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Los obispos de la diócesis
Los obispos de la diócesis
El primer obispo de la diócesis hablaba en la intimidad una lengua ajena a la nuestra. ¡Qué descaro! ¡Qué insensatez! ¡Qué desconcierto!
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Arrogante, encerrado en su caparazón altivo.
No se integró nunca.
Y, por supuesto, nunca le admitimos (dejó el seminario lleno)
Del segundo, nos dijeron: tened cuidado de las ovejas que pacen en rediles ajenos.
Tened cuidado: hablará vuestra lengua pero os joderá en la del imperio.
Así fue. Así sucedió. Bien que lo sufrimos.
Todavía recordamos sus malos modales. Su ironía estúpida.
Su Dios iracundo tampoco era el nuestro (dejó el seminario lleno)
El tercero, ay, el tercero, pusilánime y cobarde ¡declinaba tan bien nuestros verbos!
Aburría su mística enfermiza.
Dios es acción, Dios no puede esperar.
Pero él prefería aguardar a que la música de Bach inspirara sus silencios (dejó el seminario lleno)
El cuarto, éste sí, éste era de los nuestros. ¡Por fin! ¡Uno de los nuestros! Dios comenzaba a comprendernos. ¡Dios hablaba nuestra lengua!
Nadie puede achacarle que no fuera condescendiente con los otros.
Les autorizó a retirar sus muertos por la trasera al concluir sus fríos funerales. (dejó el seminario medio vacío)
Al quinto lo propuso el cuarto, como es lógico. Encabezaba muy contento las visitas que le ordenábamos visitar. Ponía énfasis al decir lo que nosotros queríamos que dijera. Un buen padre para nuestros hijos, sí señor. Un pastor como debe ser, las cosas como son (dejó tres seminaristas en el seminario)
El sexto es una calamidad. ¡Pretende que nos dediquemos a los enfermos! ¡Pretende incluso que recemos el rosario! ¿Qué se ha creído este? ¡Como si los curas no tuviéramos otra cosa que hacer! ¡Qué desfachatez! ¡Qué infortunio! (el muy cabrito quiere retejar el seminario)
Ojalá Dios se lo lleve pronto (o tendremos que rogar a los nuestros que nos lo quiten de en medio)