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Ancestross
from Revista de Antropología y Tradiciones Populares Nº9
by Sociedad Española de Antropología y Tradiciones Populares
ANCESTROS Texto e imagenes: Ana Silvia Karacic
En el Anochecer del Mundo
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Miles de años han pasado desde que desperté y me supe hija del aire. Lo que recuerdo de los otros seres vivientes, nunca podré olvidarlo porque el olvido a mi raza se le ha negado. Recuerdo la suavidad etérea del elfo, la humildad y realeza que el ave despliega en su paradoja, también la tristeza de aquellos que saben dolorosamente que el mundo les estaba siendo arrebatado por la ceguera de los hombres. Debieron ocultarse en las rocas, los bosques, las aguas y la niebla.
Puedo recordar cielos eternos y montañas sin edad, los árboles que envejecen lentamente, tan lentamente que mi vida transcurría entre el brotar y caer de las hojas, ignorante del tiempo que mide el transcurrir de la vida. Algunos sienten que existimos, pero que somos diferentes; otros, nos creen un sueño nostálgico de algo que ellos soñaron ser y no pudieron; y unos pocos sospechan que, lejos de la mirada curiosa de los humanos, nos escondemos para que no sepan que existimos, y así no vengan por nosotros.
Nadie sabe que llegamos a este mundo antes, pero nunca tomamos posesión de él porque somos sus hijos. Pero ellos son diferentes, y piensan diferente.
No se detienen a mirar las mariposas peregrinas, ni toman un instante para gozar del aroma de las flores en el atardecer, ni de la brisa. Sus ojos no retienen, como los nuestros, el brillo de estrellas muertas hace ya millones de años.
Nuestro cuerpo y el de la tierra tienen la misma carne, por eso nuestra voz y el susurro del agua que corre entre las rocas son iguales, nuestros ojos reflejan el color del cielo cuando el sol se esconde en el horizonte; son verdes cuando nos fundimos en los bosques, y transparentes cuando el agua nos llama. Sabemos que somos Uno con el Todo, y no hay agradecimiento más grande que la lágrima silenciosa ofrendada a la Madre Tierra. Ella nos conoce. ¿Sabes si te conoce a ti?
Por eso, tú, que escuchas e intuyes los antiguos decires del viento y la lluvia, no te alejes de ti mismo. En el vacío de un mundo que muere lentamente, extiende tu mano a la flor, a la hierba, y al tronco herido por el hacha, diles que esperen un poco más
No olvides que cada acto tiene su propio peso y que ese peso deja una huella en el alma, cargarás con ella, siempre. Olvida sí las palabras vacías, no nacen del corazón y ya no hay tiempo para ellas.
Si no lo haces, en el anochecer del mundo, mirarás a tu alrededor y no hallarás lo que buscas, ya que lo habrás perdido sin darte cuenta. Perseguirás tus sueños en el laberinto de una memoria dormida, intentarás mirarte en ellos pero no te encontrarás. Dispersadas por el viento, descubrirás que las cenizas de lo que fuiste alguna vez, eran demasiado livianas y fáciles de aventar.
En el ocaso de tu vida, te mirarás las manos y estarán vacías; cuando tus ojos se busquen en el espejo, será una mirada apagada la que te devuelva el reflejo. Buscarás tu antiguo brillo en el recuerdo borroso de todas tus horas, pero allí no estará. Entonces, comprenderás que mirarte siempre a ti mismo fue llamar a gritos al olvido porque sólo el espejo te acompaña, y al final, hasta él te abandonará.
A la distancia, casi llegando al horizonte, verás que alguien idéntico a ti se aleja, pero no sabrás quién es, ni recordarás su nombre. Avanzamos lentamente a causa de la escabrosidad del terreno y el viento helado que nos llega de frente. ¡Llevamos tanto tiempo vagando por estas montañas, sobre el lomo de nuestros caballos tras el paso que nos lleve a tierras más cálidas!.
Estoy en medio de mis guerreros, intentando sostenerlos y alentándolos a seguir sin que se derrumben, a pesar de que el cansancio se refleja en sus rostros curtidos y marcados por la fuerza de las armas.
Lo vi a lo lejos. Solo. Mis hombres lo señalaron con alegría, e imagino que habrán pensado que era uno más para compartir este camino doloroso. Era el primer ser humano que veíamos en muchas lunas. Por la forma en que se irguió y tomó la espada, supe que era un guerrero. Le vi entornar los ojos a la manera del felino que elige a su presa y una sensación de rigidez interna, un frío extraño me recorrió la espina.
Era un eslavo. Zarek..., según dijo, era su nombre. Incorporar un eslavo a un grupo de germanos y dacios no era nada extraño en estos días. Pero... no era como nosotros... un algo ajeno a lo que conocíamos se movía en él.
Aunque me mantuve en medio del grupo en ese momento, nos miró a todos sin detenerse en ninguno, y al llegar a mí, me clavó su mirada gris. Me había identificado como el jefe.
En situaciones como la nuestra lo necesitábamos, éramos pocos, pero el destino en el que creemos los germanos me dijo que ese hombre se llevaría mi vida en poco tiempo. Lo vi en sus ojos... lo sentí en las profundidades de mi ser guerrero; y por los cientos de cicatrices que llevo en mi cuerpo y en mi alma, juro que era distinto a los demás. Me pregunto que me impidió matarlo en ese mismo instante, pero no tengo respuestas. Una fuerza ciega me guiaba.
Le pregunté si quería unírsenos y asintió con un gesto seco, pero no envainó la espada... sólo se acomodó las pieles de lobo que usaba a manera de capa. Y otra vez... el mismo sentimiento.
Aunque mis guerreros no lo pensaron, me pregunté qué clase de hombre podía sobrevivir solo en el invierno atroz de los Balcanes. El aullido hambriento de los lobos no cesaba, pero no parecía alterarlo como a nosotros. Por sus movimientos, y lo que presagiaba su silencio, casi diría que era uno de ellos.
Y así seguimos, a paso lento y comiendo lo poco que podíamos cazar. Hasta los animales se escondían a causa del frío. De vez en cuando vigilaba a Zarek, tratando de descubrir algo que me diera el motivo que necesitaba para alejarlo del grupo. Y ¿por qué no? Para exorcizar mi propio temor de un modo sencillo.
La memoria tiene sus recovecos, y en uno de ellos se escondía la imagen de Wotan acompañado de sus lobos. El eslavo me lo recordó, me llevó a mi propio universo de creencias. Y vi por un instante lo que fui en un pasado que no quería encontrar nuevamente. ¿Por esa razón me internaba en tierras inhóspitas? ¿Para escapar de lo que hice, de lo que no quiero volver a ser?
Levanté la vista y lo miré, me estaba observando con una sonrisa en los labios, como si supiera lo que estaba pensando. Todo va y vuelve, dijo. Me congelé. Hasta entonces no lo había mirado cuidadosamente pero esa frase tenía un sentido para mí, y él lo sabía. ¿De dónde me conocía?
-¿Nunca has sentido que un hombre es todos los hombres?, fue la pregunta que siguió al comentario anterior. Volví a mirarlo, y mientras sonreía me pareció ver la mutación de sus facciones en miles de rostros, vistos alguna vez quién sabe cuándo y dónde. Aunque de algo estaba seguro, los conocí en un tiempo.
-¿Qué buscas? ¿Cuál es el fin de tu camino?, y con temor pregunté: ¿Quién eres Zarek?
-¿Un germano que no sabe de consecuencias? Pregúntale a tu Wyrd, a tu destino si no te has dado cuenta de quién soy, todavía. - Fue entonces cuando pasaron por mis ojos todas las matanzas, en luchas por derecho o sin él.
Me vi envuelto en mi piel de lobo entre miles de rostros, miradas espantadas, ruegos, gritos desesperados que no quise escuchar. Vi mi espada ensangrentada sobre cuerpos sin edad.
Comprendí de una sola vez que todo deja su huella en nosotros, cada palabra, cada mirada, y sobre todas las cosas, cada dolor y muerte provocada. Cada abandono...
Zarek era mi destino, por eso no me resistí a aceptarlo en el grupo, a pesar de todo. Miré a mis hombres, sorprendido porque sus formas se hicieron borrosas y fueron desapareciendo ante mis ojos, una a una; y en un borbotón de horror entendí que estaban muertos, que había viajado con los fantasmas de los seres que yo mismo había asesinado, germanos, dacios...y eslavos.
Cuando Zarek se acercó a mí, con la espada en alto, bajé la cabeza y le ofrecí el cuello, antes levanté la mirada para ver por última vez sus ojos grises.
Pero en lugar del suyo, vi mi propio rostro... que se desvanecía. No la vimos llegar. Ese amanecer, cuando en medio de la niebla y el frío, salimos de las chozas ya estaba sentada en la ladera. Había armado una tienda con las pieles que traía, y unas ramas de nogal.
Después supimos que los Ancianos la habían visto en el humo que emanaba de las hierbas sagradas, dos días antes, cuando estaban en la Casa de los Umbrales.
Nadie en la aldea dijo nada, fue como si ella no estuviera allí, pero los rostros estaban rígidos. Ni siquiera la miraban. El miedo los obligaba a bajar los ojos, tal vez con la esperanza de que sólo fuera un espejismo, una ilusión provocada por la niebla. Algo que desaparecería cuando el sol decidiera salir, por fin.
Las hordas germanas habían pasado hacía ya muchas lunas. Se llevaron casi todo lo que teníamos. La comida acumulada durante el verano, las pieles, los ungüentos y los niños.
A los viejos los mataron. Todavía no sé cómo sobrevivieron los Ancianos, creo que su poder los atemorizó. Ellos siempre temen a lo sagrado, no pueden evitar ese miedo visceral que los hace sentir al borde de un abismo sin fin, ante la boca negra de la luz o las tinieblas. Una frontera que algunos no debieran cruzar.
Creo que, de alguna forma, la presencia de la Extranjera nos avivó el recuerdo. Como un presagio de futuros desgarros. Pero no sé no parecía querer dañarnos. No nos miraba, era como si no existiéramos para ella. Pero yo sólo tenía siete años ¿qué podría saber de esas cosas?
- Ella no nos ignora, sólo espera, contestó uno de los Ancianos sin esperar preguntas.
- Va siguiendo a los germanos, es su sombra y su eterno después, dijo otro.
Pero no entendí lo que querían decir.
Era alta, extraña... silenciosa. Tenía el pelo muy largo, con pequeñas ramas y huesos agujereados entrelazados en las trenzas. Usaba una túnica parda, botas de piel de lobo, y una daga con la punta rota atada a la cintura.
Yo era la única en la aldea que la miraba. Creo que se dio cuenta porque me miró también dos veces. Asintió con la cabeza, como respondiendo a un interrogante que sólo ella escuchaba, mientras arrojaba leña al fuego con la mano izquierda.
Entonces, me miró con fijeza. Tenía los ojos grises, profundos como túneles enlazados al pasado y al futuro. Vi en ellos como si fuera un espejo de agua: montañas y bosques, estepas, flores que nunca había visto, tierras áridas, niños sonriendo, olores que jamás había olido antes, pájaros huyendo. Hombres armados devastación. Miles de lunas corriendo a través del cielo, perseguidas por soles incansables. Vi pasar lo que los hombres de la Cruz llaman siglos.
Sentí el corazón en la garganta, y ella sonrió. Nunca olvidaré su voz, no venía de aquí ni de allá, ni de antes ni después, me llegaba desde todas partes y desde todos los tiempos. Un amanecer la vio partir, mientras dormíamos entre los fuegos casi apagados. No volvimos a verla.
Pasaron los años. Entonces me atreví. Les conté a los Ancianos lo que nunca antes había dicho. Les dije que ella me había mirado, les hablé de mi visión y de sus ojos, de su sonrisa extraña, de su voz. Les pregunté su nombre.
Me miraron extrañados.
- Es imposible, dijeron, la Extranjera es muda y ciega, pero su nombre es Skuld.
Luego , me separaron de los demás.