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Comer para cambiar tu mundo y el de los demás, por Pilar Almenar
PROYECTOS
Comer para cambiar tu mundo y el de los demás
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Pilar Almenar AFotografías de María Sainz
Los proyectos gastronómicos de cocina migrante de las ONG de València están llegando incluso a frenar la violencia machista en algunas familias.
En la cocina de Aissatu hoy no cabe un alfiler. Un bullicio alegre llena su casa: cuatro compañeras cocinan desde primera hora de la mañana para dar de comer a los cerca de treinta invitados a la fiesta que han organizado. Varias ollas enormes y una paella hierven a pleno rendimiento llenas de coloridas y aromáticas delicias africanas: ocra; berenjenas africanas (del tamaño de un tomate y sabor amargo); maíz; ultrapicantes chiles rojos; arroz africano (un tipo de arroz redondo partido en trocitos pequeños) y hojas de bissap (hibisco) verde para dar el toque de limón a las salsas. «Muchas de estas verduras las hemos cultivado nosotras mismas en el campo», explica Aissatu Ndiaye Kaba en su casa de La Coma (Paterna) sin dejar de trabajar.
Las organizaciones de personas migrantes en València llevan años experimentando con el poder de transformación social de la gastronomía y han comprobado cómo, al margen del disfrute, las consecuencias sociales de comer pueden suponer verdaderas revoluciones en la vida de las personas. La unión entre culturas, el intercambio de conocimientos, el refuerzo del concepto horizontal de ciudadanía, el aumento de la seguridad personal y económica de las familias o el refuerzo del tejido social de la ciudad son parte de los beneficios que están viviendo ya organizaciones como València Acoge y la Asociación de Mujeres Africanas de Paterna y la Comunidad Valenciana.
Aissatu es pura energía. Llegó a España desde Senegal en plena crisis y su espíritu emprendedor la llevó a crear en 2009 la Asociación de Mujeres Africanas de Paterna y la Comunidad Valenciana, una entidad que organiza a dieciocho mujeres que cultivan el campo, recolectan y con ello cocinan y realizan caterings. Gambia, Senegal,
Mali, Nigeria, Burkina Faso, Guinea Bissau, Guinea Conakri y Sierra Leona son algunos de los países de origen de las mujeres de la asociación. Campesina de origen, con experiencia como mediadora en conflictos comunitarios, Aissatu asegura no tener mucha formación, pero su capacidad emprendedora la ha llevado incluso a trabajar junto a la exvicepresidenta del gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, en la defensa de los derechos de las mujeres africanas en Europa. «Mi padre era un líder musulmán y siempre me decía que allá donde fuese yo tenía que hacer lo mismo que hiciera la gente de mi alrededor. Cuando llegué aquí, vi que las mujeres salían, trabajaban y tenían libertades y, por supuesto, yo también las quería para mí», asegura. Con esa intención, empezó formándose. Los cursos de cocina, de salud comunitaria o de agricultura ecológica se completaron con el carné de conducir y con el uso de maquinaria agrícola, un desafío para sus tradiciones religiosas.
«Cuando llegué, las verduras me daban alergia. Por eso trabajamos en ecológico, porque pensamos que cuando algo es malo para los animales también es tóxico para nosotras. Es muy duro, pero el producto que obtenemos es muy sano», cuenta en la cocina. Con sus conocimientos agrícolas, hace cuatro años que empezó a formar a otras personas migrantes para apoyarles en el camino hacia la integración laboral.
Su proyecto ha supuesto una revolución para muchas mujeres. «Hay algunas mujeres cuyos maridos no las dejaban salir de casa, ni a comprar al supermercado. Algunas llevaban años aquí y no sabían absolutamente nada. Fue muy difícil poder
> ORGANIZACIÓN
Aissatu llegó a España desde Senegal en plena crisis y su espíritu emprendedor la llevó a crear en 2009 la Asociación de Mujeres Africanas de Paterna y la Comunidad Valenciana.
> RESISTENCIA
«Hay algunas mujeres cuyos maridos no las dejaban salir de casa, ni a comprar al supermercado. Algunas llevaban años aquí y no sabían nada. Fue difícil poder contactar con ellas».
contactar con ellas», reconoce. «En los inicios de la asociación, cerca de cien hombres vinieron un día a hablar con mi marido. Le dijeron que esto no era normal porque yo me comportaba como un hombre. Él les explicó que yo no lo hacía para competir, sino para integrar y ayudar a sus mujeres», recuerda. «Me dijeron que las mujeres no tienen derecho a opinar y que me iban a meter en problemas por tener una asociación ilegal. Lo que no sabían era que yo ya tenía toda la documentación en regla y un CIF, así que les dije que no iba a abandonar», relata.
Conseguir que sus compañeras participasen no fue nada sencillo. «Un día me dijeron que el marido de una compañera le había pegado. Hablé con él y le dije: “Te juro por Dios —y jurar por Dios para quienes somos musulmanes es muy fuerte— que como vuelva a escuchar que has pegado a tu mujer te voy a denunciar”. Y no volvió a pasar», sentencia. «No quiero que ninguna mujer viva como un animal. Los hombres han despertado: ahora nos tienen miedo porque estamos juntas», argumenta.
El cambio para algunas familias ha sido total. «Ellos han cambiado muchísimo la forma de ver el mundo. Por ejemplo, ahora cuando vamos al campo, las mujeres se ponen pantalones —antes los maridos no las dejaban— y además están aprendiendo el idioma en la escuela de adultos. Una vez un hombre me dijo: “La asociación nos ha ayudado también mucho a los hombres. Porque ahora la mujer va a trabajar, trae cosecha, arregla papeles… y eso también nos ha ayudado”», sonríe. «Yo no voy a dejar la asociación, porque si la dejo muchas mujeres volverán a vivir maltratos y volverán a quedarse recluidas sin salir», concluye.
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> COCINERAS
1. Maribel Mon
dragón (Colombia), 2. Rebha Mandi (Argelia),
3. Sushila Baral
Basnet (Nepal) y 4. Carmela Cor
tés (Colombia). Integrantes del grupo de Tapas Internacionalistas de València Acoge.
Tapas que abren caminos
A las seis de la tarde, la barra del bar Terra (Barón de San Petrillo, 9), en el barrio de Benimaclet, empieza a estar muy animada. Con un quinto de cerveza y una tapa, el día termina mejor. Y, desde 2015, cada miércoles por la tarde, la barra ofrece pequeños bocados internacionales. Nigeria, Colombia, Argelia, Nepal, Senegal y Bolivia son algunos de los países de origen del equipo de cocineras de València Acoge que por 2 ,50 € (quinto y tapa) nos dan un billete gustativo al otro lado del mundo. Las dos delicias que ofrece hoy la cocinera son las samosas y las crepes, ambas vegetarianas. «Comer bien te da alegría, te da ganas de vivir», asegura Suchila Baral Basnet poniendo en la barra su sabrosa propuesta.
«En Nepal trabajaba en un hotel de cinco estrellas y hacíamos cocinas del mundo: china, india, británica, etc. Cuando llegué a España, hace doce años, empecé trabajando en el cuidado de personas mientras conseguía los papeles y también me ha sido útil», cuenta Baral Basnet. «Trabajaba en una casa muy comedora, con cinco hijos y muchísimos nietos, y la señora que cuidaba me enseñó muchas recetas españolas. La cocina india y nepalí son casi totalmente vegetarianas, así que mis conocimientos también mejoraron la forma de comer de aquella familia», recuerda. Especializada en cocina vegana y macrobiótica, el sueño de montar un restaurante la llevó a València Acoge. «Aunque no fue posible montarlo por razones económicas, empecé en el proyecto de las tapas internacionales, me empezaron a llamar de restaurantes vegetarianos y volví a trabajar en la gastronomía. Hasta el año pasado trabajé en Kimpira (Convento de San Francisco, 5), un restaurante vegano y macrobiótico donde, además, estuve dando talleres. Ahora hago caterings por encargo, por ejemplo, para personas budistas en València que me llaman porque quieren que haga comida tibetana en sus casas», detalla.
En València Acoge utilizar la gastronomía para la acción social surgió de forma espontánea como cierre de sus reuniones y eventos. «Nos dimos cuenta de que la gastronomía propiciaba el encuentro lúdico entre las personas, rompía la rutina de las personas migrantes y se establecía una relación totalmente horizontal, participativa, rompiendo con la dinámica de los problemas y generando nuevas relaciones igualitarias. Lo analizamos y decidimos lanzarnos», detalla Fani Darás, miembro de la entidad. En la actualidad, el proyecto incluye además la realización de caterings para eventos donde han llegado a dar de comer a cerca de ciento veinte personas el mismo día. «L a idea ha crecido en volumen, en cantidad y en necesidades logísticas. L a transferencia de conocimientos está siendo muy importante y cuando nos han pedido tapas veganas o para personas celíacas, Sushila, que va un paso por delante, ha formado a sus compañeras para encontrar alternativas y adaptar los menús», recuerda Darás. Pero levantar proyectos gastronómicos de manera reglada no es nada sencillo.
Carrera de obstáculos
Las oportunidades y el interés creciente que despiertan estos proyectos les hacen ser optimistas de cara al futuro, pero existen numerosas limitaciones. La primera, la económica. «Muchas personas migrantes temen invertir el poco dinero que tienen en algo que no les va a dar rendimiento inmediato. A veces hemos organizado formaciones y la gente no ha podido venir porque no podía ni pagarse el autobús hasta Paterna», explica Ndiaye Kaba.
La dificultad burocrática para crear organizaciones y financiarlas es a veces insalvable. «Si alguna organización necesita comida podemos hacérsela, pero no podemos facturar porque somos asociación y no empresa», añade Ndiaye Kaba. València Acoge va más allá: «El proyecto de gastronomía es un reto porque ha surgido una actividad profesional dentro de la asociación y eso es poco habitual. Estamos estudiando qué capacidad hay para que lo asuman ellas con alguna forma jurídica. Tienen formación en cocina y los certificados de manipulación de alimentos, pero como asociación no tenemos capacidad formativa, económica ni de tiempo para asumir el traspaso de un local donde puedan cocinar», argumenta Darás.
Aunque los proyectos estén profesionalizando su actividad, la mayoría coincide en que acceder a espacios de cocina formales es una enorme limitación. «Hay interés y las chicas tienen ganas de trabajar, pero a veces nos proponen proyectos de formación en cocina y no tenemos dónde hacerlos, y por lo tanto no podemos dar respuesta a eso», detalla Ndiaye Kaba.
La apertura mental de la ciudadanía es otro de los obstáculos que encuentran las cocineras. «Un día una señora me llegó a decir que no le diese mi tarjeta porque como su marido viese que promocionaba las cocinas del mundo se iba a enfadar porque no le gustaban nada. A mí estas actitudes cerradas me parecen ridículas. La gente tiene que conocer, saber y probar para no decir tonterías», se queja Baral Basnet. Cuando miran al futuro, todas las cocineras aseguran que el interés por otras formas más sanas y más diversas de comer está creciendo: cada vez nos cuidamos más. «Hace falta aprender más a cocinar, pero a partir de los treinta años la gente está haciendo un cambio y se nota. El mercado está completamente lleno de químicos y creo que un restaurante libre de tóxicos puede ayudar a que la gente viva mejor. Pero deberíamos empezar por tener talleres para que la gente conozca y aprenda», planea Baral Basnet.
> PASABOCAS
1. Empanadas
de pollo (Maribel, Colombia).
2. Falafeles de garbanzos y empanadas de
espinacas (Rebah, Argelia). 3. Momos (Sushila, Nepal).
4. Papas aborra
jadas (Carmela, Colombia).