20 minute read

Balance de la narrativa colombiana de inicios del siglo XXI

aprendizaje de la tradición literaria latinoamericana está en parte definido y justificado por esta función crítica de la sociedad. Desde los cronistas de Indias, particularmente desde Bartolomé de las Casas, hasta las más recientes voces, los escritores de esta parte del planeta hemos estado presenciando las maneras en que el mal histórico, es decir, la represión de la expresión libertaria, ha prevalecido siempre en América como una peste (4-5).

BALANCE DE LA NARRATIVA COLOMBIANA DE INICIOS DEL SIGLO XXI

Advertisement

En las primeras dos décadas del siglo XXI el escenario literario colombiano se ha ido consolidando de renovada manera con escrituras originales en el tratamiento de la realidad del país, propuestas de escrituras híbridas o anfibias –que se mueven entre un género y otro–, temáticas de variado orden y giros del lenguaje. Esta situación ha reclamado a los especialistas de la novela nacional nuevas categorías de estudio y tipificación (Jaramillo Morales, 2006, 2012; Pineda Botero, 2006; Giraldo, 2011; Rodríguez, 2011; Rueda, 2011; Figueroa, 2011; Gonzáles Ortega 2013; Fanta Castro, 2015). Las líneas generacionales para clasificar la narrativa entran en crisis. Hoy, quizás, resulta más interesante relacionar la diversidad literaria desde el principio de tendencia o momento. La indagación de la producción literaria y el carácter de los autores no pueden abordarse ahora desde lo etario frente a la progresiva proliferación de importantes escritores, de diversas edades y múltiples estilos. Jaramillo Morales (2012), al respecto comenta:

Un grupo de autores y autoras que empezaron a publicar en los años setenta lograron consolidarse en el panorama nacional, con premios internacionales importantes. Aparecen en los noventa autores jóvenes que a estas alturas ya han venido construyendo una obra en un recorrido de 15 años de publicaciones. Aparecen también nuevas generaciones –escritores y escritoras que empiezan a publicar en la primera década del siglo XXI– y nuevas voces como las mujeres, los indígenas, los afros, los LGTB […] Se empiezan a escribir novelas hipertextuales y se inicia un proceso de legitimidad de las editoriales independientes (229).

La cita indica la versatilidad del panorama literario de las últimas dos décadas, es evidente que empieza a mostrarse una amplia gama de autores y propuestas estéticas. Frente a este contexto, para facilitar el trazo de unas coordenadas que ubiquen las características más notables de las propuestas de

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE

escritura de reciente data, en este libro retomamos tres momentos propuestos por algunos investigadores (Jaramillo Morales, 2012; Giraldo, 2012; Paredes, 2012), en los que destacan la coexistencia de diferentes generaciones de escritores con preocupaciones comunes por el hacer literario. El objetivo metodológico de estos tres momentos es cotejar, relacionar y dimensionar la complejidad de lo literario en el panorama actual. La investigadora Luz Mary Giraldo (2012) hace notar que el estudio de la narrativa nacional reciente debe articular el crecimiento y la diversificación de la literatura de finales de la década del setenta y de los años ochenta. Las escrituras contemporáneas son herederas directas de las obras publicadas a lo largo de esas décadas. En relación, Raymond Williams (1991) revela que la narrativa colombiana adquiere su particularidad de “Nacional” desde mediados de la década del sesenta. Desde estos años la escritura regional da paso a una nacional, respondiendo a los procesos de unificación política, administrativa y social que se comenzaban a consolidar. Los autores, para ese periodo, ya hacían parte de una “cultura escrita”, asimismo, estaban mucho “más vinculados a los movimientos literarios internacionales que a las tradiciones de cada región” (245). En este orden, y en común acuerdo con estos investigadores –Giraldo y Williams–, el primer momento o tendencia de la historia reciente de la literatura, particularmente de la narrativa, se ubicaría entre finales de los setenta y los años ochenta. Este momento abarca el grupo de autores que se deslindaron de las preocupaciones del Boom: en concreto de García Márquez y Álvaro Mutis. Para Alejandro Rodríguez Ruiz ([s/f]), la necesidad de cancelar el “macondismo” dio origen a nuevos lenguajes y consolidó otras posturas en la articulación de la ficción con la historia. Aparecen así producciones como La tejedora de Coronas (1982), de Germán Espinosa, La ceniza del libertador (1987) de Fernando Cruz Kronfly o La risa del cuervo (1992) de Álvaro Miranda. La ciudad, por su parte, pasa a ser una presencia protagónica en obras como ¡Que viva la música! (1977) de Andrés Caicedo, Los parientes de Ester (1979) de Luis Fayad y Las puertas del infierno (1985), de José Luis Díaz Granados. A inicios de los noventa el gesto posmoderno empieza a destacarse en los juegos del lenguaje. Son indicativos de ello los textos de R.H. Moreno Durán27 , o Trapos al sol (1991) de Julio Olaciregui, Opio en las nubes (1992) de Rafael Chaparro y Cárcel por amor (1995) de Álvaro Pineda Botero. La palabra regionalista

27 Williams y Giraldo (1996), hacen un estudio crítico de la obra de Moreno Durán, destacan su voluntad de estilo y la conciencia clara de las necesidades lúdicas de la palabra. Sus novelas proyectan desde sus mundos ficcionales el agotamiento de la patria, de los apellidos, de las tradiciones, de la cultura, entre otros. Estos agotamientos se metaforizan a través de la insuficiencia de la lengua cotidiana y del acto de nombrar.

es representada de renovada forma en ficciones como las de Fernando Vallejo. Se aventura, asimismo, la retórica manierista como en Metatrón (1994) de Philip Potdevin. También, el primer momento data la consolidación de una literatura testimonial que reivindica al otro, los textos de Arturo Alape y Alfredo Molano son ejemplo de ello. De su lado, la narrativa escrita por mujeres se visibiliza con Alba Lucía Ángel, Marvel Moreno, Ana María Jaramillo, Fanny Buitrago, Laura Restrepo, entre otras. Para Giraldo (2012), todo este conjunto de autores

hacen de la literatura el vehículo para buscar explicaciones del presente o del pasado […] es con ellos que se entiende que tanto las ciudades como sus habitantes exigen nuevas expresiones, nuevas maneras de ser narradas; que la historia también requiere ser contada de otras formas, que indague sobre el pasado por sus efectos o por las consecuencias del desastre del presente, y que ello es posible ironizando y burlando la llamada historia patria y sus héroes. Así mismo, que la palabra, la escritura, debe ser portadora del espíritu del tiempo del autor, lo que significa que reclama estructuras distintas a las convencionales (266).

La novelística del primer momento se caracteriza entonces, por las novedosas exploraciones del lenguaje y la profundidad temática anclada a exégesis de lecturas de distinta índole: historia, filosofía, artes, política, sociología, entre otras. Predomina también la indagación por el ser, la ciudad, la historia social y política del país, de Latinoamérica y del mundo contemporáneo. Es un momento que impuso la necesidad de romper los límites de la escritura, testimoniar el espacio urbano, bucear en la historia y reformular los modos estéticos heredados. Un movimiento que hace del panorama de la novela de finales del siglo XX un gran entramado de producciones heterogéneas, no siempre asociables. El segundo momento abarca parte de los escritores del momento anterior y otros que empiezan a publicar desde mediados de los ochenta hasta nuestros días. En este periodo sobresale el interés por mostrar el derrumbe del país y la gran desilusión por las utopías revolucionarias, también se enfatiza en la escenificación de las nuevas violencias: especialmente las relacionadas con el narcotráfico y el sicariato; prevalece asimismo el interés estético por exponer la vida cotidiana y avasallante de las urbes y sus ritmos neoliberales. Persiste el pensamiento crítico frente a los efectos sociales de la relación entre política y violencia. Los escritores recalan en nuevos modos metafóricos para significar, desde la intimidad de los personajes, lo que nos ha pasado como país y se reflexiona insistentemente sobre

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE

el presente y el pasado inmediato. En esta etapa, además, la preocupación por el lenguaje lleva al cuestionamiento de la idea de la literatura como artificio retórico (Figueroa, 2004; Osorio, 2003, 2006; Correa, 2012; Giraldo, 2012). Laura Restrepo, Fernando Vallejo, Héctor Abad Faciolince, Evelio Rosero, entre otros, coinciden en la indagación de las consecuencias de las políticas violentas en la sociedad. Cada uno, desde su particularidad estética, pone en crisis el pensamiento y el esquema de valores institucionales que dieron forma al Estado-Nación. Las narrativas de estos autores toman consistencia en la mirada social, popular y no elitista del pasado reciente del país. Escenifican la realidad de finales de siglo XX como espacio de (des)integración, no solo social y material, sino, y ante todo, psicosocial. Fernando Vallejo, por ejemplo, en la figuración de las problemáticas sociales e íntimas que atraviesan a las generaciones más jóvenes de las comunas de Medellín, “destroza los mitos completamente […] y arremete contra la historia y nuestra cultura. Le apunta a la distorsión de los valores” (Giraldo, 2012: 67). Por su parte, los temas, técnicas y discursos de las novelas de Laura Restrepo, especialmente Leopardo al sol (1993), La multitud errante (2001), Delirio (2004), Hot Sur (2012) y Los Divinos (2017), se entretejen para representar el mosaico social de diversas sociedades colombianas de finales del siglo XX e inicios del XXI y su proceso de desmoronamiento, a causa de la irrupción de la violencia generalizada y del narcotráfico en los espacios familiares e íntimos. La memoria del horror, el archivo histórico, las noticias sobre la violencia y el desplazamiento, como fuentes directas de las novelas de Restrepo, dan forma a una escritura híbrida, que se mueve entre el testimonio, la investigación y la ficción. Estos intereses estéticos comunes al segundo momento, se entrecruzan en la escritura de Restrepo con los propósitos políticos que se rastrean en la literatura del primer momento. Es decir, que la narrativa de esta escritora conserva rasgos de la tradición literaria de los setenta: influida por las utopías revolucionarias. Sin duda, ella es parte de los autores que leyeron con pasión las novelas del Boom y supieron de los compromisos a los que apelaba la Revolución cubana, recuerda Giraldo (2012). Helena Araújo (1989), considera a Restrepo como parte de “las garciamarquianas” por recrear en sus libros recursos del realismo mágico y desarrollar historias que fluctúan en un terreno intermedio entre la verdad y la leyenda. Leopardo al sol (1993), Dulce compañía y La novia oscura (1999) son las propuestas más cercanas al estilo del Nobel. Delirio (2004), Hot Sur (2012) y Los Divinos (2017), se alejan ya de la interferencia del realismo mágico.

Un género literario importante que se consolida entre finales de los ochenta y la década de los noventa es el testimonial28. Son numerosas las ediciones de historias de violencia relatadas desde una voz narrativa que dice contar hechos atroces reales, de los cuales esa voz fue testigo directo o indirecto. Hay un buen número de autores que proponen el testimonio como escritura que acerca al lector a la intrusión de lo atroz en el tejido social de diferentes comunidades: desde áreas remotas de Colombia hasta barrios populares incrustados en pleno casco urbano de las grandes ciudades (Rueda, 2011). Los años del tropel: relatos de la violencia (1985) de Alfredo Molano, es uno de los libros iniciadores y que ha recibido buena atención de parte de la crítica. Su propósito fue contribuir a la creación de un archivo histórico alterno, que recogiera las experiencias aún indocumentadas de gente que sufrió la Violencia. Otros textos del género testimonial, igualmente representativos, son No nacimos pa’ semilla (1990) de Alfonso Salazar Jaramillo, Las mujeres en la guerra (2000) de Patricia Lara y Los niños de la guerra (2002) de Guillermo Gonzáles Uribe29. El testimonio es asimismo aprovechado para proponer textos de carácter autobiográfico o autoficcional, la obra El río del tiempo (1985-1993)30, de Fernando Vallejo y el libro El olvido que seremos (2006), de Héctor Abad Faciolince, son dos ejemplos representativos. Este último texto refiere tanto la vida familiar y personal del autor, como el acontecer político violento de los años ochenta y los exabruptos del paramilitarismo. Puede decirse que Abad Faciolince es uno de los escritores que recrea elementos estéticos comunes a los propuestos por la narrativa del primer momento, por ejemplo, a los giros temáticos y del lenguaje de Moreno Durán y de Parra Sandoval: el carácter experimental, la risa, la necesidad de retomar temas de la tradición clásica, del mundo burgués de la literatura del Renacimiento, entre otros. La escritura de Abad Faciolince aprovecha novedosamente estos recursos para

28 Es reconocida la discusión en torno a la identidad literaria de los relatos testimoniales. Aunque son textos que proponen un contacto más directo con realidades violentas, se reconoce que utilizan también recursos literarios que pueden llevar a vacíos discursivos y alteraciones de la verdad, apelando de este modo a la libertad del lector tal como lo hace un registro ficcional. El estudio Testimonio y literatura (1986) editado por René Jara y Hernán Vidal, es uno de los libros claves iniciadores de la reflexión sobre las particularidades o similitudes de los dos géneros. Otro estudio interesante más reciente es Testimonios, representaciones y literatura documental en la narrativa colombiana contemporánea 1970-2004, de Blanca Inés Gómez y Luz Mary Giraldo (2011); las investigadoras proponen la estética del testimonio como una forma de conciencia histórica que articulada con el relato literario da forma a registros que representan de manera novedosa y significativa la producción y construcción de identidades sociales. 29 María Elena Rueda realiza un iluminador estudio de estas producciones en el capítulo cuatro, de su libro La violencia y sus huellas (2011). 30El río del tiempo consiste en una larga autobiografía o escritura autoficcional, compuesta por los siguientes libros: Los días azules (1985), El fuego secreto (1987), Los caminos a Roma (1988), Años de indulgencia (1989) y Entre fantasmas (1993).

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE

reconfigurarlos en contextos de la contemporaneidad (Giraldo, 2012). Nosotros en esta ocasión abordamos El olvido que seremos como escritura autoficcional, motivada por el duelo y la nostalgia. Otro de los escritores valiosos que se ubica en el segundo grupo es Evelio Rosero, su escritura conserva la atención meticulosa en la forma y el lenguaje, y, al igual que Restrepo, Vallejo o el mismo Abad Faciolince, sus diégesis están atravesadas por los problemas más urgentes de la violencia política colombiana: el dolor, el desamparo, la frustración o la impotencia de los más vulnerables frente a la realidad histórica que el país impone. Dice Padilla Chasing (2012) que,

independientemente de las soluciones formales-materiales que la ubicarían en cierto tipo de novela y no en otro, Los ejércitos [de Evelio Rosero] se inscribe en la línea de obras como La virgen de los sicarios de Fernando Vallejo, Asuntos de un hidalgo disoluto de Héctor Abad Faciolince, El cadáver insepulto de Arturo Alape o La caravana de Gardel de Fernando Cruz Kronfly, en las cuales sus autores evalúan abiertamente la disfunción social colombiana conservando el carácter ficcional de sus escritos […] Rosero comparte con estos autores no solo la actitud crítica ante todo tipo de institucionalidad, sino también la visión de una sociedad colombiana apática, indiferente, acostumbrada a vivir en la violencia, familiarizada con ella (151).

La escritura de Rosero continúa también con la tradición de demoler la historia oficial a partir de la configuración de personajes históricos, mas desde un ángulo que apunta directamente a minar la imagen idílica del héroe político. Es notable la forma como el autor detona la idea de nación, identidad, progreso e historia política colombiana en su novela La carroza de Bolívar (2012). Recursos como la ironía, la parodia y un finísimo humor negro, recuerdan el estilo de escritores como R.H. Moreno Durán y Carlos Perozzo. En varias entrevistas Rosero no solo reflexiona sobre su profesión de escritor sino también sobre los flujos históricos del país. A diferencia de autores como Abad Faciolince o Laura Restrepo, su posición política evade la militancia o favoritismo por una ideología en particular. Más bien, se revela en su escritura una suerte de escepticismo y desencanto, la desesperanza radical en proyectos utópicos de renovación social. Si embargo, ello no significa que Rosero no tenga compromiso político. Los vencidos y los silenciados por la guerra y la violencia son la preocupación del escritor, su voz y su escritura se dirige a favor de visibilizar

las realidades más crudas de la nación. En relación con tal aspecto, vale recordar la brillante refutación que él hizo, en su momento, al expresidente Álvaro Uribe Vélez cuando este se atrevió a afirmar frente a la comunidad internacional, que Colombia no tenía un conflicto armado ni tampoco una guerra, que primaba más bien la amenaza terrorista. Rosero (2005) es contundente en su discurso cuando, paso a paso, explica que la falta de legitimidad de los grupos armados no niega la existencia del conflicto. Explicita, además, que ver la problemática colombiana como una simple lucha antiterrorista puede tener preocupantes implicaciones en el mediano y largo plazo. Esta actitud frente a la actual política colombiana acerca a Rosero a los escritores recientes, a los más jóvenes, quienes se niegan a continuar con herencias políticas signadas por el dolor y el desengaño, y cuestionan en su escritura el fracaso de las utopías revolucionarias y de todo tipo de metarrelato cultural de tinte modernista. La novela Los ejércitos es una de las novelas claves de este estudio, porque es quizás la que logra apresar con mayor riqueza poética el estado emocional de una persona y de una comunidad que está siendo sometida a los vejámenes más crueles de la guerra. En el tercer momento aparecen una serie de autores que empiezan a publicar a partir de la segunda mitad de los noventa. Sus obras proponen personajes atravesados por sentimientos de desencanto, escepticismo y rechazo de proyectos utópicos. La esperanza en una sociedad más justa no hace parte de estas propuestas literarias. El rencor, la venganza, el miedo y el resentimiento dan densidad a las diégesis. Los personajes son figuras cínicas que cuestionan, ironizan y parodian los imaginarios contemporáneos que pretenden justificar el sentido de pertenencia e identidad social. Muestra de esta directriz son las novelas de Santiago Gamboa, especialmente Perder es cuestión de método (1997), El síndrome de Ulises (2005) y Plegarias Nocturnas (2012); también algunos textos de Mario Mendoza como Satanás (2002) y Buda Blues (2010); y los libros de Enrique Serrano, Efraín Medina Reyes, Fernando Quiroz, Daniel Ferreira, entre otros. Los intereses temáticos de la novela reciente erosionan los marcos del pensamiento político e histórico que alimentaron los imaginarios sociales hasta bien entrada la década de los ochenta. Esta tendencia estética se asocia con un clima emocional de desencanto escéptico, con actitudes que aunque no hunden en la inacción al sujeto, sí producen desconfianza, desilusión y desengaño. En gran parte de las narrativas de los últimos años las marcas afectivas –de autor, narrador y narrado– no simbolizan ya ningún paradigma ni imaginan utopías eufóricas. Ligada a los ritmos culturales y sociales esta literatura parece significar otras modalidades del ser humano en los flujos de la contemporaneidad. La ausencia

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE

de ilusiones y la| marcada apatía de los héroes ficcionales encarna los modos de existencia que el sujeto de hoy asume frente a sí mismo, el mundo y los otros. En pocas palabras, las propuestas de escritura de los autores del tercer grupo centran la atención en una realidad que condena a la sociedad a la repetición, fragmentación y fracaso. Los textos apuntan a la idea de que en un país donde las violencias políticas y sociales no han dado tregua y los procesos de paz quedan a la deriva, toda obra se percibe eternamente inacabada o eternamente reanudada (Rodríguez Ruíz, 2000; Escobar, 2002). Los derrotados (2012) de Pablo Montoya y El ruido de las cosas al caer (2012) de Juan Gabriel Vásquez, son dos ejemplos precisos de tales condiciones. La escenificación del sentimiento de pérdida y frustración significa los estragos emocionales de una sociedad que perdió la esperanza de una sociedad sin escenarios de violencia extrema. Las novelas presentan el contexto nacional como una fuerza que aplasta los sueños; y en la que “el intelectual comprometido no ha dejado de pagar su tributo doloroso” (Montoya, 2009: 76). A propósito de esta apreciación de Pablo Montoya, es decididamente necesario destacar su papel en la escena literaria colombiana de la última década; poco reconocido hasta el 2015, cuando gana el Rómulo Gallegos, este escritor tiene ya una extensa y valiosísima producción literaria, que paulatinamente empieza a ser objeto de estudio en las academias. Su obra, como bien precisa Sancholuz (2019), en la proliferación y cruce de diversas textualidades –biografía novelada, nota ensayística, diario poético, crónica literaria, etc.–, trama y diseña una apuesta estética e ideológica que es un giro de tuerca respecto de la mímesis realista que sigue predominando en gran parte de la narrativa latinoamericana contemporánea (96). Con Montoya las letras colombianas prometen un desplazamiento renovador de las formas como los temas obligados del país han sido significados por el lenguaje literario31 . Otro conjunto de autores, que serían una variante del tercer momento, proponen escrituras en las que prima lo experiencial, lo familiar y lo íntimo. Son novelistas que exploran el yo y construyen mundos a partir de impresiones muy subjetivas del contexto que transitan. Sus preocupaciones estéticas parecen desviarse de intereses sociales o políticos, por lo menos explícitamente. El énfasis en el yo, en lo íntimo personal, aunque tiene su aspecto sugestivo y dice de las preocupaciones literarias de los escritores más jóvenes, deja también cierto sinsabor de confrontar unas propuestas narrativas, en las que el trabajo

31 Susana Zanetti (2013), considera que la obra de Montoya incorpora la realidad desde perspectivas muy diferentes de las ya muy transitadas por la narrativa nacional de los años cincuenta hasta el presente, por ejemplo, Lejos de Roma (2008) relee hoy las Tristia y las Pónticas, las cita y las parafrasea, desde la realidad colombiana, la novela habla por Ovidio dándole nueva voz y sentidos a su relegación.

del lenguaje y la imaginación estética se reduce a lo anecdótico. Se “cuenta [la] historia personal como si no [se] tuvieran más referentes” (Giraldo, 2012: 272), prima la narración de la respuesta propia al caos que impone la vida rutinaria. En esta tendencia se inscriben Antonio Ungar, Carolina Cuervo, Melba Escobar, Pilar Quintana, Juan David Correa, entre otros. Nuevas propuestas narrativas fusionan el lenguaje audiovisual, el cine, la imagen. Son escrituras que enfocan la banalización del sujeto en la sociedad contemporánea. Las tramas se construyen a partir de existencias frágiles y huidizas, alegorías de los ritmos de vida que imponen los medios masivos de comunicación. Las publicaciones de Ricardo Silva y Miguel Mendoza son demostración de esta tendencia. La escritura de estos novelistas se caracteriza por la inmediatez de frases cortas, diálogos directos y violentos. Aspectos dicientes de la experiencia urbana, la velocidad de los medios y la imposibilidad de vislumbrar un futuro diferente en una realidad escurridiza y precaria (Fanta Castro, 2015: xx). En fin, una buena porción de las recientes propuestas de escritura marcha al ritmo de los acentos culturales contemporáneos, en las que lo mediático sobresale con mayor matiz. Desde la óptica de Jaramillo, Osorio y Robledo (2000), los lenguajes provenientes de los medios de comunicación motivan narrativas que transgreden los esquemas de género literario, estos escritos como los testimoniales ponen en jaque las prácticas de lectura y de análisis propias de la modernidad y cuestionan la estética de las élites (77). De otro lado, recuérdese que en los últimos veinte años, la producción de literatura digital se ha ido posicionando de manera exitosa en el país. La figura de autor múltiple o autor en red resulta uno de los aportes más interesantes de las escrituras ancladas al uso de la imagen, el video y la música. Por su articulación con los lenguajes digitales, este tipo de producciones tienen muy buena acogida entre los lectores más jóvenes. Una muestra de estas producciones son las novelas Gabriella infinita (1995-2005) y Golpe de gracia (2006) de Alejandro Rodríguez Ruíz; Retratos vivos de mamá (2014) de Carolina López Jiménez y Mandala (2015) de Alejandra Jaramillo Morales32 . Por último, advertimos que el recorrido trazado en este apartado por el hacer literario colombiano de los últimos años, está mediado por los intereses temáticos nuestros, es decir, que la mayor parte de escritores y novelas que se referenciaron, comentaron y compararon, fueron sorteados en función de

32 Para profundizar en el estudio de esta tendencia digital en la literatura colombiana, recomendamos consultar los estudios realizados por el grupo de investigación Semilla Lab de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, Bogotá. También están los documentos críticos, teóricos y digitales de Jaime Alejandro Rodríguez, quien es uno de los pioneros de este campo en Colombia.

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE

This article is from: