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Los condicionantes de la pandemia, una moda que viene y va

La mascarilla se impuso en todos los ámbitos de la vida./ CONCHA CANO

VERÓNICA BAÑOS FRANCO | PERIODISTA

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Si tuviéramos que hablar de todos y cada uno de los problemas derivados de la pandemia, probablemente nos quedaríamos sin tinta… y también sin papel. Por ese motivo –eludiendo a la expresión que suele decirse en diferentes juegos infantiles– que estas líneas sirvan “por mí y por todos mis compañeros” como convalidación, también para aquellos sectores que a priori queden fuera por ser mencionados brevemente o porque solo se traten de refilón.

En términos generales, podría hacerse una comparativa entre las complicaciones que el virus ha propiciado y el mundo de la moda. Sí, la moda; ese sector en el que parece estar todo inventado y, por ello, siempre se repite el cliché de que “todo vuelve”; a pesar de que en la mayoría de los casos existen multitud de matices. Este concepto se resume a la perfección en la frase de la actriz alemana Marlene Dietrich: “Nos reímos de la moda de ayer, pero nos emocionamos con la de antes de ayer cuando está en vía de convertirse en la de mañana”.

Sirvan como precedente varias locuciones relacionadas con el mundo de las telas de las que se deduce con claridad que, más allá de cualquier tendencia –y sobre todo del qué dirán–, lo verdaderamente importante es ser uno mismo, sentirse bien con ello y mostrar total indiferencia ante los juicios ajenos. Así lo dijo el filósofo griego Epicteto, “conócete a ti mismo y luego viste en consecuencia”; también la diseñadora Ann Taylor con su contundente “lo más importante al vestir es una sonrisa” y, como anillo al dedo –nunca mejor dicho–, la frase del joyero de lujo Harry Winston: “La gente te va a mirar. Haz que valga la pena”.

Tal vez sea este un símil un tanto complejo para visua-

lizar en él los problemas derivados de la pandemia, pero, igual que la moda viene y va, aunque ha estado ahí permanentemente, de la misma forma han surgido temas como la salud mental o la depresión a modo de novedad actual, cuando en realidad no constituyen –bajo ningún concepto– un contratiempo meramente reciente.

Es innegable que la crisis sanitaria ha traído consigo innumerables problemas en diversos ámbitos. Más allá de los temas obvios y los tratados en mayor medida por los medios de comunicación en general, uno de los principales puntos negativos es la conocida como fatiga pandémica. Una consecuencia directa de la situación derivada del coronavirus con todos los ingredientes que ello implica.

Lo mismo ocurre con la saturación del sistema sanitario. No hace falta ser un lince para admitir que, como se ha mencionado anteriormente, el coronavirus ha afectado a múltiples sectores. Pero existe un matiz importante, pues muchos de ellos ya venían tocados con antelación, por lo que ahora intentan mantenerse a flote y evitar un más que probable hundimiento.

Las listas de espera para entrar a quirófano, las colas para ser atendido por el médico de cabecera o incluso las urgencias de los hospitales se han visto mermadas ante el desbordamiento incontrolable de pacientes que –aunque cada uno llegara con su propia patología–, todos tenían la misma necesidad de asistencia sanitaria. Y, a veces, en los momentos más críticos la única opción viable parecía ser la de priorizar…

Priorizar el bienestar personal. Qué importante y qué difícil para algunas personas, sobre todo en un contexto en el que es preciso anteponer el bien común a las preferencias individuales. No obstante, en este caso no se trata necesariamente de caprichos ni egoísmos banales, sino de asuntos mucho más serios…

Y es que, curiosamente, como dijo el poeta francés Jean Cocteau, “el estilo es una forma simple de decir las cosas complicadas”. Eso y que, de acuerdo con la diseñadora estadounidense Rachel Boy, “un gran vestido te puede hacer recordar que hay belleza en tu vida”.

Paralelismos textiles aparte, el denominado estrés postraumático, la depresión, los trastornos mentales, la ansiedad, los graves problemas de salud mental en los ciudadanos –ya sea por el miedo al contagio o por el cansancio en su máxima expresión generado por el contexto en el que nos hemos visto obligados a vivir durante los dos últimos años–, o el redescubrimiento de dicha cuestión sobre la estabilidad emocional –llevado a primer plano durante este 2021 a pesar de que, no nos engañemos, no es nada nuevo, al igual que ocurre con el bullying escolar– son solo algunos de los aspectos destacados que esta crisis ha hecho patentes –aún más si cabe– y los ha llevado a los principales titulares, como si de una novedad se tratara.

Del mismo modo se presenta el complicado asunto del suicidio. Tema que, mientras se debate sobre su tratamiento informativo y sus posibles consecuencias en los espectadores, ha ido aumentando sus cifras de forma alarmante –también entre los menores de 14 años– y ya constituye la principal causa de muerte no natural entre los jóvenes de nuestro país. Dijo el influyente diseñador francés Christian Dior: “El entusiasmo por la vida es el secreto de toda belleza. No existe belleza sin entusiasmo”. Y qué razón tenía…

Como aportación estadística, según los resultados del estudio COSMO-Spain –elaborado por el Instituto de Salud Carlos III e impulsado por la Organización Mundial de la Salud–, un 36% y un 32% de la población española muestra niveles elevados de temor y depresión a causa de la pandemia. Las preocupaciones de los ciudadanos han ido variando también condicionadas por la crisis, siendo algunas de las principales las de infectar a un familiar, perder a un ser querido o la saturación del sistema sanitario. De acuerdo con la encuesta, los españoles puntúan con un 3,4 sobre 5 su hartazgo al hablar sobre el coronavirus y con un 3,7 su agotamiento ante los debates sobre el dichoso ‘temita’ .

Como resumen coloquial de lo anteriormente expuesto, estamos hartos de estar hartos. Así de simple, así de complicado…

Quizás esté feo dejar escrito en una publicación como el Anuario del Colegio Oficial de Periodistas de la Región de Murcia lo siguiente –y más siendo periodista de profesión–, pero no creo que sea la primera ni la única que haya dicho, más de una vez, aquello de “quita las noticias, por favor” cuando el nivel de saturación sobre el asunto estrella desde aquel desdichado 2020 ha colmado la paciencia, la tranquilidad y el equilibrio mental mínimos requeridos para garantizar la estabilidad emocional de cualquier ser humano sobre la faz de la Tierra.

Nadie es capaz de aguantar la sobredosis de información –o bulos–, de negatividad y de constante preocupación que aún supone la pandemia cada vez que sale una nueva novedad al respecto.

La salud mental y otros problemas de antaño El coronavirus y las respectivas restricciones impuestas con el fin de disminuir su impacto ha obligado a cambiar hasta las rutinas personales más simples y ha pillado con el pie cambiado a muchos ámbitos que ya venían tocados, bien desde hace algún tiempo o bien de serie, como por ejemplo el asunto de la salud mental y su tratamiento social.

De hecho, en el verano de 2021, durante la celebración de los Juegos Olímpicos de Tokio –aplazados precisamente por la pandemia–, la estadounidense Simone Biles, considerada como una de las mejores gimnastas de la historia, renunció a competir en la final por equi-

Igual que la moda viene y va, aunque ha estado ahí permanentemente, de la misma forma han surgido temas como la salud mental o la depresión a modo de novedad actual, cuando en realidad no constituyen un contratiempo meramente reciente

pos debido a los problemas de ansiedad que sufría y que abiertamente reconoció. Cumpliendo, así, con la maravillosa frase del modisto alemán Karl Lagerfeld: “La personalidad comienza donde las comparaciones terminan”.

Un punto de inflexión, el de romper con el tabú que siempre parece acompañar el asunto de la salud mental dentro del deporte de élite –y, sobre todo, priorizar su estabilidad emocional frente a cualquier otro éxito profesional–, que pronto fue tan aplaudido como criticado. Y es que, como suele decirse, tiene que haber gente para todo…

Uno de los más destacados no fue ningún desconocido, sino el mismísimo número uno del tenis, el serbio Novak Djokovic, quien alegó que “la presión es un privilegio” y sin ella no hay deporte profesional pues “si tu objetivo es estar en la cima, mejor aprende a lidiar con la presión”.

Aunque existe cierta controversia sobre si estas declaraciones fueron una respuesta directa a Simone Biles o simplemente un comentario sobre su propia gestión frente a las expectativas de que pudiera conseguir la medalla de oro, no deja de ser cuanto menos curioso que, tan solo unos días después, él mismo perdiera los papeles en la pista al ser derrotado en el partido por el bronce contra el español Pablo Carreño. Como diría Carolina Herrera: “La profundidad de una persona no se mide por la huella que deja al pasar, sino por la distancia que abarca su mirada”.

Y precisamente el comportamiento social es otro de los factores al que también ha atacado la pandemia. Generalizando, ¿no parece que el ambiente suele estar caldeado, las personas en constante tensión y permanente susceptibilidad y las cabezas un poco más descentradas de lo normal…?

Dudo mucho que sea la única que se haya percatado de este hastío global manifiesto que aparentemente ha llegado para quedarse. Pues, extrapolando las fronteras de la pandemia y parafraseando el siempre acertado refranero español, la tendencia de los últimos años es que, si no es por el virus, “otro vendrá que más mal nos hará”. Desde luego, no sé si es que los efectos de aquel “saldremos más fuertes” tardan más tiempo del transcurrido en hacerse patentes, pero lo cierto es que –cada uno con su particular cruz–, sin duda, hemos salido más jod… Idos de la cabeza, quería decir. Y eso es así.

Si se pudieran sacar conclusiones más o menos claras sobre el asunto de los problemas derivados de la pandemia, ni estaríamos donde estamos, ni existiría este artículo, pues no habría necesidad de dejar constancia de ello. La carencia de inconvenientes equivale a la ausencia de soluciones. Pero, tal y como estamos presenciando, lamentablemente ese no es el escenario en el que nos encontramos; ni parece que vaya a serlo en un futuro próximo. Y, como dijo el empresario español Adolfo Domínguez, “en el mundo de la moda es fácil dejarse llevar por la tormenta”.

Sin embargo, eso no quiere decir que haya que dejarse guiar por las masas o por una tendencia negativa generalizada, ni tampoco por las apariencias externas propias ni ajenas. Ya lo dijo Jane Austen: “El estilo de un hombre no debe ser la regla del otro”.

La clave es seguir la estrategia de la elegancia establecida inconscientemente hace siglos por el novelista francés Honoré de Balzac, ya que “la elegancia es la ciencia de no hacer nada igual que los demás, pareciendo que se hace todo de la misma manera que ellos”. Pues, como dijo Audrey Hepburn, “la elegancia es la única belleza que no desaparece” y, como añadido, la sentencia de la editora de moda Diana Vreeland: “La verdadera elegancia está en la mente. Si la tienes, el resto viene de ella”.

Valerse de los medios con los que se cuenta y convertir aquello que aparentemente es desfavorable en una virtud. De acuerdo con el fotógrafo estadounidense Bill Cunningham, “la moda es la armadura para sobrevivir a la realidad del día a día”.

Por eso, en un mundo que cada vez parece teñirse de más y más tonalidades grises, “el color es fundamental para el optimismo de las personas”, o al menos ese es el quid de la diseñadora belga Diane Von Fürstenberg.

Es imposible afirmar que, aun contando con las herramientas adecuadas, todo es posible, pero tampoco se puede negar que, como mínimo, sería algo más llevadero. Y es que, como dijo Yves Saint Laurent: “Un buen diseño puede soportar la moda de diez años”.

Haciendo un balance, de acuerdo con la escritora británica Anna Wintour, “la moda no se trata de mirar hacia atrás. Siempre se trata de mirar hacia adelante”. Por ello, es probable que, en un contexto como el actual en el que las circunstancias aprietan y las consecuencias prácticamente ahogan, lo mejor sea seguir el consejo textil del diseñador italiano Domenico Dolce: “Sáltate las normas y ríete de todo”. Total, las complicaciones ya llegarán solas sin necesidad de indicaciones…

O también –como cierre por todo lo alto–, grabarse a fuego otra frase de una de las diseñadoras más rompedoras de la historia, Coco Chanel, cuyo contenido superficialmente se intuya trivial pero cuya esencia esconde un significado que va mucho más allá, pudiendo ser aplicado prácticamente en cualquier ámbito o momento de la vida: “No es la apariencia, es la esencia. No es el dinero, es la educación. No es la ropa, es la clase”.

Las principales preocupaciones de los ciudadanos durante la pandemia han sido infectar a un familiar, perder a un ser querido o la saturación del sistema sanitario, entre otras

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