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Isla de Pascua, una pequeña visión antropológica
from Revista de Antropología y Tradiciones Populares Nº7
by Sociedad Española de Antropología y Tradiciones Populares
ISLA DE PASCUA, UNA PEQUEÑA VISIÓN ANTROPOLÓGICA Por Iván Montoya
Isla de Pascua
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La Isla de Pascua siempre ha sido un lugar diferente, un rincón recóndito e incomparable en el océano Pacífico que aún sin saber nada sobre ella, la mera pronunciación de su nombre nos traslada a un enclave fascinante y misterioso.
Sus moáis, sus petroglifos y pinturas pascuenses, el ancestral pueblo rapanui, el Rongo Rongo, su descubrimiento, sus nombres, su sabiduría y todo lo que encierra la isla no es más que el fruto de su historia, de su cultura milenaria, de su mestizaje con otras civilizaciones, de sus creencias, y por supuesto, de sus conductas y de hasta sus errores.
Hoy día, está isla volcánica en la Polinesia sobrevive gracias a sus mitos y grandiosas leyendas imperecederas, a sus indescifrables secretos y a esa profunda historia ancestral a veces tan distorsionada por el coqueteo de la pluma con el mundo de la ficción, qué si bien la hacen más atractiva y esotérica para algunos, no deja de ser un espejismo de la realidad.
La Isla de Pascua no es todo lo que nos cuentan sobre ella, pero su realidad, es suficientemente maravillosa para conocerla.
El descubrimiento
Antropológicamente es sabido que cualquier manifestación social y cultural de las comunidades humanas es parte del resultado de las distintas interacciones que una sociedad tiene con su entorno y con otras civilizaciones. Por ello, para entender la Isla Pascua debemos comenzar por comprender su descubrimiento y los distintos momentos históricos que indudablemente conllevaron cambios para la etnia y cambios para la percepción del mundo.
¡Lorana! primitivos pobladores
Entre el 500 y el 900 d. C. llegaron sus primeros colonos, los Polinesios, quienes, obligados en cierta medida por la superpoblación de las islas de la Polinesia y las guerras entre Tahití e Islas Marquesas, iniciaron un éxodo hacia nuevas islas habitables.
Los Polinesios eran navegantes avanzados acostumbrados a bogar con sus canoas entre isla e isla, por supuesto sin brújulas ni mapas, su orientación era básicamente estelar como la de todos aquellos primeros hombres de mar: las estrellas de la noche, el sol y la luna fueron sus mapas, sus brújulas, sus astrolabios y sus tablas astronómicas.
A este respecto la ciencia no deja lugar a dudas, los polinesios se asentaron sobre el siglo V en la isla, así lo atestiguan las pruebas de carbono 14 y la mayor parte de las leyendas polinésicas y de la cultura rapanui, como en el que se habla de la llegada a la isla del primer rey de Rapa Nui:
“En unos momentos convulsos para el reino de señor HOTU-MATU’A, el dios MAKE-MAKE visitó en sueños a HAU-MAKA, el consejero real del rey y uno de los profetas de esta civilización polinesia. MAKE MAKE guio al profeta en un viaje espiritual desde la isla de Hiva hasta la nueva tierra que necesitaba su pueblo y su rey. Tras la epifanía y un primer viaje de reconocimiento, la corte real de HOTU-MATU’A, su ejército y séquito, pusieron rumbo a su nueva tierra, llegando a ella tras 29 días”.
Otras leyendas de la mitología pascuense también nos hablan del hundimiento de la mítica tierra de Hiva, hogar de los ancestros de la Isla de Pascua, y que correspondería tal vez con otro legendario lugar, Hawaiki, cuna donde los polinesios sitúan el origen de su civilización y que condicionaron a los aborígenes de la isla durante siglos.
De una forma u otra, con leyendas o sin ellas, los Polinesios llegaron a esta isla por aquellas fechas, bautizándola como Te Pito o Te Henua, “el ombligo del mundo” o Mata Ki Te Rangi, “los ojos que miran al cielo”, a pesar de que tradicionalmente y por un error en la actualidad se la conozca más como Rapa Nui.
En realidad, el apelativo de Rapa Nui nuca hizo referencia al nombre propio de la isla, sino que era la denominación de sus habitantes y del idioma hablado por los Tahitianos, y por supuesto y a diferencia de lo que piensan muchos no significa el obligo del mundo , que corresponde como ya hemos dicho a Te Pito o Te Henua, su verdadero nombre. El significado de Rapa Nui es Rapa grande , por el gran parecido que esta isla tenía con otros islotes de la Polinesia, Isla de Rapa o Rapa ITI - Rapa pequeña.
Te Pito o Te Henua por aquel entonces era una isla fértil y boscosa, 163,6 km2 repletos de flora y fauna silvestre, de palmeras comunes y de palmeras gigantes, de toromiros y triumfettas, de lagunas de agua dulce, de cuantiosas variedades de aves y de un mar repleto de peces. En definitiva, una tierra exuberante y sublime perfecta para perdurar en el tiempo.
Mapa Isla de Pascua
El pirata Davis
Aunque los anales históricos no lo documenten, la respetada y popular tradición marítima sostuvo que, en 1686 tras su campaña de piratería colonial por el nuevo mundo y ya de retorno a Europa, el famoso bucanero inglés Edward Davis reportó el avistamiento de una isla idílica de playas salvajes y tierras altas a la que llamó la Tierra de Davis.
Para unos, esta Tierra de Davis y a pesar de que en las memorias no se mencionó tierras visibles cercanas, correspondería con alguna de las ínsulas de
las Islas Desventuradas, para otros, tan solo fue un espejismo o se hundió con posterioridad, pero para unos terceros fue identificada con la Isla de Pascua Te Pito o Te Henua.
Pero algunas leyendas van más allá, unas nos hablan de su desembarco en las finas y vírgenes playas, otras del abrigo y refugio que le proporcionó la isla, y las más fantasiosas y osadas, hasta tesoros ocultos. Historias de piratas e islas que ciertas o no, hacen aún más especial a esta Tierra de Davis.
¿Ko ai tu'u inoa?, bienvenida Isla de Pascua
El 5 de abril de 1722, el navegante holandés Jakob Roggveen junto a la tripulación de los tres navíos de la compañía Neerlandesa de las Indias Occidentales que comandaba, alcanzaron oficialmente la Isla de Pascua. Para algunos historiadores, fue el propio azar y las corrientes marinas las que le llevaron hasta sus playas durante su expedición a la tierra austral, pero para otros y aunque sus diarios marinos no lo recogiesen, fue fruto del reservado anhelo de Roggeveen: hallar la mítica y legendaria Tierra de Davis. Hazaña que logro el día Pascua de Resurrección, quedando inmortalizada con el nombre que hoy día todos conocemos la Isla de Pascua.
La expedición estuvo una semana en la isla comerciando con los indígenas y aprovisionándose de alimento, tiempo en el que descubrieron los famosos moáis y la belleza de sus lugares. Sorprendentemente y aunque quizá no fuese su objetivo y precipitados por la abrupta partida tras unos incidentes con indígenas, Jakob no anexionó la isla para la república holandesa en ese momento, ni tan siquiera fue reclamada en los años siguientes.
¡Pascua Española!
50 años más tarde, cuando británicos y holandeses ahora sí, se desafiaban con reclamar la isla como propiedad legítima por sus descubrimientos, la poderosa España se interpuso en sus pretensiones. Durante una expedición cartográfica orquestada por el virrey de Perú a instancias del Carlos III, el oficial de la Armada Española Felipe González de Ahedo, atracó en la paradisiaca playa de arenas rosas de Ovahe el 15 de noviembre de 1770. Cinco días después el 20 de noviembre y tras la llegada de un segundo destacamento a la Isla de Pascua, España toma oficialmente posesión de ella en nombre del Rey de España
Tras el levantamiento de la correspondiente acta de anexión, la Isla de Pascua paso a formar parte de la Corona Española, y a renombrase como isla de San Carlos, en honor al monarca Carlos III.
Curiosamente este hecho de la firma documentada en papel, inédito hasta entonces, pudo ser con mucha seguridad el origen que desencadenó el sistema de escritura pascuense sobre tablillas de madera, el enigmático Rongo Rongo, ya que a través de estudios realizados en las maderas de escritura se pudo datar su origen entre 1680-1740.
De todas formas, la Isla de Pascua no significó nada para España, fue un territorio insignificante dentro de su gigantesco imperio, un territorio olvidado y abandonado del que nunca más supimos
Un inferno en el océano
Desde que España sitúa a la isla en todas las cartas marítimas y a su vez se olvida de ella, la condena irremediablemente a la peor de sus suertes. El saqueo, el pillaje, las enfermedades como la tuberculosis y la viruela diseminadas por expedicionarios y malandrines y la gran peste de la esclavitud con más de 1500 esclavos vendidos en cuatro años con su correspondiente éxodo para escapar de aquel infierno, dejan a la población al borde de su extinción.
Aprovechando que su población se reduce a una o varias centenas, algunos marineros y comerciantes se establecen en ella ocupando grandes hectáreas y
creando falsas propiedades, lo que es aprovechado por Chile en 1887 para comprar esos terrenos y disponer un año más tarde del subterfugio perfecto para requerir su cesión, transmisión de la soberanía que se hace legítima en 1888 con la firma del Acuerdo de Voluntades entre el pueblo rapanui y Chile.
Años más tarde en 1895 y tras el fracaso de sus planes colonizadores, Chile arrenda la isla a la Compañía Explotadora de Isla de Pascua , quién la convierte en una hacienda ovejera hasta 1933. La compañía nunca mejor dicho explotadora, somete a la población nativa a toda clase de abusos para rentabilizar su inversión: opresión, trabajo servil forzoso, segregación, abusos sexuales, torturas, deportaciones de rebeldes y hasta asesinatos, todo ello con el beneplácito de la Armada de Chilena y la Iglesia.
Lentamente los nativos de la Isla de pascua fueron recuperando sus derechos a base de denuncias, y levantamientos, pero no es hasta hace bien poco y con la llamada Ley de Pascua en 1966, cuando el pueblo rapanui se le ciudadanía de pleno derecho.
La cultura isleña
A pesar de que en su origen la cultura isleña bebe de las creencias y mitos del pueblo polinesio, su evolución posterior se desarrolló a espaldas de cualquier otra civilización. Por un lado, su férrea convicción durante siglos de saberse únicos supervivientes del cataclismo que según la leyenda provocó el hundimiento de la mítica tierra de Hiva, Hawaiki y resto de su mundo consciente, y por otro, su desconocida localización geográfica y existencia, condenaron al pueblo rapanui a un severo aislamiento que determinó su particular visión del mundo y sus manifestaciones y expresiones culturales inéditas en otras culturas.
Sus esculturas monolíticas antropomorfas, sus petroglifos, sus pinturas rupestres, sus tatuajes, y sus rituales son algunas de las manifestaciones culturales de gran riqueza desarrolladas por el pueblo rapanui.
Moáis, la eternidad de los ancestros
Sus gigantes de piedra, más conocidos como Moáis, son sin duda alguna el icono más representativo de su arte escultórico. Además, estas fabulosas estatuas constituyen los pilares básicos sobre los que gira y se sustenta la vida religiosa, social, y familiar del saber rapanui. A pesar de las rocambolescas y fantásticas teorías que se han suscitado sobre las estatuas, como la del escritor Erich Von Däniken con su exótica proposición del contacto extraterrestre, los Moáis en realidad tienen un significado más vulgar y espiritual, aunque no por ello menos interesante. Estos gigantes de piedra son la representación de sus ancestros más populares, jefes tribales y grandes figuras de sus clanes que surgieron entre el 500 y el 900 d. C. De hecho, si profundizamos en el verdadero significado de su nombre nativo, Aringa Ora o Te Tupuna, descubriremos que su traducción exacta no es otra que el “Rostro viviente de nuestros antepasados”, evidenciado sin lugar a dudas la relación directa entre las esculturas y sus estirpes. Aun así, para el pueblo rapanui los moáis no solo eran la representación superficial de sus antepasados en esculturas volcánicas, sino que constituían la parte viva y espiritual de sus creencias, el poder inmortal al que confiaban su protección, destino y supervivencia. Pero para entender esta filosofía indígena debemos comprender el concepto polinesio y antropológico de mana, cuya existencia, encierra el principio y el sentido de sus creencias. El mana se podría definir como la fuerza pura y vital capaz de otorgar a cada elemento del universo el estado de gracia, es decir, una especie poder sobrenatural que otorga la perfección de las cosas.
Además, para los pascuenses representaba esa esencia eterna y vital de las personas, capaz de trascender a la muerte y perdurar en el universo. Una energía espiritual no innata, que se adquiría por la propia capacidad del individuo durante su vida o por la herencia directa de antepasados. Grandes hombres, magnos Manas.
“! Sé puro, se sabio y el mana vivirá en ti!”
Ahu Tongariki
En definitiva, la estatua de piedra era el receptáculo para conservar el mana del antepasado, alcanzando con su presencia su espíritu y su fuerza vital. Curiosamente, los moáis se esculpían casi por completo en las canteras, solo una característica se completaba en el “Ahu” o plataforma ceremonial, “Las cuencas de los ojos”, el místico lugar por el que el espíritu accedía al moái y regresaba para formar parte viva de la tribu. Estos lugares pasaron a ser los emplazamientos más trascendentales para la cultura rapanui, cualquier acontecimiento importante que tuviese lugar, como ritos, sacrificios, asambleas, eventos sociales u otros, debían realizarse ante los ojos de sus antepasados.
El testimonio de las piedras grabadas
Velados por la grandeza y universalidad de los moáis, los grabados rupestres en rocas constituyen la expresión artística más abundante de la isla de Pascua, pero también una de las más olvidadas; como si de una enciclopedia petra se tratase sus más de 4.000 tallados descubiertos hasta la fecha nos sumergen en el día a día del mundo rapanui, sus preocupaciones, su amor por la naturaleza, sus ritos y hasta su simbología mágica. De su simbiosis con el mar y obsesión por su dominio, encontramos numerosas representaciones de canoas, variedad de anzuelos, tortugas marinas, ballenas, cangrejos, pulpos, atunes, y hasta tiburones. De sus cultos y creencias destacan los grabados representativos a Tangata Manu, a su rito del hombre pájaro, al ave manutara, y a su dios supremo y creador del mundo Make Make, divinidad ligada al alimento y relacionado con la fertilidad. Curiosamente, aquí nos topamos con otro de los mitos de la creación coincidentes con el relato bíblico de la cristiandad.
Según el mito, Make Make creó primero el mundo, la tierra, las plantas y los animales. Después, inspirado en la silueta de un ave y de su propia imagen, engendró a su primer hijo, el hombre pájaro. Y finalmente, concibió al hombre y a la mujer, el varón de la tierra rojiza, y la hembra de la costilla de éste.
Petroglifos Orongo
Pinturas rupestres
Como en cualquier otra civilización que se precie, en el pueblo rapanui no podía faltar la manifestación artística más antigua de la que se tiene constancia, las pinturas rupestres. Aunque el uso de las cuevas y cavernas para inmortalizar su arte pudo estar extendido por sus numerosas grutas,
lamentablemente hoy son pocas las que todavía dejan vislumbrar los maravillosos trazados de colores.
En las que aún se pueden observar pinturas, como la cueva marina de Ana Kai Tangata, los dibujos simbolizan mayoritariamente aves y en especial su pájaro sagrado, el manutara, al igual que diferentes tipos de embarcaciones.
Rupestres Ana Ka Tangata
Lienzos corporales
Los tatuajes y pinturas corporales también eran otro elemento fascinante y heredado de su origen polinésico. Sus símbolos contaban la historia personal de cada individuo y de su clan y a la vez conectaban espiritualmente con el mana de sus ancestros; la creencia de que ciertos símbolos canalizaban la fuerza y sabiduría de su divinidad era un principio dogmático de estas civilizaciones. La frente, bajo los ojos, las mejillas, el pecho o espalda, los brazos y piernas, o el dorso de la muñeca, eran las zonas corporales donde el simbolismo y revelaciones del individuo quedaban plasmadas para siempre, y aunque cualquier parte del cuerpo era susceptible de ser tatuada, cada representación particular debía ocupar su espacio determinado en el cuerpo. Por un lado, los tatuajes eran un distintivo social, reflejaban tanto la posición y nivel jerárquico que un individuo ocupaba en su tribu, como aquellos acontecimientos de la vida de la persona dignos de ser simbolizados: su paso a la madurez, sus actos de valentía, sus gestas o sus orígenes ancestrales; y por otra parte, una función sagrada al personificar la conexión sobrenatural con sus divinidades y antepasados. Además, para esta civilización el cuerpo era una especie de cuaderno de bitácora que detallaría los actos de cada persona en el tránsito al más allá, justo en el preciso momento de comparecer antes sus antepasados.
Tangata Manu
La mayor parte de las documentaciones la traducen como hombre pájaro, pero quizá sea un error y una simplificación para hacer más fácil la compresión de su historia. En realidad, para algunos descendientes de la cultura rapanui, la traducción no tiene nada que ver con el hombre pájaro sino con el hombre salvaje.
El culto al Tangata Manu surgió en una etapa decadente del pueblo rapanui, el exceso de población, diez mil habitantes según algunos estudios, provocó la quiebra del ecosistema por la sobreexplotación de recursos, a lo que le sucedieron revueltas y guerras entre los distintos clanes para hacerse con el control de estos. A medida que aumentaron las necesidades y escasearon los alimentos, las plegarias e invocaciones a Make Make, su dios creador, se intensificaron, surgiendo el desafío del Tangata Manu.
Tangata Manu
El Tangata Manu era una competición anual entre los diferentes clanes de la isla, cada casta seleccionaba a su hopu manu (el atrapa pájaros) y le enfrentaba en una en una carrera vertiginosa para conseguir el primer huevo de manutara, un gaviotín gris. El ganador del torneo era investido como Tangata Manu y el jefe de su clan pasaba a asumir el control político de la isla hasta el siguiente torneo, asegurándose el poder de la isla y la administración de los alimentos, materias primas y bienes y con ello la supervivencia de su linaje.
Manutaras
Los competidores partían de la aldea ceremonial de Orongo, descendían por el peligroso acantilado del volcán Rano Kau, y se adentraban en el mar hasta el islote de Moto Nui a un kilómetro y medio de la isla, donde en ocasiones podían encontrarse con depredadores como el tiburón y fuertes corrientes que tenían que vencer. Ya en el islote tenían que conseguir el huevo del manutara y regresar con él intacto a Orongo.
Motu Nui es el mayor de los tres islotes al extremo suroeste de la Isla de Pascua y es el lugar más occidental de Chile. Los tres islotes tienen aves marinas, pero Motu Nui es un lugar esencial para el Tangata Manu que era el culto de la religión de la isla entre la época de los moai y los cristianos. Como comentamos al principio del artículo, el Rongo Rongo era el sistema de escritura del pueblo rapanui, un método compuesto por símbolos labrados con dientes de tiburón o puntas de obsidiana sobre tablillas de madera, y que hasta la fecha no ha podido ser descifrado.
La ciencia nos habla de que, posiblemente, el contacto con los españoles en el s. XVIII fue el impulso que llevó al pueblo rapanui a desarrollar un sistema de escritura similar al visto en aquella adhesión contractual de la isla para la Corona Española, sustentado en que las maderas talladas encontradas datan su origen entre 1680 y 1740, es decir, que corresponderían con árboles que existieron entre 30 y 90 años antes de la llegada española.
Aunque el mito nos cuenta que el primer rey de la Isla de Pascua Hotu-Matu a trajo a la isla las 67 tablas de la sabiduría maorí, imprescindibles para comenzar una nueva civilización, esta es solo una bonita leyenda de la que no se ha encontrado evidencia alguna.
Rongo Rongo
La Isla comenzó a tener exceso de población debido a su propia prosperidad, lo que llevó a una explotación excesiva de su ecosistema y, en consecuencia, el deterioro progresivo de su equilibrio. La madera era una necesidad exponencial al aumento de población, su uso absoluto para casi todo, junto a la exigencia de aumentar los campos de cultivos, acabaron por deforestar gran parte de la isla, y donde antaño había bosques, luego hubo páramos, y donde el agua sobraba, se volvió escasa. Las lluvias dejaron paso a grandes periodos de sequías, mermando los cultivos y con ellos la comida.
A través de los correspondientes estudios del polen se ha sabido que la población tuvo escasez de materias esenciales, de alimentos, de leña para el fuego y de agua potable, precipitando el declive de la isla, y dando paso a la era del terror y el miedo: hambre, disputas tribales, canibalismo y guerras por el control de los recursos.
La guerra psicológica también tuvo lugar en la Isla de Pascua a través de ataques deliberados a los centros de poder: si caían los grandes protectores ancestrales del clan, la moral de la tribu se diezmaría y con ellos las posibilidades de victoria se reducirían. De ahí que uno de los propósitos de los clanes fuera doblegar los moáis del rival para eliminar el amparo y poder que proporcionan sus ancestros, por ahí que cuantiosos moáis fueron derribados estratégicamente colocando una piedra donde debía caer la cabeza para que ésta se rompiera y nadie pudiese volver a levantarla. Si una vez en el suelo la cabeza quedaba hacía arriba, pulverizaban sus cuencas oculares para destruir todo el poder espiritual. y ese fue el comienzo de su destrucción.