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IMAGINANDO A LUZ. CHAPINERO
Calle 45 vista hacia el oriente. 1947. Vuelo C – 478, Instituto Geográfico Agustín Codazzi
Chapinero (1943-1960) • 61
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IMAGINANDO A LUZ. CHAPINERO. La estudiante. La joven profesional
Silvia Arango
En 1943, cuando Luz tenía veintiún años, murió su padre, Marco Tulio. Al dolor y la sensación de orfandad se unió la preocupación por el futuro de la familia. Sus hermanos mayores, Jaime, ingeniero, y Jorge, médico, habían encauzado sus vidas. La madre, Nalú, y las dos hijas —Luz, que continuaba sus estudios de arquitectura, y Leonor, que estudiaba técnicas de rayos X— decidieron enfrentar su nueva vida con un acto de migración. Renunciaron al centro de la ciudad, que había sido hasta entonces su lugar de cobijo, por un nuevo destino urbano: la ciudad paralela, hacia el norte, la ciudad nueva que se extendía alrededor de Chapinero.
En un edificio recién construido, de ladrillo y de solo tres pisos, sobre la carrera 13 entre calles 45 y 46, las tres mujeres alquilaron un amplio apartamento donde cabía el piano. Allí también, en un apartamento vecino, se pasó a vivir su hermano Jaime. Vivir en un apartamento era una experiencia nueva, con vecinos reconocibles pero desconocidos, con la cautela de los ruidos y las intromisiones, con la vista lejana entrando por las ventanas. Muy distinto a la vida de introspección de las cotidianidades familiares de las casas de patio donde habían vivido hasta ahora. La 45 con 13 no pertenecía a un barrio claramente definido y estaba a medio hacer; se llamaría Quesada, como la bautizaron los urbanizadores, pero ese nombre nunca caló entre los bogotanos, acostumbrados a que un barrio era una realidad urbana más grande, más robusta, más autónoma. Era un lugar intermedio entre el centro conocido, la Bogotá que era ciudad, y Chapinero, esa especie de pueblo que durante muchos años había sido el refugio que ricos con nostalgia de haciendas habían construido con grandes casonas rodeadas de jardines. Pero en los últimos años Chapinero se estaba transformando y nuevos edificios modernos estaban convirtiendo la anhelada “avenida de la Paz”, finalmente pavimentada a mediados de los años treinta, simplemente en la carrera 13, con su bullicio de comercios, de cines, de jóvenes que buscaban programas divertidos los sábados por la tarde.
La nueva ubicación era estratégica para la culminación de la vida universitaria de Luz. Bajar de la carrera 13 hacia ese occidente en construcción por la 45 era recorrer la única calle que hacía de cordón umbilical entre la casa y la universidad, era sumirse en un mundo que daba la sensación de lo moderno y de la ciudad capital. Esa calle era la columna vertebral de barrios incipientes
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que se extendían a los lados con una mezcla de casas de ladrillos que a veces eran como inglesas, a veces como norteamericanas; también estaban las piedras y las casas pañetadas y pintadas de blanco de otros estilos medio españoles o medio coloniales; y otras, con piedra o granito y grandes ventanas apaisadas, mostraban airosas sus pretensiones modernas. Toda una lección de arquitectura. Subir por la 45 desde la universidad hacia la casa era diferente, porque los cerros inmóviles se agrandaban y volvían más nítidos a medida que uno iba ascendiendo y le permitían medir la distancia, afortunadamente cada vez más corta, que la separaba de su hogar.
Al final de la carrera ya todo en la ciudad universitaria era conocido. Los rincones de los edificios y los distintos verdes de los árboles; los compañeros entre quienes ya podía distinguir a los que le caían bien y los que le caían mal; los profesores: ya sabía cuáles eran buenos y malos o, lo que es lo mismo, a cuáles respetaba. Había pasado por un largo proceso de lenta sedimentación de sensaciones y emociones que se unían a los descubrimientos del conocimiento. Eso a lo que llaman formarse como arquitecto o encontrar en una profesión la llamada interna de la vocación. Es difícil precisar si fue en las clases de taller, o en las de historia, o en las de matemáticas, o en las reuniones informales entre clases con los compañeros de distintos semestres o al constatar que de los veintiséis condiscípulos que empezaron a estudiar en 1941 solo cinco se graduarían con ella, donde Luz se fue sintiendo cada vez más cómoda y más segura de sí misma. En los años universitarios entendió que tendría fuerza suficiente para inventar una vida que no estaba prevista en las convenciones sociales de su entorno. Ser mujer y ser arquitecta se unirían como una verdad única; la de mujer profesional en una sociedad de mujeres subalternas y la de arquitecta en una sociedad que consideraba que lo serio era estudiar ingeniería. Estaba lista para enfrentar el mundo.
Su primer trabajo, de dar clases y dirigir la carrera de Delineante de Arquitectura en el Colegio Mayor de Cundinamarca, lo combinó con un trabajo como dibujante en la oficina de quien había sido su profesor, Jorge Arango Sanín, donde colaboró en el proyecto del club Los Lagartos. “Tenía permiso para ir a dar mis clases”1. De esta primera experiencia salió para trabajar en el Ministerio de Obras Públicas, en el proyecto para la reconstrucción de Tumaco. Estos primeros ingresos le permitieron salir del país por primera vez: en las vacaciones de diciembre de 1947 viajó a los Estados Unidos: Texas, Washington, Pittsburg, Nueva York. En algún momento, que no
1 Entrevista inédita grabada por Ana María Pinzón en julio de 2007 y concedida para esta publicación. Edificio en el que vivió Luz Amorocho entre 1943 y 1960, en la carrera 13 con calle 45. Fotografía de Camilo Rodríguez, IDPC, 2021.
“La llegada a la oficina”. Luz “arregladita” llegando a las oficinas de Cuéllar Serrano Gómez, 1955. Revista Estampa 10, 22 de enero, 1955, 11.
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logramos determinar, su mamá se fue a vivir con Jaime a California y su hermana Leonor, a Nueva York. El viaje navideño a Nueva York se convirtió para ella en un ritual familiar que conservaría muchos años. En 1948, no sabemos en qué circunstancias, realizó un viaje relámpago a Caracas.
Ana María Pinzón: ¿Qué recuerdas del 9 de abril y de la visita de Le Corbusier? ¿Qué impacto tuvieron?
Luz: Sobre mi carrera nada, para nada. […] Eso es como que por ejemplo te digan a ti que eres artista de la televisión, que qué impacto tuvo que viniera a Colombia Brad Pitt. Pues, delicioso, rico, me dio un besito, pero para tu carrera, ¿impacto?, nada. Para nada. […] lo que pasa es que todos estábamos muy [matriculados] en la arquitectura de Le Corbusier. Todos teníamos los libros de Le Corbusier, yo los tengo. Todos adorábamos a Le Corbusier. Entonces que venga, papacito… pues claro. […] Pero no es porque eso ponga ni quite, sino que uno está muy contento, además porque el tipo va a decir cosas y va a pronunciar discursos y va a decir vainas. Pero yo ni siquiera me acuerdo de nada de lo que hubiera podido decir Le Corbusier.2
Y luego, los diez años en Cuéllar Serrano Gómez, donde creció profesionalmente; si bien no era la diseñadora de proyectos como en Tumaco, no era tampoco una dibujante a secas porque allí desarrollaba los proyectos, es decir, tomaba las decisiones finales de detalles, de acabados. Todas estas experiencias laborales, que se amplían en otros apartes de este capítulo, se localizaban en el centro de la ciudad. No sabemos si recorría a pie o en bus las más de veinte cuadras que se interponían entre su casa y su trabajo, pero se trataba de un trayecto en plena descomposición y recomposición, pues la entrada al centro se encontraba en medio de transformaciones arquitectónicas y urbanas. En todo caso, el apartamento de la 45 era siempre un lugar grato de retorno del trabajo. Era allí donde se hacían las tertulias y reuniones con sus amigos. No los compañeros de la universidad, sino los amigos, sobre todo pintores, con quienes se sentía más identificada. Alejandro Obregón y Enrique Grau, tan jóvenes como Luz, y el médico Luis Callejas y su esposa, Isabel Mariño, condiscípula de Luz en el colegio, eran algunos de los más asiduos.
La vida profesional de la joven arquitecta podría describirse, desde fuera de ella, como una estabilidad tranquila. Sin embargo, pasaba el tiempo. De la Luz de veinticuatro años que había salido del nicho universitario llena de ilusiones
2 Entrevista inédita grabada por Ana María Pinzón.
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a la Luz que avanzaba a sus treinta años pegada a una mesa de dibujo había una diferencia sustancial que no se puede trazar claramente en un momento, sino que se fue decantando poco a poco. En las vacaciones de fines del año 1953 volvió a Nueva York, a visitar a su hermana.
En la medida en que la experiencia laboral entraba en la fase de “rentabilidad decreciente”, aumentaba la certidumbre de no encajar en los roles que estaban previstos para ella.
Por las mañanas me miraba al espejo y ponía cara de Cuéllar Serrano Gómez, porque tenía que ir allá a parecer muy católica, a parecer muy creyente, a parecer muy aceptada. Aceptaban mucho todos los principios morales y todas las cosas de una sociedad, y yo como no creo en eso, ni nunca he creído, y nunca he creído ni en religiones ni en vainas esas, y yo no creo en Dios ni en ninguna de esas vainas. Entonces, ¿te imaginas eso en la [oficina]?… todos eran de la… no eran del Opus Dei, porque en ese tiempo no se hablaba del Opus Dei. Todos eran de la Acción Católica. Gabriel Serrano, a quien yo estimaba mucho y que todo lo que tú quieras, pero una vez llegó a la oficina y nos dijo “Estoy preocupado porque resulta que ahora los chinos (o sea los hijos de él, que eran chiquitos) ya suben a mi oficina y ya se entran allá. Y yo tengo que esconder los registros del National Geographic Magazine porque muchas veces salen negras desnudas de la cintura para arriba”. Tenía que esconderlos para que los niños no vieran tetas. ¿Usted qué opina de convivir uno con gente así? Diez años.3
Sus experiencias de trabajo depositaron una convicción que ya intuía. La arquitectura no era, como en algún momento pensó, una profesión que se alimentara de destellos creativos e inspirados, sino de la lenta acumulación de pequeñas decisiones de sentido común, que involucraban sensatez constructiva, realismo presupuestal, sentido de las acciones en el espacio y capacidad de coordinación de distintos actores. Y esto solo se conseguía con éxito con el trabajo persistente e intenso. Poca inspiración, muchísima transpiración. Ese era el trabajo que le gustaba, el que le permitía realizarse. Se reía ahora de los arquitectos “pavos reales” que hacían de la autoría una especie de emulación de los artistas plásticos. Ella sería otro tipo de arquitecta, la arquitecta “abeja” que extrae su íntima gratificación de la satisfacción de hacer cosas útiles bien hechas y solo a veces saca el aguijón. Y esta decisión profesional no necesariamente estaba ligada a su condición de mujer, sino a su condición de arquitecta, pues otros arquitectos hombres
3 Entrevista inédita grabada por Ana María Pinzón.
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habían llegado a conclusiones similares. “Tengo amigas arquitectas que son muy, muy contundentes y además que se toman muy en serio las cosas que emprenden. Poquitas habrá, pero poquiticos hombres también”4 .
Lo que sí estaba ligado a su condición de mujer era la presión social difusa pero intensa sobre los roles que debía cumplir una mujer de su edad. La mayoría de sus amigas de colegio se habían casado convencidas de que allí encontrarían la felicidad y en la maternidad, el sentido de sus vidas. Pero verlas en sus procesos personales le demostraba que la felicidad del matrimonio tenía su punto culminante el día de la boda y después entraba en el descenso paulatino de la persona que se siente atrapada en una jaula de labores domésticas. Ya se sospechaba que la felicidad no estaba en el matrimonio o, al menos, que su felicidad no era el matrimonio, aunque no descartaba esa posibilidad.
Naturalmente, no puedo dejar de hacerle (ya que no he conseguido que trate de explicarme el número de oro de Le Corbusier) una pregunta capciosa, esa pregunta que, según dicen los entendidos, “condimenta” la cosa periodística. “¿Hay casamiento en perspectiva?”. Luz se ríe un poco turbada (¿o es un efecto de la ventana?) y me contesta: “Sí y no”. No, se trata de una cosa definida en tiempo, etc. Yo impaciente: “¿Y sí?...”. “En el caso de que considere [el matrimonio] como una posibilidad, que ninguna mujer puede desechar, especialmente si hay alguien a quien echarle el anzuelo” (textuales palabras). Luz vuelve a reírse y no hay manera de seguir sonsacándola.5
Dudar sobre el matrimonio no significaba renunciar al amor. Pero el amor era parte del núcleo íntimo de su persona y ella era reticente a hablar de ello. El amor, esa cosa misteriosa que se sustenta en el deseo; “lo que pasa es que lo del amor y todo eso… es muy misterioso. Es muy misterioso”.
Y el amor no tiene que ver con la belleza. Y no por fea o por bonita, porque odio esa discriminación, le cuento. Me parece de lo más humillante eso que una mujer no tiene derecho a ser fea. ¿Cuándo a un hombre se le ha ocurrido que no puede hacer algo porque es feo? […] Mira, yo he visto tipos lindísimos enamorados… “¿Qué le verá a esa?”, pero es que hay una cosa, hay una vaina que no tiene nada que ver. Lo mismo que le pasa a uno. Uno se enamora de un tipo feísimo. ¿Qué es lo que le pasó? ¿Qué le pasó? ¿Qué es lo que mira? ¡Uno no sabe! […] La diferencia entre querer a una persona como amigo y amarla
4 Entrevista inédita grabada por Ana María Pinzón. 5 Marta Traba, “La arquitecto, Luz Amorocho”, Estampa 10, 22 de enero, 1955, 9-11.
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está en el cuerpo. Está en el deseo. La diferencia es […] el cuerpo el que lo atrae a uno. Lo atrae en el sentido físico. […] Tú me puedes caer a mí muy bien y quererte muchisísimo por razones que son muy válidas y yo te quiero muchísimo, pero no me enamoro de ti porque tu cuerpo no es lo que a mí me atrae para… para eso, para el amor.6
Por otra parte, su amistad con los pintores y artistas que frecuentaba le dejaban la sensación de que, aun en los medios intelectuales, las mujeres seguían teniendo roles que no terminaban de convencerla:
yo tenía muy buena amistad en un momento dado con Obregón y conocí a [no se entiende], y conocí al maestro Angulo, y conocí a otros. Y uno iba a hablar con ellos, y uno estaba marginado porque uno era mujer y uno tenía era que tener el comportamiento… y que a ellos les pareciera que uno era una gran mujer, o que era cheverísima. Pero eso estaba compuesto de cosas que no eran lo que uno era en realidad, sino lo que debía aparentar. Y era lo de siempre; ser bonita, callarse el pico, no estar opinando…7
Si ya sabía lo que no quería ser, tendría que inventarse lo que quería ser. Ser “solterona” era la amenaza que le lanzaban los prejuicios sociales. Mujer que no se casaba y no tenía hijos sería infeliz, un estorbo, alguien sin finalidad en la vida. Llegar a ser la mujer que intentaba ser tenía algo de descubrimiento, algo de creación, algo de construcción… como la arquitectura. Y para eso tenía que librarse de las cadenas que la acechaban, ser libre. Y para eso tenía que poner distancia.
A sus 38 años, Luz tomó la decisión de “quemar las naves” e irse a París para siempre. Vendió todas sus cosas y solo mantuvo un cuadro y unos retratos. No solo estaba buscando a París. Estaba escapando de Bogotá.
Luz quiso huir del ambiente conservador y del dedo acosador de nuestra sociedad de ese entonces. Se sentía amarrada… Quería ampliar su mundo, respirar otros aires… Fue tanto su desprendimiento para irse que solo se llevó un Obregón y dos retratos de ella y su mamá hechos por Roda.8
6 Entrevista inédita grabada por Ana María Pinzón. 7 Entrevista inédita grabada por Ana María Pinzón. 8 “Luz Amorocho. Pionera de las arquitectas colombianas. Una conversación con Circe Sencial”, En Otras Palabras (Bogotá) (junio de 1998 - enero de 1999), 134. Matrícula de arquitecta de Luz Amorocho en el Concejo Profesional Nacional de Ingeniería, 12 de marzo de 1946. Archivo fotográfico personal de la familia Amorocho, Federico Durán.