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IMAGINANDO A LUZ. CENTRO

Panorámica centro [calles 7 y 11, carreras 6 y 11] / Plaza Central de Mercado. S.F. Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá. JVOR II-158 A

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IMAGINANDO A LUZ. CENTRO El inicio de esta historia

Silvia Arango

En el ejercicio de imaginación sobre la vida de Luz que nos hemos impuesto es necesario esbozar, inicialmente, el lugar que fue el entorno urbano de los años de su niñez, adolescencia y primera juventud: el centro de Bogotá. En la década de los veinte Bogotá todavía era un pueblo. Subsistían los grandes caserones de patio encementado rodeado de flores circunscritas a las macetas. Así era la casa en la que vivió la familia Amorocho-Carreño cuando los hijos eran pequeños y era el patio el centro de la vivienda, el sitio de los juegos de los niños, el que les pertenecía. Afuera, más allá de los altos muros, se extendían casas similares, de uno o dos pisos, en calles rectas, juiciosamente ordenadas en manzanas regulares. Los barrios eran tranquilos y silenciosos, las familias se conocían y saludaban cuando se cruzaban en las tareas cotidianas de ir a comprar alimentos al mercado o a las tiendas. Muchos pequeños talleres de distintos oficios se localizaban dentro de las mismas viviendas, lo que reforzaba la comunidad familiar que estaba constantemente reunida. El bullicio se concentraba solo en las dos carreras comerciales: la carrera 7.ª, en su trayecto entre la plaza de Bolívar y la de Santander, donde además estaban las principales iglesias, y la carrera 8.ª, con un comercio nacional o importado, que variaba de cuadra en cuadra, y ofrecía diversos artículos de ferretería, ropas, sombreros, misceláneas y objetos para el hogar.

El paisaje urbano del centro comenzó a estremecerse a finales de la década y durante la siguiente, con la profusión impetuosa de nuevas construcciones en piedra y cemento en los llamados “palacios”, como el de Justicia, el de la Gobernación o el de Correos. Distintas instituciones educativas, bancarias, hoteleras o gubernamentales también alzaron las arquitecturas dignas de una capital, aprovechando la transitoria bonanza de la indemnización por Panamá y los préstamos bancarios. Grandes obras urbanas, como la apertura de trincheras para el acueducto, la extensión de los rieles de los tranvías, la pavimentación de las calles o la apertura de la avenida Jiménez daban a la ciudad esa apariencia de estar constantemente en obra, en proceso de construcción. Imaginamos a la niña Luz mirando con asombro, y posiblemente admiración, esa ciudad efervescente que se transformaba ante sus ojos, convirtiéndose de cenicienta en princesa. A lo mejor huyendo de estas mutaciones urbanas, cuando Luz era una adolescente, la familia se mudó al barrio de Las Nieves, más calmado y residencial, pues conservaba formas

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de vida tradicionales en casas de patio, aunque construidas recientemente. Las Nieves era una especie de suburbio del centro que giraba en torno a la plazoleta de Caldas, entronizada por la otrora iglesia colonial, pero recién reconstruida por Arturo Jaramillo, y limitado hacia el norte por los grandes parques de la Independencia y el Centenario, donde se podía pasear en un ambiente bucólico y respirar aire puro. Las Nieves fue el destino que muchas familias de clase media tomaron en su primer éxodo del centro en los años treinta, mientras que los más pudientes se alojaban en los grandes caserones que se alzaban en barrios un poco más al norte, en Teusaquillo o La Magdalena.

Puede pensarse que la infancia y la adolescencia de Luz Amorocho fue feliz. En un hogar sólido que se extendía en las ramificaciones de abuelos, tíos y primos, estaba cobijada por un entorno amoroso. Creció con sus dos hermanos y su hermana sin sentir una distinción entre unos y otra, pues el librepensamiento de sus padres le proporcionó un panorama abierto de posibilidades y todos trabajaban en la fábrica familiar de muebles de mimbre.

El intercambio intelectual se hacía en las discusiones alrededor de la mesa, las cuales eran permanentes e interesantes. Allí había total libertad […] En mi casa

Las Nieves por Guillermo Mendoza Torres. Aportante: Camilo Mendoza Laverde. 21 de mayo de 1948. Álbum Familiar de Bogotá, Colección Museo de Bogotá, reg. 5875.

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Avenida Jiménez en obra. S.f. Fondo Saúl Orduz, Colección Museo de Bogotá, reg. 17024.

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hubo poca plata pero muchos libros. Hubo mucha apertura de pensamiento; había que estudiar y punto.3

Podemos imaginar esas intensas conversaciones de sobremesa que giraban en torno a temas políticos, siempre de manera crítica, a los eventos nacionales e internacionales, a las lecturas que estaban haciendo los distintos miembros de la familia o a la importancia de la educación y la cultura para lograr la libertad personal. Como ese estimulante ambiente familiar era su mundo cotidiano, solo mucho después Luz se daría cuenta de lo excepcional que era y del privilegio que significaba haber contado desde su niñez con una base tan sólida de valores para la vida.

Luz iba regularmente al colegio donde estudió la primaria y, como estaba en las inmediaciones, podía ir a pie con sus hermanos. En el colegio se distinguió por ser despierta, inteligente e indisciplinada. Tenía facilidad para todas las materias, especialmente para las matemáticas. Su bachillerato lo inició en Manizales, por una decisión que Luz seguramente no acababa de comprender, cuando la mandaron sus padres a estudiar durante tres años en el colegio de la Normal de Manizales que regentaba una hermana de su padre, que era monja. Para la adolescente de doce años fue muy duro el contraste entre el ambiente abierto y libre que vivía en la casa de sus padres y el ambiente cerrado y reglamentado de su experiencia en Manizales, y fue un alivio regresar a su hogar en Bogotá a continuar sus estudios de bachillerato en un colegio del barrio. Su educación formal la completó, imaginamos, en los idiomas (sobre todo el francés), con su padre Marco Tulio, y en la música, con su madre Ana Lucía. Los domingos no faltaba el bogotano paseo al campo con amigos, a hacer piquete entre los árboles a la orilla de algún río. Algunos viajes a Santander, de donde procedían sus padres y donde vivían muchos familiares cercanos, o su viaje a Manizales, rompieron la rutina y ampliaron el mundo de referencia de la joven Luz. Que era necesario estudiar, era algo que se daba por sentado, algo natural:

en mi casa no había esa cosa de que las mujeres no estudiaban, ¡para nada! Era una familia bastante excepcional, la verdad […] allá no había la cosa de que por ejemplo los hombres son los que tienen que estudiar y las mujeres por ahí coser y cosas de esas, ni de riesgo. Al contrario, uno se sentía era presionado […] Sí, mejor dicho, como quien dice “aquí todo el mundo va a estudiar”.

3 “Luz Amorocho. Pionera de las arquitectas colombianas. Una conversación con Circe Sencial”, En Otras Palabras (Bogotá) 5 (junio de 1998 - enero de 1999), 132.

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Porque… yo me acuerdo que una vez me dijo mi mamá “¿es que usted quiere que sus hermanos la mantengan?”.4

En algún momento de finales de los treinta su padre la llevó a visitar el campus que la Universidad Nacional estaba construyendo al occidente de la ciudad y seguramente le transmitió la magia de ese sueño de los liberales en el poder de construir un entorno verde salpicado de edificios blancos para desarrollar una universidad laica con un pensamiento abierto a todas las ramas del saber. Sabía que, en algún momento, ella estudiaría allí, ¿pero qué? Llegó a decidirse por la arquitectura, a pesar de que en su familia no había antecedentes por ese lado, por una mezcla de circunstancias fortuitas y mucha intuición:

mi hermano esta[ba] estudiando ingeniería […] a mí me gustaba dibujar... yo me la pasaba dibujando cosas, bobadas, la señorita vestida de española, y de inglesa... y de no sé qué. O sea, esas cosas... era un juego, pero tenía una cierta habilidad. Entonces, a partir de eso me dijeron: “No, pues ¿por qué no estudia decoración? Es apropiado para una mujer”. En mi casa afortunadamente no había todas esas timbirimbas, pero de todas maneras. Y un día una pariente de mi papá, o hija de un pariente mi papá, que estaba estudiando decoración, fue a la casa y me dijo “pero es una bobada que te metas a decoración, acaban de abrir la Facultad de Arquitectura. ¿Por qué no estudias más bien Arquitectura que es una cosa más seria?”. Es decir, no la acababan de abrir, porque ya hacía como cinco años que la habían abierto, el año que yo entré salió la primera promoción de arquitectos.5

En 1941, cuando supo que estaba admitida en la Facultad de Arquitectura, Luz estaba llena de expectativas. Entrar a la universidad era sobre todo la curiosidad y el pequeño hormigueo de temor que acompaña abrirse a un mundo que ni siquiera se imagina. Todo era nuevo: aunque el campus ya lo había recorrido con su padre, esa era una visita como de turista; ahora tenía el encanto de poder penetrar en sus secretos, en los rincones insospechados de los edificios racionalistas y blancos, recién terminados. Y los compañeros, ¿cómo serían ?, ¿hostiles con una mujer que osaba invadir su mundo?, ¿condescendientes con la mascotica? Y los profesores, ¿se empeñarían en demostrar que ella “no podía”? ¿Le mirarían todos, de soslayo, las piernas?

4 Entrevista inédita grabada por Ana María Pinzón en julio de 2007 y concedida para esta publicación. 5 Entrevista inédita grabada por Ana María Pinzón.

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Ser la única mujer de un curso de veintiséis estudiantes no le producía temor. Las matemáticas, que eran un componente fuerte en la carrera y representaban una gran dificultad para muchos, se le habían facilitado siempre. Las matemáticas, la geometría y la física le habían dado una buena formación en lógica, entre otras muchas cosas, y le sirvieron para desarrollar la cabeza y el criterio. No le importaban los rasgos eventuales de machismo, pero sí la ofendía que alguien pensara que se le hacían concesiones por ser mujer.

Yo me acuerdo que una vez una vieja me dijo: “No, es el colmo, de fulano de tal, un profesor, no sé qué. Yo soy mujer, él ha debido pensar eso y ha debido ponerme mejor nota”. Yo le dije: “Eso dirá usted, pero yo no quiero eso”. […] es que todavía no había habido una evolución interior en las mujeres, no había habido eso, no había habido el momento en que tomaban su vida por los cachos y todas esas niñas salieron, se casaron y no trabajaron. [...] a mí lo que me ofendía era que mis compañeros creyeran que yo me aprovechaba de mi condición de mujer, porque sí lo creían. Que por ser mujer me pasaban, por ser mujer me ayudaban.6

Por eso, también le enfurecía que los profesores pensaran que ella no tenía la misma —o más— capacidad que sus compañeros hombres para hacer los proyectos. En este sentido, ella siempre recordó tres episodios que se le presentaron durante su carrera.

En segundo año teníamos que hacer unos trabajos prácticos los jueves. Entonces uno comenzaba al mediodía y entregaba a las cinco de la tarde. Y yo me quedé… muchos se iban a su casa a trabajar. Yo me quedé en la facultad, porque había mesas desocupadas y trabajando yo en mi proyectico. […] Y afortunadamente había otros también trabajando por ahí. Y me senté, hice mi proyecto, lo terminé y lo presenté. Uno tenía a las cinco de la tarde que entregárselo a un tipo en la facultad que recogía todos los proyectos, y al otro día el profesor los recibía y los calificaba. […] En la próxima clase [el profesor] me dijo: “Pues el mejor proyecto es este, pero usted no lo hizo”, y yo le dije: “¿Cómo que no lo hice?”. Me dijo: “Usted me puede asegurar a mí lo que quiera, pero yo no le creo” […] El hijueputa me dijo eso. A mí se me escurrieron dos lagrimones. Yo le dije: “Pues sí lo hice”, y al tipo le tocó calificármelo. Pero afortunadamente había otros dos o tres que habían estado al mismo tiempo conmigo en ese salón.

En tercer año tuvo como profesor a Bruno Violi.

6 Entrevista inédita grabada por Ana María Pinzón.

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A mí me encantó ese curso y me esforcé y todo eso e hice un proyecto bastante bueno. Entonces viene Violi y me dice “pero este proyecto se lo hizo [no se entiende]”. Yo lo había hecho en mi casa, en el patio en mi casa, porque yo vivía en una casa con patio y tenía mi mesa de dibujo en el patio. Y, entonces, pues esa cosa me pareció tan terrible y tan ofensiva; además, que fuera [no se entiende] el que me había hecho a mí el proyecto ¡A mí me pareció terrible! Entonces le dije: “No, doctor, no, eso no es así” […] después, como yo seguí trabajando con Violi, él se volvió buenísima gente conmigo y muy considerado, y teniéndome mucho en cuenta.

En cuarto año, su profesor “el Negro” Gnecco se atrevió a decirle:

“Su proyecto está muy bueno, pero ese proyecto se lo ayudó a hacer [Pablo] Lanzetta”. Le dije: “¿Lanzetta a mí?, ¿pero usted qué está pensando?, ¿usted es que es bobo?”, le dije al profesor. […] yo ya en ese tiempo estaba muy machita y ya curtidita. Ya no me salían las lágrimas, ¿no? Entonces dijo: “sí, sí, pero no, no…”. La contestación mía fue tan contundente que el tipo tuvo que echar reverso.7

A pesar de estos episodios, Luz reconocía que el ambiente para una mujer era más fácil en Arquitectura que en otras carreras. Por las experiencias que le contaban sus amigas, sabía que ni siquiera los estudiantes de izquierda, a los que Luz llamaba “machistas-leninistas”, lograban superar los prejuicios contra las mujeres que estudiaban en la universidad.

los tipos creían que las mujeres les iban a quitar las posibilidades de trabajo, o algo así. […] Medicina era un infierno para las niñas. Y no digamos en Ingeniería, no dejaban. Miren, yo vi en todos los cinco años que estuve estudiando Arquitectura cómo las niñas que pretendían estudiar Ingeniería los mismos muchachos las sacaban, les hacían la vida imposible.

Para Luz, la vida universitaria fue rica en experiencias, no solo porque adquirió conocimientos profesionales, sino porque la universidad era un lugar de debates y discusiones sobre los acontecimientos del país, con posiciones políticas similares a las suyas. Sus compañeros de estudios eran de distintas procedencias y venían de contextos familiares muy diferentes al suyo. Tal vez por eso, aunque conservó un buen recuerdo de la mayoría de ellos, ninguno se convirtió en amigo cercano.

7 Entrevista inédita grabada por Ana María Pinzón.

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