17 minute read

LA ENSEÑANZA DEL DIBUJO ¿Cómo dibujar el papel de las mujeres en Colombia?

76

William García Ramírez1

Advertisement

Egresada en 1945, a nueve años de fundada la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Colombia, era apenas lógico esperar que esta recién titulada se dedicara durante toda su vida a una de las más evidentes funciones del arquitecto: diseñar y construir edificios; así, tradicionalmente, la obra de un arquitecto —en este caso de una arquitecta— se mediría y ponderaría por la cantidad de metros cuadrados diseñados, por sus logros constructivos, en suma, por la cantidad de edificios realizados.

Este no fue el caso de Luz Amorocho, cuya trayectoria —además de incluir el diseño y construcción de colegios y viviendas—, se caracterizó por un ejercicio profesional que subvirtió las normas al cuestionar y a la vez ampliar el tradicional rol de los arquitectos, con lo que anticipó otra manera de entender la profesión y el ejercicio de la arquitectura: como una profesión en la que las ideas, la destreza y la pedagogía fueron tan o más importantes que la construcción de edificios. Es por ello que lo significativo del rol que asumió Luz Amorocho como primera arquitecta del país no radica en equipararse o en hacer lo mismo que sus colegas hombres, no. Lo que Amorocho nos muestra con su ejercicio profesional es la hasta entonces inusitada posibilidad de ejercer la arquitectura desde otros frentes sin tener que obedecer o seguir las reglas autoimpuestas por sus homólogos.

Es por ello que aproximarse a la obra de Amorocho exige una mirada más detallada a una trayectoria profesional que no sigue las huellas de nadie y que tiene como una de sus más interesantes aristas la de apelar, para su desempeño, a las raíces mismas de la profesión de la arquitectura: el dibujo.

La capacidad para dibujar se asemeja para algunos a un don, un talento exclusivo de unos pocos privilegiados que parece casi mágico: ver con las manos. Porque dibujar en parte es eso: captar con los dedos lo que los ojos ven, atraparlo en un papel; es una fotografía sin cámara, una imagen sin artificios. Sin embargo, dibujar es una habilidad que se aprende; como toda disciplina,

1 Profesor investigador Departamento de Arquitectura. Facultad de Arquitectura y Diseño. Pontificia Universidad Javeriana

Facultad de Arquitectura, Universidad Nacional de Colombia. Arquitectos Erich Lange y Ernst Blumenthal, ca. 1940. Archivo fotográfico digital de la Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá.

Chapinero (1943-1960) • 77

su constante práctica hace maestros, en este caso, maestros del dibujo. Esta conciencia del aprendizaje y la maestría en este antiguo arte la poseía la arquitecta Luz Amorocho, quien no solo dominó la práctica del dibujo, sino que aceptó el reto de compartir y enseñar el ejercicio de este don, al convertirse en la primera arquitecta-maestra de delineantes de arquitectura del país. Así, una vez egresada de la Facultad de Arquitectura, la primera labor que decidió emprender no fue la de diseñar edificios, sino combatir el analfabetismo visual e iniciar a otras mujeres que se encontraban al margen de la educación en Colombia.

Cuando salí, en al año 45, era ministro de Educación Germán Arciniegas, quien fundó un colegio para carreras intermedias [Colegio Mayor de Cundinamarca] dentro de esas careras menores estaba la de Delineante de Arquitectura y para dirigirla no había más que yo. Fueron cosas que me cayeron como del cielo, ¿quién más podía dirigir esa carrea de Delineante de Arquitectura?, pues la arquitecta que hay aquí, y esa era Luz Amorocho, yo dirigí eso como hasta el 48. […] Dejé la dirección de Delineantes de Arquitectura y me fui al ministerio, pero seguí dando clases en el Colegio Mayor por las tardes.2

Contratada en 1946 para dirigir la carrera de Delineante de Arquitectura en el recién inaugurado Colegio Mayor de Cundinamarca, Amorocho inició su primer encargo laboral abriendo las puertas a otras jóvenes que, como ella, soñaban con participar en labores tradicionalmente reservadas a los hombres. Así, durante casi tres años, cientos de mujeres colombianas —con la orientación de Luz Amorocho— pasaron de las labores domésticas a domesticar el espacio, porque ser delineante de arquitectura es eso: una carrera en la que se aprende a dominar el espacio arquitectónico física y matemáticamente, para posteriormente interpretarlo, representarlo y traducirlo a escala en planimetrías con las cuales es posible orientar la construcción de una arquitectura.

Para llegar a este punto y lograr no solo que una mujer dirigiera la carrera de Delineante de Arquitectura, sino que se abrieran las puertas a la mujer colombiana en la educación superior pública, hubo que esperar más de tres siglos y medio (366 años), desde que se fundó en Colombia el primer centro educativo de educación superior: la Universidad de Santo Tomás (1550) y casi el mismo tiempo (336 años) hasta que una mujer recibiera su título universitario en Colombia: la filóloga Gerda Westendorp Restrepo (1916).

2 Entrevista no publicada a la arquitecta Luz Amorocho (2002). Cortesía de Beatriz Vásquez.

78

Esta distinción de géneros en la educación en Colombia se remonta a los orígenes mismos de la educación en el país, debido a que desde sus inicios esta labor fue una responsabilidad asumida en gran parte por la Iglesia católica. Esta circunstancia explica el traslado de una pedagogía propia de la formación monástica (educación masculina) y de la educación conventual (educación femenina) a la educación primaria y secundaria de ciudadanos seculares. De esta manera resultó “natural” que, desde sus inicios, la educación en Colombia tuviese unas raíces ancladas en la división de géneros, siguiendo las pautas de la educación de los religiosos y religiosas, visión que hasta el día de hoy aún se reconoce en algunos colegios de educación primaria y secundaria, aunque ya no en instituciones de educación superior. A comienzos del siglo XX, esta visión dualista mujer/hombre en la educación empezó a ser objeto de estudio y debates en el Gobierno nacional, que iniciaron en la década de los años treinta, con el gobierno de Eduardo Santos (1938-1942), y alcanzaron un punto culmen con la promulgación, el 17 de diciembre de 1945, de la Ley 48 “por la cual se fomenta la creación de Colegios Mayores de Cultura Femenina”.

Una revisión a las cifras de egresados, provenientes de carreras profesionales en la década de los años cuarenta, justifica la necesidad de crear nuevas instituciones educativas ahora dedicadas a la formación de la mujer, a la vez que revela los alcances en los niveles de desigualdad en la formación de profesionales en Colombia: para 1938 el número de egresados de carreras profesionales se dividió entre 278 hombres y tan solo 6 mujeres (97,9% vs. 2,1%); seis años después, en 1944, el número de egresados fue de 402

Arquitecta Luz Amorocho (izquierda) en compañía de Ana Restrepo del Corral (centro), rectora del Colegio Mayor de Cundinamarca, 1947. En Semana, 31 de mayo, 1947, 29.

Fachada principal del Colegio Mayor de Cundinamarca, 1946. Sady González, Archivo fotográfico 1938-1949. Colección de Archivos Especiales, Sala de Libros Raros y Manuscritos, Biblioteca Luis Ángel Arango, Banco de la República, Bogotá.

Chapinero (1943-1960) • 79

hombres y 11 mujeres (97,3% y 2,7%); finalmente, para 1948, fueron 740 hombres los graduados y 74 mujeres (90,5% y 9,5%)3. En resumen, durante la década de los años cuarenta (1938-1948), el 94% de los graduados profesionales fueron hombres (1.511) y tan solo un 6% fueron mujeres4 .

Estas estadísticas revelan cómo, pese al ya importante número de universidades públicas y privadas en funcionamiento, el papel de la mujer como profesional universitaria apenas aumentó un 8% en diez años. En el campo de la arquitectura los datos son aún más contundentes, pues casi en el mismo lapso de tiempo (1936 a 1945) tan solo egresó de la facultad de arquitectura una mujer: la arquitecta Luz Amorocho Carreño.

3 Magdala Velásquez, “Condición jurídica y social de la mujer”, en Nueva historia de Colombia, t. IV, ed. Álvaro Tirado Mejía (Bogotá: Editorial Planeta, 1989). 4 Miguel García, Una historia de la educación femenina en Colombia (Bogotá: Universidad Colegio Mayor de Cundinamarca, 2003).

80

Estas cifras contextualizan y dimensionan la importancia que representa para las mujeres colombianas la decisión que tomó Luz Amorocho no solo de ingresar para cursar los estudios y graduarse como arquitecta, sino de convertirse en formadora de nuevos talentos en el campo del dibujo arquitectónico.

El primer espacio educativo de carácter público para las mujeres, fue el que hasta 1945, cumplió las funciones de lugar de encierro y castigo de los hombres: el Panóptico de Bogotá. En efecto, fue esta antigua cárcel la que paradójicamente se convirtió en la primera entidad en el país para la educación pública femenina: el Colegio Mayor de Cundinamarca, institución en la que mujeres de todo el país se atrevieron a vislumbrar un futuro laboral diferente, al habitual que deparaba el mundo de las labores de la casa.

El cambio de uso de los espacios de cárcel a colegio implicó una suerte de redención, en el que la arquitectura pasó de albergar el castigo, a la educación, y de representar el cautiverio, a la libertad, sin que ello implicara una alteración significativa del aspecto externo del edificio, aunque sí de algunos espacios exteriores e interiores:

Las obras de adecuación y las transformaciones locativas realizadas en el Panóptico, bajo la supervisión de Jorge Camacho Fajardo, ingeniero jefe de la sección técnica de construcciones del Ministerio de Educación, abarcaron prácticamente todo el espacio ocupado por la edificación. Hubo necesidad de efectuar un gran movimiento de tierra para demoler la antigua terraza frente a la muralla de entrada que limitaba con la avenida Sanz de Santamaría y que servía de muro de seguridad. Se destaparon arcadas y se demolieron tabiques y paredes divisorias, para surgir un conjunto arquitectónico que muchos compararon como de colegio tipo inglés. Para llegar hasta la puerta del Colegio Mayor se trazaron dos vías de acceso: una sobre la calle 28 y otra sobre la calle 29.

Igualmente, los antiguos rastrillos que habían servido por años para albergar a los reclusos, fueron demolidos en su totalidad. Al ingresar a la edificación se dejó un gran salón que se pintó de blanco y se alumbró con grandes lámparas. Allí estaría el futuro recibo social del Colegio Mayor. Las oficinas administrativas de la penitenciaría se convirtieron en grandes salas que serían destinadas a la rectoría, la secretaría, la biblioteca y las salas de lectura. Al fondo, se dejaron dos grandes espacios, ocupados anteriormente por las celdas de los presidiarios, a los cuales se les colocaron pisos de madera y cuyos muros se pintaron de blanco para darles mayor claridad. En la parte superior de la edificación, donde también funcionaron algunas celdas, se adecuó una gran sala que se

Luis Alberto Gaitán “Lunga” (1914-1993). Trasteo el día que el Panóptico dejó de serlo para convertirse en Museo Nacional* (sic), 12 de julio de 1946. Copia en gelatina / cartón). 10 x 14 cm. Museo Nacional de Colombia, reg. 4962 Reproducción: © Museo Nacional de Colombia / Ángela Gómez Cely. *El Panóptico se convirtió en el Colegio Mayor de Cundinamarca y no en el Museo Nacional

Chapinero (1943-1960) • 81

destinó a la memoria de Roberto Pizano, el gran pintor bogotano, con el fin de conservar allí su obra. Esta debía ser, además, la Sala de Actos del Colegio Mayor.5

Así, el cambio de uso de este edificio constituyó un primer paso en una carrera hacia la transformación de este lugar en un espacio para la libertad de las ideas, evolución que llegaría a su punto más alto al convertirse en 1948, y hasta la actualidad, en sede del Museo Nacional de Colombia. Fue a partir de 1949 cuando las instalaciones del Colegio Mayor de Cundinamarca fueron trasladadas y pasaron a ocupar, hasta el día de hoy, algunos de los espacios posteriores ubicados en el costado oriental, por fuera del edificio del Panóptico.

Inaugurado el 7 de agosto de 1946, el Colegio Mayor, primer lugar de trabajo de la arquitecta Luz Amorocho, se caracterizó por situarse en un entorno que sería objeto de grandes transformaciones durante los años cincuenta. Los alrededores de este Colegio, conocidos como "La Bavaria", fueron un área de la ciudad considerada, por muchos años, representativa de una serie de instituciones deleznables, cuyas actividades no convenía albergar en el centro de las ciudades; el cementerio, la cárcel, los asilos y la industria eran entonces percibidos como instituciones que oscilaban entre lo insalubre y

5 El Tiempo (Bogotá), 7 de agosto de 1946, 32. Citado en García, Una historia de la educación femenina en Colombia.

82

lo inconveniente. Así era descrita esta zona urbana a finales del siglo XIX en la prensa Bogotana:

¡Entre una y otra, la vieja y la moderna Bogotá, quedará el Panóptico, es decir, —la justicia inexorable y eterna como el brazo que rige los destinos de la humanidad— quedará el Asilo de locos —es decir, la demostración de que la desgracia es inseparable compañera de los hombres— quedará el Cementerio — es decir, la muerte en medio de la vida, la tristeza y la desolación como centro de todas nuestras alegrías! Principiará la nueva ciudad en la “Bavaria”, como demostración de que la industria es la base.6

La justicia, la desgracia, la muerte y la industria se conjugaban en un solo entorno cuyo imaginario ingrato y desapacible, consolidado a lo largo del

6 Periódico El Telegrama, citado por Antonio Izquierdo, Lotes en Chapinero (Bogotá: Tipografía Salesiana, 1900, 19). Colegio Mayor de Cundinamarca (c.a. 1947). Foto: Arq. Carlos Martínez. Fondo Carlos Martinez. Archivo de Bogotá

Sector de La Bavaria, 1948. Sady González. Archivo fotográfico 1938-1949. Colección de Archivos Especiales, Sala de Libros Raros y Manuscritos, Biblioteca Luis Ángel Arango, Banco de la República, Bogotá.

Mujeres estudiantes en el curso de Dibujo Técnico, ca. 1940. Fondo Daniel Rodríguez, Colección Museo de Bogotá, reg. 17202.

Chapinero (1943-1960) • 83

siglo XIX, cambiaría radicalmente gracias a la transformación urbana impulsada desde la Secretaría de Obras Municipales durante las décadas de los años cuarenta y cincuenta del siglo XX, y que produjo en Bogotá dos de las obras más importantes que marcarían el crecimiento de la ciudad: la construcción de la avenida Fernando Mazuera (carrera 10.ª) y la avenida El Dorado o Jorge Eliécer Gaitán (calle 26). Dos importantes ejes viales a lo largo de los cuales se produjo uno de los mayores despliegues arquitectónicos en la construcción de nuevas sedes empresariales y modernos equipamientos, ejes que modernizaron el aspecto físico de la ciudad, los cuales convergían en un mismo punto: el sector de Bavaria.

Es por ello que esta área de la ciudad pasaría rápidamente de ser considerada un suburbio aislado e insalubre a convertirse en un nuevo “centro” de la ciudad, cuya ubicación —a medio camino entre Chapinero y el Centro Histórico— constituiría un eje de desarrollo estratégico que conllevó la demolición de diversas construcciones edilicias y la construcción de hitos arquitectónicos tan importantes como el Hotel Tequendama, proyecto en el que trabajaría Luz Amorocho durante su labor como arquitecta en la compañía Cuéllar Serrano Gómez.

Es en este contexto urbano, proclive a los cambios y abierto a las transformaciones, en el que la arquitecta Luz Amorocho emprendió, en la otrora prisión, el ejercicio y la enseñanza del dibujo arquitectónico. Y si bien, para Amorocho, empezar a trabajar en el Colegio Mayor implicó un cambio radical de su rol de estudiante al rol de arquitecta, en la cotidianidad se trataba de un proceso de continuidad, pues en esencia constituía el paso de las aulas de la Facultad de Arquitectura a las aulas del Colegio Mayor, y de ser una estudiante a ser una maestra.

El dibujo arquitectónico se fundamenta en la enseñanza en el trazo de líneas rectas, líneas ex aequo, la línea recta por excelencia que nombró Euclides, caracterizada por ser igual en todos sus puntos. Se trata, por lo tanto, de un proceso que reta el instinto natural de las personas que tienden a ejecutar trazos irregulares cuando, por el contrario, quieren trazar líneas rectas; una enseñanza que se debate en una constante lucha entre el dominio de la rectitud manual y el instinto corporal por seguir la arbitrariedad de sus movimientos. Como lo explica la artista Nathali Buenaventura a propósito de su obra El contrato del gran dibujante:

El cuerpo no produce líneas rectas, el cuerpo no es Ex aequo. Por el contrario, se castiga a sí mismo por su turbulencia, por su proximidad con el espacio, que

84

no puede no curvar, no contaminar, no quebrar. En el cuerpo de un dibujante la esperanza de transferirse a sí mismo en líneas rectas equivale a una moral ósea, calcificada en su inconsciente, que por supuesto es Mnemosine de la cultura y sus violencias.7

Es por ello que dibujar rectas, dibujar rectamente, equivale no solo a una condición estética, sino a una condición ética, una invocación a la moral y al dominio propio, al autocontrol de los movimientos de la mano, del “pulso” para dibujar. En síntesis, una tensión entre los instintos del cuerpo y sus manifestaciones:

una relación dactilar entre dibujo y cuerpo, una relación que es tanto matérica (el dibujo prolonga la percepción del sistema nervioso y la expresa en imagen), como ideológica (la moral que aplica la “Ley” en poética de Kafka), que solo quiere pulverizar al cuerpo.8

Esta relación entre estética y moral, entre apariencia y comportamiento, no es exclusiva del dibujo arquitectónico. De hecho, fue intrínseca a la arquitectura escolar decimonónica en Bogotá, en la que se planteaba que una estética arquitectónica “correcta” conllevaría una moral “correcta” de los alumnos:

que en los colegios de segunda enseñanza los muros deben estar decorados y ornamentados artísticamente, para que los alumnos, en sus distracciones y ocios, se fijen en algo bello que eleve sus pensamientos y formen así una base noble a sus aspiraciones y de respeto por los monumentos del arte. Es tan cierto esto, que si a la juventud no se le enseña a amar lo bello, acabará por amar lo feo, y de ahí vendrá su ulterior depravación. La belleza ennoblece y lo feo degrada.9

En estos términos, la enseñanza en los colegios no acontecía únicamente en las aulas, sino también fuera de ellas, cuestión que cambiaría hacia la tercera década del siglo XX, con la incursión del movimiento moderno en arquitectura, y particularmente en el diseño del edificio de la Facultad de Arquitectura donde se formó la arquitecta Luz Amorocho. Allí la enseñanza

7 Nathali Buenaventura, comunicación por correo electrónico, 27 de febrero de 2021. Reflexiones de la artista en torno a la obra de arte El contrato del gran dibujante (2007). Técnica: tinta y transfer sobre papel. 8 Buenaventura, comunicación por correo electrónico. 9 Jorge Price, Principios esenciales en la arquitectura (Bogotá: Casa Editorial de la Nación, 1920, 23). Dibujo vectorizado de la imagen de Luz Amorocho, a partir de una fotografía tomada por Hernán Diaz. Dibujo. Arq. William García (2020).

Mesa de dibujo de la arquitecta Luz Amorocho en su apartamento de Bosque Izquierdo, 2021. Fotografía de Camilo Rodríguez, IDPC.

Chapinero (1943-1960) • 85

solo acontecía dentro de las aulas, dado que los muros desnudos, propios de la denominada arquitectura moderna, deliberadamente carecían de la ornamentación artística con la que otrora se quería inspirar un modelo comportamental.

Finalmente, es preciso señalar que, si para un arquitecto el dibujo es un medio de expresión, para una delineante es un medio de escritura, porque si bien dibujar se plantea en la formación de los arquitectos en el siglo XX como un oficio que gravita entre lo técnico y lo pictórico, entre la intención y la concreción, el dibujo arquitectónico se concibe en manos de las delineantes de arquitectura en instrumento de representación, pero, sobre todo, en la expresión de un pensamiento. El dibujo, antes que un hecho material, es un lenguaje, es un tipo de grafía, una tipo-grafía cuyos códigos de comunicación son susceptibles de ser leídos e interpretados por un lector. En este caso, por un arquitecto o constructor que reconoce en este sistema de convenciones una escritura de la arquitectura, y por tanto es capaz de leer y escribir, o, lo que es lo mismo, de dibujar en este sistema tipográfico. De allí que las enseñanzas que Luz Amorocho compartiera con las estudiantes del Colegio Mayor de Cundinamarca equivalgan a la enseñanza de un nuevo sistema de escritura y de un nuevo sistema de lectura, que les permitió a cientos de mujeres de todo Colombia leer el mundo con otros ojos, sentirlo con otra sensibilidad, vivirlo como una nueva posibilidad.

This article is from: