Estro Armónico
Música en cuarentena (primera parte e)
SAMUEL MÁYNEZ CHAMPION
P
ara estos largos días de reclusión por la pandemia planetaria desatada por el covid-19, esta columna se ha propuesto cooperar asertivamente con lo que a ella le compete; en otras palabras, proporcionar las herramientas mínimas para que la escucha de la música sea más gozosa e, idealmente, mucho más inteligente y plena. Aunque tampoco descartamos que sería una buena idea proponer algún repertorio concreto para que la forzosa cuarentena que nos toca afrontar pueda servir para acrecentar la cultura musical de los interesados. Se nos ocurre, quizá, una suerte de compendio sobre las “40 obras musicales que todo melómano mexicano debe conocer” o las “40 obras maestras de la música mexicana que no deben faltar en ninguna biblioteca musical”. Téngase presente, como lo refieren los estudiosos de la conducta humana, que reside en la actitud que se asume frente al devenir, particularmente cuando es adverso, el meollo de su provecho, o bien, de su intrascendencia. Al respecto, recordemos dos ejemplos que están en boga: el de Shakespeare quien, viéndose forzado a guardar encierro por la amenaza de una de las terribles pestes negras de su era, optó por ponerse a escribir, en vez, obviamente, de lamentarse, deprimirse o irse, con pánico, de compras, produciendo nada menos que Macbeth y el Rey Lear. Y, por supuesto, el del flautista aficionado que estudiaba ciencias en Cambridge, quien fue regresado a su casa para evitar los estragos de otra plaga apocalíptica, encontrando en ello el tiempo para reflexionar sobre los temas científicos que lo apasionaban.
Hablamos, ciertamente, del joven Isaac Newton y, en específico, del surgimiento de sus teorías sobre la óptica y la gravitación universal, y de su invención del cálculo infinitesimal. Así pues, nos atrevemos a sugerir que, en cuanto a la decisión de cómo “pasar” ese temido tiempo “muerto”, podrían alternarse las horas frente a la televisión, los celulares y las computadoras con más lecturas edificantes y con emprender esos aprendizajes básicos que, a la larga, nos hacen enorgullecernos de nosotros mismos. Si usted, reverenciado lector, es de aquellos que dicen: “me gusta mucho la música culta, pero no la entiendo”, entonces le pedimos que no aparte sus ojos de estas líneas. Igualmente, si usted no pertenece al improbable grupo de los “sordos musicales” –que sí los hay, siendo definidos como sujetos incapaces de distinguir la diferencia entre la altura de un sonido y otro, algo así como una especie de daltónico para la pintura–, entonces tampoco se aleje de lo que estamos por ofrecerle... En suma, le pedimos encarecidamente que si cree poseer algún complejo de inferioridad en lo que concierne a sus “conocimientos” musicales, que lo deseche de tajo, ya que con buena probabilidad es improcedente. E iría de por medio una promesa, aunque sin juramentar. A manera de introducción, permítasenos delinear algunos conceptos clave. La música, aparte de ser un arte que vive en el tiempo, es una concepción idealmente tripartita, esto es, que requiere de una substancia sonora esculpida por alguien (el compositor), de un intermediario que la pone en vibración (el sacrificado
Wu Jian'an "500 brushstrokes #68"
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Arte El arte en la época del covid-19 BLANCA GONZÁLEZ ROSAS
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2264 / 22 DE MARZO DE 2020
ientras la museística primermundista y el mercado glo-
intérprete), y de un destinatario que la recibe, o la desestima, en toda su magnitud (el imprescindible público que, cada vez más, opta por la indolencia ante lo que escucha). Ahondando, leamos lo que dice William Schuman: “El destino de una obra musical, aunque básicamente esté en manos de su creador y de sus ejecutantes, también depende de la actitud y de la capacidad de sus oyentes. En un sentido estricto, es el oyente quien determina la aceptación o el rechazo de la composición y de los ejecutantes.” En esa línea debemos lanzar algunas preguntas al aire: ¿Cómo escuchamos la música, en general? ¿Como un ruido de fondo que zumba siempre? ¿Como un remedo de tapiz sonoro que lo cubre todo y que suena indistinto en cualquier situación? ¿Hemos intentado detener nuestro diálogo interno mientras la escuchamos? ¿Nos hemos hecho conscientes de las diversas reacciones emocionales que nos genera una cierta clase de música en relación con otra? ¿La elección de lo que escuchamos es nuestra, o es circunstancial y dependiente de terceros? Volviendo a su inmanencia en el tiempo, digamos que el acto de hacer o escuchar música es la metáfora de vivir en un presente continuo. Sólo en el “ahora” es cuando sucede, y lo que pertenece al “antes” o al “después” es asunto de la memoria o la imaginación. Con eso en mente, es necesario anotar que para poder sumergirse en sus más bellas profundidades es menester, sin embargo, contar con la capacidad de poder escuchar la música más allá de los instantes en que va surgiendo. ¿Qué que-
bal del arte contemporáneo manifiestan su resiliencia ante los problemas que provoca la pandemia del coronavirus covid-19, la gestión del presidente Andrés Manuel López Obrador, a cargo de Alejandra Frausto como secretaria de Cultura Federal, evidencia su incapacidad de asumir, con profesionalismo y responsabilidad social, los retos
sanitarios y económicos de la coyuntura actual. Lo primero que debería evaluarse y reestructurarse son las becas del Sistema Nacional de Creadores de Arte. ¿Merecen los artistas visuales el privilegio de recibir 15 y 20 salarios mínimos mensuales sin carga fiscal, cuando una gran parte de la población, para minimizar las cadenas de transmisión