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LA ARQUITECTA DE LA VANGUARDIA COLOMBIANA Utopías de ciudad en Proa

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Diego Romero

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1946, año en que Luz Amorocho entró al mundo profesional como arquitecta graduada, fue también el año del nacimiento de Proa. Esta revista reunió al círculo intelectual de la vanguardia arquitectónica en Colombia, “un grupo de jóvenes arquitectos que, en los años 40 y 50, tuvieron enormes pretensiones de cambiar el mundo”1. En su fundación participaron, junto a Carlos Martínez, Manuel de Vengoechea y Jorge Arango Sanín: esta tríada estuvo vigente en los tres primeros números de la revista; en los números posteriores, estuvo exclusivamente Carlos Martínez como director y editor, cargo en el que permanecería hasta 1976.

Carlos Martínez, quien fuera uno de los más importantes arquitectos y urbanistas bogotanos de las décadas centrales del siglo XX, estudió bachillerato en el Instituto Técnico Central, donde obtuvo un título menor de ingeniero. Luego viajó a París, y allí consiguió el título de arquitecto en la Escuela Especial de Arquitectura, y de ingeniero-arquitecto en la Escuela Nacional de Obras Públicas. Después estudió Urbanismo en el Instituto de Altos Estudios Urbanos de París: allí se convertiría en un lecorbuseriano militante, acérrimo defensor de las ideas, los métodos y la estética funcionalistas. Después de su interesante y parisino periplo estudiantil, regresó a Bogotá en 1934 y, en ese mismo año, fue elegido el primer director de la recién creada Sociedad Colombiana de Arquitectos. Su ímpetu y su reconocimiento social lo llevaron a ser, brevemente, en 1938, el tercer decano de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional, después de Guillermo Herrera Carrizosa y Arturo Jaramillo Concha; sin embargo, tuvo que abandonar el cargo tras ser objeto de misteriosas acusaciones. Pese a este aún enigmático suceso, permaneció en la facultad para convertirse en uno de los profesores que más influirían, tanto académica como personalmente, en la educación de la joven Luz Amorocho.

En la tensión que se vivía en la Facultad de Arquitectura entre las formas historicistas y los planteamientos racionalistas, Carlos Martínez fue un abanderado de la vanguardia del movimiento moderno como decano y como profesor.

1 Silvia Arango, “La generación PROA”, Proa 404, 1991, 32.

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Edgar Burbano, Franz Tobón, Luz Amorocho, Enrique García, Carlos Ebratt y Alfonso Cuervo, en la Ciudad Universitaria, con la ¿maqueta? de la tesis publicada en el primer número de Proa. Archivo fotográfico personal de la familia Amorocho, Federico Durán.

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En ese sentido, Proa se convirtió en el manifiesto de vanguardia de la estética funcionalista y amnésica que impregnaría las mentes de los arquitectos a partir de ese momento, “con el ánimo de incidir en la orientación del crecimiento vertiginoso y desordenado de las ciudades colombianas”2. Al mismo tiempo, la revista era un manifiesto contra todo lo que pareciera antiguo (la arquitectura republicana o las ideas del city beautiful de Karl Brunner). En esencia, Carlos Martínez representaba a una nueva generación que reaccionaba contra los postulados de la generación inmediatamente anterior, como sucede en el edípico devenir de la historia.

Justamente, en agosto de 1946, en el primer número de Proa, se publicó la tesis de arquitectura que Luz Amorocho presentó a finales de 1945: el estudio de la renovación del barrio Belén, una parte alta del sur bogotano del momento. Carlos Martínez fue el director de esta tesis, llevada a cabo durante el tiempo en el que Karl Brunner se ausentó de la ciudad. Como director, plasmó su carácter vanguardista de dos formas en la aún corta historia de la facultad: el proyecto de Luz Amorocho fue la “[p]rimera tesis de urbanismo y arquitectura”3, y también, por primera vez en la facultad, se hicieron trabajos de grado en grupos. El grupo de la tesis publicada estaba conformado por Luz Amorocho, Edgar Burbano, Franz Tobón, Enrique García, Carlos Ebratt y Alfonso Cuervo.

Por décadas, el barrio Belén fue considerado como una de las insalubres y antihigiénicas periferias orientales de la ciudad y, de esta manera, era uno de los lugares donde se podían aplicar las ideas de la arquitectura y el urbanismo funcionalista para transformar radicalmente la imagen de la ciudad y, con ella, su contenido social, cultural y económico. Este proyecto estaba incluido en el artículo “Para que Bogotá sea una ciudad moderna”, una serie de reflexiones sobre las condiciones favorables que tenía la ciudad para su devenir desde la perspectiva de Proa: ser demolida en su totalidad. Afirmaciones tan decididas y contundentes como “Pero Bogotá es una ciudad de TIERRA y esta consideración no debe limitar nuestro entusiasmo cuando iniciemos su arrasamiento y demolición definitiva”4 que, vistas en perspectiva, resultan ciertamente desconcertantes, dan cuenta de ese espíritu optimista y transformador que expresaba la vanguardia arquitectónica

2 Hernando Vargas Caicedo, “De tranquilas aldeas a animados centros fabriles y comerciales”, en Mensajes de modernidad en la revista Proa. Publicidad en contenidos y pauta, 1946-1962 (Bogotá: Universidad de los Andes, 2020), 30. 3 Edgar Burbano, “Memorias de un estudiante de provincia”, en 50 años de arquitectura, por Eduardo Angulo (Bogotá: Editorial Universidad Nacional, 1986), 93. 4 “Para que Bogotá sea una ciudad moderna”, Proa 1, 1946, 21.

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del momento. Y esto es lo que planteaba la tesis de Luz Amorocho: una serie de bloques racionalistas de vivienda, con algunos equipamientos de geometría contrastante, insertos en un nuevo trazado determinado por grandes espacios abiertos a partir de una operación de tabula rasa. Este proyecto planteaba una nueva imagen de ciudad dos años antes de la visita de Le Corbusier que, según la misma Luz Amorocho, más allá del ímpetu que provocó en una generación de jóvenes arquitectos, ni quitó ni puso nada a la profesión en Colombia. En Proa se publicaba una operación análoga a las formas que, algunos años después, se propondrían en el Plan Piloto.

La aparición de esta tesis en el primer número de Proa permite enunciar dos conclusiones. La primera: Luz Amorocho fue una de las representantes del movimiento moderno en Colombia, pues no solo profesaba ese espíritu optimista con fuerte convicción en su juventud, sino que la vanguardia del movimiento moderno incluía, justamente, a la primera arquitecta del país5. La segunda es que haber publicado los trabajos de grado de los estudiantes de 1945 en este artículo no es tampoco gratuito: la esperanza que se tenía en las nuevas generaciones de arquitectos de la Universidad Nacional para construir la ciudad futura, en función de ideas optimistas y ciertamente ingenuas, era parte de ese mismo optimismo que impregnaba cada una de las páginas de la revista.

En la década de los noventa, Luz hizo la siguiente referencia al mencionado episodio:

Cuando miro desde esta distancia, me parecen enternecedoras —no encuentro otra palabra— la apertura, la generosidad, la increíble juventud y la libertad de espíritu de las que dio pruebas desde su fundación con Carlos Martínez esta revista —nuestra revista— cuando, sin pensarlo dos veces, prefirió ocupar no pocas páginas de sus números iniciales en mostrarles a los arquitectos de la época (algunos con cara de ingeniero) esos primeros “pinitos” de unos cuantos pichones de la profesión, antes de servir de trompeta de la fama de valores seguros.6

En el tercer número de Proa, también en 1946, se publicó el proyecto de renovación “Bogotá puede ser una ciudad moderna: reurbanización de la

5 En los primeros números de Proa, se publicaron anuncios publicitarios de Cardozo y Wells, una empresa de materiales de construcción propiedad de Alicia Cardozo y Norah Wells, graduadas de la Escuela de Decoración, previa a la Facultad de Arquitectura, y amigas de Carlos Martínez. Alicia Cardozo fue, además, administradora de la revista. 6 Luz Amorocho, “Carlos Martínez, PROA y nosotros”, Proa 404, 1991, 26.

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plaza central de mercado y de las 16 manzanas vecinas”, elaborado por los arquitectos Carlos Martínez, José J. Angulo, Enrique García7 y Luz Amorocho. Esta zona del mercado se había convertido, en la década de los cuarenta, en uno de los lugares con la peor connotación en el centro de la ciudad; aparecía en un gran número de fuentes escritas como un “lugar infecto” (en términos del urbanismo higienista de comienzos del siglo XX), entre otras razones, por la presencia de formas culturales vinculadas a un pasado rural. La publicación de este proyecto, que estaba empapado del ímpetu que suponía la inminente construcción de la 10.ª, implicaba la continuación de las reflexiones sobre el necesario futuro moderno de Bogotá del primer número de la revista. Con la demolición del vetusto trazado de origen colonial, se buscaba valorizar el centro de la ciudad —en términos monetarios— a través de otra operación de tabula rasa para construir una serie de barras habitacionales dispuestas en amplios espacios abiertos, de forma análoga a como se había planteado en la tesis de Luz Amorocho. En este proyecto, sin embargo, se hacía explícito el tipo de personas que debían habitar este sector de la ciudad: clase media trabajadora, propietaria, que hace la compra en modernos almacenes y tiene tiempo para disfrutar al aire libre.

Para la generación de Proa, la arquitectura nueva solo se podía hacer en situación de tabula rasa: esto implicaba una profunda convicción de la posibilidad de transformar la sociedad —localizada históricamente, en cualquier caso— a través de la construcción de una nueva arquitectura, un nuevo contenedor de modernas formas de vida. Si bien la superficie de esa modernidad era su dimensión plástica y estética, el fondo consistía en la construcción de una sociedad moderna a través del cambio de la forma de la ciudad: una particular relación entre forma y contenido que, finalmente, la historia se encargaría de refutar. Si bien este proyecto no se llevó a cabo, sí se logró, en 1954, la demolición y aparente desaparición de la plaza central de mercado, que había estado en este lugar desde 1863, con la consecuente persistencia de imágenes de connotación negativa que permanecen hasta nuestro tiempo.

Por la misma cercanía con los directores de Proa, Luz trabajó en la oficina de Jorge Arango Sanín8 en el proyecto para el Country Club9, donde estuvo

7 José J. Angulo y Enrique García se graduaron de Arquitectura, junto con Luz Amorocho, en diciembre de 1945. Este proyecto es, sin duda, una continuación del trabajo que Carlos Martínez había iniciado en la dirección de la tesis de estos jóvenes arquitectos. 8 Amorocho, “Carlos Martínez, PROA y nosotros”, 26. 9 En el concurso para la construcción del Country Club, Jorge Arango Sanín obtuvo el primer puesto y Obregón y Valenzuela el segundo. Las directivas del club pidieron a los arquitectos unir esfuerzos para elaborar un proyecto definitivo en conjunto. Muestra del contraste entre el tejido histórico de la ciudad y el nuevo tejido funcionalista que se propone. Proa 3, 1946, 20.

Con la oración “Arquitectura funcional para los espíritus jóvenes” se hace explícito el carácter vanguardista de esta propuesta. Proa 3, 1946, 21.

Transformación de la parte alta del barrio de La Candelaria en edificios para empleados. Arquitectos de la promoción de 1945 (entre ellos, Luz Amorocho). Proa 1, 1946, s. p.

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La parte alta del barrio de Belén transformada en edificios de vivienda colectiva y vista de conjunto de los edificios destinados a empleados Arquitectos de la promoción de 1945 (entre ellos, Luz Amorocho). Proa 1, 1946, s. p.

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antes de entrar al Ministerio de Obras Públicas (MOP)10. A su vez, en los números 14 y 15 de Proa, de 1948, apareció la reseña su trabajo para el proyecto de reconstrucción de Tumaco llevado a cabo en el MOP y del cual se hablará más adelante en este capítulo. La perspectiva de tabula rasa para el caso bogotano contrasta con el proyecto de nueva planta que se hizo para Tumaco donde, principalmente, se estaba urbanizando de ceros la isla del Morro. Proa publicó el inicio y el final del ciclo profesional de Luz como arquitecta, pues fue también en esa revista donde se editó, en 1982, antes de jubilarse, la monografía sobre el estudio de la historia de la planta física de la Universidad Nacional.

Proa fue un indicador de la transformación de las ideas de la arquitectura en Colombia durante la segunda mitad del siglo XX; incluso, las vanguardistas ideas del alguna vez incendiario Carlos Martínez se modificaron junto con las de su revista. De una exaltación de la tabula rasa del movimiento moderno, se pasó a la campaña "Para salvar nuestro patrimonio arquitectónico nacional", que se incluiría en décadas posteriores en varios números de la publicación. A su vez, Carlos Martínez se dedicaría a estudiar a profundidad la historia de Bogotá, y Luz Amorocho, en 1976, después de inaugurarse la escultura Ala solar en la avenida El Dorado, criticaba la presencia de esta obra en el espacio de la ciudad en el documental homónimo de Camila Loboguerrero. Según ella, la escultura no hacía referencia a la historia de la ciudad y, por tanto, no permitía la construcción de vínculos afectivos con sus habitantes. Es notorio el contraste con las ideas que se publicaban en Proa durante la década de los cuarenta.

La participación de Luz Amorocho en Proa, recién graduada de la universidad, la ponía en el lugar no solo de ser la primera arquitecta en haber obtenido su grado y formación en Colombia, sino también la primera mujer arquitecta de la vanguardia arquitectónica colombiana. Luz Amorocho fue, en ese sentido, parte de la generación de Proa y, como tal, una importante integrante del movimiento moderno en Colombia. ¿Qué más vanguardista que incluir a una mujer en un campo en el que, por regla general, solo trabajaban hombres?

10 Rafael Maldonado, “Está en PROA Luz Amorocho”, Proa 420, diciembre, 1994, 12.

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