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Los hijos robados

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Los hijos robados

Hay que joderse. La Seguridad Social me ha robado cinco hijos.

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Cinco como cinco luceros.

Cinco como cinco soles.

Cinco como los dedos de esta mano.

Eso gritó la gitana saliendo de las oficinas, allá muy cerca de las dependencias oficiales, donde los patos juguetones nadan contentos y el puente moderno recién inaugurado comienza a resquebrajarse.

El día estaba revuelto, cubierto el cielo, con la cortina de agua fría acariciando los huesos.

La gitana iba de gris, a tono con el día, con el vientre abultado por la colección de refajos. Tenía el rostro cenizo y la nariz demasiado grande, los dientes sucios, la mirada resuelta, gruesos los labios. La piel rugosa y áspera, las uñas negras.

Hay que joderse, dijo de nuevo, me han robado cinco hijos, y lo dijo en voz muy alta para quien quisiera escuchar lo escuchara.

Caminaba a pasos rápidos, como si le pillaran las urgencias.

Uno de sus hijos, el de su derecha, el más joven, dijo:

Madre, usted sólo nos tuvo a nosotros. Usted no ha tenido nunca otros hijos. Usted parió dos y esos dos somos nosotros.

La gitana ni se molestó en mirarle.

Calla la boca, dijo ¿qué sabes tú? ¿Qué has aprendido por tu cuenta?

Sé lo que hay que saber.

Sabes quién fue tu padre porque yo te lo he dicho.

Sé que usted es mi madre y yo uno de sus hijos

Calla la boca.

Cállela usted. ¿Qué pasa?, se volvió encarándose la gitana, con evidentes ganas de imponer su autoridad. Sus ojos amenazantes mostraban una firme decisión.

Tuve lo menos siete, gritó sin bajar el paso. Uno en Palencia, otro en Segovia, dos en Zaragoza, otro en Madrid. Y vosotros dos en la entresaca de la remolacha en Burgos. Allí a vuestro padre le saltó una chispa al ojo; allí casi se me queda ciego. Que me acuerdo muy bien. ¿Son o no son siete? ¿Suman o no suman siete?

Las cuentas hacen siete, dijo de nuevo. Los cuento y me salen siete. Uno, dos y me salen siete. La Seguridad Social me reconoce dos y me roba cinco. Cinco partos me roba. Cinco hijos que mamaron estas tetas.

Madre, ¿recuerda usted el nombre de los otros cinco?, preguntó el mayor cansado de tanta insistencia.

Y el nombre de sus padres, ¿acaso lo recuerda usted?, preguntó el hijo menor descolgándose del paso.

Cruzaron el puente y la gitana no se arredró al ver ondeando la enorme bandera. ¿Dónde están los hijos que me faltan?, gritó ante el guardia que hacía puerta en comisaría. ¿Dónde los que secaron mi leche? ¿Dónde los que me dieron quehaceres?

El guardia la miró con indiferencia. Estaba aburrido de soportar quejas. Se quiso dar la vuelta y resguardarse en la garita, pero no pudo.

La gitana le dijo a gritos gesticulando: Me han robado cinco hijos, sabe usted, y quiero denunciarlo ahora mismo al guardia que le manda a usted.

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