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La búsqueda de vías romanas y de rutas antoninianas en torno a la encrucijada madrileña

Vías romanas

TRES TEXTOS SOBRE VÍAS ROMANAS

Cuando nos planteamos dedicar en esta Antología un espacio a los escritos de GonzaloArias sobre vías romanas, pensamos recurrir a la época inicial de El Miliario Extravagante (1963-1968), especialmente considerando que muchos de los planteamientos que Arias defendió estaban ya establecidos en ese periodo, y que él fue matizando poco a poco sus teorías. Pero la inmensa mayoría de los textos de esa época fueron recogidos en el volumen Repertorio de caminos de la Hispania romana (1987 y, segunda edición, 2004), mientras que otros posteriores se incluyeron en el número 8 de Anexos de El Miliario Extravagante (2004), bajo el título común «Un enfoque extravagante de las vías romanas». Por ello, hemos optado por escoger, fi nalmente, dos trabajos de la tercera época de El Miliario Extravagante, de mediados de los años 90 del pasado siglo, lo sufi cientemente antiguos como para que no todos los lectores de El Nuevo Miliario los conozcan de antemano, y lo sufi cientemente explícitos como para exponer, en unas pocas páginas, los planteamientos esenciales de toda una vida dedicada a escudriñar los misterios de la geografía histórica y, de paso, revelar muchos rasgos del carácter de su autor.

MADRID, NUDO ROMANO DE COMUNICACIONES

LA BÚSQUEDA DE VÍAS ROMANAS Y DE RUTAS ANTONINIANAS EN TORNO A LA ENCRUCIJADA MADRILEÑA 1

La aportación de Carlos Caballero y sus dos colegas 2 en las páginas que preceden me da ocasión de volver sobre un tema, o más bien sobre dos o tres temas conexos, que yo creía (iluso que es uno) haber dejado sufi cientemente tratados hace años. Se trata, por una parte, de la interpretación del Itinerario de Antonino y, por otra, de la localización sobre el mapa de los restos o recuerdos de vías romanas que pudieran corresponder a las rutas antoninianas. Ambas investigaciones han atraído la atención de numerosos estudiosos, desde los remotos tiempos de Ambrosio de Morales o Jerónimo de Zurita, no sólo en España sino en otros países y respecto a las rutas de todo el Imperio Romano. Pero aquí nos fi jaremos especialmente en la parte de la Provincia o Comunidad de Madrid comprendida entre la capital y la Sierra de Guadarrama, zona que resulta ser clave para someter a prueba los distintos planteamientos o enfoques adoptados. Nuestros lectores más fi eles me perdonarán por repetir conceptos y explicaciones que ellos conocen bien. No creo que sea machaconería inútil, si pensamos en los lectores más recientes que no han podido todavía familiarizarse con los temas que nos ocupan. Por otra parte, tampoco está de más un esfuerzo de recopilación o visión de conjunto de los diversos tramos —algunos publicados muy recientemente— de calzadas presuntamente romanas señalados en esta parte de la provincia.

La interpretación lineal del IA

El enfoque que espontáneamente tiende a adoptar quienquiera se encare por primera vez con el llamado «Itinerario de Antonino» es el de considerar el documento como una especie de guía de caminos del Imperio. Cada item sería un iter, y cada iter iría engarzando, como hilo que engarza las cuentas de un collar, las diversas civitates y mansiones enumeradas. Tal es la interpretación lineal del IA. Si el Itinerario describe tres trayectos conducentes de Emerita a Caesaraugusta (uno, A24, trazando un gigantesco zigzag con vértices en Ocelo Duri y en Titulciam; otro, A25, bastante directo; y otro, A29, que rodearía considerablemente por tierras oreatanas según la interpretación más corriente, lusitanas a nuestro juicio) habría que pensar que realmente existirían tres vías. Aunque los autores no lo digan expresamente, la insistencia en hablar de la vía 24, la vía 25 o la vía 29 (otras veces, para adornarlas más de romanidad, vías XXIV, XXV, XXIX), mueve a pensar, por analogía con la Vía Appia o la Via Aurelia italianas, la Via Domitia francesa o la Via Augusta hispana, que nos encontramos ante unidades viarias concebidas como tales por sus respectivos ingenieros constructores.

Esto es por supuesto absurdo y no resiste un somero examen crítico. Baste considerar los siguientes esquemas de trazado de las rutas citadas para comprender que, al menos dos de ellas, jamás pudieron concebirse como unidades viarias, es decir como caminos razonables para ir del punto de partida al de llegada:

Y lo mismo puede decirse de muchísimas otras rutas antoninianas, por ejemplo: la A en su paso de Valentia a Castulone rodeando por Karthagine Spartaria y Acci; la A5 que para ir de Castulone a Málaca propone darse un garbeo nada menos que por Urci; la A7 que dibuja un insólito garabato tocando en Hispali y en Anticaria para llevar a algún gaditano hasta Córdoba… ¿Para qué seguir?

La naturaleza del IA según Van Berchem

Esta parte del misterio está muy bien resuelta por las investigaciones del profesor suizo Dennis van Berchem, cuyas conclusiones merecen a mi juicio más atención de la que en genberal les han concedido los estudiosos de las vías romanas, y ello no sólo en España 3 . El famoso documento no es una guía de caminos. Es una recopilación hecha a partir de una serie de edictos conservados en algún archivo del Imperio que fijaban hojas de ruta, preparadas independientemente para diversos viajes o expediciones de emperadores, de altos dignatarios o de unidades militares, con distintas fi nalidaddes coyunturales, entre ellas principalmente la recaudación en diversos puntos del impuesto de la annona. Ello explica los zigzagueos y los rodeos que alargan el camino. Alguien ha objetado que una recopilación tan asistemática difícilmente puede proceder de una documentación ofi cial; pero la objeción pierde su validez si se considera que el recopilador pudo muy bien ser una persona privada que, en el ocaso del Imperio o incluso ya extinguido éste, llegase a ser poseedor de una colección de papiros cuyo contenido y sentido ya o se entendía plenamente.

La interpretación gramatical del IA

La segunda parte del misterio es la aparente incongruencia de las cifras miliarias que nos han transmitido los manuscritos (con notable uniformidad y muy leves variantes, hay que recalcarlo). En muchísimos casos estas cifras parecen inconciliables con los datos de la geografía. La solución es la interpretación gramatical (opuesta a la lineal) del IA, o si se prefi ere llamarla así la teoría de los empalmes, cuyo vehículo de difusión ha sido El Miliario Extravagante desde su número 2 (1963). Las hojas de ruta que componen nuestro documento no engarzan civitates y mansione como hilo que engarza las cuentas de un collar. Muy a menudo la ciudad citada queda a un lado de la ruta y a una distancia indeterminada del punto hasta el que se cuentan las millas desde la mansión anterior, punto en el que empalma un ramal conducente a la ciudad. Esta situación se indicaba poniendo el nombre de la ciudad en acusativo. (Dejemos ahora de lado la cuestión de los acusativos perdidos cuando ya los copistas no eran conscientes de su valor como signo convencional). En el emplame o encrucijada en cuestión había probablemente, en muchos casos, un silo o granero custodiado por un destacamento militar en el que se recogía el impuesto de la annona, pagado en especie por los contribuyentes de la ciudad cercana.

Con estos presupuestos, y con el convencimiento de que los copistas medievales que nos han legado ocho o diez manuscritos básicamente concordantes hicieron un trabajo escrupuloso y hay que dar crédito a sus cifras, es como nosotros creemos que hay que plantear el rastreo y la identifi cación de vías romanas y rutas antoninianas. No es un buen sistema que, cada vez que se descubre o excava un yacimiento romano o un tramo de calzada, nos esforcemos por «dignifi car» tal yacimiento o calzada poniéndole un rótulo antoniniano, forzando la interpretación de los datos del Itinerario, y haciendo abstracción de todos los demás datos disponibles. Sería como conformarse con encajar un par de piezas de un rompecabezas y decretar que todas las demás no interesan porque tienen defectos de fábrica.

Consideración de la encrucijada madrileña

Elevemos pues un poco la mirada por encima y más allá de tal o cual breve tramo empedrado. No se trata ahora, por supuesto, del conjunto del Imperio, ni de una provincia del mismo, y ni siquiera de toda una provincia española. Pero la consideración del rectángulo de 60 x 100 km más o menos que abarca el mapa nº 1 nos permitirá ganar alguna perspectiva y nos ayudará a no sobrevalorar el dato local en perjuicio de la armonía del conjunto.

Como primera aproximación, proponemos pues una visión global de las calzadas o vestigios de calzadas y de los puentes pretendidamente romanos documentados por testimonios de diversos autores en la zona que nos interesa, así como de los yacimientos que últimamente se han considerado como posibles ubicaciones de las ciudades de Miacco y Titultia. Confi eso de entrada que yo no he visto todos estos vestigios, que el valor de los testimonios sobre ellos puede ser muy variable al estar teñido de subjetividad, y que también yo mismo puedo no ser sufi cientemente objetivo en la forma de presentar los datos. Espero, no obstante, que sea útil esta consideración inicial de los vestigios materiales, que completaremos después con la integración de otro tipo de indicios.

Vestigios arqueológicos

Los vestigios aquí catalogados son los siguientes:

1. Calzada bien conocida del Puerto de La Fuenfría a Los Molinos, con los cuatro puentes que se encuentran en su recorrido. Recordemos que, según los técnicos, la calzada y los puentes en su forma actual no son romanos, sino que corresponden a una reconstrucción de tiempo de Felipe V, aunque por supuesto sobre la vía romana o pegada a ella (Leonardo Fernández Troyano, comentado en ME 30, 14). Aunque en la vertiente norte de la Sierra apenas se conserva empedrado, he señalado también su recorrido, por considerarse seguro y al margen de toda discusión. 2. Puente de características constructivas análogas a los anteriores sobre el arroyo Guatel 1º, a unos 200 metros de la entrada de Cuelgamuros.

3. Calzada de Becerril de la Sierra (ME 32, 23). 4. Tramos empedrados de la vía C16, de Talamanca a Segovia o sus cercanías (ME 17, 9-11). 5. Puente de Talamanca 6. Puente del Batán sobre el Manzanares. «Morfológicamente parece más romano» que los dos siguientes (Fernández Troyano). 7. Puente del Grajal sobre el Manzanares 8. Puente de Alcanzorla sobre el Guadarrama. «Morfológicamente hay razones para dudar de su posible origen romano», juicio que Fernández Troyano hace extensivo al anterior. 9. «Vereda de los Gallegos». Tramos empedrados en la subida desde San Lorenzo al Puerto de Malagón, sin duda reparaciones modernas de un camino muy antiguo (Repertorio, p. 378 – 379). 10. Calzada que sale de las cercanías de El Escorial en dirección NE (ME 54, 7, fi nal de la 1ª col.). 11. Puente «romano» de El Escorial. 12. Calzada de la Machota (Repertorio, p. 381 – 382; fotos en la portada del libro y en p. 534). 13. Tramos empedrados de la «Calzada de Fuentevieja» según Benedicto García de Mateos (ME 52,2s; ME 54, 2s). 14. Calzada de Galapagar (C17) (ME 18,22s; ME 55,2s). 15. Calzada de Colmenarejo (Repertorio, p.378; fotos en p. 530 - 531). 16. Restos de un puentecillo y ligeros vestigios de la misma calzada entre Colmenarejo y el Puente del Retamar (Repertorio, p. 377). 17. Calzada del Ausencia a Colmenarejo (ME 44, 17). 18. Restos de calzada en la zona de Villafranca del Castillo, según B. García de Mateos (ME 50, 20) 19. «La vía del Tiétar se acerca a Titulcia» ME 50, 21-22 20. Calzada tallada parcialmente en roca, entre Chapinería y Navas del Rey (D. Fernández Galiano en ME 21,9, párr. 23). 21. Yacimientos de Carranque («Ciudad en cerro» y «Ciudad en llano»), posible situación de Titulcia, según D. Fernández Galiano (ME 21,2). 22. Despoblado de Villarejo, emplazamiento probable de Titultia según G.A. (ME 32,17 y ME 44,17) 23. Yacimiento junto a la confl uencia del Guatel 1º con el Guadarrama, posible Miacco (ME 21, 12 y 19, nº 33).

Está claro que con estos vestigios materiales, por sí solos, es imposible reconstruir el mapa de las vías romanas en esta comarca. Los restos son muy escasos y desaparecen año tras año, destruidos por los campesinos que echan mano de sus piedras, absorbidos por urbanizaciones, cubiertos y anulados por carreteras y caminos asfaltados… Además, estamos muy lejos de poder asegurar que todos los empedrados conservados tengan 2.000 años. No puede dudarse que ya en tiempos de Felipe II se rehicieron y repararon muchos caminos en el entorno madrileño-escurialense; que los Borbones en el siglo XVIII también dieron un buen empuje a la caminería; y que incluso en nuestros días, especialmente en los accesos a los pueblos, se han hecho o se siguen haciendo empedrados con técnicas tradicionales que pueden dar el pego a un investigador bisoño.

Otros indicios

Por fortuna hay otros indicios y otras fuentes de conocimiento que nos permitirán ir rellenando el mapa. El siguiente paso puede consistir en incorporar a éste los datos de la urbanística y de la toponimia que permiten considerar muy antiguos –medievales por lo menos- determinados caminos. Y después podemos recurrir a antiguas guías de caminos, relatos de viajeros y otros testimonios literarios e históricos. De todo ello resultan las líneas de punteado apretado del mapa nº 2, cuya explicación es como sigue:

24. Calle Mayor, Calle de Alcalá, Carretera Antigua de Aragón (Coello 1853) (Repertorio p. 369-370). 25. Vereda del Portazgo (Rep 376). 26. Calle de Atocha, arcos en diagonal de la Plaza Mayor (Rep. 376) y calle de Santiago. 27. Carretera antigua de Castilla (Rep. 377) 28. Vereda de los Gallegos y camino tradicional de romeros para ir a la Virgen del Cubillo (Rep. 379). 29. Camino del Santo (ME 54,6). 30. Indicaciones de Madoz y de las Relaciones de Felipe II (ME 17, 10).

Para los cuatro números siguientes sigo básicamente la obra de Leonardo FERNÁNDEZ TROYANO Los pasos históricos de la Sierra de Guadarrama (Ed. Paraninfo, Madrid, 1990) 4 , reseñada en ME 30,14. La recomiendo vivamente a investigadores, montañeros y excursionistas, tanto por lo primoroso de la presentación y las bellas fotografías, como por la riqueza de los datos aportados.

31. Camino directo de Madrid a El Escorial por Colmenarejo. Documentado ya en 1659, viaje de Francisco Bertaut. Dice Fernández Troyano: «No conocemos el origen del camino utilizado por Bertaut, pero está claro que en el siglo XVI, o no existía, o se encontraba en mal estado, porque de otra forma no resulta lógico que Felipe II construyera un camino nuevo por Torrelodones con un recorrido bastante más largo» (p. 103). No se explican bien las dudas de F.T.: Si Felipe II manda construir un camino «nuevo» por Torrelodones, ¿cuál podría ser el viejo, sino el de Colmenarejo? 32. El «Balat Humayd» de los árabes, camino de Toledo al Duero a la altura de Tordesillas. En la adscripción a los árabes de este camino, Fernández Troyano acepta el criterio de F. Hernández Giménez, que lo ha estudiado minuciosamente. El paso por Galapagar y el cruce del río Guadarrama por donde hoy está el puente del Herreño se deduce de una carta de Fernando III, 1249. El camino seguía por Guadarrama, puerto de la Tablada (llamado en período árabe Balat Humay), El Espinar, etc. 33. Variante del camino anterior, descrita por Villuga (1546) como parte de sus caminos de Toledo a Valladolid, de Segovia a Guadalupe y de Toledo a Segovia, en los cuales cita Navalquejigo, pero no Galapagar. Se trata con toda probabilidad del «Camino del Rey» que el IG rotulaba en 1939 en su hoja 533, equidistante entre Colmenarejo y el arroyo del Tercio. 34. Mezcla de dos caminos de Villuga, que Fernández Troyano (p. 60) propone como de posible ascendencia romana. 35. El Camino Real de la Vera de Plasencia a Madrid pasaba en el s. XVI por Novés, según las Relaciones de Felipe II, y todavía en el XVIII Antonio Ponz tuvo un percance al cruzar por este camino el río Guadarrama a la altura de El Álamo (ME 27, 7).

Hemos conseguido así tejer una red un poco más aceptable de caminos antiguos importantes, medievales o romanos. Parece claro que podemos completarla con algunos tramos en los que de toda evidencia las carreteras modernas se han superpuesto a las antiguas (punteado más espaciado), a saber:

36. Los Molinos – Guadarrama – El Escorial. 37. Aravaca – Las Rozas. 38. Móstoles – Madrid. 39. Madrid – Puente Viveros sobre el Jarama. 40. Y, fi nalmente —aunque comprendo que esto requeriría un buen estudio sobre el terreno— Chapinería, Aldea del Fresno, Méntrida, La Torre de Esteban Hambrán, Novés, para continuar hacia La Puebla de Montalbán.

¿Cómo encajar en el mapa las rutas antoninianas?

Si consideramos ahora el mapa que resulta de esta acumulación de datos, lo primero que podemos observar es que algunos de los tramos de calzada y puentes marcados en el primer mapa (números 7, 8, 10, 11, 13 y 18) se nos han quedado descolgados. No veo fácil conectarlos con otros datos en un camino antiguo de largo recorrido.

(De pasada: la sugerencia de Carlos Caballero 5 de que la Calzada de Fuentevieja, núm. 13 de nuestro mapa, podría llevar a Mantua = Villamanta necesitaría apoyarse en algo más que el parecido de unos nombres. La ubicación de Mantua, citada sólo por Tolomeo, se desconoce. Hay también quien ha propuesto Mantiel, hacia Cifuentes).

Otros tramos de calzada (14 y 17 del Mapa 1) se integran con naturalidad en un camino (el 32, «Balat Humayd») cuya existencia está documentada en el siglo XIII y que autores entendidos datan de la época árabe. Claro que es grande la tentación de suponerle ascendencia romana y de darle una continuidad con la calzada de la Fuenfría, especialmente para quienes se inclinen, con Dimas Fernández Galiano, a situar Titultia en el yacimiento excavado en Carranque. El problema, no obstante, para identifi car este camino con la ruta antoniniana A24, es que las distancias no cuadran, como quedó ampliamente probado en ME 21, y como me ha reconocido últimamente por teléfono Carlos Caballero. Las XXIIII millas de Segovia a Miaccum se quedan cortas para llegar a la confl uencia del Guatel 1º con el Guadarrama; y las XXIIII de Miaccum a Titultiam son demasiadas para ir de allí al despoblado de Villarejo, y muy pocas para llegar a Carranque. (Y, por supuesto, mucho más difícil es llegar con esas millas a la actual Titulcia, nombre que en tiempo de Fernando VI se dio a Bayona de Tajuña por capricho de un falso erudito).

Aritmética y gramática, en buena armonía.

Este puede ser el momento de pasar a nuestro mapa nº 3, en el que se plasma la interpretación gramatical del Itinerario de Antonino y se encajan impecablemente las distancias, a reserva de ciertas difi cultades que trataremos de explicar. Pero me permitiré antes algunas consideraciones generales.

No me cansaré de recalcar que no hay, o al menos yo no conozco, ninguna otra interpretación del viejo documento que dé por buenas las cifras miliarias. Estas cifras, conviene notarlo, no son ni aproximaciones ni redondeos, sino mediciones precisas. Incluso en otras provincias del Imperio (aunque no sea el caso de Hispania) se llega a afi nar hasta la media milla. La precisión es mucho mayor que en el Repertorio de Caminos de Villuga, pongamos por caso, que al contar en una unidad mucho mayor como es la legua se ve obligado a cálculos más vagos: así resulta por ejemplo que la Venta del Molinillo está según un itinerario a 2 leguas de la Despernada y a 1 legua y media de Navalquejigo, mientras que según otro itinerario la primera distancia es legua y media y la segunda, 2 leguas: ello supone una oscilación de unos 3 km en la ubicación de la susodicha Venta. Y nada digamos de los itinerarios árabes que cuentan en jornadas. Las cifras del IA, cuando sabemos que las vías principales estaban jalonadas con miliarios, dejan un margen de fl uctuación mucho menor y no pueden tomarse a la ligera. Si los manuscritos cuentan unánimemente 24 millas en una etapa, no podemos conformarnos con que sean 23 ni 25.

También hay que tomar en serio las desinencias de caso gramatical, aunque reconozcamos que en esta cuestión sí que ha habido errores de transmisión (imputables al recopilador original más bien que a los copistas medievales).

Razonemos un poco. Si se tratara simplemente de enumerar las ciudades o puntos que el viajero se va encontrando en su camino, la lógica pediría que el caso gramatical fuese siempre el mismo. No hay texto propiamente, no hay frases ni oraciones, sino simple enumeración de nombres. ¿Por qué habrían de ir en casos diferentes?

Sin embargo, la realidad no es esa: hay ablativos, locativos y acusativos. Y si los hay, se impone la deducción de que ya estaban en el arquetipo del documento: ningún copista tendría la ocurrencia de introducir un batiburrillo gramatical si el documento copiado mantuviese una uniformidad de desinencias. Antes al contrario: ante una diversidad desinencial que sería arbitraria e incorrecta a juicio del copista, éste tenderá a corregir a favor de la uniformidad. Así se han perdido, no lo dudemos, buen número de desinencias de acusativo.

El siguiente paso discursivo es preguntarse qué quiso decir el redactor original con las desinencias empleadas. Y esto es lo que no han hecho, o si lo han hecho no han respondido bien, la larga retahíla de sabios que se han ocupado del IA durante siglos. Nuestro Jerónimo de Zurita copió muchas páginas del documento romano incurriendo en el pecado de ultracorrección, es decir tendiendo a poner desinencias de acusativo por todas partes. Un investigador alemán contemporáneo, Gerhard Radke (Viae publicae romanae, Bologna 1981), sin dar explicaciones, opta a menudo por cambiar las desinencias antoninianas por las de nominativo. Más explícito es el británico A.L.F. Rivet, quien tras dedicar tres páginas de su obra The Place-Names of Roman Britain (1979; reimpresa en 1981) a examinar la cuestión de las desinencias en el IA, se inclina por pensar que en este documento no hay «lógica lingüística» y opta por citar las estaciones en nominativo.

Lo curioso es que varios autores 6 habían ya visto, sin conocer nuestra «teoría de los empalmes», que con frecuencia el punto mencionado como fi n de etapa por el IA es una statio situada en una encrucijada, a una distancia variable de la ciudad de la que toma el nombre. Pero no vincularon

esta observación a la cuestión de las desinencias gramaticales.

La prueba fi nal

Centrándonos de nuevo en el espacio de nuestros mapas, la prueba fi nal de la interpretación gramatical o teoría de los empalmes será la medición de las distancias, ambas de XXIIII millas, entre Segovia y Miaccum y entre ésta y Titultiam (ruta A24); y de la distancia, también de XXIIII, entre Toletum y Titultiam (ruta A25). También mediremos, aunque sea preciso salirse un poco del mapa, la etapa Miaccum-Complutum. Dejemos ahora otras medidas, que por lo demás ya hemos considerado en otras ocasiones 7 . Espero, por otra parte, que nadie hará de la curiosa coincidencia de los tres «24» un argumento contra la exactitud del IA; es un azar, como lo muestra el hecho de que en ambas rutas consideradas haya muchas otras distancias parecidas (XX, XXI, XXII, XXIII…).

Pues bien: Contando en millas romanas de 1.480 metros (medida que parece aquí la más conveniente, aunque es sabido que en mi opinión muchas otras veces se utilizó en la Hispania romana la milla griega de 1.538 m), las XXIIII millas desde Segovia se cumplen, tras medir cuidadosamente con el curvímetro sobre los mapas topográfi cos, en el vértice geodésico «San Pantaleón» (IG 533), inmediato a Guadarrama por el sur. Buen punto para «Miaccum-empalme», desde el que se puede acceder fácilmente al emplazamiento supuesto de Miacco.

Las XXIIII millas siguientes, pasando por El Escorial, se cumplen en el centro mismo de Las Rozas. ¿Impone este «Titultiam-empalme», quizá, un ramal de enlace demasiado oblicuo, frente al perpendicular a la vía que habríamos deseado? Pero observemos, en cambio, que la línea Villanueva de la Cañada-Las Rozas resulta ser una prolongación de la hipotética vía correspondiente a la ruta A29, de la que hablaremos, y que tal línea corta el Guadarrama en el punto en que e sitúa un puente cuya antigüedad desconozco, pero que ya existía en tiempo de Madoz con el nombre de puente «de la Venta de San Antonio de pax vobis». Además, un «Titultiam-empalme» más al oeste difícilmente nos permitiría llegar con XXX millas a un «Complutum-empalme» verosímil, mientras que sea así, también esta distancia encaja. En efecto, con 30 millas desde Las Rozas, tomando desde el centro de Madrid la vía de Mérida a Zaragoza y pasando por Puente Viveros y luego por la Cañada de la Galiana que pasa junto a Meco (calzada constatada por Sánchez-Albornoz en 1918; ME 21,18), llegamos al punto en que la Galiana cruza el Arroyo de Torote, entre Daganzo de Arriba y Alcalá. Si evitamos el rodeo de Puente Viveros suponiendo una antigua vía más corta que cruzase por el actual Aeropuerto de Barajas, ganaremos un kilómetro y «Complutum-empalme» caerá en el cruce de la Galiana y la carretera de Daganzo de Arriba a Alcalá. Ambas ubicaciones son perfectamente verosímiles.

En cuanto a la distancia Toletum-Titultiam (XXIIII millas, ruta A25), podemos contarla desde Portillo de Toledo, como se propuso en ME 27,6; pero también quedó allí abierta la posibilidad de situar «Toletum-empalme» en Novés. Depende de cómo se cubra la laguna de la mansión anterior omitida por homeoteleuton (cf. Repertorio, p. 125 – 126, y ME 25,8). Para nuestro actual negocio, nos convendrá medir desde Novés, con lo que llegaremos a El Álamo, exactamente por donde pasa el Balat Humayd en dirección a la presunta Titultia.

Tres cabos sueltos

1) ¿Qué pinta aquí la A29?

Se recordará que la A29 se presenta en la recopilación antoniniana con el epígrafe Per Lusitaniam ab Emerita Caesarea Augusta, y que a pesa de ello todos los autores se han empeñado tradicionalmente en llevarla por tierras manchegas, es decir, saliendo de Lusitania más rápidamente que las otras dos rutas antoninianas de Mérida a Zaragoza. Para sostener tal trazado se identifi caban las estaciones itinerarias de Sisalone, Mariana y Lamini respectivamente con Sisapone, la Mariana de los Vasos de Vicarello y Laminio, aun a costa de declarar erróneos los datos numéricos.

Yo no creo que Sisalone sea Sisapone, ni que esa Mariana sea aquella Mariana, ni que Lamini sea Laminio, ni que deba menospreciarse ese «Per Luistaniam» tan explícito. Véase el resumen de mi propuesta en ME 39,14. Ciertamente, hay la difi cultad de que las millas consignadas no dan de sí para llegar a orillas del Ausencia, sino al parecer al Alberche, presumible límite de la Lusitania. Pero recuérdese que esta ruta se remata con un Titultiam también en acusativo, tras lo cual el recopilador se remite a la ruta A24 con las palabras «Caesaraugusta mansionibus supra scriptis». Bien puede pensarse que esta coletilla es responsabilidad exclusiva del recopilador, que no dudó en identifi car un «Titultiamempalme» con otro sin percatarse de que podían ser puntos geográfi cos muy distantes. La unidad militar para la que se estableció esta hoja de ruta tendría como punto de destino el límite oriental de la Lusitania, que sería también el límite de la jurisdicción de Titultia. Lo cual no es obstáculo para que, según todos los indicios, la vía continuase hasta la propia ciudad y quizá más allá.

2) La A25, ¿vía o ruta?

Pese a su apariencia unitaria y su orientación constante como vía más directa entre Mérida y Zaragoza, sospecho que también aquí el compilador se engañó a sí mismo y nos indujo a nosotros a error. La sospecha se debe a que entre el «Titultiam-empalme» de El Álamo y el «Complutum-empalme» del Arroyo de Torote hay bastante más de XXIIII millas. ¿Error, por una vez, de los copistas?

Pienso más bien que también aquí el recopilador compuso una «vía» empalmando dos «rutas»: una, la A25 originaria, que terminaría en el «Titultiam-empalme» de El Álamo (por cierto: ¿no sería también éste el límite de la Lusitania?); otra, en el fragmento de la A24 que se inicia en Titultiam, sin advertir que no se trata del mismo empalme. Sólo que, esta vez, no se remitió a lo ya escrito con las palabras mansionibus supra scriptis, sino que copió letra por letra el fragmento de referencia. Quedaría así explicado este desajuste que hasta ahora estaba sin explicar.

3) ¿No es antoniniana la C17?

Creo que no, en efecto. La C17 —designación que ya podemos extender a todo el «Balat Humayd», hasta Toledo— fue probablemente también una vía romana, aunque de impor-

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