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Recuerdos de Gonzalo Arias

RECUERDOS DE GONZALO ARIAS 1

Júbilo Matinal (un intercambio epistolar) 2

Por los motivos que se explican en el propio artículo, quisiera publicar en mi blog personal, («Júbilo Matinal», http://javiercarrascon.blogspot.com/) un pequeño texto en el que doy sucinta cuenta de mi primera lectura, hace ya muchos años, de «Los Encartelados», la impresión que me produjo y por qué caminos imprevistos vine a enterarme, hace un par de años, de quién era su autor y de sus restantes actividades. El texto que, salvo que usted tenga inconveniente, me propongo publicar es el siguiente: «LOS ENCARTELADOS»

A mis once o doce años – bueno, y antes también – tenía yo la santa costumbre, cuando me aburrían o se me acababan las lecturas previstas para mi edad, de llevar a cabo discretas incursiones de caza en los cuartos de mis hermanos mayores, a ver qué pillaba. Imagino que todos lo hemos hecho, el mundo se nos va ensanchando a base de estas cosas. (Por un medio muy parecido me enteré, a los siete años, de la verdad sobre los Reyes Magos. Me callé cuidadosamente el descubrimiento, fundamentalmente en honor a mi hermano pequeño y también con la esperanza de que, no haciéndolo público, la noche de Reyes conservara su magia, que en aquel momento vi tambalearse peligrosamente. Mi discreción fue premiada y aún hoy, cercano a la

1. Esta sección se ha confeccionado con los testimonios espontáneos de cuantos amigos de Gonzalo Arias o seguidores de las diferentes facetas de su obra han decidido dirigirse a El Nuevo Miliario atendiendo a la invitación formulada en el número 5 de nuestra revista. Agradecemos desde aquí todos los testimonios enviados, así como la colaboración prestada por la familia de Gonzalo. Algunos de ellos, como los de Alicia Canto, Marisa y Humberto García, Aventino Andrés, Henry Pinna u Olcade fueron escritos en las horas siguientes al fallecimiento de Gonzalo, y distribuidos en listas de Internet o enviados a su familia por correo electrónico. Otros, como los de Pablo Guerra, Giacomo Gillani o Jesús Sánchez, responden a la invitación cursada por nuestra revista en el número anterior. Finalmente, algunos, como el de Javier Carrascón —que abre esta sección— y el de Pepe Beúnza y Pedro Otaduy —que la cierra—, redactados en circunstancias diferentes, han sido también enviados por Mario Arias para su inclusión en este número. De igual modo, las fotografías de Gonzalo Arias que acompañan a varias secciones de esta revista se deben a la búsqueda realizada por la familia de Gonzalo, que recibe por este medio nuestra más sincera gratitud. 2. Bajo este título hemos agrupado un intercambio epistolar entre Javier Carrascón y Gonzalo Arias, previa autorización del primero y merced a los buenos ofi cios de la familia del segundo [N. del Ed.] cincuentena, sigo disfrutándo esa noche casi con la misma maravillosa zozobra que entonces.)

Bueno, a lo que iba: en una de estas razzias literarias cayó en mis manos un librillo delgado y raro cuya lectura me duró muy poco, aunque no así sus efectos. Estaba publicado en París, traído de allí por algún amigo viajero de mi hermano, y el autor ocultaba su nombre por motivos obvios. Se llamaba «Los encartelados. Novela-programa» y trataba de cómo un ciudadano de Trujiberia —trasunto evidente de la España tardo franquista, o sea, la de entonces mismo— salía un domingo a la calle con sendos carteles pegados en pecho y espalda en los que pedía, con letras bien gordas, que el Mariscalísimo Tranco, Jefe del Estado por la gracia de Dios, convocara elecciones libres para ser democráticamente sustituído en su puesto. Al peticionario lo detenían rápidamente, claro, pero su ejemplo cuajaba y en unos pocos meses la costumbre de correr los domingos por la mañana delante de la policía tranquista, con carteles pidiendo elecciones a la jefatura del Estado, arraigaba entre los trujibéricos. Se había puesto en marcha el movimiento de los encartelados, con tal pujanza que el libro acababa justo antes de un mensaje televisado de su Excelencia, en el que se dirigía a sus súbditos para comunicarles que... FIN.

La historia estaba contada desde el punto de vista de un estudiante universitario de clase media, que iba iniciándose en los misterios de la vida adulta, concienciación política incluída, al mismo tiempo que en toda Trujiberia, gracias a los encartelados, se dibujaba poco a poco la esperanza, frágil pero real, de acabar con el tranquismo por medios pacífi cos. Una nota a modo de epílogo comunicaba la intención del autor de llevar a cabo el experimento en el Madrid real en fecha inminente. Nunca hasta hace muy poco tuve noticia de si lo hizo efectivamente, ni de qué pasó después, aunque es evidente que la optimista apuesta de la novela no se cumplió.

Era un libro ingenuo y simpático, escrito con buen humor y buena intención, y a pesar de su relativa ligereza —que me permitió digerirlo sin difi cultad— sirvió para que en mi sesera preadolescente comenzaran a colocarse de un modo racional y útil los datos dispersos e intuitivos que hasta entonces tenía sobre política en general y sobre la de mi mi país en particular. Gracias a él, entre otras cosas, inicié el camino mental para encontrar mi propia opinión sobre el franquismo, la democracia y otros grandes conceptos políticos, cosa que para un doceañero de familia franquista de clase media madrileña y colegio de curas, a fi nales de los sesenta, no era tan fácil como ahora parece. No lo he vuelto a leer desde entonces, pero aún lo recuerdo, clara señal de que me impresionó.

Por el mismo tiempo o poco después mi hermana mayor, estudiante de Historia del Arte, manejaba asiduamente en sus estudios un útil instrumento llamado Historímetro. Por lo poco que recuerdo, era una especie cuadro sinóptico desplegable en el que venían colocados en líneas paralelas los principales acontecimientos de la historia de la Humanidad en las distintas civilizaciones, las distintas partes del mundo y los distintos campos de la cultura, de modo que de un solo vistazo podías colocarte en la cabeza qué pasaba en Rusia mientras en Francia mandaba Carlomagno, o en

qué andábamos los españoles mientras Confucio difundía sus preceptos. Los entusiasmos de mi hermana, Dios la bendiga, son siempre expansivos y contagiosos, así que a sus hermanos pequeños, los que más a mano le quedábamos, nos fue imposible no enterarnos de que el historímetro aquel era un invento estupendo y utilísimo, y hasta llegamos a hacernos expertos en su manejo y consulta. La verdad es que estaba muy bien pensado, y sigue resultándome sorprendente que nadie hubiera ideado antes una cosa tan sencilla y tan efi caz, y que yo no haya vuelto a oír hablar de él. Quizás sigan usándolo los estudiantes de historia. Nunca me enteré de quién era su autor.

Y por fi n, hace un par de años, es decir, treinta y muchos después de todo lo que he contado, un amigo común me presentó en El Escorial a José Luis, con el que enseguida hice buenas migas. La conversación rodó por un montón de temas y acabó recalando en un libro muy gordo que José Luis llevaba debajo del brazo. Se llamaba «Repertorio de caminos de la Hispania Romana», y tanto el título como su aspecto en general resultaban poco invitadores a la lectura para un profano como yo. Sin embargo José Luis me aseguró que, al contrario de lo que pudiera parecer, se trataba de un libro interesantísimo y francamente ameno. Como al fi nal de nuestra larga conversación tuvo la amabilidad de regalarme aquel ejemplar, puedo atestiguar de primera mano que decía la verdad. Aunque nunca antes de empezar a leerlo me habían interesado ni tanto así las vías romanas de la Península, me enganchó desde la primera línea, como suele suceder cuando se lee lo que alguien inteligente ha escrito sobre un tema que conoce profundamente y que le apasiona. Se lo recomiendo a ustedes vivamente.

José Luis me aseguró que el autor, Gonzalo Arias, al que conocía personalmente, era aún más interesante que su libro, con serlo este mucho. «Es un tío —me contó, después de algunas anécdotas— que a fi nales de los sesenta, en pleno franquismo, salió a la calle un buen día con unos carteles pidiendo elecciones democráticas...» Un remoto recuerdo despertó entonces en mi cabeza y, bastante atónito, no pude evitar interrumpirle: «¡No me digas que me estás hablando del autor de Los Encartelados!» «¡No me digas que lo has leído!» —me respondió él, más atónito todavía

Pues sí señor, lo había leído y mi asombro al comprobar que su autor era un ser de carne y hueso, que habitaba el mismo mundo real que yo, no habría sido mayor si José Luis me hubiera comentado que un amigo suyo, muy afi cionado a la lectura y que vivía retirado en un pueblo manchego, había decidido un día salir por los caminos a deshacer entuertos y a buscar aventuras como las de sus libros...

Y fue así como, casi cuarenta años después de haber leído aquel librito que tanto me impresionó y me ayudó a pensar, vine a enterarme de quién era su autor y de cómo, efectivamente, había puesto en práctica personalmente el comienzo del argumento, lo que le valió, según supe luego, una condena penal. Me enteré, primero a través de José Luis y luego investigando en Internet, de muchas más cosas: en primer lugar —nuevo choque— de que Arias era, además, el autor de aquel Historímetro tan útil y bien pensado del que mi hermana decía maravillas. De que su contribución a aclarar y completar los itinerarios de las vías romanas en Hispania, y, con ellos, la ubicación exacta de muchas ciudades romanas mal localizadas o sin localizar, era sustancial y constituía uno de las primeros y más autorizados libros de consulta sobre la materia. De que el boletín «El Miliario Extravagante», que durante muchos años y hasta ahora mismo impulsó, dirigió y nutrió de contenido, primero desde Francia y luego, ya en democracia, desde España, se había convertido, a pesar del rechazo inicial de las instancias académicas, en una publicación prestigiosa y de consulta obligada para historiadores y arqueólogos. Y de que, al tiempo que todo este trabajo intelectual, había realizado una tarea muy importante de activismo y divulgación de la no violencia activa, primero contra el franquismo, luego contra el post franquismo más bárbaro y luego —también hasta ahora mismo, a sus ochenta y tantos años— contra distintas cuestiones, no menos importantes por pasar casi desapercibidas, como el hostigamiento español a los «llanitos» gibraltareños.

En fi n, mucho mejor que yo se lo explica la propia página de Gonzalo Arias (www.gonzaloarias.net). Mi intención era solo contarles a ustedes de la existencia de este español admirable, verdadero ejemplo, para mí, de lo que podrían ser la actividad política y la participación ciudadana honradas, efi caces y compatibles con un trabajo profesional serio y útil; y de los extraños modos por los que yo mismo he llegado a tener noticias suyas.»

Se trata de un blog personal, en el que escribo buenamente las refl exiones que se me pasan por la cabeza y del que dudo que tenga más de quince o veinte lectores fi jos. Aún así, no quisiera publicar en él nada sobre usted que por su inexactitud o por cualquier otro motivo pudiera no merecer su aprobación. Le ruego, por tanto, que si encuentra en el texto anterior cualquier punto que desee cambiar, matizar o directamente suprimir; o si hay cualquier otra sugerencia que le parezca oportuno hacer sobre él, tenga la amabilidad de hacérmelo saber. Mi propósito es publicar el post la semana siguiente a Navidad, de modo que le agradecería que, de tener alguna sugerencia que comunicarme, lo hiciera antes del día 26 de Diciembre.

Quiero, además, transmitir a usted mi admiración y mi agradecimiento personales por su actividad, su testimonio y su ejemplo.

Atentamente Javier Carrascón Garrido

Querido amigo:

No recuerdo haber recibido en mi vida tal torrente de elogios de una sola vez. Todos tenemos nuestra vanidad y este tipo de homenaje es recibido con íntima satisfacción. Pero además se da la circunstancia de que lo recibo en un momento propicio para pasar revista a mi vida. Desde hace año y medio estoy luchando con una leucemia que al parecer no tiene cura y desde hace unos diez días apenas me levanto de la cama salvo para las necesidades fi siológicas elementales. Estoy rodeado de mis hijos y nietos y puedo decirte que tus palabras no sólo me han conmovido a mi sino que han emocionado a mi mujer e hijos.

Creemos que el José Luis de que hablas es José Luis García Millán, exalcalde de San Lorenzo. Salúdale cordialmente de mi parte.

Por supuesto que no tengo nada que objetar al texto propuesto para tu blog. Lo único que te pido es que consultes de nuevo mi web antes de hacer tu blog, pues está próxima a ser modifi cada sustancialmente.

Te ruego además que me des tu dirección postal, para enviarte mi último libro «la historia ramifi cada» que creo te gustará.

Saludos cordiales, no sólo míos sino de mi mujer y mis hijos, a uno de los cuales estoy dictando estas líneas.

PS: Enhorabuena por tu blog, tan bien escrito y tan representativo de las vivencias de muchas familias españolas.

Gonzalo Arias Querido amigo, en primer lugar, gracias por tu pronta y amable respuesta, más de agradecer aún en un momento tan duro como el que tú y los tuyos estáis pasando. No he hecho más que tratar de expresar, torpemente, lo que sinceramente siento, y doy gracias a Dios si con ello he contribuido, aunque sea un poco, a confortaros y a que os sintáis apoyados y acompañados. Me impresiona y me admira, una vez más, la fortaleza y la serenidad con que afrontas tu difícil situación, en la que de corazón te deseo lo mejor.

Se trata, en efecto, de José Luis García Millán, al que haré llegar tu saludo.

Me propongo publicar mi post esta misma tarde, una vez recibido tu «nihil obstat».

Gracias de nuevo por tu ejemplo, un fuerte abrazo y que Dios os acompañe y os sostenga.

Javier Carrascón Garrido

Gonzalo Arias y Hilde Dietrich, con sus hijos y José Luis García Millán (con barba) en El Escorial, en 1977

Un Poema de Leonard Cohen

Querida familia: El recuerdo de Gonzalo me invade hoy, sobre todo cuando descubro unos versos de Leonard Cohen, traducidos por Alberto Manzano.

Es mi modesto homenaje a un hombre íntegro, a un hombre bueno, a, como él mismo gustaba llamarse, un «aprendiz de la no-violencia».

CUALQUIER SISTEMA Cualquier sistema que montéis sin nosotros será derribado. Ya os avisamos antes y nada de lo que construisteis ha perdurado. Oídlo mientras os arremangáis. Oídlo una vez más. Cualquier sistema que montéis sin nosotros será derribado. Tenéis vuestras drogas. Tenéis vuestras Pirámides, vuestros Pentágonos. Con toda vuestra hierba y vuestras balas ya no podéis cazarnos. Lo único que revelaremos de nosotros es este aviso. Nada de lo que construisteis ha perdurado. Cualquier sistema que montéis sin nosotros será derribado. (Leonard Cohen)

Un fuerte abrazo. Marisa y Humberto García.

ADIÓS A NUESTRO AMIGO GONZALO ARIAS

Gonzalo Arias Bonet falleció en Cortes de la Frontera durante la pasada noche del viernes, 11 de enero a consecuencia de una enfermedad, que ha ido minando progresivamente su salud hasta acabar defi nitivamente con ella.

La personalidad, el pensamiento y el estilo de vida de Gonzalo son lo sufi cientemente signifi cativos para cuantos lo hemos conocido como para que su partida quede reducida al ámbito estrictamente local y familiar.

Porque la obra y el pensamiento de Gonzalo pertenecen ya de algún modo a todos aquellos que quieran acercarse a ellos: idea, sin duda, querida para el sentir generoso del propio Gonzalo, dispuesto siempre a compartir sus cosas y proyectos con quien se lo propusiera. Quisiera a través de estas líneas hacer un breve recorrido por la vida y a actividad de este hombre cabal, cristiano sincero y algo más que «aprediz de no-violento», como gustaba apellidarse.

Mi primer contacto con él fue, precisamente, en la actividad típica de la no-violencia, cuando al fi nalizar la década de los setenta protagonizó una huelga de hambre frente a la frontera de España y Gibraltar: el prolongado cierre total de la misma constituía a los ojos de Gonzalo una violación fl agrante del Derecho Internacional, a parte de la dramática situación en la que se encontraban muchas familias de ambos lados de la verja, sin posibilidad práctica de comunicación entre ellas.

La huelga duró cerca de un mes, terminada la cual, tomó la decisión de abandonar su residencia de El Escorial para trasladarse a vivir con su familia a La Línea, con las miras puestas en continuar presionando por medios no-violentosa hasta conseguir un día la apertura de la verja.

Varias veces entró ilegalmente en Gibraltar, desde donde saltó la valla de separación de ambos territorios para dar a entender que la ilegalidad se hallaba no en saltarla sino más bien en que se mantuviera totalmente cerrada. Estos hechos le costaron la detención y el paso por la cárcel, lugar que ya había conocido anteriormente en Madrid, cuando, poniendo en práctica el contenido de su novelita Los Encartelados, decidió salir a la calle y reclamar públicamente elecciones libres y democráticas para aquella España tan encorsetada por la prolongada dictadura.

La apertura de la verja tuvo lugar poco después de que Gonzalo fi jara su residencia en La Línea, llegados ya los socialistas al poder.

Desinfl ado el problema fronterizo con Gibraltar, Gonzalo se centró en otros ámbitos de la no-violencia, como la objeción de conciencia frente a lo militar en la doble vertiente de supresión del servicio militar obligatorio y negar la parte proporcional del IRPF a la compra de armamento.

Fiel a su compromiso con la no-violencia, supo entreverar su trabajo profesional de traductor de organismos internacionales con la presencia en cuantos foros se organizaban en cuestiones de paz y derechos humanos así como con la actividad de escritor sobre su tema preferido. A este respecto, diré que son varias las obras que nos ha legado, entre las que destacan : - El antigolpe, escrita a raíz del golpe del 23-F y que pretende ser, como reza el subtítulo, un «manual para la respuesta no-violenta a un golpe de Estado». – En la obra El ejército incruento de mañana presenta materiales diversos sobre la doctrina de la defensa noviolenta e intentan salir al paso de quienes pretenden confundir no-violencia con renuncia a la defensa personal o colectiva. – La no-violencia, ¿tentación o reto? Supone un intento de sistematición de su pensamiento en torno a este asunto. Desarrolla con claridad su visión crítica de la justifi cación que mantiene la teología católica en la guerra justa y el recurso a medios violentos en la legítima defensa. – Su última obra, aparecida poco antes de su muerte y titulada La historia ramifi cada yo la califi co como una pirueta imaginativa, muy al estilo de Gonzalo, en la que mezclando personajes y situaciones de la historia, imagina posibles salidas no violentas a tales situaciones.

La trayectoria del pensamiento de Gonzalo Arias tiene una variada fuente de inspiración, que comienza en el humanismo cristiano de los años cincuenta y el personalismo de algunos pensadores franceses como E. Mounier y G. Marcel. Creo que anduvo muy cerca de los círculos de Ruiz Jiménez y de publicaciones como El Ciervo y Cuadernos para el diálogo. Entró luego en una dimensión más vital y práctica, cuando en Francia entra en contacto con las doctrinas de la no-violencia de Gandhi y Martin Luther King. Fue una preocupación constante suya la de dar a entender que la no-violencia sirve de poco como doctrina si no va acompañada de acciones concretas allí donde lo reclame la justicia y los derechos de las personas. De igual modo le preocupaba dejar claro que la no-violencia no suponía ni pusilanimidad ni renuncia a servirse de medios , no-violentos eso sí, para defenderse cuando fuera preciso.

Quedaría incompleta mi referencia a las fuentes de su pensamiento si no destacara su condición de cristiano profundamente convencido, ya que supo anclar su concepción y las exigencias de la no-violencia al mandamiento por excelencia de Jesús y a los nuevos planteamientos de las Bienaventuranzas.

Lo cristiano informó todas las facetas de la vida de Gonzalo. Hombre enormemente culto, mantuvo posturas críticas y fundadas frente a determinadas formulaciones teológicas en el terreno de las exigencias éticas y morales, sobre cuyos contenidos no puedo extenderme aquí. En este sentido siguió muy de cerca las orientaciones del Concilio Vaticano II, lo mismo que empezó a experimentar luego la decepción frente a los frenazos y la involución eclesiales posteriores. Consecuencia de ello fue su acercamiento progresivo a los movimientos de Iglesia que abrían esperanzas de vivir más de cerca los ideales del evangelio en diálogo con el mundo actual, como las Comunidades Cristianas Populares, las Comunidades de Base, Somos Iglesia, Moceop y otros.

Esto ha constituído precisamente parte de su último pensamiento, dejado por escrito poco antes de morir y con el que cerraré esta breve e incompleta semblanza de Gonzalo: «... He vivido como cristiano y como tal entiendo morir, después de haber intentado aplicar y practicar, desde la doctrina de la no-violencia, el mensaje de amor universal que Jesús

nos trajo de parte de Dios para la construcción del Reino de Dios... Llegada la hora de la sinceridad, debo decir que he evolucionado al fi nal de mi vida de manera que ya no tengo esperanza en la renovación de la Ilgesia Católica Romana desde dentro, aunque conservo la esperanza en la renovación del cristianismo por obra de comunidades de base, iglesias pacifistas y movimientos ecuménicos. Entiéndase esto como una forma de protesta frente a una Iglesia ritualista y dogmática, poco sensible a los signos de los tiempos...»

Descanse en paz, el hombre coherente, el valiente luchador no-violento y el amigo bueno.

La Línea, 19 de enero de 2008 Aventino Andrés Cortés

El viernes 11 de enero de 2008, a la edad de 81 años, en su casa de Cortes de la Frontera (Málaga) y con el calor de todos los suyos, se ha ido de entre nosotros Gonzalo Arias Bonet, un gran experto de los viejos caminos de Hispania, fundador de El Miliario Extravagante y verdadero apóstol de la no-violencia. Más abajo transcribo una pequeña autobiografía suya, inserta en un pequeño espacio de su gran sitio web http://www.gonzaloarias.net/index.html, un lugar lleno de mapas y de informaciones útiles para los estudiosos, pero también de un ideario «gandhiano» no menos gratifi cante, presidido por una paloma de la paz. El 14 de noviembre pasado subió a él su última actualización, con otro libro de su tan querida no-violencia.

Los profesionales y afi cionados a la Antigüedad le conocen más, sin embargo, por aquel «Boletín trimestral para el estudio de las vías romanas y otros temas de Geografía Histórica», que él bautizó El miliario extravagante porque él mismo y su boletín «vagaban» fuera de España, siguiendo como tantos otros el difícil destino del exilio, él en París. En 1987 publicaría, a su costa, el Repertorio de caminos de la Hispania romana, tras lo cual consiguió reanudar la interrumpida publicación de la revista, que poco a poco fue haciéndose un prestigio y un lugar propio en las bibliotecas especializadas, mientras seguía siendo nuestra única publicación periódica sobre el tema. Una revista tan participativa, amigable y abierta como lo era él mismo, y en la que los estudios de campo y los mapas, como las réplicas y contrarréplicas y las noticias de sus espontáneos «corresponsables», se sucedían con gran agilidad, muchas veces con buena carga de materiales inéditos.

Habiendo cumplido ya él muchos veranos, cuando vio que le sería imposible continuar con la revista, de la que era, como él mismo decía, «editor, director, redactor-jefe, administrador y mecanógrafo» (con la inestimable ayuda de su esposa, la hospitalaria Hilde), nos convocó a sus suscriptores a una inolvidable asamblea en Madrid, de la que acabó surgiendo la deseada continuidad, de la mano de Carlos Caballero, Guillermo-Sven Reher y Santiago «Santi» Palomero. En septiembre de 2004 aparecía el nº 90 del viejo Miliario, con su propio editorial describiendo la «agonía» de la revista, y el «Manifi esto de despedida de El Miliario Extravagante» de Palomero (http://www.gonzaloarias.net/textos/sumarios/sumario90.htm), pero la antorcha era recogida casi de inmediato por El Nuevo Miliario, que afortunadamente continúa su obra con el mismo espíritu y renovadas tecnologías.

A otros corresponde el redactar unas notas menos apresuradas y más documentadas que las mías, aunque no menos teñidas de afecto y admiración por la labor enorme de Gonzalo, hecha y mantenida durante tantos años desde fuera y sin las comodidades «del sistema», y casi más de admirar en todo lo referente a propagar la vía pacífi ca para los hombres, un mensaje hoy de tan difícil calado.

Recordaremos siempre con respeto su fi gura honrada, valiente, bienhumorada y cargada de ética.

Creo interpretar el sentimiento de muchos que le conocimos o le leyeron al decir que la caminería hispánica está de luto, y al enviar a su esposa Hilde, a sus seis hijos y sus ocho nietos, el testimonio de nuestra sincera gratitud por todo el esfuerzo que, sin contrapartidas, Gonzalo dedicó a una tan amplia faceta de la Antigüedad y a promover su conocimiento. Allá donde esté ahora hemos de imaginarle explorando con interés un nuevo, desconocido, y seguramente apasionante, camino, en el que esperamos que encuentre una buena mansio en la que poder descansar de sus fatigas.

Alicia Canto

Un recuerdo desde Gibraltar

Gonzalo Arias died on Friday 11 January at his home in Cortes de la Frontera.

Gonzalo will be remembered as a laegendary and exemplary fi gure of teh closed frontier era. He was a pacifi st who bravely and indefatigably put into action that which he passionately believed in, and preached.

Shortly alter his visit to Gibraltar in 1973, he came to the conclusión that Spain’s decisión to close the frontier, together with the other restrictions, had been an inmoral and inhumance act which needed to be challenged.

In 1980, over 60 activists came to Gibraltar to join his protest, and jumped over the closed Spanish frontier fence. These actions brought hope to many ordinary people who realizad that not all Spaniards adhered to their government’s draconian policies on Gibraltar, and that there were committed idealists willing to risk their freedom and well-being to challenge and break policies which they considered to be wrong and unjust. Others on both sides of the frontier viewed these non —violent actions as bizarre and quixotic, while others were suspicious. Some in Spain denounced Gonzalo as being unpatriotic, ando n the pay role of the British Government, and similarly there were those in Gibraltar who saw him as someone sent by the Spanish Government to porovke incidents at the frontier. Those of us who had the privilege to know him well were convenced as to his honesty, and his noble and idealistic motivations.

The opnening of the frontier did not bring about an end to Gonzalo’s queso for a just solution to the so called Gibraltar

problem. He continued to champion Gibraltar’s right to selfdetermination, and continued to lobby the Spanish government so that they would recognize and accept this basic right. This he continued to do until very shortly befote his death.

We will always remember Gonzalo as a brave, bold and honest idealist who during the long years of Spanish blockade, dared and management to break, on numerous occasions, the seemingly impenetrable «garlic wall». Gibraltar owes Gonzalo Arias a debt of gratitude.

Henry Pinna

Recuerdo de un miliarista

No sería hasta recién estrenado el siglo, cuando tuve oportunidad de mantener la primera correspondencia virtual con Gonzalo Arias, una persona a la que conocía y apreciaba, a consecuencia de una lectura habitual del Miliario Extravagante.

Por entonces y a petición suya, retorné a explorar el paraje de Los Castellones, aquel Laminio de su trilogía erudita y, aunque mis observaciones no fortalecieron su teoría, marcaron el comienzo de un intercambio de misivas, puntuales pero dilatadas en el tiempo.

Después, sin apenas solicitar nada, Gonzalo me facilitó un cúmulo de informaciones y artículos, a pesar de las difi cultades que entrañaba el «peso» en los correos de aquella época, que debían multiplicarse hasta la saciedad, extendiendo además su decidida colaboración, al envío de fotocopias por correo, e incluso de pesados tomos, que me prestaba costeando el importe de su envío; todo aquello que creía podía interesarme, y que recibía no sin cierto apocamiento, ante tamaña generosidad (- ¡Vaya, parece que pones interés!, me decía)… en fi n, algo a lo que quizá no estemos demasiado acostumbrados.

Puede parecer nimio, pero como recién estrenado internauta, el ejemplo del desprendimiento de Arias, más allá de sus reconocidos valores intelectuales, infl uyó positivamente en mi ánimo y, en la medida de mis posibilidades, he procurado imitarlo sin que hasta el día de hoy lo olvide.

Poco puedo decir de sus grandes esfuerzos que no conozcáis, del espíritu del Miliario Extravagante, que acogía variadas razas y conocimientos, que a todos hacía útiles y compañeros; nuestro mejor recuerdo pasará por ayudar a la preservación y continuidad de su herencia editorial, a mi juicio, satisfactoriamente encarnada en El Miliario actual. Nunca tuve la fortuna de conocer a Gonzalo en persona, y se frustraron las escasas previsiones de encuentro que pudimos tener, en todo ello, envidio con salud a los que tuvisteis esa posibilidad; pero nadie que haya leído el Extravagante puede decir que no le sienta, nadie que haya seguido el paso de sus investigaciones, de sus caminos, allá donde fuere, que no le viese bajo el abrigo de sus directrices y aciertos; y sé que allí, sobre el Camino de Aníbal o la C 1, volveré a encontrármelo sin lugar a dudas. Se queda «gzlarias» en mi libreta de direcciones, para no sentirme huérfano de su auxilio seguro, para estar tranquilo, creyéndome aún el más parco y humilde de sus corresponsales.

No hay techo que proteja más que el cielo abierto, ni fuego que abrigue mejor, que el calor del movimiento de nuestros pasos sobre el camino…

¡Feliz y duradero trayecto, Compañero! Olcade

Iter ad eternitas, Sr. Arias, le invito a mi vicus...

Los caminos son esas famosas sendas producto de la repetición de un tránsito, ¿lo recuerda, don Gonzalo? Si usted hubiese iniciado su fugaz carrera en el mundo de la caminería hispánica, a buen seguro que se habría adelantado a don Gonzalo en estas palabras. Trechas militares, sendas ganaderas, caminos vecinales... ¿qué mas da? Usted reinventó la investigación a base de revisiones bibliográfi cas y de un constante pateo de un ager moribundo y desdeñado, inmerso en la desgana y abandono. Además ha despertado la curiosidad de quienes se refl ejaban incrédulos en el espejo de la incredulidad caminera. También ha encauzado el iter de jóvenes investigadores a base de tortazos metodológicos, como bien habrían hecho los gigantes de la Arqueología. Allí, en el archivo celestial donde reposan eméritos como don Antonio Blázquez, don Blas Tarcena o don Antonio García y Bellido, es allí donde reposará usted a partir de ahora. Y mientras los camineros terrenales nos estrujamos el cerebro buscando esos retazos llamados caminos, usted verá ese repertorio de vías con claridad supina.

Le presento mi mansio, Madrid, esa basta ciudad que unos vilipendian como la corte descortesana, otros la elevan a los niveles de la mismísima Emerita Augusta. Pues esta Mantua Carpetanorum se queda huérfana, como también se queda sola la Bracara Augusta de tanto camineros gallegos que se aventuran por Tras-Os-Montes. Y qué le voy a decir del Camino de Santiago, esa vieja vía romana que le buscaba más a usted que viceversa. ¿Qué dirá ahora Isaac Moreno y su benemérita Tritium Magallum? Porque incluso desde su trono de Cortes de la Frontera era capaz de dirigir tan cortés orquesta de vías en Caesaraugusta, en el Ager Laminitano –qué sólos se quedan Libissosa y Mentesa- o la sempiterna Vía Hercúlea. Ya no encontrará el Gades de rancio abolengo a su novia Illiberris. ¡Cuán sólo se queda el Mediterráneo sin saber por donde transcurrieron elefantes y cartagineses al circo de Roma!

Usted, y sólo usted ha elevado a los altares la imagen del caminero, del investigador, del arqueólogo y del ingeniero, del erudito, del no tan erudito... Primero nos explicó qué demonios —sí, demonios— eran los caminos. Luego, cuando vimos los caminos con claridad cristalina nos explicó cómo buscarlos por tan abrupto territorio que es la vieja Hispania. Finalmente nos recordó, de nuevo, por qué estamos buscando a esos fantasmas tan escurridizos llamados caminos. ¿Se hace camino al andar? El andar siempre será andar, haya camino o no. Pero el camino es la forma más humana y romántica de modifi car el territorio por parte del humano.

Eso me lo enseñó otro maestro, al que le agradecería que saludase allí donde esté, don Juan Cascajero Garcés. Mi Segovia, como usted me recordaba, aún reposa esperando que rememoremos los viejos caminos que la conectaban con Toledo, su vecina al otro lado del barrio de Guadarrama. Yo personalmente me quedaré postrado un rato, debajo del bimilenario Acueducto, en la Vía Roma, a la espera quizá de que ésto no sea más que un mal trago y me indique el camino a la fértil Septimanca.

Todos marchamos a la par por la senda que nos lleva a su sapienza. ¡Y qué más da que se llame Vía de la Plata! ¡Y qué nos importa que proceda del romano, del árabe o del provenzano! Nos importa que con su llegada empezó la talla de un Miliario que con su marcha no se queda sólo —porque no lo vamos a permitir— pero sí mermado. Con su retiro a esa mansio con la que usted soñaba, una mezcla de Ilipa con Itálica y Pompaelo, nos quedamos a las puertas de Paestum sin saber de su grandiosidad. Ahora que ya le han dado un asiento en la villa de Catón, en el Lago Como, ya puede defi nitivamente descansar de tanto camino arriba y abajo de Fuenfría, Pajares o Monte do Ferro. Déjeme a mi Segovia, don Gonzalo, que trataré de que su memoria no quede en un acti abandonado por el humano moderno...

Semper fi delis

A la memoria de don Gonzalo Arias Bonet, Maestro de maestros y de curiosos, Que nos enseñó que por los caminos No sólo corre polvo y arena.

Pablo Guerra García

En la muerte de Gonzalo Arias

Hay ocasiones en que, tras la pérdida de algunas personas, a algunos nos queda la sensación de que el mundo es algo más pobre sin ellos. Esta es una de esas ocasiones. Este es el caso de Gonzalo Arias. Y no me refi ero sólo al aspecto científi co de sus aportaciones a la caminería hispánica. Hecho éste de todo punto incuestionable. De hecho, no se podrá, en un futuro, escribir sobre la investigación de las vías romanas en España sin valorar el enorme esfuerzo personal que desplegó Gonzalo. La tarea de alumbrar y sostener una publicación como El Miliario Extravagante sólo puede califi carse de titánica. (Y, si alguien lo duda, puede intentar ejercer, al mismo tiempo y casi en solitario la carga de trabajo que Gonzalo describía cuando —no sin humor— se autocalifi caba en las portadas del Miliario de «editor, director, redactor-jefe, secretario, administrador y mecanógrafo»).

Pero no es el aspecto científi co el que quisiera reseñar aquí. Prefi ero, en cambio, resaltar algo que yo percibí desde los primeros ejemplares del Miliario que llegaron a mis manos: allí se respiraba la libertad. Por encima de otras consideraciones (agilidad, frescura, inmediatez, espontaneidad) me parece que los aires de libertad que corrían por El Miliario fueron uno de los aspectos más atrayentes de esa publicación. No hay que olvidar, de entre las características del Miliario, algo que suele ir unido a la libertad: cierto espíritu iconoclasta, rompedor, vanguardista, insumiso ante los tópicos, amante del aire despejado que corre fuera de los caminos trillados. Arias nunca se casó con nadie. Antiautoritario por naturaleza y antidoctrinario por convicción (véase su póstuma protesta ante una «Iglesia ritualista y dogmática»), no se sometió a ninguna auctoritas. Fuera ésta de procedencia académica, corporativa o institucional.

Deja Arias un importante legado y una limpia trayectoria felizmente continuada en El Nuevo Miliario, cuyo mismo nombre lleva implícito —me parece— un homenaje al Boletín de Gonzalo.

Hace justo un año, en enero de 2007 mantuve uno de los últimos contactos por correo electrónico con Gonzalo: «Acabo de cumplir 81 años y no estoy muy bien de salud». Yo sé bien ahora a dónde te dirigía al camino que entonces estabas transitando. Hace mucho tiempo, en septiembre de 1963 cuando redactabas «El secreto de Antonino», escribías: «Instalado en su rincón favorito de observación, Jerónimo de Zurita miraba hacia abajo. Desde hacía cerca de cuatro siglos, casi desde su llegada al Paraíso, había adquirido la costumbre de dedicar de vez en cuando algunos años a seguir desde lo alto los afanes de quienes, allá en la Tierra, buscaban trabajosamente la verdad histórica, lo mismo que él había hecho en vida. Ahora, él poseía la Verdad absoluta. En ella se recreaba incansablemente su espíritu de fi el cronista. Desde ella, gustaba de ver los desmañados tanteos de quienes, en el mundo de los vivos, continuaban haciendo progresar lentamente la ciencia histórica… y también, en ocasiones, la hacían retroceder» (Repertorio de caminos de la Hispania Romana, 1987, 85). Describías cómo «en torno a Zurita habíase reunido un pequeño grupo de sabios de diversas épocas. Tomó la palabra Enrique Flórez, doscientos años más joven que el cronista aragonés… varias miradas se dirigieron a uno de los sabios del grupo… Antonio Blázquez era el último llegado…». Allí contabas también la pertenencia ese grupo de Eduardo Saavedra y de Ambrosio de Morales. Pues bien, con toda seguridad sabemos que ya no es Antonio Blázquez «el último llegado» a ese «pequeño grupo de sabios» que debaten sobre el Itinerario de Antonino.

Ha muerto un hombre libre. Que la tierra te sea leve.

Jesús Sánchez Sánchez.

Meglio tardi che mai

Mis palabras van a llegar con cierto retraso, pues aunque desde un primer momento tuviese la idea de escribir algo sobre Gonzalo, sin embargo consideré que el lugar ideal donde mostrar mi pensamiento tenía que ser en un terreno común para ambos: ¿y dónde si no en El Nuevo Miliario, vástago de su criatura El Miliario Extravagante?

Conocí personalmente tarde a Gonzalo, en ocasión de la exposición Artifex en el Museo Arqueológico Nacional de

Madrid. Antes había tenido sólo un contacto por correo electrónico cuando, a raíz de los trabajos de documentación de la Vía de la Plata, le pedí algunas sugerencias. Anteriormente ya lo había conocido a través de su revista, difícil de encontrar en las bibliotecas universitarias: esa revista en formato A4, hecha con multicopia, que parecía salir de la clandestinidad: ...y editada en La Línea de la Concepción. La cosa no podía ser más extravagante y original.

Su labor en la revista fue impagable. Surgió de una inquietud, propia de quien, buscando información sobre un cierto tema, la encuentra insatisfactoria y quiere ir más allá de lo que se dice. Así es cómo se gestó El Miliario Extravagante, a raíz de la elaboración del Mapa Histórico de la Península Ibérica que Gonzalo emprendió a fi nales de los años 50. Cuando llegó al mundo romano y a sus calzadas vio que existía un gran défi cit sobre este tema. Y así en 1963, desde París, arrancó la andadura del Miliario Extravagante. Por aquel entonces se carteó con ilustres académicos. Claudio Sánchez Albornoz reconoció el valor de su iniciativa a pesar que en su primer número Gonzalo escribiera al respecto «También los sabios cometen pifi as»; otros personajes ilustres se cartearon con él como Nino Lamboglia, fundador del Istituto Internazionale di Studi Liguri de Bordighera, Victor Von Hagen, gran divulgador sobre calzadas, Julio Caro Baroja, Pedro de Palol y Salellas. Estos son tan sólo algunos de los nombres que la mayor parte de los que están metidos en nuestro mundillo conocen. Desde el primer momento, en su revista Gonzalo dijo siempre lo que pensaba, siendo siempre muy crítico debido a su espíritu observador y a su meticulosidad (pues todo se lo leía con detenimiento y muchísimas eran sus notas al borde de las páginas de los libros que consultaba). También sabía reconocer sus errores y dar marcha atrás, espíritu que animó siempre El Miliario Extravagante, dando muestra de honradez intelectual.

Volviendo a nuestro primer encuentro en el Museo Arqueológico Nacional, hay que señalar que fue rápido y fugaz, pues Gonzalo estaba literalmente asediado por los suscriptores del ME. Tras presentarme y saludar consideré oportuno irme a la francesa... ya habría otra ocasión más propicia para conocernos mejor. Luego descubrí que se había quedado con la mosca detrás de la oreja: pues no acababa de entender bien si yo era italiano o español, duda que quedó refl ejada en mi primera intervención en El Miliario Extravagante. Decía, con cierta ironía, dentro de la sección «Lo que dicen nuestros corresponsales»: escribe Giacomo Gillani desde Megeces, Valladolid.

En 2004 las oposiciones de Latín me hicieron aterrizar en Andalucía y en concreto en La Línea de la Concepción, una gran casualidad pues no había pedido ese destino; allí en el Campo de Gibraltar descubrí su otra faceta, pues aún se encuentran rastros de su presencia, algunas de sus publicaciones, el recuerdo de su casa Casatuya. Incluso quien pasee por la Main Street de Gibraltar podrá encontrar sus publicaciones en una librería cerca del Convento. Pero sobre todo encontré a un amigo suyo, Aventino Andrés Cortés, un burgalés también profesor de Latín que conoció a Gonzalo a fi nales de los años 70, cuando hacía huelga de hambre con su mujer Hilde delante de la verja de Gibraltar. Fue con Aventino con quien por primera estuve en Cortes de la Frontera y pude charlar con más calma de sus convicciones y de nuestros intereses comunes: las calzadas. También pude sanear su curiosidad sobre mis aparentes obscuros orígenes, comprobando que ambos teníamos raíces vallisoletanas. Fue entonces cuando empecé a visitarle de forma periódica y a conocer mejor su personalidad, entre otras cosas porque mientras me trasladaron de La Línea de la Concepción a Ubrique, es decir a tan solo 26 km de Cortes.

Mirada inteligente y viva, nariz aguileña e indagadora, el gesto rápido que indicaba energía e inquietud, la conversación variada y amena. Me di cuenta de que estaba conociendo a una gran persona, muy inteligente y muy culta.

A partir del 2007 empecé a verle decaer físicamente por su enfermedad, siempre llevada con serenidad y gran dignidad. Le pedía consejos sobre mapas y calzadas de la zona, me leí algunas de sus obras no «viarias». Y hablamos de muchos temas, sobre todo de Gibraltar. Era consciente que de que no iba a durar y ya se planteaba su vida del más allá, retomando un proyecto que había emprendido años atrás: La Historia ramifi cada. También se puso a ordenar sus cosas, cerrando poco a poco frente tras frente con total racionalidad y sin dramatismos. Cuando vio que tenía todo perfectamente ordenado decidió no recibir más transfusiones de sangre, que eran las que le permitían mantenerse con fuerza. Estuve con él algunas veces antes de Navidades y ya estaba en la cama, muy débil pero sereno y perfectamente despejado, esperando con todos sus seres queridos el fi nal.

Tras las últimas Navidades, el viernes 11 de enero le envié un tímido correo para saber cómo le iba. El día después me fui a La Línea ya que había quedado con nuestro amigo común Aventino; fue él que me comunicó su fallecimiento durante la misma noche anterior. Le comenté: «Y yo que justo ayer a las 19:00 le mandé un correo...». «Pues Giacomo, te ha contestado, me lo acaba de decir Hilde». Inmediatamente fui a leer el correo. Efectivamente, tras mi correo de las 19:00 a las 20:00 le dictó la contestación a su hijo Mario. Dos horas después ya no estaba con nosotros.

No me gustan ni los dramatismos ni los melodramas, pero confi eso que me ha dejado un gran vacío, en todos los aspectos. Al respecto puedo sólo comentar que me alegro de haberle conocido y de haber recibido tanto de él en tan poco tiempo.

Gonzalo, deseo que en tu otra vida recibas la misma generosidad que nos has brindado aquí y que Teófono, tu mentor en La Historia ramifi cada, te haya asignado a la rama histórica de la paz y de la racionalidad. Yo desde nuestra rama actual, la de la irracionalidad, la de las guerras y la de los siniestros tonos expresionistas puedo solo darte las gracias, ya que todo lo bueno que tenías no ha ido perdido, pues ahora lo tienen todos tus seres queridos y todos los que te hemos conocido.

Gonzalo, un gracias sincero de parte de un ¾ vallisoletano y un hasta luego, pues esto, como tú bien sabes, no se ha acabado.

Giacomo Gillani Martín, enero de 2008

Gonzalo Arias, activista de la no-violencia, in memoriam

En 1968 un joven de 42 años salió a la calle en Madrid encartelado en plan sándwich. El texto era claro, exigía elecciones libres a la jefatura del estado. En España, en 1968. Ese joven era Gonzalo Arias Bonet que el 11 de enero pasado falleció, siempre joven, a los 81 años de edad.

Nacido en Valladolid en 1926, en eso que se solía califi car como una familia «bien», se dedicó profesionalmente a la traducción y en 1956 obtuvo un puesto permanente de traductor en la sede de la UNESCO en París, puesto que mantuvo hasta 1968 cuando pasó a dedicarse a ello por libre. Como dice en la breve biografía que colgó en su página web en París tuvo posibilidad de conocer a los pensadores noviolentos franceses que le llevaron naturalmente a Gandhi y a Martin Luther King. Descubrió que la no-violencia podía ser el mejor desafío pacífi co a la dictadura. Lo descubrió y lo asumió.

Por eso salió a la calle en pleno franquismo. Padre de seis hijos arriesgó su familia, su buen trabajo y su libertad. Su noviolencia molestó desde el principio. De hecho le juzgaron, le encarcelaron y le metieron en el manicomio. Pero no le cambiaron de forma de pensar. Al salir de la cárcel junto con Pepe Beunza y otros noviolentos, organizaron la campaña por el derecho a la objeción de conciencia al servicio militar. Cuando Pepe fue encarcelado en 1971 como primer objetor político, supo utilizar sus contactos internacionales y organizó la Marcha Internacional a la Prisión de Valencia donde Pepe estaba preso. Salieron caminando seis españoles y nueve extranjeros de Ginebra, pero de la frontera española, donde ya se concentraron unas setecientas personas, no pasaron. Una vez más fue detenido, pero su acción aumentó la resonancia de lo que Pepe estaba haciendo. Los jóvenes que hoy se libran de la esclavitud del servicio militar obligatorio tienen una gran deuda de gratitud con Gonzalo.

Pasaban los años, pero Gonzalo siguió activo. Durante muchos años mantuvo la protesta contra el cierre de la verja de Gibraltar saltándola en diversas ocasiones con las consiguientes sanciones y en 1976 volvió a salir a la calle a denunciar las torturas policiales durante el gobierno de Arias Navarro. También participó en numerosas acciones contra la base militar americana de rota.

A la vez que a la acción, Gonzalo también se dedicaba a la refl exión. Emepezó escribiendo sobre una de sus grandes pasiones, la geografía histórica y, sobre todo, las vías romanas en Hispania. En 1963 inició desde París una serie titulada El Milario Extragavante que mantuvo prácticamente hasta hoy. En el campo de la acción política sus primeros libros tuvieron que publicarse en el extranjero (Los Encartelados) o aquí de forma ilegal (La No-Violencia: ¿Tentación o Reto?). Otros fueron El Proyecto Político de la No-violencia, Gibraltareños y Gibraltarófagos con el Ejército al Fondo, El Antigolpe, Manual para una Respuesta Noviolenta a un Golpe de Estado o El ejército incruento de mañana. Materiales para un debate sobre un nuevo modelo de defensa. Todos los que creemos que la lucha de la insumisión fue un aporte de progreso a la sociedad debemos mucho a lo que aunque no lo sepamos Gonzalo Arias nos aportó. Su vida debería ser recordada en las escuelas como ejemplo y motivo de esperanza en la lucha por una sociedad justa con las armas de la no-violencia.

Al despedirse nos ha recordado su condición de cristiano que cree en el mensaje de amor universal de Jesús, pero Gonzalo Arias hasta el fi n, ha querido manifestar su protesta ante la iglesia Católica Romana, para él «Ritualista y dogmática poco sensible a los signos de los tiempos» a la vez que manifi esta su apoyo a las comunidades de base, iglesias pacifi stas y movimientos ecuménicos.

Su familia le ha deseado, al pasar ahora a otra dimensión espacial y temporal, que tenga un buen viaje y que allá donde esté siga explorando e investigando y que sea feliz en cualquier rama de la historia a donde haya ido a parar. Que así sea.

Pepe Beunza Pedro Otaduy

Recuerdos de Gonzalo

Me pide Carlos, que escriba algún recuerdo que tengamos mis hijos y yo sobre Gonzalo. Recuerdo sobre Calzadas Romanas hay pocos, aunque ponía en la portada del «Miliario» que Hilde Dietrich era su secretaria. Confi eso, que le ayudé muy poco, tan poco, que una vez se veía tan acorralado que tuvo la idea de poner en el «Miliario» mismo un anuncio, en el que buscaba a un «Becario» para vivir en casa y así poder ayudarle. Se apuntó solo uno y ese vivía en Caracas y era su primo Jaime. Desde entonces el buen Jaime no dejó de venir desde Caracas todos los años para echarle a Gonzalo una mano. Gonzalo solía trabajar siempre, aún en los días de fi esta y domingos. Menos mal que Jaime tuvo la osadía de protestar algún día.: Los domingos no se trabaja ni Hilde debe hacer comida porque los domingos saldremos de excursión a algún pueblo bonito, donde comeremos invitados por mí.» Así se quedó esa costumbre aunque no estuviera Jaime en casa y fue para mí también un alivio. Lo menos bueno fue que, antes de salir de excursión o los dos solos, de viaje, Gonzalo cogía el mapa y miraba si habría una posibilidad de combinar esa salida con la búsqueda de una calzada. Se nos iba el tiempo porque a veces se preguntaba a un viejito del lugar si se acordaba de algún camino antiguo empedrado o no, que condujera a tal sitio. Y, muchas veces no encontrábamos nada pero se había escapado mucho tiempo.

Cómo recuerdo también al buen primo Jaime, él se murió en Caracas una semana después de Gonzalo. Recuerdo haber oído decir a Gonzalo en el teléfono: «A ver, quién se va antes tú o yo».

Como mi Gonzalo no sólo tenía esa afi ción sobre las Calzadas sino también sobre «La entrada y salida de alguna prisión», tengo alguna anécdota que contar: Cuando la primerísima vez que él estaba en la prisión de Carabanchel todavía vivíamos nuestros hijos y yo en Francia. Dado el fallecimiento del padre de Gonzalo, el juez le dio permiso a Gonzalo para asistir al funeral. De paso pidió Gonzalo un mes libre para poder trasladar a su familia desde Francia a España. Su abogado decía que no aprovecharía la ocasión para huir sino que se presentaría él mismo para volver a la prisión.

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