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Demonios Internos
from Sueños - Nigromante febrero 2021
by Nigromante. Revista de la DCSyH, Facultad de Ingeniería, UNAM.
Apenas salía de mi cuarto cuando escuché que llamaban a la puerta, desde el interior de mi habitación. Eso era imposible, yo acababa de salir de ahí y nadie estaba conmigo dentro de ella. Mi corazón comenzó a palpitar de miedo, pero aun así, abrí la puerta y ¡ahí estaba! Una mano putrefacta, flotando justo frente a mi cuerpo, tieso por el miedo. De pronto, sin poder reaccionar, la mano avanzó rápidamente y tomó mi rostro.
Entonces desperté, con la frente sudorosa, la respiración agitada y con un grito ahogado. Pero después de todo, seguro en mi cama, bajo dos cobertores impresos con mi superhéroe favorito. Apenas tenía 5 años y no estaba muy seguro de lo que había pasado, pero entendí que se trataba de un mal sueño. Aunque pronto habría de descubrir que no era cualquier sueño, porque esa sería la pesadilla que me atormentaría durante los próximos 3 años.
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Como era un niño muy independiente, no quise contárselo a mi familia, pensé que era algo pasajero hasta que, una semana después, volví a escuchar que llamaban a la puerta. Desperté. “Otra vez el mismo sueño” pensé, “tarde o temprano dejaré de tenerlo”. No fue así.
La puerta sonó. Abrí la puerta. La misma mano flotante. Desperté. ¡Toc, toc! Abrí la puerta. La misma mano flotante. Desperté. ¡Toc, toc! Abrí. Mano flotante. Desperté. ¡Toc, toc! Mano. Desperté. ¡Toc, toc! Me hice el muerto. No desperté…
¡Toc, toc! ¡Toc, toc! ¡Toc, toc!
La puerta no dejaba de sonar. Desperté.
No sé cuánto tiempo pasó hasta que tuve el valor de contarle a mi mamá y papá acerca de mi sueño. Tranquilos me contestaron que las pesadillas no eran más que sueños, y que yo decidía cuáles eran mis sueños. Dijeron que podía controlarlos.
No mentiré en este punto y diré que después de hablar con ellos, mis problemas se resolvieron. Aún tuve esa pesadilla, durante años, aunque ya no era tan recurrente, siempre era el mismo. Yo abría la puerta, la mano estaba ahí, me paralizaba de miedo, me sujetaba la cara y me despertaba justo en ese momento. Hasta que un día, cuando tenía 8 años, recordé las palabras de mis padres y decidí que ese día no me paralizaría y enfrentaría mis miedos.
Esa noche cuando llamaron a la puerta yo estaba listo. La abrí y vi a la mano fijamente, esta vez no se abalanzó sobre mí. Se quedó fija, como devolviéndome la mirada, se había dado cuenta que ya no le temía. Pero la mano también había cambiado. De pronto, ya no era más una mano putrefacta. Era sólo mi reflejo en el espejo. ¿De verdad la mano había cambiado, o siempre había sido mi reflejo a lo que tanto había temido?
Esbocé una pequeña sonrisa, entré al cuarto, me metí a la cama y por fin pude conciliar el sueño. El monstruo se había ido.