LOS HIJOS ROBADOS
Los hijos robados Hay que joderse. La Seguridad Social me ha robado cinco hijos. Cinco como cinco luceros. Cinco como cinco soles. Cinco como los dedos de esta mano. Eso gritó la gitana saliendo de las oficinas, allá muy cerca de las dependencias oficiales, donde los patos juguetones nadan contentos y el puente moderno recién inaugurado comienza a resquebrajarse. El día estaba revuelto, cubierto el cielo, con la cortina de agua fría acariciando los huesos. La gitana iba de gris, a tono con el día, con el vientre abultado por la colección de refajos. Tenía el rostro cenizo y la nariz demasiado grande, los dientes sucios, la mirada resuelta, gruesos los labios. La piel rugosa y áspera, las uñas negras. Hay que joderse, dijo de nuevo, me han robado cinco hijos, y lo dijo en voz muy alta para quien quisiera escuchar lo escuchara. Caminaba a pasos rápidos, como si le pillaran las urgencias. Uno de sus hijos, el de su derecha, el más joven, dijo: Madre, usted sólo nos tuvo a nosotros. Usted no ha tenido nunca otros hijos. Usted parió dos y esos dos somos nosotros. La gitana ni se molestó en mirarle. Calla la boca, dijo ¿qué sabes tú? ¿Qué has aprendido por tu cuenta? Sé lo que hay que saber. Sabes quién fue tu padre porque yo te lo he dicho. Sé que usted es mi madre y yo uno de sus hijos Calla la boca. Cállela usted. ¿Qué pasa?, se volvió encarándose la gitana, con evidentes ganas de imponer su autoridad. Sus ojos amenazantes mostraban una firme decisión. 113