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Violencia, angustia y miedo

fragmentados y la visión subjetiva y emocional de la violencia con el referente político e histórico del país. Se requiere de vocabularios renovados que permitan reflexionar históricamente los acontecimientos traumáticos más íntimos. Es necesario “historizar” el estado afectivo de la nación a partir del reconocimiento de su elemento político y cultural.

VIOLENCIA, ANGUSTIA Y MIEDO

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La violencia es causante directa del miedo y la angustia y, a su vez, estas dos emociones son generadoras de violencia política. El miedo y la angustia han sido abordadas en diferentes estudios como emociones disímiles, aunque complementarias. Pese a la semejanza de su carácter expresivo, las causas y consecuencias de ambos afectos difieren entre sí. Delumeau ([1978] 2002), apoyado en fuentes del psicoanálisis, distingue una serie de características entre miedo y angustia. El miedo, según el historiador francés, se deriva indefectiblemente de una amenaza concreta, de “un objeto determinado al que se puede hacer frente” (20), mientras que la angustia o ansiedad –como también la reconoce– responde más bien a una sensación de desasosiego intenso frente a algo que no puede definirse de forma objetiva. La angustia “se la vive como una espera dolorosa ante un peligro tanto más temible cuanto que no está claramente identificado: es un sentimiento global de inseguridad” (20). El miedo derivado de algo concreto se relacionaría con el temor, el terror y el horror, mientras que la ansiedad tiende a acoplarse con la angustia y la melancolía. Estas manifestaciones emocionales son indicativas del nivel de inestabilidad o de abolición del yo al que puede llegar una persona. Para el historiador francés, vivir en estado de ansiedad perturba hasta lo más íntimo del sujeto abocándolo a una pérdida de sí mismo, por esta razón, el hombre ha ingeniado la manera de convertir sus angustias y ansiedades en miedos con forma concreta. “El espíritu humano fabrica permanentemente el miedo para evitar una angustia morbosa que desembocaría en la abolición del yo” (Delumeau, [1978] 2002: 21). De las tesis de Delumeau llama la atención el hecho de que el hombre sea artífice de sus propios miedos, que sea capaz de fabricar a partir de un desorden afectivo-psíquico otro tipo de emociones particulares, igualmente traumáticas. Desde esta perspectiva teórica, para las fuerzas gubernativas el miedo resultaría más efectivo que la ansiedad porque puede dirigirse hacia una amenaza concreta y servir para controlar a las masas. La creación de miedos sería incluso algo necesario para dar cierta estabilidad psíquica al sujeto.

La complejidad de las relaciones humanas –que implican lo afectivo– en el contexto sociopolítico contemporáneo ha sido abordada por múltiples estudiosos. Desde el siglo XIX Tocqueville sentó las primeras bases teóricas para analizar la faceta anímica del ser humano frente al quiebre de los imaginarios modernos y “civilizadores”. El filósofo ubica la fuente del miedo del sujeto moderno en el corazón mismo de la sociedad, pero en la propia interioridad del sujeto: que debe ingeniar la manera de afrontar individualmente los cambios radicales que el contexto le impone18. Los ideales de igualdad y democracia que Tocqueville define van estrechamente relacionados con el miedo y la angustia como afectos personales, no sociales ni políticos. El invasor de la vida social armónica viene a ser el mismo ciudadano, en su incapacidad de adaptarse a los nuevos ritmos que la sociedad le impone a raíz de la revolución política, veamos:

a medida que los ciudadanos se hacen más iguales, disminuye la inclinación de cada uno a creer ciegamente a un cierto hombre o en determinada clase. La disposición a creer en la masa se aumenta, y viene a ser la opinión que conduce al mundo […] Cuando el hombre que vive en los países democráticos se compara individualmente a todos los que le rodean, conoce con orgullo que es igual a cada uno de ellos; pero cuando contempla la reunión de sus semejantes y viene a colocarse al lado de este gran cuerpo, pronto se abruma bajo su insignificancia y su flaqueza. La misma igualdad que lo hace independiente de cada uno de los ciudadanos en particular, lo entrega aislado y sin defensa a la acción del mayor número (Tocqueville, [1835] 2002: 200).

Según esta cita, de manera ambigua, la igualdad muta en sentimientos de soledad, insignificancia y angustia. Hombres y mujeres en igualdad de condiciones se ven amenazados por esa misma unidad al no tener un vínculo común que los sostenga con firmeza, vínculo que en épocas anteriores se daba a través de la figura

18 Comparando las figuras que antaño producían miedo a una comunidad con las circunstancias que abatían a los habitantes de las urbes occidentales de las últimas décadas del siglo XIX, Tocqueville afirma que “los bárbaros”, esto es, los invasores de la vida social armónica, “no venían [ya] del helado norte [del exterior]; [más bien] surgían en el seno de nuestro campo y en el centro de nuestras ciudades” (Tocqueville, [1835], 2002: 242). El filósofo desplaza la causa externa del miedo hacia el interior de la comunidad. El miedo aquí toma sentido si entendemos la posición de Tocqueville ante los cambios dejados por la Revolución en las sociedades decimonónicas. El pueblo pasó de temer a unas figuras precisas de poder a la propia realidad que él mismo había generado. Es decir, que los ciudadanos ya no temían a sus terribles gobernantes de antaño, sino al caos que se generó a causa del derrocamiento de esos gobernantes. El “Gran miedo” era ahora provocado por las secuelas de la Revolución. Tal manera de enfocar la perturbación psicosocial señala y hasta culpabiliza al mismo ciudadano de su propio miedo.

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE

del rey o de otros entes de poder. La igualdad, bajo este ángulo interpretativo, es sinónimo de soledad y aislamiento. Una sociedad democrática motiva una aplastante ansiedad y un miedo a los otros porque no hay ya referentes sólidos de poder –políticos o sociales– sobre los cuales anclar el deseo de ser. Desde la óptica de Tocqueville, el miedo y la angustia se desplaza del plano político a la interioridad del sujeto. El miedo, en consecuencia, no sería efecto de la fuerza gubernativa ni de los cambios económicos y sociales sino del estado ansioso del sujeto, que no logra asimilar los nuevos procesos ni ubicarse con precisión al lado de los otros. Sin referentes concretos como el rey, la idea de nación sólida, de identidad cultural dominante, etc., la sociedad posrevolución permanece en un constante desasosiego, el mundo masificado no satisface ya el deseo de filiación social ni de permanencia19. El inconformismo político y los reveses sociales explicados a partir de la idea de angustia individual, evade precisamente la responsabilidad del Estado y su instauración de órdenes sociales masificados e injustos. El poder político es, sin duda, un actante principal en la generación de sociedades masificadas y caóticas, en las que hombres y mujeres están al borde del vacío y el miedo. La justificación de la inestabilidad psíquica y el trauma emocional de una sociedad, se ancla no solo al estar de la persona como ente individual sino, y sobre todo, al papel de los gobernantes en la instauración de regímenes que constriñen la libertad. Según Robin ([2004] 2009), visionar el miedo como un efecto íntimo en sí mismo, sin tener en cuenta la razón de los cambios contextuales, es desligarlo de su componente político y prestar, en consecuencia, poca atención a las formas como el poder aviva y dirige miedos represivos. Las sociedades contemporáneas, precisa el politólogo estadounidense, se estructuran verticalmente, distribuyen poder, recursos y prestigio entre los menos, no entre los más (53). En resultado, si un habitante de la sociedad moderna y democrática se siente un elemento difuso a raíz de la masificación de lo humano, la inseguridad, el miedo y la soledad no florecen por causa natural, sino, propiamente, por razón del orden político y las disquisiciones gubernativas. Lo psíquico íntimo está determinado por el Estado y sus formas de organización. Numerosos estudios analizan el miedo y la angustia como afecciones netamente espontáneas, casi naturales de una forma de ser del sujeto contemporáneo. Los factores psicosociales se explican a partir de la individualidad

19 El estado de desasosiego del ciudadano moderno lleva a Tocqueville a justificar la violencia política. Dice el filósofo que si un gobierno actúa de forma represiva lo hace en respuesta a las exigencias de la masa, ya que esta al carecer de líder por su anonimato mismo, se le ha despojado de autoridades discretas que la guíen. En resultado, la represión de Estado es un asunto popular y democrático, es decir, pedido por la sociedad-masa y su deseo de apaciguar la ansiedad frente al posible enemigo.

íntima del sujeto común sin profundizar claramente en los marcos sociales que las figuras de poder instituyen. Carlo Mongardini ([2004] 2007), por caso, apoyado en estudios de Sigmund Freud, Max Horkheimer, Theodore Adorno, Zygmunt Bauman, sostiene que el miedo es un afecto muy íntimo, que aunque se relaciona con factores externos corresponde a la naturaleza del propio individuo y su capacidad de respuesta subjetiva. El miedo más radical del mundo contemporáneo, según Mongardini, es la angustia de la pérdida del yo y la anulación de la frontera entre uno mismo y el resto de la vida. La pérdida del yo debido a la masificación y la igualdad convierte al ser humano en alguien extraño a sí mismo. Las principales causas de este extrañamiento deben buscarse en la “heterodirección” del individuo contemporáneo, en la extensión de sus espacios, en la velocidad del cambio y en la cultura del presente, que desarraigan el yo de sus habituales certidumbres y de los puntos de referencia (Mongardini, [2004] 2007: 94-96). Esta apología del miedo sacrifica el sujeto a una sociedad inconforme porque no explica claramente la matriz de tal inconformidad, facilitando con ello la justificación de la intervención dominante del Estado. Si el miedo se percibiera solamente como reacción a amenazas no políticas, o como instrumento de regeneración moral del sistema de gobierno, o como respuesta personal a objetos de temor externos, se subestiman e ignoran las formas cotidianas que refuerzan un orden social represivo, limitan la libertad y producen injusticia. La angustia –por la inestabilidad laboral, la falta atención médica de calidad, la poca probabilidad de acceder a la educación especializada, etc.– no es una afección que atañe exclusivamente al universo íntimo y emocional de un individuo, tampoco una energía latente que desconoce la fuente de amenaza, es ante todo la respuesta a un miedo que ha sido dirigido y fabricado por los giros sociales derivados de la confrontación entre fuerzas políticas o el fracaso del sistema para garantizar la calidad de vida de manera justa. Bauman en su libro Miedo líquido: la sociedad contemporánea y sus temores retoma el sintagma “silenciamiento silencioso”, del sociólogo Thomas Mathiesen, para definir el modo como sentimientos de inseguridad y angustia se vuelven parte estructural de la vida cotidiana. El “‘silenciamiento silencioso’ es un proceso que, en vez de ruidoso, es callado; que es oculto en vez de abierto; que, en vez de apreciarse, pasa inadvertido; que, en vez de verse, pasa sin ser visto; que en vez de físico, es no físico” (Bauman, [2006] 2008: 15). Quizás, por esta caracterización de lo emocional traumático, en la que prima la idea de que es algo abstracto y a la deriva, los representantes gubernamentales o diversas figuras de poder aparecen exentos de toda responsabilidad del orden vertical que ellos mismos propician. No obstante, la desesperanza, desencanto, angustia, entre otros, son afectos

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