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Tartessos: invitación a la divagación extravagante

tancia menor que las tres grandes de la zona. Pero no creo que entre en ninguna de las hojas de ruta antoninianas. Esto me obliga a responder a la interpelación de Carlos Caballero: «no acabo de entender cómo es que la C17 es un camino directo de Miaccum a Titultia, pero no es la A24» . Es difícil de entender, en efecto, si nos aferramos a la interpretación lineal del Itinerario; pero no lo es tanto si tenemos en cuenta las enseñanzas de Van Berchem y el valor de los acusativos.

La unidad militar que viniendo de Segovia se paró en las proximidades de Guadarrama para recibir allí el impuesto de la annona pagado en especie (trigo u otro cereal, frutas) por los pobladores de Miacco no tenía necesidad de entrar en la ciudad. Es más: por razones de disciplina militar no era conveniente meter a una gran tropa en la ciudad. Ello, junto a la mayor comodidad de las vías más importantes, explica el rodeo por El Escorial y la siguiente etapa en Las Rozas para exigir el pago a los titulcianos. La explicación podrá o no gustar, o podrá parecer hija de una desbordante fantasía; pero recuérdese que es la única, hasta ahora, congruente con los datos aritmético-geográfi cos.

NOTAS

1.- Publicado originariamente en El Miliario Extravagante, 55, 1996

2.- Se refi ere al texto La calzada romana de Galapagar, publicado también en ME, 55

3.- Pienso por ejemplo en Poierre Sillières, quien en su obra Les voies de communication de l’Hispanie méridionale (1990), pág. 30, descarta a la ligera las teorías del suizo con el pretexto de que no explican sufi cientemente los supuestos errores del Itinerario (errores que en realidad no son tales y que por lo demás él tampoco explica), sin esforzarse por enterarse de los sólidos argumentos de Van Berchem, ya que cita su estudio juvenil de 1937 pero ignora sus trabajos de madurez de 1973 – 1974 [Trabajos que, posteriormente, fueron editados en España por el propio Gonzalo Arias, véase «La annona y el Itinerario Antonino», Anexos de El Miliario Extravagante, 4, 2002 (N. Del Ed.)].

4.- Segunda edición con el número 31 de la serie Ciencias, Humanidades e Ingeniería del Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos en 1994 [N. del Ed.]

5.- Véase ME 55,2: «Una sugerencia a vuelapluma: si la calzada de Fuentevieja no es romana, ¿por dónde vamos a Villamanta y a Mantua?» [N. del Ed.]

6.- Los franceses Baradez y Chevallier, el español Chabret y el alemán Radke. Véanse más referencias en ME 15,2

7.- Véase en especial el capítulo 9 del Repertorio, así como las precisiones en ME 27, 5-6.

8.- Véase El Miliario Extravagante, 55, p. 2 [N. del Ed.]

TARTESSOS: INVITACIÓN A LA

DIVAGACIÓN EXTRAVAGANTE 1

I. Un enigma que sigue siendo un reto

¿Cómo es posible que el tema de Tartessos, que ha hecho correr tanta tinta, ha sido objeto de tantas búsquedas apasionadas o metódicas, científi cas o literarias ha inspirado tantos ejercicios de imaginación, ha alimentado tantos debates, ha dado lugar a leyendas pero también ha suscitado importantísimos trabajos de especialistas rigurosos de diversas disciplinas, no haya sido abordado hasta ahora en las páginas de El Miliario Extravagante? ¿No ofrece esa enigmática ciudad de los albores históricos de España, rodeada de un halo de polémica y de misterio, un tema típico para ser discutido en una publicación no conformista que tiene el prurito de contemplar los problemas de geografía histórica con criterio independiente y sin dejarse arrastras necesariamente por las opiniones de los sabios?

Es verdad: Tartessos no fi gura hasta ahora para nada en nuestros índices. Lamentable ausencia, a la que vamos a tratar de poner aquí remedio.

El punto de partida son las Actas del Congreso Conmemorativo del V Symposim Internacional de Prehistoria Peninsular, publicadas con el título Tartessos, 25 años después, 1968-1993, Jerez de la Frontera, volumen de 653 apretadas páginas que hemos examinado con cierta atención, y también con la reverencia que merece el muy nutrido elenco de doctores en arqueología, historia, paleografía, geoarqueología, epigrafía y demás ciencias afi nes. Pero, obviamente, la pretensión de un profano, o en todo caso un afi cionado marginal en algunas de estas ciencias, no puede ser poner apostillas a los estudios recogidos en cuanto se refi eren fundamentalmente a los diversos aspectos de cultura tartesia, aspectos en los que no me cabe sino admirar la cantidad de datos y materiales reunidos y la fi nura y penetración de los análisis.

Ahora bien, aparte de los estudios sobre la cultura tartesia, está la cuestión de la «ubicación de la ciudad», y sobre esto quisiera decir algo. Poca novedad tendrá lo que diga (¿puede realmente sugerirse una ubicación en la que alguien no haya pensado ya?), pero mi intención y mi esperanza es animar a otros colaboradores, aunque no sean especialistas en Tartessos, a exponer sus opiniones, sean convencionales y académicas o innovadoras y extravagantes.

II. La prudencia de la zorra

Ante todo, observo que el talante que predomina entre los sabios es la que podríamos llamar prudencia de la zorra. Ya saben la fábula: después de saltar inútilmente tratando de alcanzar las uvas de una parra, la zorra decidió que éstas no le interesaban porque «no están maduras», dejando así a salvo su amor propio.

Parece que el Symposium de 1968 sobre Tartessos marcó la transición a ese talante. Comprobada la inutilidad de los esfuerzos por localizar la ciudad, los arqueólogos decidieron que había que cambiar de perspectiva: «Tartessos no va a

ser tanto una ciudad, una polis situada en algún punto del Bajo Guadalquivir, sino toda una región, con una estructura social y económica compleja.» Habría que aprender «a superar la obsesión del emplazamiento de Tartessos», porque no era esa «la clave del problema». Lo importante era la valoración de la cultura tartesia. La mayoría de los investigadores «resueltamente abandonaron la búsqueda de la mítica ciudad». Incluso se barajó la hipótesis de su inexistencia, de una cultura difusa sin concreción en un centro urbano principal, de un reino tartesio sin capital.

Figura 1

Pero esta última hipótesis no parece contar con la aceptación general, y no falta quien (concretamente, Antonio Tejera Gaspar) recalca con recto criterio que «en una estructura política compleja es necesario contar con la existencia de un centro urbano que ejercería funciones de «núcleo redistribuidor». En él fi gura el poder, reside el centro económico, político y, desde luego, religioso, que actúa como aglutinador de las otras funciones.»

¿Dónde estaría, pues, Tartessos? Las principales propuestas de ubicación, desde las investigaciones de Schulten, son: Cerro del Trigo en el Coto de Doñana, isla de Saltés (Huelva), la propia Huelva, Mesas de Hasta, Jerez de la Frontera, entre Aznalcázar y Casanievas (Sevilla), la propia Sevilla. Si a éstas añadimos las ubicaciones propuestas por los antiguos en Cádiz (desde Avieno) y en Carteya, tendremos el mapa-resumen de la búsqueda de Tartessos, que puede verse en la fi gura 1.

III. Las fuentes antiguas

¿Qué datos ofrecen las fuentes antiguas sobre la situación geográfi ca de la ciudad? Pues lo curioso es precisamente que ofrecen algunos datos importantes que parecen dar buenas pistas. Pese a lo cual la búsqueda ha resultado infructuosa, en gran medida porque el entorno geográfi co y en especial la línea de la costa en la región ha sufrido enormes cambios a lo largo de los 26 siglos que nos separan del esplendor tartesio.

Los geógrafos antiguos que se refi eren a las tierras en que pudo estar Tartessos son sobre todo Avieno y Estrabón, y en mucha menor medida Mela y Plinio. Veamos lo que dice cada uno, antes de considerar cómo los interpretan los modernos.

i) Avieno

Rufo Festo Avieno escribió su Ora maritima en el siglo IV, pero él mismo declaró que tomaba su descripción de costas de textos mucho más antiguos, y todos están de acuerdo en que su fuente principal debió ser un periplo masaliota de hacia el s. VI a.C. Los pasajes que nos interesan, según la traducción de J. Gavala 2 , son los siguientes:

248 Acaso sea el Hibero el río que mana después y que fecunda con sus aguas los campos: muchos dicen que de él recibieron su nombre los Hiberos; no del río que baña a los turbulentos vascos.

252 Pues a todo el territorio que linda con el río por la parte de occidente llaman Liberia. La parte de Levante contiene a partir de aquí a los Tartessios y a los Cilbicenos.

255 Después se encuentra la Isla Cartare, y es creencia bastante extendida que antiguamente estuvo ocupada por los Cempsos; arrojados luego por lucha con sus vecinos, se retiraron en busca de otros lugares.

259 Se alza después el Monte Cassio, y por él se llamó antiguamente en lengua griega casítero al estaño; luego se encuentra el Cabo del Templo [Fani Prominens], y a lo lejos está la fortaleza de Gerión [Arx Gerontis], que tiene un nombre antiguo de la Grecia; pues oímos decir que por ella fue llamada en otros tiempos Geriona.

265 Aquí se hallan, diferenciadas unas de otras, las bocas del Golfo de los Tartessios, y desde el mencionado río hasta estos lugares hay para los barcos un día de navegación. Aquí está la ciudad de Gadir, pues la lengua de los fenicios llamaba Gadir a un lugar fortifi cado; la misma, fue llamada primeramente Tartessos; ciudad grande y opulenta en épocas pasadas, ahora pobre, pequeña, abandonada, es un montón de ruinas.

273 Nosotros no vimos nada notable en estos lugares aparte de la fi esta solemne de Hércules.

275 Pero su pujanza, o al menos su prestigio, fue tanta en épocas pasadas, según se asegura, que Iuva, un rey altivo, y el más poderoso de cuantos gobernaban precisamente entonces la nación Marusia, situada al otro lado del mar, estimadísimo del príncipe Octaviano y dedicado por entero al estudio de las letras, se consideró más ilustre aún con el duumvirato de esta ciudad.

283 Mas el río Tartessos, al fl uir del Lago Ligustino a través de campos abiertos, ciñe por todas partes con su corriente a la isla. Este río no avanza con una corriente única, ni surca con un solo cauce el terreno subyacente, pues vierte sus aguas en los campos por tres bocas en la parte de levante, y con una boca gemela baña también dos veces la región situada al sur de la ciudad.

291 Mas domina a la laguna el monte Argentario, llamado así por los antiguos a causa de su belleza; pues éste brilla en sus laderas por el mucho estaño que contiene y lanza

lejos a los aires un gran resplandor cuando el sol hiere con sus rayos las altas cumbres.

296 El mismo río, empero, arrastra en sus aguas partículas del pesado estaño, y transporta hasta las murallas el rico metal; la tribu de los Etmaneos habita en una vasta región que a partir de aquí se extiende tierra adentro y cuyo suelo está surcado por corrientes de agua salda.

301 Después, y hasta los campos de los Cempsos, se extienden, a su vez, los Ileales por una fértil campiña; los Cibicencos, empero, poseen la región marítima.

304 El mar que se halla en medio separa, como antes hemos dicho, el Castillo de Gerión y el Cabo del Templo, y el golfo se adentra entre acantilados de rocas; un ancho río hace correr sus aguas junto al segundo monte.

308 El Monte de los Tartessios, sombreado por los bosques, se eleva en seguida; desde allí comienza la isla Erythia, extensa por su campiña, y en otro tiempo bajo la jurisdicción de los púnicos; pues los colonos de Cartago la poseyeron desde la más remota antigüedad; y está cortada por un brazo de mar de sólo cinco estadios de anchura medidos de la fortaleza Erythia al Continente; una isla consagrada a la marina Venus se encuentra hacia donde está el ocaso del día,

316 y en ella hay un templo de Venus, en el interior de una cueva, y un oráculo. Desde el monte que te dije encontrarías cubierto de bosques, se extiende un litoral suavemente inclinado y blando de arenas,

320 por las cuales corren con sus aguas los ríos Besilo y Cilbo; el Monte Sagrado eleva luego sus soberbias rocas hacia Occidente.

Buen embrollo nos legó Avieno con su descripción aparentemente tan detallada, como luego veremos. Pero recordemos antes lo que dicen otros autores antiguos.

ii) Estrabón

Aunque Estrabón vivió cuatro siglos antes que Avieno, sus descripciones no se refi eren a tiempos antiguos, sino a su propio tiempo, en el que Tartessos no era sino un lejanísimo y borroso recuerdo. El Libro III de su Geografía estaba terminado hacia el año 18 a.C., es decir, en tiempo de Augusto. Pero hay un par de pasajes que tienen bastante interés para nuestro propósito. Del primero (III, 1, 9) interesa retener sobre todo que el río Betis llegaba al mar por dos bocas:

III, 1, 9: Sigue [a Cádiz, navegando hacia poniente] el puerto llamado de Menesteo y el estero que está junto a Asta y Nabrissa. Se llaman esteros a las escotaduras litorales que el agua del mar llena en la pleamar, y por las que se puede navegar remontando la corriente como por los ríos hasta el interior de las tierras y las ciudades de sus orillas. Inmediatamente después se halla la desembocadura del Betis, dividida en dos brazos; la isla comprendida entre ambas bocas abarca un trecho de costa que tiene cien estadios o más, según algunos. En algún lugar de esta región se encuentra el oráculo de Menesteo y donde se alza la Torre de Cepión, construida sobre rocas a las que circundan las olas, obra admirablemente hecha y destinada, como el

Faro, a evitar la pérdida de los navegantes; pues como los aluviones arrojados por el río producen bajíos y sus proximidades están sembradas de escollos, se hizo necesaria una señal perceptible de lejos. De aquí, remontando el Betis, está la ciudad de Ebura y el santuario de Fosforos llamado también Lux Dubia. Más adelante se abren las entradas de otros estuarios, tras los cuales sigue el río Anas, también de doble embocadura, ambas anavegables. Luego, fi nalmente, se halla el Promontorio Sacro, que dista de Gadeira menos de dos mil estadios. Otros dicen que del Promontorio Sacro hasta la desembocadura del Anas hay setenta millas, y que desde allí a la desembocadura del Betis hay un centenar, así como de éste a Gadeira se cuentan setenta.

Lo señalado en negrita son pequeños cambios que he hecho en la traducción de A. García y Bellido 3 . Son sobre todo castellanizaciones de nombres geográfi cos que don Antonio gustaba de escribir a la griega. También, guiándome por la traducción francesa de F. Lasserre 4 y por la española de Juan López 5 , he puesto «en algún lugar de esta región» donde G.B. dice simplemente «allí», adverbio que erróneamente podría interpretarse como referente a la isla nombrada en la frase anterior.

Más interesante es el otro pasaje de Estrabón:

III, 2, 11: Cerca de Cástulo hay un monte que por sus minas de plata llaman Argyrus; se dice que de él mana el Betis. Polibio refi ere que éste y el Anas vienen de la Celtiberia distando entre sí unos novecientos estadios, porque los Celtíberos, habiéndose hecho poderosos, dieron nom

bre a todas las regiones circunvecinas. Parece ser que en tiempos anteriores llamóse al Betis Tartessos y a Gadeira y sus islas vecinas Erytheia. Así se explica que Estesícoro, hablando del pastor Gerión, dijese que había nacido

casi enfrente de la ilustre Erytheia, junto a las fuentes inmensas de tartessos, de raíces argénteas, en un escondrijo de la peña.

Y como el río tiene dos desembocaduras, dícese también que la ciudad de Tartessos, homónima del río, estuvo edifi cada antiguamente en la tierra sita entre ambas, siendo llamada esta región Tartéssida, la que ahora habitan los Túrdulos. Eratóstenes acostumbra a llamar Tartéssida a la región cercana a Calpe, y a Erytheia «isla afortunada». Pero Artemidoro, opinando en contra, afi rma que esto es falso, como lo es que de Gadeira al Promontorio Sacro haya cinco días de navegación, cuando la distancia efectiva no pasa de mil setecientos estadios; que la pleamar no se siente ya allí, cuando ésta se deja sentir en toda la periferia de la tierra habitada; y que las partes septentrionales de Iberia sean más accesibles por la Céltica que navegando por el Océano; y cuántas otras cosas ha dicho por arrogancia, dando crédito a Piteas.

De nuevo he hecho retoques en la traducción de García y Bellido, en la que falta una frase entera, aunque no es de interés para nuestro objeto.

iii) Mela y Plinio

Pomponio Mela, a mediados del siglo I de nuestra era, habla todavía en su Chorographia (III,3-5) 6 de los dos brazos del Betis:

Partiendo de aquí [del Estrecho] y siguiendo por la derecha delque sale, ábrese el Mare Atlanticum y la costa occidental de la Baetica, que a no ser por dos pequeños golfos, formaría una línea casi recta hasta el río Anas. Habítanla los turduli y los bastuli. En el primero de los dos golfos dichos hay un puerto llamado Gaditanum y un bosque llamado Oleastrum; luego el «castellum» Ebora, en la costa, y lejos de ella la colonia Hasta. A continuación hay un templo y un altar consagrado a Iuno. En el mismo mar está el Monumentum Caepionis, alzado más bien sobre una roca que sobre una isla. El Bateéis, que surge de la región Tarraconenses, atraviesa durante largo trecho casi por la mitad [de la Bética], fl uyendo desde que nace por un solo lecho; mas a poca distancia del mar forma un gran lago, del que sale, como de una fuente, dividido en dos brazos, cada uno de los cuales es tan considerable como antes de su división. Luego, el segundo golfo se prolonga hasta la extremidad de la provincia, y contiene en sus orillas las pequeñas ciudades de Olintigi y Onalappa.

Pero Plinio, que escribió quizá 30 años después que Mela, no habla ya de los dos brazos del Betis, aunque sí alude al estuario del río, en el que sitúa Nabrissa y Hasta.

IV. Las interpretaciones anteriores a 1993.

Sin pretender, ni mucho menos, estar al corriente de todo lo que se ha escrito al respecto, y ateniéndome a lo que tengo al alcance de la mano, paréceme que cabe apreciar entre los autores de este siglo anteriores a 1993 dos principales escuelas de interpretación de la paleogeografía de la comarca tartésica: la de Schulten y la de Gavala. Schulten no necesita presentación. Juan Gavala y Laborde, Ingeniero de Minas, tiene un mérito extraordinario no sólo por su excelente estudio geológico de la costa y la bahía de Cádiz, sino por su traducción y edición comentada de la Ora martitima de Avieno, publicada en 1958 y reimpresa en 1992. Lebrija. Y por supuesto se equivocaría Avieno al identifi car Tartessos con Gadir.

Figura 2. Esquema de la interpretación de Avieno por Schulten

El primero cree que Cartare y Erytheia son los nombres fenicio y griego de la misma isla en que estaba Tartessos y que esta isla corresponde a un tramo costero del actual Coto de Doñana. La actual Laguna de Santa Olalla sería lo que queda del segundo brazo del río Betis. El Lago Ligustino ocuparía todas las marismas del Guadalquivir, desde Coria hasta Sanlúcar y desde el Palacio de Doñana hasta

El segundo cree fi rmemente a Avieno en cuanto a la identidad Tartessos = Gadir. Ello le obliga a interpretaciones algo forzadas: aunque el río Tartessos sea el Guadalquivir, la ciudad no estaría en su desembocadura y el golfo del mismo nombre sería la bahía de Cádiz; las islas Cartare y Erytheia no serían verdaderas islas, pues Avieno utilizaría esta palabra para designar porciones de tierra entre dos ríos o esteros, que el navegante masaliota pudo tomar erróneamente por islas.

Creo que la manera más útil de resumir una y otra interpretación es la gráfi ca. Eso es lo que intento en las fi guras 2 y 3.

Quien relea la descripción de Avieno a la vista de estos mapas prono encontrará cosas que no cuadran. Algunos de los puntos débiles en la reconstrucción de Schulten son: i) Primero y fundamental, que no encontró Tartessos donde lo buscaba, pese a las excavaciones realizadas. ii) No se ve que la isla en que se encuentra Tartessos sea ceñida «por todas partes» por la corriente fl uvial, puesto que la isla está entre el Océano y un «lago» que en realidad es una gran ensenada marina. iii) El «Monte Argentario» es para Schulten el monte «Argyrus» que Estrabón coloca cerca de Cástulo; pero Avieno dice muy claramente que el monte Argentario «domina a la laguna». iv) No parece lógico sostener que Cartare y Erytheia sean la misma isla, cuando Avieno las describe con palabras muy diferentes.

Por su parte, Gavala reprocha a Schulten el aferrarse «a la idea de situarla [la ciudad de Tartessos] en las marismas del Coto de Doñana, terreno que seguramente estaría aún

Figura 3. Esquema de la interpretación de Avieno por J. Gavala

cubierto por las aguas del mar en la época fenicia» (p. 8). Pero tampoco la interpretación de Gavala nos resulta convincente. Se le puede objetar: a) Es arbitrario atribuir a una «referencia equivocada de

Avieno» la mención en el v. 248 del Río Hibero y pensar

que en realidad se trata aquí del Tartessos = Guadalquivir. b) El mismo Gavala admite que «no deja de ser extraño que en Ora Martitima no se cite al Río Tartessos en el lugar que le corresponde, y más extraño aún que no se mencione su desembocadura (…) y que sin más aldusión a este importantísimo curso de agua se pase a hablar en el v. 255 de la Isla Cartare, que ya está en su margen izquierda» (p. 84). c) Es muy extraño que el navegante massaliota inspirador de Avieno pudiera tomar erróneamente por dos brazos de un mismo río el Guadalquivir y el Guadalete; máxime cuando, como geólogo, Gavala reconoce que «las rías de ambos sistemas no comunicaron entre sí nunca, ni pudieron comunicar» (p. 85). d) Tampoco con esta interpretación es congruente decir que el río ciñe por todas partes la isla en que se encuentra la ciudad. e) El «Mons Cassius», identifi cado con el «Mons Argentarius», es situado por Gavala próximo a las fuentes del

Guadalete, lo que no deja de ser otra arbitrariedad. f) Decir que la Isla Erytheia es en realidad una porción de tierra continental está en abierta contradicción con la indicación de Avieno de que está separada del continente por un brazo de mar de cinco estadios de anchura.

Un poco imprecisa, pero interesante, es la opinión de Gavala sobre el Lago Ligustino. Aunque no lo rotula en el mapa principal en que reconstruye la costa en época antigua (en el que se inspira nuestra fi g. 3), dice al comentar los v. 283- 290: «El Lago Ligustino ocupaba el centro del estuario que, en la época en que esta descripción se hizo, tenía que estar ya algo obstruido en la desembocadura por el cordón litoral, que el río podría cortar con uno o varios canales o brazos, más bien con uno solo, por cuanto en el v. 307 se dice que «un anchuroso río discurre junto al segundo monte» (Cabo del Templo)».

V. Las últimas investigaciones geoarqueológicas

En el volumen Tartessos, 25 años después, citado al principio, me ha interesado especialmente el trabajo de Oswaldo Arteaga, Horst D. Schulz y Anna-Maria Roos titulado «El problema del Lacus Ligustinus. Investigaciones geoarqueológicas en torno a las marismas del Bajo Guadalquivir». Estos autores, adoptando una metodología interdisciplinaria, han estudiado el proceso de colmatación del que empezó siendo un gran golfo marino. Realizaron para ello múltiples perforaciones geológicas que, al contar con dataciones de Carbono-14, ayudan a precisar el ritmo de los aluvionamientos.

El trazado de la línea costera más antigua del que parten (hace unos 6.000 años) 7 es prácticamente el mismo que el de Gavala. Pero ¡ojo! no es la costa de época tartésica. En cinco mapas sucesivos se indican, con referencia a esa línea y a los rasgos geográfi cos actuales fundamentales, los puntos de las perforaciones realizadas y los principales yacimientos arqueológicos de cada época: Neolítico; Cobre y Bronce; Bronce Final y Hierro Antiguo tartesio; Época turdetana; Época romana. El que aquí reproducimos (fi g. 4) es el de la época turdetana. Dos aclaraciones pueden facilitar la recta comprensión de todo lo que sigue:

Fig. 4: Selección provisional de los principales yacimientos arqueológicos de la época turdetana resaltando los núcleos mayores de población, en relación con el Golfo del Guadalquivir (según Arteaga, Schulz y Roos).

a) En lo que es la actual costa del Coto de Doñana, los autores señalan, con sendas líneas de trazos, dos posibilidades para el borde oriental de la boca de la ensenada marina, que podrían tener unos 10 o unos 20 kilómetros de anchura. Entiendo que la indeterminación se debe a que no se realizaron en esta parte perforaciones geológicas. La mayor anchura de la boca parece más congruente con el carácter marítimo de la ensenada, y también con los trabajos geológicos de Gavala. b) La totalidad de los yacimientos arqueológicos catalogados para todas las épocas están en la línea de la antigua costa o en su parte convexa, es decir en lo que era tierra fi rme ya hace 6.000 años, con una sola excepción: el yacimiento de época turdetana y romana de Monte Algaida, unos 8 km al N-NE de Sanlúcar de Barrameda, en lo que al parecer era un islote en tiempos remotos. Lo señalo como curiosidad, y no porque crea que haya posibilidades de encontrar a Tasrtessos en este yacimiento cuya importancia ignoro.

De la práctica ausencia de yacimientos arqueológicos en todo lo que en 4.000 a.C. era una gran ensenada marina y actualmente es todavía en gran parte zona de marismas, parece deducirse que en toda la zona, cubierta por el mar o en todo caso fácilmente inundable, no hubo de hecho asentamientos humanos hasta tiempos casi contemporáneos.

En el lento proceso de colmatación pueden señalarse, al parecer, algunos hitos: - Hacia el 2680 a.C. se habría formado en la entonces desembocadura del Betis/Tartessos, por delante del que los autores llaman «Estrecho de Coria», un delta que podría alcanzar unos 15 o 20 km al sur de Coria del Río. - En tiempos romanos toda la línea costera del golfo se habría trasladado unos cientos de metros hacia su centro. En cuanto al delta, en tiempo de Estrabón no habría llegado aún a la altura de Lebrija, puesto que el estuario

de Hasta y Nabrissa seguía siendo independiente del Betis; pero para Plinio (segunda mitad del s.I) Nabrissa y

Hasta están ya en un ramal del estuario del Betis. - En la Alta Edad Media la colmatación llegaría ya a zonas muy cercanas a la actual desembocadura del Guadalquivir.

Interpretando a Avieno desde la perspectiva de los datos geoarqueológicos, Arteaga, Schulz y Roos llegan, entre otras, a las siguientes conclusiones que creemos interesante reproducir:

«…hacia los tiempos tartesios nuestro golfo marítimo se encontraba en proceso de colmatación, pero todavía era en su mayor parte navegable desde el ‘Sinus Atlantucus’, que se corresponde claramente con el actual Golfo de Cádiz (…).

De acuerdo con nuestros resultados, la formación de un ‘lacus’ de agua dulce en los espacios abarcados por la Marisma actual era totalmente imposible, en los tiempos tartesios de los siglos VII-VI a.C., cuando los mismos se hallaban todavía cubiertos por las aguas del mar.

A lo sumo se puede hablar, como hemos dicho, de un gran ‘Sinus Tartessius’, en el cual desembocarían los meandros cambiantes del río Tartessos, después de atravesar la formación deltaica, que entonces progresaba en su avance por delante del Estrecho de Coria, donde la corriente saldría proyectada como un poderoso torrente.

La formación de un ‘lacus’ de agua dulce, en consecuencia, solamente podía conocerse en los tiempos del Rey Argantonio situándola muy por encima de aquella desembocadura del siglo VII – VI a.C., acaso en otros espacios de la llanura de inundación. Espacios que como bien han mostrado los geógrafos modernos no faltan en las actuales ‘planas sevillanas’ que se extienden entre Los Alcores y el Aljarafe: siendo también en su entorno donde coinciden los principales núcleos del doblamiento, desde los tiempos prehistóricos…»

Según esto, y puesto que para la localización de la ciudad parece obligado tener en cuenta la relación que Avieno (v. 283) establece entre ésta, la isla y el lago, se diría que la búsqueda debería orientarse hacia más arriba del «Estrecho de Coria». Ello no obstante, nuestros geoarqueólogos opinan, probablemente con toda razón, que no se puede exigir tanto rigor al paisaje de Avieno sobre Tartessos. Cierto que el poeta del s. IV tomaba datos de una fuente tal vez de tiempos de Argantonio, es decir de unos mil años antes; pero también tomaba datos de otras fuentes y, sobre todo, estaba expuesto a confundir el escenario pretérito con el escenario para él presente. El «Lacus Ligustinus», que con ese nombre sólo cita Avieno, pudo existir en su tiempo en el centro de la parte de la ensenada convertida ya en planicie marismeña, y sería más o menos el mismo lago mencionado por Mela; pero no hay por qué empeñarse en que existiera tal lago en tiempos tartésicos.

VI. Entonces, ¿dónde estaría Tartessos?

Arteaga, Schulz y Roos no se arriesgan, evidentemente, a proponer una respuesta. Pero han hecho bastante, muy generosa y competentemente, para que los menos pruden- tes y más dados a fantasear nos atrevamos, a partir de sus conclusiones, a intentar dar unos pasos más, con el riesgo que supone caminar en un terreno marismeño y a la vez pantanoso.

Renunciemos al lago, o dejemos a lo más abierta su posibilidad de existencia en las planas sevillanas, por encima del «Estrecho de Coria»; pero no renunciemos a la isla, al menos por ahora. Sobre la situación de la ciudad en una isla parecen convenir Avieno y Estrabón. Que ésta se llamara o no Cartare no importa mucho. Cabe imaginar dos posibilidades: i) una isla deltaica enteramente rodeada por brazos del río, sin costa propiamente marítima; ii) una isla fl uvial por encima del «Estrecho de Coria», en la que podrían entrar las tierras donde siglos después se establecería Hispalis. Ambas posibilidades se sugieren en líneas punteadas en nuestra Fig. 5. ¿Cuál de ellas encajaría mejor en los presupuestos geoarqueológicos que hemos resumido en la sección V?

Figura 5. Geografía tartesia y vías antiguas.

Si la formación deltaica llegaba, ya en 2680 a.C., hasta 15 ó 20 kms por debajo de Coria del Río, en tiempos de Argantonio (¡dos milenios después!) la extensión del delta debería ser más que sufi ciente para dar cabida a una isla en la que cupiera una ciudad. Otra cosa es que la «calidad» del terreno fuese la más propicia para construir una ciudad, cosa que Juan Gavala había negado con palabras rotundas:

Todos los brazos, antiguos y modernos, con que el Guadalquivir ha cruzado su estuario, terreno absolutamente llano y horizontal, pues sus mayores desniveles no exceden de un metro, sólo han podido limitar o rodear pequeñas extensiones de terreno bajo, inundables en las crecidas y en las grandes mareas, que no pudieron ser en ninguna época lugares de asentamiento, y cuya posesión, en todo momento precaria, nunca pudo despertar el afán conquistador de razas importantes» (op. cit., p. 93)

No sé si alguien ha evocado antes esta otra posibilidad: una isla fl uvial por encima del Estrecho de Coria y muy próxima a él.

Entran aquí las vías romanas como indicio.

VII. Sobre la ascendencia tartesia de algunas vías romanas

Que los romanos heredaron de los tartesios, a través de fenicios, griegos o cartagineses, algunas vías comerciales o militares, es cosa que no puede dudarse. Avieno (v. 178 182) alude a un camino del estuario del Tajo a la región de Tartessos (sin duda nuestra L85 – BL3 8 , «Estrada dos Mouros») y a otro que llevaría a Málaga. También puede suponerse una ascendencia tartesia al famoso Camino de la Plata, probable conducto del comercio del estaño en el que Tartessos era intermediario. Pero el camino que ahora va a atraer nuestra atención es la mismísima Vía Augusta.

Decíamos al principio que el nombre de Tartessos no ha aparecido hasta ahora en El Miliario Extravagante. Pero lo que sí hay es una alusión implícita en el Repertorio de Caminos de Hispania Romana (p. 468), al comentar los trabajos de Pierre Sillières sobre la Vía Augusta entre Córdoba y Cádiz. He aquí nuestro comentario de 1987:

Hay algo que me deja insatisfecho en esta vía: ¿por qué apunta desde el sur a la insignificante Orippo, y no a Sevilla? ¿Por qué desde Carmona tampoco va derecha a Hispali, sino que hace un esguince para entrar en ella? ¿Heredarían los romanos un camino tartesio concebido en función de otros núcleos de población distintos de los romanos, e incluso en función de un distinto cauce del Guadalquivir?

Los trazos rectos y gruesos (Fig. 5) son los tramos de Vía Augusta comprobados, de hecho mucho antes que Sillières y consignados en los mapas totpográfi cos por lo menos desde 1918 (IG 984 y 1002).

Que la Vía Augusta tal como aparece descrita en los Vasos de Vicarello y en el Itinerario de Antonio (A7, A10) no pasaba por Hispali sino por un Hispali-empalme, es algo que creo haber dejado claro en ME 37,7-8. Pero esto no lo explica todo.

En algún lugar he expresado mi convencimiento de que la primera Vía Augusta, en cuanto vía «romana», iba mucho más directa de Corduba y Astigi a Gades (nuestra B14). Pero pronto la atracción de Hispali impondría el recorrido que nos han legado los Vasos de Vicarello.

Y aquí está el hecho curioso, aparentemente desconcertante, pero que podría ponernos en la pista de la solución de todo este problema: los tramos de calzada que en principcio se explicarían por la atracción de Hispali, no tienen a Hispali como punto de mira.

La hipótesis, pues, es ésta: los tramos en cuestión fueron reaprovechados por los hispalenses/sevillanos, pero su punto de mira primitivo era Tartessos. Es signifi cativo que ambos terminan en puntos por donde se supone correría el brazo oriental del río Tartessos, donde se encontrarían los respectivos embarcaderos (uno de ellos sería en tiempos romanos la ciudad de Orippo). Las prolongaciones de nuestras dos rectas se cortan a 3 ó 4 km al NE de Coria del Río, en un enclave del t.m. de Sevilla titulado «Isla de Garza», cuyo aspecto actual ignoro, pero que el Instituto Geográfi co presentaba así en 1918 (fi g. 6)

Figura 6: ¿el solar de Tartessos?

VIII. Schulten, Platón y la tragedia de Bisecas

No sé si los tres nombres unidos en el título de esta sección serán para el lector perspicaz anticipo de lo que quiero sugerir, o si sonarán más bien a acertijo provocador. Tranquilícese el lector menos perspicaz, que se lo explicaré.

No puede decirse que Schulten sea santo de la devoción de El Miliario Extravagante. Pero tampoco es cuestión de negarle sus méritos. Y uno de ellos, que a mi juicio no ha sido comentado en España como merecería (aunque al parecer encontró en su tiempo muy buena acogida en Alemania), es el de haber llamado la atención sobre las similitudes entre la Atlántida de Platón y el Tartessos de la Historia: - País insular al oeste de las Columnas de Hércules y cercanía a éstas, - Cercanía asimismo a Gades, - Situación de la capital a cierta distancia del mar (50 estadios, dice Platón) - Acceso desde el mar por un estuario que permitía la llegada de grandes navíos, - Gran llanura surcada de canales y circundada por montañas, - Riqueza del reino basada sobre todo en los metales - Mención especial del estaño - Relaciones comerciales con «otras islas del Océano» (¿Casitérides?) - Los toros como animales sagrados

… y algunas otras coincidencias que llevan a Schulten a pensar que en el poema de Platón hay una base de realidad, y que ésa base es Tartessos.

Creo, en efecto, que Schulten podía tener, como en este caso, intuiciones muy valiosas. Pero también es verdad que sus «intuiciones» eran a veces cabezotadas que se negaba a corregir aunque se acumulasen indicios en contra. Considero una de esas cabezotadas el achacar a los cartagineses la destrucción de Tartessos, fechoría de la que no hay el menor testimonio histórico y que nadie ha podido demostrar. Máxime cuando es el propio Platón el que da a su Atlántida un fi nal muy distinto.

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