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Apenas salía de mi cuarto cuando escuché que llamaban a la puerta, desde el interior de mi habitación. Eso era imposible, yo acababa de salir de ahí y nadie estaba conmigo dentro de ella. Mi corazón comenzó a palpitar de miedo, pero aun así, abrí la puerta y ¡ahí estaba! Una mano putrefacta, flotando justo frente a mi cuerpo, tieso por el miedo. De pronto, sin poder reaccionar, la mano avanzó rápidamente y tomó mi rostro.