En el valle de las

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En el Valle de las tunas

Mario José Reyes Maradiaga


Contenido La tranquilidad y el sosiego de los pobladores del valle. ................................................. 2 La tragedia se apodera de la familia más poderosa del valle. ........................................ 10 El fin de la prosperidad y el éxodo de la familia. ........................................................... 18 Las dificultades de la familia Meléndez en su camino rumbo a los llanos de la candelaria. ....................................................................................................................... 21 La lucha de poder y el control entre los miembros de la familia.................................... 24 El asentamiento y la prosperidad .................................................................................... 30 Los fundadores del valle de Las tunas entre el recuerdo y el olvido. ............................. 36

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EN EL VALLE DE LAS TUNAS La tranquilidad y el sosiego de los pobladores del valle.

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ntre cerros y montañas, bajo el cielo azul y a la sobra de los extensos bosques y matorrales, salta sigilosa una hermosa y productiva pestaña de tierra, bañada por un caudaloso rio y riachuelos de aguas traslúcidas y límpidas, sobre las cuales se despliega una rica diversidad de vida silvestre, que con su trinar y rugidos despiertan la mañana de un nuevo

amanecer eternamente.

Esplendida llanura, donde se levanta cual cúmulo de estrellas, un pequeño poblado laborioso, que como constelaciones celestes se confunden en la inmensidad del universo y sin pensar en los peligros que le acechan, viven aferrados a sus creencias y anhelos que hacen del vecindario una bella sinfonía de música y colores.

Cual dulce melodía eterna, su esplendor cubre el instinto malvado de ese animal salvaje, que se encuentra escondido y al acecho, sin que haya penetrado en la intimidad de su entorno, ese mundo lejano y ajeno a su existencia, aun todavía dormido pero atento en el inconsciente y listo para despertar sin piedad contra él y los suyos.

Pero las cosas eternas, el temor a Dios, la obediencia y el respeto por sus antepasados es para ellos el bálsamo de la tranquilidad y la prosperidad que conduce la vida de todos esos valientes y prósperos pobladores de ese pequeño rincón de la tierra, que con su habilidad de sembradores y cazadores mantienen la libertad de su existencia.

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Libres de ser lo que son ante sus semejantes, pero amantes de la naturaleza que como madre buena y generosa provee a todos del sabor dulce de la miel y del maná que desde el cielo llueve a montones. Para que sus hijos vivan sin carencia alguna, ella también les provee de las fuerzas suficientes para enfrentar su faena diaria.

Como protección divina y perpetua, su hábitat protege la vida de cualquier catástrofe que no se conoce y que ni en sueños pueden imaginarse los primeros fundadores que llegaron de otros lugares lejanos, sin nada y que poco a poco fueron convirtiendo el lugar en un hermoso asentamiento de una belleza inesperada y sin igual.

En el vecindario, la vida parece imperecedera y los sueños son una realidad, por lo que ninguna criatura siente el temor de la desolación o mucho menos puede imaginar la furia escondida, de la enorme fiera que con sus garras de felino acecha a su presa, la que con sutil astucia se va deslizando y escabullendo por las sobras de la espesa jungla.

Espacio libre y sin dominio, valiente columna que ilumina el paso de los transeúntes, fortaleza impenetrable que amedrenta con su rudeza a quienes intentan con sus tenues rumores, soñar que el mundo es conquistable y que puede caer a pedazos sobre nuestras cabezas, sin dejar huellas, en la inmensidad de la noche.

No existe el tiempo los días los meses los años los lustros…. No existen o pasan desapercibidos, porque no hay linderos, la abundancia es tan grande, que se ve resplandecida en las aguas cristalinas del hermoso y profundo río que cruza de extremo a extremo la planicie y que lleva a su paso la sonrisa fresca y fecunda como un sobrio y dulce sendero.

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Como resistirse a tan esplendida belleza y sin igual colorido, que fulgura en la primavera seguida del otoño, cuando las hojas de los árboles empiezan a tomar tonalidades diferentes entre rojo, amarillo y oscuro, que luego se van cayendo como lluvia que baila con el viento y dejando a su paso una alfombra suave y tersa donde los pies del peregrino se apoyan lentamente, paso a paso.

Como huellas en la arena poco a poco van desapareciendo con las primeras lluvias del invierno, cuando los días se tornan oscuros y llenos de nostalgia. Por aquellos amaneceres perfectos, donde el sol sonríe y brilla suavemente sobre los cerros y montañas que rodean la postal más perfecta, que jamás se haya visto sobre la faz de la tierra.

Divina e insignificante criatura que se ve desvanecida ante la belleza natural de los hermosos árboles que rodean la corriente y que con su sombra y figura dan esplendor y grandeza a los sueños terrenales. Cuna de temerosos espíritus que como caballos desbocados corren al precipicio de la ignorancia y la brutalidad que se esconde en lo profundo de la oscuridad.

Sin igual, como la luna que suave y sigilosamente se desliza sobre la penumbra de la noche para dar esa suave belleza que las sombras reflejan sobre el agua, donde las montañas pueden verse cual enormes siluetas, que dan forma al paisaje oscuro y fantasmal del que cualquiera que no lo haya visto pueda sentirse atónito y extasiado ante la mirada profunda de los ojos brillantes de la tenebrosidad.

Como no ver tanta belleza, somos ciegos y poco cautelosos de la fuerza e inteligencia, que la tierra viva, tiene para encantar y atemorizar a quienes se le atraviesan en su delgado camino de rotación eterno. Ella sorprende a todos los que osan nacer y abrir los ojos a la luz y gozar de su maravilloso y sublime encanto natural.

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Hágase la luz y se hizo, es buena para todos, porque sin ella es imposible que saliera la vida, con tal fuerza, es el parto que trae un nuevo ser que como una noria gira infinitamente hasta que el río se consume y deja de girar para convertirse en el fantasma que no asusta, pero que estremece la vida asentada a su paso.

Como el rocío que suavemente riega por la madrugada los pastizales y los cultivos que más tarde florecen y dan frutos para llenar la alacena del poblado. Ellos son el sustento, la vida que hace resurgir el pensamiento y la inteligencia que todos requerimos para saber de qué estamos hechos y que nos mueve a lo interno de nuestros sentimientos, deseos y emociones.

Como las flores que despiertan al son de la suave brisa que trae el roció de la madrugada, la vida va surgiendo y poco a poco el poblado crese y se reproduce alimentado por la abundancia de la tierra y las aguas cristalinas que bañan y fertilizan todo el valle donde la vida cotidiana se confunde con la belleza de los cultivos y pastizales.

Que como brotes de sabia dulce y crujiente dan frescura y una sensación de apetito a quienes ansían comerlos, con la esperanza de alcanzar la eternidad. Ofrenda que agradecemos a los dioses y a la espiritualidad plena que como luz divina conduce nuestros pensamientos y acciones de quienes aspiran a ser mejores hombres y mujeres.

Ese sitio del que nadie puede dar referencia, pero que sin duda existe sin reserva, salvo que no estemos hechos para percibir ese contacto perfecto y profundo entre nuestro interior y esa fuerza del cosmos, que va más allá de donde nos podemos imaginar terrenalmente, pero que desde lo más profundo de nuestro ser nos mueve y nos hace vivir.

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Las cosas eternas son para siempre y la vida que es tan corta, no tiene la dimensión de lo que sucederá el mañana, pero eso no importa, lo que mueve nuestro interior es lo que vasta. Solo hace falta compartir con los demás seres de la tierra esos momentos de felicidad, que para la humanidad son y serán para siempre.

Felicidad, que sin duda se vive en un paraíso terrenal como el que acogía a aquellos primeros pobladores, que decidieron asentarse en aquella verde planicie y a la orilla del hermoso y traslucido río de aguas llenas de vida. que saciaron la sed y sofocaron el hambre de nuestros ancestros.

Ese día memorable que desde hace mucho tiempo recordamos como una hermosa leyenda que se fue divulgando de generación en generación, para inspirar la vida de quienes ahora recuerdan el relato grandioso y fecundo de esa tierra sin igual, que nos vio nacer en aquel día primaveral.

Instante aquel, que nuestros antepasados inspirados en lo maravilloso que es el mundo dieron a la vida una nueva generación creyendo que sería la mejor de todos los tiempos, la más robusta y grandiosa que solo sería comparable con la belleza natural, que deslumbra a todo aquel que se detiene a contemplarla.

De la que muchos no se dieron cuenta, porque no se detuvieron un momento en su tiempo para ver y pensar sobre las hermosas maravillas que la naturaleza da, a todos sus legítimos herederos. Que como langostas hambrientas devoran y destrozan todo lo que está a su paso, sin compasión.

Como enemigos de la creación, sedientos de mejores pastos, paso a paso van devorando lo que está a su paso, como enjambres de langostas engullen todo y se van convirtiendo en la peor pesadilla y sin piedad van carcomiendo las entrañas de la madre que los engendró.

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La población fue creciendo, los espacios abiertos, ya no existen y la mirada se redujo ante el rompecabezas formado por las cercas de madera, que con sus espinas estropean el paso libre de los transeúntes que se ven obligados a transitar por el angosto camino que una vez trazaran los primeros nómadas que cruzaban la planicie.

Toda aquella belleza fue desapareciendo por la mano de quienes un día se maravillaron con su belleza, lamentablemente el crecimiento de la población cada vez exige más de lo que se puede dar y se extrae hasta la última gota de sabia de las entrañas de su madre, la tierra que como buena progenitora da a sus insaciables vástagos.

Pero cuando la familia crece, las dificultades no se hacen esperar y todos quieren tener, olvidándose que lo más importante es el haber y llenos de envidia y codicia. Los hijos que un día vivían como una sola mata, se van distanciando y definiendo posiciones adversas, a la vida sencilla que nos ofrece la comunidad.

Crece la población surgen nuevas familias y con ellas las controversias, las contiendas, las riñas, las inequidades, la maldad y la muerte. Todo ello justificado por el insaciable deseo del tener y de ser más y mejor que los otros con quien compartimos la existencia.

Tonterías decían los ancianos del pueblo que veían como aquella generación se desvanecía entre la codicia la miseria y la falta de humanidad, entre quienes estaban destinados a vivir y convivir juntos bajo el cielo azul, que de vez en cuando se hacía entre las nubes que hoy cubren la polvorienta planicie.

Todos somos responsables de cosechar lo que hemos sembrado, porque ya no se cultiva la felicidad, la tierra y la mies se cultiva el odio la codicia y todas aquellas ruindades, que la humanidad en su afán por conquistar la indomable naturaleza se ven amenazados por ella misma.

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No más felicidad, el pueblo entero se asombraba de cuanto habían avanzado en la destrucción de su casa y de pronto sentían que estaban a la intemperie de la lluvia del viento y de todo aquello que amenaza la vida de los seres que todavía existen, entre la miseria que deja la ignorancia de no saber que nos destruimos lentamente sin saber que nos depara el mañana.

Ese mañana que, al parecer ciegos de codicia no eran capaces de ver solo un reducido grupo de alpinistas aventureros que vagamente miraban con sensatez lo que era el ayer y lo que la generosa naturaleza nos había regalado muy amablemente.

El asombro y la desolación ya no eran cuestión de tiempo ambas se habían apoderado de todo lo que encontraban a su paso, incrédulos y aferrados a esas ideas extrañas como salidas de lo más profundo de las cavernas oscuras de la ignorancia diabólica.

La población continuaba haciendo de las suyas sin compasión y sin medida, ante la mirada atenta de esa fuerza natural que en cualquier momento despierta y se revela sigilosamente, para destruir implacablemente todo lo que se interponga a su paso.

Toda aquella tranquilidad empezaba a desaparecer y los problemas empezaron a sofocar a los pobladores que después de haber trabajado tanto hoy se dedicaban con esmero a destruir lo que con el esfuerzo de todos habían construido y anhelado por mucho tiempo.

Pero las cosas empezaron a estar peor, cuando el coronel Meléndez cegado por la ambición de poder y control decidió atacar a una de las familias acomodadas que se habían afincado al otro lado del cerro de la cruz al noroeste del poblado de las Tunas.

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Las reacciones no se hicieron esperar y uno de los miembros de la familia agredida decidió arremeterla contra el coronel y su descendencia, hubo muchas peleas donde se gastaron horas de estrategia y contención, ya que muchos de ellos eran personas versadas en el uso de las armas.

Tanto que se fueron conformando grupos armados entre ambos bandos y con ello se creó la zozobra y un clima de tensión entre ambos poblados, tanto que la gente solo se permitía comentar la situación en voz baja, por el temor de verse involucrado con los bandos en conflicto.

Pero como dice un dicho popular “mucho va el cántaro al río que por fin se quiebra” y ese día llego una tarde de verano de la década de los veinte, cuando el coronel y sus empleados regresaba de vender sus cargamentos de badana, un grupo de facinerosos aprovecharon para atacarlo y el cómo donde ponía ojo ponía la bala, mato u uno de los contrarios.

Ese fue el principio de la hecatombe, los facinerosos lograron escapar, pero llevando al padre de aquella familia a de sus hijos muerto lo que enfureció al viejo tanto que juro terminar con el coronel Menéndez y su descendencia, aunque tuviera que terminar toda su fortuna.

Pero el dolor no fue causa para dar tregua a quienes habían dado muerte a su único hijo y decidió en ese mismo instante, emprender una campaña para perseguir y dar muerte al coronel a quien le llevaba muchas ansias, desde aquel maldito día que ambos se cruzaron en el camino.

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La tragedia se apodera de la familia más poderosa del valle. quella noche de luna llena el pánico se apodero de todo, los perros latían,

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las gallinas cacareaban, las vacas mugían, los pájaros… y las mujeres rezaban para que la tragedia no se apoderara del poblado que hasta ese día era como el paraíso terrenal.

El coronel que sabía lo que había sucedido no podía quedarse tranquilo, llego a su casa, desensillo sus bestias, las llevo al potrero y se regresó a casa, tomó una hamaca y se sentó a esperar la cena, que con mucho esmero hacia doña Tona en la cocina, quien tenía como costumbre llevársela en una batea a la hamaca, donde solía comer y descansar.

Pero como era hombre desconfiado, su pistola y machete envainado siempre los llevaba consigo, aun cuando estaba durmiendo o comiendo, entre sorbo de café y bocado disfrutaba de su cena, con mucha tranquilidad, pero en sus ojos se podía notar con sutileza, que las cosas no estaban bien.

Terminada la cena pidió a doña Tona encerrarse y prepararse por si eventualmente la familia del difunto, decidía perseguirle, capturarle o matarle, puesto que, para él, no había más Autoridad que la que le había conferido el gobierno cuando se presentara voluntariamente al ejército para servir a la patria.

Siempre decía, un soldado nunca debe dormir con los dos ojos cerrados, esa noche se quedó bajo la galera donde guardaba todos los pertrechos de la carreta y las bestias a esperar lo que podía venir, alerto a sus trabajadores quienes y montaban guardia alrededor de su rancho.

Al otro lado de la aldea, el dolor pudo más que la sed de venganza de la familia agredida y el padre adolorido por lo ocurrido decidió, no atacar a su enemigo esa

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noche y pensó en silencio que esperaría, el momento oportuno para atacar a quien le había con saña arrebatado a su vástago.

La esposa de don Felipe, destrozada por lo sucedido, rezaba para que el no fuera tras el asesino, ya que ella le conocía muy bien y sabía que esto podía aumentar su tragedia, el coronel no era un hombre al que fácilmente se podía vencer, quizá aquellas suplicas hicieron desistir, de una idea que para ella a todas luces era descabellada.

Como era una familia conocida, de dinero y de mucho poder, la casa se llenó de gente unos con mucho sentimiento y pena y otros reservados pero tímidos ante semejante tragedia se dirigían uno a uno a dar el pésame a la familia y lamentar profundamente el dolor de tan nefasto incidente entre ambas familias, que trascendía más allá de lo imaginado.

El velatorio duro el tiempo estipulado según las costumbres de la comunidad, las que debían cumplirse al pie de la letra, se hicieron todos los arreglos necesarios para que no faltara nada se mataron vacas, gallinas y cerdos. Para dar de comer a todos y que pudieran mantenerse despiertos toda la noche.

De acuerdo con las costumbres del pueblo el cuerpo tenía que ser bañado y vestido con un atuendo, que estuviera a la altura de la mortaja del hijo de uno de los señores del pueblo. Y qué decir del ataúd era de madera de caoba y digno de un personaje como el que debía ser puesto dentro del mismo.

Cumplida la ceremonia, se le llevo a la sala de la casa donde se rezó toda la noche lo que solo era interrumpido por sendas tandas de café, pan y comida que siempre no debe faltar en un evento tan importante como el de darle el último a dios a un ser querido.

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Cumplidas las 24 horas desde el fatídico incidente dos columnas de hombres se dirigieron al ataúd lo levantaron y le dieron tres vueltas alrededor de la casa e hicieron la venia, para luego dirigirse al cementerio donde le esperaba su tumba en la que sería depositado para siempre.

Un momento triste y desconsolador para la madre, quien lloraba amargamente por la partida inesperada de su hijo, mientras el señor se mantenía bien plantado como el árbol de Guanacaste que había en la plaza del poblado, firme y serio, como diciendo esto no se va aquedar así, todos sabrán quien es Felipe.

Pero en esos momentos es difícil separar entre el dolor de tan irreparable pérdida y la sed de venganza, por reparar tan semejante agravio y aunque nadie sabía lo que pasaría, estaban conscientes de que aquella familia no dejaría las cosas a Dios, por el contrario, harían pagar con lo que más doliera al enemigo.

Terminadas las alocuciones y la última tonada del famoso conjunto de cuerda del pueblo por fin se dio la orden de echarlo en el agujero y darle cristiana sepultura, la rezadora hizo sus últimas oraciones, le dio la bendición y se le tiraron flores en señal de aprecio amistad y cariño a él y su familia.

La gente se quedó hasta el final y acompañaron a los dolientes de regreso a casa, donde esperaba iniciar la novena que le permitiría acompañar hasta su morada eterna, el alma de quien en vida fuera el hijo de don Felipe, el señor más poderoso del pueblo.

Nueve días se le rezaron, el último día se hizo toda una ceremonia que evocaba el velatorio, muerte y entierro del difunto, esta vez no fue la excepción se hizo comida para todos los que asistieran, que no falte nada y asegúrense de que todos coman decía don Felipe, que a pesar del dolor seguía siendo un hombre inquebrantable.

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Terminado el novenario y con el luto en el corazón don Felipe decidió juntar a un grupo de hombres de su hacienda. Y tal como lo había pensado, les encomendó la misión de acabar con quien le había quitado lo más preciado, su heredero y sucesor de todo cuanto poseía.

Una fortuna que se calculaba en muchas caballerías de tierra, ganado y unos fuertes negocios que consistía en la compra y venta de badana (cueros de venado, cabro y res) del que había amasado fuertes cantidades de oro y plata, por lo que no escatimaría nada en lograr su cometido.

Los hombres contratados no eran cualquier grupo de bandoleros, eran los mejores pistoleros y asesinos por encargo, que existían en los alrededores de su hacienda, que trabajaban para él de manera clandestina y que eran fieles con sus pretensiones, por lo que sabía que con ellos estaría garantizada su venganza.

Consensuados los detalles de lo que sería la hazaña más notable del siglo por uno de los personajes más influyentes en aquel lugar, solo faltaba esperar el día y la orden para emprender la gran batalla de la que estaba seguro saldría bien librado y sobre todo ejemplar para todo el pueblo.

Pero del otro lado las cosas no serían tan fáciles, el coronel que era hombre versado en las armas, sabias que daría una de las más grandes batallas que jamás se habían visto en aquel lugar. Que por mucho tiempo se había mantenido tranquilo y apacible a la ira del hombre.

Ambos bandos estaban preparados y listos para la batalla más cruel y sangrienta que estaba por venir, pero a pesar de que la gente sabía que ninguno de ellos se sometería sin dar la lucha a muerte. Parecía no pasar nada durante los primeros ocho días después que sucedieran los hechos.

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De pronto se escuchó un rumor de que los hombres de don Felipe, los habían columbrado a ver merodeando por la calle real, por la que caminaban los comerciantes que viajaban a vender sus productos a la ciudad más cercana, de inmediato le hicieron llegar la noticia al coronel.

El coronel como era un hombre de guerra, siempre estaba listo para cualquier batalla y la noticia no pareció importarle, sin embargo, llamó a sus hombres más cercanos y les puso sobre aviso, como era de esperarse, decidieron a partir de aquel momento montar guardia y enviar emisarios para informarse de los movimientos del enemigo.

Con sus hombres apostados, en lugares estratégicos, lo único que faltaba era esperar a que se iniciara el fuego, pero esa no era la estrategia de don Felipe que lo único que le interesaba era acabar con el hechor de la muerte de su apreciado e inolvidable vástago.

La zozobra e inquietud se apodero de la comunidad, en el ambiente se podía sentir que una atmósfera fantasmal y diabólica envolvía a todos los seres del poblado. Quienes se preguntaban si tras la aparente calma ya todo había terminado o solo era la antesala del fin de la humanidad del coronel.

Pero eso no parecía verse en el horizonte, todos estaban conscientes de que este personaje era tan poderoso y fuerte como el coronel que había luchado en las guerras intestinas, suscitadas en la región y que esto tendría repercusiones en la familia y consecuentemente en todo el poblado.

Pasaron varios días desde que algunos comerciantes habían visto a los asesinos contratados por don Felipe para terminar con la vida del coronel, quien se refugiaba en su casa de la colina que está a la entrada del poblado y que le daba una ventaja relativa, en el caso de un ataque imprevisto.

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Después de merodear la casa varios días los matones se dispusieron a vigilar y atacar las caravanas que trasportaban mercancía entre los negocios del coronel y la ciudad más cercana, ofensiva con la que él no contaba, por lo que decidió salir de su casa y enfrentar personalmente con sus hombres a sus perseguidores.

Después de robar y enfrentarse en varias ocasiones, con los trabajadores del coronel, los asesinos decidieron dar una tregua. El espacio fue aprovechado para replantear la estrategia, después de pensar un rato el coronel les dijo a sus hombres ya no esperaremos a que nos ataquen, ahora nosotros atacaremos y recuperaremos lo que hemos perdido.

Pero es mucho riesgo le dijeron sus hombres, es a usted a quien quieren y no van descansar hasta echarle mano capturarle y matarle con saña, lo que no podemos permitir. Con voz firme les dijo esta batalla es mía y yo la voy a ganar, nada me detendrá Felipe me ha declarado la guerra y guerra tendrá.

Después de la muerte de Felipe hijo, nada estaba en calma a todo momento se escuchaban disparos y muertos por todo lado, la tranquilidad y la seguridad del pueblo había terminado, algunos se preguntaban hasta donde iba a llegar todo aquello y cuanto iba a durar la intranquilidad y el miedo, que todo aquel clima de belicosidad producía a sus pobladores.

El ambiente de incertidumbre e inseguridad y miedo, transcurrió por varios años, hasta que un día de verano, la caravana del coronel viajaba por la calle real, rumbo al comercio cuando de repente fueron emboscados por un fuerte grupo de pistoleros a sueldo, que sin mediar palabra empezaron a disparar.

En la balacera, se generaron bajas de ambos bandos, lo que agudizo el problema dando inicio a una lucha entre familias, don Felipe que era un hombre poderoso, haciendo uso de sus influencias logró acorralar a la comunidad amenazando a todas las familias y amigos del coronel.

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La estrategia Alentó a todos los habitantes, a organizarse y defender su territorio ya que consideraban que estaban siendo amenazados por aquella banda de pistoleros que buscaban al coronel, pero que, al cerrar las entradas y salidas del poblado, estaban dejando a los pobladores sin la posibilidad de mantener el comercio y el paso de las mercancías.

El conflicto estaba afectando a todos e incluso las caravanas que venían de los pueblos de la frontera, del país vecino rumbo al comercio de la ciudad, de donde se abastecían de productos de primera necesidad y a la vez vendían sus mercancías entre ellas café y dulce de panela entre otras.

Esto había llegado a mayores, pero no podían darse por vencidos, por lo que dispusieron utilizar todos los medios posibles para contrarrestar la amenaza. Y si era necesario estaban dispuestos a dialogar con los jefes de las comunidades vecinas, quienes también estaban siendo afectado con el corte del paso de mercancías.

Don Felipe que era un fuerte comerciante mando emisarios para decirles a los pobladores que el problema no era con ellos, sino con el coronel por lo que les pedía no entrometerse y a cambio permitiría el paso del comercio, entre las poblaciones aledañas.

La situación obligo a los pobladores a tranzar con don Felipe y distanciarse del coronel a quien respetaban y querían, pero el pueblo no podía estar sitiado por un problema familiar que se había generado entre dos familias poderosas y vecinas del valle.

El coronel que era hombre de estrategia se dio cuenta que estaba quedando solo y empezó a dudar de la fidelidad que la comunidad le había demostrado siempre,

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y que, así como habían tranzado con el enemigo, se exponía a que lo entregaran situación que no estaba dispuesto a soportar.

Pasaron unos días, el invierno era copioso y el río estaba muy crecido por lo que sería difícil fugarse con su familia, ya que todos estaban amenazados y les seria casi imposible salir con seguridad al otro lado de la frontera rumbo al país vecino donde tenía amigos y conocidos.

Pero toda la paz y tranquilidad había llegado a su fin, como una maldición para la familia más antigua, poderosa y rica de todo el valle, que desde que sus primeros pobladores llegaron al lugar se habían dedicado a trabajar incasablemente, hasta convertirla en una comunidad prospera que vivía de la agricultura y el comercio, entre los territorios fronterizos a lo largo y ancho del río grande.

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El fin de la prosperidad y el éxodo de la familia. oda aquella opulencia en la que vivía la familia Meléndez, poco a poco fue

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decayendo, los trabajadores fueron desertando, por miedo a que la familia agraviada tomara represalias contra ellos y corrieran la misma suerte de sus compañeros desaparecidos.

Y como para magnificar las cosas, nunca falta quien sugiera lo fatal, aun cuando por su condición, algunas personas le tenían envidia y hasta sentían satisfacción por la tragedia que envolvía a la familia más poderosa del que hasta ese día había sido el lugar más tranquilo de la región.

Pero el problema no era sencillo, el coronel tenía muchas amistades e influencia no solo en la comunidad sino en toda la zona, su nombre era conocido más allá de las fronteras y sabía que si por alguna razón alguien se atrevía a desafiarle o traicionarle él lo sabría inmediatamente.

Una de esas personalidades era su tío Lucas uno de lo más prósperos empresarios y comerciantes de la zona, que tenía nexos importantes con otras casas comerciales, como la casa Matriz de San Miguel que se encargaba de distribuir al resto del país y al mundo, la badana producida en sus talleres.

El tío Lucas no era un hombre que como dicen en el pueblo se las “comía solas” se dice que pertenecía a una de las organizaciones más antiguas y secretas del mundo, conocida como, los Masones, una hermandad que aglutina a muchas personas que se hacen llamar hermanos y que su principal actividad es el apoyo mutuo, la gnosis y la filantropía.

Al margen de que el perteneciera a una hermandad secreta, había ciertas cosas que hacían de él todo un personaje misterioso y desconocido, pero con mucho

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conocimiento e influencia, tanto en la vida político como militar y moral dentro de la población y sus alrededores.

Con estas características, todo hace pensar que el ejercía un cierto control y liderazgo sobre la familia y que además habría contribuido para que ésta se convirtiera en una de las más poderosas de la región. Ya que se dice que todos los familiares sin excepción, en algún momento acudieron a su casa para pedir consejo, sobre situaciones familiares o de negocios.

El cómo todo hombre sabio siempre tenía una respuesta para todo, tanto que había ocasiones en las que su casa estaba llena de personas queriendo hablar con él, para pedirle consejo, solventar alguna necesidad o vender sus productos ya que no estaban en condiciones de viajar a la ciudad.

Porque además de tener esas virtudes los aldeanos lo consideraban toda una autoridad

religiosa y

política

a

la

que

acudían

para

superar

sus

enflaquecimientos espirituales y de justicia cuando uno de los vecinos sobrepasaba los límites de la moral y las buenas costumbres.

El tío como le decía el coronel, era todo un personaje mítico y hasta cierto punto extraño, pero con mucho conocimiento y sabiduría común, filantrópico y buen anfitrión con los pobladores y sus amigos que por cierto tenía muchos a lo largo y ancho de toda la región.

Pero a pesar de sus múltiples amistades, él era un hombre soltero, nunca se casó y no tenía hijos a quien heredar toda su fortuna y conocimiento, por lo que en ciertas ocasiones y después de largas faenas de trabajo, les decía a sus sobrinos que él ya estaba viejo y que si alguien quería quedarse con su fortuna él lo apadrinaría para que formara parte de su hermandad.

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Los sobrinos que aun eran muy jóvenes habían escuchado muchas historias secretas relacionadas con “la religión” de su tío como ellos le llamaban, quien siempre les replicaba que lo suyo, no era ninguna religión sino más bien una sociedad que se apoyaba mutuamente y que eran prósperos por su dedicación al trabajo.

Pero como era de esperar los jóvenes no entendían el significado de todo aquello ya que la versión que ellos conocían y creían era la que sus padres y las personas más viejas de la aldea contaban a cerca de don Lucas. Por lo que, aunque ellos le ayudaban con su negocio no tenían ningún interés por heredar sus pertenencias.

Entre las historias que se contaban estaba lo relacionado con todos los ritos y pruebas que se debían superar para ser miembro de la hermandad, lo que les generaba miedo y temor, cuentan que entre esos ritos está el de ser enterrado por tres días en el cementerio y si pasaban la prueba podían ser iniciados en la sociedad.

Lo que ninguno de los jóvenes sobrinos, estaba dispuesto a pasar y mejor decían somos pobres antes que nos entierren vivos o el viejo nos quiera entregar para que sirvamos de machos de carga en el reino de las tinieblas. Es por ello que cada vez que les mencionaba el tema, mejor evadían la conversación.

En cierta ocasión cuando enfermo y todos creía que moriría, mando a llamar a su sobrino Chilo, para que le asistiera y se quedara con sus bienes y su sociedad, éste al conocer para que lo había mandado a llamar le dijo rotundamente que no y que mejor no tenía nada, pero no quería ser quemado en el infierno.

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Las dificultades de la familia Meléndez en su camino rumbo a los llanos de la candelaria. itiado y casi vencido, el Coronel, decidió una noche oscura y bajo una lluvia

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pertinaz, salir huyendo de su pueblo natal y querido con su familia sin llevar nada, solo una mula cargada de monedas de plata, con la intención de cruzar la frontera rumbo al país vecino.

En aquel momento todos los familiares del coronel maldecían el momento en que él había desenfundado su arma para matar el hijo de don Felipe, pero ya era tarde para ponerse a llorar, lo importante era apresurar el paso y evitar una emboscada del enemigo que seguramente iría tras ellos.

Para la familia era el peor momento que vivían desde la hambruna de 1914 cuando muchos de los de la aldea habían salido huyendo de la miseria y el hambre, que casi arraso la comunidad por falta de comida suficiente para sobrevivir.

No pudieron sacar, ni llevar nada de sus pertinencias, fue necesario dejarlo todo y aprestarse a salir lo más rápido posible sin que pudieran ser sorprendidos, por la banda de matones que les perseguía desde que los hechos ocurrieron para desgracia de todos.

Pero atrás quedaron aquellos días de tranquilidad y opulencia que la familia Meléndez tenía antes de ocurrir la desgracia que hoy les obligaba a salir sin rumbo y sin dirección, con la esperanza de que el coronel los llevara a otro lugar donde estarían seguros y sin que los enemigos les asediarán.

Momentos difíciles que tuvieron que pasar para salir de la aldea y cruzar el río que sirve de línea divisoria entre ambos países, gracias a dios decían los más

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viejos de la familia que vivimos en la frontera de lo contrario no estaríamos contando la historia.

Mientras los hombres se habrían paso por medio del río las mujeres y los niños eran llevados casi en hombros para evitar que la corriente les arrastrara aguas abajo y en vez de salvar su vida la perdieran. Pero a pesar de todo la tragedia siempre une a la familia y entre todos estaban dispuestos a salir al otro lado.

Ya puestos al otro lado del río y en tierras extranjeras se pusieron en camino, cruzaron el primero de los poblados que está relativamente cerca de la frontera y se dirigieron rumbo al sur por la calle real que conectaba en aquel tiempo con otros poblados al interior del país vecino.

La noche era oscura, no se veía ni la palma de la mano, por lo que a tientas y ciegas se conducían unos a otros, hasta que llegaron a casa de uno de los viejos amigos de refriega del coronel con quien habían librado una lucha intestina para derrocar a uno de los gobernantes de su país de origen.

Con hambre y sin luz, para conducirse, le pidió posada comida y abrigo para la familia, el que gustosamente les tenido la mano y les ofreció su casa para que descansaran y comieran en tanto continuaban su camino. El coronel les dijo estamos a salvo, y con el alba avanzaremos a otro sitio más alejado y seguro.

Soltaron la carga, desensillaron las tres mulas que Traían, comieron y se recostaron un rato, mientras unos montaban guardia otros descansaban, así se turnaron unas cuantas horas hasta que los primeros rayos del alba se vieron en el horizonte. El coronel ordeno que se levantaran ensillaran las bestias y se pusieran en marcha.

Agradeció la hospitalidad de su viejo amigo, subió a su mula y emprendieron de nuevo su viaje, después de haber recorrido un buen trayecto. La luz del día

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les sorprendió llegando a los llanos de Catana y como no querían encontrarse con los comerciantes que se dirigían a Santa Rosa, la caravana decidió tomar un atajo y descansar en los montes del Juncal y al llegar la noche reiniciar la travesía.

Tres días les tomo llegar a los llanos de la hacienda la Candelaria lugar donde el coronel tenía previsto radicarse e iniciar una nueva vida y darle a su familia la seguridad y tranquilidad que por su culpa habían perdido en el valle de Las tunas. En el entendido de que les esperaba un duro comienzo.

Pero el coronel traía capital una carga de monedas que equivalía a cien pesos de plata, con lo que él pensaba comprar tierras y asegurar que su familia tuviera de que vivir, pero como era de esperarse, él tenía muchas ambiciones y buen ojo pronto se juntó con la señora Gonzáles quien tenía algunas posiciones.

Una señora, que según se decía, además de vivir sola con sus hijos, tenía mucho dinero también era médica, poseía conocimientos naturales de medicina y magia con los que podía hacer operaciones, sin hacer ningún tipo de incisión en los cuerpos de las personas.

De pronto la familia se instaló en el llano al redor del coronel hombre a quien todavía respetaban pero que muchos de sus hermanos maldecían porque gracias a su bravuconería, tenían que pasar vicisitudes en un país extranjero, aunque como estos eran poblados fronterizos las costumbres y tradiciones, así como la familia estaban relacionados unos con otros.

Pero esa no era la gracia, sin tierra y sin tener de que vivir, las cosas no eran fáciles para la familia emigrada, el coronel en otra condición hasta cierto punto se distancio de su familia y se dedicó a cuidar el capital de señora Gonzales, con quien procreó varios hijos bastardos, a quienes los hijos mayores, no veían con buenos ojos, pero como sabían que su padrastro no era un hombre de fiar, mejor optaron por irse de la casa, con rumbo al norte.

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La lucha de poder y el control entre los miembros de la familia on la unión entre el Coronel y la señora Gonzales se inicia una nueva

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relación para la familia Menéndez y la esperanza resurge para todos, ya que con el poco dinero que traían al menos habían resuelto las principales necesidades y empezaban a tener cierta estabilidad.

Pero como nunca falta “un pelo en la sopa” como se suele decir cuando ocurre algo inesperado, dentro de esa aparente tranquilidad se gestaban otras dificultades que serían la causa de divergencia entre los miembros de la familia que pensaban que el coronel se había quedado con todo el dinero y que no les había dado lo que le correspondía a cada uno.

Pero el coronel que no era hombre de comentarios no los escuchó y continúo trabajando duro al lado de la señora Gonzales que con su sabiduría y las pocas posesiones que tenía lograron conformar un hogar ejemplar, no solo para la nueva familia sino también para la comunidad.

Las esposas, los hijos y el resto de los hermanos del coronel, aunque reconocían el valor moral que representaba para ellos decidieron separarse y unos se ubicaron al lado de la calle real que viene de los pueblos de la frontera en el lugar conocido como piedras de moler a un costado del hermoso bosque donde nace una fuente inagotable de agua que abastece la comunidad y sus a los redores.

Con el traslado de una parte de la familia solo quedaron dos hermanos Chilo y Toña, quienes se ubicaron en zonas aledañas a los terrenos de la Sra. Gonzales y para aprovechar la temporada de postrera cercaron y limpiaron una parte de los terrenos de la Hacienda de la Candelaria en los que sembraron maíz y legumbres con los que esperaban hacerle frente al próximo verano.

Pero como no eran terrenos ejidales, tuvieron que denunciarlos ante el Sr. alcalde con la intervención de uno de los señores más respetados de la aldea de Los

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Llanos, quien intercedió ante las autoridades para ayudar a sus nuevos amigos ya que en muchas ocasiones en su paso a Santa Rosa le habían ofrecido su hospitalidad.

Resuelto el problema de la tierra, pusieron “manos a la obra” y decidieron hacer su siembra de postrera, con tan buena suerte que ese año el invierno salió muy copioso y las cosechas fueron fenomenales dándole un respiro a la maltrecha economía que desde la tragedia habían soportado la familia Meléndez.

El coronel después de recuperar parte de lo que había perdido desde que saliera de su pueblo natal siguió en sus andanzas en cierta ocasión y bajo los efectos del alcohol la arremetió contra su hermano Chilo y su hijo mayor aduciendo que el pequeño le había robado un pollo de su propiedad llegando al extremo de tender su rifle en contra de la humanidad de la criatura.

Con ese incidente las cosas fueron empeorando, pero el colmo de la familia es cuando uno de los hijos de la señora Gonzales dio muerte a uno de sus hermanos hecho que para unos era contingencia y para otros un acto irracional de parte Santos que más tarde tuvo que emigrar del lugar rumbo a occidente sitio en el que se radico y vivió durante muchos años hasta su muerte.

Con la venta de los excedentes de la cosecha compraron sus primeras mulas y otros pertrechos con los que decidieron iniciar la compra y venta de cuero y animales entre ellos cerdos, ganado y mulas en todos los alrededores del valle de la candelaria y lugares circunvecinos.

El negocio prospero al grado que se les llego a reconocer como personas trabajadoras y decentes, algo que llevan en lo más profundo de su ser, ya que procedían de una familia emprendedora y después de haberlo perdido todo aquello era un signo muy esperanzador para las familias recién radicadas.

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La vida fue transcurriendo y a pesar de los acontecimientos todos los allegados desde el otro lado. La vida les sonreía y si bien los incidentes que se habían dado eran hechos intolerables, la cosas eran mejor que lo recientemente vivido en el valle de las tunas después de la tragedia.

Con el tiempo el nuevo asentamiento se convirtió en el caserío del Macuelizo, Los Llanos. Lugar que inmortalizo la vida de la familia Meléndez como testigo inmemorable de aquellos hombre y mujeres, que ya no están pero que con su trabajo forjaron para su descendencia un nuevo poblado.

Sin la comodidad de lo que poseían en su comunidad natal todos decidieron formar una familia e iniciar una nueva vida en la que se propusieron olvidar el incidente y darles a sus nuevos descendientes un espacio donde radicarse y dar seguridad a los suyos de quienes se propusieron desterrarlos de su pueblo natal.

En la confusión de que, si debían vivir juntos y apoyarse unos a otros surgieron diferencias entre hermanos y familiares recién llegados, esto dio pie para que unos decidieran irse a otros lugares como la costa pacífica y otros pueblos cercanos.

Con la familia venían dos niños Gregorio y Juana hijos de Chilo, los que se quedaron junto a su padre hasta que decidieron hacer su vida cada quien, por su lado, Gregorio se quedó trabajando con él y Juana se fue con su esposo para otro poblado cercano.

Pascual hermano menor del coronel, se radico al otro lado del portillo del quebracho, en el lugar conocido como piedras de moler, lugar que hasta el día de hoy se puede decir, que es un lugar para quedarse, pues es el nacimiento del manantial de un agua que abastece a todo el poblado de Llanos.

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Segunda se fue siguiendo a su marido y se radico en Piedras blancas, cerca de la costa pacífica y se alejó del constante conflicto que les acechaba como familia y es que la familia Meléndez no se “comía la tortilla, así nomás” su descendencia cargaba con una maldición, así lo afirmaban las personas ancianas que los conocían eran “hombres malos” porque asesinaban a sangre fría hasta su propia descendencia.

La relación y el parentesco con la familia de Piedras blancas se fue distanciando con el tiempo ya que generalmente se miraban el día de San Cayetano, el santo de los objetos perdidos, a quienes todos los años iban a pagar promesas por haberles devuelto las cosas que se les había perdido.

El único que con regularidad les visitaba era el tío Chilo, con sus hijos mayores Gregorio y José quienes se dedicaban a comprar y revender cueros de ganado, cabros y venados que por aquel entonces abundaban en la zona, gracias a estas giras de búsqueda de mercancía es que algunos de los hijos de tía segunda se acordaban de él y asistieron a su novena después de su muerte.

Pascual el hermano menor radicado en Piedras de moler, se casó con la Sra. María de Jesús con quien procreó varios hijos, pero a pesar de no vivir en el Macuelizo siempre mantuvo una relación cercana con sus hermanos ya que era dueño de una propiedad en la que hacían sus milpas y repastaba su ganado.

Antonia que era una mujer muy disparatada, también decidió quedarse en el Macuelizo acompañada de sus hermanos el coronel y Chilo, pero como era de esperarse les dio mucho dolor de cabeza ya que era bastante alegre y se dice que tuvo muchos maridos.

Cuentan que, en cierta ocasión, un bandido de la aldea abuso de ella aprovechándose de que siempre se levantaba a encender fuego en la madrugada vestida solo con un justan ya que en aquel tiempo las mujeres no usaban bragas

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y cuando ella se agacho para soplar la hornilla, el hombre la agarro por detrás y ella que no era escandalosa exclamo “Cecilio un caballo me agarro” el grito hizo que sus hermanos salieran y le dieran carrera al fulano que según dicen era bien dotado.

Chilo el hermano mayor de todos, en sus andanzas llego hasta el valle del Chagüite más allá del valle de La candelaria, donde conoció a la señora María Zavala con quien tuvo algunos amoríos quien al verse embarazada decidido darle una de sus hijas a Tomasa y de esa manera “taparle el ojo al macho” pero la pinta develo el misterio, la hija que dio a luz doña María se parecía mucho a con él.

Lo que siempre genero discordia entre Tomasa y su hermana menor, que en este caso era hija de su esposo. Hecho que le daban mucho rencor con su madre que la había entregado a un hombre que ella no quería y que había sido marido de su madre, situación muy penosa e incómoda para la reputación de la familia, lo que siempre las mantuvo distanciadas hasta el fin de sus días.

De la relación entre Tomasa y Chilo nació el primero de los hijos José que es el mayor de todos los 10 hijos que finalmente procrearon, la señora Tomasa una señora trigueña de ojos amarillos y que una de las señoras Godoy oriundas del lugar le dio el título de “mujer mala” por el color de los ojos.

Tomasa una señora más indígena que mestiza se vestía con vestidos floreados de una sola pieza y caminaba descalza sin temor a nada se dice que también sabia “cosas” las que había aprendido de los “Managues” (procedentes de Managua, Nicaragua) y que gracias ellas habían logrado traer a su hijo José que desde los doce años había emigrado a la costa norte.

Una mujer sencilla, pero de carácter que logro casi sin el apoyo de su esposo a quien le gustaba viajar mucho ya que se dedicaba a la compra y venta de cueros

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crudos, pero que gracias al vicio del aguardiente, casi nunca ayudaba en su casa y sus pequeños hijos tenían que pasar muchas limitaciones junto a su madre.

Pero esto no era lo que más le preocupaba a su hijo mayor sino más bien que iba a ser de ellos en el futuro, por lo que decidió viajar a la costa norte en compañía de algunas personas mayores que ya antes habían hecho la travesía a pie desde el sur hasta el norte.

Pero como don Chilo a su salida de su país de origen traía consigo dos hijos, estos al ver que su padre se había juntado con la señora Tomasa decidieron irse y hacer cada uno su vida, lo que contribuyó al distanciamiento entre ellos y la formación de sus propias familias.

Gregorio que era el hermano mayor se quedó con su padre y decidió trabajar con él en el comercio de los cueros, que luego eran vendidos en el país vecino, por intermedio de algunos de los familiares que se habían quedado al otro lado los que venían a los llanos para llevarlos y comercializarlos.

Uno de esos familiares era el primo Simón, que había logrado mantenerse al margen de aquel problema que les había ocasionado el destierro a sus parientes pero que no eran “buena cosa que se diga” ya que algunos de los hijos “dónde ponían el ojo ponían la bala” lo que les había generado un cierto respeto por la gente que los conocía, entre ellas la familia de don Felipe.

Este fue el comienzo de una buena relación comercial entre quienes vivían “de este lado y los del otro lado” como se solía decir en aquellos tiempos, refiriéndose a los familiares que habían sobrevivido al desastre en el valle de Las tunas y los que habían emigrado radicándose el valle de la candelaria.

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El asentamiento y la prosperidad on el auge de los negocios vino una relativa prosperidad para la familia

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Meléndez, que ya no eran migrantes sino ciudadanos poseedores de bienes; tierra para el cultivos de maíz y maicillo, vestías de montar y de carga y mucho ganado que pastaba libremente en los territorios lindantes a la Candelaria cuyos dueños ya habían fallecido y uno de los hijos que

vivía en la capital, la había hipotecado por cien mil pesos de plata.

Después que venciera la hipoteca los territorios pasaron a propiedad del estado y a disposición de las autoridades del pueblo quienes decidieron otorgarla a sus habitantes mediante denuncia, lo que favoreció a la familia Meléndez que se hizo de sus primeras propiedades.

Pero como el Macuelizo está ubicado en los linderos de la antigua Hacienda y las tierras del pueblo, no fue mucho lo que pudieron acaparar, teniendo que comprar otras propiedades de otros vecinos que decidían vender y mudarse a otros lugares.

Con el tiempo el sitio de la hacienda la Candelaria se fue reduciendo ya que los nuevos dueños sustituyeron las cercas temporales por permanentes y los espacios abiertos desaparecieron y todos aquellos rebaños que antes pastaban en el sitio tenían dueño y los mantenían dentro de sus territorios denunciados poniendo fin al uso colectivo del sitio.

Con el fin de la propiedad en común, surgieron otros negocios como la compra de las cosechas “en agua” para venderla a finales del invierno o llevarla al país vecino donde se pagaba un mejor precio. Esto trajo como consecuencia un trasiego de contrabando por diferentes puntos ciegos.

Convirtiéndose en una nueva actividad comercial entre los pobladores de la zona fronteriza que llevaban y traían productos clandestinamente dándoles a las

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familias cierta estabilidad y prosperidad con lo que algunas de ellas acumularon considerables fortunas.

La familia Meléndez conocía muy bien este tipo de negocios, ya que desde siempre se dedicaron a ello, en su país natal y pronto llegó a arrear hasta 30 mulas cargadas de café todos los viernes que eran el día de comercio en Santa Rosa y de allá, traían dulce de panela que se vendía a buen precio.

Esto duro unas cuantas décadas, pero fue hasta que José el hijo mayor don Chilo regreso de la costa norte, que se intensifico el comercio y valiéndose del parentesco que tenían con Simón uno de los sobrevivientes de la catástrofe del pasado reciente, quienes decidieron asociarse y hacer negocios sin el temor a ser multados por las autoridades de ambos países.

En esas andanzas fue donde conoció a la madre de sus hijos, a quien se llevó sin el consentimiento de su madre, en una noche oscura, al anca de la mula para el valle de Las tunas, el lugar de donde un día saliera su padre un sitio que para él tenía mucho significado.

La Suegra enojada por lo que le había hecho a su hija, se vio en la necesidad de viajar al pueblo para que las autoridades llamaran a los prófugos, por intervención de los consuegros y de esa manera llegar a un arreglo en el que se obligó a José a casarse. De ese matrimonio nacieron diez hijos, conformando la tercera generación desde que la familia saliera del valle de Las tunas.

Unión, que dio pie a la consolidación de la única familia que se quedó a vivir en el Macuelizo y que después de trabajar junto a su padre y hermanos con el conflicto de 1969, su padre don Chilo decidió que para no perder el capital que juntos habían trabajado, le heredó a un solo hijo todo cuanto poseía incluyendo bienes que eran propiedad de José.

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Dando inicio a un nuevo conflicto en la familia, lo que les obligo a emprender de nuevo el camino, dejando atrás la relativa prosperidad que en años habían logrado y que en un momento de euforia todo había terminado al pasar a otros dueños que muy poco les había costado. Pero la vida es así de injusta sentenciaban.

A pesar de haberlo perdido todos estaban en pie, la esposa de José una mujer emprendedora junto a sus cuatro hijos mayores y su esposo decidieron empezar, con lo poco que les quedaba y el apoyo de su madre lograron comprar el lote de tierra donde estaba ubicada la casa. El que producto de la guerra había pasado a manos de un fulano político que en el pleito oso en darle un puñetazo a la madre de José quien se oponía a salirse de la propiedad donde habían vivido desde que se había juntado con Chilo.

Pero todo esto no les hizo emigrar de nuevo por el contrario con el apoyo y la intervención de la suegra de José Lograron recuperar de nuevo los predios donde se ubicaba la casa, los que tuvieron que comprarlos y desde entonces son propiedad de los descendientes de los Menéndez.

Como José era un hombre trabajador junto a su esposa decidieron continuar con sus habilidades para el negocio, pero en esta ocasión con ganado y cerdo para el mercado interno que se daba en el lugar conocido como el matapalo en las afueras del pueblo.

Por muchos años y casi hasta que las fuerzas se debilitaron Don José siguió combinando el negocio con la agricultura apoyado por los hijos adolescentes. Quienes una vez que crecieron decidieron salir del lugar y hacer su propia vida tanto que de los diez hijos que tenía solo quedo uno de ellos, quien mantuvo la tradición de la familia a pesar de las críticas de algunos de sus hermanos que creían que él se apropiaría del capital de sus padres.

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Pero superados todos los sentimientos encontrados de los hermanos siempre prevaleció el deseo y la voluntad de mantener la armonía y el buen trato entre todos los miembros de la familia pese a que sobre ellos todavía rondaba el fantasma de la maldición de ser “malos”.

El poblado del Macuelizo alcanzo su auge y esplendor cuando sus pobladores se dieron cuenta que estaban ubicados en el cruce del camino real que bajaba de la montaña hasta la costa del pacifico por la que pasaba gran parte de la producción la que era transportada a pie, en mulas, caballos y carretas de bueyes.

Se dice que como este lugar estaba a pocos kilómetros del principal poblado donde los “indios” comercializaban sus productos estos pernoctaban el día sábado para luego el domingo antes de que amaneciera emprendían el camino al pueblo y muy temprano regresaban con las compras de la semana.

El pedrero blanco y los almendros sobre la pequeña quebrada son testigos mudos de todo aquel alboroto que se daba el día de sábado por la noche donde descargaban su mercadería, cenaban y descansaban. Hasta que se construyó la primera carretera y con ella desapareció el apogeo de la calle real.

Este tiempo fue muy bien aprovechado por los pobladores del Macuelizo que incrementaron sus negocios ya que compraban a los transeúntes dulce de panela, ocote, frijoles y otros productos para luego revenderlos en el mercado local o llevarlo de contrabando al país vecino donde tenían un mejor precio.

Una travesía que no era para nada fácil, se tenía que viajar desde el valle de la candelaria pasar la frontera y adentrarse hasta el poblado de Santa Rosa sede del comercio de la frontera. Lo que significaba viajar unas seis o siete horas al lomo de mula.

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Pero como tenían familia en el otro lado de la frontera al igual que lo hacían los “inditos” salían el día jueves a la una de la arde para llegar temprano al valle de Las tunas, descansar donde el primo Simón y por la madrugada continuar con su viaje rumbo al mercado de Santa Rosa donde vendían su mercadería y regresaban el mismo día por la noche al Macuelizo.

Así transcurrió el tiempo hasta que el conflicto bélico entre ambas naciones terminara con todo el comercio entre los pueblos de la frontera y se iniciara una cacería entre quienes hasta entonces eran socios y comerciantes exitosos entre ambas fronteras.

Esto significo de alguna manera, el fin del comercio y la huida de muchas familias, que un día tuvieron que salir de sus lugares de origen para radicarse en la otra frontera, ahora veían como todos los esfuerzos y su seguridad había terminado gracias un conflicto que no entendían.

Pero que muchos de los nacionales valiéndose de que eran extranjeros les despojaron de todo cuento poseían teniendo que emigrar de regresos a su patria o en el peor de los casos hacia el norte del país donde florecía la explotación bananera.

Se dice que muchas de estas familias, aunque lo habían perdido todo al tener que salir huyendo de la barbarie de sus vecinos. Se recuperaron gracias a que habían heredado el hábito del trabajo lograron hacerse de nuevos negocios que aun hoy siguen siendo prósperos.

De todo este daño ocasionado por el conflicto surgieron personas acomodadas que antes no poseían nada, pero que producto del despojo de los bienes a los que consideraban extranjeros lograron obtener comodidades, lo que hasta el día de hoy es considerado una injusticia.

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Pero como “en la guerra y el amor se vale todo” el tiempo transcurrió y las heridas fueron poco a poco cicatrizándose. Sin embargo, no todo fue así de fácil muchos de los que antes habían sufrido en carne propia situaciones bélicas, entre ellas la familia Menéndez se vieron obligados a defenderse, de quienes pretendían apoderarse de lo poco que les correspondía como hijos del pueblo.

Pero todo este conflicto no les hizo retroceder y pese a que don Chilo, había heredado a un solo hijo con todo lo que habían trabajado juntos, José continúo trabajando con su hijos y esposa y de esa manera continuar con el legado de la familia Meléndez que hoy producto de la unión con otras familias desapareció dando paso a la de los Reyes.

Que, como árboles, echaron raíces y dieron vida al Macuelizo, un lugar que paso de ser un poblado de muchos habitantes a una sola casa, la de don José que, como fiel y eterno testigo, da fe, de la otrora poderosa familia Meléndez que viniera del valle de Las tunas.

Un legado que perdurara por los tiempos y como bien decía el Tío Lucas los Meléndez “están para rato” porque como bien se sabe en la región desde que sus ancestros llegaron al valle de Las tunas, su legado e historia ha servido de ejemplo a generaciones tras generaciones que recuerdan como esta sufrida y a la vez privilegiada familia logró superar las vicisitudes y posesionarse como una de las más respetables del pueblo.

Y a pesar de que su linaje representa la historia de muchas de las familias fronterizas, nadie los conoce, pero su legendario legado trasciende a sus descendientes de generación en generación lo que seguramente es y seguirá siendo una fuente de inspiración para los sucesores de los Meléndez.

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Los fundadores del valle de Las tunas entre el recuerdo y el olvido. uizá estemos consientes de nuestra existencia en algún momento de

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nuestra vida, pero el tiempo pasa y el recuerdo se apodera de nosotros hasta que sin darnos cuenta dejamos de existir, dando paso al olvido de lo que un día fue.

La abundancia y la extensión fueron desapareciendo, como la luz del sol que al final del día desaparece lentamente sobre los ceros y montañas, dando paso a la obscuridad de la noche, que con su manto sigiloso va engullendo todo lo que lo que encuentra a su paso.

Toda aquella naturaleza viva y exuberante, que con su abundancia proveía a todos los habitantes del valle de La Candelaria, fue desapareciendo hasta convertirse en un territorio semidesértico cubierto de matorrales y dejando al descubierto los riachuelos que hora muchos de ellos permanecen secos y polvorientos.

Como bien decían los ancianos del valle, los tiempos han cambiado, nada es como antes, pobre de las “criaturas que vengan” no tendrán agua para tomar, tierra para sembrar, aire para respirar ¿qué les espera? palabras sabias y proféticas que con el pasar del tiempo se van volviendo una realidad.

Los descendientes de la familia Meléndez que otrora, habían vivido todo este esplendor, veían como hasta los árboles de carao del patio de la casa empezaron caer uno a uno, corroídos por la polilla. Poco a poco fueron desapareciendo y al igual que la familia Meléndez, ellos habían sobrevivido hasta ahora a las inclemencias del tiempo.

Con el deterioro y la decadencia del lugar, las pocas familias que habían quedado en el Macuelizo decidieron dejar el poblado y marcharse a otros lugares [Fecha]

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circunvecinos quedando solamente, la familia Reyes a la cabeza de don José, descendiente directo de los Meléndez.

Campesino iletrado que, a pesar de haber pasado toda su juventud en la costa norte, seguía siendo una persona con arraigo a su familia y con mucha sabiduría para enfrentar la dureza del lugar, que le vio nacer y donde decidió quedarse hasta el final de su vida.

Viendo la dificultad que le generaba la dureza y la decadencia del lugar hasta para conseguir agua, se propuso encontrarla y con sus propias manos cabo un poso profundo que hasta el día de hoy sigue abasteciendo del vital líquido a la familia y el ganado que poseen.

Lo cierto es que nada es para siempre y así como la familia Menéndez vivió el esplendor y la opulencia, el tiempo y su inclemencia les arrebato cuanto poseían, viéndose obligados a salir desterrados de su patria y de su pueblo con rumbo desconocido.

Pero a pesar de haber llegado sin nada con su trabajo y habilidad para los negocios, se levantaron y se posesionaron nuevamente como lo que eran, una familia de bien, sin temor a los vaivenes, a los que siempre habían estado acostumbrados.

Como era de esperarse este ciclo de eventos, siguió repitiéndose a lo largo de la historia de la familia, en otras circunstancias y con otros descendientes. Tal como su padre lo había vivido en el pasado uno de los hijos de don José también se enfrentó a situaciones parecidas.

Pero como el paso del tiempo lo borra casi todo y suavemente lo que fue una vivencia real, va desapareciendo y convirtiéndose en un simple relato que los

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más viejos del pueblo, van narrando de degeneración en generación hasta perderse en el tránsito de la vida.

Ese momento está llegando para la familia Meléndez que se debate entre mantener el nombre y su legado o dar paso a otra generación que, a pesar de tener origen común, ya no figura en los anales de la tradición de su apellido, perdiéndose por el efecto de su evolución natural.

Tal como ha ocurrido en casi todas las generaciones pasadas, alguien tiene que sacrificar su vida por la causa y cargar en sus espaldas con ese legado y generalmente ocurre con aquellos hijos que deciden quedarse al lado de sus padres y hacer que su memoria trascienda las fronteras de su generación y la de sus sucesores.

Pero como sabemos, no toda la genealogía se interesa por el origen de su existencia y así como nacen muren sin ninguna trascendencia, como ocurre con la mayoría de personas que venimos a este mundo y que como dice un dicho popular “sin pena ni gloria” también desaparecemos sin dejar rastro alguno.

Pero en el pasado de toda familia existe una secuencia de tradiciones acumuladas y los Meléndez no son la excepción como un libro abierto, sus desentiendes recordarán con nostalgia sus ejecutarías y harán que nos imaginemos nuestro origen y procedencia.

Y con ello habremos logrado que nuestros ancestros recobren la memoria de lo que hoy consideramos perdido en el olvido, pero que aún vibra en las ondas que se extienden a lo largo y ancho del universo y que poco a poco se van perdiendo en la inmensidad del espacio.

Lo que un día fue una realidad vivida, se va esfumando con el pasar del tiempo, pero lo que no puede desaparecer es la memoria de quienes existieron y dejaron

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la huella de sus pasos grabados en los caminos que hoy son mudos testigos que dan fe que existieron.

También los territorios que una vez vieran nacer y levantarse a la familia Meléndez se van transformando y borrando las huellas de sus antepasados, tanto que lo que antes fueron los extensos llanos de catana, hoy son pequeñas parcelas que como remiendos de colores visten su desnudez.

Muchas de estas parcelas, hoy bajo los dominios de allegados, ya que muchos de los herederos vendieron y se marcharon al país del norte, huyendo del conflicto armado interno que la nación vivió, un poco después que los Menéndez salieran del valle.

Los nuevos colonos como no formaban parte de la historia de la comunidad y no tenían ni la más mínima intención de mantener el estado de las cosas, por el contrario, la intención era traer la modernidad y una mejor condición de vida para los pobladores de la región.

Lo que para muchos de los descendientes de la familia era difícil de comprender, ellos no conocían más modernidad, que la que habían alcanzado con sus rudimentarias herramientas de trabajo en el campo y sus habilidades para el comercio de mercancías.

Pero la acción del tiempo no se puede detener y con la llegada de la supuesta modernidad todo estaba a punto de acabar, el rio se convirtió en una corriente de agua pestilente, los árboles terminaron en leña para los fogones de los nuevos habitantes, pero a cambio les llevaron carreteras, energía eléctrica y otros beneficios antes nunca vistos.

Con todos estos cambios lo que un día fue como el paraíso terrenal, se convertido en un lugar desolado y casi desértico, que si los fundadores estuvieran para verlo

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seguro que mejor desearían dejar de existir y desde lugar donde estén la tristeza les embarga por tan semejante barbarie.

Pero nadie está para contarlo todos se han ido, solo persiste el tenue recuerdo como el primer paso al completo olvido que va apoderándose de la mente de todos los descendientes que aún sobreviven a los fundadores de la familia Meléndez.

Con todo el esfuerzo por mantener viva la memoria y el legado de la familia es nadar contra la corriente todo se va terminando la vida, los bienes, las generaciones, los caminos, las fronteras, los ríos… es difícil detener el tiempo y sus rigideces.

Pero, así como desaparecieran casi por completo los valles de catana, el valle de la candelaria al que un día llegara la familia Meléndez, también desapareció y se convirtió en un nuevo sitio, un lugar desconocido que jamás se hubiera imaginado el coronel a aquella mañana de domingo de julio cuando llegara desterrado de su tierra natal, cansado y sin esperanzas.

Con el paso de los días, los años, las décadas, los siglos…. las cosas ya nunca serán como antes, los ancestros fundadores desaparecieron por la acción natural del tiempo y surgieron nuevos actores que se van posesionando de lo poco que queda del enorme esfuerzo que hicieran los que les antecedieron.

Pero en la memoria de los que todavía recuerdan borrosamente aquella gesta, está depositada la semilla y el legado de la familia y más de alguno de los heredaros seguirá sus pasos y trasladará a las próximas generaciones el legado de sus costumbres y tradiciones.

En cambio, los valles de La Candelaria y de las Tunas a pesar de haber perdido sus nombres originales sobreviven como solidos muros a las inclemencias del

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tiempo y al asedio de los hombres que un día la hicieron grande y prospera, y que marcaron su ubicación en el mapa de la historia.

Y a pesar de que las cosas grandes son casi irreconocibles, lo que no puede desaparecer es la acción de los hombres que han dejado huellas imborrables en la dura roca de vida y en el pensamiento colectivo de todos los sobrevivientes a lo largo de su descendencia.

Huellas que se solo se pueden ver a través de la lente del más fino cristal que jamás hayamos estado en capacidad de observar, porque para la mayoría de los seres, la vida solo existe en la medida que lo que nos mueve sea el interés por lo material.

Todo aquello que no es visible desafortunadamente no es de interés para la mayoría de los que habitamos algún momento esta maravillosa tierra que solo vemos cuando deseamos ver y para complicar las cosas solo vemos lo que queremos ver.

Esta condición de individuos comunes y corrientes es lo que nos tiene en la encrucijada de la vida y nos pone al desnudo ante quienes por su condición de seres humanos no tenemos la capacidad de ver más allá de lo profundo de nuestros sentimientos y emociones que en definitiva son los que nos hacen vivir.

Sin que la nostalgia y el sentimentalismo se apoderen de nuestras mentes la vida es como un relato que se va distorsionando y desvaneciendo por la acción del tiempo para luego pasar de la realidad al sub realismo en el que lo más cercano a la realidad es el cuento y la leyenda de lo que en algún momento ocurrió.

El final es lo que espera a todo lo que existe en este mundo y la familia Meléndez no podía estar sobre este eterno principio que rige toda la existencia material y

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humana y que, aunque pasemos desapercibidos por ser tan insignificantes no dejamos de ser parte de ella.

Eso es lo que paso con esta y muchas familias, que, aunque el paso del tiempo ha borrado casi toda su existencia, aún queda en el recuerdo de sus ya casi extintos descendientes un legado cultural que los hace diferentes al resto de los habitantes del mundo.

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Mario José Reyes Maradiaga

Docente de carrera, con formación en las ciencias de la educación; Maestro de Educación Primaria, Licenciado en Pedagogía, Maestría en Nuevas Tecnologías Aplicadas a la Educación, Dr. En Educación con Énfasis en Mediación Pedagógica. Toda una vida, dedicada a la docencia y a la administración de la educación.

En el valle de las tunas, es un trabajo, que está inspirado en el éxodo del que fueron objeto los habitantes de las comunidades fronterizas a principios del siglo XX. Una de esas muchas historias, que no han sido narradas y que lamentablemente se pierden en el transcurrir del tiempo. Cabe señalar que la trama, aunque está cargada de figuras literarias, no está lejana de la realidad, Puesto que muchas familias asentadas en estos hermosos parajes, en algún momento de sus vidas, se vieron obligados a salir huyendo. A consecuencia de las enemistades generadas por las constantes reyertas entre los partidarios de los diferentes bandos políticos de la época, que por lo general terminaban en el destierro o la muerte.

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