de cuidado no remunerado
“El hombre es capaz de pensar el infinito, mientras que la mujer, da sentido al infinito”. Umberto Eco Históricamente, el cuidado hacia las personas se ha delegado a las mujeres apelando a la sensibilidad y al “instinto maternal. Esta es una forma de expresión de la desigualdad desde la infancia y se transmite de manera “tan natural” que hay poco espacio de reflexión sobre sus implicaciones. En este sentido, Marta Lamas reflexiona acerca de la importancia de fomentar una cultura sobre el derecho a cuidar y a que nos cuiden, donde tanto hombres como mujeres realicen ambas actividades. Poco se cuestiona que la industria del juguete diseñe el mundo rosa para las niñas con los enseres domésticos, las muñecas esculturales o los bebés, que despliegan y simbolizan en escena los mecanismos del servilismo con que se les entrena para atender, cuidar y agradar a los otros, mayoritariamente masculinos. Los juegos de las niñas están pensados para ocupar espacios reducidos que se recrean principalmente en la casita, es decir, en el ámbito doméstico, en lo privado. Lo que empieza como un juego en la infancia, en la vida adulta se continúa como una obligación, y representa una de las principales barreras para el desarrollo de las niñas y una fuente constante de exclusión social. Cabe cuestionarse si en la cultura patriarcal a los niños se les excluye de la ética y economía del cuidado o se les privilegia al no incorporarlos porque son actividades no remuneradas. Lo cierto es que usualmente a los niños no se les socializa para desarrollar una ética del cuidado hacia sí mismos y hacia los demás y en su lugar se les transmite la idea de que las niñas y en general las mujeres de todas las edades están a su servicio; que ellos sí realizan actividades importantes, sí trabajan y reciben un salario por ello -aunque sea escaso-, aprenden que ellos deben trabajar para proveer a la familia. Foto: Archivo autora
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