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Parte II: Bosque Izquierdo VOLVER A LA UNIVERSIDAD

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Epílogo

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Parte II: Bosque Izquierdo VOLVER A LA UNIVERSIDAD La obra de Amorocho en tres realizaciones

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William García Ramírez1

Dos décadas después de haber finalizado sus estudios de Arquitectura en 1946, Luz Amorocho ingresó nuevamente a la Universidad Nacional de Colombia, ahora como arquitecta al servicio de la Oficina de Planeación Física de este centro educativo. Llegar de París a Bogotá en 1966 significaba llegar de la ciudad donde se estaba gestando una de las más importantes revoluciones del siglo XX a la revolución que ya se estaba realizando en el alma mater de Amorocho.

Esta revolución universitaria tenía nombre propio: la reforma Patiño (19641968), llamada así por su principal gestor: el rector de la Universidad Nacional, el Dr. José Félix Patiño. Una revolución que se producía —como muchas otras revoluciones— por efecto de una crisis institucional que, en el caso de la Universidad Nacional, se extendía además al campo académico y de infraestructura.

El reingreso de Luz Amorocho a la universidad sería fruto de un encuentro casual que tuvo con el arquitecto Eduardo Mejía en mayo de 1966, durante la inauguración de una exposición de Beatriz Daza en el Museo de Arte de la Universidad Nacional. En ese momento, Mejía —en colaboración con Gonzalo Vidal— dirigía las obras de infraestructura proyectadas a propósito de la reforma Patiño, y que en su momento se conocían como las obras del Plan Cuatrienal de Desarrollo (1967-1974), un plan en el que Amorocho participaría desde varios frentes.

En este fortuito encuentro, Mejía le preguntó a Luz si iba a quedarse en el país y si iba a trabajar. Ella le respondió que en principio iba a estar en Colombia y que deseaba trabajar, por lo que Mejía le sugirió que se acercara a la Oficina de Planeación, porque allí estaban necesitando arquitectos.

1 Profesor investigador Departamento de Arquitectura. Facultad de Arquitectura y Diseño. Pontificia Universidad Javeriana Lo cotidiano en el patrimonio. De la serie Campus, edificio de Ingeniería, Universidad Nacional de Colombia, Arq. William García, Bogotá, 2011.

Vista aérea del campus de la Universidad Nacional, desde el costado oriental, ca. 1966. Portada de Universidad Nacional de Colombia. Informe del rector, vol. II: 1961-1966. La universidad en cifras (Bogotá: Imprenta Nacional, 1968).

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En efecto, Luz comentó esta situación con su amiga, la arquitecta Nicole Sonolet, a quien relató los hechos, en una carta escrita el 26 y el 28 de mayo de 1966:

Mayo 26. Las posibilidades de trabajar en la universidad son grandes. Mejía me dijo que es en el Centro de Planificación de la Universidad Nacional, encargada de la elaboración de proyectos nuevos en la Ciudad Universitaria y de remodelar antiguos. Mayo 28. Comenzaré a trabajar el 1 de junio. Olga me ofreció un pequeño apartamento de dos piezas en la casa donde tiene su taller de tejidos, lo que me parece una buena ayuda para comenzar, ¿no?

Fue así como, apenas once días después de su llegada de París, Luz ya tenía en Bogotá un hogar para descansar y un lugar para laborar. A partir del miércoles 1.º de junio de 1966, Amorocho inició funciones como arquitecta de la Oficina de Programación Física y un año después fue nombrada como jefe de la sección de Programación Física de esta misma oficina, cargo que desempeñaría hasta 1970, cuando fue ascendida a jefe de División de Programación Física, hasta 1972. Este año obtuvo su más alto ascenso como directora de la Oficina de Planeación Física, labor que realizó hasta su jubilación en 1982.

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Una universidad en crisis: la reforma Patiño

Treinta años después de que la universidad iniciara actividades en el campus diseñado para este fin, era evidente que esta institución atravesaba difíciles momentos. El reingreso de Amorocho a la Universidad Nacional coincidió con una serie de emprendimientos administrativos y de infraestructura, llevados a cabo en el marco de la reforma Patiño, como respuesta a la crisis que enfrentaba la universidad, y que el rector resumía así:

¿Qué ofrece la Universidad a este conglomerado de jóvenes descontentos con el pasado de su país, ansiosos de transformar el presente, urgidos de construir su futuro? La Universidad ha sido solo un establecimiento con ese nombre, desprovista de administración técnica, incapaz de integrarse en todos sus niveles, imposibilitada para utilizar debidamente sus recursos, ignorante —y por consiguiente descuidada— de su misión. A sus puertas golpean cada año un número mayor de aspirantes con anhelos y propósitos cada día mayores; la colectividad le presenta demandas crecientes en volumen y

Luz Amorocho a su llegada de París residió en casa de Jim y Olga de Amaral, s. f. Archivo fotográfico personal de la familia Amorocho, Federico Durán.

Recorte del periódico El Tiempo encontrado entre los archivos de mi papá. Sin fecha, pero, por la edad que dice tener Luz, calculamos que es de 1977. Bogotá. Archivo Maldonado-Tió.

Fachada posterior del edificio de la Facultad de Derecho, 1938-1940. Universidad Nacional de Colombia. Arq. Alberto Wills Ferro. Fondo Germán Téllez, s. f. Colección Museo de Bogotá, reg. 105991.

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complejidad. Y la institución casi parece sorda y ciega, y bastante anquilosada. Poco ve, casi no responde, apenas crece y se desarrolla.2

Gran parte de la responsabilidad de esta crisis recaía en la estructura académica y administrativa que la universidad había mantenido hasta ese momento, heredada de la estructura decimonónica con la que se creó y que el jefe de Programación Académica, Alejandro Jiménez, describía así:

La tendencia a crear una facultad nueva para cada carrera profesional llegó, en el año de 1964, a la situación en que existían en la Universidad Nacional 27 diferentes facultades que ofrecían un total de 32 carreras profesionales. Como es de suponerse, la dispersión de los recursos, la multiplicación de las facilidades y la subutilización de elementos humanos y materiales era grande. En facultades afines veíamos la existencia de iguales o similares departamentos o secciones, todos ellos con precario desarrollo, con profesorado insuficiente y con equipos y facilidades escasos, pero duplicados o multiplicados.3

Desde una perspectiva académica, esta estructura administrativa arrastraba una concepción de universidad napoleónica, centrada en la formación profesional y cuya idea predominante era recibir clases para optar a un título y, por ello, era una universidad de corte profesionalista. Dicho de otra manera, una universidad individualista, y no dueña de una orientación y unos instrumentos que la capacitaran para asumir el papel preponderante que le correspondía frente a la tarea de construir una nueva sociedad, una economía, una cultura y una nación moderna sobre el suelo colombiano, tal y como lo proponía el rector Patiño.

En términos de infraestructura la situación no era mejor. Si bien la universidad incrementaba exponencialmente el número de alumnos que ingresaban a ella, la planta física había quedado congelada en el tiempo, pues no existía un presupuesto que permitiera completar el ambicioso proyecto que Leopoldo Rother y Fritz Karsen habían propuesto originalmente en los años treinta. Así, la universidad cumplía tres décadas de fundada y no contaba con instalaciones básicas como un auditorio, una biblioteca central, un museo, o un centro de bienestar para estudiantes y profesores, es decir, carecía de una infraestructura que promoviera la vida universitaria y no tan solo el ingreso a unas

2 José Félix Patiño, Hacia la universidad del desarrollo. Bases de una política de reforma universitaria (Bogotá: Universidad Nacional, 1965), 13, parte 1. 3 Alejandro Jiménez Arango (jefe de Programación Académica, Oficina de Planeación, Universidad Nacional de Colombia), “La integración académica”, en Patiño, Hacia la universidad del desarrollo, 85, parte 1.

Aerofotografía pancromática oblicua No. 00006. Vuelo: C-945. Instituto Geográfico Agustín Codazzi

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aulas para asistir a clases. Así lo señalaba el exrector Patiño en una entrevista realizada en 2015:

Me posesioné en junio de 1964 y encontré que había 27 facultades que enseñaban 32 carreras. Es decir, había casi una facultad para cada carrera y no había interrelación entre ellas. También encontré algo que me impactó: no había vida universitaria. Yo venía de Yale en donde todos los días hay conciertos, danza, teatro, exposiciones en sus propios museos, profusión de conferencias en las facultades, etc. La vida no es solamente ir a estudiar sino, además, disfrutar un ambiente de inquietud intelectual y de gran nivel cultural. Nada de eso existía en la Nacional.4

En un campus universitario como el de la Nacional, completamente abierto a la ciudad y sin un esquema de seguridad definido, la realización de actos delictivos en su interior hacia los años sesenta era una cuestión relativamente

4 “José Félix Patiño, decano de decanos”, entrevista realizada por Margarita Vidal, Revista Credencial 344, 21 de julio, 2015, https://www.revistacredencial.com/noticia/personajes/ jose-felix-patino-decano-de-decanos

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común. Momento decisivo de esta crisis de seguridad fue el atentado con una bomba contra el rector Hernando Morales Molina (antecesor de José Félix Patiño), en su oficina de la Rectoría, ubicada entonces en el estadio Alfonso López, situación tal que desembocó en su renuncia al cargo.

Respuesta a todos los anteriores retos fue la reforma Patiño, una propuesta de transformación radical de la universidad en el marco de la Ley 65 de 1963 y, específicamente, la creación de tres grandes unidades administrativas fundamentadas en la idea de la planeación. Así, la planeación académica, la planeación administrativa y la planeación física constituyeron los tres ejes de acción orientados a materializar las propuestas formuladas en esta reforma. Sería a esta última área —la de Planeación física— a la que ingresó la arquitecta Luz Amorocho en 1966, un cargo que asumió con la rigurosidad y precisión que siempre la caracterizaron, pero también con el espíritu inconformista y transgresor que de manera constante la llevó a contradecir los convencionalismos, no solo de ser una mujer en un mundo entonces pensado para los hombres, sino de romper las tradicionales expectativas en el ejercicio de la arquitectura.

Durante los años en los que estuvo vinculada a la Universidad Nacional, Amorocho también tuvo la oportunidad de ampliar y profundizar su formación profesional. Fue así como, en agosto de 1969, viajó a Inglaterra y a Dinamarca para adelantar estudios sobre planeamiento urbano, con una beca otorgada por la Organización de los Estados Americanos (OEA), un viaje para el que solicitó a la universidad una licencia por sesenta días, prorrogables por treinta días más.

A lo largo de quince años de ejercicio profesional en la Oficina de Planeación Física, fueron innumerables las obras que contaron con la autoría y/o dirección de Amorocho. Sin embargo, dentro de estas intervenciones, se destaca la realización de tres obras en el campo de la arquitectura, en tres roles distintos: una, como historiadora de la arquitectura; otra más, como planificadora urbana; y, finalmente, una intervención como arquitecta. Estas obras, a pesar del tiempo, dejaron una huella indeleble en la memoria de esta institución.

Portada de la monografía de Luz Amorocho, Universidad Nacional de Colombia. Planta física 1867-1982. Monografías (Bogotá: Proa, 1982).

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Escribir el campus: Universidad Nacional de Colombia. Planta física 1867-1982. Monografía de Proa (1969-1982)

Que más natural entonces, para mí, si no querer meterme por dentro de su historia, mirar de cerca y contarle a la gente un poco de lo que ha sido el habitáculo de esta Universidad, ya encarnada en mi propia historia.5

Durante los quince años, cuatro meses y trece días que Luz Amorocho Carreño trabajó en la Universidad Nacional de Colombia, fueron diversos los encargos de ampliación, renovación y/o adaptación de los espacios físicos de la institución. Sin embargo, y de acuerdo con lo afirmado por Amorocho en una entrevista, el primer encargo que recibió en la universidad fue “la parte de programación [que] era verdaderamente saber en qué andaba esta universidad, cómo eran sus relaciones, cuál era la capacidad […] Y desde ese momento me metí a hacer la historia a la planta física de la Universidad y la revisión del uso que se le estaba dando a la planta física”6 .

La necesidad de tener un conocimiento detallado de lo que acontecía con la planta física de la universidad la obligó a recabar toda la información necesaria, a fin de establecer un diagnóstico preciso de la infraestructura arquitectónica y urbanística de la universidad. Por ello, como lo afirmara Amorocho:

Entonces para mí era muy importante saber exactamente cómo, en qué consistía y cómo estaba distribuido cada uno de los edificios y cuál era la historia de cada uno de los edificios. Entonces yo me levanté datos y me levanté planos en el Ministerio de obras públicas, de toda la historia del desarrollo de la ciudad universitaria como entidad física, desde que se fundó hasta… hasta el 82, que fue cuando yo terminé ese trabajo y salí de la universidad.7

En efecto, al revisar los detalles del contrato laboral de Luz Amorocho con la Universidad Nacional, se especifica que una de sus primeras funciones a cumplir era: “Realizar las investigaciones pertinentes sobre la actual distribución y uso de edificios, zonas libres, espacios, vías y servicios”8 .

5 Luz Amorocho, Universidad Nacional de Colombia. Planta física 1867-1982. Monografías (Bogotá: Proa, 1982, 6). 6 Extracto de entrevista inédita grabada por Ana María Pinzón en julio de 2007 y concedida para esta publicación. 7 Extracto de entrevista inédita grabada por Ana María Pinzón. 8 Contrato laboral n.o 88 de 1967, suscrito entre el rector de la Universidad Nacional de Colombia, Guillermo Rueda, y la arquitecta Luz Amorocho. Documento sin paginar. Archivo Histórico de la Universidad Nacional.

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El reto que entrañaba esta solicitud implicó, entonces, la elaboración de un censo de más de 55 edificios equivalentes a 283.968 m2, según datos publicados en la monografía de Proa, un inventario que abarcó desde el edificio de Matemáticas y Física hasta la Facultad de Ciencias Humanas, y de la capilla al Estadio Alfonso López; en síntesis, un completo registro de las edificaciones que conformaban el campus de la Universidad Nacional. Esta sola labor implicó más de once años en el paciente y minucioso estudio de cada uno de los espacios arquitectónicos que integraban el campus en ese momento. Una investigación que no solo exigió la visita a los espacios, sino algo más importante: el dibujo detallado de cada uno de estos lugares, registrados en planimetrías donde quedaron registradas las plantas, cortes y fachadas de cada uno de los edificios; una labor conocida en el argot de los arquitectos como un levantamiento arquitectónico.

Así, desde 1966, Amorocho emprendió, en compañía de sus colaboradores, la tarea de hacer el levantamiento de todos los edificios y espacios del campus, un trabajo que ya conocía de cerca por su formación, y por su experiencia como profesora y directora de la carrera de Delineante de Arquitectura en el Colegio Mayor de Cundinamarca. De hecho, este fue un trabajo que emprendió con la colaboración de varias de estas dibujantes, egresadas del Colegio Mayor de Cundinamarca y de la Carrera de Decoración de la Pontificia Universidad Javeriana.

Sin embargo, lo que empezó como un censo y levantamiento de los edificios de la Universidad Nacional, y cuyo resultado podría haber terminado en un informe estadístico archivado en un anaquel, se convirtió para Amorocho en un ejercicio de la memoria, en una oportunidad para repensar la historia de su alma mater a partir de su formación como arquitecta. Porque dibujar los edificios de una institución, organizarlos cronológicamente, detallar sus dependencias, ampliaciones y cambios, registrando su autoría y dimensiones, constituyó la primera historiografía de la arquitectura de la Universidad Nacional, pero, sobre todo, una reivindicación del valor de todas las arquitecturas hechas por sus antecesores, profesores y colegas, cuyas obras —en el momento en que Amorocho concibió esta publicación— no tenían ningún reconocimiento y hoy son consideradas como monumentos nacionales y/o bienes de interés cultural de la ciudad. Es por ello que el trabajo de Amorocho resulta anticipatorio del reconocimiento del valor patrimonial que posee la arquitectura moderna en Colombia, así como de la importancia arquitectónica del campus en el contexto de la arquitectura del país.

Fachada lateral del Conservatorio de Música, 1969-1971. Universidad Nacional de Colombia. Arq. Alberto Estrada. Fondo Germán Téllez, s. f. Colección Museo de Bogotá, reg. 105996.

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Fachada principal del edificio de la Facultad de Ingeniería, 1940-1945. Universidad Nacional de Colombia, arqs. Leopoldo Rother y Bruno Violi. Fondo Germán Téllez, s. f. Colección Museo de Bogotá, reg. 105993. Este ejercicio visionario se concretó después de once años de trabajo en la primera historia de la arquitectura de la Universidad Nacional, que empezó a escribirse con dibujos más que con letras (aunque escribir es dibujar con letras, como dice Almodóvar). Y si bien la monografía sobre la planta física de la Universidad Nacional de Colombia, editada y publicada por Proa (1982), en principio se trata de una compilación de informaciones planimétricas y numéricas de los edificios de la universidad, su alcance efectivo es mucho mayor, pues en este libro Amorocho elabora una periodización que permite al lector comprender las distintas etapas en que la universidad desarrolló su planta física y arquitectónica, desde sus inicios en 1867 hasta 1982.

Tal periodización fue complementada con una descripción cualificada de cada uno de los edificios de la Universidad, siguiendo una misma estructura: 1) momento histórico, 2) función, 3) localización y 4) tendencia formal. Se trata, pues, de una estructura investigativa que gravita entre la historia, la arquitectura y la crítica, organización que hoy podría parecer convencional, pero que en

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su momento resultaba muy sugerente de un modo de historiar la arquitectura, más allá de la descripción formal y literal de los espacios físicos.

Dentro de cada uno de los edificios presentados, la estructura adoptada por Amorocho sigue una misma secuencia para cada uno de los casos analizados: en primera instancia, se presenta el nombre del edificio, el o los arquitectos proyectistas, el constructor, el año; luego, introduce una breve dimensión histórica del edificio, una caracterización de los espacios y, finalmente, las adiciones y reformas al proyecto original. Todo lo anterior ilustrado con planimetrías y fotografías.

De esta manera, la originalidad del libro de Amorocho no solo radica en su tema y abordaje, sino en la conformación de un extenso panorama que permite comprender, desde el ángulo de la arquitectura, el sentido y propósito de esta institución pública universitaria desde sus inicios en 1867 hasta 1982. Porque reconstruir la historia de los edificios de la Universidad Nacional de Colombia es, en esencia, reconstruir los fundamentos que explican su identidad como institución pública, pero también una manera de ahondar en el carácter de la educación pública, para explicar cómo desde lo público se ha venido transformando la arquitectura educativa en Colombia.

La divulgación de esta investigación no se produjo exclusivamente en el libro monográfico de Proa (1982). Los avances de esta investigación se venían difundiendo ya desde 1969 por parte de la Universidad Nacional. El primero de ellos fue publicado bajo el título: Ciudad Universitaria. Desarrollo histórico, con autoría de Luz Amorocho y Ricardo Velásquez. Se trata de un recuento, aún bastante general, del desarrollo físico de los edificios que conformaban el campus desde su inauguración y hasta 1970, presentado a través de fichas de planimetría y estadística.

A partir de 1977, Proa publicó el contenido de esta investigación en tres ediciones sucesivas, previas a la edición definitiva como monografía en 1982. En 1977, y bajo el título Universidad Nacional de Colombia. Bogotá. Evolución de su planta física 1867-1927, la arquitecta Luz Amorocho presentó en la revista Proa n.o 267 la primera de tres partes de esta investigación, correspondiente a los edificios donde funcionaba la Universidad Nacional, antes de la existencia de la Ciudad Universitaria, es decir, una visión del “campus antes del campus”. Para esta primera entrega, el arquitecto Alberto Saldarriaga introdujo esta investigación con un texto titulado: “Investigación histórica de la arquitectura colombiana”. En este texto, Saldarriaga precisó el alcance e impacto de esta investigación historiográfica en el campo de la historia de la arquitectura en Colombia:

Portada y página anterior. Luz Amorocho y Ricardo Velásquez, Ciudad Universitaria. Desarrollo histórico. Documentos de Planeación (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 1969).

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Portadas de las revistas Proa n.os 267, 282 y 301, en las que se publicó, entre 1977 y 1981, la investigación sobre la evolución de la planta física de la Universidad Nacional. Luz Amorocho, actual directora de la Oficina de Planeación Física de la Universidad, ha tomado a su cargo desde hace varios años el estudio de la evolución histórica de las edificaciones ocupadas por la Universidad Nacional. La suya ha sido una labor silenciosa, constante y excepcional. En su trabajo se encuentran recopilados no solo datos acerca de las distintas edificaciones sino también todos aquellos aspectos importantes de la historia de la institución que han repercutido sobre su estructura física. De esta manera ha obtenido más que la historia de las edificaciones, la historia misma de la universidad.9

Posteriormente, Proa publicó las otras dos partes de esta investigación en sendos artículos con el mismo título: “Universidad Nacional de Colombia. Bogotá. Evolución de su planta física”, en el que solo varían los periodos estudiados: 1867-1927, publicado en Proa n.o 267 (1977); 1934-1964, publicado en Proa n.o 282 (1979); 1965-1970, publicado en Proa n.o 301 (1981). Finalmente, en 1982, se publicó un compendio de estas tres primeras partes en la colección Monografías Proarquitectura. Al respecto, es importante aclarar que en esta monografía se omitieron algunas de las fotografías publicadas en las tres primeras ediciones, con las que se ilustraron los edificios representativos de cada periodo estudiado.

Por otra parte, el título utilizado por Amorocho, Evolución de su planta física, resulta revelador de un objetivo mayor al de registrar la historia de los edificios de la universidad, pues a través de la idea de evolución Amorocho logra mostrarnos una transformación de la arquitectura en Colombia, a lo

9 Alberto Saldarriaga, “Investigación histórica de la arquitectura colombiana”, Proa 267, marzo, 1977, 9.

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largo de un periodo de más de cien años, mediante el caso de la Universidad Nacional. Así lo reconoce Saldarriaga en su artículo, cuando afirma: “La historia de la sede física de la universidad Nacional es, pues, una síntesis de la historia de la arquitectura colombiana en los últimos 150 años”10 .

Es posible imaginar que para un sector de la sociedad colombiana en 1969 resultara inusitado que una arquitecta desafiara los rudimentos de la profesión y utilizara el dibujo no para imaginar proyectos, sino para dibujar una memoria del pasado. Porque con este libro Amorocho nuevamente cuestionó el rol tradicional del arquitecto, ampliando y revelando nuevas maneras de ejercer la profesión desde otros frentes, en este caso, desde la historia. De allí que este texto se constituyera, en ese momento, en una obra sui géneris en el campo de la arquitectura.

Finalmente, cabe destacar que esta investigación presentada por Amorocho a la Rectoría, en cumplimiento de sus funciones, le valió en 1982 un reconocimiento con la condecoración, por parte del rector Eduardo Brieva, de la medalla Manuel Ancizar, distinción otorgada a los más destacados servidores de la Universidad Nacional:

Desde el establecimiento de la Ciudad Universitaria como sede de la Universidad Nacional en Bogotá, es la primera vez que se publica un trabajo sobre la planeación y el desarrollo de su planta física, de la precisión, calidad e importancia del que nos presenta la arquitecta Luz Amorocho Carreño […] La historia de la Universidad y los anales de la arquitectura colombiana no podían estar a cargo de persona más autorizada.11

Quizá sea este libro la obra más conocida de Luz Amorocho en el campo de la arquitectura, una obra que silenciosamente ha trascendido en el tiempo y se ha convertido en referente ineludible de todos aquellos que han querido investigar sobre la arquitectura de la principal universidad pública de Colombia. Sin embargo, dos intervenciones urbano-arquitectónicas realizadas durante la estancia de Amorocho en la Oficina de Planeación resultan ser mucho menos conocidas, pero no por ello menos importantes.

10 Saldarriaga, “Investigación histórica de la arquitectura colombiana”, 9. 11 Eduardo Brieva, presentación a la monografía de Amorocho, Universidad Nacional de Colombia, 6.

Pedestal y base para la estatua del General Santander en la Ciudad Universitaria. Diseño Arq. Leopoldo Rother, 1940. Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá, foto XIII-1055, s. f.

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Santander en la Che. Instalación de la estatua de Francisco de Paula Santander en la plaza cívica de la Universidad Nacional (1973)

La finalización de las obras del Plan Cuatrienal de Desarrollo, con las que se configuró un centro cívico en la Universidad Nacional, planteó la pregunta sobre el carácter y la identidad que debía adoptar este nuevo “corazón” de la ciudad universitaria, tal como se había concebido desde la reforma Patiño y del que sus promotores afirmaban:

Se trata de crear dentro de este grande pero frío campo universitario, un corazón, un centro vivo. En la Fig. #64 aparece la llamada “plaza cívica”, bordeada por la gran Biblioteca Central a la derecha, la torre y los edificios de la administración a la izquierda, y el gran Centro Estudiantil al fondo.12

Una vez construido el centro cívico, resultó evidente que no bastaba con que tuviera un conjunto de edificios que enmarcaban una plaza, para lograr el objetivo de crear un “centro vivo”, un espacio que, a modo de “corazón”, convocara tanto a la comunidad universitaria como a la ciudadanía en general, ya que para ese momento la Ciudad Universitaria era un campus abierto a todos los ciudadanos. Fue en esta plaza vacía donde se produjo una de las intervenciones arquitectónicas menos conocidas de la arquitecta Luz Amorocho, concebida con el objetivo de otorgarle un sentido propio a esta nueva pero anónima plaza.

La intervención planteada por Amorocho partió de reconocer que, si bien el centro y la plaza cívica de la universidad eran un proyecto “nuevo”, la esencia e identidad de la primera universidad pública del país no eran nuevas, por el contrario, tenían una trayectoria de más de un siglo. Por esta razón, Amorocho consideró los orígenes de esta institución e indagó en sus raíces centenarias con el fin de destacar las esencias que caracterizan a esta institución pública y, a partir de ellas, representar en esta plaza vacía de significado el espíritu identitario de la universidad.

Resultado de este ejercicio de memoria fue el proyecto de ubicación, y diseño de la base y el pedestal para la instalación de la estatua del general Francisco de Paula Santander en la plaza cívica. Con este proyecto firmado por Amorocho en 1973, la arquitecta decidió situar, en el que es —hasta el día de hoy— el espacio público más importante de la universidad, la figura

12 Patiño, Hacia la universidad del desarrollo, 67.

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del principal promotor de la educación pública en Colombia y uno de los fundadores de esta institución: el general Francisco de Paula Santander.

Empero, Amorocho no fue la primera arquitecta en considerar la estatua del general Santander para simbolizar la identidad de la universidad. Treinta y tres años antes, en 1940, el diseñador del campus de la Universidad Nacional, arquitecto Leopoldo Rother, también diseñó una base y pedestal para sostener la misma escultura del general Santander. Se trataba de una de las diez estatuas encargadas a propósito del centenario de la muerte de Santander por el entonces presidente de la República, Eduardo Santos, al escultor Luis Pinto Maldonado.

Tanto en el proyecto de Rother como en el de Amorocho, el lugar de ubicación de la estatua resultaba crucial, por lo que es interesante cotejar la visión de uno y otro arquitecto a este respecto. En el caso de Rother, la ubicación de la estatua, a un costado del edificio de la Facultad de Derecho, inicialmente parecería desarticulada del resto del campus. Sin embargo, en el libro que Hans Rother escribiera sobre la obra de su padre, aclara la intencionalidad de esta ubicación:

Rótulo de la obra de ubicación de la estatua de Santander en la Plaza Cívica. Proyecto y dibujo Arqu. Luz Amorocho, 13 de julio de 1973. Archivo Histórico de la Universidad Nacional de Colombia.

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Oficina de Planeación. División de Programación Física. Obra: Ubicación de la estatua de Santander en la plaza Cívica. Proyecto: Arq. Luz Amorocho, 13 de julio de 1973. Archivo Histórico de la Universidad Nacional de Colombia.

Detalle “Ciudad Universitaria. Planos urbanísticos 1936-1940, 1965-1969 que señalan los tres lugares donde estuvo la estatua de Santander”. Nótese que, en esta superposición de planos, se afirma que el año de ubicación de la estatua en la plaza Che es 1965. Oscar Posada Correa, Santander en la escultura de Pinto Maldonado (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Artes, 2009, 37).

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Leopoldo Rother diseñó el pedestal y una plazoleta en la confluencia de las calles 26 y 45. De este modo, en el futuro, el monumento se hallaría ubicado frente al aula máxima de la Universidad, con vista desde la explanada central.13

Desde 1968, y de acuerdo con las obras del Plan Cuatrienal, se había planeado que la ubicación de la estatua de Santander estaría a la entrada de la universidad por la calle 45. Sin embargo, Luz Amorocho revirtió esta decisión y decidió, en 1973, cambiar su ubicación al nuevo corazón de la universidad: la plaza cívica, hoy plaza Che. Esta decisión revela la conciencia del significado de la figura de Santander para la institución, así como de la importancia estratégica que suponía la ubicación de este símbolo dentro del campus.

La decisión de Amorocho siguió una pauta equivalente a la de Leopoldo Rother, pues ubicó la estatua en un espacio igualmente simbólico, como lo es la plaza central, pero sobre todo con la misma importancia geográfica. Al revisar el plano donde se superponen una y otra ubicación, elaborado por el arquitecto Oscar Posada en su libro Santander en la escultura de Pinto Maldonado, se aprecia cómo Rother y Amorocho coinciden en seleccionar como lugar idóneo para ubicar la estatua de Santander la plaza y/o explanada central del campus de la ciudad universitaria. Esta ubicación, al día de hoy, correspondería al costado occidental de la plaza Francisco de Paula Santander.

En un sentido más amplio, instalar una escultura en el espacio público no es tan solo un acto estético y arquitectónico; es, sobre todo, un acto político que establece un discurso sobre los valores de una institución frente a la sociedad, una narrativa que simboliza un mensaje a través de un gesto artístico. Es por ello que la instalación de la estatua de Francisco de Paula Santander en la plaza cívica, por parte de la arquitecta Luz Amorocho, entraña una doble visión: por una parte, plantea una lectura sobre el carácter arquitectónico que implica la intervención de un espacio público de carácter moderno, a través de la instalación de una obra de arte del siglo XX; y, por otra parte, abre la discusión sobre el carácter político que suponía, para 1973, la decisión de situar un símbolo del poder en la entonces plaza cívica, hoy plaza Che.

Con respecto al carácter arquitectónico de esta intervención, es importante destacar la fina lectura que Amorocho hizo del paisaje del centro cívico y los

13 Citado por Oscar Posada Correa, Santander en la escultura de Pinto Maldonado (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Artes, 2009, 36).

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Pedestal y estatua de Santander en la fachada del Centro Cívico de la Universidad Nacional, s. f. Arq. Luz Amorocho (atribuido). Archivo Histórico de la Universidad Nacional. cerros Orientales de Bogotá, para decidir el lugar de la estatua del general Santander. La ubicación estaba descentrada del núcleo geográfico de esta explanada, para evitar una monumentalidad innecesaria y ceder el espacio central de la plaza a los protagonistas de la universidad: la comunidad académica. Vista de frente, la estatua tiene como telón de fondo el paisaje de los cerros Orientales; de esta manera, la ubicación establecida subraya una tensión entre el vacío en el que se aprecia la horizontalidad de este paisaje y la verticalidad de la torre de la Rectoría.

De otro lado, vale la pena destacar el sentido de proporción adoptado para el diseño de la base y el pedestal de la estatua. Se trata de una base de escala mesurada, en proporción con el tamaño de la escultura, así como con la dimensión de los edificios que rodean la plaza y, especialmente, en relación con la escala humana. La posición de la obra con respecto al contexto de la plaza abre, sin embargo, la posibilidad de otras lecturas: situada de cara hacia el espacio abierto donde se encuentran las distintas facultades del campus y de espalda a la torre de la Rectoría, la estatua asumía implícitamente una postura de apertura al estudiantado y de negación a la figura de poder que representaba la Rectoría.

En el contexto de otras ciudades universitarias construidas en Latinoamérica, esta intervención siguió las pautas de campus como el de la Universidad Nacional Autónoma de México, el de la Universidad de Río Piedras en Puerto Rico o el de la Universidad Central de Caracas, campus, en los que también se planteó el uso de estatuas en plazas y espacios públicos. Se trataba de una estrategia entonces en boga, en la que arte y arquitectura conformaban un diálogo disciplinar y un modo de dignificar el espacio público, que

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fue frecuentemente aplicada por arquitectos colombianos en proyectos públicos como edificios gubernamentales y sedes de Estado, y que hoy es ampliamente revaluada y controvertida.

Sobre el carácter político que entraña esta intervención de Amorocho, vale la pena citar sus palabras, a propósito de una videoentrevista realizada en 1976, con motivo de la inauguración de otro monumento en un espacio público próximo a la Ciudad Universitaria. Se trataba de la entrega a la ciudad del Ala solar, obra artística del pintor y escultor venezolano Alejandro Otero:

Yo creo que históricamente las ciudades tienen unos hitos, unos puntos de referencia que son estatuas, y que son cosas que se refieren a su historia y a su pensamiento político y a lo que ha significado para ellos el mundo de la ciudad. Este tipo de escultura para mí [Ala solar] es una cosa que no toca afectivamente a la gente, sino que hace referencia únicamente al mundo de la técnica, y no al mundo de la historia y al mundo de las necesidades de un pueblo como el pueblo colombiano.14

Las palabras de Amorocho son elocuente testimonio de una arquitecta cuya madurez le evitó dejarse llevar por los ilusorios vientos de la novedad y del protagonismo propio. Por el contrario, Amorocho asumió una postura sensible y coherente con su intervención en la plaza cívica de la Universidad Nacional que la llevó a preguntarse: ¿qué es lo que puede tocar afectivamente a la comunidad académica de la Universidad Nacional?, y, derivado de ello, ¿qué puede hacer referencia a su historia? De allí se explica la decisión de apelar a uno de los hitos más significativos en la historia de esta institución: la figura del general Francisco de Paula Santander.

La plaza, espacio público por excelencia donde se manifiestan y concretan las expresiones civiles y políticas de los ciudadanos, también ha sido —y sigue siendo— escenario para la puesta de obras y gestos artísticos. En el caso de la Universidad Nacional, la plaza Francisco de Paula Santander o plaza Che —como fue denominada por un grupo de estudiantes hacia 1981— se ha caracterizado a través del tiempo por ser, además, espacio para el diálogo y la disputa de las ideas, un campo de batallas ideológicas cuyas huellas han quedado grabadas en los edificios que enmarcan la plaza y en la plaza misma. Disputas que, en términos generales, han confrontado la visión de la oficialidad y la visión de los estudiantes en diversos asuntos,

14 Intervención de Luz Amorocho en Camila Loboguerrero, dir., El ala solar [documental], 1976, https://www.youtube.com/watch?v=zTZms5jFd5I Acceso al auditorio León de Greiff. Al fondo, el pedestal y la estatua de Santander en la plaza Francisco de Paula Santander. Fotografía de Germán Téllez, en Sociedad Colombiana de Arquitectos, Anuario de la Arquitectura Colombiana, vol. 3 (Bogotá: Editorial Andes, 1974).

Pedestal y estatua de Santander en la plaza Francisco de Paula Santander. Fotografía de Germán Téllez, en: Sociedad Colombiana de Arquitectos, Anuario de la Arquitectura Colombiana, vol. 3 (Bogotá: Editorial Andes, 1974).

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entre ellos, la definición del sentido identitario que tiene esta plaza, este “corazón” de la universidad, al consagrarlo a una u otra figura política. Así, por ejemplo, uno de los edificios que enmarca esta plaza, la Biblioteca Central, denominada así por las autoridades del plantel, vio su nombre transformado por el de Biblioteca Camilo Torres Restrepo, en homenaje a esta figura política cuyos ideales representaron —y aún representan— a un sector de la población estudiantil. Tiempo después, y a propósito de la remodelación de este edificio, las autoridades de la universidad decidieron rebautizar el edificio como Biblioteca Gabriel García Márquez, denominación que un grupo de estudiantes rechazó, por lo que las gráficas alusivas a este célebre escritor colombiano fueron retiradas y en su lugar fue dibujada nuevamente la imagen de Camilo Torres.

Las disputas que se han producido en esta plaza no se han limitado, sin embargo, a la alteración de los nombres que identifican sus edificios. El uso de los espacios arquitectónicos también fue motivo y causa de otras diferencias: la otrora torre de la Rectoría, en la que se encontraban las oficinas de los principales dirigentes de la universidad, incluida la del rector, se vio obligada a desterrar sus oficinas hacia el edificio Uriel Gutiérrez, ubicado en la periferia del campus, debido al constante asedio que suponían las protestas de estudiantes, trabajadores y otros ciudadanos en esta plaza cívica.

La estatua de Santander correría la misma suerte. Instalada en 1973 dando así nombre oficial a la plaza cívica —en adelante, y hasta el día de hoy, plaza Francisco de Paula Santander—, la estatua fue separada de su pedestal por un grupo de estudiantes tres años después de su instalación. Este acontecimiento es relatado por la profesora y maestra en artes plásticas María Esther Galvis, a propósito de su tesis titulada: “La plaza”:

En el año de 1976, más precisamente el 8 de octubre alrededor del mediodía, se dieron cita algunos estudiantes en la Plaza Central para conmemorar el día del guerrillero heroico en homenaje a la muerte del Che Guevara sucedida en las selvas de Bolivia el 8 de 0ctubre de 1967, nueve años antes. Después de los discursos propios del momento y llevados por la efervescencia de la lucha revolucionaria liderada por el Che Guevara, quien ya era visto como un ídolo y una leyenda para las juventudes revolucionarias especialmente en Latinoamérica, un grupo de estudiantes enlazaron la escultura del General Santander. La escultura cayó al piso y fue arrastrada con una grúa hasta el puente peatonal de la calle 26, de donde fue colgada por varias horas hasta que el General perdió la cabeza y cayó al pavimento en dos fragmentos. La estatua fue recuperada por la policía como botín de guerra y hoy en día,

Base y pedestal sin la estatua del general Santander, s. f. Plaza Che, Universidad Nacional de Colombia. Fondo Manuel H., Colección Museo de Bogotá, reg. 12167.

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restaurada, preside la plaza ceremonial de la escuela de Policía General Santander en Bogotá.15

Eliminado el símbolo que representaba la estatua, quedaron una base y un pedestal que sostuvieron un vacío fantasmal por más de ocho años. La ruina perduró hasta 1984, como testimonio de la disputa entre la oficialidad y el estudiantado, y con la que se ponía en tela de juicio la pertinencia de nombrar este espacio como plaza Santander. El vacío se suplió, en parte, con el gesto que en 1981 tuvieron los hermanos Rafael y Samuel Sanjuán al pintar en la fachada del Auditorio León De Greiff la figura de Ernesto “Che” Guevara, un gesto que tuvo gran eco en los estudiantes y que trascendió a la resignificación del nombre de la plaza, ahora denominada plaza Che. En tiempos más recientes, una nueva generación de estudiantes consideró que la figura del Che era ya obsoleta en la representación de sus ideales, razón por la cual, hacia 2016, añadieron a esta figura la imagen del periodista Jaime Garzón.

De esta manera, la plaza central de la Universidad Nacional ha actuado como lienzo de un eterno palimpsesto, en el que se han superpuesto capas sobre capas de una misma historia, en un mismo esfuerzo por encontrar una identidad institucional, con la que se establezca un pacto entre la vocación pública de la institución y el significado de los tiempos. En este sentido, la

15 María Esther Galvis, “El general Santander en la Universidad Nacional de Colombia”, Universidad Nacional de Colombia, Biblioteca Virtual Colombiana, consultado el 4 de agosto de 2021, https://www.humanas.unal.edu.co/bvc/exhibits/show/el-general-santander-y-la-univ

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Plaza de acceso al auditorio León de Greiff por la calle 45. Planta. Proyecto: Arqs. Luz Amorocho, Ricardo Bernal y Edgar Burbano, 26 de septiembre de 1973. Archivo Histórico de la Universidad Nacional.

Plaza de acceso al auditorio León de Greiff por la calle 45. Planta. Proyecto: Arqs. Luz Amorocho, Ricardo Bernal y Edgar Burbano, s. f. Fuente: Colección Museo de Bogotá, reg. 12166.

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intervención de Amorocho constituyó la primera página de esta historia, de este palimpsesto.

Finalmente, es importante aclarar que, si bien la autoría del proyecto de ubicación de la estatua de Santander corresponde efectivamente a la arquitecta Luz Amorocho, no es claro si la decisión de situar la estatua en la plaza también fue de ella. Me explico: en arquitectura es común que muchos proyectos arquitectónicos sean antecedidos por decisiones políticas, tomadas por instancias directivas de las instituciones que encargan a un profesional su desarrollo. En el caso de Rother, la instalación de la figura de Santander en el campus se produjo a solicitud del entonces presidente de la República, Eduardo Santos. Por lo tanto, cabe suponer que, en el caso de Amorocho, pudiera existir una solicitud de las directivas de la universidad en este mismo sentido. Sin embargo, en el caso de la instalación de la estatua de Santander, no se encontró en los archivos documento alguno que corroborara esta hipótesis.

Complemento de esta intervención en la plaza Che fue el diseño de la plaza que daba remate a la entonces entrada vehicular de la universidad por la calle 45, una plaza de pequeña escala que, hasta el día de hoy, precede la entrada peatonal a la plaza Che. Este proyecto de espacio público fue realizado en colaboración con el arquitecto Ricardo Bernal y con el entonces compañero de estudios de Luz Amorocho en la Facultad de Arquitectura, el arquitecto Edgar Burbano.

Confinar el campus. Cerramiento perimetral de la Ciudad Universitaria (1977)

En el contrato laboral de Amorocho, una de sus primeras funciones era la de elaborar un censo de las edificaciones que integraban el campus de la universidad. La siguiente de sus obligaciones estaba orientada a: “Formular de acuerdo con los resultados de las investigaciones efectuadas, las normas urbanísticas para la mejor interacción de la Ciudad”16 . Esta doble visión de la planeación física, entre lo arquitectónico y lo urbano, explica la injerencia de Luz Amorocho, ya como directora de la Oficina de Planeación, en estos dos campos.

16 Contrato laboral n.o 88 de 1967.

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A las deficiencias en las infraestructuras arquitectónicas de la universidad, que empezaron a atenderse mediante la construcción de las obras del Plan Cuatrienal de Desarrollo, se sumaba la preocupación ya mencionada de las directivas por el acontecer y la seguridad de estudiantes y profesores en los espacios públicos del campus, cuestión que obligaría a reformular los postulados básicos de la ciudad universitaria, en el campo urbanístico en los años setenta.

Desde sus orígenes, la Ciudad Universitaria fue concebida por sus autores (Rother y Karsen) como un campus abierto e integrado a la ciudad, un parque urbano cuyo perímetro se articularía con el crecimiento futuro de la urbe. Es importante señalar que en ese entonces (1936) el lote destinado a la Ciudad Universitaria era un vacío sin ningún tipo de desarrollo urbano, ubicado en la periferia occidental de Bogotá. De allí que el proyecto de Rother y Karsen apenas contemplara conexiones viales por el costado oriental del campus (calles 45 y 26), sin poder prever el futuro crecimiento y su articulación urbana con los costados sur, occidente y norte del proyecto. Así, la lectura de este proyecto desde sus planos arquitectónicos originales semejaba, en principio, una península, una porción de tierra aislada de su entorno, salvo por uno de sus costados.

En términos funcionales, la Ciudad Universitaria cumplía con muchos de los parámetros para adoptar tal denominación, pues al estar distante de áreas urbanizadas, se preveía que sus habitantes (estudiantes y profesores) ocuparan esta ciudad las veinticuatro horas del día. Ello explica que dentro del campus se proyectara —y en parte se construyera— un programa que incluía: viviendas, servicios de enfermería, iglesia, restaurante, estación de buses, jardines infantiles, áreas recreativas con piscinas y centros deportivos, además de todos los edificios educativos y administrativos, es decir, una ciudad autónoma en sus funciones y servicios, separada de la ciudad consolidada, y de los hechos urbanos característicos de la Bogotá de los años treinta.

Es por ello que, en sus inicios, el campus de la Universidad Nacional aparecía como un hecho urbano ajeno al contexto de la ciudad, una península cuyos bordes estaban delimitados por vías circunvalares que, como en una isla, envolvían y definían sus fronteras. Sin embargo, esta no era la intención de sus proyectistas; por el contrario, la idea era que, con el tiempo, esta morfología urbana de campus abierto se fuera conectando e integrando con la ciudad futura. Empero, decisiones de índole política y de planeación urbana dificultaron tal integración: vías de gran impacto, como la avenida El Dorado, la avenida 30 y la calle 53, actuaron como barreras físicas que enfatizaron el

Ciudad Universitaria, plano general. Témpera sobre papel, 1937. Leopoldo Rother. Fotografía de Carlos Lema, IDPC, 2019.

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carácter aislado del campus en tres de sus cuatro costados, lo que dificultaba su integración con su contexto inmediato y subrayaba una condición de contraste con el entorno que crecía alrededor de la Ciudad Universitaria.

Por otra parte, la construcción de porterías en la calle 45 y en la calle 26, es decir, la construcción de espacios desde donde “un portero vigila la entrada y salida de personas” (como las define el diccionario de la Real Academia Española [RAE]) en un campus abierto revela la necesidad simbólica de contar con hitos que evidenciaran un límite formal entre la Ciudad Universitaria y la ciudad edilicia.

Por ello, el cerramiento del campus de la Universidad Nacional, realizado en 1977 bajo la dirección de Luz Amorocho, como directora de la Oficina de Planeación Física, deriva en una acción, si bien no consecuente con el proyecto original de Rother y Karsen, sí acorde con la realidad urbana y política de ese momento. Los diferentes sucesos que dieron pie a esta decisión se explican de manera detallada en la tesis de maestría titulada: “Bordes de la Ciudad Universitaria de Bogotá: articulación y desarticulación de su contexto

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Plano de 1938. Bogotá, 1938. Litografía. Secretaría de Obras Públicas, Fondo Cartográfico. Colección Museo de Bogotá, reg. S919.336

Detalle plano de 1938. Bogotá, 1938. Litografía. Secretaría de Obras Públicas, Fondo Cartográfico. Colección Museo de Bogotá.

Detalle vista aérea de la Ciudad Universitaria, 3 de marzo de 1938, Bogotá. Aerofotografía pancromática n.o 096, IGAC, vuelo A-1.

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urbano”17, sucesos que principalmente tienen que ver con el fenómeno de inseguridad que se estaba presentando dentro del campus desde los años sesenta y cuyo momento culmen se alcanzó en 1977 cuando:

El 5 de mayo una concentración de trabajadores en huelga retiene al rector en la Torre Administrativa, frente a la Plaza Central, con la idea de presionarlo para que ceda ante sus exigencias. Este solo puede abandonar la sede administrativa hasta horas de la noche, cuando la Policía Militar logra controlar el mitin y dispersar a la multitud de protestantes. Por tal motivo, el rector Osmar Correal Cabral presenta su renuncia en el Consejo del 06 de Mayo alegando, además, que la situación en la Universidad Nacional es insostenible y que no hay colaboración efectiva para poder resolver los diferentes problemas que se presentan.18

El 21 de junio de 1977, una vez posesionado el nuevo rector de la universidad nacional, Dr. Emilio Aljure, solicitó al síndico de la universidad y posteriormente a la Oficina de Planeación:

adelantar un estudio acerca de medidas de tipo preventivo de la seguridad en la Ciudad Universitaria, tales como racionalización de parqueaderos, barreras móviles para control de ingreso de vehículos, la posibilidad de construir una valla que aísle la Ciudad Universitaria y permita darle seguridad a los edificios y a las instalaciones así como a los estudiantes, profesores y funcionarios.19

Como se explica en la tesis de Hernández, en el mes de julio de 1977, los arquitectos Luz Amorocho y Ricardo Bernal y el ingeniero Galo Clavijo presentaron ante el Consejo Superior de la universidad los proyectos sobre el cerramiento del campus. En la reunión, la arquitecta Amorocho explicó los estudios, costos y tiempos de ejecución. Resultado de esta presentación fue la Resolución 171 de 1977, por la cual el Consejo Superior “autoriza a la Oficina de Construcciones, para que inicie los trámites de Licitaciones para la construcción del cerramiento de la Ciudad Universitaria, Sede Bogotá”20 .

Sin embargo, y de acuerdo con lo expresado por la misma Luz Amorocho en su monografía sobre la planta física de la universidad Nacional: “Tanto el

17 Jorge Alberto Hernández, “Bordes de la Ciudad Universitaria de Bogotá: articulación y desarticulación de su contexto urbano” (tesis de Maestría en Historia y Teoría del Arte, la Arquitectura y la Ciudad, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2014). 18 Hernández, “Bordes de la Ciudad Universitaria de Bogotá”, 52. 19 Acta de Consejo Superior de la Universidad Nacional n.o 19 del 12 de julio de 1977, 3. 20 Acta de Consejo Superior de la Universidad Nacional n.o 20, del 19 de julio de 1977, 3

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cerramiento general, como todas las demás casetas, fueron proyectas [sic] por el Arquitecto Ricardo Bernal (Planeación) en dos periodos: 1977 y luego, para reemplazar las demolidas, en 1978/1979)”21. Es por ello que si bien esta obra —que para fortuna o desatino— ha signado el carácter del campus de la universidad durante los últimos 44 años, se produjo durante la dirección de Luz Amorocho en la oficina de Planta Física, el diseño no lleva su firma, ni es reflejo de su pensamiento y convicción como arquitecta. Por el contrario, en las primeras páginas de su libro, específicamente en el apartado titulado “La Ciudad Universitaria de Bogotá. Descripción general y específica”, Amorocho manifiesta su posición frente a esta obra cuando afirma:

El cerramiento construido a lo largo del perímetro de los terrenos mencionados indicaba, sin ningún equívoco, el carácter privado del recinto universitario, al cual había que acceder por dos entradas, para cuya vigilancia se construyeron sendas porterías.22

Es imposible dejar de notar en este apartado el dejo de ironía que entraña esta descripción del campus por parte de Amorocho. Que el más importante de los centros educativos públicos del país no solo se autoimponga un confinamiento que le aísla de la ciudad y los ciudadanos, sino que además asuma con esta frontera artificial un carácter privado, es una cuestión que hasta la fecha ha sido rebatida sin éxito por los distintos planes de ordenamiento con los que se ha buscado retornar el campus a su estado original. En todo caso, es importante señalar que la no integración de la Ciudad Universitaria con el contexto circundante ha contribuido —sin proponérselo— a conferirle al campus una identidad diferenciada en la ciudad de Bogotá. La pretendida unidad arquitectónica de la Ciudad Universitaria, que no se logró por medio de la reiteración de edificios blancos de cubiertas inclinadas y ventanas corridas, se acabaría logrando por medio de la idea de enclave, de isla utópica dentro de la cual día a día se forja en medio de una autonomía, libre de la presencia de la fuerza pública, una realidad —otra—, que hasta el día de hoy caracteriza y le da un sentido propio a la Universidad Nacional de Colombia.

21 Amorocho, Universidad Nacional de Colombia. Planta física 1867-1982, 97. 22 “La ciudad universitaria de Bogotá. Descripción general y específica”, en Amorocho, Universidad Nacional de Colombia. Planta física 1867-1982, 21.

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“¡Peligro! Realidad del otro lado”. Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, portería y cerramiento sobre la calle 26. Google Earth Pro, 2013.

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