6 minute read
El Espíritu prometido para nuestro tiempo
Por Bradford C. Newton El Espíritu prometido para nuestro tiempo
El Espíritu prometido para nuestro tiempo
Fue Jesús mismo quien trazó nuestro derrotero. «Rogaré al Padre y él os dará otro Consolador, para que permanezca con vosotros para siempre» (Juan 14:16). Encontramos después, en las palabras pronunciadas a la joven iglesia justo antes de su ascensión al cielo, él
«les ordenó que no se apartaran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, “que”, les dijo, “habéis oído de mí”» (Hechos 1:4).
Qué bendición es saber que el don empoderador del Espíritu Santo —el Consolador— permanece con la iglesia de Dios para siempre.
Pensé en esos versículos varias veces durante la sesión constituyente de la Unión del Pacífico que acaba de concluir. A medida que se presentaron informes sobre los ministerios a los delegados, a medida que se tramitaron los asuntos de la iglesia, y a medida que la iglesia se reunió en adoración y alabanza, experimentamos una vez más la presencia permanente del Consolador que, siempre y para siempre, se encuentra entre el pueblo de Dios y es la promesa del Padre para la iglesia.
Nuestra experiencia me ha recordado el testimonio del pastor W.T. Knox, quien sirvió como el primer presidente de la Pacific Union Conference y quien más tarde se convertiría en tesorero de la
Conferencia General.
En 1913, en la celebración del 50 aniversario de la Conferencia General, Knox se puso de pie para expresar su gratitud a Dios, diciendo: «El progreso de la obra... ciertamente ha ido mucho más allá de las expectativas de su pueblo. Él ha hecho más de lo que en esos días le pedimos o pensamos...
Estoy muy contento de que Dios haya reunido a un pueblo de casi todas las naciones, tribus, lenguas y personas que hoy se regocijan en el mensaje del tercer ángel. Le agradezco por las muchas maneras como él está haciendo posible que este pueblo lleve esta verdad al mundo» (General Conference
Bulletin, vol. 7, 16 de mayo de 1913, pág. 5). Los adventistas en el suroeste del Pacífico se enorgullecen de ser parte de la próspera membre-
sía global de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, cuya membresía está compuesta por unos 20 millones de personas que viven en la mayoría de los países del mundo. Esa diversidad se refleja en la membresía de las siete conferencias que conforman la Pacific Union Conference, una de las nueve uniones que conforman la North American Division de la Conferencia General de los adventistas del séptimo día. Casi 55 millones de personas viven en los cinco estados del suroeste del Pacífico —en Arizona, California, Hawaii, Nevada y Utah—. Hay más de 220,000 adventistas en la Pacific Union, adorando en 806 iglesias y compañías. La Palabra de Dios se predica en las iglesias adventistas en aproximadamente 30 idiomas diferentes cada sábado.
Como familia de Dios, estamos seguros de la presencia de Dios en nuestro medio. Cuando nos reunimos en adoración o para estudiar en una video llamada, el Consolador está con nosotros. Cuando celebramos su amor y su gracia en el ciclo semanal del sábado, el Espíritu de Dios nos acompaña. Cuando buscamos su dirección en el estudio de la Biblia o contemplamos la forma en que hemos sido guiados y bendecidos, es la promesa del Padre que nunca estaremos solos.
El Espíritu está presente en los ministerios de nuestras iglesias. En nuestras aulas y clínicas, en nuestros santuarios y escuelas, y en los corazones y manos de todos aquellos que ministran en el nombre de Cristo, somos empoderados por el Espíritu que Jesús mismo prometió a su iglesia.
Es por eso que el apóstol tiene la audacia de preguntar: «¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Problemas o dificultades o persecución o hambre o desnudez o peligro o espada?... En todas estas cosas somos más que vencedores a través de aquel que nos amó. Porque estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni el presente ni el fu-
turo, ni ningún poder, ni la altura ni la profundidad, ni cosa alguna en toda la creación, podrán separarnos del amor de Dios que es en Cristo Jesús nuestro Señor» (Romanos 8:35, 37-39). Tenemos la bendición de saber lo que significa estar seguros en los brazos de Jesús.
Al proveer para la guía y el cuidado futuros de su iglesia, nuestro Señor anticipó las necesidades de nuestra época. Los problemas que nos acosan, las erróneas voces de autosuficiencia, el vacío de vidas desprovistas de valores y las consecuencias del pecado que enmarcan toda la vida en nuestro planeta: esos temas no escapan a la atención y el cuidado del Salvador. Jesús sabía que en un mundo que negaría la existencia de Dios, el recorrido para sus seguidores no sería fácil. Los más cercanos a Él, sus discípulos, experimentaron la dura realidad de un mundo sin gracia casi de inmediato.
El apóstol Pedro es el que lo reconoce más llanamente. Sabiendo algo acerca del rechazo, no utiliza palabras delicadas para describirla. «Sobre todo, debes entender que en los últimos días vendrán burladores, burlándose y siguiendo sus propios malos deseos. Dirán: “¿Dónde está esa ‘venida’ que prometió? Desde que nuestros antepasados murieron, todo sigue como ha sido desde el principio de la creación”» (2 Pedro 3:3-4).
Nuestro amoroso Salvador también anticipó esa situación y, así como prometió que el Espíritu de Dios vendrá a nosotros con poder y consuelo, también presentó la forma como la crisis se resolverá: «Muy ciertamente les digo, viene un tiempo y ahora ha llegado cuando los muertos escucharán la voz del Hijo de Dios y los que la escuchen vivirán» (Juan 5:25).
Creo que esa declaración plantea preguntas importantes para la iglesia de Dios en la actualidad. ¿Estamos viviendo en el tiempo que Jesús predijo? ¿Podría ser que la promesa de que «los muertos escucharán» podría significar que incluso aquellos que ahora niegan y se burlan de la existencia de Dios llegarán a conocer su gracia y su salvación? ¿Hay un papel para nosotros, como individuos y como organización? A todas esas preguntas, la respuesta es un rotundo ¡SÍ!
En estos tiempos en los que abundan los escépticos, cuando el mundo enfrenta grandes dificultades y agitación, cuando cada nuevo día trae noticias de una nueva crisis, ¿quiénes serán los que llevarán el mensaje de salvación de Dios? ¡Hemos recibido ese llamado! «De nuevo Jesús dijo: “¡La paz sea con vosotros! Como el Padre me ha enviado, yo les envío”. Después sopló sobre ellos y dijo: “Recibid el Espíritu Santo”» (Juan 20:21-22).
Como él es el Buen Pastor, nosotros somos los pastores de este momento en la historia. Como él es el Príncipe de Paz, somos testigos de su poder para salvar vidas. Como él es la cabeza, nosotros somos su cuerpo: sus manos, sus pies, su corazón para salvar y su voz para proclamar la salvación. Estamos encargados de la más seria de todas las tareas: compartir las buenas nuevas de la salvación a la humanidad, con la fuerza del Espíritu Santo y el poder que nuestro Señor proporciona.
Buscamos tu gracia, oh Dios, como hermanos y hermanas dentro de tu familia y en vista de tu gran misericordia. Nos ofrecemos como un sacrificio vivo, procurando ser agradables ante tu presencia y santificados por ti, porque esta es nuestra adoración verdadera y apropiada. Concédenos que podamos conocerte, para que no nos conformemos al modelo de este mundo, sino que seamos transformados por ti, en nuestro espíritu y en la renovación de nuestros corazones y mentes.
Amén (Adaptado de Romanos 12:1-2)
_____________________________ Bradford C. Newton es el presidente de la Pacific Union Conference